Gold Collection (3)

Aún se resistía un poco Elisa, pero más bien era porque no quería ir tan deprisa. De repente y de un modo súbito puse mi mano en mi frente alarmada al recordar algo. Ellos advirtieron mi reacción, totalmente anormal en el ambiente que se había creado. Mi yerno me preguntó qué sucedía...

TERCERA ENTREGA

22: 27 Horas. ¿Qué voy a decir a mi marido?

Aún se resistía un poco Elisa, pero más bien era porque no quería ir tan deprisa. De repente y de un modo súbito puse mi mano en mi frente alarmada al recordar algo. Ellos advirtieron mi reacción, totalmente anormal en el ambiente que se había creado. Mi yerno me preguntó qué sucedía y le dije que Fabián, mi marido, me estaría esperando en casa. Carlos me aconsejó que le telefonease con cualquier excusa para que pudiese pasar la noche fuera. Me pareció excesivo mentir, pero no era menester andarse a esas alturas con mojigaterías. Marqué el número de casa, mientras que advertía que Elisa se giraba hacia Carlos para tomar cierta iniciativa. La mujer buscó con sus dedos y con su boca los pezones del hombre. Decididamente aquello era ya sexo en su dimensión más diáfana. Carlos entornó los ojos al notar la punta de la lengua de Elisa recorrerle uno de sus pezones rígidos. El vello del cuerpo masculino se erizó, a la vez que al otro lado del hilo telefónico escuché la voz de Fabián que se me antojó la voz del Pantocrátor el día del Juicio Final, acusándome con su dedo índice y llamándome pecadora.

Esto me distrajo un momento y casi no me di cuenta de que Elisa porfiaba tenazmente por bajarle la cremallera del pantalón a Carlos, que extrañamente se resistía. De nuevo los remilgos se hicieron patentes por mi presencia.

-¡Dígame! – exclamó mi marido al otro lado.

  • Soy yo querido, Azucena… -dije mientras reparaba por primera vez en la esbeltez del torso de mi yerno.

  • ¿Qué sucede? –preguntó.

- No, nada, no te preocupes. Verás es que… el pequeño Daniel tiene fiebre y debería quedarme a pasar la noche con él, porque su padre ha de salir a la farmacia de guardia a por unos medicamentos… ¿sabes? No es nada grave, pero será mejor que me quede

  • Está bien, yo cenaré a solas. Da un beso al niño de mi parte, y otro para ti. Buenas noches.

Me despedí de él y sólo tuve unos segundos de mala conciencia por la mentira más grande que he soltado en mi vida. Quizá después Fabián se enterase de que el niño nunca tuvo fiebre y que en realidad estaba en una excursión escolar, pero él era un hombre muy desinteresado por su nieto y la posibilidad era remota. Aún así, la idea que yo tenía de todo ello era que no importaba nada que luego llegase a enterarse o no.

Lo que importaba en realidad era que Elisa pujaba, como he dicho, por bajarle la bragueta a Carlos y yo me mordía los labios nerviosa y esperando un regalo a la vista, y sí, él lo permitió pero dio medio giro y se puso de espaldas a mí, por lo que mi vista no alcanzó a ver los atributos de mi yerno. Elisa le acariciaba aquella parte privada a mi curiosidad y el reclinaba la cabeza hacia atrás complacido por los mimos. No obstante puso freno al candor de la mujer, apartó las manos femeninas, hizo el gesto indudable de guardar su aparato, sacando su trasero hacia atrás y subió la cremallera. Ambos se dirigieron hacia a mí, Carlos hizo sentarse a mi lado a la nena y al otro lado se sentó él. Volví a contarle a mi yerno la conversación telefónica que mantuve con mi marido, pues con los manejos de Elisa no prestó suficiente atención. Aprobó la manera con la que me excusé con Fabián. Carlos se levantó del sofá, después lo hizo Elisa, que dejó la marca húmeda de su clítoris sobre el cuero y finalmente Carlos cogió mi mano para alzarme. ¿Qué iba a suceder?

22:49 Horas. Hacia el dormitorio.

Carlos nos cogió a ambas de la cintura y nos hizo caminar hacia el dormitorio. No podía imaginar ni remotamente qué iba a ocurrir allí. Yo caminaba completamente vestida, mi yerno con el torso desnudo y Elisa paseaba su magnífico cuerpo desnudo, increíble después de haber estado embarazada una vez. Al llegar al dormitorio, Carlos y yo permanecimos de pie mientras Elisa se tumbaba impúdica sobre la colcha de la cama. Mi entrepierna estaba mojada tras lo vivido en el comedor y me moriría de vergüenza si ellos llegaban a apercibirse de mi estado de excitación genital, porque el mental resultaba evidente. Carlos, que me trajo abrazada sin contenerse en las caricias a mi cintura, me cogió de la mano y me invitó a sentarme en la cama junto a las piernas de Elisa. Hubo un par de minutos de indecisión. Nos mirábamos los unos a los otros y sabíamos que permitir que el ambiente se enfriase era un riesgo que ponía en juego el posible placer venidero. Carlos se inclinó para acariciar los pies y pantorrillas de Elisa y exclamó:

-¡Qué piel tan suave tienes Elisa! Toca un poco su piel Azucena y lo podrás comprobar.

No creí que en ello pudiera haber algo malo y el impulso que me hizo posar las yemas de los dedos en sus delicados pies fue el de la envidia de no poseer su suavidad y tersura de hembra joven. Recorrí sus pies y pantorrillas sin dejar de mirar a lo largo del cuerpo femenino. Era espléndida, en el momento de la vida de una mujer que más álgida es su belleza y más ideal es el estado. Si primero posé las yemas de mis dedos tímidamente, poco a poco extendí la palma de mi mano izquierda a lo largo de una de sus piernas. Elisa no permanecía imperturbable, sino asombrada con mis tocamientos, que sin embargo no rechazaba. Carlos abandonó unos instantes el dormitorio diciendo que había olvidado algo. Ambas nos quedamos la una frente a la otra asustadas, como quien se queda ante un mastín que enseña los dientes. Ninguna sabíamos cómo reaccionar, porque hasta el momento era Carlos quien había centrado la acción de lo ocurrido. Cuando escuchamos sus pasos por el pasillo yo pude respirar aliviada agradeciendo su regreso, aunque no deje de acariciar ligeramente la pantorrilla de Elisa. Carlos volvía con el dichoso flan con nueces y caramelo, el cual estaba intacto. No era mala idea comérselo y me imaginé a nosotros tres sentados sobre la cama comiéndonoslo con una cucharilla. Por el momento el dejó el plato sobre una mesita de noche y se sentó sobre una butaca que hacía de calzador para observar las caricias que yo prodigaba tímidamente a los pies y pantorrillas de Elisa. No exageraré si digo que pudimos demorarnos en ello más de veinte minutos. Pero ¡qué tontería!, no había prisa.