¡Golosa!

Aquello de “quien espera, desespera” se estaba haciendo cierto, pero ella estaba allí arrodillada frente a mí para darme cátedra de fellatio aunque yo en ese instante desconfiara de su destreza...

No estaba pasando por mi mejor época, lo confieso. Estaba más solo que Adán el Día de la Madre. Mi reciente divorcio me había confinado a aquella pensión de mala muerte, y deseaba de todo corazón buscarme un sitio mejor donde vivir. Menos mal que el trabajo lo había conservado, cobraría menos  ¡claro! por todo aquello de las retenciones judiciales pero me había librado de aquella hija de puta que me tenía los huevos al plato.

Sin embargo, a medida que el tiempo fue transcurriendo y mi adrenalina se fue aquietando, empecé a evocar los mimos de una buena hembra a mi lado. No me gustaba visitar burdeles, nunca quise comprar carne por más necesitado que estuviera ya que siempre había confiado en mis habilidades personales para levantarme cualquier minita que anduviera en banda. Mujeres dispuestas a hacerte el favor siempre abundaban, solo era cuestión de tirar la caña y esperar que picara alguna.

Y aquella noche unos amigos un poco más jóvenes que yo me invitaron a un baile, en uno de esos lugares exclusivos donde no se ingresa así nomás. Así que agradecí el gesto, me empilché con mis mejores galas y allá me fui con ellos con la excusa de mover el esqueleto pero dispuesto a engancharme alguna cosita, así como al pasar.

No prometía gran cosa la noche, confieso que me sentía un poco incómodo entre tanta gente joven. Me senté en la barra y pedí un trago mientras mis amigos se fueron dispersando de a poco tras algunas ninfas que se movían al compás de aquella música machacante y que no me gustaba, pero ¡bah!, era lo que había. Agradecí que se hubieran marchado, deseaba inspeccionar por mí mismo que posibilidades tenía mientras observaba cómo los muchachos metían mano de lo lindo con esto del reggaetón o se magreaban en los sillones, solo les faltaba ponerse a fornicar ahí a la vista del público. En mi época aquello no se podía hacer tan descaradamente… ¡Qué viejo me había vuelto! Y eso que apenas había pasado los cuarenta, ¿tan rápido habían pasado los años?...

En esas idioteces pensaba cuando de repente la vi, improvisando un baile sensual que no hacía nada mal ante el aliento de sus amigas y algunos desprolijos que le gritaban cosas no muy floridas que digamos. La muy turra parecía calentarse con las cosas que le decían porque se sacudía como una profesional en un cabaret. No podía dejar de mirarla, no tendría más de veinte seguro, cabello negro que movía sabiamente, unas tetitas prietas pero que tenían su encanto,  unas caderas de infarto y un par de piernas de escándalo. Pero lo mejor era su culo… paradito, desafiante tras esa mini que no dejaba casi nada a la imaginación. Danzaba a veces de espaldas a mí, pero al darse vuelta  y quedarse así lo primero que noté fue su boca y me quedé prendado de ella. Aquella boca, perfecta, carnosa, bien delineada y pintada prometía muchos placeres. Quedé como loco y no sé de qué modo estaría mirándola porque después de contonearse dándome un espectáculo fenomenal se acercó a mí sentándose a mi lado en la barra. Después de haberme acomodado nuevamente y seguir con mi trago la miré y le dije honestamente:

-          ¿Qué querés tomar?

  • Un gin tonic por favor – respondió dirigiéndose al chico de la barra, casi sin mirarme – Gracias, lo necesito… - me dijo mirándome ahora, devolviéndome el alma al  cuerpo.

Nos quedamos hablando de tonterías, tantas que ni siquiera intercambiamos nuestros nombres. Ella me sonreía de forma socarrona, la pendeja parecía tener toda la calle del mundo y yo que no me animaba a invitarla a un hotel sin temor a una bofetada. Me sentía incómodo, tenía unas ganas tremendas de salir de ahí con ella, pero sentía que me estaba comportando como un idiota. No había caso, estaba fuera de foco…

-          ¿Sabés que me gustás? Otro ya me hubiera invitado a salir de acá… - me espetó.

Le admití tímidamente que yo sentía lo mismo, creí que no quedaba bien que le dijera que me había dejado calentito con el bailecito que se había mandado, al menos ahí con todo ese ruido ensordecedor. Me tomó de la mano y nos fuimos a los apartados. Sin decirnos nada, nos comimos la boca descaradamente mientras mi temperatura no hacía más que subir. De pronto sentí la palma de mi mano sobre mi bulto y apartándose de mi boca me preguntó con picardía:

-          ¿Cuándo debuta el circo?

La miré con absoluta incredulidad, pero ella no me dejó decir nada más:

-          Lo digo por la carpa… - agregó, catando mi prepotente erección.

  • Debuta cuando quieras nena – respondí besándola de nuevo y enterrándole mi lengua casi queriendo llegar a la garganta – No sabés cómo te voy a coger, vámonos de acá ya.

-          Me encantaría, pero la calle está flechada. Estoy menstruando papi… Pero te voy a hacer un regalito que no vas a olvidar por mucho tiempo.

Y bue… cuando no hay pan… Nos retiramos del lugar con prisa, ella también parecía estar con ganas aunque me hubiera cortado las alas con semejante noticia. Me tomó de la mano y ni me acordé de mis amigos, nos fuimos de la discoteca rumbo a su coche y desde allí a cualquier lugar oscuro que pudiera refugiarnos. No me equivoqué cuando me dije que era una vieja luchadora en estas lides, ya que la nena sabía muy bien adónde debía dirigirse. Claro, todo había cambiado desde mis años de ganador nato y los lugares gratuitos para intimar que curtía se habían reciclado. Ahora eran otros los “mataderos”…

En medio de la oscuridad de aquel lugar, ni siquiera me dio tiempo a pensar en que todo aquello podría ser una trampa y que un ladrón podría desvalijarme con la complicidad de ésta mujer. Mi incipiente aprehensión se disipó pronto, cuando pude acomodar la vista y creí divisar un par de autos un poco más allá con los vidrios empañados y sacudiéndose levemente poniendo a prueba su amortiguación. Un par de besos húmedos en mi cuello y una juguetona mano subiendo por mi pierna en dirección a mi sexo me devolvieron al instante al mundo de placer del que me había bajado momentáneamente.

Ya no recuerdo que fue lo que me dijo, pero nos bajamos del auto y me dejé dirigir por ella cual cordero al degüello. Me sentía aturdido, y eso que no había bebido lo suficiente como para quedarme ebrio y ella no me había puesto nada en mi bebida, al menos era lo que recordaba. Lo que realmente me tenía aturdido era la excitación que sentía.  Me apoyé sobre la puerta del coche y me dejé hacer. El sentirme observado aumentó mi morbo y no me importó dar un espectáculo gratis en aquel oscuro descampado.

Cuando quise acordarme estaba con la camisa desabrochada y mis pantalones e interiores amontonados sobre mis pies mientras ella hacía dibujos raros con sus dedos en mi baja espalda, besando la parte interna de mis muslos, al tiempo que mi miembro erguido como mástil en fecha patria rogaba ser atendido. De repente, sentí la humedad de su lengua hurgando mis testículos obligándome a cerrar los ojos y gemir. Después de ensalivarlos a placer me tomó el pene por la base y empezó a soplar con delicadeza sobre mi enardecido glande. Estaba deseando que se dejara de pavadas e hiciera lo que tenía que hacer de una buena vez. Aquello de “quien espera, desespera” se estaba haciendo cierto, pero ella estaba allí arrodillada frente a mí para darme cátedra de fellatio aunque yo en ese instante desconfiara de su destreza.

Luego me tuve que tragar mis dudas en medio de gemidos y estremecimientos cuando comenzó a rodearme el glande con sus dedos haciendo un anillo con el pulgar y el índice frotándolo con mi prepucio hasta hacerme gritar de gozo. Su boca se acercó aún más y mostrándome su lengua como quien exhibe un premio que se acaba de ganar se dispuso a lamer mi tronco por los costados hasta que a su mano se le antojó acariciarlo suavemente de arriba abajo girando su muñeca cuando llegaba a la cumbre como si estuviera dando cuerda a un juguete.

Elevó su vista para mirarme fijamente mientras mi rostro se descomponía de gusto y mi boca abierta no podía articular palabra. Fruncí mi ceño en un gesto que se debatía entre el placer extremo y el asombro, quería gritarle lo puta que era pero simplemente no podía. El deleite me había dejado mudo mientras ella bajaba la vista sonriendo complacida al saber que sus artes daban el resultado esperado.  Salivó levemente mi glande solo para añadirle morbo al asunto porque yo estaba lubricado al máximo. Y ahí empecé a alcanzar la gloria…

Comenzó a limpiarme con fingida timidez, lamiendo con suavidad mientras  ella no dejaba de pajearme con maestría. Su lengua empezó a serpentear en círculos hasta introducir la punta en el orificio de mi uretra. La descarga eléctrica que sentí se reflejó en mi miembro que cimbreó en su mano. Le rogué que se la metiera en la boca ya y sin miramientos o me iba a ir en seco ahí mismo. No se hizo de rogar y  devoró primero la punta succionándola contra su paladar como si de un chupetín se tratara, después sin dejar su mano quieta ni un instante bajó sin prisas hasta comprobar que mi pija había desaparecido de mi vista hundiéndose finalmente en su boca. Sentí mi falo crecer en aquella receptiva y caliente cavidad, creo que nunca la sentí crecer tanto en la boca de ninguna mujer hasta ese instante en que la veía allá abajo con la boca bien abierta y con el palo bien metido hasta el fondo. Después de unos escalofriantes e inactivos segundos, empezó a mover su cabeza ascendiendo y descendiendo al compás de mis movimientos de cadera que habían empezado a unirse a la fiesta.

Su lengua nunca perdió el contacto con toda mi longitud, saboreando toda mi hombría, como si tuviera todo el tiempo del mundo. De repente se apartó y ambos sonreímos al ver sus hilos de saliva aferrándose a mi falo. De inmediato como en un juego de seducción se introdujo su dedo mayor en la boca como emulando lo que terminaba de hacer con mi verga. El aire de la noche pareció hacerme efecto un poco ya que mi erección empezaba imperceptiblemente a ir cuesta abajo, pero el verla con esa carita de putita jugando con ese dedo despabiló nuevamente mi deseo y sin dejarme pensar demasiado ella volvió a hundirse en mi sexo, pasó una mano por entre mis piernas obligándome a separarlas un poco más y su dedo mojado en saliva se apoyó sorpresivamente en mi ano.

Abrí los ojos como platos, puse una mano en su frente y quise apartarla pero lo que estaba haciendo con su boca era sencillamente maravilloso mientras presionaba con su dedito por ahí atrás.  Instintivamente mi esfínter se cerró sobre el invasor, creo que ella estaba esperando eso para retirarse y decirme suavemente:

-          Tranquilo bebé… Juguemos un poco a los doctores… Seré tu proctóloga… ¿Quieres?

Dicho esto no me dejó argumentar  y se dedicó nuevamente a la noble tarea de complacerme mientras su dedo iba abriéndose paso por mi retaguardia. Al llegar a su destino, empezó a revolverme, acariciándome… Había alcanzado mi próstata a través de mi recto, los ojos se me nublaron, las piernas se me aflojaron y me recargué aún más sobre la puerta del auto para no caerme rendido en mi calentura. Y todo esto sin que ella apartara un solo momento su boca de mi miembro. Primero lento, después más rápido y esa lengua que hacía maravillas… El resultado fue que empecé a moverme como si estuviera bailando el hula hula sobre su boca. ¡Qué mierda me importaba que me estuvieran mirando si el polvo oral que me estaba echando era magistral!

Ella acompañó todo el trajín sin inmutarse y el vaivén se transformó en succión. En violenta succión, aspirando hundida con toda la profundidad que era posible. Todo pasó rápido, sentí que la vida se me iba por la uretra cuando mis trallazos empezaron a llenarle la boca. No se las veces que mi verga latió entre sus labios, pero sí se que nunca, nunca había acabado de ese modo, con todos mis músculos contraídos, sintiendo bien desde el fondo como mi leche salía despedida. Tardé unos instantes en recobrarme, mientras ella sonreía sin separar sus labios y me quitaba lentamente el dedo de mi ano. Después abrió la boca para mostrarme toda mi descarga, su lengua parecía perdida en medio de toda aquella blanca espesura. Y yo le sonreí desganado, no porque no me hubiese gustado la faena, sino porque no tenía fuerzas para nada.

Ya recuperados y más tranquilos, nos fumamos un cigarrillo dentro de su coche y volvimos a charlar de cosas intrascendentes. Me acercó después a la pensión no sin antes besarme dejándome mi propio sabor en mis labios. Le propuse verla de nuevo, no podía dejar pasar una hembra como esa. Se limitó a sonreír, descubrir un poco mi pecho tras mi camisa, abrir su bolso, sacar a relucir su lápiz labial, y escribir su número telefónico sobre mi lampiño pectoral. Me bajé del auto un poco desconcertado y complacido por todo lo que había ocurrido, había sido todo tan intenso…

-          ¡Cuando quieras! – le oi gritar a través de la ventanilla baja mientras se alejaba rauda y en mi rostro se dibujaba una pícara sonrisa…