Gonzo (1)
Las crisis económicas tienen muchas consecuencias para quienes las sufren...
Se denomina gonzo a una película porno sin guión ni prácticamente diálogos, en la que tiene lugar un acto sexual puro y duro, con la cámara mostrando fundamentalmente, casi siempre en primer plano, el sexo de los protagonistas.
A pesar de que estas películas son de bajo presupuesto, últimamente se están produciendo otras que, con el mismo estilo, cuidan algo más la iluminación, el decorado y el vestuario.
Advertencias previas
Este texto contiene escenas de sexo explícito, por lo que no es apropiado para menores de 18 años. Si tienes menos de esa edad, NO DEBES CONTINUAR LEYENDO.
Los autores declaran que no aprueban explícitamente los hechos aquí descritos, y declinan toda responsabilidad por las decisiones que puedan tomar sus lectores que, en cualquier caso, no pretendemos provocar.
Del mismo modo, declaran que, al tratarse de una obra de ficción, cualquier parecido con situaciones o personas reales es mera coincidencia.
Este texto contiene escenas de sexo explícito, por lo que no es apropiado para menores de 18 años. Si tienes menos de esa edad, NO DEBES CONTINUAR LEYENDO .
Los autores advierten que no aprueban explícitamente los hechos aquí descritos, y declinan toda responsabilidad por las decisiones que puedan tomar sus lectores que, en cualquier caso, no pretendemos provocar.
Del mismo modo, exponen que, al tratarse de una obra de ficción, cualquier parecido con situaciones o personas reales es mera coincidencia.
Nota de los autores
Nos ha salido un relato largo, muy largo. Pero lo hemos revisado, y no podemos cortar ni una frase, de manera que os rogamos que tengáis paciencia, y lo leáis de cabo a rabo. ;)
La puta crisis
—¡¡¡Que has hecho ¿qué?!!! —gritó Javi con el rostro desencajado.
—No te enfades, por favor —rogó Magda, con lágrimas como puños corriendo por sus mejillas—. Yo… No he encontrado otra salida.
—Pero Magda, eso es…
La chica cerró sus labios con el dedo índice, impidiéndole que continuara.
—Déjame que te lo cuente. Luego, si quieres, puedes llamarme lo que desees.
—No, por favor, —respondió él con gesto más suave—. No voy a llamarte nada. Pero quisiera que me explicaras como has podido llegar a… a… —se interrumpió antes de que, otra vez, saliera de sus labios el reproche, en forma de palabra gruesa, que tenía en la punta de la lengua.
—No quería preocuparte más. Sé que apenas duermes por las noches, obsesionado como estás porque se nos está acabando el dinero. Y sé que no te das por vencido, que llamas a todos los anuncios por palabras, que vas a todas las entrevistas de trabajo, que incluso visitas por tu cuenta empresas por si necesitan alguien con tu formación. Pero no te sale nada. Yo estoy tan preocupada como tú. Verás...
Se quedó pensativa unos instantes antes de continuar.
»—Anteayer tuve que hacer cola para sellar la tarjeta del paro. No hacía más que pensar que éste será el último mes que cobro, que ya se ha acabado la prestación. Y que luego, con suerte, conseguiré los 400 euros de limosna que da el Gobierno, eso si no se enteran de que tú también los has solicitado. Pero, en el mejor de los casos, 800 euros nos darán para pagar los gastos de la casa, el agua y la luz, pero no para comer.
»—De manera —continuó— que cuando la chica que estaba delante de mí en la fila me habló de ello, no la mandé a hacer gárgaras, que es lo que habría hecho hasta el mes pasado. La escuché. Parecía muy fácil: 500 euros por una hora de trabajo. Solo tenía que responder a las preguntas que me hicieran, y desnudarme completamente ante la cámara. Solo eso.
»—No creas que no lo dudé —se anticipó a las previsibles objeciones de su hermano, que iba a decir algo—. Estuve más de una hora sentada en un banco del parque, con la tarjeta en la que ella había apuntado el número de teléfono en la mano. Me dije a mí misma todo lo que de seguro me vas a decir tú. Pero nos quedan poco más de 100 euros para terminar el mes, y aún es día quince…
—¿Tan mal estamos? —preguntó su hermano con voz velada. Magda asintió con la cabeza, mostrando un gesto compungido.
—Total, que al final me decidí —prosiguió ella—. No te quise decir nada, porque de seguro te habrías opuesto. Y al final, concluí que no es tan malo, que, total, solo son unas fotografías, no es como si… como si tuviera que acostarme con un tío.
»—Llamé al teléfono que me dieron, y concerté una cita para hoy. —Se detuvo al ver el rostro de su hermano, y acarició su mejilla con ternura por encima de la mesa—. No fue tan malo como pensaba. Solo estaban el hombre con el que hablé (que, por cierto, tiene toda la pinta de ser gay) la mujer que manejaba la cámara de vídeo, y otra mujer, que fue la que me maquilló. Había una gran cama en la habitación. Primero me hicieron firmar un papel que apenas leí, algo sobre condiciones y exención de responsabilidades, creo recordar, tras mostrarles mi DNI.
»—Después, sentada en la cama, sin quitarme nada aún, me estuvieron haciendo preguntas…
—¿Qué tipo de preguntas? —interrumpió Javi.
—Chorradas, no sé cómo alguien puede pagar por ver eso. Que cuándo perdí la virginidad. Que con qué frecuencia practico el sexo. Que en qué posturas me gusta hacerlo. Que si he probado el sexo anal… Cosas de ese tipo —se había ruborizado visiblemente, puede que recordando otras aún más comprometidas.
»—Y al final, me pidieron que me quitara poco a poco toda la ropa. La mujer de la cámara estuvo dando vueltas a mi alrededor… —su rubor subió aún un grado— y luego me filmó sentada en la cama con… Después tumbada boca arriba, de espaldas, y de costado. Eso fue todo. Me vestí, me pagaron, y me fui.
El silencio se mantuvo unos segundos. Javi le rompió al fin.
—¿Te has parado a pensar en que quinientos euros nos llegarán, estirándolos, para terminar este mes? ¿Y después? Lo único que has conseguido es prolongar un poco más nuestra agonía económica, a costa de… —Javi se quedó mirando a su hermana de hito en hito. Su rostro apesadumbrado cambió de expresión, como si se le hubiera ocurrido algo de repente—. ¿No habrás pensado…?
Magda se levantó de la silla, y se puso detrás de su hermano. Sus brazos pasaron en torno a él, ciñendo su pecho.
—Tienes que verlo como yo: es un trabajo. No muy convencional, pero un trabajo al fin y al cabo.
—¿Y cómo crees que me sentiré yo al llevarme a la boca la comida que mi hermana gana mostrando a todo el mundo su… su cuerpo? No, no me veo en el papel de chulo de mi hermana —terminó con acidez.
—No tienes por qué sentirte de ninguna manera —Magda había elevado el tono varias octavas, y su tono se había endurecido—. Te repito: es un trabajo. Y no se trata, como te decía, de acostarme con nadie; solo desnudarme para las fotos. Además, —acarició una mejilla de Javi— mañana mismo cambiará nuestra suerte. A mí me contratarán en una de las empresas que tienen mi currículo. O me llamarán del supermercado en el que he echado la solicitud. O quizá tú encuentres un puesto adecuado a tu preparación. Ya verás, todo va a ir bien a partir de ahora.
Pero no fue así. Pasaron los días, y no llegaba ese contrato, para ninguno de ellos. Y los quinientos euros se fueron evaporando poco a poco.
Javi se sumió en un frenesí de visitas, entrega de currículos, llamadas a antiguos compañeros y profesores de la Facultad. Buenas palabras en tono de conmiseración, pero nada más.
Cada bocado que comía le sabía amargo. Era incapaz de abstraerse del hecho de que los alimentos se habían comprado con el dinero obtenido por su hermana, desnuda ante la cámara. Y, peor aún: una de sus noches de insomnio, vino a su mente la vívida imagen de Magda sin ropa ante aquellas personas, evolucionando ante el objetivo, mostrando el… Y experimentó una erección. Se odió a sí mismo por ello, trató de pensar en otra cosa, pero la imagen volvía, insidiosa.
Aunque eran las cuatro de la madrugada, salió a correr. Y el aire frío de finales de septiembre le despejó, y borró de su mente aquel retrato… Hasta la noche siguiente.
—Tenemos que hablar —dijo Magda a la vuelta de otra frustrante mañana de inútiles gestiones en busca de empleo. Estaba sentada en el mismo lugar en que lo estaba cuando días atrás le contó lo de su “trabajo”.
—Pues tú dirás —respondió, tomando asiento frente a ella.
—Tengo una oferta. —El rostro de él se iluminó—. No te alegres demasiado pronto, se trata de una sesión de fotos… Desnuda.
—No puedo consentir… —comenzó a decir él.
—No quisiera que esto estropeara nuestra relación, así que tienes que ser pragmático, y mirarlo como yo lo veo —le interrumpió Magda—. Verás, desde la muerte de nuestros padres has sido más que un hermano para mí. Más un amigo, un confidente. Alguien a quien podía contar mis penas. Una persona que me ha apoyado siempre. Y eso es lo que quiero que hagas ahora: que en vez de juzgarme, destierres esas ideas preconcebidas de tu cabeza, y me apoyes. No eres mi chulo, eres mi hermano. ¿Acaso yo me sentí mal cuando tú aportabas el dinero y pagabas mis estudios, antes de que cerrara tu empresa? No, me pareció lo normal. No sentí que era tu “chula”, si es que eso existe. Porque no tenemos a nadie más. Y eso es lo que tienen que hacer dos hermanos: cuidar uno del otro.
Se hizo un silencio como de plomo. Javi tenía la mirada baja, y su expresión de derrota enterneció a Magda, que tomó una de sus manos sobre la mesa.
—Esta vez no es porno barato, como la anterior. Se trata de fotografías artísticas, y la paga es superior. Mira, te prometo una cosa: no que será la última vez, porque no sabemos cuánto va a durar esta situación. Te prometo que no lo voy a convertir en una profesión, sino en algo provisional, para ayudarnos hasta que las cosas cambien. Que lo harán muy pronto, ya verás.
—Magda, me he informado: se trata de un ambiente muy peligroso. Precisamente porque es una actividad semiclandestina, no ilegal, pero muy mal vista, puedes encontrar toda clase de gente desagradable, y podría pasarte… quién sabe qué.
—No me pasará nada, ya lo verás. Además… —se quedó pensativa unos segundos—. Se me había ocurrido algo que… pero tú no querrás.
—Ahora mismo puedo aceptar casi cualquier cosa —dijo él con gesto de infinito cansancio, y miró a su hermana de frente por primera vez.
—Se trata… Casi no me atrevo a proponértelo. Acompáñame. Te presentaré como mi agente, mi novio, o lo que sea.
—Tu chulo —le interrumpió Javi.
—No vuelvas con esas otra vez, por favor —rogó ella, con gesto compungido—. Ya había pensado en que se trata de un ambiente no exento de riesgos, pero si tú estás conmigo, no podrá sucederme nada malo.
Efectivamente, se trataba de fotografía artística. Javi lo supo días después. No estuvo presente durante la sesión (tuvo lugar en el estudio del fotógrafo, que era a la vez su domicilio, y él esperó en una habitación contigua, mordiéndose los puños) Al terminar, entregó a su hermana, junto con un cheque que les iba a permitir vivir dos meses sin estrecheces, un sobre con unas pruebas impresas en papel.
El sobre quedó sobre el pequeño escritorio de la habitación de Magda, como una continua tentación para Javi. Quería y al mismo tiempo no quería comprobar si, efectivamente, se había tratado de arte o de pornografía, y no se atrevía a abrir el sobre, por si se confirmaban sus temores. Pero también, porque las imágenes mentales de su hermana desnuda ahora eran recurrentes. Y en cada ocasión, aunque se reprochaba su debilidad, tales visiones eran acompañadas de una erección, que no podía evitar.
Por fin, una mañana en la que Magda había salido a una entrevista de trabajo “normal”, no pudo resistirlo más. Entró en su dormitorio y extrajo del sobre cuatro instantáneas a todo color. Lo primero que llamó su atención es que Magda tenía depilado el pubis, excepto una fina línea de vello de unos cinco centímetros de larga, que partía de donde se insinuaba el inicio de la abertura de su sexo (que permanecía oculto en todas ellas)
En las cuatro imágenes aparecía tendida en el suelo, sobre unas pieles, en distintas posturas. Sugerentes, pero no groseramente explícitas, como había temido. No pudo evitar que su mirada se detuviera durante mucho tiempo en sus firmes pechos cónicos, con los pezones erectos. En sus caderas plenas, sus muslos perfectos, su trasero lleno y firme, en una imagen que le recordó a la de la “Venus del espejo” de Velázquez, pero solo en la postura. No había angelote, y el cristal azogado, de mucho mayor tamaño que en el cuadro, devolvía la imagen frontal de su hermana. Se le cortó la respiración. La imaginación del fotógrafo había conseguido que el espectador pudiera contemplar el precioso cuerpo femenino por delante y por detrás simultánea y totalmente.
Las imágenes, a pesar de la desnudez de Magda, transmitían un aura de… pureza e ingenuidad. Quizá por la semisonrisa de su hermana en todas ellas, mirando fijamente a la cámara. Era como si estuviera posando desnuda únicamente para disfrute de su novio o marido.
«O para mí» —concluyó.
La ola de deseo le arrolló. Se maldijo por ello, y guardó rápidamente las fotografías en el sobre. Tarde, porque cuando se volvió, Magda estaba tras él, y de seguro le había visto mientras las contemplaba.
El deseo dejó paso a la vergüenza, y notó que el rubor subía a sus mejillas.
—Yo… perdona, Magda, no quería…
Ella compuso una sonrisa medio velada. Y su rostro también estaba arrebolado.
—No pasa nada, Javi. Tú tienes más derecho a verlas que todos esos otros hombres que, de seguro, las mirarán con intenciones más impuras que las tuyas. De hecho, no te las mostré porque me daba mucha vergüenza —bajo la vista—, pero las he dejado ahí para ti. Por si querías verlas.
—Magda, no debía… Somos hermanos.
—Efectivamente —repuso ella—. Solo que yo lo veo al revés: si cualquier desconocido puede tener derecho a contemplar mi cuerpo pagando por ello, tú le tienes en mayor medida. Y no te voy a decir que no haya sentido rubor al ver esas fotografías en tus manos, pero no es como si yo estuviera desnuda ante ti. Finalmente, “esa” no soy yo, sino una serie de pigmentos sobre un papel.
Javi fingió que el argumento le convencía; no quería que su hermana se encontrara más violenta aún de lo que debía estar.
Javi durmió muy poco esa noche. Ahora no tenía que representarse una imagen mental de su hermana desnuda, sino recordar las imágenes, —“pigmentos sobre papel” había dicho ella— que, sin embargo, para él eran tan reales como si en verdad hubiera contemplado su cuerpo. Y las noches siguientes, en lugar de aplacarse el insensato deseo que había sentido al verlas, llegaron a llenar por completo sus horas de insomnio.
En las siguientes semanas, hubo dos sesiones fotográficas más, y Javi la acompañó a todas ellas. El primero de los dos fotógrafos insistió en que él estuviera presente durante la sesión, y Javi hubo de echar mano a toda su fuerza de voluntad para negarse. Más que nada, porque Magda no intervino para apoyar su decisión, sino que se mantuvo en silencio, mirándole fijamente con el rostro arrebolado.
El segundo, sin embargo, pareció encontrarse molesto por la presencia de Javi. Y él no pudo dejar de pensar que, sin ella, el hombre aquel (bajo, tripón y calvo) quizá habría tratado de hacer algo más que manejar la cámara.
Ahora era su hermana la que solicitaba algunas copias impresas, “para su book ”, explicó al segundo fotógrafo, que parecía remiso a dárselas. Y en ambas ocasiones, las mostró a Javi cuando llegaron a su casa. Ruborizada, pero decidida.
—No debe haber secretos entre nosotros. Quiero que me veas, y que llegues a convencerte de que, como te dije la primera vez, se trata de un trabajo.
Y Javi hubo de tragarse las ácidas palabras que vinieron a sus labios. Porque él se sentía cada vez peor ante el hecho de que su hermana posara desnuda, y que ello, por si fuera poco, estuviera manteniéndoles a ambos.
Y por las noches, se debatía en las sábanas revueltas, queriendo borrar de su memoria aquellas imágenes, y maldiciéndose a sí mismo cada vez que su recuerdo le producía una erección.
No podía evitarlo. Sabía que no debía, que era monstruoso. Pero deseaba a su hermana con todas sus fuerzas.
De la tercera sesión no tuvo noticia en su momento. Una empresa de ingeniería, en la que había dejado su currículo, le llamó para contratarle. Javi se sintió aliviado: por fin, acabarían las sesiones fotográficas de Magda, él podría olvidar los retratos, y todo volvería a la normalidad.
Pero no sucedió exactamente así. El contrato era por dos semanas, una suplencia. El sueldo, miserable. Pero se dijo que bien, que seguramente durante ese tiempo tendría ocasión de mostrar sus conocimientos. Y que transcurrido ese tiempo, quizá… ¡quién sabe!
Durante esos días llamaron a Magda para ofrecerle una sesión. Pero esa vez, ella no se lo dijo.
Se enteró cuando, finalizado el contrato precario, fue a ingresar el cheque en el banco. Solicitó el saldo, y comprobó que, en lugar de los dos mil euros que imaginaba, había algo más de tres mil quinientos.
Solo podía tratarse de un ingreso de Magda. Lo peor era que esa vez no le había hablado de ello, ni le había mostrado las fotos.
—Magda, hay mil quinientos en la cuenta de los que no tenía noticia. ¿Has aceptado un nuevo trabajo?
Su hermana bajó la vista.
—Sí —aceptó con voz contenida. Y sus labios temblaban.
—¿Por qué no me dijiste nada? —quiso saber—. A estas alturas, ya me he resignado a ello.
—Es que esta vez se trataba de algo ligeramente diferente —dijo sin osar mirarle a los ojos.
—¿Diferente? ¿Cómo de diferente?
Magda alzó la vista, ruborizada pero decidida, y enfrentó la mirada de aquellos ojos de idéntico color al de los suyos.
—En esta ocasión sí hube de mostrar el sexo a la cámara.
Fue como un mazazo para Javi. Ahora ya no podía engañarse con el subterfugio de que se trataba de arte. Esto era otra cosa, pornografía. Pero, ¿de verdad solo había mostrado su sexo? En un segundo, pasaron por su mente mil imágenes. Magda follando con un tío sin rostro ante la cámara. Magda violada por un fotógrafo como el de la última sesión a la que la acompañó. No podía hablar. Las palabras se atropellaban en su mente, pero no llegaban a sus labios.
—Sabía que no te parecería bien, por eso no te lo dije. Estaba segura de que, de haberte hablado de ello, habrías pasado más noches insomne, dando vueltas en la cama. ¿Crees que no te escucho? ¿Crees que no sé que darías algo por evitar que volviera a hacerlo? ¿Crees que a mí me gusta? Pero estamos hablando de supervivencia, Javi. De que ninguno de los dos, por más que nos esforzamos, —y te juro que me esfuerzo— encontramos otra cosa.
»—Mira, —sus manos fueron a las mejillas de su hermano, obligándole a mirarla de nuevo—. Con ese dinero, más tu cheque, podemos aguantar unos meses. No más sesiones durante ese tiempo. Y, ¿quién sabe? Entretanto alguno de nosotros puede tener alguna oportunidad, conseguir un trabajo “normal”.
La voz de Javi era ronca cuando volvió a hablar.
—¿Me enseñarías esas fotos? —preguntó. Y no era el morbo de contemplar la intimidad de su hermana lo que le movía al pedirlo. Quería, necesitaba desesperadamente quitar de su mente, con las reales, aquellas imágenes mentales de Magda usada como una puta.
—¿Estás seguro? —preguntó ella a su vez—. No me importa, pero temo tu reacción. Te noto deprimido desde que supiste que no te renovarían el contrato, y temo que esto te hunda aún más.
Al no obtener respuesta, se levantó y fue a su habitación, de la que regresó con un sobre, que esta vez abultaba un poco más. Extrajo seis o siete instantáneas, y las desplegó sobre la mesa, atenta a la reacción de Javi.
Él las tomó, y las fue pasando, deteniéndose tan sólo unos segundos en cada una de ellas.
Las tres primeras no eran muy diferentes de las de ocasiones anteriores. La diferencia es que Magda ya no aparecía con los muslos muy juntos, o con un lienzo velando su sexo, sino que en ellas se vislumbraba el inicio de su hendidura.
En la cuarta, aparecía acuclillada acariciando a un gato siamés. Y en esta, aunque una sombra la velaba parcialmente, ya se percibía indistintamente la abertura de su vulva, de la que sobresalían sus labios menores.
En la quinta, Magda miraba a la cámara con una expresión entre inocente y provocadora. Tumbada boca arriba en una enorme cama, con la espalda ligeramente incorporada apoyada en unos almohadones, tenía una rodilla flexionada y la otra pierna formando un ángulo considerable. En esta ocasión, su sexo aparecía entreabierto, como si alguien…
Magda pareció adivinar sus pensamientos:
—Nadie me tocó, Javi. Yo misma, a petición del fotógrafo, me… abrí un poco.
Javi tenía un nudo en la garganta, y la boca seca. De nuevo le faltaban las palabras. Tomó la quinta imagen.
Magda en la misma cama, de costado, simulaba dormir. Uno de sus muslos, adelantado, permitía que su sexo, esta vez cerrado, así como el orificio fruncido de su ano, se mostraran sin tapujos a la cámara.
Él juntó las fotografías muy despacio, y luego las volvió sobre la mesa.
El silencio se prolongó durante muchos segundos. Javi, con el rostro desencajado y la vista baja, muy pálido, parecía ausente.
—¡Javi, por favor, dime algo! Me estás asustando.
Él pareció salir de un profundo trance. Suspiró profundamente, y se asomó de nuevo a los ojos húmedos de su hermana.
—¿Qué puedo decir? —musitó—. Ya lo has dicho tú todo. Solo una pregunta: ¿hubo algo más que no esté en las fotos, y no me hayas contado?
—Nada, Javi, te lo juro. —La chica rodeó la mesa ante la que, ambos de pie, se había desarrollado la conversación, y abrazó a su hermano—. Solo puedo prometerte una cosa: nunca más, lo oyes, ¡nunca! volveré a ocultarte nada.
—Eso es lo que más me ha dolido —dijo él con voz contenida—. Habría hecho cualquier cosa, con tal de que no hubieras tenido que prestarte a…
—No he corrido ningún riesgo, Javi. Es tu imaginación la que quiere ver lo que no hay. Piensas que, por el hecho de posar desnuda, puedo someterme a cualquier otra cosa. Y me duele que puedas creer eso de mí. Además, el fotógrafo y la maquilladora se comportaron de modo totalmente profesional.
—No dudo de ti. Temo por ti. Y me duele no ser capaz de evitar que pases por todo esto.
—No temas —dijo ella, y le besó en una mejilla, dejando después su rostro en contacto con el de su hermano.
Se separó para mirarle de frente, y compuso una sonrisa velada:
—No ha pasado nada. Sigo siendo la misma. Nadie me ha hecho ningún daño. Y, lo más importante, sigo queriéndote como siempre, y deseo que tú me correspondas.
Estrechó el abrazo, pegando su cuerpo al de su hermano. Y si percibió la erección que él, maldiciéndose a sí mismo, no había podido evitar, no lo mencionó; no hizo ningún gesto que pudiera hacerle pensar que se había dado cuenta, y mantuvo el apretado abrazo durante mucho tiempo.
Él era consciente de que su excitación no había sido causada únicamente por las explícitas imágenes del sexo de su hermana. Aunque se resistía a admitirlo en su interior, por primera vez en la relación con ella, la presión de sus duros pechos, sueltos bajo la bata de andar por casa, la de su pubis apretado contra sus genitales, y el contacto de la espalda femenina en sus manos a través de la liviana tela, habían causado en él un efecto inadmisible, que se negaba a aceptar: sentía un deseo físico doloroso por ella.
«Pero, ¿es solo deseo, o algo más?» —pensó con un estremecimiento.