Gordos de cabotaje (7)
PARTE VII: SUPERAMIGO. Vi algo en la oscuridad elevarse por encima del obeso cuerpo de Daniel, y ser lanzado hacia un automóvil estacionado a unos metros de allí.
GORDOS DE CABOTAJE (7)
PARTE VII: SUPERAMIGO
Me quedé petrificado.
Parecía haberse vuelto loco.
"Hola papi, cómo estás? Voy a orinar y ya vengo" dijo y se encerró en el baño.
Daniel estaba tan campante solamente en calzoncillos, descalzo y sin otra indumentaria encima.
Me moría de vergüenza por lo que podría pensar su padre.
No supe qué decir.
El padre habló.
"Bueno, veo que tu charla ha dado resultado con creces. Al menos ahora va a orinar y no a hacer "pis" o "pichí". Además te voy a informar, que ya te considera como de la familia, porque si no fuera así, jamás se dejaría ver por un extraño de la forma que lo acabas de ver. En casa siempre que hace calor, está vistiendo únicamente sus calzoncillos."
Respiré aliviado.
Cuando salió del baño, me despedí de padre e hijo con un apretón de manos.
Daniel me acompañó hasta la puerta, salimos ambos, entrecerró la puerta, observó que no había nadie en el pasillo del edificio, y me dio uno de sus besos de lengua más tiernos.
"Qué piensas hacer mañana domingo?" me preguntó.
"No he pensado en nada, por qué lo preguntas?"
"Si quieres ven a buscarme por la tarde, y te invito al cine." Me dijo.
"Bueno, a las 5 PM estoy por aquí." Dije y me fui a casa.
El domingo estuve ansioso todo el día hasta ir a lo de mi amigo.
El padre estaba durmiendo una siesta, por lo que me recibió Daniel mismo con otro beso de lengua.
"Sabes qué?" preguntó apenas sacó su lengua de mi boca."Ya me he masturbado tres veces yo solito." Contó como la gran hazaña que realmente era.
"Tres veces??? Y cómo te ha ido?" pregunté con real ganas de saber.
"Bastante bien. Pero nada se compara a cuando estoy contigo." "Por supuesto, eso ya te lo había dicho. Sólo lo debes usar cuando no te puedes aguantar. Para el resto del tiempo estoy yo." Le dije y ambos reímos.
Fue a buscar un abrigo, ya que el tiempo estaba un poco fresco, y salimos rumbo al cine.
Fuimos a ver "Crimen en el expreso de Oriente" basado en una novela de Agatha Christie y con un reparto multiestelar encabezado por Albert Finney como Hércule Poirot, Sean Connery, Ingrid Bergman, Richard Widmark, John Gielgud, Anthony Perkins, Jacqueline Bisset y Michael York, entre otros.
Paradójicamente, el cine era el Grand Rex de Buenos Aires, el mismo que me traía gratos recuerdos, pero no por lo cinematográfico en sí.
Pusimos nuestros abrigos encima nuestro, sólo que esta vez únicamente vimos la película que era excelente. Daniel me tomó de la mano cuando se apagaron las luces, y me la soltó recién cuando apareció el "THE END" en la pantalla.
Salimos del cine, fuimos a comer algo, y volvíamos a su apartamento.
En la esquina de su edificio hay una plaza, y nos quedamos un rato conversando allí.
A Daniel le vino un ataque de tos, y me dijo que ya se le iba a pasar en seguida. Me pidió que le comprara algunos caramelos de miel que le hacían bien para la carraspera.
Justo enfrente había un kiosko, y fui hacia allí.
Era casi la medianoche y estaba bastante oscuro, excepto por un par de lámparas de mercurio que apenas iluminaban el lugar, que posiblemente necesitaban una limpieza o alguna sustitución,.
Fui al kiosko y estaba pagando los caramelos, cuando escuché gritos.
Daniel estaba rodeado de tres muchachos, que lo estaban empujando.
Salí corriendo hacia ellos.
"Qué es lo que sucede?" pregunté.
"Aquí apareció el abogado defensor, verdad?" dijo uno, y me lanzó un puñetazo.
Lo esquivé pero no pude evitar el de otro que me sorprendió y me dio de lleno en la mandíbula.
Caí al piso, aturdido, cuando el que me golpeó extrajo de entre sus ropas un revólver.
Todo sucedió muy rápido.
Vi a Daniel tomándole el brazo fuertemente e interponiéndose entre el agresor y yo tapándome la vista totalmente con su humanidad, forcejeó con el individuo y escuché un disparo. Sentí algo parecido a cuando se quiebra una rama de árbol gruesa, gritos de dolor, y los dos restantes delincuentes que se dieron a la fuga en forma presurosa. Vi algo en la oscuridad elevarse por encima del obeso cuerpo de Daniel, y ser lanzado hacia un automóvil estacionado a unos metros de allí.
Me desmayé.
Cuando volví en mi. Estaba en el hospital. Con mi padre allí, sonriéndome.
"Papá, por favor, dónde está Daniel?" pregunté desesperado:"Cómo está él?"
"Él está bien, hijo. Está declarando en la comisaría. Ya llamó una docena de veces en menos de una hora preguntando por ti."
Entró el padre de Daniel, a la habitación.
"Hola Zesna, lindo susto nos diste." Dijo aliviado al verme recobrado.
"Sí estoy bien. Pero no sé lo qué pasó realmente. Todo fue tan rápido y yo estaba tirado en el piso, sin poder ver bien, y casi inconsciente. Pensé que le había pasado algo grave a Daniel. Es que escuché un disparo."
"Sí, yo vengo de la comisaría, donde él está terminando de declarar. Me pidió que viniera a verte, y él seguro que no va a demorar en venir. Parece que cuando vio al tipo sacar el revólver, se enloqueció y se puso entre él y tú, le sujetó el arma y para que lo soltara le dobló el brazo. Como no pudo y el arma se disparó al aire, enfurecido le quebró el brazo, lo levantó y lo lanzó lo más lejos que pudo."
"Dios mío, me asusté mucho cuando sonó el disparo, Qué sucedió luego?"
"El señor del kiosko ya había llamado a la policía, y llegaron en unos pocos minutos más. Pidieron una ambulancia y te trajeron para aquí."
"Apresaron al tipo del revolver?"
"Jajajaa, por supuesto, creo que no se va a poder mover por semanas. Además también ya encontraron a los otros dos."
"Papá, averigua si ya me puedo ir." Le rogué.
Mi padre salió de la habitación.
"Señor, estoy seguro que su hijo hoy me salvó la vida." Le dije con los ojos llenos de lágrimas.
"Sí, así parece." Dijo y agregó "Ya te dije que te quiere mucho, tú eres mucho más que un amigo para él."
Entró Daniel corriendo a la habitación.
Me vio y se abalanzó sobre mí abrazándome.
Su padre discretamente salió del cuarto.
"Me asusté mucho, Zesna. Por ti. Me muero si te pasa algo." Dijo sollozando.
"Estamos a mano, porque yo me muero si te pasa algo a ti." Agregué. "Por Dios santo, cómo se te ocurre ponerte delante de un delincuente con un arma?"
"No dudaría en volver a hacerlo ni por un instante. Cuando sacó el revólver, me enfurecí." Confesó. "Mira cómo un día tan lindo de repente se transformó casi en una tragedia."
"Y no fue tragedia gracias a ti, Daniel. Estoy seguro que no me va a alcanzar la vida para agradecértelo. No sólo salvaste mi vida, sino que me acabo de dar cuenta que no tengo un amigo, tengo un SUPERAMIGO." Ambos lloramos fuertemente abrazados, cuando vi a mi padre entrar a la habitación, y volver a salir inmediatamente sin articular la más mínima palabra.
"Hubiera dado gustosamente la vida por ti." Me susurró al oído.
"Menos mal que no hubo necesidad, porque sino, me hubiera muerto de tristeza tener que seguir viviendo si tu no estás conmigo." Le dije al oído y ambos nos miramos a los ojos y luego a los labios con unas ganas bárbaras de comernos a besos. No lo hicimos por temor a que alguien pudiera entrar de repente y nos viera.
Me dieron de alta, y Daniel y su padre a partir de ese día pasaron a formar parte, ahora oficialmente, de nuestra familia.
Tras el incidente, mi amistad con Daniel se fortaleció aún más todavía, y pasó a otro nivel. Los que nunca tuvieron la experiencia de una verdadera amistad es casi seguro que les va a resultar difícil entender.
Ya no teníamos ningún secreto entre nosotros. Absolutamente ninguno.
Al más mínimo dolor de muelas de alguno, el otro era el primero en saberlo.
Daniel llegó hasta avisarme antes de echarse un pedo.
Nos reímos, bautizando ese hecho como el colmo de la amistad.
Comenzamos a compartir nuestras habitaciones para pasar la noche juntos.
La primera vez que me quedé en su dormitorio, su padre pasó para allí un sofá cama que solía verse en la sala de estar, estando sólo para cuando yo me quedara a dormir en su departamento. Por supuesto que nunca lo usé. Daniel mismo era el que se encargaba de tirarse encima de las sábanas y moverse para que quedaran arrugadas, para simular que yo había dormido en ese lugar toda la noche.
No tenía la más mínima intención de dejarme dormir fuera de su cama, más cuando yo estaba a un paso de ella.
Otras veces era él quien se quedaba a dormir en mi habitación, que no era tan grande como la de él y como no teníamos ninguna cama extra reforzada, mi padre había puesto un colchón de dos plazas en el piso. En éste caso, también era Daniel el que se revolcaba en mi propia cama, para que pareciera que yo había pasado la noche en ella. Él no estaba dispuesto a permitirme no devolverle la cortesía de no dejarlo dormir sólo. Por supuesto que yo ni siquiera necesitaba de esa presión.
Cuando me quedaba en su apartamento, su padre me contaba intimidades de Daniel, cuando éste no estaba cerca para escuchar. Cosas como que era gracioso oírlo gritar cuando se masturbaba en el baño.
"Es como que no se da cuenta, o que en ese momento no le importa, pero parecen los gritos de Tarzán." Dijo, y reímos como cómplices.
Por supuesto que a Daniel le pregunté si cuando se masturbaba también gritaba como cuando le enseñé, y me dijo que sí.
"Pero tu padre no te escucha?" le pregunté.
"No lo sé, nunca me dijo nada." Expresó muy tranquilo.
La inocencia nunca se le quitaría del todo.
"Debes tener cuidado, bebé. Tu padre sí te escucha cuando te masturbas."
"Uy, qué vergüenza!" Me dijo poniéndose la cara del color del tomate.
Un día, estando en la tienda, llegó Daniel corriendo con sus saltitos, preguntándome al oído si teníamos talles de prendas como para él.
"Por supuesto." Le dije. "Qué estas necesitando?"
"Vengo a última hora y me fijo lo que tienes, sí?" Noté que lo cohibían nuestros vendedores.
"Bueno, ven cuando todos se hayan ido, y te atiendo yo mismo." Le dije para tranquilizarlo.
"Eso es lo que quería decir. Sólo quiero que me atiendas tú." Y se retiró.
Luego de la hora del cierre, esperé media hora más para que Daniel dejara su trabajo en la librería, y acudiera a mi tienda.
Lo hizo pasadas las 8 PM.
"Estoy necesitando un par de camisas. Un pantalón de vestir, y si tienes, una campera." Me dijo como dudando si hubieran las medidas necesarias para él.
"Sí, ya te había dicho que tenemos talles grandes." Le dije para tranquilizarlo.
"Es que yo soy, muy grande." Me dijo realzando el "muy".
"Te piensas que no lo sé aún?" Le dije en tono desafiante. "pasa al probador y sácate la ropa. No necesitas calzoncillos también?"
"No, ya tengo suficientes por el momento. " me dijo.
Pasó al probador, y comenzó a sacarse la ropa con la puerta abierta.
Yo me quedé viéndolo cómo lo hacía sin preocuparse por estar yo mirándolo. Seguía sin acostumbrarme todavía a la idea de que éste era el mismo Daniel que me hizo apagar la luz porque se moría de vergüenza en nuestra primera vez en la librería. Toda vez que lo veía desnudarse delante de mi, así tan desinhibido, invariablemente me venía a la mente ese mismo pensamiento.
Quedó en calzoncillos.
"Quítatelos también" le dije.
Sin decir palabra alguna, lo hizo.
No era divino?
Salí un momento, y volví con su pedido, más un calzoncillos nuevo.
"Te tengo que pedir un favor, Daniel. "le dije. "Quiero de recuerdo tu calzoncillos usado. Quiero olerte cuando tú no estás conmigo."
Se me acercó, me lo entregó y me abrazó. Estaba emocionado, y yo muy excitado.
Le palpé la entrepierna, y su miembro recién comenzó a responder al estímulo. Me agaché y comencé a hurgar sus genitales, hasta que apareció una cabeza pequeñita pero ya totalmente endurecida por sobre sus testículos. Estando parado, le era más difícil poder sacar más pene de dentro de su abdomen.
Eso a mi nunca me preocupó. En realidad yo siempre prefiero chupar uno minúsculo como si fuera un caramelo. El tamaño para mi, nunca fue lo más importante, salvo que se hablara de todo el cuerpo.
Me arrodillé, le besé los testículos y el miembro, y me lo introduje en la boca
con su glande al descubierto, chupando con fruición. Fue en ese preciso momento cuando me percato que él estaba viendo todo lo que le estaba haciendo por el espejo del probador. Esta era la primera vez que me veía haciéndolo. Le hice un guiño con el ojo derecho y continué con mi tarea. Sonrió.
Volví a rozarle el ano con un dedo, mientras comenzaron los jadeos y reacciones varias de Daniel.
Él comenzó a seguir mis chupadas con movimientos de vaivén de su pelvis como queriendo sacar más pene de dentro suyo. Tal cual como si estuviera haciéndole el amor a mi boca golosa.
Con mi otra mano, le apretujé los testículos, estirándoselos hasta que pensé que lo lastimaba.
Seguí chupándolo, y comenzaron los alaridos y gritos varios, que me indicaron que se aproximaba el conocido final de un momento a otro.
Nuevamente, sentí hincharse el pequeño trozo de pene que le salía del abdomen justo por debajo de su glande. Otra vez sentí correr su esperma por todo el trayecto de su miembro hasta que su cabeza lo escupió dentro de mi boca. Mi garganta sedienta se engulló hasta la última gota sin desperdiciar ninguna, como casi la mayoría de las veces anteriores.
Su crema estaba deliciosa.
"Ay, mi amor. Cada día estás más rico.?" Le dije honestamente.
"Esto me va a hacer ganar algún descuento extra?" Preguntó con su mejor cara de pícaro, y morimos de carcajadas.
Le probé la ropa interior nueva. Cuando le ayudé a ponerse los pantalones, no le entraron y tuve que ir a buscar dos talles más.
Igual sucedió con la camisa. Otros dos talles más.
"Es que soy muuuuuy grande." insistió.
Le traje la campera más grande que teníamos y le cupo sin problemas.
Tomé los calzoncillos que me había entregado, los que trajo puestos.
Los olí.
No tenía aroma feo en absoluto. Daniel era una persona extremadamente pulcra.
Tenía impregnado su leve perfume, y un poco de su transpiración, saladita.
Me volví a excitar.
Él se dio cuenta, y me palpó la entrepierna para descubrir mi erección.
Me bajó el cierre del pantalón. Introdujo la mano por mi bragueta.
Se chocó con mi slip, y lo esquivó hasta tomar con fuerza mi miembro hecho roca.
Lo sacó hasta que vio la luz del probador.
Lo lamió.
Me quitó la piel de la cabeza.
Volvió a lamer.
Lo tocó con sus labios, y me lo besó.
Era muy tierno. Siempre me besaba los genitales.
Se lo metió en la boca, y comenzó a pasarle la lengua. Cada vez más rápido.
Ahora empezó a chuparla. Despacio al comienzo, más rápido luego.
El tamaño mío era descomunal, no demasiado grueso, pero largo y extremadamente duro. Tan duro que a veces tenía miedo que un mal movimiento me la fuera a quebrar.
De pronto, Daniel comenzó a introducírsela más dentro de su boca. En dirección a su garganta.
"Qué haces?" le pregunté.
"Quiero tomarte la leche." Me rogó.
No estaba muy seguro, pero decidí que le daría el gusto esta vez.
Él mismo se hacía golpear la puerta de su garganta con mi miembro. Parecía como que se la quisiera tragar literalmente.
Me llevó ambas manos a las nalgas, y me comenzó a empujar contra él, al compás de sus arremetidas con la boca.
Parecía que le había tomado desesperación al asunto.
Cuando estuve a punto de eyacular, le avisé.
"Estoy a punto, bebé. Me vengo en cualquier momento. En verdad quieres tragártela." Le dije ya al borde de la explosión.
Sólo asintió con la cabeza sin detenerse ni con la mamada ni con los movimientos ahora frenéticos.
Comencé a tener espasmos unos segundos antes de eyacular.
Lo hice íntegramente dentro de su boca.
Sentí que aceleró las chupadas, mientras tragaba.
Le gustaba.
Finalizó lamiéndome el glande, para tomarse hasta la última gotita y dejarme el miembro completamente seco, como yo había hecho con el suyo unos minutos antes.
Yo estaba exhausto.
Él ya estaba a punto nuevamente.
"Estoy duro nuevamente." Me dijo como desconcertado.
Y sí, fue muy excitante lo que hizo.
"Quieres masturbarte?" Le pregunté. "Hazlo para mi."
Intentó, pero no pudo hacerlo de parado.
Fui a buscar una silla. La metí dentro del probador.
Se sentó sobre ella, yo me senté sobre su muslo derecho, y con una mano le sostenía los testículos suavemente, y con la otra le apretujaba uno de los pezones.
Se masturbó.
No demoró ni dos minutos en eyacular nuevamente.
Ésta vez, le pedí que lo hiciera en los calzoncillos que me había regalado, y con el mismo lo terminé de secar.
Ahora lo volví a oler. Ahora me gustaba más.
Llegamos a su apartamento casi a medianoche.
Dormí con él abrazado como casi todas las noches.
Me desperté en la madrugada.
Fui a orinar.
Al volver lo vi dormido, emitiendo sus ronquidos sordos, con una sonrisa dibujada en su rostro.
Él era mi amigo, mi SUPERAMIGO.
Esto era muy fuerte.
Le acaricié el cabello.
Cómo amaba a esta persona!
Me preguntaba si este sentimiento iba a ser eterno.
Eterno por parte de ambos.
Hoy día, mi respuesta es "SÍ", y estoy seguro que también es la de él.
Pero no contaba en ese momento con el terrible sacrificio que me vi obligado a hacer por el verdadero amor, amor de otro mundo que le tenía a mi superamigo.
CONCLUIRÁ.
Comentarios a zesna@lycos.com
Gordos y admiradores, no duden en escribirme.