Gordi

-Sí, vi como a Pura le salía leche a presión de la boca. Bebía con ganas, pero eso no evitó que le quedara el vestido empapado de leche. Creo que la leche de la corrida del burro llenaba una jarra de las de litro

María Teresa, Teri, era una jovencita de dieciocho años, morena, de ojos marrones, cabello negro y largo, con grandes tetas y gran culo, muy tímida y con carita de ángel. Medía sobre un metro setenta, y estaba entrada en carnes, por eso la apodábamos Gordi.

Recuerdo que eran las doce del mediodía. Yo por aquel entonces tenía treinta y ocho años. Estaba plantando un cerezo en mi huerto con mi torso peludo al descubierto. Mi esposa, junto a la madre de Gordi, (mi hermana) el padre y los hermanos se fueran de excursión a Portugal al Santuario de Fátima. Teri, fingiendo dolor de cabeza, se quedara en casa.

-¿Qué planta, tío?

Me di la vuelta al oír su voz a mis espaldas. Gordi estaba apoyada con sus brazos en el muro de piedras que separaba nuestro huerto del de sus padres. Le respondí:

-Un cerezo.

-Comida para los mirlos cuando de cerezas.

-Tu sí que eres comida para los mirlos.

Bajó la cabeza y sonrió, antes de decir:

-Debo ser ya que los chicos no miran para mí.

-Pues difícil de ver no eres, al contrario.

Volvió a bajar la cabeza, avergonzada.

-Tampoco hacía falta que me llamara gorda, tío.

-No te llamé gorda, Gordi.

-¡Ve, ve!

-Lo de Gordi te lo dije con cariño. Yo no le digo fea a ninguna mujer, digo que es difícil de ver.

-La fea es fea y la gorda es gorda. Eso no se puede cambiar.

Dejé de hacer el hoyo con la laya.

-Cierto, pero tú eres preciosa. Y no estás gorda, estás rellena. Eres una mujer de las que tiene donde agarrar.

Se puso colorada como una grana.

-Nunca me había hablado así.

-¿Por qué será?

-No me hable de esa manera que me pongo nerviosa.

-¿Será por qué eres mi sueño prohibido?

Su timidez desapareció, levantó la cabeza, sonrió, y se he hizo la interesante.

-No creo. Dice esas cosas para levantar mi auto estima.

-Para nada. ¿Sabes lo que me levantas tú a mí cuando pienso en ti?

-¡¿Piensa en mí?!

-Muchas veces.

-¿Cuándo?

-Será mejor que no te lo diga

-¿Y qué le levanto?

-Eso también será mejor que no te lo diga, más que nada porque sabes bien que hago cuando pienso en ti y que me levantas.

-La verdad es que tengo una idea, sí.

-¿Y que te parece?

-Me parece que no debería estar hablando con usted de estas cosas.

Entré a matar.

-¿Y si lo hacemos juntos?

-¿Lo que?

-Masturbarnos.

-¡¿Está hablando en serio?!

-Sí, sería maravilloso ver tu cara cuando te corres.

Se hizo la ofendida.

-¡Tío!

-De pensarlo se me está poniendo dura.

-Mentiroso.

-¿Quieres que la saque y te la enseñe?

-¡No!

-Ven a comer conmigo y...

-¡Ni harta de orujo!

Pensé que me pasara siete pueblos y quise enmendar mi error.

-Estaba de broma, mujer.

Se puso triste.

-¡Lo sabía! ¿A quién le iba a gustar yo ?

No había dios que la entendiera.

-Entonces... ¿Vienes a comer o no?

-¿Qué va a comer?

-Me dejaron un capón asado. Sólo tengo que calentarlo.

-A mí me dejaron dos costilletas, pero maldita sea la gana que tengo de pelar patatas y ponerme a freír.

-El capón da de sobras para dos.

Su sonrisa era de picarona, cuando me dijo:

-Si después no quisiese picotear con la hembra del pollo, iría.

Sabía a que se refería pero me hice el tonto.

-¿Qué hembra?

-¿Cuál va a ser?

Estaba cansado de follar y sabía que Gordi quería guerra. Así que le seguí el juego.

-Yo no tengo polla, tengo una verga como la de un caballo.

-Ya será menos.

-Poco menos, ¿Aún eres virgen?

-A medias, y quiero seguir así.

-¿Te haces dedos cuando tienes ganas?

Sabía lo que era el sarcasmo.

-Cuando tengo ganas hago calceta.

-Entonces no vienes a comer conmigo.

-La verdad es que el capón es mi comida favorita. Si me promete no hacerme nada, voy.

-Te prometo que no te haré nada que tú no quieras que te haga.

-A ver si es verdad. ¿A que hora voy a su casa?

-Dentro de dos horas.

Dos horas más tarde...

La puerta estaba abierta. Gordi entró en mi casa hasta la cocina, donde estaba yo friendo patatas. Me preguntó:

-¿Vengo demasiado pronto, tío?

La miré. Traía puesta un falda azul que le daba por encima de las rodillas y una camiseta blanca donde se marcaban los pezones de sus preciosas tetas, era obvio que no llevaba sujetador. El cabello lo tenía recogido en dos coletas. Estaba para comerla de los pies a la cabeza. Le respondí:

-No, las patatas ya van a estar y el capón está caliente en el horno.

Sobre la mesa de la cocina ya pusiera servilletas, cuchillos, tenedores, una barra de pan, una jarra de vino tinto de dos litros y dos vasos. Le dije:

-Estás muy guapa con esa ropa.

-Gracias. Estoy un poco nerviosa.

-Siéntate. Echa un vino y relájate

-Sus palabras aún me ponen más nerviosa.

-Pues no debías. Ya te dije que no va a pasar nada que tú no quieras que pase.

-Por eso estoy nerviosa.

Con esas palabras me había dicho que venía dispuesta a follar, aunque yo ya lo sabía.

-Entonces me alegro de que estés nerviosa.

Echó un vaso de vino. Se sentó en una silla. Mandó un trago. Se limpió la boca con una servilleta. Fui a su terreno para que se relajase.

-¿No sabes algún chisme?

-No sabía que le gustaban los chismes.

-Soy medio Maruja.

-Le contaría algo que hice yo y que nadie sabe, pero es muy caliente.

-¿Caliente? Al lado del que me sé yo de caliente no tendría nada.

-Lo dudo mucho, pero cuente, cuente.

-Te advierto que es muy fuerte. Ni a mi mujer se lo conté.

-No me importa. Cuente.

-Mira que es escandaloso...

Ya no quedaba rastro de su timidez.

-Mejor, cuente.

-Fue una tarde que teníamos el caballo atado a un pino y pastando en el monte. Fui a buscarlo y vi a Pura agachada al lado del burro del Chepas haciéndole una paja, chupándole la verga y metiéndola entre sus grandes tetas.

El chisme la sorprendió.

-¡Cooooooño! ¿Era la vieja o la joven?

-La joven.

-¡Ossssssssstias! Siga contando, siga.

-Me escondí detrás de unos matorrales y vi como se quitaba las bragas, se levantaba la falda, se daba la vuelta, le torcía la verga, la frotaba contra el coño largo rato y después se metía casi la mitad dentro.

-¡¿Le cabía?!

-Cabía.

-Sigue. ¿Qué más pasó?

Ya me estaba tuteando.

-Poco más tarde, Pura, se corrió como una cerda. Después de correrse, lo volvió a pajear y a mamársela.

-¿Cómo se la mamaba?

-Se la lamía, le chupaba la cabeza y le acariciaba los huevos al tiempo que se la meneaba, despacito, muy muy despacito.

-¿Se corrió el burro?

-Sí, vi como a Pura le salía leche a presión de la boca. Bebía con ganas, pero eso no evitó que le quedara el vestido empapado de leche. Creo que la leche de la corrida del burro llenaba una jarra de las de litro.

Teri tenía la cara roja. Debía estar mojada y ardiendo. Me dijo:

-No sé como folla con un un burro si su marido está como un tren.

-Vicio, supongo.

-¿Y tú no hiciste nada?

-Lo mismo que harías tú si estuvieras en mi lugar.

Ya no se cortaba. Era como si quisiese que no se enfriase la cosa.

-¿Y te corriste?

Le apagué el fuego a la sartén y abrí la puerta del horno.

-Corrí. Vamos a comer.

Puse el capón en una fuente encima de la mesa, y después otra fuente con las patatas fritas. Con un cubierto lo trinché. Gordi le arrancó un zanco. Sobraban los cuchillos y los tenedores. Le arranqué el otro zanco y fuimos comiendo, a mordisco limpio. Hasta las patatas fritas las cogíamos con las manos. Comíamos como en la Edad Media. El aceite nos manchaba las manos y la boca. Fue ella la que rompió el silencio.

-¿Sabes más chismes?

-¿No decías que tenías tú uno tuyo que nadie sabe?

-Estamos comiendo y el chisme no viene al caso.

-¿Te comió alguien el chocho?

-Algo parecido.

-Cuenta.

-Me vas a tomar por una guarra.

-Todas y todos tenemos algo de guarros. ¿Qué hiciste?

-Hice cochinadas con Pachín.

Pachín era su perro, un perro de raza loba. Llené los dos vasos de vino, y bebí el mío de una sentada. Después, le pregunté:

-¿Dónde?

-No se si contarlo.

-Cuenta. Lo que me cuentes será nuestro secreto. ¿Dónde las hiciste?

-¿Juras que será nuestro secreto?

-Lo juro.

-En la cocina. Estaba sentada en una silla acariciándolo cuando metió su cabeza entre mis piernas y me tocó varias veces con el hocico en el chocho. Me gustó. Como estaba sola en casa me levanté de la silla y quité las bragas. Subí la falda. Me volví a sentar y abrí las piernas para que me volviese a tocar en el coño con el hocico. En vez de hacer eso lamió mi pequeño coño con su gran lengua. Casi me derrito al sentir la lamida. Abrí las piernas del todo para que me lo pudiese lamer como quisiera. Lo atraje hacia mí, le acaricié la cabeza y siguió lamiendo. Estaba tan caliente que a la séptima o octava lamida me corrí. Nunca antes había sentido tanto placer. Fue tanto gusto el que me vino que mientras me corría meé por mí, Pachín, siguió lamiendo hasta que acabe de mear y de correrme.

-Me acabas de empalmar, Teri.

-Pues aún no acabé. Después de correrme le estaba tan agradecida que le cogí la polla, polla roja que ya tenia fuera y se la apreté. Pachín comenzó a darle al culo y poco después se corría.

-¿No se la chupaste ni un poquito?

-Un poquito, sí, y como su lengua buscaba mi boca, algún besito con lengua nos dimos

-Dime la verdad, Gordi. ¿Te quedaste en casa para ver si echabas tu primer polvo?

-Sí, quedé en casa para follar contigo.

Se mandó su vaso de vino y volvió a llenar los dos. Partí con las manos el pollo a la mitad. Cogí la mía y ella la suya. Empalmado yo, y mojada ella, no tuvimos paciencia para seguir comiendo. Nos levantamos y nos dimos un morreo con los labios pringados de aceite que nos quedaron verga y chocho latiendo. Al acabar de besarnos, le dije:

-¿Vamos para mi habitación?

Gordi, ya lo tenía todo pensado.

-No, dejaríamos huellas con nuestras corridas. Mejor lo hacemos en la bañera del cuarto de baño. Allí se irá todo por el desagüe.

Mañana continúa la segunda parte.

Quique.