Gloria es una madraza
Una vez en que su padre y yo volvimos de una fiesta, yo tenía lencería de la buena y él se puso como una moto. Me folló como pocas veces y le pedí que también me la metiera por el culo. Escondí en lo más profundo la certeza de que mi hijo nos estuvo espiando.
Me presento brevemente: me llamo Gloria y tengo unos 40 años. Me casé muy joven y pronto tuvimos un hijo. Soy muy controladora y sobreprotectora con mi niño, pues mi marido viaja mucho y focalicé mi vocación familiar con él. Mi niño tiene 19 años y consiguió una beca Erasmus en Grecia. Tras cuatro meses sin verlo, volvió al fin, estábamos muy contentos de tenerlo con nosotros otra vez. No obstante, a mi marido le pilló en el otro extremo de Europa y no pudo venir a recibirlo. Charlamos, nos fuimos a comer por ahí, hasta que llegamos a casa. Por la tarde estaba muy contento porque al fin iba a ver a su novia. Antes de irse le abracé muy fuerte.
— ¿Has echado de menos a María?
Fue decir su nombre y sentí cómo tuvo una erección. Como lo vi turbado, hice como si no me diese cuenta.
— ¡Mucho! Hemos quedado esta noche para después de cenar. Es que está muy liada, mañana tiene un examen, si se quita esa asignatura, prácticamente termina ya.
— Qué alegría. Oye, puedes llegar a la hora que quieras.
— Gracias, mamá, ¡contaba con eso!
He de reconocer que mientras hablábamos, no me separé de él, e incluso me rocé a propósito con su pene. Estaba muy orgullosa de él y quería que estuviese motivado cuando viese a María. Estaba algo celosa, pero sabía que él ya era casi un hombre y algún día tenía que levantar el vuelo. Mantener su pene amorcillado fue un acto de amor, de inconsciencia y de maldad.
Al final salió, pero una hora después ya estaba de vuelta, visiblemente decepcionado. María tenía que estudiar y no tenía tiempo de estar con mi niño. Era una buena chica, pero yo tenía cierta inquina contra ella. Era algo timorata y tenía a mi hijo un poco dominado. Pongo un ejemplo. Una vez que llegué a casa, oí un leve ruido en la salita de estar. Silenciosamente me acerqué y los vi a los dos, medio desnudos. Pedrito quería que se la chupara, pero María se negaba. Se la meneó un poco, pero no consintió siquiera en besarla. Al parecer él ya le había practicado sexo oral, pero la palabra reciprocidad no estaba en el diccionario de ella. Le dijo algo así que eso sólo lo hacían las putas y las guarras. Yo estaba muy enfadada. Volví sobre mis pasos y simulé que entraba dando un portazo y fui directamente a la salita. Casi los pillo.
El caso es que esa noche mi chico se vio en casa, compuesto y sin novia. Se puso ropa cómoda y sentó junto a mí en el sofá. Yo, que estaba viendo una película y no esperaba a nadie, iba vestida con un salto de cama sin ropa interior. La blusa me la iba quitar al acostarme, pues me está algo estrecha y me aprieta los pechos. Así que estaba con un buen escote y los pezones taladrando el satén. Estuvimos viendo la película y me dió por recostarme en su regazo. Hubo una escena subida de tono y sentí cómo su pene se endurecía bajo mi cogote. El dejó de respirar y a mi casi me da la risa. Acabó la peli y me puse sentada más normal. Para darle el beso de buenas noches me apoyé descuidadamente en su pene y comprobé que seguía algo duro.
— ¡Que pases una buena noche, descansa cariño!
Pero sabiendo que la lagarta lo había dejado tirado después de cuatro meses sin verlo, y lo sensible que estaba su polla, también sabía que el pobre no iba a tardar mucho en hacerse una paja. Me recogí a mi cuarto y oí cómo él se metía en el suyo. Se me recalentó la cabeza, quería que mi hijo tuviese la noche especial que se merecía y empecé a hacer recuento de justificaciones que me llevaron a hacer lo que hice. Empecé por la relación tan rara que tiene mi amiga Carla con sus hijos, que siendo personas de lo más normales, tienen una relación tan extraña entre ellos, que al ajeno le da pie a fantasías incestuosas. En este punto he de reconocer que me he masturbado pensando en Carla jugando con la polla de su hijo, y por motivos que desconozco, también entró el mío en ese delirio. También recordé las veces que mi hijo me ha cogido de la cintura y bajando la mano casi me toca el culo. Y la vez en que su padre y yo volvimos de una fiesta, yo tenía lencería de la buena y él se puso como una moto. Me folló como pocas veces y le pedí que también me la metiera por el culo, y lo hizo diciéndome cosas guarras y yo otras más aún. Pero escondí en lo más profundo la certeza de que mi hijo nos estuvo mirando. Una sombra en un reflejo, ruidos imperceptibles en el pasillo. Primero me dio vergüenza, luego sobreactué un poco, pues quería que viese cómo folla una mujer de verdad, y no la mojigata de su novia o las pelanduscas del porno. Recordé también las veces que he creído que alguien me observa cuando me ducho… Luego volví a mi amiga Carla, en un bucle morboso, y me convencí. Si ella lo hace y son normales, por qué yo no. Al fin y al cabo no hay deseo, sólo… justicia. Sí, esa era la palabra, ¡justicia!
No me lo pensé más, tenía que hacerlo sin más preámbulos. Fui a su habitación, toqué la puerta y entré sin esperar. El estaba frente al ordenador, con los cascos puestos y viendo porno. Se estaba masturbando y se encogió.
— ¡Mamá!
— Perdona, hijo —me acerqué a él.
Intentó apagar el monitor, pero no le dejé. Una mujer blanca de unos 30 años estaba de rodillas tragándose unas enormes pollas negras, tres contra una. Estuve mirando en silencio la escena, con él junto a mí.
— ¡Una mujer afortunada! —él no respondió a la broma. Se sentía humillado.
En el vídeo la mujer se cogió un pecho mientras agarraba una de las vergas. Parecía entusiasmada y pensé que yo también lo estaría en esa situación. El me miró. Me puse detrás de él y dejé mis manos posadas en sus hombros.
— Perdona que haya entrado así. Pero no te avergüences por lo que estás haciendo, es normal, más que normal, es lo lógico. Tenías que haber estado con María, haciendo el amor con ella. Así que lo que tienes que hacer es desfogarte.
Me agaché y le di un beso en la mejilla, pero al postrarme y levantarme le restregué mis pechos por el cogote.
— Gracias, mamá —puso una mano sobre la mía, dándome unas palmaditas. Me pregunté si esa mano era la que usaba para masturbarse.
No me moví del sitio y el vídeo seguía con la mujer, ahora con una de esas enormes porras metida en el culo. Un jadeo salía de los cascos de mi retoño.
— Puedes seguir —le dije.
— ¿Qué? —comprendió— ¡Mamá!
— Sigue, cariño. Que no te de vergüenza —seguiría con la cantinela lo que hiciese falta.
Sin embargo, él no siguió. Qué orgullosa estaba de él, me lo hubiese comido a besos en ese momento. Así que le puse los cascos en las orejas y eché el vídeo hacia atrás, cuando la mujer se estaba merendando las pollas. Y me quedé tras él, con mi vientre rozando su cabeza y mis manos sobre sus hombros. Al poco, la estimulación hizo su efecto y dejó de taparse la verga, que había encogido algo. Con una mano empezó a tocarse y aquello volvió a subir.
— Esto es muy raro —dijo. Deslicé mis manos más cerca de su cogote.
El se masturbaba lentamente, recorriendo una polla que se hacía más inmensa. La veía crecer iluminada por la luz del monitor. Volví a inclinarme hacia delante, y le cogí el ratón. Mi pecho rozaba su sien, él podía sentir mi calor. Recorrí las escenas y vi los distintos numeritos que hacía el grupo. Me quedé en una en el que la mujer tenía una verga en cada orificio, y aún le quedaba energía para pellizcarse los pechos. Volví a mi sitio, con las manos en sus hombros. El siguió con el manubrio. Una de mis manos abandonó su contacto para sobarme un pezón. Mi chico miró hacia mí, para saber qué estaba haciendo, pero sólo vio cómo la mano volvía a él. El resto lo dejé a su imaginación.
El vídeo se acabó y se puso a buscar otro. Vi cómo recorría el catálogo de perversiones, cómo miraba un vídeo, cómo lo abandonaba. Al final se quedó con uno de una mujer madura que al parecer pillaba a su hija con el novio. Le quité los cascos y le di la vuelta a la silla. Era muy morboso tener como fondo los gemidos que salían de los auriculares. Me puse de rodillas frente a él y le cogí la polla. El estaba inmóvil.
— Mira cariño, esta noche es especial —tenía el calor de su rabo en mi mano. La otra descansaba en su pierna.
Empecé a masturbarlo lentamente. Miraba su envergadura, pensando en lo chica que era esa misma verga hasta no hace mucho, y ahora era tan grande como la de su padre. Lo miré, estaba respirando profundamente, ocultando los jadeos, y le sonreí.
— Será nuestro secreto —cambié el tono, lo más sensual posible—. El secreto de mamá —porque era su mamá quien le daba placer y no la tonta de su novia. No sabía qué efecto tendría en él hablar así, pero la polla respondió por mi niño, pues estaba cada vez más dura—. ¿Te está gustando cómo te doy las buenas noches?
— Síiii.
— ¿De verdad, cariño?
— Sí, mamá —me dijo mamá como madre, pero yo quería me lo dijese de otra manera, como si dijese puta. Me estaba poniendo cachonda y quería que él también participase más en el juego, pero era su noche y no le iba a presionar.
— No se lo puedes decir a nadie ¡a nadie!
— No…
— Nuestro secreto… de madre e hijo… compréndeme, no podías tener tu noche de bienvenida solo —solté el rabo y le acaricié la mejilla. Volví a masturbarlo—. No hay nada malo, creeme. Piensa que es algo higiénico. Te he tocado muchas veces la colita cuando era más chico, esto no es nuevo. Ahora la tienes más grande, como la de tu padre —aumenté el ritmo—, a él le gusta que le toque ¿te gusta a ti también, cariño?
— Sí, mamá, me gusta mucho. Gracias…
— No me des las gracias aún, amor —no solía ser tan cariñosa cuando me dirigía a él, pero tenía que atraparlo en mi torrente de amor maternal—. También me gusta tocarte. Y me gusta oírte decírtelo —me acerqué un poco más para que mi torso rozase sus piernas con el movimiento. Me quedé mirándolo fijamente mientras movía la verga—. Díme cómo te gusta lo que está haciendo tu mamá.
— Me encanta cómo me coges la polla, mamá —le costó hablarme así, pero le animé a seguir.
— ¿Te habías imaginado esta situación? —silencio acusador— ¿me has tocado intencionadamente alguna vez? Dímelo, cariño —dije suspirando—, díselo a mamá .
— Una vez… que te quedaste dormida… te habías tomado un chupito y papá estaba en vuestra cama. Estabas echada en el sofá, tenías unos tirantes y no llevabas sujetador. Dormías como un tronco y no podía dejar de mirarte las tetas —le miraba sonriendo— , te puse una mano en el vientre, y como no reaccionaste, te cogí un pecho, quería saber cómo se sentía —recuerdo ese momento, no sé cómo pude olvidarlo. Entonces recordé que como soy tan protectora pasó lo que siguió contando—, entonces tú, dormida, me cogiste la mano. Me dio un miedo horrible de que te despertases tú o papá en ese momento, pero también me gustó tener tu pezón duro rozando la palma de la mano… y tu mano encima de la mía —eso es, el chico tuvo curiosidad y ya que tuvo la osadía de tocar a su madre, no iba a dejar que se quedara a medias—. Mientras no sabía qué hacer, te miraba las piernas, las tienes preciosas, mamá. Luego retiraste la mano y pude escapar del salón.
— Dime cariño, si me has tocado… ¿te has masturbado pensando en mí? ¿en tu mamá?
— Sí, alguna vez. ¡Pero pocas veces! —puse cara de sorpresa.
— ¿Pocas veces? ¿No soy deseable?
— Estás cañón, mamá, no seas mala. Mis amigos se comportan raro cuando apareces con las calzonas o los pantalones ajustados. Eso no lo hacen con el resto de… madres.
— ¿Tus amigos me miran el culo, delante tuya? tú también me lo miras, entonces…
— También te miro el culo, mamá. Lo tienes perfecto.
— Gracias, cariño. ¿Qué más te gusta de tu mamá?
— Lo puta que és —le salió del alma. Se quedó algo cortado.
— Esta noche es puta para ti, amor. Tienes la polla bien gorda, y me está gustando conocerla bien. Me encanta cogerte la polla como una puta, sentir la polla de mi hijo, masturbarte como masturbo a tu padre.
— Es una delicia cómo lo haces, mamá.
— Hoy mamá es tu puta, mi amor —dejé que se deleitara en mi masaje—. Nos quedamos en que sólo te gusta mi culo.
— También me gustan mucho tus pechos. Este verano no pude evitar verte tomar el sol en la piscina del tío. Creías que estabas sola y estabas haciendo top-less. Luego te diste la vuelta y te desabrochaste la parte de abajo, para tomar el sol. Al rato, cuando te levantaste se te olvidó que no llevabas atado el bikini y te vi desnuda, te agachaste a cogerlo, y tu culo… estás buenísima, mamá. Pero tus pechos tan grandes… —se estaba aturullando, el pobre.
— ¿Te masturbaste entonces? —interrumpí—. ¿Eyaculaste pensando en tu madre?
— Sí —mintió, lo sé, pero se puso cachondo de pensarlo. Seguro que a partir de ahora alguna macoca caería en mi honor. No dejaba de mirarme el escote.
— ¿Quieres que mami te enseñe las tetas? ¿Quieres ver las tetas de mamá mientras te toca la polla? —afirmó—.
Me saqué un pecho de la blusa, me pasé un dedo por un pezón, y luego saqué el otro. Me manosee mientras gemía, aunque ya llevaba tiempo suspirando y gimiendo. Pero como me apretaba la tela, terminé por bajarme toda la blusa. Me pasé las manos desde las caderas hasta los pechos, para que él viese la firmeza de los mismos.
— Ahora te gusta más que te toque ¿verdad? viendo las tetas de tu mamá. Ya no tienes que espiarme, me las puedes mirar, hijo. Estoy desnuda para ti. Sólo para ti —se incorporó y se acercó. Me deseaba, pero no se atrevía a mancillar mi cuerpo. Yo seguí incitándole—. Mami sabe que tiene cuerpo de puta, pero puta sólo para su niño, igual que esta es la polla de mamá —mi hijo se atrevió a cogerme de un pezón, tiró suavemente de él, luego hizo movimientos circulares con el índice y el pulgar. Apenas apretaba, pero la insistencia del movimiento empezó a excitarme—. Sí, cógeme de los pezones, me gusta mucho, hijo. Me gusta que me toques así, sigue. Son para ti.
Notaba que su excitación había pasado varios límites, pero seguí con lo mío. Me acerqué más aún. Acercando mi boca, dejé que fantaseara con que le hacía una felación, quería que sus pajas en un futuro tuviesen recuerdos vividos, que cuando estuviese con María o similares, fuese consciente de que había otras formas de practicar un sexo más pleno.
— Quiero verte eyacular, cariño. Ver tu leche en mis manos. Mami hará que sea inolvidable—me puse más erguida—. Cógeme las tetas… así… tienes la polla entre las tetas de mamá —él las apretó para sentir el contacto con su verga, pero era yo quien dirigía el movimiento de la polla, y sólo dejé que las rozase—. ¿Quieres correrte sobre mi? ¿Sí? Dámelo, amor, así, así, muy bien cariño, dámelo todo, más, un poco más, así…
Me cubrió los pechos con su leche, las manos estaban pringadas y unas gotas tocaron mis labios. La polla estaba muy gorda, pero no tardaría en bajar. Yo estaba muy cachonda y necesitaba también un recuerdo para llevarme a la soledad de mi habitación. Me metí la verga en la boca y saboree el salado esperma de mi hijo. Con las manos movía la polla y con la boca chupaba el glande, que aún recibía pequeñas gotas. Cuando no quedó nada, terminé de limpiarle la verga con la lengua y labios. Me dio la impresión de que el chico recuperaba muy levemente la erección, cosas de la juventud, pero yo ya había acabado lo que había ido a hacer.
— Te has corrido sobre tu madre, has sido un poco guarro, hijo —me pasé los dedos por los pechos, recogiendo el semen, y me los metí en la boca—. Este será un secreto entre tú y yo. Tu madre ha sido algo puta y a ti te ha gustado correrte sobre ella —me subí los tirantes de la blusa, un pecho pudo entrar, manchando el satén con el semen, el otro quedó a medio meter. Me puse de pie y le di un beso en los labios. Me dirigí a la puerta.
— Y papá…
— Tu padre no es problema, eso es cosa mía —me acaricié el pecho que estaba descubierto aire—. Espero que te haya gustado tu noche de bienvenida, porque esto no se volverá a repetir —hizo un gesto de aprobación, así quedaba sellado nuestro secreto.
— Buenas noches, mamá.
— Buenas noches, mi amor.
Entré en mi cuarto y me desnudé. Dejé la puerta abierta por si mi hijo quería volver a mirar a su madre como puta, pero esa noche no salió del cuarto. Estoy segura de que volvió a pajearse, yo lo hubiese hecho. De hecho, abrí la mesilla de noche y saqué el consolador que solía aliviarme las noches en que mi marido me dejaba sola en casa. El semen de mi hijo ya estaba secándose y me humedecí los dedos para pasarlos por mi piel, y volver a saborear su néctar. Mi sol se merecía que me lo tragase todo, eso me decía mientras el vibrador entraba y salía de mi mojada vulva.
Los días siguientes pasaron como si no hubiese pasado nada, y la normalidad llegó a nuestra vida familiar.