Gisela - 05
Continúa el lento aprendizaje de Gisela en su búsqueda de placer, de manos de su amigable profesora.
LAS AVENTURAS DE GISELA – 05
ESCENA 10 – CASTIGANDO A LA PROFESORA .
Tras la clase recibida esa mañana, no volví a ver a Carla en todo el día, por lo que no pude hacerle la infinidad de preguntas que tenía preparadas sobre la materia. Después de comer estuve tomando un rato el sol, uniéndoseme John poco después.
- ¡Vaya cambio que has pegado, chiquilla! – Exclamó desde la tumbona adyacente, inclinándose levemente para mirarme de arriba abajo, pudiendo sentir como sus ojos se quedaban fijos en mis piernas.
- Ya. Sí. Me hacía falta.
- Vas a volver loquito a tus compañeros de universidad – continuó John.
- ¿Tú crees?
- Estoy seguro, nena. Es más, a mí me estás empezando a poner nervioso también – Y mientras decía eso, acercó una mano y la puso sobre mi muslo.
- No me parece buena idea – le dije, retirando su mano, tras lo cual me levanté y me fui azorada a mi habitación.
No es que John no me pareciera atractivo. Lo era, y mucho. Más de una calentura tuve pensando en su verga, pero algo me decía que era un camino que mejor no explorar, no sólo por ser hermano de Carla e hijo de la familia que me tenía acogida como una reina, sino en especial por tener novia. Jill era una chica simpática, y una cosa era mi curiosidad por el sexo y otra distinta ir quitando novios a otras. Todavía conservaba algún que otro principio moral.
Durante la cena, noté más formal que de costumbre a Carla, y a punto estuve de dejarla en paz esa noche, pero, mi afán de conocimiento, me llevó a volver a llamar a su puerta.
- Carla. ¿Puedo pasar?
- Sí, claro – Me contestó tras la puerta.
- ¿Estás bien? Te veo muy seria – pregunté preocupada.
- No me pasa nada – espetó secamente.
- La lección de hoy me ha encantado.
- Me alegro.
- Creo que ya estoy preparada para dar un paso más – insinué haciendo referencia evidente a tener relaciones sexuales con hombres.
- Sí. Tal vez. Habrá que encontrar la persona adecuada.
- ¿Qué tal Marcos? – le dije.
- ¡Ni hablar! ¡ÉL NO! – Casi me estaba gritando, sin que yo entendiera en ese momento los motivos de su enfado.
- Vale. Habrá que seguir buscando entonces.
- Mira, estoy cansada. Toma, la lección de hoy te la estudias tú solita – Me dijo casi echándome de su cuarto, al mismo tiempo que me daba un pendrive que tenía en su escritorio.
Salí de su habitación algo preocupada. Carla era una chica que siempre estaba muy alegre, y no conocía esa nueva faceta. Su enfado tras insinuarle la posibilidad de que Marcos “me estrenase”, me hacía sospechar que tal vez estuviera enamorada del chico. Sea como fuera, ya en mi habitación, me subí a la cama y, apoyada en el cabecero, coloqué el portátil en mis rodillas para examinar el contenido del extraíble.
Se trataba de un archivo ejecutable, así que lo inicié, apareciendo un título en la pantalla: “Candice, una profesora en apuros”. Bajo dicho título, otro texto de inferior tamaño me indicaba, bajo la rúbrica de “Tu Tutora”, que me convenía estudiar bien el tema, porque algunas preguntas caerían en el examen. Seguí las instrucciones y pulsé una tecla para continuar, comenzando la presentación.
Apareció la imagen de un aula, con una gran mesa delante de una pizarra, y enfrente varios pupitres, siendo evidente que iba a asistir a mi segundo video pornográfico del día, aunque éste no era en directo. Una mujer de unos 30 años entraba en el aula, vestida con traje de chaqueta y con una larga regla amarilla en la mano, aparentando ser Candice, la profesora. La mujer, aunque atractiva, no estaba demasiado dotada como actriz, al menos al estilo tradicional. En lo suyo, sin embargo, pude comprobar poco después que sí que sabía “actuar”.
Simuló tener mucho calor, por lo que comenzó a desnudarse, insinuante, hasta que quedó sólo con ligueros y medias negras, sentada encima de la mesa. Tenía unos pechos bastante grandes, que apretujaba con sus manos a ratos que jugaba con la regla entre ellos. El video iba alternando primeros planos del rostro de la profesora, ahora ya subida encima de la mesa, con otros de su sexo adornado por un gracioso mechón en su pubis, bajo el cual una vulva entreabierta mostraba sus labios extendidos como si fuera una mariposa.
Así, despatarrada encima de la mesa, Candice jugueteaba con la regla, rozándola con su sexo, cuando la puerta del aula se abrió y entraron dos chicas rubias disfrazadas de colegiala, una de las cuales llevaba una mochila a sus espaldas. Las “alumnas”, pusieron cara de sorpresa, al descubrir a su “profesora” entregada a sus juegos sexuales, en tanto ésta ponía cara de temor al ser pillada “in fraganti” en plena acción, bajando de la mesa e intentando volver a vestirse.
Una de las chicas se lo impidió, agarrándola del brazo, en tanto la otra le había arrebatado la regla, y comenzó un diálogo breve, en el que le decía que, si no quería que el director se enterase, tendría que someterse a lo que le ordenaran.
La que la sujetaba del brazo, le dio la vuelta y de un empujoncito, la colocó en la mesa y le dio un débil azote, en tanto la otra hizo lo mismo con la regla poco después, humillando falsamente a su maestra. La hicieron tumbar boca arriba en la mesa, y mientras una magreaba con fuerza sus enormes pechos, la otra la abría bien de piernas y comenzaba a hurgar con los dedos en su vagina, al tiempo que pasaba su lengua por el clítoris y la sonrosada entrada de su supuesta tutora.
Decidí que también había llegado el momento de que yo cambiara de posición, porque la exhibición de las chicas me estaba poniendo caliente como una burra, así que coloqué el portátil sobre la cama y me tumbé boca abajo a continuar visionando la película, al mismo tiempo que con mi mano derecha complacía mi sexo, que reclamaba cariño fluyendo a voz en grito.
Ahora, la amasadora de tetas decidió subirse encima de la profesora de modo que pudiera exponer su propio sexo a la boca de la maestra, cuya lengua pugnaba por abrir sus labios vaginales. Se ve que en ese colegio, no había costumbre de llevar ropa interior, pensando yo, divertida, que el título no parecía ajustarse a la realidad, porque la profesora más que en apuros lo que parecía es que se estaba llevando un repaso fenomenal, por las caras que ponía de placer.
Mientras la boca de la profesora continuaba su labor, la que le trabajaba la vagina, cesó y quitándose la mochila comenzó a rebuscar en su interior, hasta extraer un objeto cilíndrico de color azulado y otro de mayor tamaño que era una perfecta simulación de un pene.
- ¡Ajá! ¿Así que esto es lo que llaman consolador? – Me dije.
Armada la alumna con ambas herramientas, cedió la azul a su compañera, que había bajado de la mesa, diciéndole a su profesora que ahora había llegado el momento del castigo y no se qué de hacérselas pagar, dedicándole diversos insultos típicos, como si a estas alturas el diálogo fuera algo relevante. La del cilindro azul comenzó a presionarlo sobre el clítoris de la maestra, siendo las expresiones de ésta las de estar en el séptimo cielo, corroborado por sus intensos gemidos. La otra, menos compasiva, apuntó el pene de plástico a la vagina, y la penetró de un solo empujón, haciendo gritar a la maestra. Me sorprendía la facilidad con la que el referido instrumento, de grosor considerable, entraba y salía del sexo de la profesora, viendo las dificultades que parecía ofrecer mi virgen sexo.
Tras un rato dedicándose a taladrar a la profesora, hizo que, sin sacar el pene incrustado en su vagina, se pusiera a cuatro patas sobre la mesa, donde continuó el movimiento de ida y vuelta. La otra, dio una leve azotaina a la maestra, y agarrándola de las nalgas, las fue abriendo, hasta que en pantalla podía verse perfectamente el agujero de su ano, mientras por debajo el pene de plástico entraba y salía a velocidad cada vez mayor.
Tuve que detener mis propias caricias, al ver cómo comenzó a juguetear con el azuloso instrumento que portaba con el orificio anal.
- ¿Perdona? ¿No se atreverá a….? – Casi grité.
Mis dudas encontraron pronta respuesta, ya que una vez consiguió dilatar algo el estrecho agujero, fue empujando el añil instrumento, mientras se reía y le decía que disfrutara del momento, hasta que incrustó más de la mitad del objeto en el ano de su maestra, que gritaba como una condenada.
Tras unos breves momentos en que los gemidos y alaridos de la profesora aumentaban su volumen, y los dos objetos proseguían su imparable ir y retroceder por los orificios de la profesora, dieron por concluida su tarea, dejándola allí en la mesa con ambos objetos en el interior de su cuerpo.
Se fundió luego la imagen en negro, y apareció un cartelito indicando el fin de la película, y otro nuevo texto debajo: Próximamente, ¡Fiesta de Pijamas en casa de Naomí!
Cerré el archivo cuya imagen congelada anunciaba futuras aventuras, puse el portátil en el escritorio, y, apagando la luz, me metí en mi cama dispuesta a concluir mi interrumpido orgasmo, y dormir luego a pierna suelta.
ESCENA 11 – DESCUBRIENDO LAS VENTAJAS DE LA HIGIENE DENTAL.
Desperté al día siguiente con las bragas aún empapadas, mientras un intenso olor a fluidos vaginales se extendía por todo el dormitorio. Abrí la ventana, a fin de que el olor desapareciera, cuando me di cuenta que, no era tanto dicho aroma, sino que sentía en mi propia boca el regusto de ese líquido elemento, fruto de los continuos viajes de mis dedos para ensalivar aún más mi sexo.
Me miré al espejo y seguía aún sorprendida de cuanto había cambiado en apenas unos días, teniendo que acondicionarme un poco el pelo, dado el alboroto sufrido en la intensa noche. Tras lavarme bien la cara, decidí eliminar el perfume de mi vagina que llevaba metido en la boca, por lo que cogí el cepillo de dientes eléctrico y el fuerte sabor del dentífrico fue exterminándolo.
Entonces, una bombilla se encendió en mi cabecita. La vibración del cepillo dental me hacía recordar la del aparatito azul contemplado en la lección de la noche anterior, que acabó finalmente incrustado en el ano de la “profe”. Me pareció evidente que, al igual que la estimulación manual, el movimiento giratorio del cepillo podía cumplir una función similar debidamente aplicado en las zonas adecuadas de mi sexo, con la ventaja adicional de que la máquina no se cansa y sigue imparable, sea cual sea mi grado de excitación.
Una idea surgió en mi cabeza. ¿Y si utilizaba el cepillo dental? Después de todo, vibraba bastante y seguro que me haría volver a sentir esas sensaciones inigualables de la estimulación de esa parte de mi cuerpo. Siempre he sido autodidacta, así que no había mucho que pensar.
- ¡Gisela! ¡Allá vamos! – Dije sonriéndole al espejo.
Me senté en una de las sillas del baño, colocándola de modo que pudiera verme en un espejo. Vi mi sexo algo colorado e irritado, tras los meneos que últimamente estaba padeciendo, pero no sólo no me dolía ni molestaba, sino que parecía aún más sensible. Sólo con tocarme con el dedo ya sentía esas descargas que me estremecían.
Apoyé la base del cepillo sobre mi botoncito del placer, y comencé a experimentar un leve cosquilleo que me recordaba agradables sensaciones, pero no parecía ser suficiente. Aunque la base vibraba, sin duda, lo mejor era el movimiento circular de las cerdas del cepillo, por lo que decidí comportarme como tal, es decir, como una cerda, y aplicar el cabezal sobre mi clítoris.
Sin embargo, algo me retraía a hacerlo, y no sólo era la cuestión higiénica, ya de por sí importante. Mi clitoris presentaba síntomas indicativos de su reciente sobreuso, tras años de abstinencia, por lo que temía poder hacerme daño. Recordé las lecciones aprendidas, que debía estar bien lubricada, pero pensé que algo suave también podría cumplir su función, por lo que, quitándome las bragas ya de por sí húmedas, cubrí con ellas el instrumento de higiene personal, y así embutido como si de un preservativo se tratara, comencé a dejar hacer a la máquina en mi sexo, pasándolo por los labios y por la abertura que con el movimiento y mi imaginación calenturienta comenzaba ya a humedecerse y a dilatarse.
Tras un par de minutos con ese jugueteo y cuando el improvisado vibrador casero comenzaba a cumplir fielmente su cometido, decidí que ya era hora de aplicarlo sobre mi clítoris y usando los dedos para abrir mi irritada vulva, apoyé el cabezal envuelto en la delicada tela de mis braguitas, accionando la máquina. El roce hace el cariño, sí, pero sentía molestias fruto de tanto “cariño”. Improvisé de nuevo, aplicando ahora sobre mi clítoris un poco de gel de higiene íntima.
- ¡JODER! ¡Sí! – Exclamé triunfante, comenzando a explorar nuevamente mi sexo con mi flamante consolador casero envuelto en mi mojada ropa interior.
La experiencia duró escasos segundos. La excitación e incansable acción del aparato, me hizo sentir rápidamente esas placenteras descargas a las que me estaba aficionando, hasta que mis piernas se aflojaron, y moviendo todo mi cuerpo, estallé en un delicioso orgasmo, dejando caer el instrumento que tan buenos momentos acababa de proporcionarme.
Tras reponerme un poco, tambaleándome, me dirigí a la ducha a asearme, prestando especial atención a mi delicado y muy manoseado sexo, que fruto de la recién descubierta sensibilidad, me molestaba y aparecía rojo como un tomate.
- ¡Todo tiene un precio! – Me dije riéndome, al tiempo que me secaba suavemente mis partes íntimas y el resto de mi cuerpo.
Justo en ese momento vi que ya debía ser muy tarde, por lo que salí precipitadamente de la ducha, colocándome un salva slip bajo las bragas para reducir al máximo el roce con mis prendas íntimas, y vistiéndome para ir a desayunar. Al bajar las escaleras camino de la cocina, me crucé con Gloria, la chica del servicio, a la que saludé con una enorme sonrisa de oreja a oreja, recordando aún el clímax recién alcanzado.
(CONTINUARÁ)