Gordito
Quedé con Gordito en unos aseos públicos. Descubrí el talento que escondían sus labios
Él se hacía conocer como Gordito. A mí me parecía más bien tipo pera, pues era algo estrecho de hombros y su barriga estaba en armonía con un cuerpo poco cultivado al ejercicio y abandonado a los impulsos gastronómicos. Me atraían las curvas y pliegues que le dibujaba la piel, también su modesto pene, aún más menudo que el mío. Nos habíamos masturbado por la webcam, pero ambos queríamos encontrarnos físicamente. Yo, maduro casado que ya ha superado la cincuentena, tenía que hacer coincidir la cita con la disponibilidad de coche y horario con mi mujer. Gordito tenía la cosa mejor, pues vivía más independiente, compartiendo piso o viviendo aún con los padres, a pesar de estar cerca de los treinta. Finalmente, pudimos quedar en los aseos de un centro comercial. Él ya tenía una estrategia y me indicó cuál, porque habían varios repartidos en todo el recinto. Di una vuelta por las galerías que estaban empezando a abrir y me aseguré bien de estar en el acordado antes de entrar. No había nadie, a esa hora era normal. Sólo había un chico casi al fondo lavándose las manos ¿sería él? Tal y como me miró, aparentemente preguntándose lo mismo, comprendí que sí. Me acerqué hasta el cubículo que había tras él y me metí dejando la puerta abierta. Me miró a través del reflejo del espejo, sin duda esperando a tomar una decisión. Si era Gordito, sólo por estar ahí su deseo estaría a mil, como el mío. No tardaría en decidirse.
Entonces dudé yo y empecé a pensar en un posible error. El chico con el que había quedado podía ser cualquiera, incluso podía haberse arrepentido en el último momento. Pero el que me miraba de reojo daba más o menos el perfil y no se iba. Era gordito, realmente, aunque tenía menos envergadura de lo que había supuesto a través de sus fotos y vídeos. Me desabroché el cinturón y me bajé la bragueta, mirándolo.
El chico abrió enormemente los ojos al ver mi pene al aire, pero miró azorado a la entrada del aseo. Por el ruido supe que alguien más había hecho acto de presencia, al menos dos desconocidos más, y mi presunto amante furtivo entró al cubículo cerrando la puerta tras de sí. Nunca sé qué espera el otro en estos encuentros secretos, así que me dejé llevar y le toqué sus fofos pechos, ese tacto era algo que me llevaría para mis recuerdos íntimos del encuentro.
En cambio, él no quiso que le tocara o tenía prisa, pues dio un paso atrás apara culminar mi erección con su mano mojada, y a renglón seguido se puso de rodillas, desabrochándose previamente los pantalones. Me dejé hacer. Sabía usar la humedad de su boca, que yo me imaginaba dulce y apetitosa. El roce de su incipiente barba a lo largo de mi polla me excitaba especialmente. Él mantenía una mano en mi polla o mi vientre y la otra entre sus piernas. Gordito iba muy rápido, buscando ansioso su premio. Ya sabía cuál era su fetiche: era en su boca donde deseaba recibir todo mi ardor amatorio, y eso significaba que yo no probaría el calor de su anillo. Me pareció bien. Yo también prefiero boca o mano en esos aseos públicos.
Al pensar en el chico rollizo dándome la espalda y yo detrás suyo haciéndolo gemir, amasando su barriga y su torso, me hizo desear llenarle inmediatamente la boca. Él iba tan rápido que parecía buscar sólo eso. Le avisé mientras le acariciaba la mejilla. Él afirmó, preparado para lo que se le venía y dejó el fresón dentro mientras usó hábilmente la mano. Sujeté su cabeza y empecé a mover las caderas, venciendo la débil resistencia de su lengua y recorriendo el interior de la boca a placer. Gordito correspondió apretando fuertemente los labios. Cediendo al símil que me ofrecía, volví a fantasear con que penetraba la redondez de su ano y acabé descargando llevando el rabo hasta el fondo. No quise abusar de su hospitalidad y saqué tímidamente la polla, pero él impidió que la punta saliese y volvió a usar la mano con el falo. Me dejé hacer hasta que supe que ya no había nada más que darle. Al terminar, se puso de pie y vi su pene erecto. Él se había estado tocando a base de bien todo ese tiempo y ahora me tocaba a mí. Se lo agarré. Quería devolverle la atención recibida. Deseaba hacerlo. Me lo encontré muy muy mojado y eso no era líquido preseminal, sin duda era su segunda erección. Me puso más cachondo todavía. Sin embargo, se apartó. Gordito había venido a una cosa y por algún motivo no quería esa otra. Salimos del cubículo. No había nadie más en los aseos y me lavé la polla. Si hubiese entrado alguien, me hubiera visto, pero asumí el riesgo. Sin embargo, él no se lavó ni la suya ni la boca, saliendo antes que yo.
Una vez en la galería, vi cómo lo esperaba una chica. Tendría algo menos de veinte, más rellenita que él, con ropa muy ajustada y muy maquillada. Se fueron cogidos de la mano. Gordito aparentaba menos edad de la que tenía, pero no tanto como para estar con ella. Mientras se alejaban, ella se giraba para observarme bien. Yo también me había quedado mirándolos, quieto. Gordito evitó contactarme en un par de semanas. Finalmente quiso otro encuentro, más amplio . Me hice el duro y le puse una condición, sabiendo que él iba a aceptar irremediablemente.