Gonzo (4)

Lo vivido en la sesión fotográfica no pudo sino pasarles factura...

Gonzo… real

Magda y Javi habían resuelto volver a casa andando. Realmente no había sido una decisión, sino que él comenzó a andar, y ella caminaba a su lado. Porque no habían cruzado palabra desde que salieron del estudio. Y evitaban mirarse a los ojos.

Una vez pasada aquella especie de locura que se había apoderado de ambos, Javi comenzaba a pensar serenamente en lo que había sucedido entre ellos. Su mente era un torbellino de pensamientos antagónicos. Nunca había experimentado algo parecido por ninguna mujer. Y resulta que, cuando lo había conocido, se trataba de su hermana.

«¿Cómo podremos continuar con nuestra vida de antes?» —se preguntaba.

No tenía respuesta para ello. Lo que sí tenía muy claro es que ambos se habían asomado al abismo. Y que a partir de ahora, un roce, una mirada, cualquier cosa, podía hacer que se precipitaran en él.

«Pero, ¿de verdad es un abismo? —se preguntó—. ¿O quizá uno de esos raros regalos de la vida?».

Entraron en el parque. La tarde declinaba, pero la temperatura era agradable. Se sentó en un banco, y su hermana, de nuevo, le imitó sin decir nada.

Magda, por su parte, trataba de digerir lo que había sucedido en el estudio. La gran pregunta para ella era si estaba dispuesta a cruzar la línea ante la que se habían detenido; una línea que habrían traspasado sin duda de no estar presente Mirta. Una línea que ella, cerrando los ojos a todo lo que no fueran los sentimientos que le inspiraba su hermano, estaba dispuesta a atravesar.

Sintió la mano de Javi que se posaba en la suya, abandonada sobre el asiento, y entrecruzó sus dedos con los de él.

Más tarde, en su dormitorio, Magda se desnudó completamente. Eligió una especie de camiseta holgada, varias tallas más grande de su medida, que le cubría hasta medio muslo y permitía contemplar sus pechos desde un costado por la abertura de los brazos. Tomó unas braguitas limpias del cajón. Se quedó mirándolas unos segundos, y luego volvió a guardarlas, dirigiéndose al salón.

Encontró a Javi sentado con la mirada ausente, sumido en sus pensamientos. Él había elegido una camiseta ajustada, más uno de los pantalones cortos de pijama que solía usar por casa.

Javi la miró intensamente. Le partía el corazón contemplar aquella belleza, su cuerpo, que no debía ser para él.

Magda tomó asiento a su lado con las rodillas juntas, y estiró ligeramente del bajo de su camiseta, para cubrir un poco más sus muslos.

«Una incongruencia —pensó—, porque Javi ya ha visto hasta lo más recóndito de mi cuerpo»

Sentía que había que acabar con aquel silencio, pero no se le ocurría qué decir. Volvió los ojos hacia su hermano, y encontró su mirada fija en ella.

Él no había resuelto aún sus contradicciones, pero al igual que a su hermana, le pesaba aquel silencio de plomo que había caído sobre ellos como una losa. Finalmente, casi sin pensarlo, decidió hacer una broma:

—Oye, que creo que al menos hemos aprendido algo esta tarde. Si nos duchamos juntos, ahorraremos agua.

—Pero el menor gasto de agua se irá en gel de ducha; tengo las tetas y la cuquita más limpias del mundo —repicó rápida Magda.

Los labios de ambos se ensancharon en una sonrisa, que en seguida se convirtió en carcajada.

—No sé qué piensas de ello, pero para mí ha sido maravilloso —dijo Javi, cuyo gesto se había vuelto serio.

—Ha sido… ¡guau! —convino su hermana.

—Oye, no hemos visto las fotos —Javi se estaba levantando del sofá.

—No creo que sean mejor que la realidad —Magda tenía la mente todavía llena de la imagen del cuerpo desnudo de su hermano.

Javi volvió con el sobre amarillo DIN A4 que había quedado en el recibidor. Se sentó junto a su hermana, y extrajo las copias en color. La primera de ellas le dejó estupefacto: se trataba de la imagen de la ducha en la que él fingía penetrarla por detrás, y se le secó la boca.

Magda se desplazó en el asiento, hasta que sus caderas quedaron en contacto con las de él, y se dobló por la cintura para verlas mejor, con la cabeza a pocos centímetros de la de su hermano.

La siguiente era otra escena similar: el rostro de Magda contraído con un gesto indudable placer, mientras su hermano fingía hacerle un cunnilingus . La cabeza de él tapaba su sexo, que no se veía en la imagen.

En la tercera, ambos estaban tendidos en la cama frente a frente, mirándose a los ojos. La postura de Magda, con la pierna flexionada, dejaba contemplar la raya cerrada entre sus muslos. También era visible el pene en reposo de Javi. Magda jadeó ligeramente al verla, recordando lo que había sentido en aquel momento. Y la imagen había captado perfectamente las emociones que entonces embargaron a ambos.

Javi alzó la vista de la imagen. Estaba comenzando a experimentar una erección, y su estado no mejoró al contemplar los pechos de su hermana, que el escote desbocado de la camiseta, dada su postura, había dejado al aire. Apartó la vista.

La cuarta consistía en otra imagen de la ducha, en la que la mano de Magda enjabonaba el pubis de su hermano, peligrosamente cerca de su pene medianamente enhiesto.

La quinta, por último, era la famosa imagen de Javi tras su hermana, cubriendo sus pechos con el brazo, y con los dedos aparentemente posados sobre su feminidad.

—Oye, una pregunta —dijo Magda—. ¿Por qué no pusiste la mano en mi cuquita? No me habría importado…

Él dejó resbalar las fotografías, que cayeron al suelo. Tomó las mejillas de su hermana entre sus manos. Olvidando tabúes, prejuicios y prevenciones, y tras dirigirle una profunda mirada, unió su boca entreabierta a la de ella.

Se separaron jadeantes, mirándose con los ojos muy brillantes. Otra vez, como en el estudio fotográfico, se había establecido entre ellos la especie de arco eléctrico que había percibido Mirta. Magda se puso en pie. Un tirante de su camiseta había resbalado, y el escote torcido dejaba ver uno de sus senos, con el pezón completamente erecto.

Javi la miró, y se levantó del asiento.

—Se me ha ocurrido…

—¿Qué? —preguntó ella.

—Que podemos repetir lo del gonzo , pero esta vez en serio —propuso él.

Magda le tomó de una mano, y le condujo a su dormitorio. Frente a frente a los pies de la cama, se dirigieron una intensa mirada.

—Que nos vamos a ver desnudos dentro de poco, así que más vale que te vayas acostumbrando —dijo ella, mientras dejaba caer el otro tirante, y la prenda se deslizaba hasta el suelo.

—¡Joder!, es un corte —respondió él con una sonrisa, al mismo tiempo que se quitaba la camiseta.

Magda, sin esperar a que terminara de desnudarse, tiró del elástico de sus pantalones cortos hacia abajo. El pene de él, al máximo de su erección, saltó fuera de la prenda, quedando totalmente horizontal.

—Mmmm, indecente e inapropiado —remedó su hermana con la mirada fija en su miembro, mostrando una sonrisa traviesa— pero esto no es arte, sino sexo. Y no somos parientes, sino “algo así”.

—Estamos durmiendo, ¿recuerdas? —dijo Javi mientras se tumbaba en la cama, y su hermana le imitaba.

Como en la sesión fotográfica, mientras él fingía dormir, ella posó la mano en el vientre masculino. Pero esta vez no la dejó inmóvil, sino que le masajeó en círculos, llegando a rozar su miembro en una ocasión.

Él “se despertó”, la atrajo hacia sí, y unieron sus bocas en besos hambrientos. En un momento dado, Magda pasó una rodilla sobre los muslos de él, y Javi atrapó uno de sus pechos con la mano.

—Esto no estaba en el guión —dijo él con una sonrisa cuando al fin se separaron.

—Pero me gusta —replicó ella con los ojos brillantes.

Javi se arrodilló en la cama, e hizo el gesto “ven aquí” con el índice. Magda se sentó sobre los talones dándole la espalda. Él comenzó a acariciar sus senos con la izquierda.

—Perdona —susurró en su oído—. Y la diestra se posó decididamente en el sexo de su hermana, y le masajeó con la mano abierta. Ella exhaló un profundo suspiro.

—Esta vez no me he “cortado”. Estoy tocando tu cuquita —remedó él, mientras introducía un dedo en su vagina.

Magda se envaró, y echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados.

—No… me… importa… —consiguió articular entre jadeos.

Un segundo dedo se unió al anterior. Javi notó en su mano la intensa humedad de su hermana, y apretó aún más su erección contra ella.

—¡Javi! —gritó ella—. ¡Sigue, sigue! ¡Por Dios! ¡Ahhhhh!, me estoy corriendo.

Sus caderas oscilaban fuertemente adelante y atrás. Una de sus manos aferró la de su hermano, oprimiéndola aún más sobre su vulva, y su cuerpo se estremeció con las convulsiones que la sacudían.

Cuando cesaron, se volvió a medias, abrazándose a uno de los muslos de Javi, y le besó en la ingle.

—La temperatura va aumentando —recordó él las frases de Mirta entre postura y postura.

Se puso frente a ella, y la empujó con las manos en sus pechos, hasta dejarla tumbada.

—Las rodillas elevadas, y los muslos muy separados —continuó él—. Estás muy cerrada, cielo. Pero tu chico lo solucionará…

Con una sonrisa traviesa, ella giró en la cama, apartándose de él.

—Fue antes lo de comerte el pene —precisó con voz juguetona. Y repitió con su índice el mismo gesto de su hermano.

Se sentó sobre los talones ante él, que se había arrodillado. Esta vez no hubo vacilación alguna. Cerró los dedos en torno a aquella maravilla de masculinidad, se inclinó, y se la introdujo en la boca sin titubeos. Percibió el sabor del líquido preseminal, pero no le importó. Su lengua lamió el glande inflamado, de la misma forma que lo hubiera hecho con una piruleta. Luego comenzó a subir y bajar la cabeza sobre ella. De vez en cuando la extraía de entre sus labios, mientras su mano continuaba los movimientos longitudinales, solo para contemplar la expresión de éxtasis de Javi.

Lo dejó al cabo de un rato. No le hubiera importado que eyaculara en su boca, pero no quería que aquello finalizara antes de comenzar.

—Ahora sí —dijo mientras se tumbaba, en la postura que antes le había indicado él.

Javi se dejó caer, con la cabeza entre las piernas de Magda. Tal y como había dicho hacía unos instantes, los labios menores estaban apelotonados, formando un bultito con pliegues, excepto en el punto en que habían dejado paso a sus dedos.

Esta vez los tomó con delicadeza, estirándolos, hasta que quedaron entreabiertos como dos pequeñas puertas que franqueaban el paso al interior de su vulva.

De nuevo, se estremeció con la visión del capuchoncito inflamado, largo como la primera falange de su dedo índice, del que sobresalía la brillante perlita de su clítoris.

«No he visto cosa igual —se maravilló—. Es como un pene en miniatura».

Separando los labios mayores con los pulgares, se detuvo unos instantes para recrear su vista con el rosado interior de la vulva, brillante de humedad. Sus ojos contemplaron el orificio de la vagina, solo ligeramente dilatado.

Aplicó sobre el clítoris la punta de la lengua, y el contacto fue como una corriente eléctrica que le recorrió por entero.

El cuerpo de Magda se arqueó, con el trasero elevado de la cama, viniendo al encuentro de su boca.

Lamió, succionó y estiró los “pellejitos” tomados entre sus labios. Su hermana, como atacada de fiebre, se revolvía sobre las sábanas, gimiendo en tono bajo al principio, que iba in crescendo , a medida que se sucedían las contracciones de un nuevo orgasmo.

Magda se sentía volar. Su éxtasis duraba ya unos segundos, y parecía no tener fin. Las sacudidas de placer se sucedían en su interior.

Una convulsión aún más fuerte se apoderó de ella, nublando sus sentidos. Perdido hasta el más leve rastro de pudor, chilló enardecida, rogándole que no se detuviera, que la comiera entera…

Y entonces Javi insertó otra vez dos dedos en su vagina, sin que sus labios y su lengua perdieran el contacto con la dureza de la cúspide de su sexo.

Fue como una explosión, que la devastó por entero. Se dobló por la cintura, y se aferró al cuello de su hermano, gimiendo y suplicando… Sus contracciones fueron haciéndose más espaciadas y leves, hasta cesar por entero. Poco a poco fue recobrando la normalidad, y abrió los ojos, encontrando la brillante mirada de Javi, que contemplaba su rostro con una expresión de amor infinito.

—Hey, chico, esto ha estado muy, pero que muy bien, —dijo sonriente.

Recordó las palabras de Mirta, que remedó:

—“Esto se ha ido calentando, y ahora estamos dispuestos para el final”. ¿Cómo te gusta hacerlo? —preguntó con una sonrisa traviesa, mientras aferraba de nuevo la erección de su hermano, y comprobaba que no se había ablandado lo más mínimo.

—¿Para qué cambiar? —dijo él, también sonriente—. La postura del misionero…

Magda se incorporó en la cama.

—Pero ahora con una variación: yo encima.

No era un capricho; quería volver a sentir lo que había experimentado después de la depilación, pero ahora sin que ninguna tela se interpusiera entre sus cuerpos, piel sobre piel.

Puso las manos en el pecho masculino, y le empujó suavemente, dejándole tendido boca arriba. Reptó sobre su cuerpo, hasta que, como la mañana anterior, quedó despatarrada sobre él, con su vulva sobre aquella magnífica dureza. Sosteniéndose sobre los codos, dejó los pechos al alcance de la boca de Javi.

—Mira, esta vez no tienes que dar una ojeada por el escote. Te los regalo, son tuyos —ofreció juguetona.

Las manos de él tomaron uno de los senos cónicos que se le brindaban, y su boca se cerró sobre el pezón, erecto y turgente.

Magda tampoco había experimentado antes nada similar: la calidez de la boca de su hermano en su botón le producía mil sensaciones placenteras. Sus sentidos se dividieron en dos: la mitad de su ser estaba concentrada en el pecho del que una buena porción estaba introducido en la boca de su hermano, cuya lengua reseguía la pequeña dureza a su alcance. La otra mitad era consciente en cada uno de los poros de su vulva del contacto del pene de Javi, dulcemente apresado entre sus labios mayores.

Apoyándose en las rodillas, hizo oscilar sus caderas levemente adelante y atrás, con su húmedo sexo resbalando sobre su dureza.

Ahora era el rostro de Javi el que aparecía contraído, con una expresión de indudable placer. Magda percibía en su pecho el aliento entrecortado de su hermano.

El dulce roce la fue estimulando. Javi, abandonando su seno, la tomó por las mejillas, y cubrió la boca de ella con la suya. Magda incrementó el ritmo: no podía detenerse. Otra tormenta de placer increíble se estaba formando en su vientre. Como relámpagos, las convulsiones recorrieron su cuerpo, mientras gritaba enloquecida por el goce que estaba experimentando.

Se dejó caer sobre su hermano, cuando las contracciones fueron remitiendo, y le dirigió una mirada amorosa.

—¡Hey, chica! Eso ha estado muy, pero que muy bien —Javi imitó su frase de hacía unos minutos.

—¿Te has corrido tú también? —preguntó en voz baja.

—No, me reservo —respondió él con una mirada de deseo en sus ojos—. Quiero tomarte, que seas mía, y hacerte el amor.

La besó de nuevo ardientemente.

—Estoy dispuesta para ti, —afirmó Magda, mientras le acariciaba el rostro.

Ella elevó el culito, para dejar espacio a la penetración que deseaba, ansiaba con todo su ser. Él guió su pene con una mano, hasta que quedó en contacto con su carne.

—¡Hey, chico! —exclamó ella con una dulce sonrisa—. Por ahí no; solo es nuestra primera cita.

—Lo siento, —se excusó él—. No quería…

De nuevo él introdujo la mano entre sus muslos. Y, ahora sí, Magda sintió el glande descender desde su ano, pasar sin detenerse por la entrada de su vagina, recorrer su lubricada abertura, y rozar su clítoris sensibilizado al máximo…

—¡Hey chico! —jadeó—. No me importaría nada, pero que nada, que siguieras haciendo eso un ratito.

Obediente, él hizo deslizar su pene arriba y abajo unas cuantas veces por el interior de su vulva.

Se detuvo y, esta vez sí, su glande quedó apoyado en su puerta del placer.

La miró a los ojos, y le dirigió un gesto interrogante.

—Sí, sí, hazlo —respondió ella con voz entrecortada.

Todos los sentidos de Magda estaban ahora concentrados en su vagina. El glande penetró en su abertura, dilatándola. La sensación fue indescriptible: se envaró toda, y un largo gemido escapó de sus labios.

Javi trataba de contener el impulso atávico que le impelía a empujar y penetrarla hasta el fondo; quería seguir percibiendo la caliente y húmeda presión que le abrazaba; en ninguno de sus sueños había anticipado la emoción que le embargaba por entero.

—Un… poco… más… —pidió ella, con la voz estremecida.

Él empujó ligeramente. Su bálano se abrió paso sin dificultad, y una porción mayor de su pene quedó ceñido por la suave funda aterciopelada de su hermana.

—¡Ay, Javi!, por favor… más, más…

Él contrajo las caderas, impulsando su dureza unos centímetros en el interior del cuerpo de Magda. Se quedó quieto. Tan sólo una pequeña parte del cilindro de carne palpitante estaba fuera.

Gimiendo de deseo, con el cuerpo estremecido por ligeros temblores, Magda se dejó caer lentamente, hasta que su trasero quedó apoyado en el pubis de su hermano. Se sentía llena, colmada, con un sentimiento de gozo y plenitud que no había conocido nunca.

—¿Estás bien? —preguntó él suavemente al ver el gesto contraído de Magda, con los párpados muy apretados.

Ella abrió los ojos, y le dirigió una sonrisa luminosa.

—Nunca he estado mejor —respondió.

—¿Sabes, mi amor? He soñado contigo muchas noches durante estas últimas semanas. Pero nunca me había atrevido a anticipar la dicha que me embarga en estos instantes —consiguió articular él con la boca seca.

Una contracción invadió el vientre de Magda, y un gemido sostenido brotó de sus labios, mientras se tumbaba sobre el cuerpo de él, y su boca iba al encuentro de la de su hermano.

Ahora no podía quedarse inmóvil. Como había hecho antes de la penetración, su pubis comenzó a oscilar inconscientemente adelante y atrás. Con sus trémulos movimientos, el pulsante pene de Javi salía de su conducto apenas unos centímetros, para después introducirse de nuevo hasta el fondo. Y cada una de esas penetraciones la impulsaba un poco más arriba en la montaña rusa de placer en la que estaba montada. Poco a poco, sus convulsiones iban incrementando su intensidad, y en cada una de ellas pensaba que era el límite, que no podía sentir nada mayor… Pero la barquilla de la montaña rusa seguía elevándose, cada vez más alto.

Y Magda exhalaba gemidos de placer, al ritmo de sus arremetidas a las que poco a poco iba imprimiendo una frecuencia mayor…

Y llegó a lo más alto. Se dejó precipitar a un abismo de gozo, chillando, musitando palabras incoherentes, mordiendo a Javi en las mejillas, en los labios, mientras cada célula de su cuerpo se unía al concierto de exaltación de un placer como nunca había conocido.

Javi trataba desesperadamente de contener la liberación, que deseaba como nunca antes había ansiado nada. Vivió el orgasmo de su hermana como propio, como si todas sus terminaciones nerviosas estuvieran interconectadas a las de Magda.

Cuando ella quedó desmadejada sobre él, jadeante, aún tuvo un momento de cordura.

«¿Estamos haciendo bien? —se preguntó—. No es una chica que me haya ligado en la disco, ¡joder!, es mi hermana».

Pero la mirada amorosa de Magda clavada en sus ojos, su sonrisa, y su expresión de dicha indudable, le desarmaron por completo, y el momento pasó.

—¡Hey, chico! —murmuró ella cariñosamente—. No sé si debería decírtelo, pero nunca antes había experimentado nada parecido.

Le miró fijamente.

—Pero tú aún no te has corrido… —era una afirmación, no una pregunta—. ¿Por qué? Quiero que lo hagas dentro de mí. Quiero darte lo mismo que tú me has dado.

Javi mordió suavemente la barbilla de su hermana.

—Este… chica, no me he puesto… protección.

—Mmmm, chico, ¿sabes qué son los anticonceptivos orales? He vuelto a tomarlos…

—En ese caso… —dijo él sonriente—. Creo que…

Javi se abrazó al cuerpo de su hermana, y volteó en la cama, quedando sobre ella, consiguiendo que su pene no abandonara ni un instante el conducto de Magda. Quiso aliviarla de su peso apoyándose en los antebrazos, pero ella no lo consintió: le rodeó apretadamente con los suyos, y cruzó las piernas sobre su cintura.

Javi se quedó inmóvil, disfrutando de la sensación. No era únicamente el contacto físico, piel sobre piel, sino que había algo más, algo indefinible. Era imposible, pero experimentaba una especie de fusión de su cuerpo con el de su hermana. Eran uno, una sola mente, un solo corazón que amaba al otro con desesperación, un único anhelo.

Ella le miró con una sonrisa cálida en sus labios.

—¡Hey, chico! ¿Piensas dejar que siga haciendo yo todo el trabajo?

Javi salió de su abstracción. Su cuerpo inició un leve movimiento de vaivén. Pero no quiso dejarse llevar por la pasión que le consumía como una brasa: quería hacer durar aquel acto de amor. Habría querido congelar ese instante, y que persistiera una eternidad.

En aquella postura, Magda sentía el suave roce en puntos nuevos de su vagina, que anteriormente no habían sido estimulados. Saciada por el orgasmo demoledor que había experimentado, su intención era únicamente la de devolverle el regalo que acababa de disfrutar, no conseguir uno nuevo. Por ello, cuando notó las primeras contracciones precursoras, apenas lo podía creer.

«No es posible —dudó—. Yo jamás…».

Pero aquello estaba fuera de su experiencia. Nunca había sentido ese anhelo, ese deseo de entregarse entera, en cuerpo y alma. Nunca antes había hecho el amor con un hombre que le inspirara aquellos sentimientos.

Javi sentía que no podría demorarlo mucho más; la vagina de su hermana acariciaba su pene, que se deslizaba suavemente por su extrema lubricación. Percibió que la tensión en su miembro iba en aumento. Incrementó ligeramente la frecuencia de sus penetraciones.

Magda abrió muchos los ojos, y envaró su cuerpo, estremecido por un espasmo que la recorrió por entero.

Javi notó su miembro oprimido por los músculos vaginales contraídos, y se dejó llevar. Pegó su boca a la de Magda, y sintió cómo sus testículos inflamados liberaban su carga, en sacudidas cuya frecuencia se incrementaba al mismo ritmo, ahora frenético, de los impulsos con los que sus caderas introducían y retiraban su dureza del interior de su hermana.

Magda sintió pulsar el pene de su hermano en su interior. Fue como una conmoción que la sacudió, cortándole la respiración; se aferró con las manos a las nalgas masculinas, y no intentó acallar los gritos exaltados que acompañaban a las contracciones que se sucedían en su vientre. De nuevo, creía que cada una de ellas sería la última, pero no era así; su hermano seguía acometiéndola, y cada penetración hacía que la siguiente fuera aún más intensa que la anterior.

Poco a poco, aquella hermosa locura que se había apoderado de ambos en su clímax casi simultáneo, se fue apagando.

Javi le dirigió una sonrisa, y depositó un suave beso en sus labios.

—¡Hey, chica! —¡Hey, chico! —dijeron al unísono, y se echaron a reír.

—Primero tú —dijo Magda dulcemente.

—¿Te he dicho alguna vez que te amo? —continuó él con la voz enronquecida.

—Mmmm, suele ser al revés: primero me lo deberías haber dicho, y solo después, me habrías hecho el amor. Pero en fin, esto es atípico… —se interrumpió al constatar el gesto confundido de su hermano, y su rostro adoptó una expresión seria—. Pienso que yo te he amado desde siempre, solo que no lo he sabido hasta hoy.

—Indecente e inapropiado… —susurró Javi.

Magda, alarmada, buscó en la expresión de él arrepentimiento… pero solo encontró una cálida sonrisa.

—…pero me importa un carajo —terminó su hermano.

—¿Qué diría ahora doña Gúdula, si nos viera por el ojo de la cerradura? —preguntó ella con una sonrisa cómplice.

—Deja la charla —pidió él—. No puedo besarte si sigues hablando…

Epílogo

Días después, recibieron una llamada de Mirta. Al parecer, las fotografías habían llamado la atención de un productor, que quería que actuaran en otro gonzo filmado en vídeo, éste totalmente real.

Lo estuvieron hablando largamente, para al final, acceder. Al fin y al cabo, follar ante la cámara no era muy diferente que posar desnudos, —realmente cuando lo hicieron solo había faltado la penetración— y la paga era bastante mayor.

Al principio les cortó un poco la presencia de un técnico de sonido y un cámara, ambos varones, así como la de Mirta, esta vez provista de otro enorme grabador de vídeo.

Aparte, en la habitación simulada del estudio (otra cama, con sábanas grises) estaba la ayudante de Mirta, Lola, una mujer muy delgada y escurrida de pecho, que con gesto de indiferencia había decidido que esta vez la chica tampoco necesitaba maquillaje y, lo que les costó más asumir, un tipo rijoso, lleno de collares y anillos, que se comía a Magda con la vista.

Hicieron de tripas corazón, y comenzaron a actuar; “no tenemos guión ni nada parecido, imaginaos que estáis solos en vuestro dormitorio” había dicho el tipejo aquel.

Y eso hicieron. Segundos después, no había cámaras, ni Lola, ni Mirta, ni veían al sátiro aquel. Estaban en su dormitorio, y follaron como lo llevaban haciendo desde la noche que siguió a su posado.

Cuando terminaron, se dieron una ducha (esta vez a solas) se vistieron, y fueron al despacho a cobrar.

De nuevo en su casa, cambiaron impresiones: no había sido tan malo después de todo, —concluyeron.

En los días siguientes, les llovieron las ofertas.

Mirta, que se había convertido en una especie de agente oficioso, y también mentora maternal, les dijo que la razón de su éxito estribaba en que ambos actuaban con absoluta naturalidad, nada de labios fruncidos y gemidos enlatados, como las pornostars. Y no habían fingido el orgasmo —varios, en el caso de Magda—, sino que habían sido absolutamente reales, redondeando la cosa con la eyaculación de Javi, no sobre los pechos y la cara de ella, sino en el interior de su vagina, como había quedado inmortalizado en vídeo.

Rechazaron dos propuestas de trío, una con otra mujer (a pesar de que a Magda en principio no le parecía mal… hasta que vieron una película del género, y ella se dio cuenta de qué iba la vaina) y otra con un hombre, de la que no quisieron ni oír hablar ninguno de ellos.

Rodaron un par de gonzos más, cada vez en instalaciones mejores, y con más paga. Y sin la presencia del obeso de los collares, afortunadamente.

Una nueva propuesta iba de follar al lado de otra pareja, “sin intercambio”, les dijeron, y terminaron aceptando.

Fue raro, pero enseguida se abstrajeron de la neumática (de silicona) rubia (de frasco) y del musculitos (de esteroides) que simulaban follar junto a ellos, así como de los ¡oichhh! con los labios (de botox) en “o” de ella, y se dedicaron a lo que mejor sabían: hacer el amor como si estuvieran solos, con gemidos de placer auténticos.

Según parece, al destino o lo que sea no le debe parecer mal del todo lo del incesto. Estaban tratando de decidir si aceptar alguno de los encargos restantes, cuando les llamó un abogado, cuyo nombre Javi tardó en recordar: se había celebrado el ya olvidado juicio por el accidente de tráfico que costó la vida a sus padres, y el juez había decretado una sustanciosa indemnización, de la que había que deducir el veinte por ciento de honorarios del letrado.

¡No podían creerlo!

Y a los dos días, otra llamada, esta de “bragas amarillas”, la secretaria de don Tomás: “que pasara al día siguiente a firmar un contrato en prueba por seis meses, con la seguridad de que, finalizados éstos, y si todo iba a bien, habría otro indefinido”.

Y el porno perdió dos de sus incipientes estrellas.

A veces pienso que, si solo hubiéramos esperado un poco más, Magda no habría tenido que mostrarse desnuda para el goce solitario de quién sabe cuántos tíos. Pero, de haberlo hecho, tampoco habría conocido el regalo de su amor de mujer, reflejo del que siento por ella, que me llena, y pone un nudo en mi garganta.

Ahora su cuerpo es solo mío, y todas las noches, en nuestro dormitorio, se renueva la dicha de contemplar su hermosa figura sin ropa, solo expuesta a mis ojos, y hacerle el amor muy despacio.

¿El parentesco? Algo ha debido fallar en la Naturaleza para que la mujer que ha sido hecha para mí, que me estaba destinada, sea precisamente mi hermana.

Y doña Gúdula, don Andrés, su marido, y el resto del mundo, que se jodan.

Javi

En más de una ocasión he tratado de imaginar qué dirían nuestros padres si pudieran contemplarnos desde dondequiera que estén, y he concluido que de seguro nos mirarían felices, porque nosotros lo somos. Inmensamente.

Amo a mi hermano con todo mi ser. Magda, la hermana, no existe, y la otra Magda, la hembra, se entrega a él completamente. No hay más miedos, reservas ni tabúes. Cada mañana —y esta vez no actúo— mi corazón se llena con la vista de su hermoso rostro abandonado en el sueño. Él se despierta y deposita un tierno beso en mis labios, y en sus ojos percibo el amor que me profesa. No hay nada más dulce, y en esos instantes, me siento la mujer más afortunada del mundo.

Magda