Golpe por Golpe XVI. Nunca Mas.

Un movimiento a lado, los remordimientos, la mirada fija en el techo, maldiciendo por haber vuelto a la realidad e intentando inútilmente echar el tiempo atrás.

El recuerdo es vecino del remordimiento.

Víctor Hugo

Tan pronto estuve en el elevador, me desplome, las fuerzas de las que había hecho gala hacia unos segundos, se evaporaron; mis piernas ardían, mi cadera dolía, y mi abdomen punzaba, espere algunos minutos, ahí, tendido sobre el piso, sin pensar, solo esperando a que mi cuerpo se sintiera lo suficientemente fuerte para estirar el brazo y apretar el botón de mi piso.

Después de algún tiempo, el elevador fue llamado por alguien, por lo que hice un esfuerzo por levantarme y aparentar que todo estaba bien, apenas me dio tiempo de apretar el botón; cuando la puerta ya estaba abriéndose, de ella entro una mujer alta, cabello rubio recogido en una coleta, traía puesto un conjunto deportivo, me saludo y me reconoció, fue un breve momento mientras se presento como Lana Martin, la había visto varias veces en algún evento de moda o en una recaudación, siempre elegante, siempre sonriendo, siempre rodeada de personas; ambos nos sorprendimos al saber que vivíamos en el mismo edificio y nunca nos habíamos encontrado, me pareció una buena mujer, atenta y afable.

Antes de llegar a mi piso, me invito a una pequeña reunión que iba a tener con motivo de su cumpleaños, mis piernas comenzaban a doler mas, por lo que no lo pensé dos veces y acepte con tal de escapar de su presencia, salí del elevador ágilmente, y me despedí con una sonrisa, ella de igual forma me sonrió y me dijo que me enviaría la invitación, yo solo asentí, y le di la espalda, rumbo a la puerta del departamento.

Un profundo suspiro y por fin, estaba... ¿en casa?, no quería, no podía, la verdad no necesitaba pensar, camine rumbo a mi cuarto y me arranque la ropa dispuesto a acostarme, hasta que vi mi ropa interior manchada con un poco de sangre, eso hizo volver los recuerdos, la mirada de Ian, sus caricias, sus labios, el clímax, enseguida mire sobre mi hombro y vi esa marca rojiza, algo hinchada, extendí mi mano para tocarla, la marca ardía, con pocas ganas, me encamine al baño, abrí el grifo y  me sumergí bajo el chorro, era relajante sentir el agua corriendo sobre mi piel, en cuanto me sentí, ¿como decirlo?, menos sucio, más tranquilo, tan inseguro como antes, me fui a acostar, estaba tan agotado que el sueño fue profundo, sin contratiempos, largo y reparador.

La mañana llego como un viento helado, a pesar de haber descansado, los recuerdos, las sensaciones, sus manos, todos los recuerdos seguían presentes en mi memoria, tatuados a fuego y sangre, en mi piel, en mi alma, quería gritar, lo odiaba, me odiaba a mí mismo, pero a pesar de todo el arrepentimiento que desbordaba mi conciencia, algo muy dentro, en lo más profundo de mi ser... estaba tranquilo, seguro de lo que había hecho, y cómodo por la persona con quien lo había hecho.

Aun así, pensar en lo de anoche aun ardía como esa marca roja que tenía en mi espalda, sobre todo porque era inevitable recordar a Leo, -¡Dios!, cuanto le quise- , y con ese último pensamiento, mis sueños de antaño terminaron por quebrarse.

Durante años, desde que vi por primera vez a Leo, soñé con estar con él, deseaba que él fuera el primero, el único dueño de mi corazón y de mi cuerpo; imaginaba todo diferente de cómo había sido, creí que sería especial.

Espante todos esos pensamientos y me dispuse a bañarme y arreglarme para desayunar, ni Fabiana, ni Marcos habían llegado a la casa y no lo harían en algún tiempo; por lo que debía ir a desayunar a algún lado, tome la cartera, los lentes de sol y me dispuse a salir, cuando encontré un sobre debajo de la puerta del departamento, ¡Diablos!, antes de leerlo sabía lo que era, había accedido a ir a la fiesta de esa señora sin pensarlo, pero ahora, con mis emociones en orden, la verdad no me apetecía ir, tenía apenas un año en NY pero conocía de sobra esas fiestas, vestir elegante, regalos caros, comida demasiado pequeña, bebidas clásicas, y un ejército de meseros siempre con la cabeza abajo.

Sin embargo, no tenía nada mejor que hacer, era la fiesta o quedarme en casa recordando lo ocurrido la noche anterior y pensando en tiempos pasados que jamás volverán. Una lágrima corrió por mi mejilla y sentí un nudo en la garganta, por lo que arroje la invitación a la mesa y salí inmediatamente del departamento; tenía muchas cosas que hacer, ir a desayunar, comprar el regalo de la señora Lana y elegir algún traje apropiado.

Las dependientas de todas las tiendas me conocían así que después de mi desayuno no tarde mucho en comprar un traje; ahora venia lo más difícil, no sabía nada de la señora, era la primera vez que hablábamos por lo que no tenía idea de que era lo adecuado, por lo que opte por deambular tienda por tienda, para elegir algo que me recordara a esa señora, la excusa perfecta para perder el día y regresar con el tiempo justo para arreglarme.

Después de una larga jornada decidí comprar una collar que me encontré en una tienda de Chelsea, tenía la forma de una mariposa, no era muy cara, supongo que debí haber comprado otra cosa, pero en cuanto vi ese collar de plata con un dije de mariposa, hecho de lapislázuli, me cautico su azul profundo, lo hubiera querido para mí, pero ya era tarde y no encontraría otra cosa, por lo que pague y fui directo al departamento.

En cuanto llegue al edificio, lo encontré repleto de flores de todo tipo, un par de orquídeas, un jarrón lleno de girasoles, tres arreglos enormes de rosas rojas, magnolias y alcatraces, me sorprendió ver tantos arreglos juntos, pero seguí mi camino directo al elevador, supongo que todas esas flores eran presentes para la fiesta de la señora Martin.

Antes de que llegara el elevador, Carlos me llamo

  • Joven Alexander, le llegaron estos arreglos poco después de que se fuera, venían con esta tarjeta

Extendió su mano hacia mí, con un sobre blanco

La verdad tuve miedo de tomarlo, pero no lo iba a demostrar frente al portero, así que tome el pequeño sobre y saque la tarjeta que tenia dentro.

Eran de él, esas flores me las había mandado el... Ian, y de nueva cuenta los recuerdos abarrotaron mis mente. Volví a leer la tarjeta, escrita a mano:

Es la primera vez que te regalo flores, pero

Confió en que no será la última.

  • Ian

No pude evitar sonreír ante este acto, tome una de las rosas y subí al ascensor, no sin antes pedirle a Carlos que subiera los arreglos al apartamento, me parecía de mal gusto mandar tantos y tan diferentes arreglos, pero también me agradaba la idea de...

El elevador se abrió, y yo camine directo a mi habitación, apenado por ese pensamiento que había cruzado mi cabeza... ¿Enamorarme otra vez? ¡Va! tonterías.

En cuanto cruce la puerta del salón el aire acondicionado golpeo mi sentido del olfato, la mezcla perfecta de los perfumes y lociones de cada invitado. Flores color naranja por todo el lugar.

Lana me vio y camino hacia a mí con los brazos abiertos enfundada en un ajustado vestido color salmón, sin mangas y escote barco, a juego perfecto con la decoración, el cabello recogido en un chongo y suavemente maquillada, sin mas accesorios que una delgada pulsera y su sonrisa amable. Por un momento me intimido su sonrisa, me recordaba a mi madre y todas las veces que salía elegantemente vestida del brazo de mi padre.

  • Me alegro de que hayas venido, pasa, que te presento a unos amigos.

Yo camine a lado de Lana y el juego de poderes comenzó, sonrisas falsas, movimientos fingidos, palabras sin sentido y siempre aderezado con un suave apretón de manos, eso era lo mejor, una lucha de egos y miradas para ver quién era más importante y más exitoso.

En cuanto tuve la ocasión me aparte y fui por mas alcohol, en estos lugares, con estas personas, siempre es necesario el alcohol, para aflojar los músculos del rostro y liberarte de la tensión.

Un par de agentes se me acercaron, siempre insistían en dejar mi carrera en sus manos y que junto a ellos en cuestión de meses estaría en los cuernos de la luna; no me interesaba mucho, mi trato con Marcos era claro, solo por el verano, mientras entro a estudiar; por cierto, estaba a pocos días de iniciar el curso y no estaba matriculado en ninguna escuela.

Como sea me despedí de esos hombres y me aislé lo más posible de los invitados.

Con una copa en la mano, me acerque al balcón del lugar a respira, este era mi mundo ahora, pero me encontraba incomodo, no dejaba de darme vueltas el detalle de Ian, sé que no debía de confiar en él, era un Casanova incorregible y seguramente lo único que quería de mi era lucirse un rato conmigo y luego pasar de pagina; pero... era más fuerte que yo, sus caricias se sentían sinceras, aunque, ¿Qué se yo?, León también parecía sincero. Sin embargo esta necesidad que tenia de ser amado era más fuerte que yo, de verdad quería intentarlo, dejar que Ian me conquistara.

Una voz femenina me sorprendió.

  • Bonita noche ¿no?

Gire la cabeza para ver de quien se trataba y era Darla, una periodista conocida en el Upper East Side por siempre poner en jaque a las personas que entrevista

  • Un poco obscura para mí gusto

  • Cierto, esta noche no hay luna

Extendió su mano en dirección a mí y no me quedo más remedio que girarme para estrechar nuestras manos.

  • Me llamo Darla Patterson

  • Lo se

  • Me alegra que no haya necesidad de presentaciones, entonces vayamos directo al grano. Tú eres Alexander San Román, la fiera de la pasarela.

  • Bueno, sí. Aunque me hace gracias ese sobrenombre, no permito que me llamen así, por lo menos no en mi presencia; así que si piensas obtener algo de mí, no vuelvas a dirigirte a mí con tanta confianza.

La mirada de Darla cambio en segundos y comenzó a balancear su peso de un pie al otro, conocía esa mirada, estaba preparándose para devolver el comentario; pero antes de que lo hiciera, me fui del balcón, dejándola con la palabra en la boca, intente controlar mi actitud, pero el impulso de atacar fue más grande que yo, por lo que me gire antes de entrar al salón

  • Por cierto, la próxima vez que busques hablar conmigo, de preferencia consigue una cita en la oficina de Fabiana o espérate a que alguien nos presente formalmente, no es bueno arrastrarse ante nadie.

Dicho esto, le sonreí. Volví a dar la vuelta y seguí mi camino, no hubiera querido comportarme así, pero había algo en esa mujer que me recordaba a Rósela, su autosuficiencia y arrogancia me producía un profundo desprecio.

En el salón me encontré con varios conocidos, amigos de Fabiana, de mi tío, algunos fotógrafos y diseñadores, varios empresarios y sus esposas y muchos jóvenes hombres y mujeres, los típicos hijos de millonarios, bebiendo y dando espectáculos, a todos los conocía, había salido con varios.

Estaba platicando con uno de ellos cuando se nos acerco una mujer, la había visto hablando con varios de los asistentes, pero no la conocía, aunque había algo en ella que me resultaba vagamente familiar, Tan pronto estuvo frente a mí, se presento y me dijo que se llamaba Karla Bautista y que representaba a una fundación llamada: Basta de Bullying, no te quedes callado.

Al parecer esta fundación estaba asociada con varias empresas de América Latina.

Ella estaba aquí en esta fiesta para convencernos de donar a su causa; supongo que había tenido mala suerte porque se le veía cansada, bueno, no, no supongo, estaba seguro de que le había ido mal, conocía a más de la mitad de estas personas y sé que no son capaces de hacer nada que no les beneficie en algo, si bien solían aparecer en los diarios y revistas haciendo gala de su altruismo, solo era una fachada, en el fondo no les interesaba a donde iba a parar su dinero lo único que querían era  publicidad y reconocimiento y no soltarían ni un centavo a menos que un reportero o un fotógrafo estuvieran presentes e inmortalizaran el momento.

Cuando la mujer termino su discurso, voltee a ver a mi lado y solo estábamos ella y yo, ella me sonrió y me dijo

  • Al parecer su amigo escapo de mí y lo dejo morir solo a usted. Descuide yo entiendo, lo dejo, que tenga bonita noche

Pobre mujer se esforzaba mucho y a cambio obtendría poco. Supongo que yo podía evitarle el mal rato, así que antes de que se fuera le llame

  • Espere, a mi si me gustaría colaborar con usted, solo que por ahora no traigo la chequera, y dudo que usted cuente con una terminal electrónica

Le hizo gracia mi comentario

  • No, la verdad no

  • Bien, ¿pues le parece si le doy mi numero de móvil?, podemos concertar una cita para vernos y llevarle mi donativo, ¿no se?, tal vez podría hacer que algunos de estos den su brazo a torcer

  • ¿De verdad?, ¿cree que podría?, se lo agradecería infinitamente

  • No prometo nada, pero hare lo posible

La mujer pareció respirar aliviada, después de todo no regresaría con las manos vacías. Saco su móvil para anotar mi numero, se lo dicte y cuando termino, me pregunto por mi nombre, eso me sorprendió, al parecer mi fama no era tan grande como yo creía, extrañamente, se sentía bien ser un desconocido para variar, así que sonreí de lado y le di mi nombre, ella levanto la vista extrañada

  • De casualidad... ¿tendrá usted algo que ver con los señores San Román de la Ciudad de México?

  • Sí, soy soy su hijo...

  • ¿de verdad?, no puedes ser, como has cambiado, casi no te reconozco. ¡Yo!, lamento lo de tus padres

  • ¿Los conocía?, claro ellos me apoyaron en el momento más duro por el que una madre podría pasar.

  • ¿Se puede saber en qué?

Escuchar que ella había conocido a mis padres me hizo un nudo en la garganta, y más saber que mis padres la habían ayudado, pero claro, ¿por qué me extrañaba?, siempre habían sido así.

Cuando le pregunte a la señora en que la habían ayudado, sus ojos se aguaron y una mueca ocupo el lugar de su sonrisa.

  • Cuando mi hija se suicido, yo me sentía muy mal, descuide a mis otros dos hijos, y mi matrimonio de desmorono; pero gracias a tus padres, logre salir adelante de esa depresión que trastorno mi vida. Tú debes haber conocido a mi hija, es por ella que hago todo esto.

  • ¿Su hija?, lo siento, pero no recuerdo

  • Su nombre es... era, ¡Karina!, debiste conocerla iba en tu salón. Fue así como conocí a tus padres, en alguna junta de la escuela.

Ese nombre, claro que la conocía, nunca fuimos amigos, pero hablamos algunas veces; a ella también le hacían burla, sin embargo ella solía defenderse, fue la única que se atrevió a enfrentar a Rósela y a su sequito. Después, solo recuerdo como se ensañaron mas con ella, fue un alivio para mí, porque mientras le hacían la vida imposible a ella, se habían olvidado de mí y me dejaron en paz, por lo menos hasta que ella dejo de ir a la escuela. No hacía falta ser un genio para entender, no había podido soportar más y tomo el camino fácil; pero... porque nunca me había enterado, imagino que mis padres fueron los que lo evitaron que esa noticia llegara a mis oídos, o será que en aquella época yo no prestaba atención a nada que no fuera León. Como sea que fueran las cosas, me dolió escuchar eso, pobre Karina, nadie podría juzgarla, y quien se atreviera era obvio que no conocía el miedo con el que se vive cuando se es víctima de insultos, de burlas; yo sí que sabía lo que se sentía, llegar a un punto donde el pánico te paraliza y el dolor es inmenso; la única salida es la muerte y con ella uno espera dejar de sentir. Yo pude haber compartido su destino, de no haber sido por Fabiana que llego en el momento justo.

La señora se despidió de mí con un afectuoso abrazo y me dijo que me llamaría pronto, para continuar la charla.

  • Me dio gusto verte así de cambiado.

Fue lo único que escuche de ella antes de que los dos continuáramos nuestros caminos, yo en dirección a un mesero con copas y ella hacia la salida. En el aire flotaba aun la esperanza de un próximo encuentro, cuando lo vi entrar, Ian se veía muy guapo, por un momento me sentí chiquito a su lado, pero no me permití sentir eso, si algo había aprendido en estos últimos meses, era que yo estaba tan o más alto que cualquiera en este lugar.

Bebí un sorbo de mi copa y me arme de valor para acercarme a Ian, pero antes de poder dar un paso, mi visión se fracturo cuando Darla beso a Ian y él le respondió con intensidad. El le ofreció su brazo, y ambos fueron a saludar a Lana.

Esperaba que todo fuera una confusión, que solo fueran amigos, pero en el fondo lo sabía, lo había sabido siempre, solo que me negué a verlo, quise creer que de verdad entre Ian y yo se podía haber dado algo.

La noche comenzó a hacerse lenta, mas aun cuando sentí la mirada de Ian sobre mí, se acerco y antes de poder hablar Darla llego hasta nosotros con una sonrisa descarada, como dije, demasiado segura de sí misma. La respiración se me corto cuando él nos presento. La mirada irónica de darla me hizo entender que mis palabras se habían vuelto en mi contra. Pero esta era una batalla que no estaba dispuesto a perder, nadie me volvería a hacer sentir incomodo, así que antes de que darla hablara, me adelante yo

  • Bueno, pues en vista de que ya nos presentaron, creo que no habrá necesidad de que hagas cita

Había logrado mi cometido, no pudo disimular la furia que le provoco mi comentario

Ian no entendió mucho, solo que no debía meterse en el duelo de miradas que sosteníamos.

Por fin Darla no aguanto más, aceptaba su derrota y paso de retadora a seductora, descaradamente se me insinuó, incluso el tono de su voz cambiaba cuando se dirigía a mí.

A Ian se le notaba incomodo y yo solo reía como resultado del alcohol que había ingerido, o quizás solo lo hacía para ocultar mi decepción.

Por un momento Ian y yo estuvimos solos cuando Darla había ido al tocador.

  • Lo siento. ¡Yo!, puedo explicarlo

  • No te estoy pidiendo explicaciones

  • Lo sé, pero no quiero que te quedes con una mala impresión mía

  • Creo que ya es muy tarde para eso

  • Permíteme hablar, ¡por favor!

  • No hay nada que decir. Lo de anoche fue un error

  • Ningún error, a mi me gusto

  • A mi también. Puedes estar feliz con tu desempeño, fue una noche que no voy a olvidar

  • No me refería a eso, yo,

  • Tú quieres que se repita. ¿No? lo supuse desde que esas flores llegaron de parte tuya. Pero no tenias por que hacerlo, bastaba con que lo pidieras. Solo perdiste tu tiempo, además que no le atinaste. Yo prefiero las Peonias o los Tulipanes. Aunque he de admitir que los girasoles estaban lindos, igual que las rosas, solo que... las prefiero blancas.

Una sonrisa torcida ilumino su rostro

Pero antes de poder hablar, Darla llego.

Esa mujer de verdad que era vulgar, en su vestir y en su expresión; pero sinceramente, me hacia reír muchísimo con sus comentarios mordaces a todos los invitados, comenzaba a agarrarle el gusto, un placer culposo supongo.

Las personas comenzaban a retirarse y junto con ellos Darla, Ian y yo, Ian parecía un poco ido, pero Darla y yo íbamos bastante alegres, platicando de lo más relajados, Darla propuso continuar en su departamento y yo acepte, ambos miramos a Ian que acepto de mala gana.

Su morada era cómoda, la paredes pintada de blanco, pero habían demasiados objetos sobre ellas, sillones negros, luces amarillas, un poco recargado para mi gusto.

Entre copas la noche se fue volando, yo estaba muy mareado, tanto que cuando me pare al baño, tropecé con mis pies y me caí, solo que Ian me atrapo antes de caer al suelo. Me acompaño al baño y me espero afuera, me moje el rostro y salí del baño decidido a irme al departamento. Cuando estuve afuera, Ian intento hablar conmigo, pero lo vi tan dubitativo, sin saber que decir, tan guapo, que no pude evitar acercarme a pecho, me abrazo y sentí como inhalo profundamente el olor de mi cabello, después de un rato, así abrazados, me separe del rumbo a la sala, para tomar mi chaqueta e irme de ahí, con o sin él; me tomo del brazo violentamente y me jalo hacia él, me beso suavemente, con pasión, tan dulce que me perdí en el mar de sensaciones que provocaba en mi...

  • y yo, ¿no pensaban invitarme a su fiesta?

Darla estaba mirándonos, esperando una respuesta

Eso me hizo volver a la realidad, mi realidad.

Ian iba a hablar, pero antes de que pudiera decir algo, calle su boca con un beso e invite a Darla con un gesto. Los deje besándose y cuando estaba por salir, Darla me tomo de la mano.

  • Vamos que a mí no me vas a dejar con las ganas, ven, quiero estar con los dos, quiero que sean míos y yo ser de ustedes.

No entiendo que paso pero la mirada suplicante de Ian me resulto irresistible y de pronto, ya estábamos besándonos, Ian y yo, Ian y Darla... ¡Darla y yo!

Sin escrúpulos, sin pesar, sin recatos.

¿El resto?, solo son sensaciones, sabores, texturas.

La succión de los labios de Darla alternándose  entre Ian y yo, las caricias de Ian, su respiración en mi cuello.

Darla besándome, Ian dentro de mí.

Darla cabalgándome

Ian  detrás de mí

Ian dentro de Darla

Darla... Ian... Darla, Ian... Ian... Ian. Solo Ian, solo el

Ella dormida a lado nuestro.

El sobre mí, con mis piernas sobre sus hombros, con su pubis chocando fuertemente contra mi cuerpo, sus manos acariciando mis glúteos suavemente, su frente sobre la mía, el sonido de sus jadeos inundando mis oídos.

El orgasmo, una corriente eléctrica que corre desde mi nuca hasta la punta de mis pies.

Mi abdomen cubierto con mi esencia

El desplomado sobre mí, exhausto, su respiración vuelve a la normalidad lentamente, sus latidos disminuyen la velocidad, el tan tranquilo como nunca lo había visto, tan inocente, tan desprovisto de cobijo, solo mis brazo cubriendo su espalda. De súbito, un movimiento a lado, los remordimientos, la mirada fija en el techo, maldiciendo por haber vuelto a la realidad e intentando inútilmente echar el tiempo atrás.

No podía continuar ahí, revise que él estuviera dormido y con cuidado me desprendí de su agarre, tome mis cosas y me fui de ahí, el sol iluminando las calles, el trafico comenzaba, hacia mucho frio. Nunca más. No volvería a caer en falsas promesa, en ilusiones tontas.

Esta era mi realidad, caminando solo por Manhattan.

Mientras pasaba por una tienda, me sorprendió verme al espejo, ese era yo, ¿de qué me servía haber cambiado por fuera?, si por dentro seguía siendo el mismo.

Tan vulnerable.

León, Rósela, Casandra, Ian... todos eran iguales.

EL QUE VIVE DE ILUSIONES,

MUERE DE DESILUCIONES

Y yo, no estaba dispuesto a morir, no por ahora, tenía otra oportunidad, una oportunidad que Karina no había tenido.

La iba a aprovechar.

Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía.

Anatole France