Grabación sonora de un polvo

Hace algún tiempo, un extraño archivo de audio llegó a mis manos. Su procedencia fue un tanto extraña, ya que me fue facilitado por un personaje un tanto singular. El archivo de audio estaba dentro de un pequeño aparato desvencijado parecido a una grabadora digital...

Hace algún tiempo, un extraño archivo de audio llegó a mis manos. Su procedencia fue un tanto extraña, ya que (por circunstancias que no vienen al caso) me fue facilitado por un personaje un tanto singular (cuya singularidad tampoco viene al caso). El archivo de audio estaba dentro de un pequeño aparato desvencijado parecido a una grabadora digital. Era de pequeño tamaño, como una memoria USB estándar, quizás un poco más grande. Presentaba muchos golpes y poseía una pequeña pantalla inservible y sucia. En la parte trasera, en un hueco reventado, se apreciaba una acumulación de ácido corrosivo, como el de una pila aplastada. La verdad es que dudé que aquel trasto sirviese para algo. Pero, limpiando el hueco de la pila y encajando una nueva, al conectarlo al ordenador, la grabadora pareció reaccionar y pude rescatar un archivo de audio antes de que, con un pitido seguido de un hilo de humo negro surgiendo de entre las entrañas del hueco de la pila, la grabadora muriese del todo.

Esta es la transcripción del contenido del archivo de audio a la que sólo le he añadido acotaciones para describir los ruidos que se escuchaban. Desconozco la fecha en la que fue grabado.

[Sonido al descolgar llamada de teléfono]

—Hola… Rosa.

—Hola, Carlos, cariño, ¿qué tal estás hoy?

—Pues sigo con gripe, ¿qué quieres?

—Jo, qué borde eres, pero te perdono porque sé que estás muy, muy malito.

—Ya… vale, ¿qué quieres, Rosa, no tenías que estar pintando el cuadro cubista para el exámen?

—Confirmado, estás muy borde; pero si estás borde es que estás mejor. He pensado que… ¿te vienes a casa?

—Estoy con gripe, Rosa.

—Jo, qué pena. Yo que quería hacer cositas contigo…

—No estoy para cositas, déjalo, anda.

—Es que me apetece mucho, mucho, cariñito. Seguro que ya estás mejor, ¿a qué sí? Dime que sí…

—Joder, Rosa. Te acabo de decir…

—Ya. Vale, vale, que estás con gripe, sí. Dónde estás, ¿en la cama?

—No, estaba pintando. Dentro de dos días tenemos que llevar el examen de Cubismo, ¿recuerdas?

—¿Pintando? ¿Tienes gripe para mí y para los pinceles no?

—Es diferente, ya lo sabes. Además, pinto poco, no me salen los colores. Casi, incluso, debería decir que tendré que tirar este lienzo. No me gusta nada. Es una pérdida de tiempo… Estás callada, Rosa. De verdad que estoy con gripe, es solo que estoy cansado de estar en la cama. Llevo toda la mañana en la cama, estoy con el cuerpo molido. Me levanté hace una hora, sobre las 10…

—Tu puta madre estás cansado, pedazo de cretino.

—¿A qué viene eso? Te he dicho…

—Que tienes gripe, ya lo sé. Gripe para lo que quieres.

—Ahora eres tú la que estás borde.

—Pensaba proponerte un juego. Tú, yo y una grabadora digital para grabarnos mientras…

—No empieces con tus jueguecitos…

—No, no empiezo, hijo mío. Más bien termino…, termino contigo. Me voy a buscar a otro.

—¿A otro?, ¿a otro para qué?

—Déjalo, Carlos. Quédate en casita con tu gripe y tus pinceles, espero que te cundan.

—Lo prefiero, sí, viendo cómo te pones.

—Adiós, Carlos.

—¿Te llamo más tarde?

—Adiós, Carlos.

[Sonido de colgar llamada de teléfono]

Bueno, creo que se ha oído bien la conversación. Maldito Carlos, joder. A ver, aquí, en la caja pone… Un gigabyte de memoria, el equivalente a tres horas y cuarto de grabación. De sobra.  Bueno, cariño, ya has oído a tu novio o a tu ex novio. Alto y claro. No sé cuándo te pondrás a escuchar esto, pero creo que, cuando lo hagas, recordarás perfectamente cómo era tu puñetera vida a los veintiún años. Joder, espero que este cacharro esté grabando… bueno, parece que sí… Yo creo, cariño, que con esta llamada tendrás suficiente para saber cómo era Carlos. Le dices al tío que quieres follar, que quieres grabar un polvo y va, el muy payaso, y dice que tiene gripe. Tiene gripe para lo que quiere, no te jode. Bueno, a lo que vamos, a buscar una polla.

Hay que salir por ahí. A ver cómo se pone esto al máximo volumen… quizás me oigas un poco lejos, voy a dejar la grabadora en la mesita mientras me pongo algo… Aquí está bien…

[Ruidos de golpes, seguido de ruido de estática]

Perdona, Rosa, cariño, es que se me ha caído al suelo. Espero que no se haya roto… No, vale, sigue grabando. Bueno, veo que he dejado otra marca en el parqué. Espero que el casero nos devuelva la fianza con tantos golpes en el suelo. Ah, sí… quizás no recuerdes muy bien cómo era el piso de estudiante dónde vivías. Casi sin amueblar, con las paredes de un blanco inmaculado… bueno eso era hace tres años, cuando las compis y yo nos mudamos aquí… Espera, que me quito el pijama y las bragas…

Bueno, como te decía, ¿recuerdas el primer manchurrón de oleo que salpicó en la pared de tu habitación? El primer cuadro; estabas inspirada. Eso fue al poco de mudarte… bueno, creo que eso nunca lo olvidaré, no hace falta recordarlo… Um, a ver, tengo un dilema. Solo tengo dos bragas limpias y una de ellas no me gusta: me la regaló Carlos, ésa no me gusta ahora. Y la otra tiene unos hilillos sueltos… Bueno, vamos a hacerlo sin bragas. Bueno, seguro que recuerdas la primera vez que te abriste de piernas en el Burger para Jaime. Joder, qué bien lo pasé ese día, el pobrecillo se atragantó al verme en pelotas. Te pidió que algún día fueses sin bragas pero no le avisé, ¿recuerdas? Le pedí que se agachara debajo de la mesa y, ¡pumba! Todo el potorro al aire. Se puso rojo como un tomate. Seguro que recuerdas lo burro que se puso al llegar a casa. Al día siguiente me dolían los riñones un huevo. No estuvo mal, no… Y luego me pongo a trabajar allí… qué puta coincidencia. A ver, espera unos instantes, cariño, que me pongo la camiseta. Voy a salir sin sujetador, con todo al aire. Los vaqueros de pitillo y la camiseta de Pachá, para marcar tetas. Voy a ir puta, puta.

A ver, ¿dónde tengo los botines de tacón?... Mmm , vaya, qué sucios están. Mejor me pongo las sandalias. Vaya, es gracioso, escucha. Me he sentado en el borde de la cama para anudarme las sandalias y me estoy aplastando las tetas contra las rodillas; se me han puesto los pezones super duros, como dos garbanzos, solo con el roce, qué gracioso.

Bueno, en la caja hay unos auriculares con un micrófono en el cable; así puedo ir por la calle mientras voy hablando y no pareceré una loca hablando con el cacharro pegado a la boca. Un momento mientras los saco del plástico… no son muy cómodos, la verdad. Espera que los conecto a la grabadora…

[Pitido agudo]

Se me oye bien, ¿a qué sí? Bueno, pues la grabadora me la guardo en el bolsillo y, hala, ya estamos preparadas. Me largo a la caza de una polla, vamos a inmortalizar un polvo.

[Sonido de una puerta abriéndose]

—¿Con quién hablabas en tu habitación, Rosa, a dónde vas?

—Conmigo misma. Salgo a dar un paseo.

—¿Y esos auriculares, es una radio?

—Una radio, sí. Me la compré ayer.

—Hoy te toca preparar la comida, no tardes.

—Eso quería decirte, Marta, que a lo mejor tardo un poco.

—Pero hoy te toca a ti…

—Mañana hago la comida yo, ¿vale? Hoy hacerla vosotras, porfa…

—¿Pero vienes a comer o no?

—Sí, pero a lo mejor tardo un poco.

—¿No dijiste que tenías un cuadro de Cubo que tenías que presentar para pasado mañana, un examen, no?

—Cubo no, Cubismo. Y ya casi lo tengo terminado, Marta.

—Haz lo que quieras. ¿Vas a ver a Carlos?

—Sí, pobrecillo, está con gripe, a ver si le animo un poco.

—Pues así, sin sujetador, seguro que le animas seguro.

—¿Tanto se nota?

—Pues con esa camiseta ceñida, sí. Ya veo cómo piensas animarle…

—Ya ves, una que piensa en su chico.

—Ya. Menuda guarrilla estás tú hecha.

[Risas]

—Bueno, me voy, Marta.

—Te dejas el móvil, Rosa.

—Ah, sí, gracias, Martita, no sé qué haría sin ti.

—¿Seguro que vas a ver a Carlos?

—¿Por qué lo preguntas?

—No, por nada. Divertíos. Y no dejes que lo haga sin condón.

—Tomo la píldora, boba. Joder no sé por qué te cuento esto.

—Ah.

[Sonido de una puerta cerrándose]

Bueno, esa era Marta, la tonta del bote. Parece que ha espabilado durante el último año, pero sigue con esas gafas tan horrorosas. No folla ni pagando, claro.

[Sonido de pasos bajando escaleras al trote]

Joder, es cierto, mira cómo se menean mis tetas. Me estoy poniendo cachonda solo con mirármelas…

—Hola, señora González, hacía tiempo que no la veía ¿qué tal estamos de la rodilla?

—Mejor, hija, mejor, gracias por preguntar, ¿qué llevas puesto con esos cables?

—Es una radio, salgo a dar un paseo.

—Ah, bien, bien. Y tus compañeras de piso, ¿todas estáis bien?

—Sí, claro, Marta y Fátima están bien. Les diré que preguntó por ellas. ¿Necesita que la ayude a subir las escaleras? Seguro que abrir la puerta del portal ya le ha costado.

—No, gracias, hija, ya me las apaño sola. Esta rodilla… en cuanto hace algo de calor…

—Bueno, me alegró verla tan guapa como siempre, señora González, cuídese.

—¿No vas muy fresca para salir a la calle con sólo esa camiseta?

—Es la moda, todas van así ahora. Hasta luego.

—Adiós, hija, adiós.

[Sonido de una puerta abriéndose. Luego murmullos y ruido de coches circulando]

Esa que has oído era la señora González. La vieja que vive en el piso de abajo. Seguro que la recordarás, no hace falta que te diga cómo es. Qué manera me mirarme las tetas tenía… Seguro que si me quedo hablando un rato más con ella me pregunta por qué no llevo sujetador. Como mi madre. Joder… no, si al final, echaré de menos hasta a la vieja, ya verás.

Bueno… y ahora, ¿dónde coño voy? Qué hago, ¿le pregunto al primer tío bueno que me encuentre si quiere follar o qué? No sé, voy a darme un paseo, a ver qué surge.

[Pausa larga mientras se escucha los ruidos de calles concurridas y coches circulando]

Cuando escuches esto a lo mejor es posible que ya no te acuerdes cómo era Salamanca. Calles empedradas, con esos adoquines resbaladizos que hacen que los coches boten como si fuesen dando saltitos. Mira, ahí llega el camión cisterna. Casi todos los días están lavando el empedrado para dejarlo todo reluciente. Menudos hijos de puta. Recuerdo cuando me resbalé el primer día. Hala, de panza. Bueno, la cicatriz de la rodilla estará ahí para siempre. También recordarás a los guiris por las calles. Te asomas por una esquina y aparecen tres o cuatro grupos de excursión. Mirando las estatuas y los monumentos. Y con sus cámaras de fotos, sacando imágenes de todo lo que pillan. No me quiero ni imaginar los pedazo álbumes de fotos que tendrán en sus casas. Todo fotos, todo fotos. Mira, estoy en el casco antiguo, en la calle Colón, acaba de aparecer un grupo de guiris, estos parecen alemanes, un grupo de jubiladitos alemanes. Blanquitos, pecosos y de pelo rubito, qué monos.

[Melodía de llamada de un teléfono móvil]

—Hola, mamá, ¿qué tal estáis?

—Hola, hija, tu padre y yo estamos bien, ¿y tú?

—Bien, claro.

—Te llamo porque me aburría mientras terminaba de hacerse la colada, ¿estás bien, necesitas dinero?

—No, mamá, me pagan bien en el Burger.

—No tienes porqué trabajar, hija, tu padre y yo te damos dinero de sobra.

—Ya lo sé, mamá, pero me apetece trabajar y ganar un dinero para mis cosillas.

—Estás estudiando, hija, lo primero es la carrera, aunque no sé si Bellas Artes…

—No empieces con eso de nuevo, mamá. Además, ya solo me queda un año; un poco tarde para la monserga, ¿no?

—No son monsergas, perdona si te lo han parecido.

—Sí que eran monsergas, mamá.

—Bueno, lo siento, hija… Te oigo como en la calle.

—Estoy dando un paseo, para refrescarme.

—¿No tienes exámenes?

—Un cuadro, mamá. Pero ya lo tengo casi terminado, sobre el Cubismo.

—Ay, hija, no me hables de esas cosas que ya sabes que no me entero.

—Bueno, mamá, dime, ¿qué tal papá, sigue refunfuñando como siempre?

—Tu padre no refunfuña, hija, no hables así de él. Es solo que no entiende lo que estudias, no sabe qué salidas tiene eso que haces. Y, si te digo la verdad, yo tampoco. Y no digas que ya es tarde para eso, que te lo llevo diciendo cada año, pero tu erre que erre. Porque, dime, cuándo acabes este año, ¿de qué vas a vivir, para qué te va servir la carrera? Fíjate en tu primo Aurelio, que está con la Ingeniería.

—Aurelio lleva repitiendo tres años primero de carrera, mamá.

—Pero tú déjale, tú déjale, que cuando acabe sale colocado. A lo mejor, ni terminar la carrera le hace falta…

—Sí, claro, a casa van a ir a buscarlo, para darle un trabajo que te cagas…

[Silencio corto]

—Me contó la Juani que su hija te vio con un chico agarrado de la mano, paseando por los bares… un chico alto y guapo. ¿Tienes novio, hija?

—Ese es Carlos, mamá. Sí, era… es mi novio.

—Ya sé que me meto donde no me llaman, hija, estás tú sola y quieres hacer las cosas por ti misma, vivir tu vida y hacerte mayor. Pero me preocupa que os hayáis acostado sin protección.

—No voy a hacerte abuela tan pronto, mamá.

—No seas burra. Pero no hagas el tonto, solo te pido eso. Es muy fácil dejarse llevar por el momento y más cuando se es joven y todo parece que sale bien y todo eso. Hay que usar siempre la cabeza. Me apena que nunca hayamos tenido esta conversación cara a cara y tener que decírtelo así, por teléfono.  Le darías un disgusto enorme a tu padre; le daría un patatús de los grandes, ya sabes que no anda muy bien del corazón y, si encima, le pones esa preocupación encima… ya sé que soy muy ilusa para pensar que las cosas siguen siendo como cuando yo era joven…

—Te ha dado muy fuerte para que me sueltes todo esto, ¿no, mamá?

—Es sólo que la preocupación…

—No hay preocupación que valga. Bueno, mamá, te tengo que dejar, dale recuerdos a papá.

—¿Por qué no le llamas tú? A la tarde estará en casa. Le llamas y le felicitas por el día del padre, que fue hace más de dos meses.

—Ya te llamé a ti, mamá. Además, por la tarde tengo clase.

—Bueno, hija, cuídate. Y llama si necesitas algo.

—Descuida, mamá, un beso.

—Un beso, hija mía.

Bueno, esa era mamá. Nada que decir al respecto. Bueno, sí, que no hay nadie como ella para amargarte el día. Lo sabe hacer perfectamente. Joder con el primo Aurelio, dale con el Aurelio, siempre con el Aurelio. Aún no se ha enterado de que es un idiota, igual que su hermano.

Joder, mira dónde he llegado. A la Universidad. Ni darme un paseo puedo, siempre acabo en el mismo sitio. Bueno, mejor aquí que en el puto Burger.

A ver la grabadora…, sí, sigue grabando. Bueno, venga, vamos a buscar una polla.

[Sonido de bullicio y gente hablando a lo lejos. Pasos y ruido de estática]

Estoy por los pasillos. No creo que olvide ese aroma a oleo fresco que huele por todas partes. Siempre hay alguno y alguna que vuelve a casa con las manos manchadas o la ropa sucia. Ahora hay más chicas que cuando entré yo. Mira los de primero, parece que se comen el mundo, con sus carboncillos y esos carpetones que no pueden ni con ellos.

—Hola, Rosa.

—Ah, hola, Elisa, no te había visto.

—¿Qué haces con esos auriculares?

—Me estoy grabando la voz. Quiero tener un recuerdo de cómo era la Universidad.

—¿Te estás grabando ahora?

—Sí, claro.

—Bueno, pues te mando un mensaje: esta carrera es una puta mierda. Hala, ahí queda.

—Qué burra eres, chica.

—De burra nada, Rosa. Tú mira qué hacen los graduados con el título.

—Te dejo, Elisa, eres como mi madre.

—¿Ya tienes el cuadro cubista?

—Estoy en ello.

—Ya se ve cómo pintas, Rosa, se ve que estás en ello. Oye, no sé si sabrás que no llevas sujetador, ¿no ves cómo te miran todos?

—Adiós, Elisa.

Bueno, esa era Elisa, una puta de cuidado, seguro que no te olvidas de ella, la muy fea. Está amargada porque no tiene un puto duro. Y, encima, pinta como el culo. Mira, tengo que probar un día eso. Me meto el pincel en el agujero del culo y pinto con un espejo. A ver si para cuando escuche esto, tengo ese cuadro hecho. Menuda guarrada. O no, a lo mejor hasta disfruto, ¿quién sabe?

Mira, por ahí va Alfonso. A ese seguro que no lo recordarás. Va siempre con el pelo engominado y los mismos pantalones. Todo el año con los mismos pantalones, todos llenos de arrugas y manchas, con esa camiseta que le queda como el culo, marcándole barriga. Le salva esa cara suya tan…

—Hola, Alfonso.

—Ah, hola…

—Rosa, me llamo Rosa.

—Hola, Rosa, ¿vamos juntos a clase, no?

—Desde hace unos años, sí.

—Lo siento, es que soy muy malo para las caras.

—Oye, Alfonso, te quería proponer algo.

—Es que tengo prisa, tengo una clase.

—Solo es un momento, espera, no te vayas.

—Vale, ¿qué quieres?

—¿Quieres follar conmigo?

—¿Follar es pintar? ¿Quieres que pintemos juntos?

—No, Alfonso, no. Follar es follar. Ya sabes: una polla, un coño, mete-saca, mete-saca.

—¿Tú no salías con otro?

—Sí, claro, pues eso, que salía. Bueno, ¿qué, porqué dudas, no te gusto?

—Tú y yo no nos conocemos casi de nada. Qué es, ¿una broma?

—No, Alfonso, no.  Tú y yo follando, ¿quieres o no?

—Es que… es que tengo clase.

—Te espero después de clase.

—Mira, Rosa, es que creo que me estás vacilando. ¿Qué son esos auriculares?

—Quiero grabarnos mientras follamos.

—¿Estás grabando ahora?

—No, ahora no, tonto. ¿Qué, te espero?

—Mira, déjalo, Rosa. Gracias, pero no.

—Bueno, vale, tú mandas. Pero hazme un favor, anda.

—Es que tengo prisa, de verdad.

—Solo será un momento, va.

—A ver, ¿qué quieres?

—Descríbeme.

—¿Qué haga qué?

—Que me describas, Alfonso. Para dejarlo para la posteridad.

—Dijiste que no estabas grabando.

—Y tú eres tan tonto que te lo crees. Anda, descríbeme. No te voy a dejar pasar si no me haces el favor. Venga, Alfonso, ya sé que no quieres follar conmigo pero hazme ese pequeño favor. Solo te pido eso. Y luego te dejo marchar, de verdad.

—Tengo prisa, apártate.

—¡Qué me describas, coño!

—Vale, vale. Mierda… Eres una chica alta, guapilla, buena figura, no sé qué quieres que te diga… Vale, vale, no pongas esa cara. Pues no sé, oye…, pelo largo, ondulado, castaño. Tienes unos ojos muy expresivos, muy grandes, castaños también, cejas finas, labios gruesos…

—No me jodas, Alfonso, ponle más sentimiento, que pareces estar hablando de las putillas de las pelis porno.

—Tienes el cuello largo. A veces te he visto con el cabello recogido en una coleta y me ha resultado muy sensual. Además, tus hombros son anchos y tus pechos… ¿mejor digo tetas?... vale, pues tetas… Tienes unas tetas bien formadas, gordezuelas…, con esos pezones duros y altivos que se levantan hacia arriba desafiando la gravedad, jactándose de la juventud de su propietaria…, sí, sí, ya me he fijado que no llevas sujetador…, unas tetas preciosas, como ya he dicho. No tienes una cintura muy estrecha, pero lo compensas con unas caderas anchas que alojan un vientre que me encanta: parece una diminuta almohada donde aposentar la cabeza y… yo creo que se podría dormir perfectamente entre tus pier… ¿qué haces, estás loca? Apártate, por dios, vamos a ese rincón, mierda…

[Sonido de pasos y empujones. Ruidos indescifrables. ]

—Bueno, para que quede constancia de lo guarra que eres, Rosa: te acabas de desabrochar el primer botón del pantalón, has metido barriga y me has ahuecado el interior para que pueda ver tus intimidades. No llevas bragas ni tanga ni nada parecido. Tienes el pubis un poco frondoso...

—Está recortado, payaso, ¿nunca has visto un coño peludo?

—Es que desde arriba, y como estamos en una esquina oscura, parece frondoso…, pero, ya que lo dices… sí, parece que te lo cuidas… La verdad es que me sube de ahí dentro tuyo un aroma un poco…, ya sabes… ¿Qué lo describa?... Pues no sé, es como una mezcla de sudor y perfume intenso, acre, algo así como el óleo fresco, muy penetrante, salado… como un día de playa, con ese calor que también noto ascender de ahí dentro. Uno de esos días de verano en el que notas el aroma del mar revuelto. Inspiras fuerte y sientes como toda la fuerza de las olas del mar te inunda la nariz mientras te arrascas todo el cuerpo…, son los picores de las gotas de sudor que te cubren todo el cuerpo y que parecen chinches. Te notas inquieto, tenso… no estás relajado, no señor.

—¿Y mis piernas?

—Ahora llevas pantalones, pero hace dos semanas te vi con minifalda. Largas y finas, como las de las muñecas, con un culo que yo calificaría de soberbio, de esos que parece que no pueden existir porque son redondos, como un corazón invertido, con la cuña inferior bien marcada…

—¿Te has pajeado con mi culo, verdad, Alfonso? No, no digas nada. No mientas, que se te nota en la cara roja que se te ha puesto en un momento…

—Oye, joder, suelta... ¿no ves que estamos aquí, en el pasillo, delante de todo el mundo? Quita, coño.

—Llévame a un sitio… más íntimo, Alfonso. Me ha excitado oír como describías mi coño. Picante, caluroso y salado has dicho. ¿No quieres catarlo?... Mira cómo te has empalmado, no hace falta que te toque para saber que la tienes muy grande y muy dura… Yo te doy la oportunidad, Alfonso. Podrás catar cómo de alto apuntan mis pezones en tu boca y palpar cómo de redondas son mis nalgas entre tus dedos… Y solo tendrás que faltar a una puñetera clase donde aprenderás un pedazo de mierda de historia del Arte. Luego te pasarán los apuntes, será como si hubieras estado allí, no te perderás nada y, en cambio, ganarás mucho más… ¿no quieres saber si las imágenes que te asaltaban de mis tetas, de mi coño, de mi culo… las imágenes de mi cuerpo brincando de placer…, sí, esas que te imaginas… ¿no quieres saber cómo de fidedignas eran esas imágenes cuando te corrías pensando en mí? Dime, Alfonso, ¿no sientes curiosidad por saber si grito cuando me corro, si me estrujo las tetas cuando me asalta el orgasmo… no quieres saber cómo de caliente y húmedo tengo el coño ahora?

[Sonido de pasos rápidos y luego de carrera]

—¿A dónde vamos, Alfonso, a dónde me llevas?

—En el sótano hay unas clases vacías. Ven.

—Me haces daño en la muñeca, Alfonso… no hace falta que tires tanto.

—No, el ascensor no llega al segundo sótano, por las escaleras, ve tú delante…, yo voy detrás de ti.

[Se oye la voz de Alfonso lejana]

—¿Qué me miras, Alfonso?

—Quiero ver tu culo dentro de los vaqueros agitarse mientras… mientras bajas las escaleras, un dulce agitar acompasado, una inercia gloriosa que me vuelve loco, contenida dentro de esos vaqueros apretados que llevas. Las nalgas se te agitan, se remueven y me vuelven loco… trae acá.

—Mmm. Me gusta cómo me aprietas el culo. Tus dedos se clavan en mi carne y siento el roce áspero de los vaqueros en mi piel.

—Sigue adelante, es a la derecha.

—¿No están encendidas las luces, Alfonso? Aquí está muy oscuro, no se ve casi nada. El pasillo está lleno de polvo y papeles tirados por el suelo…

—Quieta. Es en esta puerta. Espera, que abro.

—¿Por qué tienes tú la llave?

—Soy el delegado de clase, Rosa. Aquí hacemos…, sesiones de pintura.

—¿Sesiones, qué sesiones?

—Desnudos.

[Sonido chirriante de puerta abriéndose]

—Joder, qué sucio está todo aquí, ¿no?

[Chasquidos sucesivos de interruptor]

—No se encienden las luces, Alfonso.

—Hay que subir los estores de los tragaluces de arriba. Aquí abajo no hay corriente. Antes había unas cuantas bombillas. Pero se fundieron y nadie las ha cambiado.

—El techo es altísimo, ¿no?

[Sonidos lejanos cuyos ecos resuenan]

—¡Mierda, qué maravilla! Esto es precioso, Alfonso. Las luces entran por los cristales y son como bastones de luz dorada que contienen partículas de polvo en su interior. Ahora ya sé de dónde sacabas esos paisajes tuyos. Qué cabrón, esto se comparte, tío…

[Sonido de madera rechinando]

—¿Qué haces ahí sentada?

—Vamos a jugar, Alfonso. Tú eres el profesor y yo soy la alumna revoltosa. Tú ahí, en la tarima de delante.

—Estás loca.

—Venga, tonto, hazme caso, vamos a divertirnos un poco. ¿No son estos los antiguos pupitres que había antes? Sí que lo son; hay marcas y dibujos en las mesas. Mira éste, del ochenta y nueve. Mierda, cuanto polvo hay por aquí. Mira cómo me he puesto la camiseta… joder, qué asco.

—Quítatela.

—No, venga, Alfonso, vamos a jugar. Dile a tu pirindola que se baje, que todavía no vas a usarla.

—He dicho que te quites la camiseta, zorra.

[Pausa corta]

—¿Cómo me has llamado, Alfonso?

—Trae aquí la camiseta, quítatela, ¿no dices que está sucia? Pues, no la manches más: quítatela.

[Sonido de pasos acercándose despacio]

—Oye, espera, quiero que esto sea un juego. La camiseta me da igual que se manche, solo era por decir… no seas bruto, espera, Alfonso, espera un momento…

[Ruidos de forcejeo y tela desgarrándose. Ruidos de estática]

—¡Me las has roto, cabrón, me la has roto!

—No te tapes las tetas. Deja la grabadora aquí, bien cerca.

—Quiero irme, Alfonso, me voy… déjame salir.

—Sal de detrás del pupitre. Siéntate en la mesa.

—Voy a gritar, Alfonso. Como no me dejes salir, voy a gritar, ya verás.

[Golpe fuerte sobre la mesa]

—¡Aquí, hostia puta!

—Vale, vale. No… no me gusta así, Alfonso.

—Tú siéntate en la mesa y deja de taparte las tetas ¿No querías que viese cómo de alto te apuntaban los pezones?... Así, muy bien, buena chica. ¿Me dejas que pruebe cuánto pesan en la palma de las manos? Vaya, no te creas, pesan lo suyo…Tienes los pezones arrugados, ¿tienes miedo, Rosa?... No, cariño, estamos grabándolo, si dices que sí con la cabeza, no se te oirá.

—Sí, Alfonso… sí que tengo… sí que tengo…

—Continúa, Rosa, tú habla como si no te estuviese pellizcando los pezones.

—… Miedo. Sí, Alfonso…

—Me encanta cuando te muerdes el labio inferior y se te enrojece el lóbulo de las orejas… disfrutas, ¿verdad? Mírame, Rosa, no cierres los ojos… Bien, bien, ¿te gusta, quieres que siga?... No, Rosa, no muevas la cabeza, dilo.

—Sigue así.

—¿A dónde van tus manos, Rosa?

—Están entre mis piernas.

—¿Te gustaría meterlas dentro del pantalón, verdad? Dios, me encanta cómo te muerdes el labio… Mírame, Rosa, no me cierres los ojos.

[Ruido de bofetada]

—¡Mírame te he dicho, zorra!

—Te miro, te miro, Alfonso.

—Ven, Rosa, ponte de pie, así. Quítate los pantalones, ¿lo estabas deseando, verdad? Bien, bien, así, toda desnuda. Ahora te veo bien el coño, Rosa. Es cierto que te lo has recortado, es como un seto de pelillos acaracolados, una cinta de velcro oscura ¡Qué maravilla tienes entre las piernas, Rosa!... ¿Te excita exhibirte, verdad?... No, cariño, las manos lejos, bien pegadas a las caderas. Abre un poco más las piernas… más, cariño, más. Tienes el coño brillante; estás muy cachonda, ¿verdad? Me imagino cuánto necesitas posar tus dedos sobre tu coño. Te encantaría sentarte sobre la mesa, con las piernas abiertas y frotarte todo tu coño, como si fuese una lámpara mágica de la que saliese el genio del orgasmo, ¿es así como te masturbas, Rosa, frotándote el coño hasta que sientes como el fuego te abrasa entre las piernas? Los dedos apiñados entre tus muslos, escarbando entre tus humedades, buscando un tesoro que se encuentra muy dentro de ti, aspirando el cóctel de perfumes intensos que surgen de tu hambriento coño…

—Sí…

—Te excitan mis palabras, no hace falta que me lo confirmes; te cuesta controlar la respiración y el vientre se te agita. Te muerdes el labio inferior, tragas saliva cada poco y tienes la cara muy roja… No, cariño, no, quiero las manos bien pegadas a las caderas, sin tocar nada.

—Déjame tocarme, Alfonso, por favor…

—No, cariño, eso sí que no. Quiero que te pongas en cuclillas y me bajes los pantalones. Cuidado con tocarte o te arreo otra bofetada, te lo he advertido… Así, muy bien, así… ten cuidado con el cinto, que me lo regaló mi madre… ¡Joder!

[Ruido de bofetada]

—¡Te dije que nada de tocarte, zorra! Trae acá las manos, a la espalda, ahora verás. Sobre el pupitre, inclínate cara al pupitre, ahora.

—No, Alfonso, espera… no lo volveré a hacer, lo juro, no me voy a volver a… ¡Ay, me haces daño!

—Tú te lo has buscado, así aprenderás. Ahora verás para qué sirven también las manos.

[Ruidos de golpes y gritos de Rosa]

—¿Lo vas a volver a hacer, Rosa, eh, lo vas a volver a hacer?

[Restallido más fuerte seguido de un chillido de Rosa]

—No, por dios, no… ¡no! Me duele el culo mucho, no lo volveré a hacer, tendré las manos a la espalda, Alfonso, no me voy a tocar, de verdad, te lo juro…

—¿Lo juras?

—De verdad, te lo juro de verdad.

—No me fío; junta las manos, así, a la espalda. Te las voy a atar con el cinto.

—Lo que quieras, Alfonso, lo que quieras.

—Tienes el coño todo mojado, Rosa. Estás muy cachonda, no puedes negar que estás disfrutando como nunca… dios, qué culo más soberbio, con estas manchas rosas tiñendo los montículos, como las pintas de un colorido dálmata… mierda, cómo me hace desvariar tu culo. Déjame morderte estos mofletes blanquitos.

—Ah…

—Di que sientes mientras… mmm… te muerdo el culo.

—Tus dientes… tus dientes se clavan en mi culo y tu lengua…¡ay!... tu lengua me deja un rastro de saliva que se enfría… pero tu aliento aviva las mordeduras…¡ay!... es un contraste de sensaciones entre el frío y el calor, Alfonso, entre el dolor y el placer… más abajo, Alfonso, muérdeme más abajo, por favor…

—¿En tu coño? No, aún no, Rosa. Arriba. Venga, ponte derecha, cariño. Bien, bien… Espera, que te llevo el pelo para atrás, lo tienes todo sucio de polvo pero estás preciosa, con los labios húmedos y los ojos brillantes… Eres toda una muñequita.

—Me duele el culo…

—Así aprenderás. Ahora, abajo, guapa. Bájame el calzoncillo… Pues con los dientes, ¿con qué si no? Espera, que me quito la camiseta… ¿te caes?, bueno, te sujeto por los hombros, así, en cuclillas… Tú tira, Rosa, tira, mi amor… Sí, ya sé que es difícil mantener el equilibrio mientras me lo bajas. Desde aquí arriba veo tu espalda y me parece tan erótica como la parte delantera de tu cuerpo. Tus manos amarradas a la espalda se retuercen como dos varas que terminan en las manos, repeliéndose entre sí, con los dedos estirados como alambres pareciendo brotar de la confluencia de tus nalgas sonrosadas… espera, que te llevo este mechón hacia atrás… Tienes las piernas dobladas como una rana, a punto de pegar un fabuloso salto.

—Ya está…, joder, qué cansado.

—Mis huevos, cariño. Déjamelos relucientes.

—Me dan asco todos estos pelos...

—Tú empieza sacando tu lengua, Rosa. Úntatela bien de saliva, quiero que salga de tu boca cargada de saliva, la quiero ver chorrear de saliva, quiero que mane de tus labios… así, bien, recorre el interior de mis piernas… toma ahora uno de mis testículos, sórbelo, es un delicioso caramelo que se deshace en tu boca… joder, qué bien lo haces… ¿dónde coño está la grabadora?... Tu lengua recorriendo mi polla me produce escalofríos. El glande roza con tu paladar…

—Ya sé cómo hacer una mamada, Alfonso. Pero estar en cuclillas, con las manos sujetas a la espalda, no es la mejor forma. Quítame el cinto, por favor.

—Te vas a volver a tocar.

—No, lo juro. Me duele mucho el culo; ya aprendí la lección, de verdad.

—Trae acá. Levanta. Se te estaban poniendo las manos rojas. Eres una burra, Rosa, tú misma te estabas cortando el riego sanguíneo… Junta los brazos..., más.

—¡Mierda!, cómo me duelen las manos…  Vale, tú ya te has divertido, ahora me toca a mí… Siéntate en la mesa, Alfonso… No, abre las piernas… joder, tengo las tetas manchadas de polvo. No, más al borde, siéntate en el borde… Abre más las piernas, coño.

[Rechinar y crujido intenso de madera]

—¿Qué haces? Me ibas a hacer una mamada…

—No quiero hacer una mamada a una polla con tanto pelo; me estaban entrando arcadas.

—Me ibas a hacer una mamada. Te desaté para hacerme una mamada… qué haces, ¿me das la espalda?... no me lo puedo creer. Me vas a follar, me vas a follar, Rosa. Te desaté para que me hicieses una mamada más cómodamente… espera, espera… ¡Dios, qué sensación!

—Cállate, joder, pareces un crío al que le hayan quitado su piruleta. Cógeme de la cintura mientras me muevo.

—Tienes el coño ardiendo, Rosa, se me va a abrasar la polla dentro de tu coño…

—Sígueme el ritmo… Alfonso… ¿para qué tienes las manos?..., joder, ¿no ves que me escurro? Agárreme bien.

—Espera, que te pongo …la melena hacia adelante… así, me hacía cosquillas en la nariz… joder, cuánto me gustaría verte… verte las tetas agitándose…, las noto golpeándome las manos…, revolviéndose entre mis dedos...

—El ritmo… Alfonso… Sígueme el ritmo.

—Tus uñas me hacen daño…, daño en los muslos, Rosa…, me estás clavando las uñas.

—Olvídate de mis uñas… apriétame las tetas…, más fuerte, más, más…

[Ruido acompasado de rechinar incesante de madera]

—Tu vientre, Rosa…

—¿Mi… vientre?

—Me volvías loco… con tu vientre… lo enseñabas… con esas camisetas… cortitas, dejando tu… ombligo al aire…

—¿Te gusta, eh?

—Más me gusta… esto que tienes abajo… esta mata de vello… recortado que parece…  parece apuntar a tu hen… a tu hendidura… señalando la entrada… dirigiendo la mirada… hacia más abajo… donde se juntan… tus piernas. Te… te veía el culo… con esos panta… pantaloncitos ceñidos…

—Babeabas con mi… mi culo, ¿verdad?

—Cuando andas… al andar… tus caderas se… se menean como dos… dos soles.

—Más rápido, Alfonso… más rápido, mi amor… sí, así, así… frótamelo bien… más, más…, mierda, joder…

[Rechinar acelerado de madera. Gemidos y gritos de Rosa]

—Dios, no pares… Alfonso, no pares… por tu ma… dios, dios… qué gusto, por dios… qué gusto… Dame tu polla, cariño, que te la voy a ordeñar como a una… ¡La mesa!

[Ruido de madera desgarrándose]

—¿Qué mesa? Tú dale, dale, dale…

—Alfonso, ¡la mesa se…!

[Crujido de madera desconchada y tuercas rebotando. Estruendo y pitido final. Ruido de estática. Fin del archivo de audio]

--Ginés Linares --