Gonzo (3)

Las fotografías de una pareja se pagan mejor...

La sesión fotográfica

Las horas siguientes fueron difíciles para ambos. Los dos eran conscientes de lo que podía haber sucedido solo con que uno de ellos hubiera ido un paso más allá. Magda y Javi compartían un pensamiento común: se sentían atraídos por el otro, con una atracción física impensable, dado su parentesco.

Javi cocinó (lo hacía casi todos los días que estaba en casa) y después puso la mesa.

«Esto tiene que acabar. No sé cómo, pero tenemos que superarlo» —se dijo a sí mismo.

Se detuvo ante la puerta cerrada del dormitorio de su hermana, y dudó unos instantes. Los suficientes como para representarse mentalmente su imagen tumbada en el lecho, completamente desnuda, como la había visto en las fotografías. Sacudió la cabeza para alejar el mal pensamiento, y tocó con los nudillos.

—Magda, la comida está en la mesa. Ven antes de que se enfríe.

Dio media vuelta, regresando a la cocina, y se dedicó a servir vino en las dos copas. Por el rabillo del ojo, distinguió la silueta de su hermana, parada bajo el dintel. Le dirigió una sonrisa tranquilizadora, y se sentó. Magda le imitó pasados unos segundos.

Se había cambiado de ropa, pero era casi peor: ahora llevaba una camiseta blanca sujeta en los hombros por dos cintas estrechas, a través de la cual se distinguía la oscuridad de sus aréolas, con los botones erectos en la cúspide, y que dejaba al aire una porción de su vientre plano.

En la parte inferior, unos pantalones cortos ajustados. Al sentarse ante su hermano, Javi tuvo una rápida visión de la entrepierna hundida en su abertura, con los bultos de los labios mayores a cada lado. Se sintió morir.

Comieron en silencio, hurtando al otro la mirada, intercambiando únicamente frases del estilo de “sírveme más vino, por favor”, o “¿puedes cortarme otra rebanada de pan?”.

Finalmente, Javi no pudo soportar aquello un momento más: alargó la mano sobre la mesa, y la tomó por la barbilla, obligándola a mirarle.

—¡Hey, chica! Estás muy callada.

Magda le dedicó una sonrisa velada, pero no dijo nada.

—Como tú decías antes, —comenzó Javi— ha sido inapropiado e indecente; ambos hemos tenido un momento de debilidad, pero no ha pasado nada del otro mundo. Tú me has visto desnudo por primera vez, de la misma forma que yo he tenido ocasión de contemplarte sin ropa en las fotografías. No tienes por qué sentir vergüenza alguna por ello… Y no podemos consentir que esto se interponga entre nosotros, ahora nos necesitamos el uno al otro más que nunca. ¿Vas a seguir así de seria?

Esta vez la sonrisa de su hermana fue luminosa, mirándole a los ojos voluntariamente por primera vez.

Había omitido, por supuesto, el hecho diferencial de que él la había visto desnuda solo en fotografías, y no había puesto un dedo sobre el cuerpo de su hermana, mientras que ella había estado contemplando “en vivo” hasta lo más recóndito del suyo, y no solo eso, sino que además, había estado tocando sus genitales. Y, ni que decir tiene, no insistió en poner de relieve el impulso sexual que cada uno había experimentado hacia el otro.

De repente, le vino algo a la memoria; no había vuelto a pensar siquiera en ello.

—Y tienes que volver a verme desnudo otra vez, —continuó—, porque tengo que enviar una fotografía, ¿recuerdas? Y es difícil hacerlo uno solo.

—¿De veras quieres seguir adelante con lo de tu posado? —preguntó ella, mirándole fijamente.

—Ya te dije que sí, Magda. Estoy decidido a hacerlo.

—Está bien —aceptó ella poniéndose en pie—. Vamos a recoger la mesa. Supongo que tendré que cambiar las pilas a la cámara digital. Mientras, te… quitas la ropa, y me esperas. Por cierto, —se interrumpió, con un rimero de platos en las manos—. ¿Dónde lo hacemos?

—¿Qué te parece en el salón? —propuso él—. Hay una superficie lisa en la pared, y he pensado que es el mejor lugar.

—Está bien, —convino su hermana.

Javi se quitó la ropa en su dormitorio, dirigiéndose después al salón, donde encontró a Magda manipulando la olvidada cámara digital. Ella alzó la vista brevemente, dirigiéndole una rápida mirada, para después volver a concentrarse en el dispositivo.

Javi se mostraba desnudo ante su hermana con absoluta tranquilidad. No sentía pudor en absoluto, y le parecía un sueño lo ocurrido unas horas antes en su dormitorio. Observó que ella le miraba también como si el hecho de que él estuviera sin ropa fuera de lo más habitual. Aunque siempre con la vista por encima de su cintura.

Javi se situó en el lugar que había propuesto, y su hermana se acercó cámara en ristre.

—Hay demasiada luz, Javi.

—¿Y si corremos los visillos del balcón? —propuso él.

—Deja, ya lo haré yo —Magda compuso una sonrisa irónica—. ¿Te has dado cuenta de que estás en pelotas, queridito? Solo falta que alguna vecina te vea así, y a mí detrás haciéndote fotografías. Nos crucificarían como mínimo.

Tras hacerlo, Magda se ubicó ante él, y retrocedió hasta que la figura de su hermano llenó el visor. A pesar de que el tejido tamizaba la luz, aún era demasiado cruda.

—Tenemos que poner algo además de los visillos —informó a Javi—. Hay mucha luz.

—Bueno, yo no sé, tú tienes más experiencia —Se interrumpió, advirtiendo una ligera crispación en el rostro de su hermana. Se acercó a ella, y le acarició una mejilla—. No te ofendas, cielo. Quería preguntarte qué hacen los fotógrafos profesionales.

—No me ofendo. Es que me había parecido notar en tu voz… no sé, como un tono de reproche.

—No hay nada que pueda reprocharte. Sobre todo ahora, que yo voy a dedicarme a lo mismo que tú —sonrió tranquilizadoramente.

Magda correspondió a su sonrisa, y repitió el gesto de él, posando levemente los dedos en la mejilla de su hermano.

—Hay como unas sombrillas plateadas —informó ella— puestas del revés, con un foco hacia arriba. Y una especie de marcos blancos que reflejan la luz.

—Pues no tenemos nada similar —dijo él, como hablando para sí—. Y creo que el paraguas no servirá, aunque le forremos de papel de aluminio. Lo que sí podemos hacer es poner una sábana en el ventanal, además de los visillos. Dio dos pasos, y luego se detuvo, riendo con ganas.

—Otra vez tendrás que hacerlo tú, cariño. Los vecinos, ya sabes…

Segundos después, con la luz aún más tamizada, Magda encuadró nuevamente el cuerpo de su hermano en el visor. Bajó la cámara con gesto de fastidio.

—Tienes una sombra que te cubre medio cuerpo. Sería más sencillo si esperáramos a la noche, pero entonces el problema sería la falta de luz.

—Bueno, se me ocurre… Lo de las sombrillas no, impensable, pero podemos construir una de esas pantallas reflectantes con una litografía cubierta por un lienzo blanco —recorrió las paredes con la vista— Mira, aquella grande será perfecta.

Durante unos minutos se afanaron, tensando la tela en el cuadro, que graparon por detrás. Pero… ¿dónde ubicarle? Javi trajo una escalera de mano, y colocó el rectángulo a media altura.

—Mira ahora cómo queda, —solicitó, mientras volvía a ubicarse en el mismo lugar anterior.

Magda contempló la imagen a través del visor. Aún quedaba algo de sombra. Se acercó, y colocó el improvisado reflector un poco más bajo. Volvió a encuadrar. Se dirigió al “invento” y le inclinó un poco. De nuevo, contempló el efecto a través de la cámara. Perfecto. Solo que…

—Hay otra cosa… —le miró ruborizada—. Es que… Bueno, tienes enrojecido el pubis. Se nota demasiado el afeitado reciente.

—Pues hay poco que podamos hacer… —respondió él—. Esperar a mañana o pasado, pero no quisiera dejar pasar más tiempo. Pueden olvidarse de mí…

—…o ponerte maquillaje sobre las rojeces —continuó ella—. Tengo una base que probablemente las disimulará bastante.

—Probemos —aceptó Javi.

Se dirigieron al dormitorio de Magda. Ella revolvió en la coqueta —no se maquillaba habitualmente— hasta seleccionar un tarro. Se volvió hacia su hermano con él en la mano.

Javi estuvo a punto de pedirle en broma que se lo extendiera ella. Se mordió la lengua a tiempo. Su hermana podía tomarlo como una invitación a volver a hacer algo inapropiado e indecente, y ofenderse.

Tomó el tarro, y se volvió de cara al espejo de cuerpo entero que revestía una de las puertas del ropero de Magda. Tomó una pequeña porción de la crema, y comenzó a extenderla por encima del pene, llegando incluso a las ingles. Advirtió el reflejo de la mirada de su hermana, clavada en sus genitales sin ningún reparo.

—Ya, —dijo él cuando supuso que había suficiente.

—Deja que te mire de cerca —Magda se arrodilló en el suelo frente a él, absolutamente tranquila—. Eres un desastre —se echó a reír—. Te has dejado pegotes, y hay zonas sin cubrir.

Javi se quedó de piedra. Los dedos de su hermana comenzaron a recorrer su pubis, extendiendo el cosmético. Luchó desesperadamente por evadir su mente, pensar en cualquier cosa que no fuera el tacto suave que le masajeaba. Ella tomó otra porción, y reinició el dulce suplicio. El leve roce se desplazó a sus ingles, y percibió la caricia del dorso de la mano de Magda en sus testículos, como por la mañana. Por fin, cuando terminó, Javi advirtió con alivio que su pene seguía colgando fláccido entre sus piernas.

—Tienes el escroto algo enrojecido también, pero la piel es oscura, e imagino que ya mañana no se notará mucho —dijo Magda aparentemente tranquila, mientras volvía a ponerse en pie—. ¿Probamos ahora?

Se dirigieron de nuevo al salón.

—¿Cómo me pongo? —preguntó él dubitativo.

—Menos de frente, mirando a la cámara en posición de firmes, como quieras —replicó ella.

Minutos después, había plasmado la imagen de su hermano en diversas posturas, desde varios ángulos diferentes. Cerró la cámara, y extrajo la tarjeta del dispositivo.

—Tendrá que ser en tu portátil —dijo Javi—. Mi ordenador no tiene lector de tarjetas. Y tendremos que enviar el correo también desde él, porque yo no robo la conexión inalámbrica del vecino— concluyó con retintín.

Mientras ella manipulaba su ordenador, sintiendo la abrumadora presencia del cuerpo varonil desnudo tras ella, Magda, de nuevo, se encontraba dividida en dos mitades separadas: una de ellas deseaba que su hermano se vistiera, ahorrándole así el suplicio de contemplar lo que no podía tener. La otra, gozaba lo indecible con la visión del cuerpo masculino, reflejado en el espejo del ropero.

A pesar de todo, las fotos habían quedado ligeramente oscuras. Nada que no pudiera remediarse con su programa de retoque fotográfico.

—¿Cuál prefieres? —preguntó él, mientras apoyaba las manos en sus hombros. Magda se sintió morir.

—Estoy tratando de verlas con otros ojos, —respondió—. No con los de tu hermana, sino con los de una mujer que no te conoce de nada, y por tanto no está influida por tabúes ni otras monsergas. —Hizo pasar las imágenes una a una en el visor, hasta que eligió una.

De nuevo sintió una sensación indescriptible. La hermana miraba la imagen reflejada en la pantalla con ojo crítico: era perfecta. La hembra, no podía apartar la vista de aquel hermoso miembro en reposo, que le devolvía la imagen.

—Mi dirección de correo es… —se inclinó a un costado de ella, para apuntar en un post-it su dirección de outlook.es y su contraseña—. Solo tienes que escribir que “de acuerdo con nuestra conversación…” ya sabes, el número de mi móvil, y añadir la foto como adjunto.

Minutos después, Magda apagó el portátil y se puso en pie, dando frente a su hermano, pero sin osar mirarle más abajo del rostro.

Alea jacta est —bromeó sonriente—. Miró su reloj de pulsera—. ¿Sabes qué hora es? Las seis. ¿Tienes que hacer algo esta tarde?

—No, —respondió Javi.

—¿Qué te parece si damos un paseo por el parque? —propuso ella.

—Perfecto. Saludable y baratito…

Mientras caminaban en silencio, las manos se rozaron. Sin pensarlo, Javi entrelazó los dedos con los de su hermana. Ella le dirigió una sonrisa, y no dijo nada.

Instantes después, se cruzaron con doña Gúdula, la vecina del segundo segunda, que respondió con un avinagrado “hola” al saludo de los dos hermanos.

—¿Te has fijado? —en la voz de Javi bailaba la sonrisa—. Si las miradas mataran…

—Y eso que no sabe que me dedico a posar desnuda…

—…y que luego me enseñas las fotografías, —continuó Javi.

—…y que te tumbas en la cama, y yo te quito los pantalones —añadió Magda, con la risa contenida en su voz.

—…y tú me acaricias los genitales… —dijo él.

Su hermana le miró con gesto fingidamente ofendido.

—Eso no es verdad, eran roces sin intención, —rió

—…y después me tomas fotos en pelotas… —acompañó con la suya la risa de su hermana

No se percataron de que la mujer se había vuelto al escuchar sus risas. Miró con desaprobación las manos unidas de los dos hermanos, y sacudió la cabeza con gesto escandalizado.

—¿Sabes? —dijo él mientras, sentados en un banco, miraban a los niños correteando alrededor de ellos—. Por primera vez desde esta mañana me encuentro bien. Y me alegro de que podamos bromear sobre lo ocurrido.

—Cuando me llamaste para la comida estaba avergonzada, no podía mirarte a los ojos.

—Bueno, yo tenía más motivos para sentir vergüenza. Al fin y al cabo, fui yo el que tuvo la… reacción indecente e inapropiada.

—No te fijaste… —Magda afirmaba más que preguntar—. La… reacción indecente e inapropiada fue mutua.

—Pero lo hemos superado —dijo Javi—, y las cosas vuelven a ser como siempre entre nosotros.

—¿Me enseñarás las fotos? —preguntó ella con un hilo de voz.

—Claro. Pero no vendas la piel del oso antes de cazarle. Puede que incluso no me llamen nunca.

Magda se quedó mirando el rostro de su hermano. Tenía la mirada perdida en el infinito, y por un instante le asaltó el loco deseo de besarle. Él volvió la cabeza, encontrándose con la mirada brillante de su hermana. Algo se derritió en su interior al contemplar su precioso rostro.

—¿Te he dicho alguna vez que eres lo más querido para mí en este mundo? —preguntó Javi con voz algo ronca.

Ella no respondió, limitándose a apretar su costado contra el de su hermano.

Aquella noche, ninguno de ellos durmió demasiado.

Al día siguiente, Javi recomenzó sus inútiles gestiones, con una esperanza renovada. No podía, no consentía renunciar a conseguir un trabajo decente.

Llevaba más de una hora de espera ante la puerta cerrada del despacho del director de Recursos Humanos; la secretaria le había dirigido varias miradas insinuantes, y su actitud, más la minifalda recogida, mostrando sin pudor sus bragas amarillas, le indicaba que quizá la chica podría ser un plan, si se lo propusiera. Pero, —advirtió con extrañeza— aunque era un auténtico bombón, no provocaba en él ningún deseo.

En ese momento sonó su teléfono móvil.

—Diga —contestó a la llamada.

—Te llamo de Erotic Dreams —reconoció inmediatamente la voz dura de la mujer con la que había hablado el día anterior—. Mira, estás de suerte. Tengo un encargo, y casualmente das la imagen adecuada. ¿Puedes estar por aquí hoy a las cinco de la tarde? Apunta la dirección…

La mujer hizo una pausa antes de continuar.

—Por cierto, no hemos hablado de honorarios; no sé qué idea te habías hecho, pero las cosas no están como para tirar cohetes. Además, los chicos se pagan menos que las chicas. ¿Te parece bien quinientos?

—Setecientos cincuenta, —respondió tras meditarlo unos segundos. No podía dar la imagen de que necesitaba desesperadamente aquel trabajo.

—¡Vaya! Encima con exigencias. Mira, sé que es tu primera vez, no hay más que ver la foto. De manera que… ¡Vale!, hoy estoy de buenas. Seiscientos.

—Setecientos cincuenta, —repitió él con voz firme. Había pensado que la mujer había tardado solo unas horas en llamar, lo que quería decir que, por alguna ignorada razón, le quería a él, no a ningún otro.

—Seiscientos cincuenta —propuso la mujer—. No puedo pasar de ahí, con eso casi no cubro gastos.

—No creo que vendas por menos de mil, y no una vez, sino varias —replicó él con voz dura—. Así que no me vengas con monsergas. Setecientos cincuenta.

Se hizo el silencio en la línea. Javi temió por un momento haberse pasado de la raya.

—¿Sabes? No debería decírtelo, pero me caes muy bien. A cualquier otro le habría mandado ya a tomar por culo. Pero hay una cosa, queridito: yo tengo la sartén por el mango, y no puedo permitir que un culito respingón se me imponga, perdería “cara” en el negocio. Setecientos. Lo tomas o lo dejas.

—Hecho, —acepto él.

—Bien, pues hasta luego —se despidió la mujer con brusquedad—. Y colgó.

Casi al mismo tiempo, la secretaria del director apretó el botón que cortaba la comunicación con su jefe.

—Javier —llamó su atención—. Lo siento mucho —continuó con voz compungida—. Don Tomás dice que la reunión se ha alargado, y que no podrá recibirte hoy.

Él se levantó despacio, y se acercó a la mesa de la chica, que por un momento temió una reacción violenta.

—¿Sabes? —comenzó con voz calmada—. Sé que no es tu culpa, pero, ¿por qué no podéis decir de entrada que no hay nada para nosotros, en lugar de hacernos perder toda la mañana? ¿Tan difícil es?

—Yo soy una empleada —respondió ella encogiéndose de hombros.

Mientras él se dirigía a la puerta, la mujer admiró sus anchos hombros, sus estrechas caderas, sus nalgas apretadas, y sus andares elásticos.

«Lástima —pensó—. Este es diferente. Viste bien, se expresa correctamente… y además, está como un queso».

Mañana, si don Tomás estaba de buenas, buscaría el currículo de Javi y se lo pasaría… suponiendo que no hubiera ido a parar a la papelera.

Magda le recibió con una alegre sonrisa. Mostraba leves salpicaduras de salsa de tomate en la barbilla.

—Hoy es el día libre del chef, de manera que he tenido que improvisar: spaghetti al sugo di pomodoro . Nutritivos y baratitos. Y hay hasta parmigiano de pega rallado, todo un lujo…

Se puso seria, al advertir la expresión de su hermano, y se detuvo en mitad de la frase.

—¿Qué pasa, Javi?

—Que ni me han querido recibir en la empresa a la que acudí en busca de trabajo.

—Bueno, ya saldrá otra cosa… No te preocupes.

—No, lo que me preocupa es lo otro: me han llamado, y la sesión fotográfica es esta tarde.

—¡Ya sabía yo que mi hermano triunfaría en todo lo que se propusiera!… —exclamó Magda palmoteando alegremente. Se puso seria—. ¿Has pensado que no han tardado más que unas horas en llamarte?

—Lo he pensado, y hasta he regateado el precio.

—¡Bien! Este es mi chico. ¿A qué hora?

—A las cinco, y son más de las tres. Tengo el tiempo justo de comer, ducharme y vestirme.

En el trayecto desde el aseo hasta su dormitorio, tras la ducha, a través de la puerta entreabierta de la habitación de su hermana, vio que se estaba aplicando lápiz de labios ante el espejo, vestida para salir.

—¿Vas a algún sitio esta tarde? —preguntó Javi desde el umbral.

Ella miró a través del espejo su figura cubierta por un albornoz.

—Voy contigo.

—¡No!

—¡Sí! —replicó Magda—. Y sin discusión. —Cerró la barra de labios, y se acercó a Javi—. Tú me has acompañado todas las veces… Bueno, menos dos. Y tu presencia me daba seguridad y confianza. Sé que tú no precisas que nadie te proteja, como en mi caso, pero sí necesitas el mismo apoyo que tú me has dado. Así que no hay más que hablar: voy, y basta.

Javi se encogió de hombros, resignado. Sabía que cuando a Magda se le metía algo entre ceja y ceja era muy difícil hacerle cambiar de opinión. Y en su fuero interno, agradecía que fuera con él, como un seguro contra el pánico que comenzaba a sentir.

—¿Qué me pongo? —le preguntó, iniciando el camino hacia su habitación.

—Mmmm, traje, pero no corbata. —Entró tras él, y abrió el armario—. Este gris oscuro combina bien con la camisa azul abrochada en los puños. Y un bóxer, están de moda.

Javi la miró de hito en hito, con una sonrisa zumbona.

—¿Vas a quedarte a mirar cómo me visto? No es que me importe, total…

Magda se volvió, azorada, e inició la salida. Se volvió antes de llegar a la puerta.

—¿Cómo va lo de tus genitales? —preguntó.

—Bien. Esta vez no será necesario el maquillaje.

Cuando Javi dio la dirección al taxista, (según Magda no se podía ir a esos sitios sudado, con la ropa arrugada y oliendo a Metro) Magda le miró con los ojos abiertos como platos.

—Oye, esa es la dirección de mi último trabajo. ¿Agencia Erotic Dreams? —preguntó en un susurro para no ser escuchada por el taxista.

—La misma. Verás, en una nueva invasión de tu intimidad, (que confío perdones) llamé a los números que había en tu tarjetero.

—Bueno, supongo que sabes que el fotógrafo es una mujer…

—Claro, —dijo él—. Lo que no sabía… —bajó la voz hasta convertirla en un susurro, mientras pegaba los labios al oído de su hermana— es que esas fotos tan… explícitas, digamos, no habían sido tomadas por un tío. Y eso me hace sentir un poco mejor.

Magda sonrió interiormente ante sus palabras. Javi pensaba únicamente en el momento de posar, pero no en que las imágenes serían contempladas después por un montón de hombres. Aunque a ella misma le convenía hacer igual abstracción.

Pocos minutos después, Javi apretó el botón del timbre de la puerta. Se trataba de un inmueble moderno, no algo sórdido como había temido. A la amazona aquella debían irle bien las cosas.

Se abrió la puerta, y tras ella apareció una mujer… grande, es la palabra, de unos cincuenta y tantos. No era obesa, pero todo en ella era enorme. Unos pechos desmesurados, que desbordaban por el escote de su blusa. Una cintura ancha, sin que se distinguieran michelines. Caderas amplias, coronando un par de piernas como columnas, enfundadas en medias negras, como su falda. Y rostro de facciones duras y gesto de pocos amigos que, extrañamente, se iluminó al ver a Magda.

—¡Hombre! Magda, la vestal pudorosa. Precisamente tenía pensado llamarte mañana. —Tomó a la chica de un brazo, y la empujó suavemente al interior, sin hacer caso alguno a Javi, que hubo de sujetar la puerta para que no golpeara en sus narices.

—¿Llamarme? —preguntó Magda con extrañeza.

—Sí, —respondió la mujer—. Igual no debería decírtelo, porque subirás tu caché, pero tus fotos han tenido mucho éxito, y la gente quiere más…

Entonces reparó en la presencia de Javi. Se encaró con él.

—Y tú, ¿quién coño eres? —preguntó con voz desabrida.

—Teníamos una cita a las cinco, ¿recuerdas?

—Ya es casualidad… —se detuvo y miró a Magda—. O no. ¿Es tu novio, marido, rollete o algo así?

—Algo así —respondió Javi sin precisar más.

—Bueno, acompañarme al despacho. Ya sabrás por tu “algo así”, que hay que firmar unos papeles…

Javi leyó por encima el documento antes de estampar su rúbrica. Cuando alzó la vista, se encontró con una mirada calculadora de la mujer.

—Se me está ocurriendo… Mirad, cambiamos de tercio. Dos mil por una sesión con los dos juntos.

Javi dirigió una aterrorizada mirada a su hermana, para encontrar sus ojos abiertos como platos, con una expresión parecida a la suya en su hermoso rostro. No sabía qué decir. Y aunque lo hubiera sabido, tampoco podía articular palabra. Tragó saliva, y respondió en tono contenido:

—Creo que vamos a declinar tu oferta…

—¡Vaya! Javi, el negociador sin piedad. Dos mil doscientos, y esta vez es mi última palabra.

—¿Te importaría que lo habláramos mi… chico y yo en privado? (por un terrible momento había estado a punto de decir “hermano”)

—Vale. Pero no os demoréis, que tengo mucho trabajo esta tarde.

Cuando se encontraron a solas en el pasillo, Magda le miró de frente.

—¡No! Magda —exclamó él.

—¡Sí! Vaya que estás negativo hoy. Mira, con ese dinero no tendremos que aceptar más posados durante un tiempo. Se trata solo de un trabajo, me duele la boca de repetírtelo. Además, tú ya estabas decidido a hacerlo, así que, ¿cuál es el problema?

—Pero es que tú y yo… desnudos… —acertó a balbucear Javi—. Es muy fuerte.

—¡Vaya cosa! Tú estás harto de ver mi cuquita en fotografías. Y ayer estuviste en pelotas todo el tiempo delante de mí…

—Se te ha olvidado por qué estamos aquí, de modo que te lo recordaré —dijo Javi en tono seco—. Se trata de que no quiero que mi hermana pose desnuda ni una sola vez más.

—¿Qué diferencia hay entre que lo hagas tú o yo? —preguntó Magda con los brazos en jarras—. Ninguna, piénsalo. Hablan por ti los prejuicios, el machismo más rancio; ¡oh!,mi dulce hermanita tiene que mantenerse pura, porque lo contrario es una deshonra para la familia —remedó la voz de él—. Además, —suavizó el tono— yo no soy tu hermana, sino tu “algo así”, de manera que…

Javi aún dudó unos instantes.

—¿Cómo será? —preguntó en voz baja.

—Mira, no lo sé. Mirta te va pidiendo que poses así o asá. No hay más que relajarse y seguir sus indicaciones.

Tomó a Javi de la mano, antes de que pusiera más pegas, y entraron en el despacho.

La amazona aquella estaba hablando por teléfono. Tapó el auricular con la mano, tras excusarse, y les interrogó con la vista.

Javi tragó saliva, y asintió.

—Magda, tú ya conoces la casa. Id al vestuario, desnudaos, y me esperáis en el estudio, no tengo que indicarte dónde es.

—¿Cómo te sentiste tú la primera vez? —preguntó Javi mientras se quitaba la camisa—. Yo estoy acojonado.

—Más o menos —respondió su hermana—. Estuve a punto de echar a correr. Luego… bueno, te acostumbras a estar en pelotas delante de la gente, y ya no te hace tanta sensación.

Él dudó con la camisa en la mano. Había visto un colgador para la ropa como los de las tiendas, pero estaba a su espalda, junto a Magda. Dudaba en volverse. Finalmente, pensó que en algún momento debía enfrentarse a ello, y se volvió.

Magda estaba colgando su vestido, cubierta únicamente con unas braguitas de encaje, de espaldas a él. Se le secó la boca. Una cosa eran las fotografías, y otra distinta contemplar el cuerpo de su hermana, tal y como le estaba viendo ahora.

Magda se quitó la única prenda que le quedaba, la depositó en la barra superior, y le dio frente. Sus mejillas mostraban un ligero rubor, pero parecía estar más tranquila que él. Javi dirigió la vista al suelo, como si le hubieran pillado haciendo de voyeur. Confundido, desabrochó su pantalón, y le hizo deslizar por sus piernas, colgándole de una percha. Finalmente, y no sin dudarlo unos segundos, se desprendió del bóxer, que dejó junto a las braguitas de Magda. Y todo esto sin osar mirarla.

—¡Eh! —dijo ella alzando la barbilla de su hermano—. Vamos a estar frente a frente desnudos durante un rato, de manera que es mejor que te acostumbres a ello; así evitarás, digamos, reacciones inapropiadas e indecentes. Mírame. Sin miedo. Ahora mismo no somos familia, sino “algo así”, de manera que olvida todos esos prejuicios. —Se separó de él un par de pasos.

A pesar de su aparente seguridad, Magda no pudo evitar una sensación de pudor ante el escrutinio a que la estaba sometiendo su hermano. Sentía flaquear sus piernas, y el rubor producía una sensación de calor en sus mejillas.

Javi dejó que su vista recorriera aquel hermoso cuerpo desnudo, que solo había contemplado en fotografía. Con un nudo en la garganta, sus ojos se posaron es sus hombros, descendieron desde su cuello hasta sus pechos, en los que se detuvo unos segundos: altos, turgentes y de forma cónica, las aréolas, de un tono solo un poco más oscuro que la piel circundante no eran un círculo aplanado, sino un segundo cono, que terminaba en unos pezones erectos en la cúspide. Continuó por su vientre plano, y admiró su estrecha cintura y sus caderas. Tras una ligera vacilación, su mirada descendió hasta el pubis, con la fina línea de vello que ya conocía por las fotografías. Pero no era lo mismo mirar una imagen plana que contemplar en vivo la apenas insinuada separación de su vulva, invisible desde su posición elevada. Sus ojos vagaron por sus preciosos muslos, sus rodillas redondeadas, y resbalaron hasta sus pequeños pies perfectos.

Magda giró en redondo, para permitir que él se recreara con la vista de su tersa espalda, sin un defecto, y sus firmes nalgas redondas, entre las cuales pudo vislumbrar apenas la protuberancia de sus labios menores…

Curiosamente, y quizá impresionado por la situación, el indudable deseo que le inspiraba aquella imagen no se traducía en un endurecimiento de su pene, que se mantenía en reposo.

Cuando de nuevo giró para darle frente, advirtió que la vista de ella se dirigía a sus genitales.

—¿Te he dicho alguna vez que eres una mujer preciosa? —consiguió articular con voz ronca.

Magda levantó la cabeza, mirándole a los ojos.

—No, hasta que hemos pasado de ser hermanos a “algo así”, —intentó ella bromear para dulcificar la situación.

Les interrumpió la irrupción de Mirta en el pequeño recinto.

—¿Qué estáis haciendo? Lumi, mi ayudante, está enferma, y tengo que hacerlo todo yo sola.

Recorrió con la vista el cuerpo desnudo de Javi, que no pudo evitar una sensación de pudor. Estuvo en un tris de taparse los genitales con la mano.

—Las fotos no te hacen justicia, estás muy bien… aunque no debería decírtelo, no me vayas a renegociar los honorarios, ¡jeje! En cuanto a ti… —miró ahora a Magda—. ¡Joder! ¡quién tuviera tu edad de nuevo! No necesitas maquillaje alguno.

La vista de la mujer pasó del rostro de Magda al de Javi, para volver después al de su hermana.

—He sacado tu ficha, y me he dado cuenta… ¿Sois hermanos? ¡Joder, qué morbo!

—Simplemente tenemos los mismos apellidos. Son muy comunes —saltó rápido Javi.

De nuevo, la mujer miró alternativamente el rostro de los dos, comparó los cabellos rubios de ambos, de igual tono, y se encogió de hombros.

—Acompañadme, ya hemos perdido mucho tiempo, —concluyó mientras andaba hacia la puerta.

Javi guiñó los ojos, deslumbrado por la cruda luz del estudio. En un extremo se había recreado un dormitorio, con una gran cama cubierta con sábanas blancas y cabecero de hierro, casi oculto por unos almohadones del mismo color que el cobertor. La mujer les indicó que fueran hacia ella.

—No sé si te lo dijo Magda —se dirigía a Javi—; lo mío es recrear una historia con una secuencia de fotografías. Bien, en este caso, se trata de dos amantes que se despiertan por la mañana. Es como un gonzo , pero en fotografías, en lugar de vídeo.

Los dos hermanos se miraron confundidos.

—No es porno —aclaró la mujer—, ya sabe Magda que no es mi rollo. No os voy a pedir que folléis. Solo miradas, suaves caricias, cosas así. De momento, tumbaos para que pueda ajustar la iluminación.

Javi se tendió boca arriba el primero, y después lo hizo Magda, guardando una prudente separación. La mujer acercó a ambos un fotómetro en distintas partes del cuerpo. Se apartó para contemplar el efecto. Después movió una pantalla reflectante, y giró ligeramente un foco. Hizo algunos ajustes en una cámara montada sobre un trípode. Volvió a poner el fotómetro a corta distancia del pecho de cada uno. Por fin, pareció satisfecha del resultado.

—Bien. Estáis dormidos, así es que, los ojos cerrados. Tú, Javi, quédate como estás, boca arriba. El brazo derecho doblado bajo tu cabeza, el izquierdo a lo largo del cuerpo, con naturalidad. Magda: de costado, vuelta hacia tu chico —ella adoptó la posición que le indicaba la mujer—. Una mano sobre el pecho de él… No, el codo doblado en tu cadera, así te tapas las tetitas. ¡Mmmm! mejor ponla sobre su vientre. —Dirigió una mirada crítica, y rodeó la cama—. Niña, adelanta más la rodilla derecha; quiero que se vea un poco tu rajita. Así está bien.

La mujer tomó la cámara del trípode, y evolucionó alrededor de los dos hermanos, accionándola desde diferentes ángulos.

—Vale —dijo al fin—. Magda se ha despertado, Javi aún no. Magda se incorpora un poco sobre el codo izquierdo… —esperó a que la chica adoptara la posición—. Así. Te gusta ver como duerme tu chico. Sonríes, y le acaricias tiernamente el rostro.

«¡Joder! No son profesionales, lo tengo claro, pero parecen hechos para esto» —pensó la mujer.

De nuevo, tomó diversas instantáneas, tanto de cuerpo entero como solo de cintura para arriba.

—Perfecto. Javi se ha despertado. Se vuelve hacia su chica… así. Magda se arrodilla y se inclina hacia él. Javi la toma por los hombros… Muy bien. Sonreíd como sabéis.

Nuevas tomas desde distintas posiciones.

Javi se había “metido” totalmente en su papel. Había conseguido hacer abstracción de que las manos femeninas que se habían posado en su vientre, como una caricia, eran las de su hermana, no las de otra mujer. Su sonrisa fue cálida y tierna, no tenía que fingir nada: traslucía el cariño que sentía por ella.

—Bueno, vamos subiendo la temperatura —dijo la fotógrafo, que se quedó pensativa un rato—. Javi, incorpórate un poco, apoyado en el codo izquierdo… Así. Magda, arrodíllate detrás de él, y cruza los brazos sobre su pecho… —Esperó a que la chica adoptara la postura—. Tendrás que estar algo más tumbado, Javi. Tapas la cuquita a tu chica con la cabeza. Aunque… esperad. Mejor tiéndete del todo. Magda, inclinada con las tetitas sobre la cara de tu chico, y las manos en sus ingles… Vale, pero separa un poco las rodillas, y adelanta el pubis, no se te ve nada.

De nuevo, la mujer circuló en torno a los dos hermanos, y los clics de la cámara indicaron que estaba realizando tomas desde diferentes alturas.

Mientras, Javi trataba desesperadamente de evadirse de la visión del sexo de su hermana a centímetros de su rostro. Sus labios menores estaban replegados en el interior de su vulva, formando como un montoncito de carne arrugada… Se obligó a mirar a Mirta, descubriendo que la sola visión del careto de la mujer, y el “corte” que le producía estar desnudo ante ella, eran suficiente para evitar la erección que había estado a punto de experimentar.

—Perfecto, chicos —alabó la mujer—. Bien, ahora estáis los dos a punto… Tú, cariño, quédate donde estás. Cielo, boca abajo, con la cara bien cerca de la polla de tu chico. Se trata de simular que estás a punto de comértela, pero no lo hagas, porque os repito que esto no es pornografía.

Magda, completamente ruborizada, adoptó la posición indicada por la mujer.

«¡Joder, joder y joder! —pensó la fotógrafa, mientras contemplaba la escena por el visor de la cámara—. No he visto nunca una cosa igual».

—¡Eh!, cielo, las manos en las ingles de tu chico. Recuerda: vas a hacerle una mamada.

Las tomas fueron esta vez de cerca, encuadrando el rostro de Magda y los genitales de su hermano.

—Vale, —dijo la mujer bajándose de la cama, donde se había subido unos momentos antes—. Quizá… Sobre las rodillas, con el culito en pompa, sujeta la polla de tu chico por la base.

Magda colocó la mano, con el índice y el y pulgar rodeando el cilindro de carne de su hermano, y la palma apoyada en los testículos. Estaba acalorada, pero no solo por la irradiación de los focos. Una cosa había sido sus manoseos del día anterior en el pene de Javi, pero esto era diferente. Sintió una contracción en la vulva, y luchó por no concentrar sus sentidos en el tacto ni la vista.

Esta vez, la mujer se arrodilló en el suelo, alternativamente a derecha e izquierda de los dos, accionando la cámara varias veces. Luego buscó la posición para conseguir una imagen en escorzo, en la que se viera también el sexo de la chica, además del pene y las manos de ella en torno a él.

—Suficiente —dijo Mirta poniéndose en pie—. Ahora tú, cielo, siéntate sobre los talones. Cariño, arrodíllate a la espalda de tu chica. Un brazo sobre sus tetitas, con la mano en una de ellas. La otra mano, sobre su coño.

Javi se sintió morir. En su mano izquierda sentía la dura rugosidad del pezón derecho de su hermana, mientras su antebrazo, apoyado en el otro seno, notaba la dureza de su protuberancia gemela. Dudó unos segundos con la mano derecha, temblorosa, sobre el pubis de Magda. Finalmente, tras mirar de nuevo el desagradable rostro de la mujer como antídoto a la excitación que le invadía, la desplazó ligeramente hacia abajo, cuidando de no posarla en la vulva de su hermana. Pero aun así, sentía la suavidad de la piel del interior de sus muslos

Esta vez, la mujer hizo las tomas de frente, aunque cambiando ligeramente de lugar un par de veces.

—¡Eh!, estáis empezando a sudar. Descansad un poco, y secaos, mientras voy a por un vaso de agua.

La mujer salió precipitadamente del estudio, después de lanzarles una toalla que tomó de una pila que había en una mesita auxiliar.

En el baño, Mirta se refrescó la cara y las muñecas con agua fría. Se miró en el espejo:

«¿Por qué me causan este efecto? ¡Joder!, estoy harta de contemplar a tíos y tías en pelotas —exclamó para sí—. Tienen algo, un no sé qué, que me está poniendo cachonda».

Y es que había como un arco eléctrico invisible entre ellos, algo fuera de su experiencia, que erizaba su vello, y había producido contracciones en su sexo.

Las otras parejas, con sus gestos estereotipados, y su indiferencia ante el hecho de mostrar los genitales a la cámara, la dejaban fría; estos no. Los dos tenían las mejillas encendidas, y acataban sus órdenes, sí, pero… Había llamado a Magda “vestal pudorosa”, y su anterior posado justificaba sobradamente el apodo. Ahora ella y su chico habían conseguido algo muy difícil: adoptar posturas decididamente sexuales, ofreciendo a pesar de ello una imagen de inocencia.

Sacudió la cabeza.

«A ver si va a resultar que son hermanos de verdad —pensó—. Pero no, lo que estoy viendo no es amor fraternal precisamente».

Decidió esperar un poco más, para tratar de serenar su respiración agitada. Mientras lo hacía, el espejo le devolvió el reflejo de la ducha, con su mampara transparente, y en su mente comenzó a formarse una idea, aún sin concretar…

Javi, arrodillado en la cama ante su hermana, esperaba su turno, mientras ella enjugaba el sudor de su rostro y axilas, y la pasaba después bajo sus pechos, que oscilaron sugerentemente.

—Antes, me dijiste que me acostumbrara a verte desnuda —recordó Javi—. Pero lo que no imaginaba es que, además de mirar, tuviéramos que tocarnos.

—Yo tampoco podía suponerlo —coincidió ella—. Bueno, no pasa nada.

—Es que me da un reparo tremendo. ¡Joder, Magda! Eres mi hermana.

—¡Ya salió el caballero con sus ideas decimonónicas! —exclamó la chica en tono de reproche—. Dijimos antes que nuestro parentesco está suspendido, y que somos una pareja como cualquier otra. —Se volvió ligeramente mostrándole el trasero—. Más vale que cojas otra toalla. Me tengo que secar las ingles… y “lo otro”.

Sentado en la cama, dando la espalda a su hermana, Javi procedió igualmente a pasar una segunda felpa por todo su cuerpo. Y en ese momento, Mirta entró en el estudio portando en una bandeja dos vasos en los que tintineaban los cubitos de hielo.

Javi ofreció uno de ellos a Magda, y luego bebió un sorbo del suyo.

—¿Queda mucho? —preguntó a la otra mujer.

—¡Huy! Si casi acabamos de comenzar —respondió ella—. Bueno, cuando estéis preparados, continuamos.

Ambos dejaron sus vasos, y miraron a la mujer, expectantes.

—Bueno, ¿os acordáis de la última posición? Tú detrás, cariño, de rodillas, y tú, cielo, delante, aunque… pareció dudar unos instantes. Cielo, en lugar de sobre los talones, sentada normalmente, y separa bien los muslos. Tú, cariño, en lugar de tapar los pechos de tu chica, coge uno como si estuvieras sopesándole. Con la otra mano, ahora, en lugar de taparlo, le abrirás el chochito con dos dedos.

Javi se estremeció mientras adoptaba la posición indicada por la mujer. Cuando sus yemas se posaron en los labios mayores de Magda, le recorrió un estremecimiento, y sintió en ellas el ligero temblor del cuerpo de su hermana.

La mujer enfocó la cámara desde abajo, sentada en el suelo. La bajó, e hizo un gesto de frustración.

—Estás muy cerrada, cielo. Javi, ¿por qué no estiras ligeramente los “pellejitos” de tu chica?

Javi murmuró un “lo siento” con la boca pegada a un oído de Magda, y se ubicó ante ella. Como había visto antes, sus labios menores continuaban retraídos, formando un bultito que tapaba la abertura de su hermana. Con manos temblorosas, separó los abultados labios mayores, y resiguió sucesivamente los dos pétalos rosados con el dedo índice, abriéndolos, hasta que quedó visible el interior de su hendidura, evitando mirarla a la cara. Y solo después, mientras se arrodillaba de nuevo tras ella, se le ocurrió que habría bastado con que su hermana dijera algo como “no te muevas, ya lo hago yo”, para haberles ahorrado aquello a los dos. Retomó su posición anterior, y ahora abrió decididamente su sexo entre el pulgar y el índice.

—¡Quitos, quietos, quietos! —ordenó la mujer, mientras, desde los pies de la cama, actuaba repetidamente el disparador de su cámara.

Hizo otras tomas en pie, y dejó el objetivo apuntando hacia abajo.

—Bien, estáis calientes y casi preparados para follar… —se interrumpió—. ¡Qué tonta! Tú no has comido el coño a tu chica. ¿Os tengo que explicar cómo poneros?

Mientras Magda, con el rostro del color de la grana, se deslizaba hacia arriba hasta quedar sentada con la espalda apoyada en los almohadones, con las rodillas levantadas y los muslos muy separados, Javi se arrodilló ante ella. Advirtió un cambio, que le causó un estremecimiento: cuando había visto de cerca el sexo de su hermana unos instantes antes, el prepucio de su clítoris no estaba tan inflamado, ni se distinguía el pequeño botoncito, que ahora asomaba fuera de su capuchón. ¡Estaba excitada! Su pene comenzó a crecer sin que pudiera evitarlo. Elevó ligeramente la cabeza, fijando su vista en los turgentes pechos que se elevaban al ritmo de la agitada respiración de su hermana. Peor aún.

—¿Piensas que se puede comer el coño con la boca cerrada? —preguntó con voz irónica la mujer—. Ábrela, saca un poco la lengua, y arrima la cara más… Así. No os mováis.

Mientras los clics se sucedían, Javi pensó que lo mejor para su tranquilidad era mirar a Magda a los ojos. Pero no pudo. Su hermana los tenía cerrados, su cabeza estaba ligeramente vuelta hacia arriba, y su expresión… ¡Dioses! su lengua obviamente no la había tocado, pero su actitud parecía indicar que estaba experimentando un orgasmo, aunque no pudo percibir contracciones en las palmas de las manos que separaban sus abultados labios mayores. Y su pene creció aún más. Afortunadamente, la voz ronca de la mujer obró como un anticlímax:

—Si no se me hubiera ocurrido sobre la marcha, os habría advertido que vinierais follados de casa… ¡Hala! tumbaos un rato boca abajo hasta que se calme vuestra calentura, mientras yo voy a… ¡Que esto no es porno, joder!, repito.

Javi jadeaba como pez fuera del agua.

A su lado, Magda hacía esfuerzos para normalizar su respiración. Había experimentado verdaderamente un orgasmo, y no sabía qué la avergonzaba más: si el hecho de que la mujer hubiera sido testigo de ello, o que su hermano lo hubiera advertido. Pensó en sus sueños húmedos en los que el protagonista era Javi, y se sintió mal. No experimentaba ningún arrepentimiento; en aquel momento, hubiera deseado que la escena no hubiera tenido lugar en el iluminado estudio, sino en la intimidad de su habitación, a solas, y que no se hubiera limitado a que el cunnilingus fuera fingido. Porque ella hacía tiempo ya que veía a Javier más como hombre que como pariente. Y la palabra “incesto”, que la habría impresionado hacía poco tiempo, ahora no significaba nada para ella. Su mala sensación se debía más al hecho de que imaginaba a su hermano lleno de remordimientos, con su anacrónico sentido de lo que estaba bien y mal entre hermanos. Se puso de costado, dándole cara.

—¡Eh!, cariño. ¿Cómo estás?

—No muy bien. Me estoy arrepintiendo de haber accedido a esto. Ya sé todo lo que me vas a decir: que es trabajo, no sexo, esto y lo otro. Pero si no se trata de sexo, le ha faltado poco y menos.

—¡Pero si no ha sucedido nada! —protestó ella—. Mira, ayer tuviste una erección, y yo… —lo pensó un momento buscando una palabra—. Y yo… yo me mojé toda. Eso es una reacción normal, que la fisiología no entiende de parentescos. Y hoy, hemos tenido aún más estímulos, comenzando por el hecho de que tú no habías metido nunca la cabeza entre mis piernas. Y hasta Mirta, me da la impresión, está que se sube por las paredes.

—¡No jodas! —exclamó Javi, volviendo la cabeza en su dirección.

—Pues sí. Pero cuando te preguntaba cómo estás, no me refería a tu estado anímico, sino a tu “palito”. A ver, date la vuelta.

—Mira, —comenzó a decir él mientras giraba sobre un costado— la idea de Mirta corriéndose, es suficiente para destrempar al más pintado, —rió con ganas.

La entrada de la mujer les sorprendió riendo a carcajadas, recuperada la normalidad. Se habían sentado sobre los talones frente a frente, y ambos lagrimeaban tratando de contener la risa, que había obrado como un anticlímax.

—¿Me contáis el chiste? —preguntó con ironía.

—Cosas de pareja —respondió rápido Javi.

—Bueno, pues si podéis portaros como adultos —y no me refiero a lo que he visto hace un momento— continuamos. En este polvo simulado, ya habéis pasado por el calentamiento. Os habéis tocado, lamido y mirado. De manera que solo queda que finalicéis. Os dejo elegir: ¿qué postura preferís cuando folláis en casa?

Los dos se miraron con la risa bailando en sus labios.

—La del misionero —dijeron al unísono. Y se echaron a reír de nuevo.

—¡Joder!, no puedo con vosotros —y a pesar de todo, la expresión de la mujer se había dulcificado—. Pues sea. Magda, boca arriba, las piernas todo lo separadas que puedas. Javi, intenta ponerte sobre ella de manera que no le tapes la “cuestión”. Sujetándote con los antebrazos y las rodillas. —Miró críticamente mientras los chicos obedecían sus indicaciones—. Un poco más arriba… así. Eleva más el trasero… No os mováis.

Se sucedieron varios disparos de la cámara. Finalmente, la mujer, arrodillada a la altura de sus cabezas, indicó:

—Besaos, no tengo que deciros cómo.

Los ojos de ambos se encontraron. Ya no había risas; sus rostros mostraban la emoción que les embargaba. Javi pegó su cuerpo al de su hermana, tomó la iniciativa, y acercó su boca abierta a la de ella, que la recibió de igual modo. Los brazos de él se unieron en la espalda de Magda. Las manos de ella se posaron en las nalgas de él, atrayéndole hacia sí. Con las bocas unidas y cada lengua acariciando la otra, jadeaban, faltos de aire, pero incapaces de separarse.

—¡Hey, hey, hey! —gritó Mirta—. Cariño, eleva un poco el cuerpo, no dejas ver las tetitas de tu chica, ni se distingue tu pollita. —Nuevos clics en la cámara indicaron que tomaba varias instantáneas—. Ya es suficiente. Chicos, hemos terminado.

Se separaron renuentes, con los ojos prendidos en los del otro.

—Se me ha ocurrido… —comenzó Mirta—. Supongo que os querréis duchar. Como hoy es el día de los imprevistos… Quinientos más por una serie de fotografías mientras os… frotáis la espalda el uno al otro en la ducha. Esta vez no voy a daros indicaciones; imaginaos que estáis solos en vuestra casa, y actuar a vuestro aire. Pero tengo que prepararlo todo, de manera que… ¿Qué decís?

Magda interrogó con los ojos a su hermano. Suponía que iba a negarse, por lo que se sorprendió cuando él se volvió hacia la fotógrafo.

—Por mí de acuerdo. ¿Qué te parece, Magda?

—Bien —respondió ella lacónicamente.

—Pues hecho —dijo la mujer—. Y si me ayudas a transportar las cosas, terminamos antes. ¡Ah! Estoy esperando una visita, de manera que poneros esos albornoces que están colgados en la puerta, ¡vamos! salvo que queráis luciros en pelotas.

No querían, por lo que se cubrieron con las prendas.

Tras quince minutos de idas y venidas, transportando focos y reflectantes, tendiendo cables entre el estudio y el aseo, y colocándolo todo, la mujer pareció darse por satisfecha.

—Bueno, ahora… —comenzó a decir, cuando la interrumpió el timbre de la puerta—. Es la visita que os dije. Dadme un minuto que le paso al despacho —añadió, mientras salía.

Volvió segundos después, y revisó con ojo crítico todo el montaje.

«Bueno, la luz no es suficiente, habrá que utilizar un valor ISO más alto… —pensó—. Pero los baldosines no producen reflejos. La mampara transparente sí, pero se puede desplazar a un extremo… Puede pasar».

—¿Qué esperáis para desnudaros? —preguntó con voz fingidamente regañona. La verdad es que aquella pareja le caía muy bien.

Javi se dedicó a graduar la temperatura del agua, accionando después el dispositivo que hizo que una cortina de finos hilos líquidos se precipitara desde arriba. Se introdujo en el pequeño recinto, y tendió una mano a su hermana, que le imitó.

Dejaron que el agua corriera sobre sus rostros y mojara sus cabellos. Después, él busco con la vista, hasta encontrar un frasco de gel de baño. Tomó una porción, y comenzó a extenderla por los pechos de su hermana.

A pocos pasos, sonaban las ráfagas de clics de la cámara. Pero ellos no prestaban atención…

Mirta miraba fijamente una imagen en el monitor de su pc, donde acababa de descargar el contenido de las tarjetas de memoria de las cámaras. En ella, se veía a Magda inclinada, con las manos apoyadas en los baldosines y las piernas separadas, y a Javi sujetando a su chica por las caderas, con el pubis en contacto con sus nalgas. No la había penetrado, aunque en ese momento su pene mostraba una erección completa. Pero lo que la impresionaba era el rostro de la chica: vuelto hacia la cámara, con los ojos cerrados, era la imagen misma del orgasmo.

No sabía si podría vender las fotos, pero le daba igual: las había tomado solo por el placer de contemplarlas.

Les había dejado secándose en el baño, con instrucciones de vestirse y aguardar en la salita de espera.

Pulsó el botón de imprimir. Era la quinta imagen, y la última que les iba a regalar.

Frente a ella, al otro lado de la mesa, un individuo obeso, con un tripón desmesurado, y calvo, salvo una corona de cabello ralo que rodeaba su cráneo de sien a sien. Su camisa abierta mostraba un sinnúmero de collares dorados de dudoso gusto, y sus dedos gordezuelos estaban cubiertos de anillos de gran tamaño, muy chabacanos. Fumaba un puro, a pesar de que ella le había pedido por favor que no lo hiciera. Pero… el mierda aquel estaba podrido de pasta.

—¿Algo interesante? —preguntó él con voz aflautada.

Mirta giró el monitor sin responder, obteniendo un silbido admirativo del tipo, que se comía literalmente con los ojos la imagen visualizada en la pantalla.