Gordos de cabotaje (3)

...divisé un gordito más o menos de mi edad, carita de niño, cuerpo de superchubby, grande, inmenso, con pechos y trasero muy abultados...

GORDOS DE CABOTAJE (3)

CAPITULO III: UN REPENTINO CAMBIO DE PLANES

Con mis 18 años recién cumplidos, hice un balance de mi situación.

Estaba en un país que me era desconocido, pero por suerte no tenía problemas con el idioma ni con las costumbres.

Hacía una semana que estaba a cargo de un flamante comercio de ropa casual en pleno centro comercial de una de las provincias de Buenos Aires.

Mi padre y su socio seguían trabajando con la distribuidora, que les iba funcionando en forma muy próspera.

Ya había debutado sexualmente de la manera más hermosa tres años antes con la persona que parecía haber salido de uno de mis sueños.

En estos momentos, tenía a alguien que también me movía los cimientos con sólo estar cerca de él, pero la relación no iba más allá de juegos con distintos grados de peligrosidad. Llámese juegos a los manoseos, franeleos o masturbaciones. Llámese peligrosidad al hecho de que siempre estaba rondando alguna persona que permanecía inevitablemente ajena a nuestro irrefrenable impulso lujurioso. O bien era mi padre, o alguna otra persona víctima del azar, o bien como en el caso del cine, una multitud. El hecho no dejaba de presentar un costado excitante, además de morboso. La adrenalina de estar a punto de ser descubiertos en cualquier momento, le agregaba una salsita diferente al asunto.

Pero nada más.

Sin compromisos. Sin amor. Como eran sus reglas.

Nunca un beso. Jamás conocí el sabor de su lengua.

Nunca nos desnudamos plenamente frente a frente, con la excepción, claro está, de lo que sucedió en el primer capítulo de la historia, en mi propia cama antes del viaje. Pero como en esa oportunidad habíamos estado abrazados sin tocarnos, y no habíamos visto nuestros cuerpos completamente sin ropa, eso no contaba.

Lo del cine fue realmente algo fuera de lo común, pero también estuvo todo oculto en las penumbras.

Lo posterior no pasó más allá de alguna sacudida en los depósitos de la distribuidora, con mi padre casi siempre dando vueltas por allí. Algunas veces llegando al clímax, volviendo a vaciarnos en nuestros mutuos pañuelos, o en el peor de los casos dejándonos calientes por el resto del día con impulsos irrefrenables de toqueteos por encima de los pantalones, con el sólo fin, nada detestable por cierto, de sentir en nuestra propia mano el sexo erecto del otro. Eso me llevaba con desesperación a desear el momento de llegar a casa por la noche para terminar el trabajo en el baño.

Siempre así de apurados y con esa extraña sensación de que alguien nos viera en esas incómodas posiciones de un momento a otro.

Nunca una mamada, nunca una penetración.

Lo que se dice, para que quede claro, siempre el mismo jugueteo, que con el correr del tiempo se volvió rutina; tan así, que dejaron de colmarme el apetito.

Definitivamente, esa relación no iba a prosperar.

Estaba más que claro.

Comencé a excusarme un par de veces para no quedar a solas con él, por lo que desistió seguir con el intento. Ninguna explicación de mi parte, ni pedido de ella por él.

Sólo continuamos con nuestra relación comercial, como si no hubiera sucedido nada. Como siempre.

Todo bien.

Punto.

Entonces decidí concentrarme más en mi trabajo.

El nuevo emprendimiento comenzó colmando con creces el más optimista de los pronósticos. Y todo continuó en paulatino aumento.

Tanto mi padre como yo estábamos muy contentos.

Finalmente, se disolvió la sociedad con Arturo por temas meramente comerciales, quedando la relación en muy buenos términos.

Tanto la distribuidora como el local comercial daban muy buenos dividendos, por lo que el reparto equitativo fue muy fácil de determinar.

Mi padre se desvinculó de la distribuidora, y nos quedamos con el local, más la diferencia en mercaderías.

Negocio redondo para ambos.

Todos felices y contentos.

Todos, menos yo.

A mí, me seguía faltando algo.

Cada vez que veía un gordo, me venían las ganas de estar con él, comenzaba como siempre a desnudarlos con la mirada, y me sumía en una amargura inmensamente proporcional al tamaño del gordo en cuestión. No me animaba a encarar a nadie, y mucho menos a desconocidos. Por tal motivo, cada vez que veía a un gordote, inevitablemente me ponía a llorar

Pasaron meses de rutina laboral, yo ya estaba resignado a no conocer a nadie más fuera de los ocasionales clientes obesos. Debo aclarar aquí que gracias a mis sugerencias, teníamos también a la venta prenda de talles especiales. Experiencia que además de regocijarme la vista, satisfacía a los tiernos gorditos que no dejaban de felicitarnos y agradecernos por tener las medidas necesarias para que se fueran contentos. Mi padre que en principio fue un poco reticente a incorporar medidas de esos tamaños, con el tiempo, y luego de ver los resultados, elogió mi visión, se alegró y nunca supo el motivo real por el cual se me había ocurrido semejante idea. Además de proporcionarnos unos suculentos réditos, me sentía realmente emocionado cada vez que veía la cara de felicidad de un obeso saliendo del local con su compra bamboleando esos deseables e inmensos traseros, luego de invariablemente haberme estrechado la mano, y yo haber sentido cosquilleos de diferentes intensidades, según la persona.

Es que hacer feliz a un gordo parece ser el destino de mi vida.

Esa parecía ser mi eterna rutina, hasta que una vuelta de tuerca inesperada cambió el rumbo de mi deliciosa, pero al fin aburrida vida.

Estaba en el local comercial en un momento libre, el cual siempre aprovechaba para jugar con los pensamientos lujuriosos que me inundaban cada vez que rememoraba mis encuentros con el profesor de inglés, o hacía correr mi imaginación con fantasías nunca concretadas respecto a alguno de mis clientes, ya que de acuerdo al dicho "donde se come, no se caga", cuando de repente por la acera de enfrente divisé un gordito más o menos de mi edad, carita de niño, cuerpo de superchubby, grande, inmenso, con pechos y trasero muy abultados, caminando como dando saltitos sobre las baldosas.

No me pude resistir, y me acerqué hacia la vereda para verlo más de cerca, y lo seguí con la mirada.

Entró a un local ubicado justo enfrente al nuestro.

A los pocos segundos, salió. Siguió por unos instantes caminando por la vereda, y se volvió a meter en el local siguiente. Así continuó por todos los locales de la cuadra, hasta llegar a la esquina donde dobló y me impidió seguir deleitándome del movimiento acompasado de ese culo enorme.

Mierda! Cuando comenzaba a humedecerme, desapareció.

Ahora, me interné de lleno en el trabajo.

Alrededor de media hora después, estaba yo de espaldas a la puerta de entrada cuando de pronto escuché una voz muy tierna y tímida que me hizo girar rápidamente.

"Disculpa. Te dejo un volante. Es de una librería nueva que abrió hoy mismo en la esquina."

El sabroso gordito me extendía el trozo de papel con sus dedos regordetes.

Le miré directamente a los ojos y estuve a punto de perder el equilibrio de la emoción. Sus cachetes rosaditos y muy abultados dejaban entrever un par de los ojitos verdes, los más lindos que yo hubiera visto hasta el momento, debajo de un cabello muy corto castaño claro. Labios muy grandes, que destilaban ternura.

"Tú trabajas allí o sólo eres el que reparte los volantes?" le pregunté con excitación por conocer más de él.

"Sí, mi papi es el dueño, y yo lo voy a ayudar por las tardes, porque estudio en la mañana." Fue la respuesta que acompañó con una sonrisa.

No sé qué hizo enamorarme instantáneamente de él, si esa deliciosa sonrisa espontánea o su "mi papi" dicho con tanta dulzura.

"Soy Zesna" (aquí dije mi nombre verdadero) y le ofrecí la mano temblorosa, esperando sentir la clásica descarga de energía habitual de mis contactos con personas como él.

"Yo me llamo Daniel." Me dijo y apresó literalmente mi mano con la suya.

No sucedió lo esperado.

Sucedió MÁS de lo esperado.

Un calor intenso y una descarga parecida a un shock eléctrico fue la sensación recibida. Casi como las ocasiones anteriores, pero mucho más fuerte, que me dio la certeza en lo más recóndito de mi ser que este gordito iba a ser alguien muy especial en mi vida, desconociendo entonces que el destino me iba a jugar una muy mala pasada en poco tiempo más.

Su mano inmensamente grande, que hacía juego con su cuerpo, ocultaba completamente la mía. Me la apretó levemente, pero sentí como si me la estuviera triturando. Tenía una fuerza descomunal. Finalmente me la soltó.

"Espero verte por allí." Dijo, y dio media vuelta para continuar su camino dejándome en primer plano esas gigantescas nalgas que se movían al son de sus saltitos.

Cuando casi ganó la acera, se dio vuelta nuevamente.

"Me dio mucho gusto haberte conocido Zesna." Dijo, y volvió a girar. Noté cómo ligeramente se miró la palma de la mano antes de seguir su camino.

Yo miré la mía que estaba húmeda. La olí y le pasé la lengua.

Se me agotaban las excusas para ir a la librería casi todas las tardes.

Mi padre se desconcertaba cuando era yo mismo el que iba a sacar las fotocopias a la esquina, teniendo a un cadete para hacer ese tipo de tareas.

Fui entablando amistad con Daniel, y nos fuimos conociendo de a poco.

Él provenía del interior del país, y hacía un año que se había mudado para aquí con su padre, un mes después de fallecer su mamá. Todos sus familiares y algún amigo que tenía quedaron en su ciudad natal, y a pesar de su sonrisa constante, tenía una tristeza interior que me partía el alma.

Se sentía muy sólo.

Demasiado sólo.

Igual que yo.

Disfrutaba mucho de su compañía, y sentía realmente que él también lo hacía. Nuestras conversaciones giraban en todas direcciones, queriendo conocer cada vez más el uno del otro.

Yo le conté cómo había llegado hasta allí, omitiendo por supuesto todo lo relacionado con mis gordos, pero abriéndome de par en par a su interés por saber más de mí.

Igualmente eran mis pretensiones, y de la misma forma sentí que él se desnudaba ante mí. Bueno, en sentido figurado, porque no fue de la forma que me hubiera gustado en primera instancia.

Llegué a conocer en Daniel el verdadero significado de la palabra amigo.

Quería pasar el mayor tiempo con él, y aunque parezca muy difícil de creer, ya no lo veía continuamente con ojos de lujuria, ni desnudándolo con la mirada a cada momento como me sucedía siempre con otros gordos, sino que sólo al principio y en determinadas ocasiones me pasaba esto con él.

Todo se fue dando en forma muy natural.

La amistad creció, y creció.

Cómo crece una amistad?

No lo sé realmente. No me puse a analizarlo, pero supongo que nadie que no haya tenido un amigo alguna vez puede explicarlo, ya que para el que sí lo tuvo como yo, es algo muy difícil de expresar en palabras. La idea que tengo es que ambos lo queríamos, ambos lo necesitábamos. Una amistad no la puede hacer uno sólo, es algo que se alimenta mutuamente al 50 por ciento por partes iguales. Cuando una de las partes desiste en el intento, se termina todo.

Yo que odio la mentira y muchas veces me doy cuenta cuando alguien me está mintiendo, me sorprendía lo peculiarmente sincero y honesto que Daniel era conmigo. Así lo sentía en cada una de las palabras que salían de esa boca que me vi tentado a partir de un beso más de una vez, y así de sincero pretendía ser yo mismo con él.

No dejamos casi ningún tema sin hablar.

Casi.

Yo me comencé a sentir mal por no animarme a contarle lo que me pasaba con obesos como él. Juro que si Daniel no hubiera sido así de gordo, me hubiera sincerado con él.

No quería perder la amistad que tenía si le decía lo que me pasaba y me rechazaba. No podría soportar dejar de ver a la persona que tan sólo con mirarla ponía literalmente mi sangre en estado de ebullición.

Me mantuve como siempre. Esperando que el destino moviera por mí los hilos de esta relación, dejándome llevar a ver qué tan lejos llegaría. Tuve especial cuidado en no echarlo todo a perder, porque esta era la primera vez que no pensaba sólo en el sexo propiamente dicho.

Sí, estaba enamorándome y no se lo podía decir en la cara.

Poco tiempo después, en una tarde sumamente calurosa, estaba yo saturado con mis tareas de rutina, cuando de repente apareció Daniel con sus clásicos saltitos.

"Zesna, Zesna. Tú sabes algo de contabilidad?" dijo ante mi asombro. "Es que mi padre tiene un problema con los números que no puede resolver."

"Pregúntale si es muy urgente, y voy al instante. De lo contrario, iré al cierre, para intentarlo más tranquilo" Dije y agregué: "Si quieres llámame por teléfono así no tienes que volver."

Salió tan rápido como vino. Verlo de atrás no dejaba de hacerme sonreir maliciosamente.

A los pocos minutos volvió sólo para decirme que no era de vida o muerte y que estaría bien que fuera a la hora del cierre.

Noté que prefirió volver hasta aquí a darme la respuesta, en lugar de llamarme por teléfono. Era lógico, yo hubiera hecho exactamente lo mismo. Cuántas veces había ido a la librería, con el sólo fin de poder verlo aunque más no fuera un par de segundos, tan sólo para decirle alguna tontería, bien pudiéndolo hacer por teléfono. Él estaba haciendo lo mismo en este momento.

Eramos casi como dos chorlitos inofensivos necesitados de amistad.

O de amor?

A las 7.30 pm. no volví al departamento con mi padre como de costumbre.

Fui directamente a la librería a ver a mi amigo.

Esperé 30 minutos, ya que ellos cerraban a las 8 mientras disfruté viendo trabajar a Daniel, sacando fotocopias. Él realmente disfrutaba su trabajo, siempre con una sonrisa a flor de labios y siendo muy amable y bromeando con todos y cada uno de los clientes. Una maravilla de persona.

Cuando se fue el último cliente, cerró el local, y fuimos a la oficina de su padre, que estaba literalmente enterrado entre tantos papeles.

"Tengo unos problemas con la contabilidad, no sé qué tan grave es. Hay algo que no me cierra, y realmente no sé si es tu especialidad pero Daniel me dijo que tal vez tú podrías ayudarnos" Me explicó.

"No soy un genio de las matemáticas, pero he llevado los números de la tienda desde que abrimos. Dígame cual es el problema que tiene." Le dije, no estando muy seguro de poder darle la solución.

Me mostró sus libros, diciendo que recién ahora se había percatado de algo equivocado, pero no sabía desde cuándo arrastraba el error.

"Un momento Aquí hay una cuenta que está mal hecha." Dije apenas vi la tercer hoja.

Daniel y su padre se miraron, y ambos a dúo se abalanzaron sobre el libro que yo estaba mirando.

"Pero cómo te diste cuenta tan rápido y sin una calculadora? "Preguntó Daniel con admiración.

"No me di cuenta en realidad de la operación en sí, sólo que falta un dígito aquí, y eso arrastra toda la cuenta equivocada de ahí en adelante hacia abajo." Dije, señalando el lugar.

"Es un genio, no es verdad, papi?" le dijo a su padre, al tiempo que yo me puse colorado de vergüenza porque realmente ni siquiera me había esforzado en lo más mínimo en ver el error. Simplemente me saltó a los ojos directamente.

"Sí, tal parece." Dijo " La puta madre que me parió, ahora tengo que hacer todo esto de nuevo"

"Pero, Papi... no digas eso" dijo Daniel, avergonzado y su rostro se puso colorado por la mala palabra que había dicho padre." Si tu quieres, me quedo a hacerlo yo mismo ya que mañana es sábado y no tengo que ir a estudiar."

"Bueno, hijo. Aunque son demasiadas páginas las que hay que rehacer, yo estoy muy cansado, me voy para casa. Si ves que no terminas con todo, no te preocupes que vengo a finalizar el trabajo el domingo, ya que el lunes tengo que presentar los libros." Concluyó.

"No se preocupe, señor. Yo podría quedarme un par de horas para ayudarlo. Sólo tendría que hacer un llamado a mi padre para avisarle que estoy aquí, y que no llegaré a casa muy temprano. No voy a tener problemas en venir a trabajar más tarde mañana. Aún no debe haber llegado mi padre, por lo que lo llamaré en un rato." Finalicé.

"Ya has cumplido con creces con nosotros, pero creo no es necesario. Realmente te quedarías a ayudar a Daniel?" preguntó el padre con sorpresa.

"No es ningún problema, señor, al contrario Sinceramente me encantaría ayudarlo." dije, omitiendo que en realidad lo que más me encantaba era poder estar más tiempo con Daniel, aunque en honor a la verdad, sí me gustaba darle una mano en todo lo que estuviera a mi alcance.

"Ves papi, no te dije que "Zesna" es un genio?" dijo Daniel emocionado.

"Bueno, no es para tanto." Atiné a decir: "Cualquiera haría lo que yo por un amigo". Agregué como al pasar.

"No cualquiera." Enfatizó su padre, y se despidió de mi con un fuerte apretón de manos. "De todas formas, te lo agradezco mucho. Así podré irme a descansar. Esto me sacó literalmente de las casillas, no encontraba el error, y finalmente resultó ser tan sencillo. Daniel, mañana puedes tomarte todo el día libre."

Quedamos a solas.

El calor estaba insoportable. Daniel tenía toda la remera empapada en transpiración, y todo el rostro igualmente mojado.

Estuvimos corrigiendo veinticinco páginas de cuentas mal hechas por un maldito dígito omitido.

La proximidad de Daniel, sumados al calor y al olor a transpiración de mi amigo, me comenzó a excitar. No era un olor desagradable, ya que estaba muy bien perfumado, y su desodorante surtía efecto, pero se sentía los estragos del calor.

Yo miraba cómo él estaba metido en el trabajo y nuevamente el sentimiento de ternura volvió a cobrar forma.

Tenía unas ganas tremendas de abrazarlo. Sólo tener ese cuerpo inmenso y mojado entre mis brazos y sentirlo pegado a mi, me volvió a poner como loco.

Me sentí mal otra vez, porque nuevamente lo estaba comiendo con la mirada, y por primera vez desde que habíamos fortalecido esta amistad.

Hice el llamado a mi padre para avisarle, me dijo que no me hiciera ningún problema, y que también me tomara libre el día siguiente.

Seguimos con el trabajo, hasta que terminamos casi en la madrugada.

Llamó por teléfono al bar de enfrente, y pidió unas pizzas y dos refrescos.

"No, qué haces? Está todo bien. Voy a casa, y ceno allí." Le dije sorprendido, ya que hizo el pedido sin consultarme.

"No." Insistió. "Quiero invitarte. Es que quiero compensar aunque más no sea con algo, lo mucho que haces por nosotros."

"Me vas a hacer enojar, es que hay otra forma de ser un amigo?" Pregunté.

El enojo me duró dos segundos y medio. Daniel se me acercó y me dio un abrazo que casi me quiebra las costillas.

Hasta que se percató que ahora yo estaba igualmente mojado.

"Discúlpame. Mira cómo te dejé." Me dijo visiblemente preocupado.

"No es nada." le dije. Me sequé la cara con el pañuelo.

"Perdóname es que estoy todo mojado. Sufro terriblemente el calor." Dijo. "Voy a refrescarme y vuelvo."

Fue al baño.

Cerró la puerta.

Lo escuché orinar y apretar el botón del inodoro. Me hubiera gustado estar allí adentro.

Ahora silencio.

Comencé a imaginarme la situación, haciendo de cuenta que podía ver a través de la puerta cerrada:

"Se estaba sacando la remera, la colgaba encima de la toalla. Abría la canilla (efectivamente oía correr el agua) y con las dos manos se mojaba toda la cara, el cabello y el cuello. Luego con la mano izquierda se lavaba la axila y el tremendo pecho derecho y con la diestra, las mismas partes izquierdas. Se secó todo el torso mojado, debajo de los brazos, la cara y frotó su cabello con la toalla. Sacudió un aerosol y acto seguido el accionar de dos dosis seguidas de desodorante en una axila, que alcancé a escuchar, nuevamente la agitada, y otras dos veces más en el otro sobaco. Me llegó el fresco aroma a través de la puerta cerrada."

Mi miembro reaccionó al estímulo de mi imaginación.

De pronto y ante un sobresalto que me sacó de mi trance, sentí que golpeaban el vidrio de la puerta de entrada.

Traían las pizzas y los refrescos. Abrí la puerta que estaba cerrada con la llave que estaba sobre el mostrador. Pagué al cadete, y volví a pasar llave a la puerta, en el preciso instante en que Daniel salía del baño.

"Qué haces?" preguntó.

"Trajeron la cena." dije, y ubiqué el paquete y las botellas sobre el escritorio.

"Toma el dinero." Me dijo sacándolo de uno de sus bolsillos.

"No, esta vez invito yo." Le dije con una sonrisa de oreja a oreja.

"No, no y no. De ninguna manera." Dijo medio ofuscado como un niñito caprichoso. "Toma el dinero."

"Oblígame" le dije, y ambos rompimos a reír a carcajadas.

Comenzó un simulacro de lucha.

Me sentía sumamente excitado cuando esas manotas me sostenían y me impedían el movimiento. Yo intentaba sujetarlo en vano. Parecíamos David y Goliat. Yo con la desventaja de no tener la honda ante tan inmenso rival. Me tomaba muy fuerte contra su cuerpo, como para levantarme, y yo no ofrecía nada de resistencia. Para ser realmente honesto, no lo podría haber hecho aunque hubiese querido. Me levantaba sin siquiera hacer un mínimo de esfuerzo. Intentaba agarrarlo para evitar caerme, pero él mismo se encargaba de no dejar que eso sucediera apretándome contra su cuerpo. En determinado momento cuando pude apoyar al fin mis pies sobre el piso nuevamente, di un paso hacia él, que todavía me seguía sosteniendo firmemente, y perdió el equilibrio. Ambos caímos al suelo y yo quedé encima suyo.

Era graciosa la situación. Él boca arriba, con piernas y brazos abiertos, y yo con mi cuerpo encima de su panza, con los pies y brazos en el aire, y mi cara directamente enfrentada a la suya. Sólo le bastaba estornudar para quitarme de encima suyo como si fuera un papel sobre una mesa. Sin embargo, con una mano, golpeó el piso tres veces, y dijo: "Uno, dos y tres. El vencedor es Zesna."

Lo quedé mirando perplejo, por lo que había hecho.

Me dejó ganar.

Me emocioné.

De repente soltó una carcajada, y espontáneamente le respondí con una mía.

Seguíamos en esa misma posición.

No apartábamos la vista de nuestros respectivos ojos.

"Por qué me dejaste ganar?" le pregunté.

"Por que se enfrían las pizzas." Dijo, y otra carcajada se escapó de ambos.

"Bueno, entonces vayamos a comer." Le dije sin siquiera amagar a salirme de encima de él.

La carcajada dio paso a una risa nerviosa, y ésta a una sonrisa que se fue desdibujando poco a poco hasta que finalmente desapareció.

Ahora nos miramos muy seriamente, explorándonos mutuamente los rostros. Reconocí su agitada respiración, al tiempo que aumentaba la mía en igual grado.

Bajé mi mirada hacia su boca.

Y no me resistí.

Acerqué aún más mi cara a la de él hasta sentir con mi nariz su aliento, y sólo le di un pequeño beso con los labios.

Él me respondió con otro al mismo tiempo.