Gisela - 06
Tras experimentar con un objeto de uso cotidiano, Gisela sigue avanzando en su despertar sexual.
LAS AVENTURAS DE GISELA – 06
ESCENA 12 – MI MALA CABEZA.
Cuando llegué a la cocina, me dijeron que Carla había tenido que irse, pero que John me llevaría a entrenar. No me hacía mucha gracia la idea, después del comentario del día anterior, pero yo aún no tenía permiso de conducir y dependía de ellos. Afortunadamente, la Sra. Williams dijo de acompañarnos, por lo que, refugiada en el asiento trasero, pude librarme de las manos del chico.
Al terminar de desayunar y mientras subía las escaleras en dirección a mi habitación, volví a cruzarme con Gloria y fue entonces cuando un escalofrío recorrió mi cuerpo. Recordé algo que me hizo entrar en pánico. Con tantas prisas, había olvidado que, en el suelo del baño, yacía un cepillo dental envuelto en unas bragas, con gel íntimo y jugos vaginales perfectamente perceptibles.
- ¡Mierda! ¡Lo van a ver! – Me maldecía a mí misma.
Subí los peldaños que faltaban como alma que se lleva el diablo, aterrada ante la idea de ser descubierta. Abrí la puerta del baño e inspeccioné el suelo en busca de mi herramienta de placer, viendo con desesperación que no estaba, sino que, efectivamente, lucía colocado, pulcra y limpiamente, en la repisa del lavabo, desprovisto de las braguitas que le servían de envoltorio hacia bien poco, las cuales, por mucho que rebusqué en el cesto de la ropa sucia, parecían haberse desintegrado.
- ¡Genial, Gisela! Van a pensar que eres una guarra de cuidado – murmuré - ¿Pero cómo he podido olvidarme?
Ya no tenía arreglo, y sólo esperaba que Gloria, de quien sospechaba, con total seguridad, había sido la descubridora de mi improvisado consolador, no se fuera de la lengua, al menos antes de que pudiera hablar con ella y suplicarle. En cualquier caso, tendría que esperar, ya que la Sra. Williams y John ya se impacientaban esperándome.
ESCENA 13 – EL ALMUERZO.
Al terminar el entrenamiento me llevé una alegría enorme al ver que era Carla la que venía a recogerme y no su hermano, y más contenta me puse cuando aprecié que venía de mejor humor. Me indicó que no iríamos a almorzar a casa, sino que comeríamos fuera, pero que antes debían ir a las oficinas de su padre, un conocido productor de Hollywood, a recoger una documentación.
Subimos a una de las últimas plantas de un impresionante edificio, entramos en una pequeña oficina apenas compuesta de dos habitaciones, y mientras yo esperaba en la recepción, ella entró a hablar con quien decía era asistente de su padre. Me senté en un sofá a esperar, mientras la secretaria de éste parecía teclear algo en un ordenador. Desde mi asiento, veía como un joven trajeado tras el cristal hacía aspavientos con las manos y movimientos de negación con la cabeza, mientras Carla continuaba hablando.
Tras un rato más de conversación, vi como el hombre llamaba por teléfono a alguien, sonando al instante el teléfono de la Secretaria, que tras una breve conversación, ordenó su mesa, apagó el ordenador y se despidió de mí, yéndose del despacho. Fue entonces cuando salieron, sentándose Carla a mi lado en el sofá.
- Gisela. Este es Andrew, asistente de mi padre – me presentó mi amiga.
- Encantada. – Le dije alargándole la mano para saludarlo y haciendo ademán de levantarme, que fue interrumpido por Carla.
- Andrew, cómo te decía, aquí mi amiga tiene un problema.
- Ya te he dicho que …. – comenzó a decir el asistente.
- Nadie se va a enterar, tonto – le interrumpió Carla.
- Me vas a buscar la ruina – se lamentó el hombre.
- Venga. Que no tenemos todo el día.
El hombre se quitó la chaqueta, al tiempo que, ayudándose de sus pies se descalzaba, se desanudó la corbata, se quitó la camisa, y acto seguido los pantalones, quedando finalmente con unos calzoncillos con corazoncitos tipo bóxer como única prenda, arrojando la ropa al sofá en que estábamos sentadas. Yo observaba divertida el striptease recién disfrutado, diversión que se tornó en una mezcla de vergüenza y nervios al escuchar las palabras que siguió pronunciando Carla.
- Le he contado aquí a este que nunca has tocado una polla. Y eso es algo que tenemos que solucionar.
Mi amiga le indicó que se colocara de pie en frente mía, momento que aprovechó para levantarse y, conforme se acercaba, agarrar los calzoncillos de Andrew y tirar hacia abajo dejándolo con sus partes al descubierto. Ante mí, el pene de Andrew lucía en estado de flacidez total, empequeñecido, mientras el joven miraba hacia el techo cómo si deseara no estar allí en ese momento.
- Ja, ja – Rió Carla - ¿Qué le pasa a tu amiguito, Andrew?
- ¿Cómo quieres que me empalme, si después de esta me van a matar?
- Gisela. Aunque no lo creas, esa cosita de ahí es un pene – Dijo mi amiga riéndose, al mismo tiempo que tomaba asiento de nuevo a mi lado – Ahora, cógelo.
Acerqué tímidamente mi mano a la flácida verga, cogiéndola con dos dedos, al mismo tiempo que dirigí mi mirada a los ojos del chico, dejándose este hacer con cara de manifiesta preocupación. Me entretuve un rato palpándolo, notando su textura, acariciándolo suavemente, algo defraudada por el estado actual del aparato.
- Acaríciale los testículos, Gisela. – Dijo Carla – Y agárrasela bien que no te va a morder.
Obedecí, y mientras con mi mano derecha asía sin apretar el pene, con la izquierda comencé a sopesar las pelotas del chico, apretándolas y acariciándolas suavemente. Me encantaba el tacto de la piel, la rugosidad de sus huevos, lo que me tenía tan ensimismada que no aprecié como el tronco comenzaba a crecer entre mis manos.
- Ya se está despertando – Dijo mi aliada de aventuras riéndose – Masajéala y verás.
Me fijé entonces como, efectivamente, aquello iniciaba un aumento de tamaño, constante a medida que continuaba yo con mis caricias, hasta que aprecié que ya no iba a crecer más. Lo solté y observé un buen rato detenidamente, aprecié su longitud y grosor, las venas que lo surcaban, y su sonrosado glande. Ahora sí que tenía ante mí una polla como Dios manda, pensé. El joven ya no parecía atemorizado, sino todo lo contrario, su cara se había relajado y se iba animando, notando su deseo de que retornara a mis tocamientos.
- Gisela, ¿te gustan las fresas? – Dijo Carla, al mismo tiempo que extraía de su bolsa una toallita y un bote de lubricante, vertiendo un poco de contenido en sus manos para untar el pene del joven.
- ¡Ahora, dale al manubrio, chica! – Dijo riéndose, mientras se sentaba de nuevo a mi lado.
Entendiendo lo que quería decir, agarré de nuevo el falo recién lubricado, y comencé a mover mi mano por toda su longitud, subiendo y bajando de modo lento, al principio torpemente, hasta que me fui acostumbrando a la maniobra, facilitada por el gel vertido por Carla, hasta que vi como los efectos de mis caricias eran ya visibles en el rostro de Andrew.
Mientras me concentraba en mi manipulación, Carla me cogió de la mano izquierda y la colocó en las pelotas del joven, indicando que siguiera acariciándolos sin parar de subir y bajar, aumentando el ritmo, mientras el chico hacía gestos ostensibles de estar pasándolo muy bien, hasta que la piel del pene absorbió prácticamente todo el lubricante. Yo seguía, entusiasmada, incrementando la velocidad,
- ¡Cuidado! Que se nos va – intervino Carla deteniendo mis manos, al mismo tiempo que dirigiéndose al chico, le decía – Y tú, ¡aguanta campeón!
Carla me miró y sin decir palabra, dejó bien claro cual tenía que ser mi próximo paso. Incliné mi boca sobre el glande de Andrew y comencé a darle besos lentos, mientras lo miraba a los ojos pidiendo su aprobación, más que concedida, por lo que continué besando todo el tronco, retrocediendo luego hacia la punta para dar un lametazo a todo su glande con sabor a fresa que hizo gemir al chico. Viendo que esa maniobra le gustó, continué usando mi lengua para recorrer la fruta que Carla habia puesto a mi disposición, deleitándome con él, queriendo que mis sensaciones no se acabaran todavía, hasta que decidí improvisar e iniciar tiernas lamidas en sus testículos, seguidas de delicados bocaditos.
- Ja, ja. Aprende rápido, ¿verdad Andres? – Dijo Carla
- Ya lo creo. Dijo el joven con la voz entrecortada.
- Sí. Pasemos a la fase B ¡Métete ese capullo en la boca! Succiónalo y dale con la lengua a la vez.
Siempre fui una alumna responsable y obediente, y no iba a dejar pasar la ocasión que se me estaba brindando, con lo que sujetándolo firmemente con mi mano derecha, fui introduciéndome su glande hasta que desapareció en el interior de mi boca, chupando, succionando, absorbiéndolo todo.
Recordando lo aprendido, me concentré luego en ir descendiendo por su verga, tragando centímetro a centímetro, con hambre, procurando no darle con los dientes, e introduciéndolo hasta casi sentir sus testículos en mis labios, para luego volver a dedicar mis ojos al chico y ver si lo estaba haciendo bien.
- ¡JODER! ¡Me está matando! – gritó Andrew al tiempo que colocó sus manos en mi cabeza, sujetándola, y comenzando a follarme literalmente por la boca, con movimientos cada vez más rápido que me hacían perder la respiración, pero no por ello mi deseo de culminar la mamada.
- ¡Andrew! – gritó de pronto Carla - ¡Dentro no!
El joven reaccionó justo a tiempo, y retiró mi cabeza milésimas antes de que salieran disparados varios chorros de semen, cubriendo mi rostro y cabello, casi impidiéndome ver al gotear el líquido por mis gafas, no dándome siquiera la posibilidad de evitar que la corrida del chico recorriera mi cara.
- Misión cumplida – Dijo Carla.
Me quedé quieta delante del chico. No estaba preparada para recibir el impacto y no fue una situación que ni entonces ni ahora me agrade demasiado, pero esa vez sabía que tenía que saborear el líquido, degustarlo, procediendo a sacar la lengua y tomar parte del semen que se resbalaba por mi cara. Me deleité con él, su gusto salino, diferente de mis jugos vaginales.
Carla, tras contemplar mi obra unos instantes, me limpió la cara con una toallita, al mismo tiempo que reprendía a Andrew y me indicaba que fuera al baño a eliminar el resto que manchaba mis cabellos.
Entré temblando, No sólo había sostenido la primera verga de mi vida, sino que la había masturbado y mamado. Me miré al espejo unos minutos, satisfecha, me enjuagué bien, eliminando los vestigios y decidí que quería más. Me desnudé y volví a la habitación en que Carla estaba ahora sentada junto al chico, y este terminando de vestirse, sentado junto a ella.
- Pero, ¿A dónde vas así, chica? – preguntó mi amiga.
- Creía que tocaba follármelo – Dije avergonzada.
- No. No. Eso sí que no – protestó Andrew, visiblemente preocupado por lo que pudiera pasarle.
- Aún no estás lista. ¿Vale? – Dijo Carla.
- Ok. Tú mandas.
ESCENA 14 – CONFESIONES A MEDIANOCHE.
Esa misma noche, en nuestras habituales conversaciones después de la cena, Carla y yo repasábamos lo acontecido en el día.
- ¿Te gustó?
- Sí – repuse – Pero ya sabes que quiero más. Yo sí creo que estoy lista.
- No. No lo estás. Créeme. Paciencia – me dijo – Debemos encontrar algo mejor que el pervertido de Andrew.
- ¿Sabes? Tengo un par de cosas que comentarte - le dije.
- Dime.
- El otro día te mentí. No era la primera vez que me masturbaba.
- Lo supuse, tenías cierta habilidad – me Carla dijo sonriéndome.
- Tampoco te creas, que era sólo la segunda.
- ¿Y qué es lo otro que querías decirme?
- Tu hermano.
- ¿Qué pasa con mi hermano?
- Pues, no sé cómo decírtelo. Está muy cariñoso conmigo.
- Será que Jill no le satisface plenamente – Dijo Carla, ahora más seria - ¿Y tú qué opinas?
- Que me gusta y todo eso. Es guapo, pero no me parece bien hacerlo teniendo novia.
- Muy honesto por tu parte – me dijo Carla tras unos segundos de pausa – Yo también tengo una confesión que hacerte.
- A ver, ¡qué miedo me da!.
- Creo que estoy enamorada de Marcos – me dijo, tumbándose en la cama quedándose mirando el techo – Por eso me enfadé cuando insinuaste con montártelo con él.
- Podías haberlo dicho. Ya sabes mi opinión sobre lo de robar novios – le dije, cariñosamente - ¿Y cuál es el problema?
- Pues que me arrepentí de haberlo hecho delante de ti. Sentí vergüenza después, me imaginé que te masturbaste mirándonos y no me gustó. Me siento rara.
- No te preocupes. Además, soy una alumna obediente, y una de las reglas era no contar nada de lo que hiciéramos – le dije quitando hierro al asunto.
- Entonces que no haya más secretos entre las dos – Dijo Carla.
- Bueno. Tal vez hay uno más, que me preocupa bastante.
- ¿El qué?
- Que, no te asustes, se me ocurrió usar el cepillo de dientes.
- ¿Cómo el cepillo de dientes?
Le conté mi aventura con el cepillo en el baño, de cómo improvisé hasta convertirlo en una máquina de placer, y de que tenía la sospecha de que Gloria lo había descubierto al hacer la limpieza de mi baño. Y que estaba atemorizada que le dijera algo a sus padres.
- ¡Y encima no encuentro las malditas bragas! – Exclamé.
- Ja, ja, ja. No te preocupes por Gloria. Hablaremos con ella – me tranquilizó Carla.
- Ok. A ver si salgo de esta.
- Así que el cepillo, ja, ja, ja, ja – Me dijo riéndose a carcajadas.