Gold Collection (8)

Carlos ocupó otra vez el centro de la cama y Elisa volvió a sugerirme que fuésemos al aseo. Nos limpiamos un poco y utilizamos enjuague bucal de sabor a menta para higienizar nuestras bocas.

OCTAVA ENTREGA

1:29 horas. Aventura en la cocina.

Carlos ocupó otra vez el centro de la cama y Elisa volvió a sugerirme que fuésemos al aseo. Nos limpiamos un poco y utilizamos enjuague bucal de sabor a menta para higienizar nuestras bocas. A continuación nos pusimos unas batas de Carlos para ir ambas a la cocina. Bebimos agua. Ella me aconsejó beber zumo, leche, comer algún yogur o fruta. Le pregunté por qué y me habló de que era recomendable reponer fuerzas aquella noche; y ella desde luego lo hizo. Bebió leche con cacao, comió un plátano y una chocolatina. La imité. Después me pidió ayuda para preparar un batido para Carlos, matizando que "él lo necesitaría más". En un recipiente vertió medio litro de leche, dos huevos, azúcar, un yogur, una cucharada de harina de maíz, otra de aceite de oliva y una zanahoria triturada. Me indicó que enchufase la batidora y revolviese a conciencia aquel preparado energético y entonces puse manos a la obra. En una silla de la cocina Elisa se sentó con las piernas abiertas. Veía su sexo, joven, emergente, brillante, hambriento… Elisa jugaba en sus manos con una de las zanahorias que cogió de la nevera y comenzó a hablar:

- Llevo años deseando poseer el pene de tu yerno Azucena. Es… tan duro, tan grande, tan largo, tan Decía eso mientras arrastraba la punta de la zanahoria a lo largo de su cuerpo, hincándola en sus pezones y descendiendo en busca de su cueva. No dejaba de hablar para sí de las excelencias de los atributos sexuales de Carlos mientras con la zanahoria comenzaba a hurgar ya la entrada de su vagina. Las muecas de Elisa esforzándose por introducirse el tubérculo evidenciaban la dificultad de la tarea, por lo que tomé la determinación de prestarle ayuda, y para ello me unté las manos de aceite de oliva. Me aproximé a ella y me arrodillé entre sus piernas abiertas, forzándola a que las abriese aún más. Acogió mi ayuda con agradecimiento. Lo primero que hice fue pringar el tallo de la zanahoria con el aceite de mis manos, logrando así que aquel pene improvisado adquiriese una buena lubricación. Del mismo modo llené de grasa las zonas erógenas de la nena, que se dejaba hacer complacida. Sólo era cuestión de empujar y en efecto la zanahoria resbaló sin mucha dificultad hacia el interior de aquel paraíso candente. Juro que en ningún momento tuve la sensación de experimentar una práctica lésbica. Sí, ella me había besado y lamido minutos antes en la cama, pero la conciencia que yo tenía de aquello era la de una experiencia global.

Elisa gemía conmigo extrayendo e introduciendo la zanahoria de su vagina y eso me hacía disfrutar a mí. Aceleré el ritmo intencionadamente pues advertí que su organismo erótico lo requería. La mujer me agarró del cabello cuando iba a alcanzar el climax; sus músculos se tensaron, su cuerpo se contrajo y sus piernas, que instantes antes había alzado sobre mis hombros se contrajeron hasta casi aplastar mi caja torácica, reflejo del orgasmo tan intenso que estaba experimentando. Pasamos unos minutos en esa postura durante los cuales la nena se fue relajando. La zanahoria, que había quedado en el interior de su cueva, poco a poco se fue desprendiendo, hasta que quedó depositada en mi mano. Elisa, desfallecida y con los ojos entornados, alzó la barbilla para mirarme con la sonrisa del que se halla ebrio o se ha metido un chute. Me arrebató suavemente de las manos la zanahoria y me acercó la punta a la boca. ¡Lámela! –me dijo. No me costó obedecerla y aproximé mi lengua a la anaranjada raíz. Recorrí el tallo, al principio tímidamente. El sabor que percibí era un tanto heterogéneo: afrutado por la zanahoria, espeso y salobre por el lugar en donde se albergó, dulce quizá como se espera del sabor del amor… Elisa insistió en que ya no sólo lamiese sino que también chupase, y que lo hiciera con fruición, de modo que no me quedó más remedio que imitar a la actriz porno que un rato antes viese en la pantalla, por lo que aquello se convirtió en una felación en regla.

Nuevamente sentí la necesidad de acariciarme y así, de rodillas como me encontraba, no me fue difícil alcanzar mi rajita para satisfacerme mientras chupaba con gusto la zanahoria. Elisa me interrumpió con unas palabras que me golpearon como un mazazo: ¡Basta viciosa!- exclamó sonriendo pícaramente. A continuación se llevó la zanahoria hacia sus labios y tras dar un sensual beso en su punta le clavó los dientes. Lo hizo de tal modo que yo hubiese sido quien me la hubiera comido a besos a ella en ese momento. Fue entonces cuando me pregunté si verdaderamente yo tenía tendencias lésbicas. Elisa compartió conmigo la zanahoria, tenía un sabor divino. Después me preguntó:

-¿Has estado alguna vez con una mujer?

-¿A qué te refieres? –pregunté a mi vez ingenuamente.

  • A si te has acostado con una mujer, a si has hecho el amor con alguna

  • No, ¿y tú?

  • Bueno, una vez nada más, pero fue con otras dos. Me gustó.