Gloria y Margarita, otra vez

Gloria y Margarita, otra vez...

Llamadme Pablo.

Margarita y Gloria están en una habitación, para hacer el amor; están abrazadas y se besan en la boca. Margarita le quita el vestido a Gloria, que queda en ropa interior, con su generoso pecho aprisionado por el sujetador. Margarita hunde la cara en la línea que separa los senos de Gloria, como si quisiera meter la cabeza entre ellos. Luego los acaricia con mimo mientras vuelven a besarse. Una de las manos de Margarita se posa sobre el sexo de Gloria. Al rato, Margarita le quita el sujetador y después de acariciar la superficie de sus tetas comienza a lamerlas con celo, con esmero, con ansia; Gloria está entregada totalmente, y sujeta a Margarita por los hombros, como para no dejarla escapar. Margarita se desnuda y le quita las braguitas a Gloria. Se tumban en la cama y siguen acariciándose mutuamente, mientras sus lenguas siguen enlazadas. Luego Margarita se va deslizando hacia abajo, rozando con los labios su piel: el cuello, los pezones, el ombligo y finalmente la cueva de placer que es el sexo de Gloria, hundiendo en él su lengua y agitándola, provocando los gemidos de la otra, hasta conseguir el orgasmo y el frenesí del éxtasis en una riada que le baña la cara. Gloria se ha quedado como traspuesta, sobre la cama, mirando al techo, suspirando de gozo satisfecho. Entonces Margarita se pone a horcajadas sobre su cara y cogiéndola por el cuello la insta a comerse aquel manjar. Margarita la sujeta por la cabeza, apretándola contra sí, para que la lengua de Gloria llegué lo más profundo posible. Ésta extiende los brazos hasta alcanzar con sus manos los pechos de Margarita, oprimiéndolos con delirio. Esta vez es Margarita la que derrama sus jugos sobre el rostro de la otra, en un baño de lujuria desatada.

Quedan ambas satisfechas momentáneamente, jadeantes, alegres en su desnudez que vuelven a descubrir con nuevos cariños y halagos. Sus cuerpos, de nuevo, sujetos a caricias y besos. Son ahora caricias largas, que se demoran mínimamente en puntos concretos de la piel; más bien parecen tropezar en pequeños relieves para continuar su avance más allá de la realidad, persiguiendo tal vez una ficción. Por ejemplo cuando Gloria acaricia el pecho de Margarita: la palma de la mano recorre la piel desde las profundidades de las caderas, subiendo y subiendo hasta encontrar el relieve del seno, y en éste, el relieve del pezón, pero la mano sólo se para breves instantes, sólo parece reconocer el objeto y luego continúa en su afán acariciador: su fin no es tanto tocar como rozar, hasta alcanzar los límites físicos del hombro, el cuello y la cara; luego la mano desciende por otra trayectoria, quizá la espalda, siguiendo idéntico modelo: las nalgas no son más que un tropiezo, un accidente del relieve, que conviene reconocer, sin que constituya un fin en sí mismo. Luego ambas parecen descansar, abrazadas entre sí.

Al rato Margarita parece despertar y se regodea recorriendo la piel de Gloria con sus labios, sin que ésta parezca reaccionar, sólo dejarse llevar por las sensaciones y emociones que la experta lengua de la otra provoca. Margarita se incorpora y se pone a horcajadas sobre el pecho de Gloria, cogiéndola una teta y dirigiendo el pezón a la entrada de su sexo, frotándolo contra el clítoris con fruición. Gloria acaricia los muslos y nalgas de su compañera, abriéndolas y colando un dedo por el agujero del ano. Margarita ha sacado de algún sitio un vibrador, remedo de falo, enorme en sus dimensiones, que introduce en la boca de su amante. El objeto, que imita perfectamente todos los pliegues y relieves de uno de verdad, es atrapado con ardor, casi con delirio por los labios de Gloria. La escena no tiene desperdicio: Margarita intenta follar con una teta de Gloria, mientras ésta chupa un falo de plástico y se masturba con entusiasmo. La manipulaciones de Margarita parecen tener éxito porque comienza a jadear fuertemente y, tras unos minutos, una corriente de flujo se desliza por sus muslos, empapando el pecho de Gloria, quien, después de rechazar el artilugio que tenía en la boca y reclamar el sexo húmedo de su acompañante, al que le dedica un gran apasionamiento, también jadea vigorosamente y no tarda en alcanzar las mismas cotas de placer alcanzadas por Margarita momentos antes. Ésta responde enjugando con su lengua la humedad provocada por las manipulaciones de Gloria con su mano. El vibrador, mojado por la saliva de Gloria, está en la cama, al lado de las dos mujeres. Gloria lo recoge y se lo muestra a su amiga, que sonríe; acto seguido lo enfila hacia la cueva de su sexo, introduciéndolo poco a poco. Pero Margarita lo saca de allí y comienza a besuquearlo, sobre todo la punta, humedecién­dolo con su lengua; luego es ella misma quien lo va introduciendo en el sexo de su cómplice, la cual, mientras tanto, se magrea las tetas, disfrutando al máximo de aquel deleite, de aquella satisfac­ción. Margarita prosigue con el artefacto, adentro, afuera, simulando un coito al que Gloria no tarda en responder con nuevos jadeos, gemidos e incluso grititos contenidos. Alcanzado el clímax, le pide a su amada que vuelva a lamer sus jugos vertidos.

Pero ésta, en lugar de obedecer, lo que hace es arrancar el objeto de su lugar y arrojarse sobre Gloria, frotando ambos sexos con frenesí, con un ardor insólito, muestra de los anhelos de Margarita, que busca sentirse llena, igual que su acompañante. Por ello, a los pocos segundos atrapa el vibrador y se lo inserta en la vagina, sin que Gloria pueda reaccionar, y comienza a agitarlo con un delirio y un arrebato inusitados, hasta tal punto que no tarda en conseguir un orgasmo, pese a lo cual sigue en sus frotamientos, agotado ya el cuerpo, vencida la voluntad. Gloria comprende y cogiendo el artefacto lo lame, para saborear los jugos que allí dejó su adorada compañera, y luego lo esgrime ante la cara de Margarita, agotada y tumbada en medio de la cama. Luego levanta a su amiga y la hace ponerse a gatas sobre la cama, aprovechando para acariciar las tersas y suaves curvas de su trasero, pasando la mano por debajo y acariciando el clítoris y los labios del cofre que es el sexo de su amada; después pone la punta del consolador en la entrada del orificio anal de Margarita y comienza a empujar, hasta introducir una buena parte del mismo. Margarita, sorprendida, todavía no ha reaccionado, en parte por la sorpresa, en parte, también, por el inusitado gozo que siente al experimentar aquella máquina, aquel instrumento de placer, dentro de sí, colmándola, saciándola, llenándola de gozoso placer y delirio. Margarita comienza a mover el trasero buscando lograr un mayor deleite.

Yo las estoy contemplando. En este punto las interrumpo y preparo la escena que quiero. Hago que Gloria se tumbe en la cama y que Margarita se ponga a horcajadas sobre su cara, de forma que Gloria pueda comerse el manjar de su sexo; yo me subo a la cama y me pongo de pie, delante de la cara de Margarita, de modo y manera que puedo introducir el falo erecto en su boca. Este es el cuadro: Gloria, tumbada, lame el sexo de Margarita, le acaricia las nalgas, los muslos, y también se masturba; Margarita, con el coño sobre el rostro de Gloria, con una mano se acaricia las tetas y no deja de moverse, imaginando tal vez que la lengua de la otra es un falo sobre el que intenta galopar, mientras con la otra mano me ha cogido el pene, haciéndome una paja, y con su boca atrapa el capullo, lamiéndolo con fruición. La primera en correrse es Margarita, que con su zumo empapa el rostro de Gloria, que lame el torrente de flujo que le baña la cara. Luego es la propia Gloria la que llega al éxtasis con sus manos acariciándose el sexo. Cuando yo estoy a punto de llegar al orgasmo mando cambiar la disposición.

Gloria sigue tumbada en la cama, pero hago que Margarita se ponga a gatas y le lama el sexo, para lo cual debe inclinar la espalda, y por lo tanto subir la grupa, posición que aprovecho para situarme a su retaguardia. Gloria ha pasado de lamer a ser lamida, y Margarita pasa de ser penetrada por la boca a estar a punto de serlo por el culo. Margarita liquida los restos del orgasmo de Gloria y se afana en provocarle otro; Gloria le coge la cabeza y, entre suspiro y suspiro, la llama cariño, amor, corazón... Yo acaricio las nalgas de Margarita, sus muslos, su entrepierna, húmeda y cálida, la curva de sus caderas; luego acaricio con un dedo la línea que dibujan sus nalgas, separándolas y preparándome para clavar mi dardo ardiente, que de deseo se muestra hinchado y candente. Lentamente me froto contra sus nalgas, regodeándome con el momento. Margarita también lo desea porque el movimiento circular de sus caderas no cesa, ofreciéndome el trasero sin pudor. Me decido, pues, y separando de nuevo sus nalgas, voy penetrando con alguna dificultad. Es una sensación de auténtico gozo. Cuando logro metérsela me quedo quieto, disfrutando del deleite que me produce la situación. Luego comienzo a agitarme, sujetando a Margarita por las caderas o por los muslos, follándola con ganas, con ímpetu, hasta el punto de que creo que le hago daño porque los gemidos que emite parecen indicarlo. Entonces suavizo mis embates, pero no cejo, porque noto el bullir del esperma, el ansia de brotar, el impulso latente que se transmite como una corriente a lo largo del miembro, que palpita como un ser vivo y difunde su pulso al interior de Margarita, que comparte el estremecimiento del orgasmo conjunto, la sacudida vital que surge exuberante como un torrente sin fin, furia desatada que vierte en su interior, latigazo de pasión derramado en Margarita.

Tras el orgasmo simultáneo, Margarita, inclinada todavía, se queda quieta, pero Gloria la reclama para que siga excitándola con la lengua; cuando ve que no le hace caso, nos separa y se tumba sobre mí, acariciando y besando todo mi cuerpo. Luego se mete el miembro en la boca, buscando mi reanimación. Reconozco que el método, además de gustarme mucho, es eficaz, porque a los pocos minutos vuelvo a estar empalmado, como si no acabara de correrme en el trasero de la otra. Entonces me pongo a horcajadas sobre su pecho y le digo que me haga una paja de la siguiente manera: ella me coge el pito por la base, agitándolo, mientras yo agarro sus tetas y las froto contra el glande. Es un puro deleite. El contacto con sus pechos, de generosas proporciones, me estimula: son senos grandes pero firmes, suaves pero compactos. Los pezones están duros, síntoma del apasionamiento que siente. Sigo magreando sus tetas y rozando con ellas la punta del capullo hasta lograr que perlas de licor asomen por el extremo del pene: la lubrificación se ha puesto en marcha. Sus pechos están húmedos por el fluido que brota. Gloria agita la parte inferior de su cuerpo, señal de que anhela algo más que manosear el aparato descomunal que tiene entre las manos. Margarita, recién sodomizada, está tumbada en la cama, junto a nosotros, mirándonos. Le pido que siga con lo que dejó inconcluso y diligentemente coloca la cabeza en la entrepierna de su compañera y comienza a lamer el orificio vaginal, empapado y deseoso de recibir un huésped. Enseguida el cuerpo de Gloria se arquea, presa del frenesí orgasmático y acelera las sacudidas del pene. Yo estoy también muy excitado y deseo poseerla, pero antes, abandonando la postura, hago que se la meta en la boca, para enjugar el líquido preciado. Acepta la poderosa máquina en su boca, lamiendo con pericia toda la superficie del glande. Luego le digo a Margarita que se aparte, me pongo entre las piernas de la otra y, alzándola por las nalgas, sitúo la punta del mástil en la entrada de su santuario. Gloria, expectante, arquea el cuerpo para ofrecerme su tesoro. Comienzo a penetrarla lentamente, con fruición, deleitándome en el momento. Cuando ha entrado la mitad, más o menos, en lugar de seguir empujando lo que hago es atraer a Gloria hacia mí. Noto el calor de su vagina aceptando aquel regalo fantástico. Cuando todo el aparato está dentro, comienzo un movimiento de vaivén, rítmico y minucioso mientras inclino el torso y le beso el vientre y el nacimiento de los senos. Gloria se ha corrido apenas unos segundos después de haberla atravesado con mi lanza, y sus humedades facilitan el deslizamiento del miembro por el corredor de su sexo. Yo sigo aplicándome metódicamente, notando a cada instante cómo crece el miembro, espoleado por el deseo de posesión y dominio del cuerpo de aquella mujer magnífica, que parece hallarse en un estado de orgasmo permanente, mientras a mí me queda mucho todavía. Cambiamos de posición: hago que se incline y tentado estoy de sodomizarla también, pero me decido por la vulva expectante, dilatada y receptiva. Vuelvo a penetrarla mientras acaricio sus muslos y sus nalgas. Puedo alcanzar también sus pechos, que acaricio con deleite, con satisfacción. Margarita nos mira mordiéndose los labios. Cambiamos otra vez: me tumbo sobre la cama y hago que se vaya sentando sobre el dardo candente, de forma que quede ensartada cuando llegue a tocar las sábanas con las nalgas. Gloria comienza a "cabalgar" y logra tener un nuevo orgasmo. Me parece mentira que una mujer pueda correrse tantas veces. Yo sigo empalmado. Miro a las dos mujeres, sentadas sobre la cama. Estoy agotado pero quiero saciar y colmar el deseo que me invade. Les pido que se masturben mutuamente y así lo hacen: Margarita abraza a su compañera, que responde con besos y caricias. Cuando ambas quedan satisfechas le digo a Margarita que lama los jugos vertidos por Gloria. Luego le pido a ésta que se siente sobre mi artefacto, tremendamente henchido. Con cuidado, Gloria va situándose, aceptando dentro de sí el enorme falo. Le acaricio los senos, firmes y duros, y, parodiando el cuento, le digo: Gloria, qué tetas más grandes tienes . Ella, con ingenio, responde: Para que puedas comerlas mejor . Y al decirlo me acerca uno de los pechos a los labios. Acepto aquel manjar en mi boca y paladeo con esmero y afán su superficie. Cojo el otro pecho con la mano y lo acaricio con afecto, cariño y ternura. Pellizco el pezón y esto hace que Gloria se estremezca.

Cae la noche cuando seguimos entrelazados los tres sobre las arrugadas sábanas.