Gisela - 10

Damos fin a las aventuras de Gisela, donde la chica concluye una parte de su adiestramiento.

LAS AVENTURAS DE GISELA – 10

Tras decir adiós a mi virginidad, me quedé abrazada a Christian, desnudos y cansados después de  la batalla entablada minutos antes por nuestros cuerpos. Me sentía bien, realmente me gustaba el chico.

Christian hizo ademán de bajar de la cama para vestirse, pero se lo impedí, y nos miramos a los ojos. Le noté preocupado.

-       ¿Qué pasa? – le dije.

-       No sé. Deberíamos volver a la fiesta.

-       ¿No estás a gusto aquí?

-       Sí. Tal vez demasiado.

-       No entiendo.

-       Que esto no tendría que estar pasando.

-       ¿Acaso no te gustó?

-       ¿Si me gustó? Me encantó. Fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Y ese es el problema.

-       Para tu polla no parece serlo – Dije, traviesa, mientras acariciaba su pene.

-       Si seguimos, me enamoraré. Y si me enamoro, ¿qué?

Se bajó de la cama, y se vistió, marchándose del dormitorio, sin que yo entendiera entonces sus palabras.

ESCENA 21 – Adiós virginidad. No te echaré de menos. Segunda Parte.

Cuando salió, decidí darme una ducha y comprobar cómo había quedado mi sexo. Había oído que lo normal es que sangrara, pero apenas notaba un leve hilillo, casi imperceptible. Tampoco el dolor fue excesivo. Sí, dolió. Claro que dolió. Pero era soportable y el placer posterior lo compensaba. Tuve suerte, supongo.

Luego, me tumbé un buen rato en la cama, desnuda, no tenía ganas de bajar aún, necesitaba recrearme en el momento en la intimidad. Pensaba en todo lo que me había ocurrido desde que llegué a Los Ángeles, cómo había cambiado mi percepción del mundo, de las personas, del sexo. Recordaba cómo había perdido la virginidad apenas unos instantes antes, cómo había sentido a mi vagina aprisionar y succionar el miembro de Christian, como disfruté del orgasmo.

Y, de repente, la puerta se abrió y la luz del dormitorio se encendió.

-       ¡Vaya! ¡Menuda sorpresa! – Era John, el hermano de Carla, el que estaba en la puerta acompañado de su novia.

Intenté taparme con la sábana, cuando Jill intervino.

-       Por mí, no te tapes.

Ambos se miraron fugazmente, y Jill le hizo un gesto con la cabeza como preguntándole si le apetecía que vinieran a la cama donde yo estaba. Él la miró, y arqueando las cejas parecía asentir, dando por buena la idea.

La chica se acercó a la cama, e, inclinándose, me rodeó con los brazos para fundir sus labios en los míos, que fueron rápidamente correspondidos y seguidos de nuestras lenguas. Acarició uno de mis pechos, pellizcando el pezón y bajó luego su boca para succionarlo de modo delicado.

Se subió entonces a la cama y se sentó encima de mí, aprisionándome las piernas. Acarició mis caderas y descendió la cabeza para darme lengüetazos en la barriga, bajando hasta mi pubis. Introdujo sus manos entre mis piernas, obligándome a abrirlas ligeramente, para luego deslizar su cuerpo hacia abajo, quedando entre ellas.

Sus manos ahora me sujetaban fuertemente de mis nalgas, usándolas para poner a disposición de su boca mi sexo, mojándola por toda la raja, abriéndola, saboreándome, y haciéndome sentir como se humedecía.

Sin darme apenas cuenta, vi que John se aproximaba a la cama, completamente desnudo y con la polla completamente erecta, esa polla que vi furtivamente en el coche, y con cuya visión me había masturbado más de una vez. Un fuerte tirón por parte de Jill, hizo desplazar mi cuerpo a la parte baja de la cama, haciendo sitio a su novio, que cogió dos de las almohadas y las colocó bajo mi cabeza.  Luego se sentó encima de mi pecho, rodeando mi cuerpo, y mientras su novia se encargaba de estimular mi clítoris con la lengua, ofrecía su pene a mi boca.

Abrí la boca y me introduje todo el glande dentro, jugando con mi lengua. En ese momento, noté como Jill usaba uno de sus finos dedos para pasarlo por mi vagina, lentamente, girándolo, hurgando en mi recién estrenado coño, hasta introducirlo al fin por completo y poco a poco hacerlo entrar y salir, follándome con su dedo, sin dejar por ello de lamer mi clítoris.

John seguía sujetando su pene dentro de mi boca, masturbándose y disfrutando de las caricias de mi lengua, pero al sentir como Jill estaba introduciendo otro dedo, moví mi cabeza hacia delante instintivamente y tragué un poco más de la polla de John. Dejó éste de sujetársela, viendo que quedaba incrustada en mi boca, pasó una mano bajo mi nuca, para luego irla empujando y follarme, casi sin dejarme respirar.

Agarré fuertemente con mis manos las sábanas y arqueé mi espalda conforme la estimulación de Jill estaba consiguiendo que me corriera, retirando mi boca del pene de John, pues no podía continuar la felación, por la contundencia de mi orgasmo.

Mientras notaba mi cuerpo temblar, entre jadeos, noté como Jill retiraba lentamente los dedos con los que me estaba penetrando, y los introdujo, chorreantes de mis jugos, en la boca de John. Abrazó luego a John por la espalda, y descendió una mano hasta el pene de éste, comenzando a masturbarlo salvajemente, hasta que John soltó su carga acumulada sobre mi rostro aún desencajado.

-       ¡Joder con la monjita! – dijo John sin aliento, mirándome.

-       Fóllatela, Johnny – ordenó Jill – Te va a encantar.

Sin darme tiempo a recuperarme, Jill se bajó de la cama y comenzó a desnudarse, en tanto el muchacho se tumbó a mi lado boca arriba.

-       Nena. Súbete encima de mí – me pidió John.

Me senté encima de él, y, agarrándole el pene que comenzaba a perder su dureza, lo puse en contacto con mi raja, iniciando un vaivén sobre él, haciendo rozar ambos sexos, y notando que su polla iba recuperando la erección.

Jill, ya desnuda, se subió a la cama y colocándose a un lado mío, me abrazó y besó. Sentí de nuevo sus carnosos y hambrientos labios, devorándome, mientras la polla de su novio seguía rozando mi clítoris. Fue bajando su mano por mi espalda, llegó a mi culo, hasta posar un dedo sobre mi orificio anal. Lo movió en círculos unos segundos, estimulándome otra parte de mi cuerpo que, hasta entonces, no había probado.

Me miró, viendo mi reacción, y, tras sonreírme pícaramente, cesó sus caricias. Se bajó de la cama y cogió un preservativo.

-       ¡Pónselo y cabalga, chica! – dijo Jill dándome el condón.

Levanté un poco mis piernas para liberar la polla de John del abrazo de mi sexo, se la agarré y lo enfundé en el preservativo, y luego, tras rozármelo con la entrada de mi vagina, me dejé caer lentamente sobre él, dejando que mi coño se tragara ese miembro, centímetro a centímetro, hasta que al fin pude sentir el contacto de sus huevos.

Comencé a moverme adelante y atrás, cabalgando a John como me habían ordenado, mientras Jill volvió a subirse a la cama para besarme. A medida que aumentaba mis movimientos, John gemía y los acompasaba, haciendo entrar y salir su pene en mi estrecha vagina, pero obligándome a que fuera más lento.

Jill se subió encima de John, acercando su sexo a la boca del chico, mientras se inclinaba hacia mí para continuar los besos. Su novio, le agarró las nalgas y hundió su cabeza entre ellas, haciéndola gemir también. La mulata bajó entonces sus manos sobre mis nalgas, y comenzó a movérmelas arriba y abajo, cada vez más rápido, más fuerte, haciendo que me follara a John a mayor velocidad, hasta que un gemido salió del chico, y noté como en mi interior su pene estaba descargando su leche, contenida por el preservativo.

ESCENA 22 – Adiós virginidad. No te echaré de menos. Tercera Parte.

Nos quedamos los tres en la cama, abrazadas Jill y yo a su novio, descansando.

-       No ha estado mal. ¿Tu primer trío? – me preguntó Jill.

-       Sí, y casi mi primera vez para todo – le contesté.

-       Ja,. Ja – rió John – Ya lo noté, por lo estrechito que estaba.

-       Se me ocurre algo más estrecho – dijo Jill y me miró con cara de lujuria. – Ponte a cuatro patas.

Jill tenía una manera de decir las cosas, un gesto de seguridad en su cara, que no creo que nadie pudiera no cumplir sus órdenes, por lo que la obedecí sin rechistar. Agarró un bote de lubricante y se untó una buena cantidad entre sus dedos. Y comenzó lo que preví cuando me acarició antes.

Mientras John nos observaba divertido, acariciándose su flácido pene, se colocó detrás de mí, echó otro poco de gel en la entrada de mi ano, y fue acariciándomelo con uno de los dedos previamente lubricados, con movimientos giratorios, haciendo sitio. Fue apretando poco a poco, presionando, hasta que casi tenía medio dedo dentro.

A cada gesto que yo hacía de dolor, cesaba el movimiento y lo giraba, diciéndome que me calmara. Estuvo así un buen rato, echando más lubricante de vez en cuando, de modo delicado, adecuando mi ano a su dedo. Y entonces, sin sacar el primer dedo, fue introduciendo otro, del mismo modo, lentamente, deteniéndose cuando me quejaba, hurgando en mi interior.

Seguidamente, con ya los dos dedos dentro, comenzó a follarme con ellos, muy lentamente, venciendo la resistencia de mi orificio.

-       Johnny, guapo. ¡Mira lo que te ha preparado la mami!.

Al decir eso, vi como John se había colocado a mis espaldas, sin que yo lo apercibiera por mi concentración en la mezcla de placer y dolor que estaba sintiendo. Tenía su pene completamente tieso, y me pareció aún más grande que cuando lo chupé.

-       ¿Estás lista? ¿Seguro que quieres? – me preguntó.

-       Joder, sí. ¡Métemela ya! – dije completamente borracha de placer.

Se colocó un preservativo. Una vez que Jill extrajo lentamente sus dedos, me agarró de ambas nalgas, abriéndome aún más. Su novia le sujetó el pene y lo lubricó con sus propias manos, lo acercó a mi ano, y lo apoyó sobre el orificio.

Al igual que había hecho antes con sus dedos, hurgó ahora con el pene, dilatando aún más mi ano para posibilitar la penetración. Consiguió introducir el capullo. Lo noté ahí incrustado. Lentamente, fue empujando, cada vez más hacia mi interior. Se desplazaba con dificultad, hasta que tenía ya casi dentro la mitad de su longitud.

Entonces, fue retirándolo un poco, para empujar lentamente después otra vez. A cada embestida, notaba como el pene se desplazaba más y más dentro, no necesitando ya de la mano de Jill para guiarlo. Ésta se colocó entonces de manera que pudiera alcanzar mi clítoris con sus dedos, y comenzó a jugar con ellos, de modo que noté como volvían las sensaciones previas al orgasmo. Ella parecía notarlo, porque cada vez que yo creía que me iba a correr, reducía la velocidad. Quería que fuera simultánea a mi penetración anal, para así compensar el eventual dolor que me estaba también provocando su novio.

Me sentía a punto de desfallecer. Si cuando perdí mi virginidad vaginal grité, ahora emitía alaridos de placer que, entremezclados con los jadeos y gemidos de John y los míos propios, estaba segura se oirían por toda la ciudad.

Y John seguía imparable su camino, hasta que noté como sus pelotas me golpeaban las nalgas. Ahí empezó a meter y sacar sin descanso, una y otra vez, más rápido. Yo le pedía que siguiera, que no parara, que me lo diera todo, que me empotrara de una vez, que me insertara su pene hasta volverme loca, para al fin sentir de nuevo su eyaculación dentro de mí, y cómo caía el muchacho derrumbado sobre mi cuerpo.

ESCENA 23 – Adiós virginidad. No te echaré de menos. Cuarta Parte.

Tras la sesión de sexo, nos quedamos dormidos, pero cuando desperté, volvía a estar sola en la habitación. Fui a la ducha, me notaba todo el cuerpo entumecido. Mi sexo estaba colorado, palpitante, después de una noche abusando de él. Y el culo, lo tenía completamente abierto y dolorido. Creía que no podría sentarme en una semana. En el baño, busqué alguna crema que me aliviara el escozor que sentía.

Y, de repente, me sentí sucia. Por supuesto, lo había disfrutado, había tenido orgasmos colosales. Pero no me sentía satisfecha conmigo misma, y pensé que tal vez había llegado demasiado lejos. Sensaciones incómodas y contradictorias que mi cabeza no podía asimilar.

El sexo con John y Jill fue genial. Sí, no puedo negarlo. Jamás olvidaré esa noche. No me arrepentía en absoluto, pero también sentía que eso no era, del todo, lo que yo quería. Y recordé a Christian, recordé lo gentil que fue, lo que sucedió entre los dos, y comencé a entender sus palabras.

Bajé y la casa era un auténtico desastre. Había botellas y vasos tirados por todos lados, restos de comida, y algún que otro preservativo usado. Harían falta días para hacer recobrar la casa a un estado decente.

Fuera, en el jardín, vi que Carla estaba en una tumbona, con los ojos cerrados, girando la cabeza al oír mis pasos.

-       ¿Y bien? ¿Tienes algo que contar? – Preguntó Carla, abriendo los ojos.

-       Sí. Todo bien – dije, al mismo tiempo que me sentaba a su lado - ¿Y Christian?

-       Se fue poco después de estar contigo en el dormitorio. Dijo estar MUY cansado. – rió Carla – Así que, venga. ¡Quiero detalles!

-       Déjame descansar un poco.

-       ¿Lo hicisteis?

-       Sí.

-       ¿No fue bien? ¿Decepcionada?

-       No. Todo lo contrario. Fue maravilloso.

-       ¿Y entonces? ¿Por qué te veo tan seria?

-       Por donde empezar….

FIN?

N.del A. – Con esto termino la historia de Gisela, esperando que os haya gustado. En unos días, sacaré la edición De Luxe, recopilando todas las historias y corrigiendo algunos defectos propios de la celeridad con la que está escrita (incluyendo un bonus track que me dejé en el olvido al postearla). Tenía en mente sacar también una Segunda Parte para contar sus andanzas en la Universidad, pero ahora mismo no me siento muy animado.

Gracias por dedicarle tiempo a mi relato.