Golpe por Golpe XlX. Rumores antes de la Batalla

La caza ha comenzado, preparen sus cámaras y comiencen a disparar; huye cuanto puedas. Porque al final, te vamos a alcanzar.

Nadie puede volver atrás y comenzar de nuevo, pero cualquiera puede comenzar hoy mismo y hacer un nuevo final.

María Robinson

Dentro del avión, y antes de despegar, eche un vistazo por la ventana, en realidad no se podía ver nada, solo la pista de aterrizaje y un par de carros de equipaje regresando vacios.

Lo pensé por un momento, aun podía salir del avión y regresar al edificio, nadie se daría cuenta, seria como si no hubiera pasado nada, como si está loca idea no hubiera cruzado por mi cabeza, después de todo, aquí ¿era feliz?, no es que tuviera mucho, pero lo poco que me quedaba estaba en NY, en México nada me esperaba, quizás solo una dura batalla que tendría que librar solo. De nuevo esa sensación de vacío en mi estomago, de nuevo, todos los recuerdos de una vida pasada, una vida que no le pertenecía a ese extraño ser que me miraba apenas reflejado por el sol, desde la ventanilla del avión, era yo, era mi nuevo ¡yo!; era  ¡Alexander!, un joven valiente, con coraje, de decisiones firmes que había logrado forjarse una nueva vida, ¿y yo?, que derecho tenia a pisotear sus esfuerzos por labrarse un nuevo futuro.

Estuve a punto de bajar corriendo del avión, y lo hubiera hecho si no fue porque de un momento a otro, mis manos tocaron el dije que me había regalado Marcos, la copia fiel de uno que había pertenecido a mi madre, el original podía haberse perdido, e incluso puede que este nunca sería del todo igual, pero en esencia, esta pequeña cruz, me recordaba a mi abuela, a mi madre y a mi tío. Lo mismo pasaba conmigo, tenía que dejar de considerar a Alexander como una personalidad ajena a Mario, éramos una sola entidad, en apariencia diferentes, pero en el fondo, siempre seremos el mismo.

Necesitaba pensar muy bien en este paso que iba a dar, las decisiones que habían marcado mi vida las había tomado sin pensar objetivamente, dejándome llevar por un impulso de  mi corazón, esta vez tenía que ser diferente.

Pero... siendo sincero, ¿Qué tenía en NY?, en realidad no tenía nada, mi tío no estaba, Fabiana tampoco, y amigos, en realidad nunca los había tenido nunca, alguna vez tuve un hermano, pero lo único que me quedaba de él y de mis padres, estaba allá, ellos estaban en México. En esa, mi ciudad, donde había vivido siempre, donde crecí y viví todos los mejores momentos de mi vida; además, aun tenía deudas que saldar.

Así era, ¡deudas que cobrar!, la decisión estaba tomada, cerré los ojos disipando todo rastro de duda y el avión despego con destino a mi pasado y también a mi futuro; dejando atrás un presente que agradecía, pero que no me llenaba.

De nuevo aquí… en esta ciudad de la que Salí huyendo, donde viví tantos años, donde lo conocí a él, mi mejor amigo, la ciudad donde mis padre se casaron, la misma en la que viven ellos, el.

-  Sean bienvenidos.

Con una sonrisa cansada no despidió la azafata.

Tome mi maleta y emprendí mi camino. Las cosas parecían iguales, pero de alguna forma todo era diferente, ahora lo veía claro, no era el aeropuerto lo que se veía diferente, ¡era yo!, el que ahora veía el mundo con otros ojos.

El decorado sin duda era el mismo de todos los aeropuertos, frio, elegante…

Entre más caminaba, mas podía sentirlas, cada vez eran más las personas que me miraban, justo lo que quería, hombres y mujeres de todas la edades; ¡deseo!, era lo que transmitían la mirada de todos, mujeres hermosas que en otra vida nunca me hubieran hecho caso y hombres de toda clase, algunos solos, otros acompañados; y no pude evitar una sonrisa de satisfacción al saberme admirado por ellos, hombres que a simple vista, parecían, tan heterosexuales como el que mas, sin embargo ese brillo que tenían sus ojos al verme, los delataba… no había dudas me deseaban.

El aeropuerto estaba lleno, aviones iban y venían, claramente las vacaciones habían terminado y mientras unos se iban otros como yo regresaban. Y ahí estaba yo en medio de ese mar de gente tan apresurada que me recordaba a los atletas, deportistas participando en una carrera con la mirada fija en la meta. Igual que yo, sin mirar atrás, siempre viendo hacia enfrente, con la mirada puesta en mis objetivos, tal como me había enseñado Fabiana, dejando atrás el peso de los recuerdos y decidido a crear nuevos.

Hace poco más de un año que me había ido del país, y quien me hubiera visto, seguramente no me reconocería, ni yo me reconocía, había una diferencia abismal entre quien se fue y este nuevo personaje que regresaba ahora; he aquí la prueba todas estas personas me habrían paso, en ningún momento desde que tome mis maletas me había detenido, ni uno solo se atrevía a cruzarse en mi camino y eso me gustaba, me daba la seguridad de que las cosas saldrían bien.

Algo me saco súbitamente de mis pensamientos, lo vi... un pobre muchacho tirado en medio del pasillo, con sus cosas regadas por todo el piso, seguramente su vieja maleta no había aguantado tanta presión y decidió romperse en el peor momento dejando expuesto todo su contenido; en otro momento hubiera continuado mi camino, eso es lo que tenía que hacer, seguir adelante sin importarme pero no pude, ¿y cómo hacerlo? Si habiendo cientos de personas a su alrededor nadie se acomedía a ayudarlo, me recordaba a mí, yo sabía lo que se sentía ser invisible para las personas clave mi vista en él, y al parecer mi mirada logro traspasar los cristales de mis gafas de sol, porque aquel  joven  volteo a verme fugazmente e inmediatamente bajo la cabeza; ojos verdes, lentes azul marino de pasta, cabello negro, largo y sin forma, piel blanca, labios delgados, parecía ser alto, 1.80 tal vez, vestía con una sudadera gris con capucha sobre una playera negra con blanco a rayas, unos jeans desgastados, y un par de zapatillas blancas, aunque por lo sucias que estaban, parecían ser gris; era como echar el tiempo atrás y verse en un espejo, distraído, descuidado y completamente ajeno a la moda; llegue hasta él y sin decirle nada me incline a recoger  varias de sus cosas, en ningún momento mientras levantábamos sus pertenencias del piso alzó los ojos para ver quién era el extraño que lo estaba ayudando, lo ayude a levantarse ofreciéndole mi mano y un ligero rubor encendió sus mejillas.

-       Gracias. Fue lo único que atino a decir.

-       Descuida, no fue nada. Ten más cuidado.

Y continúe mi camino hacia la salida del aeropuerto, dejándolo atrás con un dejo de nostalgia y mis mejores deseos para ese chico, ojala nunca tuviera mi mala fortuna.

Repentinamente me detuve, una vez que cruzara esta puerta ya no habría marcha atrás; fue cuestión de segundos y ya estaba afuera con el sol pegándome de frente.

Ahí estaba, ligeramente recargado sobre una camioneta negra. Había hecho bien en llamarle antes de bajar del avión, la ciudad de México no era como NY donde siempre había tráfico y nunca llegarías puntual, aquí por lo menos cabía la esperanza de correr con suerte y llegar tu destino sin contratiempos.

Don Alberto no había cambiado nada, me observaba caminar hacia él con esos ojos de mirada serena tan característicos de los hombres de su edad, no parecía sorprendido de verme tan diferente, me acerque a él tranquilamente con unas ganas enormes de abrazarlo y echarme a llorar sobre su hombro como lo había hecho esa fatídica noche, lo estreche entre mis brazos y aspire ese olor tan característico, siempre usaba la misma loción con notas de anís, roble y sándalo. Don Alberto respondió el abrazo de manera segura, transmitiéndome la calidez de su cuerpo, este hombre era lo único que me quedaba de mi antigua vida.

Don Alberto tenia cincuenta años y desde hacia treinta y dos trabajaba como chofer para mi familia, el me había visto crecer, había jugado conmigo a las atrapadas y había curado mis raspones con una bandita y un beso; si tan solo pudiera curar de igual manera mi roto corazón, un corazón que comenzaba a latir con su sola presencia, un corazón que aunque pareciera entero siempre estaría incompleto, mis padres y Guillermo mi mejor amigo y hermano se había llevado con ellos un pedazo.

Nos separamos tranquilamente.

-       ¿a casa?

-       A casa don. ¡Por favor!

Como te lo prometí amigo, estoy de regreso y esta vez las cosas serán diferentes.

Durante el vuelo había pensado mucho, tenía planeado todos los pasos que iba a dar, no sé bien que buscaba. Pero si algo tenia seguro es que las cosas no volverían a ser iguales; la ciudad era la misma, aunque se veía un poco cambiado, varios edificios nuevos y otros por construir, el paisaje era ajeno a mis recuerdos, los colores eran otros, mas pálidos y obscuros.

Mi casa, esa también era diferente, antes me parecía verla llena de vida y ahora carecía de ella, estaba tan sola, triste, como si me reclamara haberme ido, ¿y qué culpa tenía yo? ¿A que me quedaba?, si de algo estaba seguro era que había hecho bien al irme de aquí.

Mientras Don Alberto bajaba las maletas, me contaba sobre sus nietos y su hijo, me ponía al tanto de lo que había pasado en este tiempo, lamentablemente no le prestaba la atención que se merecía, a donde sea que miraba, cada rincón me recordaba quien era, quien había sido y quien nunca volvería a ser; entramos a la casa y me quede debajo de las escaleras con miedo a subir, con miedo a seguir sintiendo ese dolor en el pecho y esperando que todo fuera un sueño, que mi madre se asomara por estas escaleras, que mi padre saliera de su despacho para recibirnos con un gran abrazo a mi hermano y a mí que volvíamos algo retrasados de unas merecidas vacaciones, pero por más que espere, nunca paso, la única que apareció, fue Diana y Lola la cocinera, ¡nadie más!, Don Alberto bajo y les pidió que dejaran de atosigarme con mimos y preguntas, que era mejor que me dejaran solo.

  • Vamos joven, no les preste atención a este par de locas, suba, su habitación esta lista.

Subí con él y entre, me recosté sobre la cama y el sueño me venció, quisiera decir que agradecía ese sueño, pero no es verdad, recuerdos mezclados con pesadillas se hicieron presentes y en más de una ocasión desperté llorando, con todo y eso, el cansancio era más grande y siempre volvía a dormir. Hasta que el Don me despertó tranquilamente, el desayuno estaba listo; me bañe y arregle, el comedor estaba impecable, mi madre los había aleccionado bien a todos y estos se les había hecho costumbre; me senté donde siempre y comencé a comer, extrañaba la comida de Lola, nadie, ni el mejor chef del mundo podría haberse acercado siquiera a igualar medianamente el sabor de los platillos que comía y así se lo hice saber, pero, no quería estar solo, mucho tiempo lo había estado, le pedí a Diana que se sentara conmigo, se sabía los chismes de toda la zona y me comenzó a contar uno por uno.

  • Extrañábamos su risa joven

Diana siempre me hacia reír y soltar carcajadas escandalosas como las llamaba mi hermano que siempre se sentaba a escuchar conmigo los rumores y escándalos.

  • Gracia, yo también los extrañaba.

El día se paso rápidamente, entre comidas deliciosas, chismes y mimos.

Llego el domingo y una llamada enojada de Marcos me saco a mi realidad, estaba furioso, como es que no le había contado nada, de no haber sido por que Don Alberto le había dejado un mensaje el seguiría pensando que yo estaba en NY, ¿como era posible que hubiera dejado todo?, ¿estaba bien?, ¿algo había pasado?, ¿por qué había tomado esa decisión?, y ¿¡la escuela!?, tranquilamente respondí a todas sus preguntas, y su ira se convirtió en enojo, después en preocupación y al final, solo me pidió que me cuidara, en cuanto pudiera volvería a NY y enseguida a la ciudad de México, mi tío era un gran hombre, de carácter fuerte, pero siempre se preocupaba por mí y me amaba, eso es de lo que siempre me aprovechaba, además, lo tranquilizaba saber que estaba en México y con personas que me cuidarían; después de una larga platica conmigo, me pidió comunicarle a Don Alberto.

Tenía cosa que hacer y los deje hablando solos.

Cuando entre a mi cuarto, me encontré a Diana acomodando mis cosas en el armario.

  • Me leíste la mente.

Me acerque a ella y comencé a sacar toda la ropa que ya no usaría, es decir toda.

Solo había traído una maleta, por lo que debía mandar por el resto de mis cosas y comprar otras, como sea, toda esa ropa, ya no lo usaría.

Diana me pidió tomar algunas cosas para sus primos y Don Alberto me pidió lo mismo para sus nietos, después de todo, la ropa estaba casi nueva, mucho de eso no lo usaba nunca o solo en ocasiones especiales, sería un desperdicio echarla a la basura. El resto esperaba poder mandarlo a una casa hogar.

Tome mi uniforme, justo lo que estaba buscando.

  • Diana ¿sabrás de alguna costurera que trabaje bien y rápido?

- Mi mama joven.

  • ¿Tu mama?

  • Si joven, cuando era joven trabajo en una casa de modas y aprendió, ahora trabaja por su cuenta haciendo pequeños trabajos para las vecinas de mi colonia. Si usted quiere quiere puedo decirle que venga mañana, hoy es mi día libre y voy a verla.

  • Perfecto Diana, te acompaño, el trabajo que necesito no puede esperar a mañana

Diana se veía insegura, pero al final accedió, Don Alberto nos llevo hasta casa de Diana, en una zona de la ciudad que no conocía, parecía peligrosa, pero Diana le dijo a Don Alberto que no habría problema de que dejara la camioneta enfrente de su casa, todos conocían y respetaban a su mama, por lo que estaríamos a salvo. Me hizo gracia la cara del Don, no parecía muy convencido, por lo que me toco casi obligarlo a entrar.

La mama de Diana se porto muy atenta, vivía sola a excepción de los Domingos que sus hijos la visitaban juntos con sus nietos, nos sentamos a la mesa y comimos con su familia, se veían muy unidos, tal como lo éramos nosotros, de nuevo ese dolor en el pecho y un nudo en la garganta, pero no podía echarles a perder el único día a la semana que estaban juntos, así que trague saliva y respire lo mas que pude antes de seguir comiendo. Diana y su familia se reían por todo, una alegría contagiosa, cuando la comida acabo, los hijos se pusieron a lavar los platos, mientras diana les mostraba a sus sobrinos la ropa que le había llevado.

La señora María se acerco a mí y me pregunto ¿que necesitaba?, tome mi viejo uniforme y le pedí que le hiciera algunos cambios, tal y como habían hecho con mi uniforme de The Buckley; me pidió que pasara a un pequeño cuarto improvisado como taller, con un par de maniquíes, varias reglas y tijeras, una antigua máquina de coser y varias telas sobrepuestas en la mesa, detrás de un biombo me cambie y me puse el uniforme, mientras asentía a las indicaciones que le daba, ella colocaba alfileres, cuando termino, me pidió que me lo quitara y que enseguida empezaba.

La señora era una experta, sabía que partes del traje se debían zurcir a mano y que otras con la maquina, así fue que después de algo más de tres horas, el uniforme había quedado a la perfección, tal como lo había pedido.

  • El muerto eran más grande ¿no?

Con una sonrisa idéntica a la de su hija, se hecho a reír, y era verdad, bueno, en teoría, antes no me preocupaba en absoluto como me viera, por eso mi uniforme siempre me quedaba enorme y me hacía ver aun más delgado y chaparro de lo normal.

Me reí con ella y juntos salimos del cuarto, la señora no quería cobrarme pues su hija le contaba maravillas de mi, aun así, le pague y le hice saber que me sentiría ofendido si no lo aceptaba, de mala gana acepto

  • Pero joven, esto es mucho, no puedo aceptarlo

  • ¡Nada!, el dinero es suyo, créame, sé muy bien de estas cosas, la novia de mi tío es diseñadora, solo estoy pagando lo justo por un trabajo bien hecho, y si me acepta un consejo, debería de aprender a valorar más su trabajo.

  • Gracias joven, muchas gracias.

  • No hay porque, me despido, que tengan buen día.

  • Adiós joven, regrese pronto.

  • Así lo hare señora.

Legamos a casa un poco apurado, ya era tarde y aun tenía cosas que hacer...

Había dejado mi portátil en NY, por lo que tuve que hacer un enorme esfuerzo por entrar al despacho de papa, era muy difícil estar ahí, aspirar ese aroma, y ver todas las fotos que tenia, todas de cuando éramos felices. Tome la computadora de papa y salí rápidamente de ahí, no podía permitirme debilidades o mis planes no saldrían como quería.

La ventaja de Internet es que si plantabas un chisme, este crecía en cuestión d segundos, extendiendo sus ramas como una enredadera global, esto claro solo si sabias en qué lugar debías sembrar el rumor, el lugar idóneo para que esta floreciera.

Y  yo lo sabía, me invente un mail y un Nick, elegí un par de fotos, escribí un poco y listo, mañana por la mañana el mundo despertaría con esta noticia.

Me fui a dormir demasiado ansioso, afortunadamente aun estaba cansado y el sueño no tardo tanto en llegar.

El despertador sonó, de nuevo esa inútil esperanza de que todo fuera un sueño, despertar en mi cama solía tener ese efecto, pero bastaba con sentir mi cabello corto y voltear a la noche para apagar el celular, listo, de vuelta a la realidad, el dolor punzante en la boca del estomago y después, el agua cayendo sobre mi cuerpo, todo rápidamente, sin darme tiempo para pensar.

Como de costumbre Don Alberto me fue a dejar al instituto, deseándome buena suerte, dándome cientos de recomendaciones para defenderme de mis compañeros, recordándome que mantendría el celular prendido todo el tiempo, para lo que necesitara y que me esperaría afuera a la hora de la salida, como siempre.

Un beso en la mejilla y un abrazo después, ya me encontraba dentro, presa de los nervios apenas y podía caminar y sentía mil mariposas revoloteando en mi estomago. Extraño deja vu...

Mientras caminaba a la dirección del plantel, reconocí a varios; lo mismo que había pasado en el aeropuerto, lo mismo que pasaba en NY, las miradas sobre mi ya no me molestaban ni me producían nervios, mas bien, me daban seguridad y me infundían ánimos a continuar caminando; entre a la dirección y pedí hablar con la directora, me pidieron que esperara y enseguida salió, la conocía de varios años atrás, una mujer alta y morena, con cabello rizado y corto, solía intimidarme, antes, entre a su oficina y antes de que dijera una palabra, me senté

  • Lo siento joven, pero no recuerdo ¿quien es usted?, sería tan amable de decirme su nombre y el motivo por el que está aquí

  • Sera un placer

Comencé a dirigirme a la mujer que estaba sentada frente a mí

  • Mi nombre es Alexander, y ya nos conocíamos

Eso pareció extrañarla y lo medito en silencio durante un rato

  • Lo lamento, pero extrañamente no lo recuerdo, ¿me podría decir sus apellidos? ¡Por favor!

  • Con gusto, soy Alexander San Román Brito

No pudo disimular su sorpresa al conocer mis apellidos, seguramente todos tendrían la misma expresión de desconcierto, por lo que debía acostumbrarme

Después de un rato platicando y ante la negativa de dejarme iniciar el curso, por que las clase ya habían iniciado y ya que había un año, me toco revelar mis cartas, estaba dispuesto a presentar cualquier tipo de exámenes para probarle que tenia los conocimientos para pasar directamente a mi último año, saque el portátil de la mochila y le mostré el examen que había hecho en The Buckley School, se notaba sorprendida otra vez, pero la mujer era dura, aunque no más que yo, así que termine por decirle lo que había planeado, según mi investigación el colegio había perdido renombre y ocupaba el último lugar entre los diez mejores institutos del país, y yo podía ayudarlos, entre a una página en internet especializada en moda y chismes de la gente de NY, rezaba porque mi plan diera resultado, en cuanto hubo cargado lo vi, ¡gracias! mi rumor había crecido como esperaba:

¿FIERA PERDIDA O DOMADA?

Alexander, el joven que causo polémica en Manhattan con su aparición en el pasado Fashion Week

El de caminar salvaje y mirada soberbia.

¿Esta Perdido?, nos informan que durante todo el fin de semana no ha hecho ninguna de sus

Acostumbradas apariciones, ¿será eso?, o es solo que nuestro chico escándalo

¡¿Está siguiendo el mismo camino que sus famosos tíos?! sea lo que sea un servidor los anima

A darnos pistas sobre su ubicación.

La caza ha comenzado, preparen sus cámaras y comiencen a disparar; huye cuanto puedas,

Porque al final, te vamos a alcanzar.

Después de leer, enseguida se lanzo a preguntar, y eso ¿en que puede ayudarme a elevar la popularidad de la escuela?, no pensaba responderle, solo me quede mirándola y después de un rato de sostenerme la mirada al final se rindió con la certeza de que había dicho un disparate. Fue ahí cuando comencé a hablar.

  • Como dijo Oscar Wilde, que hablen de uno es espantoso, pero hay algo peor; que no hablen.

  • Déjeme ver si entiendo el plan, nos vamos de aprovechar de su fama ¿para hacernos notar?

  • Exacto, nadie sabe que estoy en México, después de un tiempo prudente, será usted quien de forma anónima, les avise sobre mi ubicación, la prensa internacional mirara hacia donde este yo, y como mas de la mitad del tiempo lo pasaría en este colegio... si me entiende, ¿verdad?

  • Pues bien joven San Román, sea Bienvenido, ¡de nuevo!

Estiro su mano y yo se la estreche, el trato estaba cerrado.

Me despedí de ella y subí tranquilamente al salón, preparado para todo...

Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla.

Sun Tzu