Gotas de vida (II)

-Disfrutaremos los dos, no te preocupes, dijo el Amo en voz alta-.

Ellos estaban sentados en el borde de la cama, acababan de tener una experiencia única, la primera de ella como futura sumisa de él. Ella había accedido a que el hombre la aleccionase, el hombre que más deseaba en el mundo y a quien soñaba someterse completamente. En esos momentos era la mujer más dichosa de la tierra.

El hombre, impecablemente vestido, empezó a hablar sentado a su lado. Sus fuertes manos gesticulaban suavemente a medida que salían de sus labios susurros y palabras que la iban embelesando e hipnotizando sin piedad.

Su mirada era de fuego, sus palabras alimento para su alma.

-¡Qué guapo es!-, se repetía ella, una y otra vez para sus adentros, suspirando, mientras la voz la embriagaba.

Amor, te voy a iniciar en la sumisión, -decía él-, como ya comentamos anteriormente al día de hoy, será una tarea conjunta, donde dolor y placer, entrega y protección, vayan estrechamente unidas de la mano.

-Ella flotaba, sonreía, se sentía entregada-.

Mientras le decía esto, él le acariciaba delicadamente el rostro con el dorso de una mano, el pelo, con la palma de la otra, y su cuello con el roce de sus pestañas.

La piel de ella se erizaba de vez en cuando, ya hubiese contacto físico o no, era el aura del hombre la que la mantenía en ese estado de excitación.

-Él seguía hablándole-, meciéndola con sus palabras, haciéndola sentir como en una nube elevada hacia el cielo por el delicado aliento de los ángeles.

-Algunas veces reirás, otras llorarás, otras sólo obedecerás a mis caprichos, en ocasiones sentirás el mayor de los goces, en otras la peor de las torturas, pero eso sí, sabiéndote siempre amada y cuidada por mí, y confiando en que no peligrará tu integridad física ni psíquica, y que esos miedos que tienes los iremos venciendo juntos, derribando tus muros poco a poco, con besos y azotes-, -seguía diciendo él-.

Ella escuchaba atenta, mientras temblaba de inquietud y deseo.

La palabra de seguridad, que será indispensable que exista como protección en todas y cada una de nuestras sesiones, va a ser el nombre de tu mascota, que es una palabra curiosa, y que su pronunciación provocará que se paralicen las actividades que esté desarrollando tu Amo,- “YO”-, y siempre deberá existir por si me excediese en mi celo de Dominante y tú no pudieses soportarlo, ya fuese debido a un malestar físico o mental. -¿Entendido cielo?-.-dijo él-

-Si no aguantas grita: -“BOLITA”- ¿Vale?-, Y pararé todo-.

-Sí, Amo-, contestó ella-

-Pues adelante niña, -dijo cambiando el tono de voz a uno diferente y casi desconocido para ella, pero que no dejaba de inquietarla y acariciar su alma al escucharlo-.

-“En pie”-. -Le dijo él-

Ella obedeció y se incorporó súbitamente de su cómodo aposento.

-Él paseaba mientras ella estaba erguida delante de la cama en la que horas antes la había depositado él tiernamente-.

Él iba caminando de un lado a otro de la habitación, hablando reposadamente y dirigiéndose a ella sólo cuando deseaba hacer énfasis a alguna de sus indicaciones. En su mano derecha llevaba ahora un cinturón doblado sobre sí mismo, haciéndolo chasquear por su curvatura, de vez en cuando, sobre la palma de su mano izquierda.

En esos instantes, ella sólo oía el eco de la voz del hombre, el sonido del roce de la tela del pantalón contra el aire denso del dormitorio, las pisadas de sus botas, resonando sobre el parquet como golpes de maza sobre la membrana de un tambor grave de Calanda, y el chasquido del insidioso cinturón pronosticando el sonido que ella suponía inminente en sus carnes.

-Ella tenía el vello erizado, sentía escalofríos al notar el aire que generaba él al pasar por su lado, casi rozándola-.

Él se acercó más a ella, le pasó la correa suavemente por su piel, deslizándola con indecencia desde la barbilla hasta el ombligo, desde un pecho al otro, haciendo incidir el borde del cinto una y otra vez sobre los abultados promontorios de sus senos rozándolos simplemente y provocando su erección. No dejaba de mirarla. Deseaba retener en su memoria todos y cada uno de los suspiros de ella.

-Él seguía hablando-. Ella escuchaba atentamente-.

-Derramaste el agua de las copas-,-le dijo-, -no pusiste atención a lo que te ordené, y cuando las cogí no quedaba ni una sola gota-.

  • ¡Eso merece un castigo!-.

-¿Estás de acuerdo? –le preguntó-.

-Pero… Señor-. –balbuceó ella-.

-Querida niña: ¡cualquier pretexto es bueno si yo deseo reprenderte!-, es gusto de Amo y… ¡me encantará hacerlo!-

  • ¿Entiendes?- dijo con una “medio-sonrisa” en sus labios-

-Sí Señor-

-Así me gusta-.

Ella se sentía más nerviosa a medida que pasaban los segundos ante la inquietud de lo que podía suceder. Tenía frío y se lo dijo a él.

-Señor, siento frío y tengo miedo-

Es normal que estés así, es la inquietud de lo desconocido lo que provoca en ti todas estas reacciones y algunas más que experimentarás luego. De todos modos, antes de que entres verdaderamente en calor, abrázate a mí.

-Ella se fundió con él en un apretado abrazo, fruto de su deseo y de su temor, hundiendo la cabeza en su pecho, y tiritando al tiempo que se iba sosegando. Él no dejaba de pasarle las manos por la espalda, el cuello, la cintura y por sus temblorosas nalgas. Aprovechó el instante para sentirla desnuda entre sus brazos, para disfrutar de ese cuerpo caliente y tembloroso que sentía ya entregado, ya suyo.

-Sin separarse de ella aprovechó para susurrarle: -“no tengas miedo”-, y mientras la atraía más hacia sí sus labios se volvieron a juntar.

-Ella pensaba que tal vez él no deseaba castigarla.-

Agarrada como la tenía, él le dijo de nuevo al oído: -¡déjate hacer, mi niña!-, y ella asintió esta vez sin temor-

-¿Aceptas el castigo que te voy a imponer sin saber cuál va a ser?-

-Ella, lo que no deseaba era dejar de oír su voz, ni de sentir sus manos-.

Sin atreverse a contrariarle, asintió sumisamente con un sencillo “-sí Amo-”.

¡Muy bien! ,-dijo él-

Te ataré las muñecas con una cuerda de algodón y te privaré de uno de tus sentidos. Eso hará que desarrolles más los otros y que sientas más intensamente.

Bien, -empecemos-, dijo él-,

No hables si no te pregunto-. -¿entendido?-

Ella asintió con la cabeza.

Nunca imaginó que un castigo de su Señor pudiese ser algo así, tan lleno de magia y sensualidad, tan salvaje, tierno, excitante, y… demencial.

Él le tapó los ojos con una cinta ancha de seda negra, anudándosela sobre la nuca.

Ella tenía los ojos vendados, pero sentía su corazón libre, lo sentía latir con más fuerza a cada minuto que pasaba.

-Sígueme- le indicó él-

La condujo al salón, ante la mesa del comedor, e izándola por la cintura la sentó sobre ella.

Con una habilidad pasmosa le ató las muñecas con la cuerda y la hizo tumbar boca arriba.

-Stzzzz…- chistó ella al sentir la frialdad de la mesa en su espalda-.

-Él hizo caso omiso a la protesta, ni siquiera la miró-.

Sujetando la soga, la obligó a que estirase los brazos juntos por detrás de su cabeza y la anudó a las patas de la mesa.

Quedó con el cuerpo estirado a lo largo de la madera, sus piernas colgaban desde sus rodillas, balanceándose. Él le cogió los pies y se los subió uno a uno hasta dejárselos descansando por los talones en el borde del mueble.

-Levanta las caderas y abre las piernas, –le dijo mientras colocaba un paño de tela debajo de ellas-. El olor del sexo de la chica perfumó el corto espacio que quedaba entre ella y él. -Él aspiró embriagado-,- ese aroma le provocaba siempre sensaciones muy apetecibles-.

-Disfrutaremos los dos, no te preocupes, dijo el Amo en voz alta-.

-Apóyate de nuevo y espera, no tardaré mucho.- le dijo-.

Salió de la estancia y tardó un buen rato en regresar.

Por la mente de ella pasaban mil y una imágenes, escenas que la atraían y que la atemorizaban, pero en la situación en la que estaba, ninguna la dejaba impasible. Ella se imaginaba en la mesa de sacrificios de una tribu perdida de alguna selva virgen, en donde nadie la podía rescatar de un atroz destino, siendo el juguete de todos y cada uno de los indígenas. En su cabecita resonaba el tam-tam del brujo de la tribu, veía cómo ellos se acercaban a ella, poco a poco, sentía incluso sus manos sujetándola, desgarrándole las ropas, desnudándola, abriéndole las piernas para forzarla, notaba cómo latía de aprisa su corazón. Olía a resina, a sudor, a barro, a macho excitado. Imaginaba cómo la violaban todos, y en ocasiones de tres en tres. En su imaginación gritaba a más no poder, podía hacerlo porque estaba en una selva y por más que gritase sabía que nadie la oiría. Se puso a sudar y a respirar fuerte, cuando pensó en que se le estaba acercando el hechicero con el puñal del sacrificio...

-Ayyyyyyyyyyyyyyyyyy…- gritó sobresaltada al sentir el roce de la mano de Su hombre sobre su abdomen-.

Ella no veía nada, llevaba la venda sobre sus ojos, y de repente dejando de soñar, sintió en vivo.

-Chssssssssst- ,- chistó él,- mientras le colocaba con una espátula, una generosa cantidad de cera virgen fundida, y a la temperatura apropiada para el depilado, sobre una zona de su pubis.

De hoy en adelante lo llevarás siempre limpio y suave, para que tu Señor pueda disfrutar cómodamente del sexo de su sumisa. -¿Está claro?-

-Sí Se-auuuuuuuuuuuuuuuuu- salió de su garganta mientras le era arrancado el vello de golpe con un tirón seco-. Hizo por cerrar las piernas como un acto reflejo, pero él se lo impidió con ambos brazos, adelantándose, como sabiendo su reacción de antemano.

El cuerpo de ella se arqueó y los pies resbalaban queriéndose salir de la mesa.

-Ni se te ocurra bajar los pies o cerrar las piernas. -¿Entendido?- dijo él.

Ella asintió con lágrimas en los ojos, el tirón la había pillado desprevenida.

Tras una segunda y una tercera aplicación de cera, dejó el sexo de la chica perfectamente liso y suave.

La piel enrojecida clamaba alivio, la venda de sus ojos se había humedecido, tanto de la confusión como del dolor que había sentido. Ella deseaba decirle a él que le ardía, que le dolía, que deseaba cerrar sus piernas; cuando sin esperarlo, sintió sobre sus labios vaginales una sentida palmada que le dejó temblando la zona recién depilada.

Esta vez no gritó, porque su inminente gemido fue sofocado por la intromisión del pene del hombre en su boca. Él se había incorporado al conjunto de la mesa, y casi sentado a horcajadas sobre la cara de ella, le iba introduciendo rítmicamente su miembro a medida que palmoteaba su vulva, hasta el punto de casi no poder soportarlo más, era demasiado fuerte el dolor y el ahogo.

Hizo que su cuerpo se agitase convulsamente, para demostrarle a él su malestar, ya que no podía ni articular palabra, ni pronunciar la palabra de seguridad, porque cuanto más abría la boca para protestar, gemir o gritar, más le introducía él su vástago hasta los confines de la epiglotis.

-Relájate y disfruta, vida- , - le dijo al percatarse de su brusquedad.

La sensación de ahogo y tos la controló él a la perfección con la cadencia de los  movimientos de su pelvis, la presión que ejercía y los momentos de descanso que le concedía, mientras observaba que la humedad del sexo de ella iba en aumento y visiblemente el paño de la mesa había cambiado de tonalidad.

El hombre, con su pelvis casi sobre la cara de ella, su cuerpo rozándola a vaivenes, y aplastando sus pechos sin miramientos, puso sus codos sobre la mesa a ambos lados de sus caderas, y le abrió las nalgas dejando el orificio anal al descubierto.

Él puso un dedo sobre su esfínter y empezó a presionar.

-Mmmmmmmmmm-, -mmmmmmmmmmmmmm-, intentaba protestar ella con el enorme miembro  de él en la boca. –El no le contestó-.

Él insistía e insistía, insalivaba e introducía el dedo, más adentro o más afuera, tanto dolía de una manera como de otra, hasta que dejó de doler,  e incomprensiblemente empezó a ser muy grato para ella.

-Más, más, más-, hubiese deseado decir ella, pero no podía-, tenía la boca muy llena-.

Su cuerpo se sacudía espasmódicamente, eran los preludios del orgasmo, pero él no dejaría que lo tuviese todavía.

Él se sentía casi en la cima, pero aguantaría. Aguantaría por su placer y el de ella.

Ella oyó un ruido de motor pequeño, notó un chorro de líquido fresco resbalar por sus pliegues sexuales, un cosquilleo en la entrada de su vagina, una vibración en su ano, y lentamente empezó a sentir cómo se iba introduciendo en ella un artefacto de considerables dimensiones, alojándose sin pedir permiso en el interior de sus dos conductos.

Sintió el vaivén del aparato, notó asombrada cómo su cuerpo daba cobijo a semejante engendro, de la mano de su Señor. Lo sintió vibrar y retorcerse dentro de ella.

Empezó a sentir en su boca el sabor del hombre, sus primeras gotas. Sintió los labios y la lengua de su Señor en su clítoris, lamiendo y rebuscando su placer por entre sus pliegues.

Ella se sentía morir de placer.

-¡Ahora!-, gritó él-. -¡Córrete!-.

Ella empezó a tener sacudidas por todo el cuerpo, empezó a correrse de forma brutal, sintiendo una triple penetración. Sus fluidos también salieron con fuerza de su orificio vaginal.

En la cumbre del orgasmo le vino a ella la oleada de semen de su Señor, casi en lo más profundo de su garganta.

-Mmmmmmmmmmmmmm-

-Mmmmmmmmmmmmmm-

Él, vencido, se desplomó sobre ella por unos instantes, para apartarse enseguida y tumbarse a su lado

Él le dijo: - compartamos nuestros jugos, bésame-.

Juntaron sus bocas, compartiéndolo todo.

Él le retiró la venda de sus ojos, extraordinariamente mojada, -diciéndole-:

Éstas son también gotas de vida que hemos disfrutado y sufrido juntos, como las otras, como toda la humedad que generan nuestros cuerpos debido a la intensidad de nuestros sentimientos.

-Nena, ya puedes hablar-, le dijo él.

-Señor… ¿puedo decirle que le amo?- le iba a preguntar ella, pero discretamente se lo calló.

  • Amo, me siento feliz-, - le dijo ella-. –Espero haberme comportado como la sumisa que desea-

Soy tu Amo, pero también soy tu hombre, tu amigo y tu compañero, –respondió él-, tendremos tiempo para todo… menos para aburrirnos, Mi niña adorada.

Ella nunca imaginó que un castigo de su Señor pudiese ser algo así, tan lleno de magia y sensualidad, tan salvaje, tierno, excitante, y… demencial.

Pero… ¿eso había sido el castigo? Conociéndole como empezaba a conocerle, sabía que con él nunca podría estar segura de nada… sólo de que quien mandaba era él, porque ella le había concedido ese poder sobre ella, voluntariamente.