Gloria Cap 1
La vida puede dar muchas vueltas. A veces nos sorprenden las cosas que nos suceden.
GLORIA cap 1
La vida puede dar muchas vueltas. A veces nos sorprenden las cosas que nos suceden.
Llaman al timbre de la puerta… y… ¡están abriendo con la llave!
—¡¡¿Quién anda ahí?!! — Grito mientras empuño un bate de béisbol.
—¡¡Soy yo, don Pablo!! ¡Gloria María!
Es el nombre de la mujer que cuida de mi casa, me prepara la comida… Pero ¿a estas horas? Son las doce de la noche.
—Pasa Gloria, ¿qué ocurre? Pero… ¿Qué te han hecho? ¿Cómo estas así?
La mujer presenta un estado lamentable. Moratones en el rostro, heridas sangrantes en la cabeza. Cortes en los brazos y manos…
—Siéntate en el sofá… Voy por el botiquín ¿Quién es esta muchacha?
—Soy Sandra, su hija. — Susurra la chica, muy joven…
—¡¡¿Cómo, mi hija?!! — Exclamo sorprendido… por un instante pensé que podían querer endosarme una hija…
— ¡Noo! Soy hija de Gloria.
La explicación me convence más. Voy a buscar un botiquín para emergencias, toallas… Mientras lavo las heridas compruebo que no son excesivamente graves. Su hija la desnuda sin timidez, dejando solo el sujetador y las bragas. Desinfecto y vierto polvos antibióticos en los cortes. Puedo ver los cardenales de los golpes recibidos, donde aplico un poco de pomada para los hematomas. La joven me mira sin pestañear. Me ayuda a poner en pie a su madre y llevarla a mi dormitorio donde la dejamos acostada tras hacerle tomar un calmante. No dejaba de llorar.
—¡Ayyy don Pablo! ¡Ayyy! Perdóneme, es que no sabía adónde ir…
—Tranquila Gloria… Ha hecho bien. Ahora intente dormir, descanse.
La dejamos acostada y bajé con la joven al salón.
—¿Qué ha pasado Sandra?
—Señor Pablo, lo siento… Ha sido el novio de mamá. Llegó bebido a casa y… — Un sollozo interrumpió su explicación. Se refugió en mis brazos llorando. — Todo ha sido por mi culpa…
—¿Por tu culpa? ¿Qué has hecho? — Pregunté tratando de calmarla.
—Yo quería salir con mis amigas y mi madre no me dejaba… en eso llegó él y… Estaba muy bebido… Me empujó hacia la cama gritando que yo era una pendeja y quiso cogerme… Mi madre se interpuso y le dio tremenda golpiza, la tenía en el suelo y quiso acuchillarla. Le di un golpe con una olla en la cabeza y cayó al piso. Mientras se levantaba agarre a mamá por un brazo y la arrastré a la calle. No sabía adónde ir… Y la traje aquí…
Yo seguía acariciando su pelo calmándola… Olía muy bien…
—Has hecho bien, Sandra. Aquí no creo que venga ese energúmeno, pero si se le ocurre acercarse lo esperaré. Esto no se le hace a una mujer. Ahora cálmate, acuéstate con tu madre; yo dormiré en la habitación pequeña.
La muchacha levantó su carita y me dio un beso en la mejilla.
—¡Gracias, don Pablo! Mamá me había hablado muy bien de vos, ahora sé por qué.
Se dirigió a la habitación donde estaba su madre. Apagué todas las luces y me dispuse a dormir en el cuarto que tenía preparado por si algún día venia alguna visita.
No tenía sueño. Me puse a recordar cómo había llegado hasta aquí.
Apenas cuatro años atrás vivía en España, en Madrid. Con una familia, esposa, Marta, dos hijos, un varón de diecisiete años, ahora tendrá veintiuno, Carlos y una chica de quince, que habrá cumplido los diecinueve, Eloísa.
Era propietario de una empresa de importación-exportación que me permitía mantener un nivel de vida más que desahogado. Casa propia, apartamento en la playa de Roquetas, Almería.
Un aciago día descubrí que mi esposa, Marta, me engañaba. Le pagaba a un profesor de tenis que, además de las clases deportivas la satisfacía sexualmente dos o tres veces en semana. Yo quizás tenía algo de culpa. Mi trabajo me absorbía. El afán por ganar dinero para que mi familia viviera bien me obligaba a estar semanas viajando, dejando sola a mí, ya ahora, exmujer. Lo cierto es que no era nada nuevo; lo había hecho en otras ocasiones, pero no le daba demasiada importancia, eran encuentros ocasionales, nada serio. Pero esta vez se había convertido en algo habitual. Y lo peor era que el club en el que se movían conocían sus andanzas y se pitorreaban del cornudo, o sea, yo. Ya se encargaba el “profesor de tenis” de chismorrearlo entre sus amigos.
Una vez descubierto el engaño y descartada la posibilidad de reconciliación, me planteé cual sería mi estrategia de actuación. Y me dispuse a llevar a cabo un plan.
Encargué a un detective privado el seguimiento y aporte de pruebas de su infidelidad. No tardó en mostrarme fotos de la pareja, ella y su instructor, en situaciones más que comprometidas. O sea, fornicando en su coche, practicando felaciones, incluso lamiéndole el ano al tipo. Las fotos eran suficientemente explícitas. Videos y grabaciones sonoras en las que yo salía muy mal parado.
No le dije nada a ella.
Me fui deshaciendo de las propiedades, vendiéndolas o hipotecándolas. Cómo para algunas operaciones precisaba la firma de mi esposa, la convencí de que necesitaba dinero para ampliar el negocio. Ella no sospechaba nada de mis planes, como tampoco sabía que yo estaba al tanto de sus correrías.
Vendí la empresa con la cartera de clientes. Todo esto en un tiempo record. Traspasé los fondos a varias cuentas cifradas en Holanda y más tarde a las Caimán.
Cuando le pedí el divorcio Marta se sorprendió, pero le expuse las pruebas de su infidelidad y no tuvo más remedio que aceptar mis condiciones. Durante las negociaciones me vi obligado a alojarme en un hotel. En una de las ocasiones en la que nos vimos pregunté a Marta por qué lo había hecho, me respondió que su maestro de tenis, un tal Damián, la había llevado a sentir lo que nunca había experimentado conmigo. Que era un auténtico macho… Mi hijo, ojito derecho de su madre, intentó, en una ocasión, agredirme. No lo permití, le di dos tortas y acabó en el suelo, llorando como una niña. Mi hija me dio más pena, ella no comprendía nada, pero también estaba del lado de la madre. No quise decirles el motivo de la separación, no quería enemistarles con su madre. Les dejé la casa en la que vivíamos y me marché sin siquiera despedirme.
Mis negocios me habían llevado a conocer personas de otros países. Un buen amigo, abogado, me aconsejó ir a Sudamérica, por la ventaja de la lengua.
Lo cierto es que me vino de perlas utilizar el divorcio como excusa para desaparecer.
Uno de los contactos con los que trabajaba, colombiano, me facilitó un cadáver de la morgue, de características similares a las mías.
Lo cierto es que pocos meses después del divorcio apareció mi coche accidentado, quemado y un cuerpo en su interior que, cómo cabe suponer, estaba totalmente carbonizado.
Las pruebas de ADN no resultaron validas ya que los dos hijos no eran míos. Yo ya lo sabía. La confesión de Marta zanjó el problema, cerrando el caso.
Un poco de botox en lugares críticos de mi rostro me convirtieron en otra persona.
Me facilitaron nueva documentación, pasaporte, tarjetas para conducir, de la seguridad social y documento de identidad.
Así vine a Bucaramanga, Santander, Colombia. Donde alquilé, una casita donde vivo en la actualidad. Dos plantas, tres habitaciones, un salón amplio, cocina y dos baños. Un aseo abajo y otro más completo arriba, con bañera y ducha. En la parte trasera un jardín de unos cincuenta metros cuadrados y en la delantera un amplio porche.
Lo de Gloria fue una casualidad. Un día comprando en una frutería, atrajo mi atención una mujer de unos treinta y pocos años, de estatura media, con el pelo entre castaño y pelirrojo, con pequitas en la cara, los ojos de color indefinido, entre castaño claro y verde, muy bonita. Hablaba con el dueño pidiendo trabajo. Este la trató con muy malos modos y eso me rebeló. Le dije que no tenía derecho a tratar así a una persona, me exalto con facilidad, le obligué a disculparse y nos marchamos de allí, sin comprar yo y sin trabajo ella.
Al salir le pregunté si tomaría un tinto, (café), conmigo, aceptó y fuimos a un centro comercial cercano. Nos sentamos en una mesita de la cafetería y mientras tomábamos el café le dije que yo necesitaba una mujer para que arreglara mi casa, me cocinara… Y ella aceptó las condiciones.
Desde entonces viene diariamente, se porta bien y yo no tengo problemas con la logística, ni con ella. De trato agradable, no solemos hablar mucho, ella no preguntaba ni yo tampoco. Por eso no sabía nada de su familia, de sus problemas. Hasta hoy.
Con estas disquisiciones me quedé dormido.
Desperté con el sonido de trasteo en la cocina y olor a café. No al típico tinto que se suele tomar por aquí, si no café, café. No me había desnudado para acostarme así que me levanté y me llevé una agradable sorpresa al encontrar a Sandra en la cocina.
—Buenos días Sandra, ¿cómo está tu madre?
—Mejor, don Pablo, mejor. Aunque le duele todo el cuerpo de la paliza que le dio el ¡hijo de puta, mal parido…!
—¡Vale, vale! Tranquilízate. Lo que tenemos que buscar son soluciones para que esto no vuelva a repetirse. ¿Qué pensáis hacer? Porque volver a vuestra casa…
—Hay no sée, don Pablo… Siéntese y desayune a ver que dice mi mamá…
—¿Qué tiene que decir su mamá?… Buenos días don Pablo… — Gloria estaba de pie en la puerta de la cocina, se sujetaba en el marco.
—Por Dios Gloria, déjeme ayudarla. No debería haberse levantado aun. Acomódese aquí. — La ayudé a sentarse en la silla que le acercaba su hija.
—Don Pablo, si me lo permite le hago una propuesta. — Dijo Gloria.
—Tú dirás. — Respondí
—Bueno… Le propongo que trabajemos mi hija y yo para usted sin cobrarle nada a cambio de que nos permita vivir aquí. No queremos volver con el mal nacido de Aurelio y no seremos una carga para usted.
La proposición no me sorprendió demasiado. Yo pensaba ofrecerles algo así.
—Bueno… Tal vez funcione. Probaremos un tiempo y veremos qué pasa. — Le respondí.
Así fue como comenzó nuestra convivencia. La casa disponía de tres dormitorios. El mayor para mí, otro como despacho y el tercero lo arreglaron para ellas dos.
Sandra a punto de cumplir dieciocho años, estaba estudiando pregrado en la universidad. Le indique que podía utilizar mi despacho como lugar de estudio.
Pasaron unas semanas en las que la convivencia no se vio alterada. Me sentía agusto acompañado por las dos mujeres.
Como siempre, tras la cena, nos sentábamos a ver la TV. Generalmente era yo quien seleccionaba el programa a ver, pero si a ellas no les gustaba podían ver otra cosa en una pantalla, que habían recuperado de su antigua casa, en su dormitorio. Pero era raro. Normalmente se quedaban conmigo.
Todo fue bien hasta que una noche…
Hacía algo de frio y Gloria se arrebujó a mi lado en el sofá de dos plazas y Sandra en un sillón enfrente.
La programación no era muy atractiva. Sandra se levantó.
—Voy a estudiar un poco, mañana tengo un examen…
—De acuerdo mijita. No te demores mucho en acostarte.
—Hasta mañana don Pablo…
—No me llames don Pablo… Me haces viejo… Jajaja
—Ayy, lo siento, no lo recordaba… — Se acercó a su madre y la besó en la mejilla. Luego hizo lo mismo conmigo, solo que el beso me lo dio muy cerca de la comisura de mis labios y se demoró un poco. Después se marchó al despacho.
No le di mucha importancia. Debía ser casual.
Poco después, Gloria, se dormía sobre mi hombro, ambos cubiertos por una ligera mantita. Sonreí al ver su linda carita, la respiración pausada, el tibio calor que despedía su cuerpo junto al mío. Pasé mi brazo izquierdo por sus hombros.
No puedo precisar cuando ocurrió que su mano resbaló hasta posarse en mi paquete. Yo llevaba un pantaloncito de pijama, sin bóxer… Poco antes había comenzado una película con contenido erótico y noté el empuje de mí… Entonces tuve conciencia de donde estaba su mano.
Me sentía realmente incómodo. Pero era incapaz de controlar la erección que pujaba por salir del pantalón.
Con mi mano derecha intenté apartar la suya, tratando de no despertarla. La mujer, dormida, se arrebujó más contra mi cuerpo y agarró firmemente mi paquete, que crecía hasta límites insospechados para mí.
Desde que tuve relaciones con mi ex esposa, casi cuatro años atrás, no había tenido contacto con ninguna mujer. Me las apañaba, a mano, con algunas páginas de internet.
Notaba cómo se aceleraba mi corazón, un extraño sudor frío en el rostro.
¡Por Dios, qué vergüenza si Gloria despertara ahora! ¿Qué pensaría de mí?
Y despertó… Levantó su cara para posar sus ojos, con destellos verde esmeralda, en los míos, una sonrisa de niña pícara ilumino su rostro, la lengua apareció entre sus labios, sugerente, traviesa…
—Ayy, don Pablo… Yo llegué a pensar que usted era puto… Ya veo que no. ¿Me deja que siga?
—¡Por Dios Gloria, lo estoy pasando muy mal! Qué vas a pensar de mí…
—¿Qué puedo pensar? Pues que está usted muy bien dotado por la naturaleza y es una pena que se desperdicie esta cosota que me tiene bien arrecha desde que la estoy agarrando. ¿No se enfadará si sigo?
—Gloria, después del susto que me has dado puedes hacer lo que quieras…
Me incliné sobre ella y besé suavemente sus labios, ella se estiró para alcanzarme y devorar mi boca con la suya. Su mano desabrochó mi pantalón y extrajo el objeto de su deseo, apartó la mantita y se ladeó hasta alcanzarlo con sus labios para engullirlo como el más delicioso manjar.
Acaricié sus cabellos, la nuca, los lóbulos de las orejas. Se incorporó hasta estar de pie ante mí. Se deshizo de su camisón, sacándoselo por la cabeza y pude apreciar en todo su esplendor un cuerpo precioso de mujer. Los pechos se mantenían turgentes, desafiantes, coronados por areolas rosadas que resaltaban la blancura de su piel. Pezones no muy gruesos pero sí sobresalientes. Hasta ese momento no había apreciado la estrechez de su cintura, las curvas rotundas de las caderas sobre unos muslos y piernas torneados que me parecieron preciosos.
Se arrodilló a mis pies y retomó su tarea mamatoria mientras yo le amasaba los senos. Al acariciar con mis dedos los pezones se endurecieron al instante provocando un gemido en Gloria. No pude soportar tamaña tensión.
—¡Gloria, aparta, me voy a correr! — Se separó el tiempo justo para decir.
—¡Hágalo en mi boca! — Y lo hice
Fue un orgasmo como nunca había experimentado. A mi ex le daba asco y no me hizo jamás una felación. Por unas fotos que me facilitó el detective, a quien encargué seguirla, pude ver como se tragaba el miembro de su profesor de tenis hasta las bolas. Saber aquello fue muy doloroso para mí.
Gloria me miraba a los ojos, se sentó a mi lado degustando la descarga y comenzamos a besarnos. Por primera vez saboreé de su boca mi propio semen y no me disgustó. Acaricié el cuerpo que se me brindaba, supongo que torpemente, ya que ella fue guiándome en el recorrido por su anatomía, indicándome y deteniéndome en los lugares que le producían más placer.
Besándome guió mi cabeza hasta sus pechos, tachonados de pequitas rosadas como sus mejillas, empujando poco a poco hasta un punto en que me vi obligado a arrodillarme ante ella. Abrió sus muslos y me indicó lo que quería. Su intimidad apareció ante mí como una esplendorosa flor rosada, de labios carnosos que cubrían dos crestitas de tono rojo en su interior, coronadas por un matojito de vello entre castaño y rojizo. No había practicado nunca un cunnilingus, solo lo había visto en videos, aun así, intenté hacerlo lo mejor posible.
El aroma de su sexo me resultó muy agradable, no había trazas de perfume, era su olor natural… Y me encantaba, era afrodisiaco. Se repantigó para facilitar mi tarea, apoyó los pies en mi espalda con los muslos abiertos al máximo. Lamí, torpemente, sus ingles, los labios mayores… Pero era una buena maestra. Fue guiándome paso a paso hasta centrarme en el botoncito, bajo un capuchoncito, que ella con sus manos se encargó de descubrir. Algo me sorprendió. Pasó un brazo bajo su cuerpo para alcanzar con un dedo el ano, introduciéndolo, moviéndolo lentamente al principio y rápidamente después.
—¡Hazlo tú! — Me dijo señalándome su orificio rodeado de rosadas estrías radiales.
Empapé de sus propios jugos un dedo de mi mano derecha y lo fui introduciéndolo en la suave cavidad que me ofrecía. Todo era nuevo para mí. La lengua en su vulva, el dedo entrando y saliendo por completo en su ano…
Y de pronto estalló… Sus muslos me apresaron inmovilizándome. Un grito surgió del fondo de su garganta seguido de convulsiones y temblores que se prolongaron hasta casi dejarme sin aire.
Me libró de la presa para tirar de mí hasta su llevarme a su boca para besarnos mutuamente. Me apartaba para respirar con grandes bocanadas de aire y a continuación me atraía para devorarme la boca. Lamia sus jugos de mis labios con deleite.
Jamás me había sentido tan feliz, viendo la cara de satisfacción de esta mujer. Claro que nunca, en toda mi vida, había llevado al orgasmo a una mujer… Ni a mi exmujer… La educación recibida, tanto la mía como la de mi ex, no permitían esas “cochinadas”.
Cuando se repuso se levantó, tiró de mi mano y me condujo hasta el despacho, entramos desnudos. Yo intenté cubrir mis vergüenzas con las manos.
—Sandra, esta noche duermes en la habitación de Pablo… — La chica no se sorprendió; al vernos desnudos, sonrió y nos mandó un beso con la mano.
—Ya vale madre, que ustedes lo pasen bien…
Gloria me abrazó, unió sus labios a los míos, sin importarle la presencia de su hija, le envió un beso y me condujo al dormitorio.
Terminó de desnudarme y me empujó a la cama, tras retirar la colcha. Tendido boca arriba me dejé manipular por la que, ya había comprobado, era una experta. Junto a mí me besaba y acariciaba todo mi cuerpo, pellizcaba mis tetillas, mordía los lóbulos de las orejas, lamía mi cuello y provocaba escalofríos en mi espalda.
Arrodillada en el costado derecho, sujetó mi pene, acariciando los atributos, besando el glande y lamiendo los lados hasta chupar como si de una piruleta se tratara. Para mí era milagrosa la recuperación de mi miembro. Una vez alcanzó la consistencia deseada cabalgó mis caderas para colocarse sobre él e introducírselo despacio, haciéndome sentir un placer desconocido al rozar las paredes de la cavidad que no imaginaba tan estrechas, tan cálidas y tan suaves debidas a la extrema lubricación que jamás observé en mi ex.
Se movía lentamente, cabalgaba como una amazona con movimientos arriba, abajo, adelante, atrás y con un giro de caderas enloquecedor. No podía imaginar que los movimientos de Gloria provocaran tanto placer. Llevó mi mano hasta su clítoris para que se lo masajeara y obedecí. Sus ojos lanzaban fuego, la boca entreabierta, las fosas nasales abiertas al máximo para facilitar la respiración. Acariciaba un pecho con una mano y yo el otro, imitándola, pellizcando los pezones que se endurecieron al máximo.
Aceleró sus movimientos, pensé que me arrancaba el pene. Un grito, mayor que el proferido en su anterior orgasmo, resonó en la casa. Se desplomó sobre mi pecho. No pude evitar sentir una gran emoción al tener a esta maravillosa mujer jadeando, boqueando buscando aire, sobre mí.
Apenas se repuso comenzó a moverse de nuevo. Me sorprendió. Poco después se retorcía en un nuevo orgasmo, preludio de otro que me hizo terminar dentro de su vientre.
Deslizándose sobre mí, se refugió en mi costado izquierdo. La cabeza sobre mi hombro. Mi brazo estrechando su cuerpo. Besé su frente, su mirada, la sonrisa, el ligero estremecimiento de su cuerpo… Con los pies atraje la sábana para cubrirnos.
Antes de quedarme dormido pude observar a Sandra que asomaba por la puerta, sonreía y con el puño cerrado y el pulgar en alto aprobaba lo que hacíamos. Imité su gesto sonriendo y apagué la luz.
A partir de ese día mi vida era sencilla con ellas. Gloria dormía conmigo y Sandra sola en la otra habitación. Ya las consideraba como familia, las veía felices y yo también lo era.
Una noche de TV, Gloria, se sentó en el otro extremo del sofá y colocó sus pies sobre mis piernas. Los acaricié, los masajeé y los acerqué a mi cara. Me encantaba su olor, besé sus deditos y al mirarla vi que sonreía.
—Sigue… Me gusta… — Dijo con voz sugerente.
Y seguí… Una mano desaparecía bajo su camisón de dormir y los movimientos no dejaban lugar a dudas.
Sandra, desde el sillón que ocupaba frente a mí, también sonreía y se acariciaba disimuladamente. Por su posición su madre no podía verla, pero yo sí.
Aprecié un estremecimiento en Gloria, encogió sus piernas, llevando las rodillas hasta su pecho, se puso de costado en posición fetal, mirando hacia el respaldo del sofá. Me maravillaba la facilidad con la que llegaba al clímax esta deliciosa mujer. Y a mí me llenaba de satisfacción verla feliz.
Pero su hija no se quedaba corta. Cerró sus muslos con fuerza, se estiró en su asiento y dobló la cabeza hacia atrás suspirando profundamente, presa del éxtasis.
Yo alucinaba. Madre e hija se masturbaban ante mí, disimuladamente, disfrutando de orgasmos sin complejos, de la forma más natural. Cuando se repuso me miró y en sus ojos vi afecto, cariño, ternura. Sonrió y me sopló un beso. Entrecerró los ojos y parecía dormida…
—Voy a ducharme papis… — Dijo Sandra alegremente.
Gloria no contestó. Se había dormido. Sandra se acercó a mi lado y me dio un suave piquito en los labios que me pilló desprevenido, provocándome una rápida erección involuntaria. Yo no estaba habituado a estas manifestaciones. Mientras se alejaba hacia el baño intenté recordar cuando me besó mi hija… No lo logré. Nunca nos besábamos en casa, nunca recibí un abrazo cariñoso por parte de mi ex, ni de mis hijos… Se me encogió el corazón y mis ojos se llenaron de lágrimas.
En medio de estas elucubraciones oí abrirse la puerta del baño de arriba y vi salir a una ninfa bellísima por el pasillo de los dormitorios. Una toalla en la cabeza, otra arrollada en su cuerpo…
Justo en medio del pasillo se detuvo y se le cayó la toalla quedando desnuda a mi vista. La recogió del suelo, con lo que al agacharse me mostró su perfecto trasero. Su sexo a la vista con los labios perfectamente depilados. Giró su cuerpo. Me miró con picardía, sonrió, me mandó un beso y se adentró en su dormitorio dando gráciles saltitos.
Curiosamente la vista de su cuerpo desnudo no me excitaba. Me emocionaba la belleza, la juventud y me maravillaba la despreocupación con la que mostraba su desnudez ante mí. En mi vida anterior jamás vi desnuda a mi hija desde que era un bebé.
Me dije a mí mismo… Qué suerte he tenido al encontrarme con estas dos personas a las que, definitivamente, considero mi familia.
—¿Qué dices Pablo? — Gloria me miraba mientras se estiraba y desperezaba.
Sin darme cuenta había expresado mis pensamientos en voz alta.
—Que te quiero Gloria, que os quiero a las dos, que tengo mucha suerte por teneros a mi lado.
—¿Tienes lágrimas en los ojos?
—Sí mi amor. Me siento muy feliz y eso me emociona.
Se sentó a mi lado y nos abrazamos besándonos como si no hubiera un mañana. Se levantó tiró de mi mano y me llevó al dormitorio donde nos abrazamos, retozamos y nos amamos hasta el amanecer.
Algunos días después, estábamos los tres comiendo, cuando sonó el teléfono. Respondió Gloria. Dio un grito que nos asustó.
—¡Mamá, ¿qué pasa?! — Gritó Sandra.
—No os preocupéis, son buenas noticias, Norma, ha tenido un bebé.
Sandra se levantó gritando de alegría.
Gloria tenía una hermana cuatro años menor que ella. Vivía en Bogotá, casada sin hijos y esta era una buena nueva para ellas. Cuando, al principio de nuestra relación, le pregunté por qué no había recurrido a ella en su situación me dijo que el marido de su hermana no lo hubiera permitido. Y ella tampoco lo toleraba. Pero esta era una situación distinta. Su hermana le pedía que fuera a ayudarla unos días hasta que pudiera valerse por sí sola y aceptó. Al parecer las relaciones con su esposo no eran buenas, en parte, debidas al embarazo.
Sandra se quedaría conmigo hasta su vuelta para no perder clases.
—Usted no se preocupe papito, yo lo cuidaré mientras mami esté fuera — Me dijo.
Al despedirnos, en el aeropuerto de Palonegro, nos dimos un amoroso abrazo, me besó y dijo:
—Cuide de mi niña, Pablo, solo los tengo a ustedes dos…
—Cuidaré de ella como si fuera mi hija, Gloria. Puedes ir tranquila.
Tras su marcha me quedé algo preocupado. No sabía cómo interpretar las manifestaciones cariñosas de Sandra. No quería pensar en que ella intentara seducirme. Con su madre cerca no había problema, pero ahora, solos los dos…
El día transcurrió sin novedad, Gloria llamó al llegar al hospital, donde estaba su hermana, y nos envió una foto del nuevo bebé. Sandra lloraba de alegría. Me abrazó. Me miró con la cara bañada en lágrimas. Besé su frente y, delicadamente, la separé de mí. Trataba de evitar complicaciones.
Por la noche seguimos la rutina, con un ligero cambio. Se sentó en el lugar que, habitualmente, ocupaba Gloria. Y como ella, puso sus pequeños pies descalzos en mi regazo. ¿Pretendía ocupar el lugar de su madre?
—Deme un masajito, papi. Los tengo adoloridos y usted los sabe dar bien, me platicó mami.
Sonreí, tomé sus pies y comencé a masajearlos con suavidad. Los tobillos, talones, empeine y planta. Al llegar a los deditos…
—Bésemelos papi. He visto cómo se lo hace a mami y… — No la dejé terminar.
Se los besé. Los lamí, mordisqueé sus taloncitos y al mirar en su dirección vi que bajo su camisoncito… No llevaba nada.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
La muchacha abrió los muslos lo suficiente como para que pudiera admirar su rajita, que cómo la de su madre era sonrosada. Y brillaba por la humedad.
Sus ojos cerrados, su mano en el pubis, acariciándolo. Un dedo que se hundía en su preciosa grieta, suspiros, una lentitud exasperante. Acariciaba la vulva entera con la mano, el dedo medio se perdía en las profundidades de la grieta, barría desde el ano hasta el pubis… ¡Era enloquecedor…!
No pude evitar una erección… ¡Pero no debía!
Dejé que sus manipulaciones la llevaran donde ella quería y mientras le chupaba los deditos de los pies, un orgasmo brutal la hizo gritar y retorcerse como una posesa.
Tiré de su camisón para cubrir su desnudez. Al salir del trance me miró, se levantó y vino hacia mí. Me abrazó y puso su manita sobre mi hombría. Con dolor de alma, pero con delicadeza, se la aparté. Besé la frente, la separé y moví la cabeza negando. Su rostro manifestaba extrañeza. La abracé con fuerza.
—No puedo, cariño. No sería justo con tu madre. La quiero mucho y esto enturbiaría nuestra relación. — Incrédula acercó su boca a la mía depositando un suave beso, como el revoloteo de una mariposa, en mis labios.
—Gracias. Eres el mejor papi del mundo, por eso te quiero.
Se levantó, pude ver una lágrima en su rostro. Deslizó sus manos por las mías y se alejó sin dejar de mirarme, subiendo la escalera y adentrándose en su dormitorio.
Continuará.