Gonzalo, el novio de mi hermana

El que compartimos . . .

Gonzalo, el novio de mi hermana

Si he de hablar de manera absolutamente objetiva, debo decir que mi hermana Natalia tiene lo suyo: alta, cabello largo castaño, buenos pechos, cinturita de avispa y un buen culo; y todo eso, acompañado por una carita de muñeca y unos ojazos celestes preciosos. En resumen, veintiún añitos muuy bien puestos. Si a mí me tirasen las tías, con mis flamantes dieciséis años seguramente Naty habría sido la destinataria de varias pajas, (bueno, al menos es lo que me cuentan que hacen mis compañeros de colegio que tienen hermanas mayores, algunas no tan buenas como la mía). Pero yo, por una cuestión de gustos, las pajas no se las he dedicado a mi hermana . . . sino a sus novios. Y esto, no porque yo sea un pajero, sino porque la guarra - con esos atributos - se ha levantado a unos tíos buenísimos que merecían puñetas de campeonato.

En estos años, he visto desfilar por mi casa toda clase de tipos: rubios, morenos, fibrosos, delgados, lampiños, velludos, deportistas, intelectuales . . . pero todos bombones. Claro, tanta carne masculina apetecible ha acicateado los celos de mi padre, sobre todo cuando imagina lo que esos machitos seductores le hicieron y le harán a

su

nenita. Y la verdad es que a mí también la situación me provoca algo: una envidia de aquellas.

Casi siempre me limitado a verlos ir y venir, babeándome pero obviamente sin dar la menor señal delatora sobre mis gustos. En alguna ocasiones me animé a prolongar las miradas, y aunque un par de veces me pareció adivinar una cierta reciprocidad, creo que ni el fulano ni yo pasamos de eso por miedo a . . . vaya saber qué. Pero la cuestión comenzó a complicarse de un tiempo a esta parte, cuando a mi hermana se le dio por elegir tíos con una combinación que me vuela la cabeza: morenos, fibrosos y deportistas. ¡Dios, qué manera de sufrir!. A duras penas pasé la prueba de Daniel, el tenista bronceadísimo con una sonrisa de comercial de TV; resistí estoicamente la tentación de Pablo, el futbolista de los muslos perfectos; y sobreviví gallardamente a la cercanía de Hernán, el arquero del equipo de hockey. Pero cuando apareció Gonzalo, el buenazo de Gonzalo con sus veintitrés años y su metro ochenta y pico, sus ojazos verdes y su pelo azabache, su sonrisa con hoyuelos, su cuerpo modelado por el handball y la natación . . . ahí fue cuando me dije que ALGO tenía que intentar.

Disimuladamente estudié el terreno, tratando de descubrir un atisbo, una señal, algo que me indicase que podía arriesgarme a tirarle los tejos sin fracasar lastimosamente . . . pero nada. ¿Qué hacer, entonces? En algún momento fantaseé con aplicarle el tratamiento de shock, consistente básicamente en plantarle un beso en la boca mientras le apretujaba el paquete para darle a entender que quería. Pero estaba seguro que un método tan drástico no iba a resultar con un hétero tan plantado como Gonzalo parecía.

No, no. Evidentemente, la estrategia iba a tener que ser más sutil, más elaborada. Como la que pergeñé durante varias noches de insomnio caliente matizadas con puñetas en honor al Gonza, y que me animé a poner en práctica la tarde de ese bendito sábado en que mis viejos salieron a hacer la compra mensual en el súper dejándome solo con el novio de mi hermana, yo tomando apuntes, él hojeando una revista mientras esperaba que Naty llegara de la peluquería.

Gonzalo se desperezó en el sillón, me miró y alzando las cejas dijo:

" Parece que nos quedamos solos ":

El comentario era de lo más inocente, pero a mí me venía como anillo al dedo.

" Uh! Martín usaba mucho esa frase ", dije sonriendo sin levantar la vista de mis papeles.

Con el rabillo del ojo vi que Gonzalo me miraba con expresión anodina, como si hubiese dicho una pavada, y más por cortesía que por curiosidad me preguntó quien era Martín.

" Un novio de mi hermana ".

Je! Fue maravilloso ver el cambio en la expresión del rostro de Gonzalo: una mezcla de sorpresa y mal disimulado desagrado, el mismo gesto que deben poner todos aquellos a quienes les mencionan los ex de sus actuales novios o novias. Obviamente, él no tenía por qué saber que Martín en realidad era un primo mío de la edad de mi hermana, que desde que había pegado el estirón me hacía babear cada vez que lo veía.

Gonzalo se rascó la barbilla, y me miró con los ojos verdes achinados.

" ¿Ah, sí? ¿Un ex de Naty? ".

La cosa venía bien, pero tenía que sacarlo del inminente ataque de celos o mi plan podía fracasar. Entonces, aún con la vista en mis apuntes, comenté como al pasar:

" Psí. Pero contigo no hay problema ".

Gonzalo arrugó el entrecejo, sorprendido al escucharme decir eso.

" ¿Por qué? ¿Con él, sí? ". Sonrió, evidenciando su satisfacción ante esa victoria minúscula sobre un predecesor ignoto, y más en broma que otra cosa agregó:

" Mm . . . Déjame adivinar: no te trataba muy bien cuando nadie los veía, verdad? ".

Lo miré con mi mejor expresión de no-metas-el-dedo-en-la-llaga , y dubitativo respondí:

" No . . . bueno . . . es que . . . cuando nos quedábamos solos . . . pasaban cosas ".

Tragué duro y me callé, como si hablar del tema me causase incomodidad. Ahora, las cartas estaban echadas, y Gonzalo podía reaccionar de dos maneras: o se comportaba discretamente y respetaba mi silencio, y ahí se acababa el tema; o, como yo rezaba ocurriese, su curiosidad podría más y pediría más detalles.

La curiosidad mató al gato, dice el refrán, y por suerte para mí, este gatazo con el que yo estaba empecinado en jugar era bastante curioso (un rasgo con el que yo especulaba), y cayó en la trampa. Porque entonces Gonzalo se irguió en su asiento, y apoyando los brazos en las piernas preguntó con el ceño fruncido:

" ¿Cosas? ¿Qué cosas? ".

Apreté los labios para contener la sonrisa de triunfo que pugnaba por estirar mis labios, y recomponiendo mi gesto de incomodidad lo miré a los ojos.

" Yo . . . me da pena hablar de esto. Nunca le he contado a nadie. Pero . . . pero creo que puedo confiar en ti ".

Gonzalo se levantó del sillón. En dos pasos estuvo junto a mí, separó de la mesa la silla contigua a la mía y se sentó. " Claro que puedes confiar en mí ", dijo luego apoyando su mano sobre la mía, haciéndome sentir frío y calor al mismo tiempo. " Dime, qué pasaba con ese tal Martín ".

" Pero prométeme que no vas a decir nada ".

" Te lo prometo ".

El novio de mi hermana me miraba expectante, con la expresión de un niño a quien van a darle un juguete nuevo. Me acerqué más a él, conteniendo mis ganas de estamparle un beso en esa boca carnosa, y con voz baja, empecé a hablar.

" Martín era un tío alto, muy simpático y bastante guapo, que por esa época andaba en los veintiún años" dije pensando en mi primo. "Nos llevábamos bien y teníamos un trato normal . . . por lo menos hasta ese sábado a la noche, en que empezó todo. Fue durante el festejo de un cumpleaños de mi hermana, en ese pub que está cerca del club ¿Lo ubicas, no?. Éramos como una veintena entre amigos de Naty, mis primos, y por supuesto, Martín. Al principio mis viejos no habían querido dejarme ir, y la verdad es que a Naty tampoco le entusiasmaba la idea de que yo fuera de la partida (no quería ser mi niñera, según decía ella). Pero yo insistía, porque conocía a todos los invitados y estaba seguro de que iba a divertirme. Pero mis viejos estaban empecinados en el "no", y claro, yo en el "sí". Estuvimos con el tire y afloje toda la tarde, y cuando parecía nomás que el "no" iba a quedar firme, Martín salió en mi apoyo. Y ahí, bueno, mis viejos cedieron. De manera que esa noche yo también estaba en el pub, y como lo había imaginado, la estaba pasando muy bien salvo por un detalle: mi viejo había puesto como condición que no tomase alcohol, y le había indicado expresamente a mi hermana que me vigilase al respecto. Al principio Naty me marcó de cerca, pero después de un rato, metida de lleno en su rol de agasajada, se olvidó de mí (para mi regocijo). Y así fue que quedé a merced de mis primos y de Martín, quienes insistían para que tomase "un poquito, que no pasa nada". Al principio yo me resistí, pensando en el humor de mi padre si se enteraba. Pero después de un rato, la insistencia reiterada y el calor que hacía allí terminaron por hacerme ceder y empecé bebiendo un vaso de jugo con no recuerdo que bebida blanca. Estaba muuy bueno, pero creo que a mí me sabía mejor por esa cuestión de estar haciendo algo prohibido. Después, los chicos me fueron dando a probar de cada uno de los tragos que ellos tomaban, y cuando quise acordar, ya estaba chispeado. Mi primer e incipiente borrachera debía ser muy graciosa, porque el grupete que me azuzaba a beber se reía de mis comentarios y mis gestos. A la que no le hizo ninguna gracia fue a Naty cuando me vio. "Pero ¿ustedes están locos? ¿Saben el lío que puede armar mi papá si lo ve en este estado?", chilló mi hermana fastidiada. "¿Y tú, pendejo, por qué bebiste tanto?", agregó mirándome con el ceño fruncido. Recuerdo que yo la veía en medio de una nebulosa, y en un ataque de amor filial solté un "¡Naty, pero yo te quiero!" que hizo reír a todos, incluso a mi hermana. Pero después Natalia volvió a la carga con su queja, y fue entonces cuando Martín dijo que él se sentía responsable (después de todo, mis viejos habían cedido cuando él salió en mi apoyo), y que se iba a hacer cargo de la situación. "¿Vamos, borrachito?", me preguntó luego de decir eso el ex de mi hermana, poniéndome una mano sobre el hombro. "¿Ir adonde?, indagué extrañado". "A refrescarte un poco", me contestó al oído. Entonces me ayudó a ponerme de pie, porque yo estaba bastante mareado, y sosteniéndome de la cintura fuimos caminando despacio hacia la parte posterior, rumbo a los servicios. A esa hora el pub explotaba de gente, y el ruido de las voces, el humo de los cigarrillos y la música fuerte no me ayudaban mucho que digamos. Me di cuenta que Martín me llevaba por los lugares menos iluminados, porque a pesar de parecer más grande yo era menor de edad, y el hecho de que estuviera algo bebido no le convenía a nadie. Así llegamos a los baños, donde Martín me hizo mojar la cara. Después me dijo que intentase respirar profundo para despejarme, pero yo estaba tan mareado que me abrazaba a él mientras le decía que lo quería mucho por haberme llevado a la fiesta. "¿Uy, estás mimosito?", recuerdo que me preguntó jocoso. Yo asentí, siempre sonriendo y abrazándolo. Después, mirándolo en medio de mi nube de felicidad, agregué que me gustaba que fuera el novio de mi hermana porque era un tío muy guapo. "¿De veras te parezco guapo?", me preguntó entonces él riendo sin poder ocultar el agrado por escuchar algo que, sin duda, sabía. Yo asentí de nuevo, y sin dejar de abrazarlo apoyé mi cabeza contra su pecho. "¡Uh, campeón!", me dijo Martín al oído, "no te pongas tan cariñoso que tu hermana está en "esos" días y llevo una semana sin follar". Si bien no tanto como a mí, era evidente que el alcohol también le había pegado, porque estando sobrio nunca me hubiese dicho algo así. Yo, después de oír eso, alcé la cabeza y lo miré con los ojos entrecerrados por el sopor. Ya sabes, estaba algo borrachín, y en ese momento no sabía bien lo que decía . . . como sea, palabras más, palabras menos, le pregunté si no había probado darle por el culo. El largó una carcajada y yo, absolutamente desinhibido y envalentonado por su risa, le pregunté sin ningún prurito si alguna vez le había dado por el culo a alguien. Y en ese instante, algo en la expresión de Martín, cambió. Primero me miró con el entrecejo fruncido, como quien no termina de entender lo que ha escuchado, y luego sonrió de manera extraña. "No, todavía no", me respondió con esa mueca bailoteando en sus labios, "pero será cuestión de probar, no?, agregó. Entonces hizo un paneo visual por el lugar, como si se estuviese cerciorando de que no había nadie, y luego me tomó de la cintura, arrastrándome para que caminase. Extrañado, le pregunté adonde me llevaba. "Ahí adentro", me respondió él señalando el compartimiento del fondo con un movimiento de cabeza. "No queremos dar un espectáculo ¿no?", agregó sonriendo. Yo, suponiendo que se refería a mi estado, asentí y me dejé guiar hasta el cuartucho. Cuando estuvimos dentro Martín puso la traba y luego se volvió hacia mí, mirándome de nuevo con esa extraña sonrisa en los labios, y sin decir nada me dio un abrazo que yo correspondí. "Uh, sí, cuñadito, qué rico!", susurró entonces en mi oído, sobándome la espalda. Después, suavemente fue empujándome hasta apoyarme contra la pared, apretándome con su corpacho; y en ese momento, inconfundible, noté la dureza de su paquete. Me desconcerté; y mi desconcierto aumentó cuando Martín empezó a hacerme arrumacos. "¿Qué . . . qué haces?", recuerdo que balbuceé extrañado. Pero él, en lugar de responderme, comenzó a darme besos en el cuello mientras jadeaba y me restregaba con más fuerza su paquete sobre mi estómago".

Gonzalo me miró con cara de asombro.

" ¿Y tú que hiciste? ".

" Yo . . . pues . . . yo no hice nada. No estaba seguro de que me agradase lo que estaba haciendo pero . . . pero tampoco podía decir que me disgustara. No estaba siendo agresivo, ni me estaba forzando a nada. Y mientras yo sólo atinaba a quedarme duro, él seguía dándome besos, apretándome con su cuerpo . . . hasta que en un momento dado me hizo dar la vuelta y me puso de espaldas a él . . ."

" ¿¿Y entonces?? " preguntó el novio de Naty con los ojazos verdes enormemente abiertos.

" Entonces . . . entonces me desabrochó el pantalón, metió sus manos por debajo del elástico de mi slip, y comenzó a bajarme la ropa. Yo me sacudí intentando detenerlo, pero él presionó más con su cuerpo sobre el mío, inmovilizándome. "Shh! Quieto, quieto!" me susurró entonces al oído mientras me lamía el lóbulo de la oreja. Yo . . . yo sentía un montón de cosas raras, y seguía tan confundido por los restos de la borrachera y por la propia situación, que obedecí. El corazón me latía a mil, y cuando sentí la punta de su verga ensalivada acomodándose entre mis nalgas, cerré los ojos y tragué duro. Una puntada, un dolor agudo me traspasó, y me quejé. Otra vez intenté zafarme y otra vez Martín me apretó con su cuerpo, poniéndome una mano en la boca para ahogar mis protestas. Y teniéndome así, inmovilizado y enmudecido, empezó a enterrar lentamente su rabo en mi culo y no paró hasta meterlo completo. Apenas lo hizo se mantuvo quieto, mordisqueándome suavemente la nuca y acariciándome el pecho con la mano libre. Después, cuando se dio cuenta que yo ya no oponía resistencia, me tomó de las caderas y empezó a bombear. Yo me quejaba, dolorido, y con la respiración entrecortada le rogaba que sacase ese monstruo de mi culo. Pero el tío hacía caso omiso a mis súplicas, y seguía follándome con ganas. "¡Uh, cuñadito, qué buen culo!", recuerdo que me susurraba jadeando al oído mientras me clavaba una y otra vez su cipote hasta el pegue. Estuvo así un buen rato, hasta que de repente empezó a jadear. Entonces me enterró el rabo hasta los pelos, se quedó quietito . . y empezó a correrse. ¡No te imaginas cómo!. De verás debía hacer días que no descargaba, porque yo sentía mis entrañas calientes de tanta lefa que me estaba dejando dentro. Cuando por fin terminó, dejó su vergajo por un rato entre mis nalgas, y luego, muy despacio, lo sacó. Pero siguió pegado a mí, y me mantuvo abrazado un largo rato mientras me susurraba oído que había gozado mucho mucho. Y yo . . . pues, yo seguía sintiéndome extraño, y no dije nada. Después nos acomodamos la ropa, esperamos a que no hubiese nadie y salimos, regresando con los demás como si nada hubiera pasado".

" ¿Y nunca le contaste esto a nadie? " preguntó Gonzalo con gesto de estupor.

" No, nunca ".

" ¿¿Pero por qué??¿Acaso te amenazó para que no lo hicieras? ".

Me fascinaba ver como el tío había creído por completo la historia, y mordiéndome los labios para contener la sonrisa volví a negar con la cabeza.

" Entonces no entiendo por qué no dijiste nada, si deberías haberlo . . ."

El novio de mi hermana se calló de repente, y me clavó la mirada. En su expresión leí lo que estaba pensando y de verdad no pude evitar ruborizarme, sintiéndome como si tuviese la palabra "puto" escrita en la frente. Evidentemente le había caído la ficha, aunque se abstuvo de hacer algún comentario que pudiese incomodarme. Pero pasada la sorpresa inicial, era evidente que se moría de ganas por confirmar si a su cuñadito le había gustado tanto que le partieran el culo al punto de no haber delatado a quien lo había forzado. Sin dejar de mirarme se rascó la barbilla, como si quisiese decir algo pero le costara hacerlo, hasta que por fin se animó.

" Y . . . y esto ¿pasó otras veces? ".

El anzuelo que había agitado ya estaba en la panza musculosa del gatazo, y me moría de ganas de sonreír del gusto. En lugar de eso miré a Gon por unos segundos sin decir nada, respiré hondo como si estuviese tomando coraje, y acercándome más a su precioso rostro, comencé a hablar.

" Al día siguiente, mientras estaba leyendo en mi habitación, escuché la voz de Martín abajo en la sala. La visita no me sorprendió, porque a veces pasaba los domingos. Lo que sí me sobresaltó fue verlo aparecer en mi cuarto. Me senté de golpe en la cama, y el corazón empezó a galoparme en el pecho. El, sin decir nada cerró la puerta y se quedó a cierta distancia, con las manos en los bolsillos. Con una sonrisa forzada me preguntó cómo estaba, y yo respondí que bien, aunque en realidad sentía un nudo en el estómago. "Yo . . . sobre lo de anoche . . ." murmuró con voz ronca. Después siguió hablando, diciendo que lo que había hecho era una animalada, que estaba muy borracho, pero que eso no justificaba su proceder. Yo escuchaba sin decir nada, con la vista baja, porque otra vez me sentía terriblemente confundido: ahí estaba frente a mí el tipo que me había ensartado a la fuerza la noche anterior, y yo, lo único que podía hacer . . . era lanzarle miradas furtivas al paquete mientras hablaba. Estuvimos así algunos segundos, él murmurando y yo atisbándole la entrepierna, hasta que de repente Martín dejó de hablar y deslizó su mano derecha hasta apoyarla sobre el paquete, apretándoselo suavemente. Alcé la vista; por unos instantes nuestras miradas se cruzaron, y tuve la sensación que el corazón me iba a saltar del pecho. No quería mirar "ahí" de nuevo, pero no pude evitarlo. Fue entonces Martín empezó a acariciarse el bulto, y luego, muy lentamente, empezó a desprender uno a uno los botones de la bragueta . . .

"A partir de allí, tuve la extraña sensación de estar soñando, como si lo que estaba pasando fuese algo irreal. Y con esa sensación ví a Martín acercarse lentamente a mi cama, con la verga completamente dura asomando feroz por la bragueta. Cuando llegó junto a mí se detuvo y alcé la vista nuevamente. Entonces él apoyó su mano izquierda sobre mi nuca y comenzó a hacer presión, empujando mi cabeza hacia su carajo. Y yo . . . yo . . . yo no opuse resistencia. Mis labios se entreabrieron solos, como si supiesen que es lo que iba a pasar, y cuando quise acordar, el vergajo de Martín, palpitante y caliente, me llenaba la boca. El grueso tronco venoso se deslizó sobre mi lengua, y cuando la cabeza rozó mi garganta, sentí una pequeña arcada. Entonces Martín retiró la verga . . . pero sólo un poco, y no pasaron más que unos segundos hasta que volvió a clavármela hasta el fondo mientras me sostenía firmemente de la nuca. Otra vez mis ojos se llenaron de lágrimas por el ahogo, y otra vez el tío volvió a aflojar. Pero al cabo de un par de clavadas más, mi garganta comenzó a soportar mejor la presencia del intruso, a pesar de que se iba poniendo cada vez más duro e hinchado. Entonces Martín me tomó el rostro con ambas manos, lo inclinó ligeramente hacia arriba para que lo mirase, y así, con suaves movimientos de cadera, empezó follarme la boca. No hizo falta mucho, apenas un par de bombeadas antes que se le congestionase el rostro y murmurara que iba a correrse. "¿La quieres?", me preguntó con voz ronca en medio de sus jadeos. Supuse que se refería a la lefa, y desconociéndome, asentí con ansiedad. En el rostro de Martín se dibujó una expresión de felicidad, y casi de inmediato su pollón comenzó a latir lanzando uno tras otro disparos de leche caliente en mi garganta".

Terminé de hablar, y se hizo un silencio enorme. La mirada del Gonza me quemaba, y era tan elocuente que me hacía sentir una extraña mezcla de vergüenza y satisfacción por el resultado de mi historia. Nos quedamos así por unos segundos, callados, mirándonos sin decir nada, hasta que de repente sentimos el ruido de la puerta de calle y luego la voz de mi madre anunciando que habían regresado. Los dos nos sobresaltamos y nos acomodamos rápidamente en nuestros asientos, casi con la actitud de dos chicos que han cometido una travesura. En los breves instantes que transcurrieron hasta que mi mamá llegó a la sala noté que Gonzalo había llevado una mano a su entrepierna, como tratando de acomodarse el paquete antes de que tuviera que ponerse de pie para saludar a su suegra. Estoy seguro que si yo también hubiese podido poner mi mano allí, en ese bulto codiciado, habría encontrado una erección de campeonato.

Por fin, mi madre apareció por la arcada de la sala, y nosotros pusimos nuestras mejores caras de póquer. " ¡Hola chicos! ", dijo mi progenitora sonriente. Después miró con más atención, y entonces frunció el ceño. " ¡Ay, este hijo mío! ", me regañó. " ¿No le ofreciste nada a Gonzalo? ". Protesté diciendo que habíamos estado muy entretenidos, y Gonzalo apoyó mis palabras, agregando que de verdad no se le apetecía nada. Pero ella insistió, y mientras ellos hablaban yo aproveché para juntar mis cosas.

" ¿Qué, te vas? ", me preguntó Gonzalo con mal disimulado desencanto cuando mi madre salió. Haciendo un esfuerzo para no sonreír ante su expresión, yo respondí que sí porque tenía otras cosas que hacer.

" Y ya sabes: sobre lo que te conté . . ."

". . . ni una palabra. Quédate tranquilo ".

" ¡Gracias, Gon! ", murmuré sonriendo al ver la expresión en el rostro del tío. " Sabía que no me equivocaba contigo . . . "

Desde esa tarde, hubo un cambio imperceptible para los demás pero evidente para mí en mi vínculo con Gonzalo, y ciertas actitudes, ciertos gestos del bombón moreno, me hacían suponer que mi estrategia estaba dando resultado. Más de una vez, cuando él suponía que yo no lo veía, lo había pescado mirándome fijamente mientras se rascaba la barbilla; hubiese dado cualquier cosa por leer sus pensamientos en esos instantes, pero estoy seguro que todos se relacionaban con las experiencias recientemente reveladas de su cuñadito.

A la estimulación mental decidí agregar la visual, y para ello, que mejor escenario que el vestuario del club. Hasta el día de nuestra charla nunca coincidíamos por allí, pero a partir de esa bendita tarde, cambié mis horarios y empecé a cruzarme "casualmente" con el Gonza con más frecuencia, enganchándolo cuando terminaba sus partidos de handball. La primera vez que nos vimos el tío se mostró sorprendido y hasta parecía algo incómodo, pero lentamente, con el correr de los días, su actitud fue cambiando: mientras hablaba y se reía con sus compañeros se sacaba la ropa sin dejar de lanzarme miradas furtivas, exhibiéndose, tocándose aquí y allá . . . Yo, obvio, fingía indiferencia, pero inevitablemente mi vista se desviaba dos por tres hacia su anatomía, deleitándome con las formas gloriosas de ese cuerpo deseado, sintiéndome al borde de la corrida cada vez que su mirada cargada de veladas intenciones se cruzaba con la mía.

Pero parecía que, aunque la tentación era grande, el gatazo no se decidía a dar el zarpazo. Y entonces subí la apuesta.

Esa tarde, fingí un calambre en la pileta y con gesto de dolor abandoné la práctica. Algo nervioso, hice tiempo hasta la hora en que normalmente Gonzalo y sus compañeros de handball terminaban el partido, y cuando los escuché venir apuré mi paso hacia las regaderas. Grande fue la sorpresa del Gonza al cruzarme con la toalla anudada a la cintura a una hora a la que habitualmente yo recién llegaba.

" ¡Qué raro, tú a esta hora! ", exclamó Gonzalo con cara de asombro. " ¿Qué pasó? ".

" Es que hoy vine a la práctica más temprano. Pero hice un mal movimiento y me dio un tirón en la espalda, y tuve que abandonar ".

" Uh, que feo! ".

Lo dejé en el sector de las gavetas con sus amigos, sintiendo su mirada en mi espalda mientras me alejaba, y me refugié en una de las duchas del fondo. El lugar estaba vacío, pero no pasaron más que un par de minutos hasta que el Gonza y sus compañeros aparecieron por allí. Había muchos sitios libres, pero casualmente mi cuñado se apostó en una regadera ubicada casi frente a la mía, de modo tal que nos veíamos perfectamente el uno al otro. Me miró sonriente, me guiñó un ojo, y luego me preguntó si me dolía. Y yo, recordando de golpe mi supuesto calambre, comenté que un poco.

" Pero voy a ver si me aflojo con el agua caliente ".

Entonces giré, dándole la espalda al Gonza, apoyé las manos contra la pared del cubículo de mi ducha, bajé la cabeza, y arqueando levemente la cintura, dejé que el agua corriese por mi cuello y espalda. Lentamente fui presionando las manos contra la pared, tensionando los músculos de la espalda y las piernas, con lo cual, inevitablemente, endurecía las nalgas y empinaba el culo. Estuve así varios segundos, preguntándome si la exhibición daría el resultado deseado. Obvio, no podía ver a Gon, pero tampoco lo escuchaba. Porque aunque tapadas por el ruido de las regaderas, me llegaban las voces y risas de los otros muchachos, pero no identificaba a la del novio de mi hermana. ¿Se habría ido?. Un súbito desencanto me asaltó, y picado por la curiosidad, con los ojos entrecerrados, me di vuelta . . .

No, el Gonza no se había ido; seguía allí, masajeándose la cabeza enjabonada, mirándome sin ningún disimulo . . . y con el vergajo morcillón y un poco empinado. Mis ojos se deleitaron con la espectacular vista de su masculinidad en ese estado previo al endurecimiento, aunque el regalo duró sólo unos segundos porque cuando me moví el tío se dio vuelta rápidamente.

Sí, la exhibición había dado resultado, y antes que mi propio rabo comenzara a entumecerse por lo que acababa de ver, cerré la regadera y regresé al sector de gavetas. Un par de minutos después, mientras terminaba de secarme, vi pasar al Gonza con sus compañeros. Pero antes de llegar al lugar donde había dejado sus cosas mi cuñado se apartó del grupo, marchando derechito hacia donde yo estaba. Cuando estuvo frente a mí comenzó a sacudirse los cabellos con una mano, y con un tono que pretendía ser natural, me preguntó si iba para mi casa.

" Sí, sí, voy para casa ".

" Bueno, entonces espérame que te llevo ".

" Pero ¿tú ibas para allí? ".

" No, pero no me cuesta nada acercarte. Así evitas moverte mucho y empeorar la contractura ".

" No, Gon, gracias! ", respondí sonriente aunque un tanto frustrado. " No vale la pena que te molestes ".

" No, no me molesta para nada ", respondió Gonzalo enfáticamente. " Todo lo contrario: QUIERO llevarte ".

Me miró de un modo que me quitó el aliento, y un tanto sobrecogido, sólo atiné a murmurar que sí. " ¡Bien! ", dijo entonces feliz el novio de mi hermana. " Sólo dame cinco minutos ".

Instantes después, los dos marchábamos por el estacionamiento del club hacia el sitio en donde estaba aparcada la camioneta del Gonza. Subí al vehículo sin decir nada, y cuando el novio de mi hermana puso la traba en las puertas, el corazón comenzó a latirme con furia aún sabiendo que se trataba de una medida de seguridad rutinaria. Luego se produjo un incómodo silencio, como si el impulso que había acicateado a Gon se hubiese apagado. Pero yo sentía que mi meta estaba ahí, al alcance de los dedos, y decidí arriesgar todo. Entonces lo miré y sonreí, como si algún recuerdo me motivase a hacerlo.

" ¿Qué? ", preguntó sonriendo intrigado el novio de mi hermana. " ¿Qué pasa? ".

" Recién, en las duchas . . . "

" Eh . . . yo . . ."

El tío se puso rojo, pero antes que balbucease alguna excusa que me arruinase el plan, agregué rápidamente:

" No te molesta si te digo algo muy íntimo, no? "

" No, hombre, claro que no ".

" Tienes la tranca más grande que la de Martín ".

Gonzalo me miró sorprendido, porque seguramente no esperaba oír semejante cosa. Luego se agitó en su asiento, y sonriendo satisfecho se acarició la nuca.

" Ah, sí? ".

El novio de mi hermana tenía puestas unas bermudas de tela liviana, tan ligera que dejaba ver claramente como su verga se iba endureciendo segundo a segundo. Ya sin ningún disimulo miré hacia su entrepierna, y sonriendo agregué:

" A Martín también se le ponía así de dura cuando le hacía algún comentario sobre el tamaño de su verga ".

" Bueno, si no arriesgas ahora . . . ", pensé devorado por la ansiedad. Pero sí, por fin el Gonza decidió arriesgarse, porque después de tragar duro para tomar coraje me clavó sus ojazos verdes y murmuró:

" Y . . . y que hacías en esos casos? ".

Sonreí, agradecido por esas palabras que sonaron como música para mis oídos.

" ¿Te muestro? "

Agitado, sin decir una palabra, el novio de mi hermana asintió con un leve movimiento de cabeza. Entonces me incliné hacia su regazo, y muy lentamente, comencé a desabrocharle la bragueta. El rabo del tío estaba tan endurecido que me costaba trabajo desprender los botones, pero cuando lo logré, descubrí con deleite que no llevaba ropa interior. Liberado de su encierro, el carajo saltó como disparado por un resorte, irguiéndose enorme y durísimo por la abertura del pantalón. Entonces me acerqué más, hasta casi rozar con mis labios la cabezota del vergajo. Luego abrí la boca, completamente hecha agua ante ese bocado largamente esperado, alineé mis tragaderas, y engullí el magnífico pollón hasta el pegue.

Como si hubiese recibido una descarga, Gonzalo se sacudió arqueando la pelvis hacia arriba al tiempo que un gemido apagado escapaba de sus labios. Me mantuve así durante unos cuantos segundos, alojando toda la tranca en mi boca y mi garganta, mientras mis oídos se endulzaban con los quejidos de gozo de mi cuñado. Después, muy despacio, fui sacando el vergón de mis fauces, dejándolo completamente ensalivado y duro como la piedra.

" Eso hacía ", dije sonriente cuando me incorporé.

Gonzalo me miró con expresión desfalleciente, el musculoso pecho subiendo y bajando velozmente dentro de su camisa.

" ¿Estás . . . estás muy apurado? ", me preguntó con voz ronca.

" No. ¿Por? ".

" ¿Pasamos un rato por mi casa? ".

Quince minutos más tarde, después de un viaje hecho en tiempo record, estaba sentado en el mullido sillón del living del Gonza. El novio de mi hermana estaba parado frente a mí, y con gestos torpes por la ansiedad intentaba desabotonar la abultadísima bragueta. " Déjame a mí ", dije poniendo mi mano sobre su entrepierna. Entonces Gonzalo sacó sus manos, y con expresión anhelante y la respiración acelerada siguió uno a uno mis movimientos sobre la hilera de broches. Por fin, cuando el último de los botones se desprendió no sin cierta dificultad, el durísimo y ahora babeante carajo volvió a salir disparado por la abertura del pantalón. Sonriendo con malicia acerqué mi lengua a la cabezota rosada, y con toda delicadeza lamí las gotas cristalinas que brillaban en el extremo. Gonzalo largó un ronco gemido, y un estremecimiento lo sacudió de pies a cabeza.

" Ya, no me hagas sufrir más ", gruñó con tono suplicante. Entonces lo miré a los ojos, volví a sonreír con malicia, y abriendo enorme la boca volví a engullir el pollón hasta el pegue. Un " Ahh! " prolongado y gutural escapó del pecho de mi cuñado al tiempo que tomaba mi cabeza con fuerza y la apretaba contra su pubis. Cuando aflojó la presión me afirmé aferrándome a los poderosos muslos del tío, alineé mis tragaderas, y con la baba escurriéndome retomé la ansiada mamada que había iniciado en el carro. Mi boca se deslizaba una y otra vez sobre esa masa de carne caliente, poniéndola más dura y satinada segundo a segundo. Cada tanto asía con fuerza las nalgas duras del bombón, y aguantando el ahogo me comía el pollón hasta el pegue, succionándolo con movimientos cortos que lo hacían delirar de gozo. Repetí ese movimiento varias veces, hasta que en un momento dado Gon me jaló de los cabellos separándome suave pero decididamente de su carajo.

" ¿Qué, qué pasa? ", pregunté con ansiedad.

" Nada. TE VOY A FOLLAR ".

Casi me corro al escuchar esas palabras ansiadas por tanto tiempo. El Gonza estaba tan excitado que yo ya me veía arrastrado de un brazo en vilo hasta el dormitorio, pero en lugar de eso, el novio de mi hermana apoyó una de sus manazas en mi espalda y empujando casi con brusquedad me hizo poner en cuatro patas sobre la alfombra peluda del living. " No te preocupes, está recién lavada ", me dijo mi cuñado. Luego se ubicó detrás de mí, entre mis piernas, y con movimientos enérgicos me bajó el pantalón corto y el slip e hizo lo mismo con sus bermudas. Después, sus dedos ensalivados lubricaron apresuradamente mi culo, y al momento siguiente la punta de su rabo punteaba mi hoyito.

" Pero ¿aquí? ", pregunté excitadísimo por lo que se avecinaba.

" Sí, aquí ", respondió mi cuñado mientras me sujetaba firmemente de la cintura y empezaba a enterrar su verga entre mis nalgas. " ¿Te incomoda? ".

" No, no . . . para nada ", respondí algo atemorizado por el peligro que podía significar para mi retaguardia el respetable armamento del Gonza combinado con su impetuosidad. Después apreté los dientes, y haciendo fuerza con los brazos me preparé para el avance feroz de la verga de Gon en mi culo. ¡Ah, carajo!. Parecía que me estaban partiendo en dos, y de mi boca entreabierta escapaban jadeos de gozo y dolor al mismo tiempo. Por fin, sentí el pubis de Gonzalo apoyado en mis nalgas, y supe que el tío me había enterrado el vergajo hasta los pelos. Entonces mi cuñado me atenazó la cintura con sus manazas, sacó su rabo hasta dejar sólo la punta en mi agujero, y moviendo rítmicamente la cadera comenzó a serruchar en mis entrañas.

" ¡Gonza, me estás rompiendo el culo! ".

" Psé. Y me . . . moría . . . de ganas ".

Gimiendo lastimeramente, bajé la cabeza y arqueé la espalda mientras mis manos y mis rodillas acusaban recibo de las embestidas de mi cuñado. Cuando ladeaba la cabeza veía las piernas del tío flexionadas en posición de cuclillas, y la imagen de los muslos y las pantorrillas con los músculos tensos me ponía más cachondo todavía. Pero aunque estaba gozando mi adolorido culo buscaba un descanso, y por eso muy suavemente gateé tratando de escapar unos segundos de la feroz tranca. Grave error: el Gonza recargó el peso de su cuerpo sobre mi espalda, y moviéndome las manos me hizo acostar sobre la peluda alfombra . . . con él arriba mío. Luego separó mis piernas con sus rodillas, apoyó sus manos sobre las mías, y presionando con más fuerza con su cadera me incrustó la polla como si quisiera hacerla llegar hasta el estómago.

Un grito apenas sofocado escapó de mis labios, y Gonzalo tapó de inmediato mi boca con su mano.

" ¡Shhh"! No grites así, que estamos cerca de la puerta! ".

La cadera del Gonza golpeaba cada vez más intensamente contra la mía, y con cada embestida su cipote entraba más y más hondo en mi culo. Mi cuerpo, aunque oprimido por el peso de Gon, se sacudía intensamente, y de mi garganta brotaba una mezcla de quejidos de sofocación y placer. Me moría de gusto, aún a pesar de estar casi aplastado por mi cuñado, y excitadísimo manoteé la mano de Gonzalo que tapaba mi boca y comencé a chupar sus dedos con desesperación mientras gemía como un poseso.

Fue demasiado para el Gonza. El novio de mi hermana susurró un " ¡Ah, grandísimo guarro! " entrecortado, clavó hasta el fondo su rabo entre mis nalgas, y en medio de espasmos y roncos gemidos comenzó a vaciarse en mi culo. Durante varios segundos me obsequió con una perdigonada viscosa y abundante de lefa caliente, añadiéndole un toque ligeramente sádico con los mordiscos que me propinaba en la espalda.

Claro, con tanto estímulo yo no iba a quedarme atrás, y uniéndome a los gemidos sofocados de mi cuñado estallé en una corrida espectacular, como para hacerle honor a ese momento tan largamente esperado.

A partir de esa tarde, los días que siguieron fueron gloriosos. Porque la verdad es que ni en mis mejores sueños hubiese imaginado que al Gonza le iba a gustar tanto darme caña, y que iba a andar siempre buscando la oportunidad para llevar su presencia láctica en mi cuerpo a niveles intoxicantes. Y yo . . . bueno, yo me volví adicto a mi cuñado, y esperaba casi con desesperación las tardes en que me llevaba del club a casa e indefectiblemente hacíamos un alto en el trayecto . . .

Como dije, fueron días gloriosos, pero . . . siempre hay un pero.

Ese sábado por la tarde, apostado en la mesa grande, repasaba mis apuntes para un examen cuando sentí las voces de Naty y Gonzalo aproximándose. Alcé la vista justo para verlos entrar al comedor, y al verme allí el novio de mi hermana me guiñó un ojo y me regaló una de esas sonrisas suyas que ponían a mil. Pero mi incipiente excitación desapareció drásticamente cuando escuché la voz de mi madre sonando desde la puerta de la cocina.

" Ah, nena! Casi me olvido!.Llamó Martín, por algo de la Facultad. Dijo que después te llama ".

Alarmado, miré al Gonza, justo para registrar la expresión de sorpresa de su bello rostro por lo que acababa de oír. Con el entrecejo fruncido, el tío se acercó a mi hermana y la tomó suavemente del brazo. Estaba a unos pasos de distancia, pero mis oídos, aguzados por la peligrosa situación, me dejaron escuchar perfectamente sus palabras.

" Pero ¿tu ex te llama todavía ".

" ¡No respondas, no respondas! ", suplicaba yo para mis adentros. Obvio, Naty respondió, hiriendo de muerte mi historia.

" ¿Ex? ¿Qué ex? Martín es mi primo!. ¿No te acuerdas de él? Está cursando una materia conmigo, y debe llamarme por unos apuntes que iba a prestarme. Además, no tengo ningún ex que se llame Martín ".

¡Puta suerte la mía! Porque eso era cierto, y de todos los tíos que habían desfilado entre las piernas de mi hermana, ninguno se llamaba Martín.

Por unos segundos Natalia miró al Gonza con expresión de sorpresa, y luego rió divertida ante el gesto refunfuñado de su novio. " ¡Ay, tontito! Estabas celoso! ". Jocosa y halagada por el infundado ataque de celos, mi hermana le obsequió un beso a su novio y luego se marchó a la cocina para buscar unos refrescos.

Fue entonces cuando Gonzalo me clavó la mirada, y supe que estaba en problemas.

Lentamente se acercó hasta mi silla, reclinándose junto a mí. Sus ojos llameaban, y no hacía falta ser adivino para comprender que estaba muy fastidiado. " Me mentiste ", murmuró entonces mientras me sonreía con cara de pocos amigos.

" Yo . . . bueno . . . un poquito. Pero no me vas a decir que no valió la pena . . . "

El gesto del Gonza se suavizó un poco, y una sonrisa distendió la mueca tensa de sus labios.

" No . . . pero no me gusta que me tomen por tonto ".

" Bueno, Gonza, no es para tanto! ". Te pido perdón, vale? ", exclamé con tono conciliador. " Además ¿Qué vas a hacer? ", agregué empezando a cavar mi propia fosa. ¿Le vas a contar a mis viejos? ".

Gonzalo achinó los ojos y apoyó su mano en mi nuca, apretándola suavemente. Un escalofrió recorrió mi espalda . . .

" ¿Me . . . me vas a pegar? ", pregunté desafiante aunque con voz temblorosa.

" No, pendejo. ¿Cómo se ocurre? Jamás te haría daño ".

Sonreí casi con descaro, sintiéndome dominador de la situación.

" Bueno ¿Y entonces? ".

El Gonza me miró en silencio por unos segundos con los ojazos verdes achinados, y luego fue su turno de sonreír triunfante. Se acercó más a mí, envolviéndome con su perfume, y susurrándome al oído me sentenció.

" Entonces . . . te voy a dejar sin verga . . . por un mes ".

Quedé demudado, y con la boca abierta lo vi alejarse sonriendo en dirección a la cocina, llevándose entre las piernas el preciado tesoro que me acababa de ser vedado. No pude contenerme, y antes de que saliese de la sala le recriminé indignado:

" ¡No era que jamás me harías daño! ".

No, si es como yo siempre digo: el ser humano, cuando se lo propone, puede ser realmente cruel . . .