Golpe por Golpe. El inicio II

No podía apartar mi ojos de él; no lo sabía exactamente, pero lo intuía, me había enamorado por primera vez.

Buenos días a todos, aquí la tercera parte de este relato, espero que les guste, si les soy sincero, este, era parte del segundo, pero preferí cortarlo en dos. Ya me dirán que les parece, espero con ansias sus comentarios. Muchas gracias por tomarse l tiempo en leerme, no sé cuando suba la continuación, pero espero que sea pronto.


El tiempo no perdona a nadie, no se imaginan, cuantas veces he deseado volver a ese momento en el que mi única preocupación era levantarme para ir a la escuela y sobrellevar a ms compañeros.

No podía ser más feliz en ese entonces, lo tenía todo.

Qué curioso, ahora que lo pienso, ese fue no solo fue mi último año en la secundaria, sino también el último año que me sentí… en paz conmigo mismo, alegre de ser quien soy.

Era el primer día de clases y ahí estaba yo, como todos los años, haciéndome a la idea de que todo seguiría igual, burlas, apodos y demás.

Don Alberto se bajo del carro, tomo mi mochila, y me fue a dejar a la entrada del colegio.

Que tenga buena suerte mi niño, pasare por usted a la hora de siempre, ¿lleva todo?, espero que no se le olvide nada… por cualquier cosa voy a mantener el celular encendido.

Si Don. ¡Muchas gracias!

Don Alberto lucia más nervioso que yo. Lo cierto es, que estaba preocupado, solo él conocía la agresiones de las que era víctima, cientos de veces intento hablar con mis padres, pero por suerte, siempre lo descubría y lograba impedirlo, suplicándole que se quedara callado y prometiéndole que la próxima vez que me insultaran me defendería. Con el paso del tiempo se convirtió en mi confidente, consejero y en mi paño de lagrimas; siempre que llegaba llorando por la nueva broma pesada de la que había sido víctima, solo sonreía me abrazaba con ternura y me dejaba llorar tranquilamente sobre su hombro, aspirando su dulce olor… anís, roble y sándalo.

Sonó la campana, indicando que las puertas se cerrarían, y que el ciclo escolar daba inicio

Me apresure a entrar y buscar mi salón

Mientras recorría el pasillo podía escuchar todas esas voces en mi cabeza, insultos, más insultos y uno que otro apodo nuevo.

Buen día para iniciar clases ¿no?

De súbito una voz conocida me saco de mis pensamientos

¡Hola señorita!- era la profesora pilar, una mujer muy bella, alta, cabello corto a los hombros, sus rasgos eran delicados, siempre con una sonrisa para mi, quien la viera sin conocerla, sin duda creería que era la mujer más dulce del mundo; nada más lejos de la realidad, era la más estricta de todos los profesores. Pero como era natural a mi me tenía un cariño especial, por ser un joven tranquilo y el mejor de la clase- ¿Qué tal sus vacaciones?

No tan largas como hubiera querido, pero, no me quejo y ¿las tuyas?

Jajajajajajajaja, pues tampoco me quejo, estuve varios días con mis papas, no fuimos a ningún lado, pero sin duda, me divertí.

Me alegra Mario. ¿Entramos?

Al entrar al salón, una atmosfera ya conocida, silencio forzado, susurros y miradas alegres.

¡Buenos días clase!, para los que no me conozcan, soy la profesora Pilar luna, ¡vaya!, al parecer tenemos alumnos nuevos, ¡por favor!, pasen al frente y preséntense a sus ante sus compañeros.

Inmediatamente un par de compañeros, se levantaron, al parecer muy animados por presentarse frente a la clase.

La primera en hablar, fue ella… era ¡hermosa!, cabello rubio, ojos azules; demasiado desarrollada para su edad, si me entienden ¿no?, digamos que lo que más resaltaba de ella era su enorme… ehm, ¡busto!

Esa joven enfrente del salón, sin duda había cautivado a todos mis compañeros que no dejaban de verla, que voz tan linda tenia, incluso a mí, me había cautivado.

Mi nombre es Rósela Alarcón, tengo catorce años, vengo de Chicago, nos mudamos aquí hace una semana por que a mi papa lo ascendieron de puesto, y la única condición fue venirnos a vivir aquí, en mi pasada escuela todos eran mis amigos, espero que aquí sea igual.

¿Que mas? Esa niña era única, en todos los sentidos.

Una vez termino de hablar, por fin pude desviar mis ojos de Rósela y automáticamente mi vista se clavo en el joven de al lado de la maestra.

Me había quedado sin aliento, mi corazón latía a mil por segundo, no había palabras en el mundo que pudieran describir a ese chico, era un dios.

Alto, ojos negros, labios gruesos, nariz recta, dientes blancos, mentón cuadrado, pómulos afilados y un lunar en la mejilla derecha, su piel era dorada, su cabello ondulado, perfectamente peinado para atrás, hombros amplios, brazos fuertes, manos grandes, delgado; era una obra de arte, el niño más guapo que había visto.

¡Hola!, mi nombre es Leonardo Miranda, pero pueden decirme León o leo, como prefieran; tengo quince años, mis padres y yo nos mudamos constantemente debido al trabajo de mi padre, por eso es que he perdido varios años, pero, esta vez parece que nos quedaremos aquí por mucho tiempo, así que espero que logremos llevarnos bien.

Desde ese instante quede fascinado con Leonardo, no podía apartar mi ojos de él; no lo sabía exactamente, pero lo intuía, me había enamorado por primera vez.

No entiendo a los que dicen: no cambiaría nada de todo lo que he vivido, porque hasta de lo malo se aprenden cosas. Palabras hechas. Si yo tuviera la oportunidad de cambiar algo en mi vida, sin pensarlo, cambiaria este día, hablaría con mis padres les contaría lo que me pasaba en la escuela, rogaría por qué no me llevaran, les pediría que me cambiaran de escuela… cualquier cosa para no conocerlos a ellos, a él, a ¡Leonardo!.