Gloria en las nubes

Unas amigas plantean una fantasía para hacerlo en el avión que termina por convertirse en una placentera realidad.

Comenzaba a quedarse dormida, la ensoñación la hacía sentirse en el cielo, avanzando entre las nubes. Pero en algún momento sus manos ya no tomaban el timón, se apoyaban sobre alguna pared de la cabina del avión, conteniendo el balanceo de su cuerpo. No podía conciliar el sueño sino hasta que exprimía el líbido que la invadía. Retraía sus piernas y por debajo de sus braguitas deslizaba su mano.Gloria trataba de no pensar en la idea, pero su trabajo no le permitía alejarse de ella, desde que había entrado en su cabeza aparecía continuamente en su inconsciente y la conquistaba: hacer el amor durante el vuelo.

Entre la gran cantidad de personas que circulaban en los andadores del aeropuerto se abría paso la sobrecargo con su característico uniforme y gorra, bajo la cual traía anudado su cabello pelirrojo. Su uniforme era color grana con decorados dorados. Jalaba su maleta con alguna dificultad, pues era pesada, pero se detenía cada cierto tiempo. Su carita redonda y blanca, adornada con algunas pecas, se movía de un lado a otro, sus claros ojos buscaban atentamente entre la gente. Por fin, en algún momento la vió.

Un tanto alejada,  Gloria compartía una mesa de la cafetería con un hombre. Su brazo recargado en la mesa sostenía el mentón de su cara morenita, la cual se movía ligeramente al seguir la conversación que tenía con él. Sus grandes ojos negros estaban bien abiertos y se resistían a parpadear. Con su otra mano, como de forma involuntaria, se acicalaba su liso cabello azabache que bajaba hasta la altura de las alas plateadas en la solapa de su saco azul.

Estaba a su lado un hombre delgado, con el pelo más bien despeinado y barba poco densa que cubría sus pómulos con modestia. Platicaba con Gloria pero su mirada parecía caer hipnotizada por la mano que subía y bajaba por el largo pelo. La sobrecargo que se aproximaba identificó que aquél hombre traía, he hecho, el uniforme de asistente de vuelo de su misma compañía: un pantalón y chaleco color grana. Llegaba a ellos cuando comenzaron a despedirse sonriendo. El hombre se levantó y se retiró. Gloria quedó perdida en sus pensamientos, jugueteando con la gorra en sus manos, así que no se dio cuenta cuando su amiga llegó a su mesa.

—Buen día, mi comandante favorita—le saludó la sobrecargo.

—¡Caty!—exclamó sorprendida—no te ví.

—Me dí cuenta. ¿quién era el bonito ese con quien charlabas?

—Ah…, un asistente de vuelo. Hemos coincidido en un par de viajes, recién entró a trabajar a nuestra compañía.

—Pero ¿tendrá un nombre, no?—replicó Caty.

Las mejillas de Gloria se ruborizaron. —Ejem..—tosió. —Sí, se llama Mario.

—Vaya — Así que tenés un noviecito.

—Claro que no —contestó Gloria aún más ruborizada.

—Pero si es claro que te estaba chamuyando.

—Ni siquiera estamos saliendo, apenas platicamos. Es todo—aclaró Gloria. Aunque Catalina trató de indagar más detalles. El interrogatorio se interrumpió, para alivio de Gloria, cuando otra persona acudió a la mesa. Era una mujer de cuerpo robusto, de piel clara y con el pelo teñido de color miel, el cual llevaba amarrado en una cola. Portaba un uniforme azul marino como el de Gloria.

—Ella es mi amiga Daniela—señaló Gloria—también la estaba esperando. Nos conocimos en la academia, aunque ella es de una generación más reciente. En un mes comenzaremos a pilotar juntas una ruta.

—Qué gusto—comentó Catalina—veré si me pueden colocar en algún vuelo suyo.

Se presentaron ambas amigas de Gloria y amenizaron la charla con unos cafés.  Pero en algún momento la plática retornó de nuevo al susodicho personaje.

—¿Y qué ha pasado con el asistente de vuelo del que me contaste?—Preguntó Daniela.

—¡Ajá, el dichoso Mario, eh!—señaló Catalina de forma maliciosa.

Otra vez ruborizada, Gloria insistió en su aclaración —Hemos coincidido en dos vuelos, sólamente.

—Pues si vuelven a coincidir te lo puedes tirar en el avión—dijo de forma ruda Daniela.

Pero estas palabras hicieron que en la mente de Gloria se formara la asociación entre su fantasía y lo que estaba sucediendo con Mario. Se puso roja como un tomate y sintió que la hubiesen golpeado en la barriga y sacado el aire, por lo que comenzó a abanicarse ansiosamente con su mano. Sus amigas rieron morbosamente al ver la sobrerreacción de Gloria.

—¿Así que sí te pone cachonda la idea? jajaja— dijo Daniela.

— Eso sería pan comido —indicó Catalina—al menos para las azafatas es sencillo. Aunque no sucede tan seguido como se ve en las películas. Pero supongo que será un quilombo si tenés que pasar en cabina todo el vuelo.

—Podría aprovechar una salida a los sanitarios— señaló Daniela, siguiendo el argumento.

— Claro— asintió Catalina— aunque es poco seductor y cómodo hacerlo en ese cuartito ¡Pero el subidón de adrenalina…!— dijo, con la mirada perdida, recordando sin recato algo sucedido.

— Jejeje, pues si lo piensas, también podría ser en otro lugar— contestó Daniela.

Y en ese momento, bromeando sobre el asunto, las amigas de Gloria comenzaron a plantear los detalles de cómo la piloto podría tener intimidad en el vuelo.

— ¡Basta!— solicitó Gloria después de unos minutos de esa conversación. Sudaba de nervios ante lo que sugerían sus amigas.

— jeje, está bien— dijo Daniela— pero si pudieras hacerlo, ¿lo harías?

Y el curso de los eventos por venir quedó marcado por la respuesta de Gloria..

— Quizá— dijo de forma exaltada y débil, como para sí misma.

El móvil de Daniela vibró. Le escribía Catalina.

C: Hola Daniela. Buenas noches. Hubo muchos cambios de último minuto, pero mañana iré en su vuelo como jefa de azafatas.

D: Hola que bien! me da gusto que vayas con nosotras.

C: Adivina quién va a acompañarnos?

D: No me digas que el Romeo de nuestra amiga

C: El mismo. ¿iniciamos la operación?

Horas más tarde, la pantalla del móvil de Gloria destelló, iluminando su cuarto oscuro. Gloria trataba de dormir cuando fue interrumpida por la vibración. Tomó su celular, era Daniela.

D: Amiga. Prepárate, mañana Mario va ir en el vuelo. Te lo podrás cachondear.

G: qué dices?

D: Es cierto. Nos vemos para comer antes del vuelo. Te daré más detalles. Sueña con Mario ;-). jeje

Gloria respiró profundamente. No sabía que tramaban exactamente sus amigas pero la idea de coincidir con Mario hacía que de su pecho brotara un calor que se extendía por todo su cuerpo.

Abrió los ojos y el sol iluminaba su habitación. Todavía tenía el móvil en su mano. Creyó que no podría conciliar el sueño pensando en lo que le había escrito Daniela. Sin embargo, se había quedado dormida como una bebé. Parecía que su cuerpo hubiera guardado sus energías para el día de hoy.

En el gabinete del restaurante ya la esperaba Daniela.

—Todo ya está listo. Sólo tienes que decir que vas al baño, pasar a la cocineta y ahí estará tu bombón.—decía la copiloto, mientras terminaban de comer.

—No sé si quiera hacer esto

—Yo creo que quieres. Mírate. Te maquillaste como si fueras a ir a una pasarela de modas.

Gloria se ruborizó.—¡Es una completa locura!—replicó—imagina que nos descubran.

—Tranquila, amiga. Tu primer oficial y la sobrecargo serán tus cómplices, todo está controlado. Además las cosas tienen que hacerse muy rápidamente, será sólo un cachondeo, no necesariamente llegarán a cuarta base.

—¿Cuarta base?—cuestionó Gloria, que no entendió el comentario.

Con la rudeza que la caracterizaba, Daniela hizo un gesto con sus manos. Formó un anillo con los dedos índice y pulgar de una mano e hizo pasar el índice de la otra por él. Gloria se puso más roja.

—Préstame tu bolso—requirió Daniela. Un poco sorprendida por la solicitud, tomó su bolso y se lo dió a Daniela. Ella sacó algo del suyo y lo introdujo en el de Gloria.

—Será mejor que te lo pongas desde este momento.

Gloria revisó lo que le había guardado Daniela, era un largo sobrecito metálico de color blanco, al tocarlo sentía una textura blanda.

—¿qué es, una mascarilla?—preguntó Gloria.

—No, tonta. Es por si llegan a cuarta base.

Gloria miró con detenimiento el sobrecito y leyó la descripción: “Condón femenino”. Comenzó a toser de forma nerviosa con tal alboroto que el mesero pasó a dejarle un vaso de agua. Continuó abochornada y abanicándose con su mano.

—Lo puedes usar por varias horas. De hecho, durante todo el vuelo, que serán 4 horas. Pero si llegan a necesitarlo, será mejor que ya lo tengas puesto y no pierdan tiempo vistiendo al “muñequito”. O acaso, ¿te estás cuidando?

Gloria lo negó con la cabeza.—Es una locura, una completa locura—sentenció.

Pasaron al tocador después de comer. Se lavaban las manos en los lavaderos pero Daniela tardaba—Te espero afuera—le indicó Gloria, al tiempo que salía caminando de forma nerviosa. Daniela revisó el compartimento que había usado Gloria e identificó el sobrecito blanco roto en la basura. Mandó un mensaje de texto a Catalina: “Luz verde. Habrá fuego durante el vuelo”.

Terminaba la reunión de la tripulación previa al vuelo. Catalina asignó a Mario a la atención de primera clase, junto a ella. Todos se retiraban cuando Catalina se acercó a Mario para comentarle algo.

—Mario, no he querido llamarle la atención, pero le recuerdo que debemos presentarnos debidamente descansados al vuelo. Mire la cara que tiene—le dijo Catalina de forma discreta. Mario se extrañó. Usó la selfie de su móvil para mirarse sin notar nada fuera de lo común.

Inició el abordaje. Las pilotos ocupaban sus asientos con autoridad y cuando terminaban de subir los pasajeros Gloria viró su cabeza y se asomó a  la cabina, sus ojos se toparon con los de Mario que miraba hacia la cabina de vuelo. Sus miradas fueron apartadas por la puerta de la cabina que se cerró. Gloria suspiró. Comenzaron las maniobras de despegue. Al fin recorrían la oscura alfombra que les dirigía hacia el horizonte. Gloria comenzó a empujar suavemente la palanca de potencia. Conforme se aceleraban los motores también su pulso. En segundos los edificios a su alrededor comenzaron a volverse pequeños, levantaron el vuelo.

Finalizaba el despegue. Catalina se dirigió a inspeccionar la cocina. Detrás de la cabina de vuelo estaban a su izquierda, los sanitarios y a su derecha la cocina delantera del avión. Sanitarios y cocineta compartían un pequeño pasillo antes de llegar a la puerta de cabina. El acceso a la cocina estaba cubierto por una cortina oscura de tela. Catalina la corrió. Entró a la cocineta que contaba con pequeñas gavetas metálicas en sus paredes. La pared que correspondía al fuselaje del avión era una salida de emergencia con su respectiva ventanita. Tenía un par de barras que se utilizaban para servir. En una de ellas estaba una cafetera que Catalina se apresuró a encender.

De su saco Catalina extrajo un pequeño pastillero, que era donde guardaba sus anticonceptivos, pero iban en ellos un par de otras pastillas. Tomó una tacita y en ella las trituró con lo que tuvo a la mano y le vertió el café recién hecho. —Fórmula levanta muertos, ¡no falla!— pensó. Se asomó al pasillo y llamó a Mario.

—Tome este café. Le ayudará a estar más despierto—le  dijo Catalina.

—Me siento bien—replicó Mario.

—Haceme caso, Mario, que usted lo que necesita es un buen café. Verá cómo se siente mejor.

Ante la insistencia, Mario bebió un café bastante malo. Pensó que el filtro de la cafetera debió estar roto, pues tenía su bebida bastantes grumos. Retomaron sus posiciones hasta el momento en que, a mitad del vuelo, tenían que dar el servicio de alimentos.

Pasaron a la cocineta para preparar el carrito de servicio. Habían entrado al reducido espacio cuando Catalina arrinconó a Mario, fingió que algo se le había caído al suelo y al agacharse lanzó su trasero contra el pubis de Mario dando un fuerte brochazo.

—Fijate donde te ponés—dijo indignada Catalina, acomodándose la falda, señalando a Mario como el culpable del incidente. Ruborizado, le pidió perdón nerviosamente. Terminaron de preparar el carrito de servicio y se disponían a avanzar al pasillo, iba Catalina al frente y Mario empujando atrás.

—Esperá, tengo que arreglarme—se detuvo la sobrecargo antes de pasar la cortina. Catalina se quitó el saco y pasó sus manos al frente. Mario, que la veía de espaldas, suponía que arreglaba algo en su blusa, pero repentinamente se dio media vuelta mostrándole todo su escote abierto. Se alcanzaba a ver la parte superior de las copas de su sujetador de encaje.

Como si ingenuamente se arreglara su ropa interior,  subía y bajaba los tirantes del sujetador por sus hombros y pasaba sus manos por debajo de sus senos, a manera de ajustar las varillas. Miró con molestia a Mario y  se comenzó a abrochar su blusa con indignación. Admirado por lo sucedido, Mario comenzó a pensar que Catalina estaba chiflada, pero también sintió que la cosita entre sus piernas se comenzaba a esponjar sin control.

Recorrieron el pasillo sirviendo bebidas y aperitivos a los pasajeros. Pero Mario lo hacía cada vez más incómodo, tratando de ocultar lo que ocurría bajo su pantalón. Se sentía avergonzado por el hecho de que hubiera reaccionado así a lo ocurrido con Catalina. Percibía su miembro demasiado rígido, como estuviera sujeto por dentro por una estaca de hierro. Por más que lo intentaba, no lograba hacerlo bajar.

Terminaron por fin el servicio de alimentos y regresaron a la cocineta a acomodar todo de nuevo.

—Por favor termine de acomodar el carrito, Mario. Debo atender el teléfono—señaló Catalina. Salió ella de la cocina y verificó que no hubiera nadie en el baño. Manualmente cambió el señalamiento del mismo a la luz roja que indicaba que estaba “ocupado”. Llamó a la cabina e indicó que el servicio de alimentos se había terminado. Era la señal.

Gloria colgó el teléfono. Desde su estómago comenzó a vertirse un cosquiquello por todo su cuerpo. Daniela volteó a verla y asintió con su cara, indicando que lo hiciera. La comandante indicó que tenía que pasar al baño. Retiró su diadema y lentes oscuros de su cabeza. Se levantó despacio de su asiento y se dirigió hacia atrás del avión. Salió de la cabina de vuelo. Tenía la cocina a su izquierda, giró rápidamente sin pensarlo.

La cortina se abrió ligeramente. Mario volteó nervioso, esperando encontrar la cara pecocita de la sobrecargo, pero por la cortina se asomaba la mirada de una diosa egipcia: unos grandes ojos adornados con un grueso delineado negro.

—¡Gloria!—exclamó Mario sorprendido.

Sin decir nada, dio un par de pasos hacia Mario moviendo sus caderas con amplitud. Su imagen corporal reflejaba a una leona que marcaba su territorio, aunque por dentro se estaba muriendo de nervios. Quizá se veía ridícula, quizá Mario tomara a mal lo que hacía y la rechazaría.

Se topó con Mario y se recargó ligeramente contra él. Al palpar el duro bultito bajo los patalones de él se sintió muy sexy. Pensó qu apenas había aparecido y había provocado esa libidinosa reacción. Se llenó de adrenalina y se desinhibió por completo. Con tremenda rapidez deshizo el nudo de su corbatín y pasó sus dedos sobre los botones de su blusa, quedó abierta por completo. Con brusquedad, bajó los tirantes de su sujetador y dobló hacia afuera sus copas. Sus blanditos senos quedaron expuestos a la mirada de Mario. Tomo las manos de él e hizo que sus palmas cubrieran sus mamas.

—No debemos hacer esto...—señaló Mario nervioso, quien fue callado por un profundo beso que endureció los pezoncitos de Gloria y aún más su miembro.

También con rudeza se lanzó sobre la hebilla del cinto de Mario. Apenas saltó hacia afuera, sus manos ya estaban desabrochando el botón y deslizando el zipper hacia abajo. No perdió tiempo, hundió sus manos por debajo de la ropa interior de Mario y tiró con fuerza hacia abajo, en su descenso la ropa se atoró con el duro mástil y fueron necesarios un par de tirones para vencerlo. La ropa quedó doblada a la altura de las rodillas y las partes íntimas de Mario completamente expuestas. Al verlas, Gloria sintió que un río comenzaba a emanar dentro de su vientre.

Fuera de la cocina, en la entrada de pasillo que llevaba también al baño. Catalina estaba sentada en su asiento. Vigilaba que nadie entrara, pero después del servicio de comida, los pasajeros se dormían o distraían con sus audífonos puestos. Lo que no tenía contemplado es qué pasaría si de la cocina salieran ruidos extraños.

En la cocineta, Gloria dio la espalda a Mario, desabrochó su pantalón, introdujo sus manos a la altura de su cintura y, sin pudor, tiró hacia abajo de su pantaleta y su pantalón al mismo tiempo. Quedó arremangada su ropa a la altura de sus tobillos. Expuso sus doradas y sedosas piernas y su hermoso trasero en forma de frondoso melocotón. En su entrepierna quedó expuesto el arito del condón como una diana que indicaba en dónde habría de introducirse con firmeza la lanza. Gloria apoyó sus manitas sobre la barra y levantó sus glúteos; quedó posando con la elegancia de una fina yegua que espera recibir a su semental. Volteó su carita y lanzó una mirada de autoridad hacia Mario con la que le ordenaba que la tomara.

Sin perder tiempo, Mario la sujetó de las caderas. Con fuerza pero de forma pausada su carne fue introduciéndose dentro de Gloria, quien se estremeció delicadamente sentir como el miembro de Mario se abría paso dentro de su vientre. Tras unos cuantos vaivenes Mario se detuvo.

En parte por curiosidad y para ver que todo estuviera bien, Catalina se dirigió a la cocina. De forma discreta se asomó entre la abertura de la cortina. Entonces contempló la carita de Gloria que, recargada en la barra, volteaba afligida hacia atrás. De la cosilla de Mario se escurrían un par de gotitas aperladas mientras se inclinaba para subir su pantalón. Lo que miraba no gustó para nada a Catalina. Habían llevado a cabo el plan a la perfección y ahora Mario lo arruinaba. Las cosas no podían terminar así.

Sin pensarlo mucho y con determinación Catalina entró a la cocina. Mario trató de cubrirse la intimidad con sus manos y, al verse descubierto, no pudo pensar y dijo la primer tontería que se le vino a la cabeza.

—¡No es lo que parece!—indicó nervioso.

Catalina tuvo que respirar profundamente para que sus gritos no se oyeran hasta la Patagonia. Modulando su voz, respondió iracunda.

—¡Claro que no es lo que parece! Esto parecé una cogida de ensueño, pero ¿cómo puede serlo si ella no acabó, grandísimo pelotudo?

Mirá—agregó—¡el corpiño le estruja las lolas! ¿no podés abrirlo?

Apuntó a la entrepierna de Mario e indicó con autoridad. —Recargá tu arma, volvé por donde saliste y le vas a dar a esta mina hasta que olvide su apellido, como dice la cancioncita.

Dicho lo anterior salió rápidamente y cerró la cortina con enojo. Encontró que algunos pasajeros miraban curiosos hacia el pasillo pues, aunque no distinguieron lo que había dicho, había escuchado los gritos de Catalina, quien hizo como si no hubiera pasado nada.

Mario quedó confundido y Gloria en un principio se apenó por que Catalina la hubiera visto así. Sin embargo, por algún motivo, que los ojos de su amiga la descubrieran desnuda y vulnerable también la excitó y no quiso perder la oportunidad.

—¿Qué esperas?—le dijo a Mario.

Como si fuera un alumno al que la maestra reprendió, atendió avergonzado las órdenes de Catalina. Introdujo sus manos  por debajo de la blusa de Gloria, rozando su espalda hasta que alcanzó el broche del sujetador. Después de unos estirones lo abrió. Los suaves senos de Gloria descansaron de estar sofocados. Mario quedó asombrado de que se hubiera repuesto tan rápido y que de nueva cuenta su miembro estuviera duro como una piedra.

Volvió a tomar a Gloria por las caderas, la embistió y comenzó con un constante frotamiento de su miembro dentro de la intimidad de Gloria. El roce con el condón producía ligeros chillidos. Ella sentía muy rico las caricias en su interior, percibía que de su vientre surgía una ola cálida que recorría todo su cuerpo. Miró hacia la ventanilla de la cocina y vió el cielo tapizado de nubes justo en el momento en el que Mario la embistió con mucha fuerza. Gloria quedó levantada del suelo, detenida sólo por el pubis de Mario y sus brazos en la barra, las puntas de sus zapatos buscaban graciosamente el suelo. Liberadas de la tensión de estar de pie, las piernas de Gloria se relajaron y provocaron que el placer se derramara por todo su cuerpo. Se llevó apresuradamente su corbatín a la boca para silenciar una serie de gritos que no pudo controlar.Mario aún la embestía.

¡Ya, ya, ya!—suplicó Gloria gimoteando.

Mario se detuvo y salió de Gloria. Ella no se pudo mantener de pie y lentamente se deslizó hacia el suelo, recargada en el mueble de la cocina. Quedó como si fuera una modelo que posara para una foto de calendario, con su blusa de piloto abierta, mostrando sus senos y completamente desnuda de su cintura hasta sus tobillos.

—Ve a la cabina—le indicó Gloria—hay que evitar que sospechen. Con rapidez Mario se acomodó su ropa y salió de la cocina. Gloria tuvo que esperar un par de minutos para reponerse.

Catalina apareció en la cocina—Vamos, nena, que te necesitan en los controles, dejame ayudarte—le dijo. Y entonces asistió a Gloria para levantarse, ya de pie, se retiró el condón. Catalina le subió el pantalón, le abrochó el sujetador y le ayudó a abotonarse. Sin pensarlo, Gloria le tendió un fuerte abrazo y se recargó en su hombro por unos instantes.

Regresó a la cabina de vuelo. Una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro, sus párpados estaban caídos como si estuviera ebria, toda ella reflejaba placer. Sus piernas aún tenían ligeros temblores y al sentarse sintió un tibio cosquilleo en su vientre. Al verla, Daniela manifestó una risita cómplice.

A lo lejos en el cielo, el atardecer dibujaba una franja naranja y las nubes debajo del avión se pintaban de morado. Gloria se preparaba para iniciar el descenso de lo que había sido el vuelo más fantástico que había tenido.