Gorda

El encuentro de dos personas muy diferentes entre ellas físicamente, pero que comparten complejos e inseguridades.

1

Beatriz

P ero qué bueno está el chico nuevo, por Dios. Es algo tímido y nervioso, aunque Wilma, la jefa de sección. ya le ha echado el ojo encima y le arranca alguna que otra sonrisa cuando se cruzan por la oficina. La jefa de sección es nuestra Doña Perfecta. En todos los trabajos hay una Doña Perfecta, ya sabéis: sonrisa perfecta, tetas perfectas, cintura perfecta y culo perfecto. Seguro que hasta la mierda que le sale del culo también es perfecta.

¿Por qué tengo que estar tan gorda? Dicen que la fachada no importa, que lo que cuenta es el interior. Y una leche. No quiero estar gorda. No quiero estas tetas de vaca burra ni estos muslos celulíticos. Quedaros con el interior y dadme una fachada con la que pueda competir contra esa arpía para llevarme al huerto a ese tío bueno.

No necesito estar gorda. No quiero este enorme culo de dos kilómetros de ancho; quiero poder mirar hacia abajo y ver mi sexo sin que me tape la vista esta barriga de mierda. No quiero estas piernas de elefante ni estos brazos rollizos y flácidos; no quiero jadear como una locomotora cuando subo un tramo de escaleras, ni tener que dormir de lado porque estas tetorras me oprimen el pecho. Hala, ya me están entrando ganas de llorar.

Menos mal que tengo a Tito , que me quiere sin importarle estas lorzas. Cuando intuye que estoy triste viene a darme toques con el hocico en la pierna, con las orejitas hacía abajo. Pobrecillo. Qué pena no poder traerlo aquí, al trabajo.

Ay, no puedo quitarme a ese macizo de la cabeza. Encima se pasea por ahí como si él no supiera lo bueno que está. Es un cabrón. Aunque a lo mejor en realidad no está tan bueno y soy yo, que llevo demasiado tiempo sin pillar cacho y cualquier tío que veo me parece la hostia. Pero no, eso no puede ser; si no, la zorra de Wilma no le cogería del brazo, ni le hablaría de tonterías para que le ría las gracias.

Qué asco me da esa tía. Me infravalora constantemente. Ve este cuerpo gordo y feo y cree que no valgo para nada. Jamás me ha felicitado por mi trabajo, ni siquiera aquella vez que le salvé el culo delante del director. El día que encuentre algo mejor me largo de ese sitio.

No quiero estar gorda, pero empiezo una dieta, a comer sano, a hacer deporte, a comprar ropa nueva y cuando veo que no lo consigo me deprimo, me entra ansiedad, lo dejo y vuelta a empezar.

«¡Adiós señora Dieta. Adiós señorita Lechuga. Adiós paseos tonificantes en el parque!».

«¡Bienvenida señorita Ansiedad!, pase usted por favor. ¡Hola Häagen Dazs de chocolate y vainilla!, ¿cómo está usted?, ¿me ha echado de menos? ¿Recuerda a su amigo, el sofá? Está aquí mismo, al lado de nuestra vieja amiga, la Bienaventurada Señora de la Televisión Por Cable y la Virgen de la Depresión. ¡Cuanto tiempo sin vernos todos juntos! ¿Qué les parece si llamo a nuestro amigo, el Señor de las Palomitas al Microondas y nos montamos una orgía durante los próximos tres días?».

Esta mañana me hice una paja pensando en el buenorro antes de venir. La fantasía era una mierda pero a mi me funcionó. Era algo así: yo llevaba una taza de café y tropecé con él. Entre sonrisas y disculpas le llevé hasta los baños con la excusa de limpiarle la ropa. Nos encerramos dentro, le quité la camisa y le limpié los restos de café que tenía en el pecho con la lengua.

De paso también le limpié la polla y el ojo del culo.

Con un tío como ese me dejaría hacer de todo. Que me sodomice, que me orine en la cara, que me ate, que me escupa o que eyacule en mi pelo. Me da igual. Que me haga lo que él quiera. Yo solo deseo ese cuerpo macizo, duro y recio para mi sola. Para restregarme y golpear una y otra vez mi carne contra la suya.

El cabrón tiene tableta. ¡TIENE TABLETA! El otro día se levantó la camiseta para secarse el sudor de la frente con ella y le pude contar los seis bultos perfectamente marcados en el vientre plano. Daría lo que fuera por restregar mi chichi por ahí, dejarle el ombligo lleno con mis juguitos y correrme encima de sus abdominales.

—Disculpa, ¿dónde dejo esto?

«Mierda. Es él».

Estaba perdida en mi fantasía y no me di cuenta de que se había acercado a la mesa donde yo estaba sentada. Sostenía en vilo una caja, la cual, a juzgar por la hinchazón de las venas de sus brazos, debía ser bastante pesada.

—Eh —dije.

—El pedido. ¿Dónde lo quieres? La tarjeta dice que es para esta sección. La 12. ¿Es aquí, no?

Le obsequié con mi mejor mirada de idiota y balbuceé:

—Err.. sí, sí, claro, ¿la 12?, sí, aquí.

Y entonces me miró las tetas. Así, sin más, me miró las tetas durante una décima de segundo, tal y como hacen los hombres desde que el mundo es mundo. Pero él me las miró dos veces. Primero miró mis tetas, luego me miró la cara y luego volvió a mirarme el pecho.

—Puedes dejarla justo ahí —le dije—, al lado del archivador.

Mientras se agachaba a dejar el pedido yo aproveché para mirarme el busto y descubrir el motivo de tanta atención: mis pezones se habían erizado y se marcaban de forma nítida en la blusa. Estaban tiesos y coronaban mis pechos como pequeños guijarros bajo la ropa. Cosas que le pasan a una cuando se pone cachonda en el trabajo. «Muy bien, pezoncitos mios. Así me gusta. ¡Poneos tiesos y duros! ¡Así, que se marquen bien!». Les ayudé tirando un poco hacía abajo de la blusa, para que la tensión de la ropa remarcase aún más mis carnosos garbanzos. Con un poco de suerte el macizo me los miraría de nuevo.

«Y esta noche quizás el cabrón se haga una paja pensando en ellos».

Ese pensamiento hizo que mojara mis bragas.

—¿Aquí está bien? —Una gota de sudor le resbalaba por la sien. Sentí ganas de lamerla.

—Sí, perfecto.

Me sonrió y ¡zas! otra miradita rápida a mis tetas.

«Sí, cabrón, son mis dos pezones. ¿Los ves bien? ¿Ves que tiesos los tengo? ¿Has visto cómo se marcan tío macizo? Míralos, machote, míralos bien. Duros como piedras, perfectos para que te hartes de chuparlos, para tirar de ellos y darles con la lengua. A ti te dejaría que me los mordieras».

Noté otro latigazo de placer en la zona lumbar y las bragas se me empaparon.

—Disculpa, soy nuevo y no sé bien si necesito una de esas cosas… ya sabes… un recibo o algo —balbuceó nervioso y me sonrió con timidez mientras volvía a lanzar otra miradita rápida a mi busto.

—Sí, un momento —le ofrecí mi mejor sonrisa, pero no sé si me salió bien porque él apartó la mirada en seguida—. Necesitas el acuse de recibo intersectorial.

«Lo que necesitas son mis dos tetas en la boca para que me arranques lo pezones a mamadas».

Mientras tecleaba en el ordenador no podía dejar de pensar que, probablemente, mientras yo estaba escribiendo, él me estaba mirando el pecho.

«Seguro que el cabrón se está regalando la vista con mis tetazas para hacerse una paja esta noche».

La idea de que este tío se masturbara a mi costa no dejaba de darme vueltas; sentí como las bragas dejaban de contener lo que salía de mis entrañas y el flujo humedeció los pantalones de talla XXL. Intenté levantar la mirada con disimulo para ver si, efectivamente, me estaba mirando los pechos, pero sólo llegué a posar mi vista en sus pantalones vaqueros.

Tenía una erección.

No era una erección completa, pero el bulto alargado se le notaba con bastante rotundidad en los vaqueros. Mi silla comenzó a recibir la humedad que rezumaba mi anegado coño y no pude contenerme por más tiempo. Alcé la vista y le sostuve la mirada mientras le daba la hoja impresa.

—Esto es lo que necesitas —El papel temblaba ligeramente entre mis dedos—.

—Sí. Exactamente esto. —Ahora en su voz no había ni un ápice de timidez. Todo lo contrario.

Extendió la mano y sus dedos atraparon los míos durante dos o tres segundos adrede sin dejar de mirarme la cara. El coño me latía con fuerza y sentía unas ganas horrendas de restregármelo, de meterme cualquier cosa dentro y masturbarme hasta reventármelo y correrme como una loca. Soltó mi mano, se guardó el papel en el bolsillo del pantalón, justo al lado de la polla y luego se inclinó y me preguntó si me gustaría tomar algo al salir del trabajo. Yo le dije que sí. Me llevó a un sitio de ambiente donde nos reímos bastante y nos emborrachamos un poco. En el coche él me chupó los pezones y yo me tragué su polla; luego me llevó a su casa y me corrí en su cara mientras me comía la almeja; después él se corrió dos veces dentro de mi coño.

Y una mierda.

Lo que de verdad pasó fue que yo le di el recibo, él se largó y yo tuve que meterme en el baño de la oficina para tirar las bragas a la basura y hacerme una paja. Una hora más tarde terminó mi turno y antes de ir a casa me pasé por el súper con la intención de comprar barritas integrales, infusiones, fruta y verdura, pero en vez de eso compré chocolate, papatas fritas y aceitunas rellenas de anchoas, que me vuelven loca. También compré un paquete de golosinas caninas para Tito; cuando llegué a casa el pobre chucho se había hecho caca en el portal.

—Ay, ¿qué ha pasado aquí?, ¿no te has podido aguantar?

Tito ladró dos veces, lo que en lenguaje perruno significa claramente que no, que no había podido aguantarse las ganas de jiñar porque estaba malo de la barriguita, probablemente por culpa del pájaro muerto que había encontrado en la terraza y que él, por simple curiosidad gastronómica, había tenido que zamparse, con huesos y todo.

—Me tienes harta, chucho del demonio —le decía mientras le acariciaba—, ¿tú te crees que ahora voy a ponerme a recoger cacas, sacarte a pasear, tirar la basura y darte de comer?

Tito me respondió con un elocuente «guau» y un vigoroso meneo de rabo: «Déjate de rollos y dame mis golosinas, que las estoy oliendo».

—Vale, tío, no me regañes. Venga, vámonos.

Cuando terminé de pasear a Tito me desnudé, me metí en la ducha y me masturbé con el mango de un cepillo pensando en el chico de los recados. Después estuve auto compadeciéndome comiendo aceitunas mientras veía la televisión.

2

Mauro

N o soporto a la jefa de la sección 12, Wilma. Es una plasta. Está como un tren pero no la aguanto, es muy pesada. Bastante tengo ya con adaptarme a la rutina del nuevo trabajo y al papeleo que se gastan en esta empresa, como para que encima tener que soportar a la pesada esa. Cada vez que me ve se cuelga de mi brazo y empieza a hablarme de tonterías. Sé que le gusto y que le encantaría que me la llevase al huerto, pero es que no la aguanto.

Mira, por ahí viene. Joder, con lo buena que está y lo tonta que es. Yo paso de cruzarme con ella. Me voy a la «mazmorra» , o sea, al subsótano 3. Me gusta ese sitio. Es un almacén trastero que está lleno de mierda, polvo, cajas olvidadas de material de oficina, cagarrutas de rata y mobiliario roto. Cuando quiero escaquearme o hacerme una paja voy allí y me desahogo con mis fantasías; es un sitio tranquilo, silencioso y oscuro. Nadie va nunca por ahí.

Hablando de fantasías, a mi la que me pone de verdad es la gordita de la 12. ¿Qué queréis que os diga? A mi siempre me han atraído las tallas grandes. A mis amigos les sorprende, máxime conociendo mi afición al deporte y cómo cuido mi físico, pero es algo que no puedo evitar.

Ayer me las apañé para llevarle un paquete a su mesa y antes de llegar ya se me había puesto morcillona. La tía llevaba unos pantalones de pinzas y una blusa blanca ajustada al busto. Tiene un par de senos enormes y ayer estaba empitonada, con los pezones señalando al frente todo tiesos. Debe de tener unos pezones gordísimos porque se les notaba a pesar de la ropa que llevaba puesta. Encima se le transparentaba un poco el sujetador y yo llegué a notar que tenía los pezones marrones, aunque a lo mejor era cosa de mi imaginación, que me hacía ver cosas que no eran.

La gordita tiene unos ojos verdes preciosos y una cara de niña buena que me pone como las motos, con una sonrisa picarona con dos hoyuelos que me derriten cada vez que sonríe. Ayer, cuando le llevé el paquete, me rozó con los dedos al darme un impreso y casi me da algo. Debería haberme presentado o algo, pero me pongo nerviosísimo cuando tengo que hablar con una chica, sobre todo si me gusta. Y ella me gusta.

Me pongo cachondísimo al imaginarla desnuda; toda esa carne caliente llena de mollas y profundas curvas para estrujar y amasar, morder, chupar y lamer. Vaya qué sí. La desnudaría y le echaría encima un litro de aceite corporal, lubricando hasta el último milímetro de sus carnes hasta que su piel estuviera brillante, viscosa y resbaladiza. No me hartaría nunca de explorar toda esa mole de carne trémula.

Ojalá tenga un chochito pequeño. Al menos yo la imagino así, con un coñito de esos cerrados, completamente depilado; una simple rajita en medio de una vulva pequeña.

A lo mejor tiene un chochazo gigante lleno de pelos, pero eso tampoco me importaría. Incluso sería algo bueno. Me gusta fantasear con eso.

«Vaya mata hermosa de pelos que tienes aquí abajo ¿eh?, con tanto pelo no sé si voy a ser capaz de encontrarte el clítoris. Vamos a tener que hacer algo. Deja que te enjabone esa almeja, que te la voy a afeitar».

Le echo espuma de afeitar en el peludo coño y ella alcanza un orgasmo porque al mismo tiempo que le extiendo la crema la estoy masturbando, y cuando le paso la maquinilla vuelve a correrse otra vez por culpa de las caricias de la cuchilla sobre el monte de venus.

«¡Menuda almejita tienes aquí, chiquitita y cerra…».

—¡AY! ¡Ostia, ten cuidado joder! —gritó Beatriz al sentir la pesada bota de Mauro aplastarle el pie.

*CONTINÚA EN EL CAPITULO 3:

BEATRIZ Y MAURO*