Gloria

Tras la comida con los compañeros.

Gloria

Había ido a la comida con los compañeros estrenando mi nuevo jersey vestido blanco, muy a la moda, y las botas recién compradas. Completaba el atuendo con un jersey fino cuello vuelto para llevar por debajo del vestido, medias y la lencería. Todos me decían que estaba especialmente guapa. Especialmente un compañero al que no le había hecho mucho caso llamado Luis.

La cosa es que tras la comida, y la bebida de después, nos fuimos quedando unos pocos, cada vez menos, y, ya se sabe, con la bebida y las ganas de fiesta, las bromas fueron subiendo de tono. Bien entrada la noche sólo quedábamos una compañera, Magdalena, y dos compañeros, Félix y Luis. Sin darme cuenta, me había ido fijando en Luis, su modo de estar, lo agradable que era, la conversación, en fin, todo. De forma que a las tantas, hablamos de ir a otro sitio y tanto Magdalena como Félix se excusaron, y nos quedamos sólos en el otro pub. Seguimos bebiendo y charlando.

En un momento dado, Luis me dijo – Me encanta la curva que hace la ropa por encima del pecho de una mujer. - Y ese fue el detonante, pues tengo muy buen pecho y el jersey vestido me los dibujaba muy bien.

  • Me encantaría tocártelos – Me dijo.

  • Bueno – dije.

  • Da me la espalda – me pidio

Me pareció un poco extraño, pero le hice caso. Se situó a mi espalda, me abrazó y sentí sus manos sobre mis pechos, por encima del jersey. Me electricé. Estuvimos un rato así, hasta que me dijo:

  • Esta es una postura perfecta para amar.

  • Vámonos donde podamos – dije.

Salimos rápidamente, en su coche fuimos a su casa. En silencio, con su mano en mis piernas. Entramos.

  • Ponte de espaldas – me pidió. Lo hice.

Otra vez se situó a mi espalda, me abrazó y puso sus manos en mis pechos. Yo jadeaba de gusto. Se dedicó a besarme el cuello, yo alzaba la cabeza. Estuvimos un buen rato así, en silencio, él besaba, yo me dejaba. Él me acariciaba los pechos, mis pezones parecían dos clavos ardiendo. Bailábamos agarrados.

Me llevó hacia el respaldo de un sillón, para que apoyase mis manos y encorvara un poco la espalda. Hábilmente se abrió el cinturón, dejó caer sus pantalones y el calzoncillo, me levantó un poco la falda del vestido, tiró de mis bragas para apuntar con su erecto miembro a mi húmeda cueva. Me penetró en un instante, entró sóla. Qué placer.

Con ella dentro volvió a depositar sus manos en mis pechos, masajeándolos.

  • Eres preciosa, Gloria.

  • Muévete, que ya no puedo más.

Inició el movimiento de penetración y salida. Nos acoplamos a un ritmo suave, mis gemidos llenaban la estancia. Nos compenetrábamos muy bien. El marcaba también el ritmo en mis pechos. Llegué al orgasmo, no lo pude evitar, y tampoco lo quería. Me corría, y jadeaba, y gritaba, y él seguía, y me llevaba a cotas antes no alcanzadas. Y más, yo quería más.

  • Sigue, no pares.

Pero él quería otra cosa, quería mis pechos sueltos, así que paró de moverse, pero la dejó dentro. Metió sus manos por debajo del jersey hasta el sujetador, abrió el corchete, quitó el tirante desmontable con habilidad, y me quitó el sujetador, dejando mis pechos al aire, sólo tapados por el jersey. Los asió, masajeándolos, pellizcando los pezones tiesos. Y empezó otra vez a moverse. Yo estaba otra vez a cien. Me corrí inevitablemente, y con más fuerza que antes. Y él también. Me inundó. Nos llenamos. Nos gozamos.

Ana del Alba