Gordos de cabotaje (2)

Nunca mejor oportuna la palabra obeso para definir el pene que sacudí con mucha dificultad por dentro de sus pantalones.

GORDOS DE CABOTAJE (2)

PARTE II: PREESTRENO EXCLUSIVO

BUENOS AIRES.

12 de ABRIL de 1975.

1.00 pm.

Mi primer visita a la capital argentina fue por mar con mucha expectativa y excitación. Cuando arribé al puerto, divisé a mi padre y a Arturo que me estaban saludando.

Ellos habían vuelto los primeros días de febrero, y yo tuve que esperar para terminar de hacer todos los trámites que ya había comenzado el año anterior, por si se daba la oportunidad de viajar, hecho que finalmente nos ocupa.

Un abrazo y un beso fue el saludo con mi padre, y un fuerte apretón de manos cargado con muchísima energía, el de Arturo.

Nos dirigíamos al apartamento donde estaba viviendo mi padre. Íbamos en la cabina de una pick up, yo entre Arturo y mi padre, quien era el que conducía. Yo estaba con las piernas apretadas, por el poco espacio y Arturo tenía muy abiertas las suyas, y su muslo izquierdo chocaba muy peligrosamente con mi rodilla derecha.

Cada tanto sentía unos movimientos imperceptibles sobre mi pierna. Pero yo debía disimular, ya que era mi padre el que estaba del lado contrario, pegado a mi.

Llegamos al apartamento.

Arturo se tuvo que ir por cuestiones de trabajo.

Mi padre me puso al tanto de los temas laborales, y salimos a almorzar.

Nos cruzamos con Arturo en varias oportunidades, y no parecía que algo fuera de lo común estuviera a punto de suceder. Su sola presencia me ponía medio loquito, pero pareciera que todo iba a funcionar únicamente en los carriles de lo laboral.

Nada más lejos de la realidad.

Cierto día, luego de un tiempo de estar aprendiendo todo lo referente al nuevo trabajo, llegamos al apartamento, y Arturo se despidió, porque debía hacer unas diligencias. Había conseguido tres entradas de cine gratis para el preestreno esa noche de una película argentina a las 10.00 pm. Yo estaba cansado, pero igual acepté ir.

A las 8.00 pm. pasó a buscarnos, y fuimos a cenar primero.

Estaba bastante fresco, teniendo en cuenta el clima agradable que había hecho durante todo el día.

Tuvimos que hacer una cola de media hora para ingresar a la sala. En la cola, sentí al gordo muy peligrosamente cerca de mi, como si estuviera encima mío todo el tiempo.

Finalmente entramos.

Buscamos tres buenos lugares en medio de la sala.

Mi padre pasó primero por la fila de las butacas y yo me disponía a seguirlo pero Arturo me agarró del brazo, y me lo impidió. Él mismo siguió a mi padre, y yo pasé en tercer lugar.

Nos quitamos los abrigos. Yo me senté encima del mío. Arturo se quitó su campera, se sentó con las piernas abiertas, literalmente incrustándose en su butaca que casi me tenía atrapado en la mía impidiéndome hacer demasiado movimiento, y puso su propio abrigo en partes iguales la mitad encima mío y la otra sobre él mismo.

Charló con mi padre de cuestiones de trabajo, hasta que las luces se apagaron.

Juro por Dios que lo vivido por dos horas en esa sala de cine, nunca más me volvió a ocurrir, y era algo con la que nunca había ni siquiera soñado. Después, con el tiempo me enteré que estas cosas suelen suceder en las salas de cine porno, pero nunca en el cine Grand Rex de la ciudad de Buenos Aires y en el preestreno de EL PIBE CABEZAS de Leopoldo Torre Nilsson con Alfredo Alcón una noche del año 1975.

Apenas la sala quedó a oscuras, sentí que algo se movía sobre mi rodilla derecha. Era la mano de Arturo. Muy suavemente deslizó la mano despacio hacia mi muslo y se detuvo. Yo estaba muy excitado, pero a su vez tenía terror. La sala estaba repleta, y mi padre estaba a dos asientos de mi, al otro lado del gordo.

Respondí abriendo mis piernas lo más que pude, y siguió su trayecto hacia mi entrepierna.

Me palpó, y me acarició con esos dedos gordos. Comenzó a masajearme, y yo atontado, miraba para todos lados por si alguien se daba cuenta de lo que estaba ocurriendo debajo del abrigo.

Me tomó los testículos y los apretó levemente. Subió hasta encontrarse con mi miembro que ya estaba considerablemente erecto, culpa de la excitación, el temor y la incertidumbre de no saber qué era lo que iba a acontecer a continuación.

Con su dedo índice y el pulgar comenzó a luchar con el cierre de mi bragueta. Por Dios, sólo pensé que iba a juguetear por encima de mi pantalón. Ahora lo quería abrir. Quería continuar el trayecto hacia el interior.

Bajé mi propio cierre.

Introdujo la mano.

Además de duro, mi verga ya estaba emitiendo unos líquidos de excitación desde hacía un buen rato. Apenas Arturo me tocó el miembro húmedo fue hacia la punta y apretó la piel de la cabeza hacia delante con el índice y el pulgar, como para quitarle todo el líquido.

Acto seguido, sacó la mano de allí y se la acercó a la boca. Sacó la lengua, y pude ver cómo saboreaba muy despacio mi excitación. Lo que me puso muy nervioso fue que el líquido, como era un poco espeso, le colgaba entre su mano y su lengua.

Lo que me asustaba y me excitaba al mismo tiempo en toda mi experiencia con Arturo, era que la mayoría de las veces los juegos se volvían un tanto peligrosos. Perversos, sí, pero extremadamente peligrosos. Era como que al gordo le gustaba jugar al límite. Como que había algo muy excitante en el hecho de estar casi al borde de ser descubiertos. Recordaba lo sucedido en mi casa cuando lo conocí, estando juntos en mi propia cama, a dos pasos del dormitorio de mis progenitores. Luego en la camioneta, con mi padre sentado al lado mío, cuando me rozaba con los muslos. Y ahora en el cine con toda la multitud allí dentro, y con el agregado de estar mi papá presente al lado de él. Fue muy hábil el sentarse él mismo en el medio, porque me dejaba tapado por su panza. No hubiéramos podido hacerlo si yo estuviera sentado en el medio.

Igual miraba a mi padre, temiendo que se percatara de algo, pero él miraba la película.

Después que hubo secado toda su mano con lamidas que solo yo parecía detectar, sentí cómo Arturo abría más groseramente, por lo menos la pierna izquierda.

Entendí la invitación.

Es que suelo aprender muy rápido.

Realicé el mismo trayecto que él había hecho un instante antes. Apoyé mi mano en su muslo. Eso sólo bastó para sentir correr más líquido preseminal de mi miembro. Deslicé mi mano derecha por sobre su grueso muslo hacia su entrepierna. Palpé. Y sentí como con su mano guió la mía ayudándome a encontrar lo que buscaba. Estaba más debajo de donde yo buscaba, y algo más profundo.

Sentí tocar los testículos bien firmes y blandos a la vez. Estuve allí un rato largo, explorándoselos por sobre el pantalón. Él me dejó hacer. Nunca me apuró, ni me dijo qué hacer. Y yo sólo respondía a mis instintos y a lo que acababa de aprender. Todo esto era algo sumamente nuevo para mi.

Sentí que hasta su pantalón ya estaba muy húmedo. Lo acaricié, y él se echó un poco más hacia arriba, como cuando uno estando sentado, quiere levantar más aún los genitales. Busqué su bragueta, y le hice el mismo gesto que él me había hecho, para que se la baje. Pero él movió la cabeza de derecha a izquierda varias veces, como diciéndome que no. Yo entendí que no me lo iba a permitir, pero él me tomó la mano, y la llevó hasta el cierre de su propia bragueta. Ahora entendía, él quería que yo mismo fuera el que se la bajara.

Lo hice.

Me interné con la mano dentro de su húmeda entrepierna, y empecé a bajar. Creí que no iba a poder llegar nunca, porque era bastante más debajo de su bragueta. Cuando finalmente llegué a su parte más velluda, noté que estaba muy mojado, y pegajoso. Pasé de sus pendejos directamente a sus testículos. No toqué su pene, no lo encontré. Sorpresa. Entonces me di cuenta. Toda su entrepierna estaba terriblemente mojada. Ya había eyaculado, y su miembro estaba descansando.

Junté todo el líquido que pude con mi mano, y lo quité de allí dentro.

Me lo llevé a la boca. Siempre con la punta de la lengua, primero, y como estaba todo bien, lo comencé a lamer. El olor era algo fuerte, y otra vez temí que alguien se pudiera percatar de ello.

Escuché unos tiros, y la persona que tenía a mi izquierda se sobresaltó por lo que sucedía en la pantalla, la miré de reojo, y estaba con los ojos bien abiertos disfrutando de la película. Me tranquilicé.

Sequé mi mano, y fui por más.

Repetí la operación por lo menos por cinco veces.

Cuando hube terminado, Arturo fue por lo suyo.

Introdujo su mano nuevamente entre mis piernas. Volvió a limpiar y a lamer, y cuando me dejó seco, forzó a mi verga a salir al exterior, y comenzó a masturbarme.

Estaba loco. Eso si que no.

Le tomé la mano, como para que no siguiera, y me la sacudió, haciendo caso omiso a mis pedidos. Volví a intentar, y otra vez lo mismo.

Me acerqué a su oído, y le supliqué:" No, por favor."

Y él se acercó al mío. No escuché nada por lo que moví mi oreja más hacia él, y me la besó.

Lo miré, y sonreía, mientras seguía masturbándome.

Miré a la gente que estaba sentada detrás de mí, y nadie se daba cuenta de nada.

Me moriría de vergüenza si alguno sospechara tan siquiera lo que me estaban haciendo en ese momento. Volví a mirar a mi padre que se había dormido. Jajajajajaja. Sí, estaba durmiendo.

Me tranquilicé. Y le dejé hacer lo suyo.

La sacudida que realizaba su gorda mano era acompasada y muy suave, y sólo muy de vez en cuando, el movimiento se iba más hacia abajo de lo normal, como para tomar más pene escondido dentro de mi cuerpo. Esto hace que la erección se intensifique más todavía.

Estaba para escupir mi esperma en cualquier momento. Él, cuando se percataba de ello, se detenía. Me acariciaba los testículos, revisaba mi glande, lo secaba con los dedos, se lo chupaba y volvía a empezar. Así varias veces. Hasta que sacó algo con la mano derecha de su bolsillo, y me lo dio. Era su pañuelo.

Ahora que tenía algo para no hacer un lío tremendo allí, estaba mucho más tranquilo.

Aceleró el ritmo masturbatorio, y yo ya estaba con su pañuelo por debajo de su abrigo, esperando el momento anhelado por ambos.

Finalmente ocurrió. Tuve que contenerme para no gritar. Pero no pude disimular los espasmos y temblores que me provocó esta eyaculación en particular. Él me sostenía la piel de la cabeza apretada, para evitar el derrame de mi esperma. Cuando estuvo seguro que yo estaba pronto para limpiarlo lo dejó libre, y ni una gota se derramó. Fue a parar todo a su pañuelo. Intenté guardármelo en mi bolsillo para luego devolvérselo limpio, y se me acercó al oído y con una sonrisa me ordenó: "Es mío, dámelo!."

Así lo hice.

Se lo llevó a la boca, y le pasó la lengua. Noté como recogió gran parte de mi semen con ella y casi se le quedó colgando de los labios. Con su dedo y la lengua, lo metió todo dentro de su boca.

Otra vez abrió las piernas, y sentí nuevamente la invitación.

Quería conocer su miembro por fin.

Fui por él.

Igual que lo vivido anteriormente, hurgué en su entrepierna introduciéndome por dentro de su bragueta aún abierta. Bajé explorando todo lo que tocaba en mi recorrido. Ombligo, vientre, abdomen, pendejos, pene y testículos. Me detuve en su miembro otra vez erecto. Muy gordo y peludo como el resto de su cuerpo, con una punta muy cabezona y se ensanchaba aún más hacia la base, como si fuera una pirámide. Mis dedos no podían tocar sus propias yemas con mi mano alrededor de esa verga descomunalmente gruesa.

Sentí que el gordo me miró, como diciéndome: "Y ahora que quieres hacer?"

Lo empecé a masturbar.

Sonrió, y se puso nuevamente en la pose de dejar aún más expuestos sus genitales.

Nunca mejor oportuna la palabra obeso para definir el pene que sacudí con mucha dificultad por dentro de sus pantalones. Aceleré el ritmo, hasta que sentí como mi mano comenzó a mojarse. Arturo emitió unos gemidos, y no pudo contener un par de espasmos, y mi padre se despertó.

Se me cortó la respiración. Mi corazón se detuvo por unos segundos.

"Falta mucho para finalizar la película?" preguntó al fin.

"No!" le contestó Arturo no teniendo realmente ni la más mínima idea.

"Voy al baño y ya vuelvo" dijo mi padre, y salió por el otro lado.

Menos mal, Hubiera sido muy feo si se hubiera decidido a salir por el lado en que estábamos sentados nosotros. Yo todavía le sostenía los genitales a Arturo con la mano bañada en su esperma.

"Dame tu pañuelo" me pidió al oído.

Así lo hice.

Saqué mi mano y la sequé con mis labios.

Él llevó mi pañuelo a su entrepierna. Estuvo un rato largo allí.

A los pocos minutos, me lo devolvió todo mojado.

Lo acerqué a mi boca y lo lamí en el preciso instante en que volvía mi padre del baño.

Arturo, me convidó con un caramelo de menta, y el tomó otro.

"Tómalo, es para quitar el feo olor que queda." Me dijo al oído.

Le obedecí.

Apareció la palabra "FIN" en la pantalla.

La gente se puso a aplaudir, y se encendieron las luces de la sala.

Arturo se puso a aplaudir también, y a gritar: "Muy bueno, realmente estuvo muy bueno, no es verdad?" Preguntó mirándome a mi.

Asentí no pudiendo aguantar la carcajada, y decidí aplaudir también.

"Y yo que me dormí a los diez minutos de la película!" Exclamó mi padre como lamentándose haberse perdido la película del siglo.

Talvez lo fuera, pero para mi, que no tengo la más puta idea de qué trataba la película, fue la función de cine del siglo.

CONTINUARÁ.