Gisela - 09

La hora de la primera vez de Gisela parecer haber llegado. Adios virginidad.

LAS AVENTURAS DE GISELA – 09

ESCENA 19 – La mañana siguiente.

Bien entrada la mañana, desperté sola en la cama. Mi amante, con la que pasé tan buenos momentos, debía hacer tiempo que estaba levantada. Bajé las escaleras, y el ruido de voces, hizo que me dirigiera a su encuentro.

Salvo Carla, las otras chicas estaban sentadas en el jardín, conversando y desayunando, por lo que me uní a ellas.

-       ¿Qué tal, dormilona? – preguntó Susan.

-       Estupendamente. ¿Y vosotras?

-       Genial. Aquí estábamos comentando que podías habernos ayudado un poco con las pizzas – dijo riendo Naomi.

-       No creo que anoche se quedara con hambre – intervino Susan, guiñándome un ojo, mientras sus amigas reían.

-       ¿Y Carla? – dije al ver que no estaba.

-       La oí antes en la puerta, despidiéndose de ese noviecito tan mono que se ha echado – señaló Carol – Chicas, creo que vamos a tener una baja en nuestro Club.

En ese momento, Carla apareció, sentándose a mi lado.

-       Buenos días, golfas. ¿Cómo fue la noche?

-       A éstas no se les ocurrió otra cosa mejor que tirarse al de las pizzas – dijo Susan.

-       ¿Y tú? – preguntó Carla, señalándome – Espero que no hayas hecho una tontería.

-       No, pero no por falta de ganas. Y ya va siendo hora – le contesté.

-       Sí. Eso creo. Lo hablé con Marcos anoche – replicó Carla.

-       ¿Cómo? Creí que esa posibilidad estaba descartada – pregunté extrañada.

-       Y lo está. Pero me habló que tiene un amigo, y podría ser el candidato ideal.

-       ¿Qué tal si hacemos otra fiesta en honor de Gisela? – Dijo Naomi – Mi casa está disponible.

-       Me parece excelente. Pero con más alcohol, más chicos. ¡Fiesta salvaje! – intervino Carol dando saltitos en su asiento.

-       A ver si se me ocurre algo para convencer a mi madre, casi no me deja venir.

-       Yo me encargo – le dije

ESCENA 20 – Adiós virginidad. No te echaré de menos. Christian. Primera Parte.

Decidimos comportarnos como chicas buenas hasta el viernes siguiente, intentando con ello ablandar el frío corazón de la Sra. Williams. Se me ocurrió decirle que sería bonito hacer una fiesta con las chicas, ya que eran muy simpáticas y pronto no podría verlas al tener que comenzar la Universidad; además, para no causar molestias, Naomi se había ofrecido a organizarla. Aunque la madre de Carla dudaba, viendo cómo había mejorado nuestra actitud en los últimos días, accedió finalmente.

Y, así, el sábado estuve preparándolo todo con Carla, que se tiró todo el día dándome consejos y explicándome todo lo que debía hacer. Estaba emocionada, pero a la vez muy nerviosa. Tenía muchos miedos, sin que el asesoramiento y las palabras consoladoras de Carla me tranquilizaran del todo.

Para que la Sra. Williams no sospechara, decidimos que lo mejor era vestir lo más corriente posible, e incluso sin maquillar, para luego cambiarnos de ropa en algún lugar. En un Centro Comercial cercano a la casa de Naomi, entraron dos chicas con zapatillas de deporte, y casi una hora después, salieron de allí dos mujeres que parecían buscar guerra. Era muy divertido  ver cómo los hombres se paraban a mirarnos, y más de uno nos hacía proposiciones poco honestas.

Me decidí por un vestido rojo, muy ajustado, corto y escotado, que me obligaba a cerrar bien las piernas al sentarme, en tanto Carla optó por una minifalda y un top negro, que apenas le cubría los pechos.

Desde lejos, nada más ver la casa, se veía que allí se estaba montando una buena, ya que nos demoramos más de la cuenta en la operación de cambio de vestuario. En la entrada habría unos quince o veinte chicos y chicas que charlaban amistosamente, creyendo ver a  Susan acorralando a una de ellas. Nada más entrar, encontramos a Carol y Naomi que parecían haber empezado la fiesta hacía ya un buen rato, achispadas por el consumo de alcohol.

En ese momento, pude ver entrar en la casa a Marcos, y tras él, casi escondido, un chico. No era alto, no era bajo. Tampoco era gordo, ni flaco. Me recordó a mí cuando llegué a Los Ángeles, apenas hacía un par de semanas, dado que también llevaba lentes. Su vestuario tampoco le hacía especialmente atractivo, unos simples vaqueros y una camisa por fuera.

En mi imaginación, y siendo amigo de Marcos, me esperaba un tipo corpulento, fornido, varonil, experimentado. Pero eso no hacía más que incrementar mis temores. ¿Y si no estaba a la altura? ¿Y si no le atraía físicamente? Además, recordaba que sentía molestias cada vez que me tocaba en según qué sitios. ¿Y si no pudiera culminar el acto? Carla ya me había dicho en infinidad de ocasiones que no me preocupara, que eso pasaba pronto, que las mujeres estábamos biológicamente preparadas para más. Joder, por dónde si no se da a luz, me decía. Pero eso no ahuyentaba mis miedos.

Por eso, la elección de mis amigos, no me desagradó en absoluto. Y, ahora, ahí iba yo dispuesta a ver cómo se daba la noche.

-       ¡Eh, Carla! – Dijo Marcos, llamándonos.

Nos acercamos, y me presentaron a su amigo. Se llamaba Christian, y era tan tímido que casi no se atrevió a darme un beso en la mejilla. Marcos y Carla prácticamente nos empujaron hacia uno de los sofás, y nos hicieron sentar juntos, yéndose a por unas bebidas. Durante un par de minutos, nos quedamos los dos sin decir nada, hasta que decidí tomar la iniciativa.

-       Menuda encerrona, ¿no?

-       Sí. Ya ves – me dijo casi susurrándolo. Su voz, era dulce, muy agradable.

-       Estoy algo nerviosa – comencé a hablar, y dándome cuenta del desliz, intenté arreglarlo – Es que, en breve, comienzo la Universidad.

-       Yo también.

-       ¿Y qué tienes previsto estudiar?

-       Ingeniería Física. – me contestó, dejándome pasmada. Es una carrera para cerebritos, lo que encajaba menos con su amistad con Marcos, que había dejado los estudios hacía ya tiempo. Pero, sí que era otra cosa en común conmigo.

-       ¿Y de qué conoces a Marcos?

-       De niños. Le ayudaba en los estudios, y él a cambio, impedía que me partieran en dos alguno de los grandullones – dijo con una sonrisa.

Sí, eso explicaba la amistad. Así charlábamos, cuando un chico manifiestamente borracho, casi se me echa encima, diciéndome que me hacía falta un hombre de verdad, y qué hacía una chica tan guapa con ese flacucho.

-       ¡Eh, tú! ¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño? – Susan apareció de la nada y me quitó de en medio al moscón, llevándoselo lejos.

-       Oye, que esto es idea de Marcos. No tienes que sentirte obligada – me dijo Christian, tras el incidente, bajando la cabeza.

-       ¿Obligada? Me está agradando mucho conocerte, Christian – le tranquilicé y le cogí una mano, sintiendo su delicado tacto. Vaya, esto me estaba gustando. Ya lo creo.

Seguimos conversando de cosas intrascendentes un buen rato, conociéndonos, cuando aparecieron Carla y Marcos con unas bebidas.

-       ¡Eh! ¡Nada de hacer manitas! – me dijo Carla riendo, al ver cómo tenía cogida la mano del muchacho, lo que llevó a Christian a soltarse de mí.

-       ¿Qué te parece mi amiga Gisela? – intervino Marcos, dirigiéndose a su amigo.

-       Muy simpática. Y guapa – dijo tímidamente.

-       Guapa es poco. Mira alrededor y dime si hay alguna que esté más buena – la que decía eso era Naomi, que apareció por detrás del sofá – Anda, chicos, venid conmigo, que quiero enseñaros algo.

Seguimos a Naomi al piso superior, conduciéndonos hasta una habitación y la abrió.

-       Chicos. Esta es nuestra suite nupcial. Espero que la disfruten.

Naomi se marchó, cerrando la puerta tras de sí, dejándonos a Christian y a mí solos. La habitación estaba iluminada con velas, decorada con globos, y muchos pétalos de rosa en la cama de matrimonio que la presidia, junto a la cual también había una mesita con objetos que pudiéramos necesitar, principalmente condones y lubricantes sexuales. Christian y yo nos miramos unos segundos.

-       Otra de las bromitas de Marcos – dijo enfadado Christian.

-       No te sientes cómodo conmigo. Porque yo sí.

-       No. No es eso – susurró de nuevo el chico.

-       Y entonces, ¿Qué es?

-       Nada. Mira, eres muy guapa, y a mí no se me dan nada bien las chicas.

-       Tendrías que haberme visto hace un par de semanas – le dije riendo – No te preocupes, todavía no me he comido a nadie.

-       El que no se ha comido nada soy yo – dijo nuevamente el muchacho con la voz entrecortada.

-       ¿Y si te dijera que yo tampoco?

El chico me miraba extrañado, nervioso, desconcertado. Así que, nuevamente, iba a tener que ser yo la que tomara la iniciativa. Lo abracé y di un beso en la boca, apenas un roce con los labios, y juraría que vi temblar al joven. Lo miré a los ojos unos segundos, y volví a la carga. Ahora no fue un roce con los labios, pudiendo comprobar que iba teniendo éxito, dado que el chico me abrazó también.

Jugamos con nuestros labios un par de minutos, caldeándonos, sintiendo nuestras bocas, y entonces mi lengua buscó la suya, la  abrazó, la probó. Por dentro, me reía de mí misma, de mis nervios. El chico estaba mucho más asustado que yo, hasta el punto que intentó débilmente resistirse a mis besos. Pero no lo dejé, no estaba dispuesta a dejar pasar la ocasión. Le quité las gafas, e hice lo propio con las mías, dejándolas en una repisa.

Lo fui empujando poco a poco en dirección a la cama, hasta conseguir tumbarlo, echándome yo encima. Quise que sintiera mi cuerpo, que viera que no había nada que temer. O sí.

Continué allí con mis besos, mientras con mis manos le acariciaba el pelo y él pasaba sus manos por mi espalda, hasta que hice descender una de ellas sobre mi culo, ayudándola con mi propia mano que lo guiaba, le invitaba a recrearse con mi trasero, y entonces sentí su miembro removerse en sus pantalones.

Hizo un gesto de temor ante su evidente erección, y yo puse un dedo en su boca, diciéndole que callara, que se calmara, que no me molestaba tener su sexo golpeándome ansioso en mi cuerpo. Descendí mi mano y la posé sobre su pene. Lo acaricié por encima del pantalón, viendo la pugna entre el temor de sus ojos y los efectos que mis caricias hacían en su cuerpo.

Sin cesar de jugar con su sexo, comencé a mordisquearle el cuello, usando luego mi lengua por detrás de una de sus orejas, y viendo como su erección era ya plena. Metí la mano bajo el pantalón, y toqué al fin su carnoso miembro, cálido, tembloroso, palpitante. Lo acaricié unos instantes, vi cómo su punta comenzaba a segregar líquido preseminal, mojando mis dedos, y, por su cara, supe que debía parar un poco.

Le hice incorporar y le ayudé a quitarse la camisa. Volví a mis besos, ahora sobre su pecho, jugué con sus pezones y mi boca, succionándolos, mientras él me acariciaba con más ganas mi trasero. Lo hice parar y con celeridad, tiré de mi vestido hacia arriba, quedando en ropa interior y arrojándolo al suelo junto a su camisa.

Tomé sus manos, e hice que me acariciara los pechos sobre el sostén, suavemente, dirigiéndolo hasta que aprendió el movimiento y pudo hacerlo sólo, lo que aproveché para despojarme de la prenda, que quedó libre entre sus manos hasta que se la arrebaté y fue al montón que se iba creando en el suelo. Ya no tuve que decirle nada; voluntariamente dirigió sus manos a mis pechos, ahora despojados de vestimenta. Los amasó y sobó, haciendo subir la temperatura de la habitación, caldeada por nuestros cuerpos.

La excitación del chico iba en aumento, por lo que decidí hacer caso de algunas sugerencias recibidas por parte de Carla. No quería estropear mi momento. Así que sabía qué pasos tenía que dar. Me coloqué a un lado suyo en la cama, de rodillas y le desabroché el pantalón, bajándoselo lo suficiente para que Christian entendiera que era hora de quitárselos, como hizo.

Su pene, sobresalía de los calzoncillos, por lo que tiré de los slips hasta dejarlo completamente liberado. Vi que el chico no podía más, de un momento a otro, la excitación iba a dar paso a la eyaculación, y vi su temor de no dar la talla, de acabar precipitadamente. Le agarré el pene con ganas, lo acaricié mirándole a los ojos, diciéndole con los míos que todo iba a ir bien, que no se preocupara por nada. Que no sólo no me importaba que fuera a eyacular ya, sino que eso era precisamente lo que yo quería.

De ningún modo estaba dispuesta a que mi primera experiencia durara unos segundos. No, había que aliviarlo antes, como me dijo Carla. Apenas comencé a masturbarlo, su semen salió disparado, cayendo sobre mis pechos y mi mano, y Christian quedo´con la boca abierta y los ojos entrecerrados, gimiendo.

-       Lo siento – dijo al recuperar la respiración.

-       Calla y abrázame – le dije, recostándome a su lado tras quitarme las bragas..

Tras unos minutos de paz, tomé su mano derecha y sin soltarla la puse sobre mi sexo, para que sintiera mi calor y humedad. Usé su mano para masturbarme, guiándola hasta colocar dos de sus dedos en el capuchón de mi clítoris e iniciar el movimiento circular que tanto placer me proporcionaba, acelerando o ralentizando sus movimientos, según me interesara, esperando que llegara mi momento y el suyo.

Así seguimos un buen rato hasta que creí estar preparada, dada la manifiesta dilatación de mi vagina, por lo que me decidí a acariciar su pene, y lo noté ya de nuevo en pie y preparado. Me tumbé boca arriba, colocando una almohada bajo mis nalgas, para facilitar la penetración, y, sabiendo él lo que venía, hizo ademán de coger uno de los preservativos. Le indiqué con un gesto ni negativa. No quería que mi primera penetración fuera por un pene enfundado en látex.

-       Creo que sería lo mejor, cielo – me dijo.

-       No te corras dentro – le dije decidida – Y sé cuidadoso.

Le indiqué que se tumbara entre mis piernas, y mientras yo me acariciaba el clítoris para aumentar la lubricación, le dije que sujetara su pene para ponerlo en la entrada de mi vagina, y que son su punta lo rozara, se empapara de mi humedad. Comenzó a hacerlo, y sentí su calor, sentí sus líquidos mezclados con los míos. A medida que el roce aumentaba, mi vagina se dilataba más y más, invitando al pene a conocerla.

Una leve molestia hizo que me quejara, y Christian, temeroso apartó su pene de mi entrada, mirándome a los ojos, sin saber qué hacer. Le indiqué que continuara igual, que poco a poco, que no se preocupara por mi inevitable dolor.

Volvió y a medida que continuaba sus movimientos, noté como mi estrecho coño pugnaba por apretar y acariciar su pene, disfrutando las sensaciones que se me estaban ofreciendo. Siguió su lento peregrinar por mi vagina, hasta que noté que todo su glande ya estaba casi dentro. Sólo un poco más, pensé, mientras yo me mordía los labios, aguantando. Un empujoncito más y sentía como se desplazaba lenta e inexorablemente su miembro y mi vagina rebosaba de jugos para facilitar la tarea.

Le hice parar un segundo, pero impidiendo que lo retirara, quería seguir sintiéndolo ahí. Palpé con mi mano en mi entrepierna y noté que sí, que ya casi había entrado, por lo que lo ayudé a culminar el trabajo, tirando de él hacia mí, hasta que lo noté encajado, apretado. Retiré la mano, y le di la orden. El empujó más fuerte pero con delicadeza, con tacto, hasta que al fin, toda su longitud entró en mi vagina, pudiendo incluso sentir el tacto de sus testículos rozando mi sexo.

Mantuvo la posición un segundo, y comenzó a entrar y salir, muy lento, al ritmo que yo le marcaba, sin dejar nunca que saliera mucho de mi interior. Ambos jadeábamos, gemíamos de placer, e hice que descendiera su boca sobre la mía para sentir sus labios, mientras me embestía poco a poco más rápido. Mi recién desvirgada vagina disfrutaba aprisionando su polla, como queriendo que el roce fuera lo más intenso posible. Y, lo noté, recorriendo mi cuerpo, la sensación del orgasmo que me llegaba, animándole a que me penetrara todavía más rápido, hasta que arqueé la espalda y emití un grito de placer que se escucharía en toda la casa. Él retiró rápido su miembro, justo a tiempo para eyacular sobre mi torso, mientras notaba como un leve hilillo de líquido se deslizaba por mis muslos. Él se inclinó sobre mí, se relajó. Me abrazó y besó mientras yo mantenía los ojos cerrados, aún concentrada en mi propio placer.