Gloria y Margarita
Un encuentro afortunado con dos amigas.
Llamadme Pablo.
Gloria me llamó para invitarme a tomar un café en su casa. La llamada me sorprendió, porque nunca habíamos tenido un contacto muy directo, aunque la verdad es que yo deseaba a esa mujer. Cuando llegué, me abrió la puerta vestida con una bata de andar por casa. Eso también me sorprendió, pero fingí que no me daba cuenta del detalle. He de confesar mi admiración por el cuerpo de aquella mujer, y decir que estaba realmente intrigado por su llamada. Me hizo pasar al salón de su casa, y cuando estuvimos sentados comenzó a explicarme que estaba sola, deprimida, que ya todo le daba igual. Yo trataba de decirle palabras de ánimo, de apoyarla y hacer que se sintiera mejor. Acabó confesando que estaba enamorada de mí y que estaba dispuesta a someter su voluntad a mis designios.
Se abrió ante mí un abanico de posibilidades enormemente prometedor. Sin dudarlo un momento, la cogí por la nuca y atraje su cabeza hacia mi pecho, apoyándola en él. Le acaricié el cabello y la espalda mientras me dedicaba a pensar por dónde iba a comenzar mi festival con aquella mujer. Seguía diciéndole palabras amables para vencer más su voluntad. Ella se abrazó a mi cuerpo y mi polla comenzó a ponerse dura. La tranquilicé un poco más, pero casi enseguida la incorporé y besé sus mejillas, y a continuación sus labios. Ella reaccionó abriendo la boca buscando un beso más interesante. Accedí y mi lengua encontró la suya, fundiéndose ambas en un prolongado beso.
Entretanto mis manos no estaban quietas, y habían descorrido la bata a un lado, dejando al descubierto sus pechos hermosos, que no había dudado en comenzar a acariciar. Sus pezones estaban erectos, la carne de los senos prieta, su piel erizada por el deseo. Mi boca abandonó la suya, bajando por el cuello hasta encontrar el nacimiento de sus tetas, cuya superficie recorrí con mi lengua, besando y paladeando su tersura. Encontré luego los pezones, tiesos por el gozo, y los mordisqueé a placer. Gloria suspiraba echada la cabeza hacia atrás.
Cuando sacié mi paladar con su sabor, quise más. Acabé de quitarle la bata y descubrí los encantos de su cuerpo, vestido tan sólo con una braguita de encaje que transparentaba la oscuridad del vello de su sexo. Pasé una mano por entre la tela y toqué su coño, dilatado y cálido, presto para recibir el regalo que yo ya tenía preparado. Efectivamente, tenía la picha dura y dispuesta para entrar en acción. Sólo que estaba aprisionada por el pantalón. Le dije a Gloria que me desnudara. Comenzó a hacerlo lentamente, dándome tiempo a que todavía creciera más el animal ansioso que la ropa ocultaba. Me quitó la camisa y besó mi torso; bajó mis pantalones y quedó patente la erección, todavía retenida por el calzoncillo, pero también éste fue retirado, y por fin quedó libre la manifestación de la naturaleza: allí estaba mi mástil en plena forma.
Nada más verlo, su reacción fue instintiva. Sorprendiéndose por el tamaño de aquel aparato que aparecía ante su vista, retrocedió emocionada, pero enseguida se repuso y se dedicó a acariciarlo suavemente con sus manos, como temiendo despertar el furor de aquel dragón. No podía imaginar cuán cerca estaba de conseguirlo.
Todavía tenía bajo control el ansia de aquel animal recién destapado, aunque todo mi ser deseaba conseguir los placeres de aquella hembra. El miembro palpitaba, henchido por la alegría que el festín próximo prometía. Gloria, a mi lado, tenía la boca abierta por la admiración que le había causado la contemplación de aquel hermoso ejemplar. Me precio de tener una picha cojonuda y es normal que las mujeres con las que estoy se asombren ante tal manifestación de mi poderío. Ella no fue una excepción. Seguía con la boca abierta y aproveché para inclinar su cabeza sobre el descomunal artefacto. No podía hacer otra cosa que dejarse llevar, obnubilada como estaba ante el descubrimiento que había hecho.
Su boca aceptó dentro de sí la punta del glande, que sabiamente lamió y chupó, aunque parecía que no iba a caber dado su tamaño. Sin embargo, la animé a que dejara que el extraordinario miembro penetrara en su garganta, y poco a poco fue tragando gran parte de mi órgano sexual. Luego de sentir el calor de su gaznate, dejé que sólo la punta del capullo fuera la beneficiaria de su lengua. Era mucha su pericia en estos menesteres, y sentí gran placer con su mamada. Un líquido lechoso comenzó a asomar por la punta del bálano, señal de que la lubricación había comenzado.
Llegados a este punto, le pedí que se quitara la braguita y se tumbara sobre la cama, con las piernas abiertas para mí. Me tumbé a su lado y estuvimos acariciándonos un rato. Pero enseguida noté lo que yo necesitaba: tenía que poseer a aquella mujer inmediatamente. Ella, queriendo tanto como yo la consumación, me sujetaba la polla, acercándola a la entrada de su sexo. Cuando me puse sobre ella apenas tuve que realizar ningún esfuerzo: sus sabias manos habían colocado adecuadamente la punta del misil en el objetivo de su coño, y no tuve más que empujar para que se deslizara suavemente en su interior. Yo estaba mojado, ella estaba mojada. Ambos habíamos comenzado el ritual manifestando nuestro deseo mediante líquidos sexuales propiciatorios, que ahora facilitaban la penetración. Puesto sobre Gloria, me dediqué a follarla, y ella a recibir aquel envite con gran deleite. No tardó mucho en alcanzar el estado frenético del orgasmo. Mientras yo la poseía, mis manos se habían aferrado a sus tetas, acariciándolas con gran gusto.
Tras un rato, comencé a notar la proximidad de mi propio orgasmo. Lo sentí llegar desde lejos: un calor que te inunda desde los pies, invadiendo tu cuerpo hasta la coronilla; cuando ha llegado hasta ahí, lo que busca es una salida por donde escapar, y mi salida estaba justo dentro del coño de Gloria. Abrí la espita y dejé escapar todo el torrente lechoso de mi pasión en su interior. Ante aquella sacudida bestial, ella volvió a correrse, mientras mi polla se dilataba todavía más en su interior, ampliando el pasillo de su vagina, que se abría al caudal que se derramaba dentro. Quedamos ambos bien satisfechos, aunque ella seguía demostrando la inicial dependencia de mí. Yo procuré aprovechar esa ventaja.
Hice que me la chupara de nuevo, buscando una rápida reanimación del decaído animal. Luego fui yo el que besó todos los poros de su piel. Las posturas sobre la cama a veces eran inverosímiles, pero todas nos proporcionaban un gran placer. En un momento dado ante mi rostro apareció la entrada secreta de su sexo. No dudé en adelantar la cabeza para colar en su interior la punta de mi lengua, que recorrió el corredor delicioso, húmedo y cálido. Ella empujó hacia mí la pelvis, buscando que la lengua entra más profundamente en su ser. Sus suspiros delataban la tensión a la que estaba sometida, pero su entrega era total. La sujeté por los muslos y hundí todo lo que pude la lengua en su cueva sagrada de amor. Los pelos de su pubis arañaban mis párpados, pero no importaba: Gloria estaba teniendo otro orgasmo y yo lo estaba paladeando. A todo esto, la polla había recuperado su natural dimensión, y volvía a estar erecta y con ganas de encontrar un hueco en el que hundirse suavemente. Un rincón ardiente y profundo donde poder descargar el líquido germinador, la lava de mi pasión. Yo sabía dónde estaba ese hoyo.
Quedamos de nuevo tumbados sobre la cama, jadeando, sudando, pero felices. Nos mirábamos a los ojos y no eran necesarias las palabras. La besé en los párpados y luego en la nariz y luego en los labios. Luego su lengua buscó la mía y la encontró. La abracé y apreté mi cuerpo contra el suyo. Mi polla quedaba en medio, tiesa, potente, poderosa y ansiosa de encontrar el refugio que buscaba. Gloria era consciente de ello porque abría las piernas, ofreciendo su cofre misterioso al ser que deseaba visitarla de nuevo. Así fue. Tras unos breves escarceos y más caricias, cogí el cilindro y apunté a su sexo. Ella miraba, fascinada por la espada que estaba a punto de penetrarla, y jadeaba presa del delirio sexual. Apoyé la punta en la diana y ella misma alzó la grupa para que cuanto antes aquel animal hermoso tomara posesión de su cuerpo. La polla se deslizaba a las mil maravillas en el interior de su coño, húmedo y caliente. Nos besamos de nuevo, y de nuevo atrapé sus tetas, duras como piedras, erizadas por el deseo, tiesas por el frenesí. Sin dejar de agitarme sobre su sexo, me incliné para mejor besar y lamer sus preciados tesoros. Luego volví a su boca y a su cuello. Gloria volvió a correrse, mojándolo todo. En ese momento decidí sodomizarla.
Presa del delirio, obedecía cualquier cosa que yo dijera. Le dije que se pusiera a gatas sobre la cama y yo me coloqué tras ella. Acaricié sus nalgas, piel tersa y suave, y abrí la rendija que las separaba. Primero palpé el orificio, y luego puse allí la punta del acero hirviente. Sin contemplaciones clavé mi pica en su Flandes hasta el fondo. El alarido fue tremendo, pero resistió y yo me dediqué a follar su culito hermoso y tentador. ¡Qué delicia! Tenía yo la polla húmeda y eso facilitaba la labor de taladrar aquel agujero apetitoso que se abría para mí, o mejor dicho que mi picha ensanchaba con su empuje brioso. Al poco ella alcanzó un nuevo orgasmo, y yo no iba a tardar en llegar al mío. Efectivamente, en pocos minutos noté el cosquilleo y no quise retardarlo más. Disparé mi chorro en su trasero, liberándome ya para siempre del hechizo con el que aquella mujer me había atrapado. Fue una eyaculación estupenda: la tenía sujeta por las caderas y había clavado bien a fondo el nabo en su interior cuando me corrí. La polla ensanchaba el pasadizo de su culo, dilatándolo hasta más no poder. Gloria gemía y sollozaba, pero yo era inflexible en mis demandas. De todas formas, aunque se quejaba, no dejaba de correrse de gusto, y es que mi picha es mucha picha.
Cuando acabé de vaciar mis ansias en Gloria, quedamos tumbados sobre las sábanas revueltas. Yo tenía el pito fláccido y ella el culo como un bebedero de patos, aunque su coño seguía dilatado y brillante.
Llamaron al portero automático. Ella fue a contestar, y me dijo que era Margarita. Se había olvidado de que habían quedado esa tarde. Yo conocía a Margarita, y sabía que era buena amiga de Gloria. Se me ocurrió que podría ahora divertirme con ella y luego, los tres, hacer algo más. Le dije a Gloria que no se preocupara, que abriera y que invitara a su amiga a la “fiesta”. Gloria estaba tan pasada en esos momentos que cualquier idea le parecía bien.
Margarita llegó al piso y cuando la otra le explicó lo que estábamos haciendo se asomó a la habitación y me miró en mi desnudez sobre la cama, como si no se lo creyera. Volvió a salir y ambas estuvieron hablando durante unos minutos. Parecía que Gloria la estuviera convenciendo, y así debió ser porque al poco rato entraron ambas en el dormitorio.
Invité a Margarita a sentarse en la cama, y ella, muy recatada, se sentó en el borde, como si estuviera dispuesta a salir corriendo en cualquier momento. Yo la tranquilicé con palabras amables y pareció quedarse más relajada. Luego acaricié su espalda, notando que de nuevo la polla volvía a estar animada, y es que deseaba tener a aquella mujer. Logré convencerla de que se echara sobre la cama y yo me puse a su lado. Acaricié su rostro, su cabello, sus mejillas, y finalmente puse mis labios sobre los suyos. Al parecer Margarita no necesitaba mucho estímulo, porque me agarró la picha y comenzó a agitarla, haciéndome una paja. Yo no esperé más y me apoderé de sus senos, a través de la ropa de su blusa y su sujetador. Hundí mi lengua en su boca, buscando la suya, y cierto es que la encontré. Se pegó a mí como si fuera un clavo ardiendo, y realmente yo ya tenía el clavo ardiendo. Comencé a quitarle la ropa y la desnudé. Quedó ante mí su cuerpo presto, ansioso, bello en su desnudez. No pude esperar más y acerqué mi dardo a su diana. Su rubio vello púbico era una incitación, y no la desoí. Me coloqué en posición y metí la polla en toda su dimensión en el corredor de su coño. ¡Ya estaba húmedo! Follé a aquella mujer como si fuera la última. ¡Qué polvo! Yo sabía que iba a tardar en correrme, así que me dediqué a imponer un ritmo frenético que ella supo aprovechar con sucesivos orgasmos.
Luego decidí que también la iba a sodomizar. Hice que adoptara la postura adecuada (agachada e inclinada) y puse en la puerta a mi máquina folladora. La abracé por detrás y fui metiéndosela lentamente. Taladré su culito igual que el de la otra: sin contemplaciones. Hundí en él mi taladro y agoté mi caudal en su interior.
Luego las dos me cubrieron de besos y caricias. Parecía increíble pero yo volvía a estar empinado. Mis dos amantes no dejaron de ser sensibles al miembro en fase creciente y se disputaban cuál de las dos me la iba a chupar. Finalmente fue Margarita la que colocó su cabeza sobre el glande y comenzó a hacerme una mamada de aúpa. La otra no estaba quieta, y deslizándose entre mis muslos me chupaba los huevos. Yo podía alcanzar las tetas de Margarita y me dediqué a meterle mano; también podía llegar hasta la entrada de su sexo y allí colé mis dedos, jugando con su clítoris y su vagina. La fluidez húmeda que de allí brotaba manifestaba que respondía adecuadamente a mis caricias.
Cuando sus lamidas lograron que el tamaño de mi lanza fuera el adecuado les pedí que adoptaran la siguiente postura: Gloria sentada en la cama; ante ella, inclinada sobre su coño puse a Margarita, para que le hiciera un buen trabajito; luego yo me puse detrás de Margarita aprestándome a follarla debidamente. Ésta parecía no hacerle ascos a nada porque inmediatamente se aplicó a la labor de recorrer con su lengua todo el sexo de la otra, quien la tenía sujeta por la cabeza como si quisiera que llegara lo más adentro posible. Sea por lo que fuere, el caso es que Margarita estaba cachonda de verdad. Nada más rozar su ranura vaginal con la punta del capullo, pareció dilatarse para dar cabida dentro de sí a mi locomotora a plena potencia: su sexo se abrió como una flor y yo entré en ella como una abeja dispuesta a fecundarla. Hice que alzara un poco más la grupa y luego la sujeté firme por las caderas: empujé hasta el fondo y Margarita lanzó un gemido, entre el placer y el dolor de sentir aquel órgano que tomaba posesión de su cuerpo, que la penetraba tan a fondo y tan íntimamente. En seguida recuperó el aliento y comenzó a mover las caderas acompañando mis movimientos: esa mujer sabía moverse y sabía cómo dar placer a un hombre. Todo esto sin descuidar su labor con la lengua sobre y en el sexo de nuestra compañera Gloria, que a juzgar por sus espasmos debía estar ya corriéndose. Margarita había alzado las manos y con ellas magreaba las tetas de su amiga, apretando los pezones como si quisiera ordeñarla. Yo seguía a lo mío que era follarme a Margarita. Su coño rezumaba flujo vaginal, síntoma de su excitación lo que facilitaba mi labor de recorrer con la polla todo su pasillo sexual. Al rato Margarita sufrió un estremecimiento, se abrazó fuerte a Gloria y apretó su sexo alrededor de mi polla, como si quisiera retenerla siempre allí dentro. Noté cómo resbalaba su zumo y cómo caía sobre las sábanas; luego tuvo una serie de temblores y su cuerpo se agitó como si estuviera poseído: se había corrido (según confesó después, como nunca lo había hecho en la vida).
Gloria reclamaba ahora su parte en la fiesta. Accedí y les pedí que cambiaran de nuevo de postura.
Fin.