Gloria y su hijo vuelven de la piscina
Me embestía muy duro. Las pollas tan grandes me vuelven muy puta, no puedo evitarlo. Casi me faltaba el aire del goce que tenía y él estaba como un toro cegado por el vestido.
Había transcurrido casi todo el verano desde que me excedí en sobreproteger a mi hijo. Creía que habíamos dejado lo ocurrido en el limbo de los recuerdos improbables. Pero claro, a principios de septiembre ocurrió algo que me hizo volver a la realidad. Estábamos los tres en casa, con mi hermana, su marido y mis sobrinos. Habíamos vuelto de la piscina y nos disponíamos a comer unos pollos asados que habíamos comprado por el camino. Estábamos eufóricos y hambrientos, pero quisimos hacernos una foto de recuerdo antes del festín. Nos juntamos como pudimos e hicimos la foto grupal, que naturalmente salió con la mitad bostezando, movidos o con los ojos cerrados, así que repetimos. En esta segunda ocasión mi hijo Vicente, que me tenía cogida por la cintura, bajó la mano. Noté cómo su mano pasaba de estar en las costillas a bajar hacia el elástico del bikini. A través de la bata de playa, sentí su mano cómo acabó terminando rozando mi culo, volviendo a subir hasta la cintura. La bata me quedó algo subida y me la bajé mientras mantenía estoicamente la cara de foto hasta que pudimos romper filas, y luego miré a mi hijo con un regaño silencioso. No me hacía gracia su atrevimiento, porque indicaba que o no había superado lo sucedido, o que el episodio iba a tener una continuidad en el tiempo.
Después de la comida, vino la sobremesa y el sopor de la tarde. Yo ya tenía la mosca detrás de la oreja con Vicente y el caso es que el chico no salía del baño. Como tenemos dos, no había problema por los invitados, pero es que él no salía. Y él va a sus necesidades por las mañanas antes del café, como un reloj. Así que algo estaba haciendo, y me hubiese jugado el brazo a que tenía que ver con su pene. Yo estaba en el sofá, con mi hermana Teresa a un lado y mi cuñado al otro, ambos emitían leves ronquidos, y yo con mi hijo contínuamente en la cabeza. Me incomodaba que se estuviese pajeando con nuestro invitados aquí, con los niños correteando. Luego supuse que al menos habría echado el pestillo. Mientras veía la televisión, pensaba en que quizás Vicente había tenido un verano confuso, con los tira y afloja con María, los exámenes finales, y que quizás yo me había pasado un poco. Me vino otra vez la fuerza protectora. Si estaba haciendo lo yo que creía que estaba haciendo, sin esperar a tener un poco de intimidad, es que estaba pasando una mala época, posiblemente por mi culpa. Y si no era así, era yo la que estaba teniendo un berrinche por nada. Así que decidí ver qué pasaba.
El pestillo del baño se puede abrir por fuera con un alfiler, así que con decisión, metí el alambre, sonó la liberación del pestillo, abrí, entré y cerré. Allí estaba, masturbándose frente al lavabo.
— ¡Mamá!
— Perdona, hijo —esto me sonaba, pero ahora había mucho enojo en mí—. ¡No me lo puedo creer! ¡Ahí al lado está Tere con los niños! ¡Tu padre! ¡Ramón! ¿A qué estás jugando?
Vicente mantuvo la mirada hacia abajo. Con la polla aún en la mano. Mi primer pensamiento fue echar otra vez el pestillo, por si entraba alguien y lo pillaba así.
— Pero yo puse el pestillo…
Me acerqué a la puerta y la aseguré, pero al darme la vuelta él movía la mano muy lentamente. Se estaba masturbando delante de mí, como si fuera un mono. Con la mirada gacha, no me miraba a los ojos, porque si lo llega a hacer le arranco las orejas.
— Al menos podrías esperar a la noche, en tu cuarto —se siguió tocando lentamente. Quedó claro que estaba decidido a llegar hasta el final, y que estaba esperando que le dejase en paz—. ¡Joder, Vicente, estoy aquí, podrías parar! —pero no paró.
Yo me quedé mirándolo con los brazos en cruz. Vaya situación más ridícula. La verga se le empezó a hinchar, su mano la recorría sin llegar al glande, tomándose su tiempo. Me impacienté.
— Pues no te quedes aquí toda la tarde, ¡termina! —me quedé plantada, sabiendo lo antisexual que es tener a tu madre delante mientras te masturbas. Pero él siguió con la paja, mirando lascivamente mi cuerpo. ¡Joder, si antes por poco me coje el culo a placer! ¡Qué tonta había sido! Y ahora miraba mi boca, pero se volvió a avergonzar.
— Perdona mamá, pero llevo así todo el día, necesito centrarme, necesito terminar… —me conmovió— sal, acabo enseguida, no volverá a ocurrir.
— No puedes volver a hacer esto, cariño —le acaricié la mejilla—. Hay cosas que hay que dejar en la intimidad… —pero Vicente ya no escuchaba mi voz. Cogió mi mano e intentó llevarla a la polla, me aparté—. ¡Me voy!
— No, mamá, por favor, no te vayas —me dirigí a la puerta—. Por favor…
Me daba mucha lástima y me sentía culpable, así que me di la vuelta, sin un plan. El seguía con la masturbación, mirándome los pechos ahora. Se me vino a la cabeza las veces que este verano le había pedido a mi marido que me pellizcara los pezones, que tirara de ellos mientras me tragaba su polla, mientras me montaba. Y todo porque se me mojaba el chocho cada vez que me acordaba de cuando mi Vicente me tocó. La última vez que me corrí así fue hace dos noches, yo estaba sentada sobre mi marido, con la polla recién descargada dentro de mi vagina y me estuve frotando el clítoris como una loca mientra me apretaba un pezón con una mano y el otro estaba entre los dientes de Juan. En cuando imaginé que el semen que sentía dentro no era de mi marido, sino de nuestro hijo, me corrí como nunca, mojando el vientre de Juan. Luego llevé el coño a su boca y… en fin, si yo tenía sueños húmedos con mi hijo, tenía que aceptar que él los tuviese conmigo. Pero no me gustaba aquello.
Seguía mirándolo con los brazos cruzados. El me miraba ahora abajo, hacia mis piernas. Pero lo único que podía ver eran mis rodillas, que era lo que mostraba mi bata. Yo me impacientaba, pues si alguien nos veía salir podían hacer preguntas incómodas.
— Sólo un poco —me dijo, mirando mis rodillas. Me volví a enfadar otra vez, pero el recuerdo del polvo con mi marido me hizo ser comprensiva. Me subí el vestido hasta los muslos. El empezó a masturbarse con más rapidez, los ojos se le iban a salir. A mí, el roce del vestido al subir, y sentirme tan deseada me estaba haciendo humedecer el bikini—. ¡Gracias, mamá!
Tenía que animarlo para acabar lo antes posible. Por mi parte, mi apetito lo podía satisfacer con Juan esa misma noche. Acerqué a mi hijo y lo puse de rodillas, para que su cara estuviese a un palmo de mi coño. Creo que incluso Vicente podía olerlo. Dejé que me mirara a placer. Yo también me miraba sosteniendo la falda por los laterales y me estaba poniendo más cachonda aún, mirando mis piernas y pensando en que Vicente eyaculara sobre ellas. Me subí más el vestido y se quedó con la mirada fija en el bikini pegado a mi coño. Creo que también estaba algo mojado. Fui a decirle algo subido de tono, pero me fijé que la mano masturbadora tenía algo, como un trozo de tela que era con lo que se frotaba. Lo paré y le abrí el puño, mostrando unas braguitas mías. ¡Las había puesto en el saco de la ropa sucia hacía dos días! Se estaba pajeando con mis braguitas sucias.
— ¿Y esto? ¿Me estás acosando?
— No, no, no.
— ¿Pero cómo eres capaz de revolver en mis cosas? —mientras hablaba, más pena me daba mi hijo. Tendría que haberme dado cuenta antes… igual no lo conocía tan bien.
— ¡No, no! Estaba ahí, en el cesto. Yo no tocaría tus cosas —a mí, en cambio, me puso cachonda pensar en él tocando mis juguetes.
— ¡Pero es que está sucia! —le quité las braguitas y me la llevé a la nariz. Olía a orín, a flujo, a culo y a ropa sucia— ¡Cómo se te ocurre!
Oler mi culo también causó que me excitara un poco más. La otra noche, Juan, después de abrirme el culo, me pasó la polla por la boca y ese olor hizo que me pusiese como un animal en celo, y ahora volvía a sentir lo mismo. Pero no podía consentir que mi hijo se expusiese a algún tipo de infección en el pene. Tiré las braguitas al saco de la ropa sucia y me quité la parte de abajo del bikini. Lo olí, recibiendo el aroma de mi coño mezclado con el cloro de la piscina. Se lo puse a Vicente en la nariz.
— Esto sí huele a coño y está limpio.
Se lo puse en la mano y se la llevé otra vez a la verga, que estaba muy hinchada. Empezó a masturbarse. Yo me volví a levantar la falda y dejé que se pajeara mirando mi coño depilado. Se me ocurrió animarlo más, para que acabara pronto. Le agarré del pelo e hice que me mirara y le hablé en voz baja.
— ¿Quieres correrte sobre mí, echar tu leche sobre mí?
— Sí, mamá.
— Hazlo, cariño, córrete sobre mamá —él estaba en éxtasis, seguramente llevaba tiempo deseando oírme hablar así—. Mamá vuelve a ser tu puta… tu puta secreta… —qué ganas tenía de tocarme yo también— mírame el coño, mi amor. Mírame las piernas —puso una mano sobre mi muslo, pero se la aparté—, no me puedes tocar, cariño, no te he dado permiso. ¿De verdad quieres tocarme, mi vida?
— Sí, sí —me di la vuelta, levantando el culo, lo puse en pompa, abriéndolo para que viese mi vagina y mi ano.
— No me puedes tocar. Hoy no, pero puedes eyacular sobre mí. Mami está hoy muy puta, amor, y quiere tu leche sobre ella.
Pero Vicente no se corría y empecé a pensar que lo hacía a propósito. Me puse frente a él y le cogí las bragas del bikini y usándolas como un guante, empecé a masturbarlo, pero con un ritmo más alegre de lo que estaba haciendo él.
— Al final has hecho que tu putita te coja la verga… —recorrer su buena polla con el bikini entre los dedos no era tan mala idea, iba muy suave— era esto lo que querías ¿no? —yo hablaba sin esperar a que él respondiese, yo sólo miraba su polla— parece que hoy ya te has pajeado, está muy gordota pero no quiere escupirme. ¿Es eso? ¿Ya te habías tocado? ¿dónde, en la piscina? hoy no había mucha gente, ¿qué ha pasado hoy?
— Habían dos chicas…
— Las suecas esas… sí, una tenía unos pechos enormes… —empecé con mis historias mientras lo masturbaba— una vez una amiga me enseñó sus tetas, eran más grandes que las de la sueca, eran ubres. Me dejó jugar con ellas, de broma. Intentaba abarcar una de ellas con las dos manos, no podía, luego la otra. La sostenía, pero se me escapaban y caían. Cuando vi que mi amiga se empezaba a poner colorada, dejé de jugar y me llevé el enorme pezón a la boca...
— También vi a Ramón con la polla bien gorda mientras os miraba a ti y a las suecas, a la entrada del vestuario. Se estaba tocando —eso no me lo esperaba.
— ¿No estaría mirando a Tere?
— No, os miraba a las tres. Me puso muy cachondo pensar que papá y Ramón te follaban uno detrás de otro, o a la vez.
— ¡Pero no me tiro a tu tío!
— Me lo supongo, pero yo cogí un gran calentón, mamá. Me masturbé allí. Mirándote, bueno a ti y a las mujeres que había allí.
— ¿Te tocaste así? —la polla estaba muy dura, y empecé a usar las dos manos—. ¿Y no te quedaste tranquilo?
— Sí, pero luego ahí, entre vosotras… y pensando en la paja que me había hecho casi en público… me volví a excitar… mis amigos te miran mucho, mamá. Luego, cuando llegamos a casa y te pegaste a mí para la foto, no pude evitar tocarte, para sentir que nuestro secreto fue real. La polla me estaba volviendo loco y necesitaba descargar otra vez.
Había dejado de masturbarlo. El pobre estaba muy salido, las hormonas no le dejaban pensar con claridad. Le di un beso en la mejilla. Me puse de rodillas frente a él y me llevé el bikini a la nariz. Esta vez olía a polla y coño. Busqué la zona más mojada de la tela y la lamí. Luego pasé la lengua por los dedos y empecé a masturbarlo con las manos desnudas y con más rapidez. No quería que se sintiera culpable por lo que sentía, así que tenía que hacerle ver que su deseo provenía de la lascivia su madre. Al fin y al cabo, yo inicié este problema.
— Mami quiere oírte decir que es tu puta, cariño.
— Eres mi puta, mamá.
— Sí, cariño, lo soy. Por eso me gusta tanto tener tu polla entre mis manos… —intentó acercar la verga a mi boca, pero no le dejé. A cambio le conté una de mis historias— una vez Tere me dejó un vestido suyo de cuando tenía algo más peso. Me quedaba como un guante, y a cambio de hacerme los pechos más bonitos, resaltaba mucho mi culo. Me costaba mucho andar con él, pero me lo puse ese mismo día y nos fuimos los cuatro de copas. Tere y tu padre se fueron a bailar y me fui con Ramón a dar una vuelta por el jardín de la discoteca. Me habló del vestido. Me dijo que le había hecho el amor muchas veces a Tere con el vestido puesto, en otras palabras, que se le ponía dura en cuanto veía a Tere embutida en él —a la polla de mi hijo también le gustaba el relato—. Que me veía a mí puesto con él y que aún me sentaba mejor que a mi hermana. Que si la suerte que tenía Juan…
— Es que estás muy buena, mamá —ya empezaba a jadear mi chico.
— Me habló de un botón que estaba disimulado en el vestido y que yo creía que era de adorno. Estaba en la axila y dejé que lo desabrochara. Mi pecho salió por él. No llevaba sujetador, porque el vestido no lo necesitaba. Nos reímos. Pero colocarlo otra vez era más complicado, así que sólo pudimos hacerlo con Ramón sujetándome una teta y yo abrochando el botón. Tras un silencio, Ramón desabrochó otro botón que estaba al otro lado. Salió el otro pecho, y yo me quedé quieta, me había gustado antes cuando me tocó el pecho —la polla de mi Vicentito ya estaba a punto de regalarme su leche—, y esperé a que tu tío volviera a quitar el primer botón. Me estuvo sobando los pechos y me comió los pezones. ¿Te hubiese gustado ver cómo otro hombre le come las tetas a mamá?
— Sí, sí, sí.
— Me hubiera gustado que lo vieras, amor. Y que tú también me las hubieras comido. Yo me puse muy cachonda y me remangué el vestido, ofreciéndole mi trasero al tito, y me la metió bien dentro.
— ¿Te la metió por el culo? —a mi niño le daba igual si la historia era real o inventada, tal era el calentón que tenía y que yo me estaba encargando de apagarlo.
— Me la metió por el coño, amor mío. Me embestía muy duro, tenía la polla tan dura como la que tienes ahora, como la que tengo en mis manos. Las pollas tan grandes como las vuestras me vuelven muy puta, no puedo evitarlo. Casi me faltaba el aire del goce que tenía y él estaba como un toro cegado por el vestido —la polla de mi Vicentico estaba a puntito de caramelo—. En realidad, cuando le ofrecí mi trasero, tenía cierta fantasía de que me la metiera por el culo, en el jardín, a expensas de que nos viera alguien.
Me puse de pie y me di la vuelta, subiendo la bata. Coloqué la polla de Vicente entre los glúteos, de forma que el rabo quedase a la altura de mi ano.
— Córrete, amor mío. Córrete sobre mí. Déjame sentir el semen en mi culo.
Vicente se empezó a masturbar con mi culo. El glande pasaba por el ojete de forma frenética. Algunas veces se quedaba enganchado, pero volvía al frotamiento. A pesar de la estimulación que estaba recibiendo en el ano, estaba sufriendo por si intentaba metérmela por alguno de mis agujeros, pues se la iba a sacar inmediatamente con malos modos. Sentí su leche por mi espalda y mi culo. Sin darme la vuelta, le cogí la verga y la puse entre mis muslos, a la altura del coño y dejé que se moviese como si me estuviese follando, dejando que terminase de descargar y, de camino,haciendo que su glande me frotase el clítoris.
— Dámelo cariño, dáselo a mamá… tengo tu leche cayéndome por el culo, amor.
Esperé a que terminara. Luego cogí una toalla que humedecí y le limpié bien la verga. Después me limpió él a mí.
— Esto no puede ser, amor —le dije.
— Pero me da el calentón… —le costó seguir— y luego tú te vuelves tan… tan… puta…
Se me erizaron los pezones otra vez.
— Pero comprendes que esto no puede volver a ocurrir, ¿verdad?
— Sí, mamá.
Salimos, y el resto de la jornada transcurrió tal cual. Pero me dejó con la preocupación de haber iniciado algo que el pobre no era capaz de gestionar, y también me sentía culpable con Juan. Si se enteraba, no iba a poder hacerle ver que todo era por Vicente.