Gordos de cabotaje (4)
Acaricié en círculos de derecha a izquierda, y tomé el rollo de su teta derecha que caía y se iba agigantando a medida que se acercaba a su axila.
GORDOS DE CABOTAJE (4)
PARTE IV: PÁNICO
Comimos las pizzas, que aunque ya frías, eran las más ricas del mundo.
Ningún comentario de lo ocurrido había surgido durante la cena hasta ese momento. Sólo miradas cómplices, y estallidos de risas y carcajadas denotando mucho nerviosismo de ambas partes.
Una mancha de salsa asomó entre la comisura de sus labios. Se la quité con el dedo, y me la llevé a mi propia boca, saboreándola.
"Ay..., cómo se te ocurre hacer eso?" dijo con una mueca de asco en su rostro.
Eructé.
"Definitivamente eres un cerdo." continuó y soltó otra carcajada.
"No sabes lo tan cerdo que puedo llegar a ser:" contesté, estando muy seguro que no iba a entender a qué me refería en realidad.
"Te puedo contar un secreto?" preguntó.
"No, le dije. No quiero un secreto. Quiero que me cuentes absolutamente todos tus secretos." Dije y sonreí.
Se puso colorado de vergüenza.
"Nunca le había dado un beso así a nadie." confesó.
Ya me había dicho en alguna oportunidad que nunca había tenido novia, y cada vez que tocábamos el tema se ponía nervioso y los colores le subían al rostro.
"Te puedo pedir algo pero sin que te enojes?" pregunté. "Quiero saber todo de ti. Absolutamente todo, así yo también podré contarte mis secretos, que los tengo. Me gustaría compartir contigo las cosas más íntimas que me suceden. Pero quiero que sea recíproco. Quiero saber cuáles son las cosas que nunca le has contado a nadie. Todo lo que te dé vergüenza decirle a otras personas. Eso es lo que quiero que me cuentes. Realmente me gustaría mucho"
"A mi también, pero hay temas que me cuestan muchísimo." Dijo tímidamente, ahora bajando la cabeza.
"Como cuáles, por ejemplo?" pregunté esperando escuchar de su boca una respuesta que ya avisoraba.
"Todo sobre el sexo." Y se ruborizó aún más.
"Me encantaría conocer todo lo concerniente a tu sexualidad." le dije sinceramente y en voz muy baja, como preservando la intimidad.
"Ay, no. Me da mucha vergüenza." Dijo como pidiéndome que no insistiera.
"Bueno, como tú desees, pero realmente me gustaría saber. Me encantaría que confiaras en mi. Pero prefiero que no hagas ni digas lo que tú no quieras." Estaba siendo realmente honesto.
"Es que soy muy quedado." Me dijo, y no entendí a qué se refería. "Me da mucha vergüenza mi propio cuerpo, y por lo tanto no me gusta que me vean." Continuó. " Eso impide que me relacione con la gente. Soy muy solitario. No voy a clubes, ni a piscinas, ni a la playa. La gente no deja de mirarme raro cuando estoy vestido y no quiero ni siquiera saber cómo me mirarían si estuviera con mis tetas al aire." Se le llenaron los ojos de lágrimas. "Por eso nunca tuve ninguna novia, ni nunca la tendré" Concluyó.
"Y tampoco tuviste novio?" pregunté.
"Nooooooo." Dijo sobresaltándose. "Estás loco? Qué te piensas, que soy marica? Cómo se te ocurre semejante barbaridad?" ahora visiblemente horrorizado.
Me acerqué a él que sollozaba. Le sequé un par de lágrimas con los dedos, y me los lamí, ante la cara de sorpresa de él.
"Tú piensas que yo soy marica?" pregunté.
"No, por Dios no. Claro que no." Dijo balbuceando. "Lo eres?" preguntó luego de un rato de mirarme.
"No." le contesté honestamente. "No lo soy. Sólo me vuelven loco..."y no terminé la frase. Lo miraba directamente a los ojos. Él bajaba la mirada y cuando la volvía a subir, yo continuaba mirando esos hermosos húmedos ojitos verdes.
Nuevamente acerqué mi boca lo más cerca de la suya. Nuestros alientos estaban muy acelerados y los jadeos de ambos se escuchaban al unísono.
Sólo apoyé mis labios sobre los suyos, y él respondió con un corto beso. No retiré mis labios. Sentí otro beso, y otro más. Un tercero.
Finalmente le di uno yo.
"A ti te parece que esto que estamos haciendo es de maricas?" Le pregunté aún rozándole sus labios con los míos.
"No, para nada, pero igual que no se entere mi padre, por las dudas, si?" Dijo y ambos soltamos una carcajada.
Me gustaban las contestaciones de Daniel, siempre muy ocurrentes. Solían ser muy oportunas y dignas de mi admiración porque le brotaban en forma muy natural y sin pensarlas e inevitablemente siempre me causaban mucha gracia.
"Sabes que entiendo como te sientes, pero no comparto para nada lo que me dices." Comencé diciendo, y se asombró. "Tú no tienes por qué cambiar, salvo que tú quieras. Siempre hay alguien que nos va a aceptar como somos. Sólo hay que encontrar a esa persona. Si alguien no gusta de ti, todo bien. Punto, y buscas a la persona que sí lo haga."
"Y tú eres la persona que me va aceptar como soy?" dijo desafiándome.
"Todo podría ser. Somos amigos y quiero ser más amigo tuyo aún. El mejor. El único. Continuar compartiendo más cosas contigo todavía. Amigo para todo." Sólo me dejaba llevar como en un automóvil por la pendiente.
"Ya lo eres. No tengo más amigos que tú." Confesó.
"Y estás triste por eso?" pregunté.
"No, para nada. Estaba triste antes de conocerte. Ahora no."
"Quiero que me pidas todo lo que necesites. Sabes que me gustaría darte todo lo que me pidas." Hice una pausa, y me animé a preguntar "Qué me pedirías tú?"
"En este momento, que me des un abrazo muy fuerte." Fue casi un ruego.
Intenté en vano hacerlo por las dimensiones de mi amigo. Mis brazos intentaban torpemente llegar a su espalda, y no lo logré por ninguno de los dos costados. Entonces fui donde su cuello, y allí sí junte mis brazos alrededor de él.
Mis labios estaban ahora sobre sus orejas.
"Cuéntame qué cosas son las que te excitan." Le susurré al oído.
"Qué es eso?" Preguntó con sorpresa.
"No sabes lo que es estar excitado? Nunca te has masturbado?" toqué ese tema por primera vez. "Sabes qué es masturbarse?"
"No." Contestó, adivinando que se había ruborizado nuevamente, ya que continuaba sobre su oído como para darle mayor intimidad a la conversación.
"Dios mío" pensé.
"Has tenido erecciones, verdad? " dije finalmente luego de recuperarme de la sorpresa, y esperé una respuesta que no llegó. "Sabes qué son las erecciones?"
La respuesta negativa me sorprendió sobremanera.
"Es cuando se te pone dura allá abajo." Me vi como explicándole a un niñito acerca del tema del sexo, y una oleada de emoción y ternura me embargó de repente. Mis ojos se llenaron de lágrimas. "Se te ha puesto dura algunas veces, verdad?" pregunté al final no queriendo aventurar una respuesta.
"Si. "contestó." Algunas veces, sí." Confesó. Y noté que su voz también se había convertido en susurro. Adivinaba que estaba más cómodo de esta manera. Era todo más íntimo. Entre amigos verdaderos hablando de temas muy confidenciales.
"Y qué haces cuando se te pone así?"
"Por lo general voy a hacer pichí, y se me pasa. Por qué?"
"Hoy se te puso dura en algún momento?" pregunté con muchísimas ganas de saber realmente.
"Sí. Dos veces. Cuando nos abrazamos. Te acuerdas cuando te mojé todo con mi transpiración y fui al baño? Hice pis y se me volvió a la normalidad. Y la segunda vez fue cuando estábamos luchando y me ganaste." "No, no te gané, me dejaste ganar. Lo hiciste porque estabas duro, verdad?"
"Sí, estaba muy duro. Pero lo hice porque me gustaba estar así. Para quedarnos en esa posición por unos momentos. Has visto que no fui a hacer pichí? No quería que se me bajara porque por primera vez estaba disfrutando de estar así." Confesó.
"Y qué otra cosa fuera de lo normal te sucedió cuando se te puso dura hoy?" pregunté conociendo la repuesta.
"Sí, algo muy extraño me sucedió las dos veces. Además de dura se me humedeció. Cuando fui a hacer pis noté que estaba todo mojado. Como si me hubiese puesto clara de un huevo. Me asusté mucho. Nunca me había pasado antes."
Me reí por dentro, porque "clara de un huevo" definía exactamente el líquido preseminal, y nunca se me había ocurrido anteriormente compararlo con algo tan cotidiano que daba real idea del asunto. Mismo color, misma textura, misma apariencia al tacto.
"Sí, casi como la clara del huevo" dije "excepto por el gusto."
"Puaj!!!! Lo has probado? Qué asco:" dijo, y me apartó de su cara de un empujón pero sosteniéndome para que no me cayera.
"Sí, y no sabes lo rico que es." Le dije pasándome la lengua alrededor de los labios.
"Estás bromeando, verdad?" No sé si la cara que puso era de asco, de susto o de algo más.
"No, para nada. Estás mojadito ahora?" pregunté.
"Sí."
"Me dejas probar?" pregunté rogando que me lo permitiera.
"No, estás loco?" me dijo. Haciéndome adivinar que debería tener mucha más paciencia aún. No deseaba asustarlo, y creo que lo estaba aterrorizando.
Finalmente se dio cuenta que yo no estaba bromeando.
Ahora fue él el que me abrazó muy fuerte, demostrando su afecto.
"Zesna. "me dijo. "Tengo mucho miedo."
No tenía miedo.
Tenía pánico.
Un sentimiento de protección me inundó. Quería comerlo a besos, acariciarlo como nunca nadie lo había hecho. Pero sobre todo quería cuidarlo. Necesitaba hacerlo.
"Por qué?" Pregunté. "Me tienes miedo a mi?"
"No. Tengo miedo de lo que me está pasando. Tengo sensaciones completamente nuevas que nunca antes había experimentado. Y no sé cómo responder a ellas. Es la primera vez que me siento como si fuera un niño en este cuerpo de adulto, y no sé cómo reaccionar."
"Mira, quiero que seas sincero conmigo como estoy seguro que siempre lo has sido. Te gusta lo que te sucede? Te agradan esas sensaciones que te atemorizan? Te sientes cómodo conmigo?"
"Sí, sí, sí. Sólo que no sé cómo reaccionar. Parezco un gordo pelotudo que no sabe nada de la vida. Y es toda mi culpa. Mi padre muchas veces me quiso hablar de temas relacionados con la sexualidad. Y yo siempre me ponía mal. En todas las ocasiones, buscaba una excusa para terminar la conversación. Él se daba cuenta, me abrazaba y me decía que continuaríamos en otra oportunidad, porque se daba cuenta que estaba incómodo. Y yo nunca quería retomar el tema. Eso me deprimía. Luego falleció mi madre, y me deprimí aún más. Es que cuando estoy ansioso o deprimido, me da por comer. Soy muy gordo desde niño y me da vergüenza. No quiero ser tan gordo."
"Sabes una cosa? Sabes por qué somos amigos tú y yo?"
"No."
"Porque eres así de gordo."
Puso su mejor cara de sorpresa que casi se la rompo de un beso.
"Sabes que yo debuté sexualmente con un profesor que era igual de gordo que tú. Siempre me han atraído los muy gordos." Y enfaticé el "muy" para que no le quedaran dudas. " No hablo de gorditos piel y huesos. Hablo de tamaños como el tuyo. Y sabes cuál es la conclusión a la que estoy llegando? Que en principio el tema que me atrae es el cuerpo, pero después cuando me entero que el corazón y la ternura de la persona gorda es directamente proporcional al tamaño del culo o de las tetas, sencillamente me enamoro de ella, exactamente como en tu caso."
"Pero no ves que eres muy dulce?" y apretó el abrazo aún más. "Nunca me habían dicho un piropo." Y escuché su risita nerviosa que contesté con la mía por la ocurrencia.
Estuvimos abrazados durante bastante tiempo, sin emitir palabra.
"Sigues mojado y durito? "Le pregunté de repente.
"Es que tienes la idea fija o qué?" preguntó bromeando.
"Es que como amigo quiero terminar de conocerte por completo, y no voy a cesar en mi intento hasta conseguirlo." Dije con una sonrisa.
"Pues, no. No te enojes, pero no sé si me voy a sentir cómodo. Ya sabes que me da vergüenza." Dijo sinceramente, pero esta vez no se ruborizó como antes.
"Bueno, pero no sientes curiosidad por descubrirlo? Estoy muy seguro que conmigo estarás muy cómodo." enfaticé.
"Ánda, déjame ya en paz. "Dijo, forzando una cara de enojo, y riéndose enseguida de su actuación."
"Quieres que te obligue?" se me ocurrió decirle. "Ya sabes que no puedes conmigo." Lo desafié.
"Jajajajaja. No pienses que siempre te voy a dejar ganar."
Y dicho esto, me separé de él, y nos pusimos en posición de lucha.
Nos tomamos de las manos como lo hacen los que practican lucha libre. Forcejeamos. Bueno, es un decir, porque más bien lo mío fue un intento de forcejeo, ya que no tenía absolutamente nada que hacer ante la fuerza descomunal de Daniel. Pero ante mi asombro, se dejó caer al piso.
Me tiré encima de él esperando que iniciara el conteo nuevamente, y en vez de eso, sorpresivamente me levantó con sus brazos como una pluma, me puso sobre el piso de espaldas, apoyó uno de sus gruesos muslos sobre mis piernas, y con uno de sus enormes brazos apretó el mío contra mi propio cuerpo, y me dejó completamente inmóvil.
"Es que ya comienzas con a contar, o qué?" me dijo sonriendo." Ya te dije que no siempre te iba a dejar ganar."
La posición en la que estaba, sumado al peso de Daniel que solamente tenía un brazo y un muslo encima mío, hicieron que me excitara de una forma impresionante.
Ahora era él que tenía su cara pegada a la mía. Aspirando mi aliento.
"Cuenta." Me ordenó mirándome a los ojos.
Y no cejó en su cometido hasta que finalmente lo hice.
"Uno, dos, tres. Ganador Daniel." Dije sin siquiera poder despegar mis brazos aprisionados contra mi cuerpo, como para acompañar el conteo.
Me regaló un besito corto en los labios, y yo se lo compensé con otro.
Seguimos mirándonos por un rato más en esa posición, y de repente sentí sus manos sobre mi entrepierna.
"No, por Dios. Qué es esto?" Dijo horrorizado, separándose de inmediato y huyendo de mí.
"Qué te pasa?" le dije preocupado, cayendo en la cuenta que lo había asustado mi terrible erección." Eso que has tocado es mi erección. Y me encantaría sentir la tuya."
"No", me dijo ."No es lo que tú piensas? Te vas a decepcionar de mi."
"Tú no sabes lo que yo pienso."
"Eso que tú tienes es una monstruosidad. Tendrías que haber traído una lupa para ver lo mío"
Otra vez con sus ocurrencias.
"Me dejas tocar tus pechos, aunque sea? Ya vas a ver que yo te gano en una sola cosa, y tú me ganas en todo lo demás." Le dije, ahora con una excitación que comenzaba a descontrolarse.
Sin esperar respuesta, desabroché dos botones de mi propia camisa, le tomé su mano gorda y se la guié hasta mi pecho. La apoyó allí, y medio temeroso, comenzó a moverla. Cuando ganó más confianza, suplantó la mano por el dedo pulgar e índice y con ellos buscó mi pezón derecho, y lo acarició.
"Te gusta?" pregunté.
Asintió con la cabeza en silencio.
"Y no me vas a permitir a mi sentir lo mismo que tú?" Pregunté con malicia." No te vas a permitir mojarte como yo."
"Ya lo estoy." me dijo, y se desabotonó la parte superior de su camisa.
El líquido preseminal que despedía mi miembro, comenzó a inundar literalmente mis calzoncillos.
Esperó a que yo mismo introdujera la mano. Pero no lo hice.
"Guíame." Le pedí.
No sé si era perverso con él, pero lo que más me gustaba era la sensación de que cuidaba y protegía a Daniel y que al mismo tiempo sentía que él era demasiado fuerte como para ponerme fuera de combate sólo con su dedo.
Proteger y sentirme protegido?
Tal vez.
Lo cierto era que ahora su mano tomó la mía y juntas ingresaron hacia ese descomunal torso.
No era lampiño, ni muy peludo. Apenas unos pocos pelitos cubrían el centro de su pecho. Me dejó la mano allí y retiró la suya. Acaricié en círculos de derecha a izquierda, y tomé el rollo de su teta derecha que caía y se iba agigantando a medida que se acercaba a su axila, el cual seguí hasta notar que se perdía por debajo de su brazo.
Volví por su pezón derecho. Lo toqué y quedé igualmente sorprendido que cuando él tocó mi entrepierna.
"Ves?." Le dije. "Yo muy lejos de espantarme, me gusta que lo tengas inmensamente más grande que el mío."
La aureola parecía ser gigantesca, y el pezón propiamente dicho estaba erecto y era del tamaño de una de mis falanges. Toqué con dos de mis dedos, y presioné delicadamente.
La sangre me hervía literalmente.
"Por favor, Daniel, quítate la camisa. Te lo suplico. Y no sigas diciéndome que todavía tienes vergüenza" Le rogué completamente desesperado.
"Ay, no. No seas malo. Es que...." Continuó en lo que parecía la excusa de nunca acabar.
"Apaga la luz, si quieres." Se me ocurrió de repente. " Pero por favor. No sabes lo mucho que me gustaría sentirte sin camisa." Y dicho esto, me quité la mía.
La respiración de él creció en intensidad. Eso era un muy buen augurio. Fue hacia la llave de la luz, y la bajó. Quedamos en penumbras.
"Déjame quitártela a mi." Le pedí.
Se acercó, y se entregó a mis desesperadas manos, que lo trataron con dulzura.
Le quité la camisa de dentro de sus pantalones. Tuve que ponerme detrás de él para poder hacerlo con la parte trasera.
Le desabotoné el resto de la camisa.
Se la quité.
Olí esa camisa húmeda que despedía un agradable aroma a su desodorante.
Apoyé mi cuerpo desnudo sobre el suyo. Sentí su piel muy caliente y al mismo tiempo escalofríos de la excitación que me ponían los pelos de punta.
Refregué mis pechos contra los de él.
Toqué nuevamente los pezones.
"Qué estás haciendo?" preguntó, sintiendo que no eran mis dedos los que le tocaban los pechos en ese momento.
"Te estoy lamiendo." Dije, y agregué mis labios a la tarea.
Unos gemidos se le escaparon de la boca.
Chupé ese pezón como si fuera un bebé en busca de leche.
"Sabes que estoy muy duro?." Confesó.
Acerqué mi mano a su muslo, e intenté subir hasta su entrepierna. Tenía las piernas juntas y apretadas, y eso me impedía llegar a donde yo quería.
Le tomé el cinturón, y traté de desabrochárselo.
Tomó mi mano con la suya para impedírmelo.
"Por favor." Le supliqué.
"Nunca me vas a lastimar, verdad?" preguntó visiblemente asustado.
"Te lo juro, Daniel. Nadie te va a cuidar más que yo." Le aseguré.
Y noté que apartó su mano de la mía como resignándose al fin a darme lo más preciado sin oponer resistencia.
Sólo le aflojé el cinto, y sus pantalones cayeron directamente hasta al piso por su propio peso.
Palpé su entrepierna, y toqué sus calzoncillos inmensos completamente mojados. Aún continuaba con sus muslos apretados entre sí.
Intenté introducir mi mano, y no pude.
"Me quieres mucho? Tanto como yo a ti, verdad?" volvió a preguntar temblorosamente.
"Sí, mi bebé." Le confesé. "Muchísimo."
Acto seguido, separó un poco las piernas, y permitió a mi mano pasar.
Introduje mis dedos por dentro de su prenda interior.
Daniel estaba temblando de miedo. Sospeché que era miedo a lo desconocido, porque igual me permitía seguir adelante.
Volví a los susurros, que lo hacía sentirse más cómodo y lo tranquilicé diciéndole que no tenía nada por qué temer.
Palpé su abultado vientre. Lo acaricié, y seguí cuesta abajo.
Unos pocos vellos púbicos muy separados se enredaron en mis dedos. Toqué finalmente una protuberancia minúscula, pero extremadamente mojada. Apenas lo toqué, la reacción de él fue de retirarse con un sobresalto. Lejos de darme por vencido, y siempre con susurros insistí con mi mano y le pregunté si quería que continuara o no.
Me contestó abriendo más las piernas, y tomé con mi mano su miembro diminuto y sus testículos pequeños.
Ahora sí, finalmente se estaba entregando completamente a mi.