Gisela - 02
Gisela, huérfana criada en un convento, sigue contándonos sus aventuras en EEUU.
LAS AVENTURAS DE GISELA - 02
ESCENA TRES.- UN VIAJE MOVIDITO.
Al salir del local de masajes, busqué algún lugar en que calmarme, sentándome en una cafetería al lado a tomar una infusión y llamé a John por teléfono para que me recogiera. Mientras esperaba, aún nerviosa ante el abuso que estuve a punto de sufrir, fui recordando lo bien que habían estado los masajes previos, las sensaciones, y mientras lo hacía ese cosquilleo y humedad de mi sexo volvía. No pude evitar sonreírme, y me di cuenta que no estaba realmente enfadada con Carla, y que en el fondo había tenido una experiencia maravillosa, que difícilmente Dios podía repudiar., pero tenía que hablar con ella. Esto no se podía repetir.
Ahí estaba yo en mis cavilaciones, cuando apareció John acompañado de una mulatita de piernas infinitas, perfectamente visibles porque aquello no me pareció una minifalda sino un taparrabos, de exuberantes pechos y labios carnosos, que me presentó como Jill, su novia. No sé por qué, me había imaginado que su novia no era de color, sino una típica americana rubia de tetas grandes, pero me regañé a mí misma por un comportamiento racista completamente inaceptable.
Tomaron algo conmigo y me preguntaron si no me importaba que, en lugar de ir directos a casa, diéramos un paseo en el coche para enseñarnos Los Ángeles. Durante todo el trayecto, vi lo cariñosa y simpática que era Jill, y como a cada rato hacían manitas, mientras yo ocupaba el asiento detrás de John.
En compañía de esta tierna pareja de enamorados, la tarde fue cediendo paso a la noche, por lo que decidió John ya era hora de volver a casa, y yo decidí tumbarme un rato a dar una cabezada. Un bache me hizo despertar y al abrir los ojos vi como Jill tenía su cabeza inclinada sobre el regazo del conductor, lo que me pareció dulce, hasta que oí un ruidito apenas audible que venía de ahí y como Jill movía lentamente su cabeza de arriba abajo, y John se mordía los labios.
Algo debió notar Jill, porque se incorporó súbitamente en su asiento, y echó una rápida mirada hacia mí, decidiendo yo simular estar dormida, y girando de nuevo su cabeza. Abrí un poco los ojos, y ahí estaba, en el justo lugar donde Jill tenía su cabeza, el pene bien erecto de John, sujeto por la firme mano de la mulata que se movía grácilmente por toda su extensión para luego volver a bajar.
Era la primera vez que veía un pene en plena erección. Pude ver claramente su venoso tronco, rematado por ese cono rosado que es el glande, el cual era cubierto y descubierto por el prepucio, a medida que Jill movía su mano por toda su longitud, ahora con un ritmo mayor.
Luego Jill volvió a bajar su cabeza sobre el regazo de John, impidiéndome la visión del pene, en tanto el chico colocaba su mano derecha en la nuca de ella y acompañaba sus movimientos, hasta que de repente emitió un gemido un poco más intenso y cesó la chica sus movimientos.
Yo estaba en shock ante lo que creía estar viendo, pero era tal mi vergüenza, que decidí disimular y seguir haciéndome la dormida, no sin antes ver de reojo como de la boca de la mulatita manaba un líquido blancuzco fácilmente identificable, siendo recogido con la lengua y vuelto a introducir mientras su garganta se lo tragaba definitivamente. No podía dar crédito, Jill había masturbado y hecho una mamada a John. ¡Qué obscenidad!
No obstante, decidí mantener mi disimulo y hacer cómo que no me enteraba de nada, y continuamos sin mayores incidentes hasta llegar a la casa. Al llegar, dije que me encontraba muy cansada, por lo que prefería irme directamente a la cama, como así hice.
ESCENA CUATRO.- ¡UN CHOCHO QUE HABLA! Y UNA PESADILLA.
Tratando de asimilar lo que había visto en el coche, y recordando también las suaves caricias de las masajistas, me eché en la cama, hasta que el celular hizo el típico sonido anunciando la llegada de un mensaje. Al mirarlo, vi que era de Carla, preguntando que cómo me había ido el masaje, si había quedado satisfecha.
Lejos de enfadarme, toda la situación comenzaba a divertirme ante las ocurrencias de mi amiga, y le dije que estupendamente, en especial, la parte en la que las chicas salieron volando por los aires. Al rato, volví a recibir otro mensaje de Carla, que debía estar en la habitación de al lado descojonándose de la risa, en la que me deseaba dulces sueños, para luego otro seguido en que decía que su amiguito me quería dar también las buenas noches.
Este segundo mensaje, llevaba adjunta una fotografía que no tardé adivinar era del propio sexo de Carla con su rajita en horizontal, sujetado por dos dedos, en su parte superior e inferior. Cuando iba a cerrar la foto, vi que en realidad era un archivo de estos animados, y lo pulsé, para ver cómo una y otra vez repetidos, los dedos de Carla abrían y cerraban los labios sin parar, simulando que era una sonrisa. Un chocho hablándome. No pude más que reírme y recordarle lo cochina que era.
Apagué la luz y me dormí muy rápido. Comencé a tener un sueño en el que Carla estaba nadando desnuda en la piscina, cuando de la nada salían las dos masajistas, también en pelotas, se arrojaban al agua y hacían un sándwich con sus cuerpos y los de mi amiga. Mientras hacían eso, yo estaba en una tumbona boca abajo mirándolas, y sentía como algo me golpeaba en la cabeza varias veces, y al cambiar mi visión, lo que me golpeaba, era un pene, el de John, que se movía alegremente, mientras una mano lo agarraba, y lo recorría de arriba abajo, de abajo arriba, y al acercarme más pude ver que esa mano era en realidad la mía, por lo que fui a metérmelo en la boca al mismo tiempo que unas manos se deslizaban por mi culo buscando llegar a mi sexo.
Me desperté sudando y sobresaltada ante tal pesadilla, y tuve una sensación de humedad en la entrepierna aún más intensa, por lo que en la oscuridad, me palpé notando todas mis bragas mojadas. Creí que me había meado, y ante la vergüenza me fui rápido a la ducha. Tenía que limpiarme toda esa porquería. Me desnudé lo más rápido que pude y me metí en la ducha apuntando el agua directamente a mi sexo. Pero nada más empezar el agua a manar noté una punzada seguida de una sensación de gusto exquisita, que hacía palpitar mi húmedo y peludo sexo, para luego comenzarme a temblar las piernas. Aparté el chorrito y esa sensación perdió un poco de intensidad, que era rápidamente recuperada si volvía a apuntar en mi coño. Joder, aquello me estaba gustando mucho, pero sabía que no estaba bien, así que salí de la ducha y me sequé bien. Palpé mi sexo y estaba por lo menos a 100 grados de temperatura, entendiendo lo que quería decir la gente cuando afirmaba estar caliente.
ESCENA CINCO. – UN DEDITO O DOS O TRES.
Me fui a la cama, apagué la luz e intenté conciliar el sueño. Mis convicciones religiosas estaban perdiendo la batalla ante el placer de la carne.
A ver, primero Carla se pasea y me enseña todo su coño, luego esas putas locas comienzan a restregar los suyos con mi cuerpo, y para rematarlo, Jill le hace una mamada a John en toda mi cara, soñando yo después que era mi boca la que le comía la polla, y eso me había puesto ardiendo.
Tanto calor me llevó a despojarme del camisón, quedando en ropa interior sobre la cama, pero ese fuego no remitía a medida que iba recordando las cosas pasadas en los últimos días. Inadvertidamente comencé a acariciar mi pecho derecho sobre el sujetador, y noté nuevamente esa humedad a la que me estaba acostumbrando. Mi sexo volvía a palpitar y seguía sin poder dormirme.
Imaginaba a John jugando con mis pechos, acariciándomelos, y eso me hacía estremecer. Un poco más, le decía yo, y él asentía, pero era yo la que daba ese paso adelante e introducía mi mano en el sostén sopesando mi pecho, pasando suavemente mi dedo por el pezón.
Más, John, pensaba y él, me besaba el pezón, pero eran mis dedos los que jugueteaban con ellos, pellizcándolos, irguiéndolos, como se erguía allí en el coche el pene de John. Mi ardor aumentaba, como si de un momento a otro fuera a iniciarse su combustión, pero también subía el placer. Me quité el sujetador, y ahora con ambos libres, mis manos los recogían, sujetaban, palpaban, acunaban, aumentando la humedad de mi entrepierna.
Por un momento, pasó por mi cabeza una imagen mía tumbada boca arriba, con las piernas abiertas, mientras John se tumbaba entre mis piernas, y me introducía su miembro, y de repente la ficción cedió paso a la realidad. Comencé a acariciar mi velloso pubis por encima de las braguitas. Los efectos de mis caricias me invitaban a continuar, a no parar de sentir esas cosas que me hacían enloquecer.
Un paso más. Deslicé mi mano derecha bajo mis bragas, y jugué con el vello de mi pubis entre los dedos. Notaba como ahí abajo algo se quemaba, y era yo, pero ahora en mi imaginación, no eran mis manos las que se posaban en mi sexo, sino las de John. Descendí más hacia mi zona más íntima y noté ese líquido que amenazaba con desbordarse, palpé mis labios, pero ahora en mi imaginación sentía que no eran los míos, sino los de Carla, dulces, lampiños.
Mis dedos jugaban entre los labios vaginales, impregnándose de ellos. Bajé ahora mi mano izquierda y toqué con un dedo en la puerta de la gruta donde el fuego más quemaba, donde más palpitaba mi sexo, y luego olí ese dedo, un olor extraordinario, denso, olor a hembra en celo.
Apoyé la palma de mi mano sobre mi pubis, y con mi dedo corazón tocaba una y otra vez esa zona que el chorro de la ducha había sensibilizado aún más, como intentando abrirme paso con los dedos, hasta que una punzada dolorosa me hizo cesar. Doblé las rodillas, elevé mis piernas para desprenderme de las bragas que ya estorbaban el desenvolver de mis manos, y quedé allí desnuda, rendida al placer, mientras movimientos circulares de mis dedos jugaban con esa perla del placer que había incrementado de tamaño conforme hacían su trabajo.
Coloqué a su alrededor mis dedos anular e índice, como si de una V invertida fuera, indicando la derrota de mis convicciones ante el placer que experimentaba, y dejé el al descubierto ese botoncito de placer para luego pasar delicadamente mi dedo corazón sobre el mismo.
Las pequeñas molestias que sufría en mi avance, eran rápidamente superadas por el deleite de mi cuerpo; bajé un poco más ese dedo que me estaba llevando al cielo, y lo mojé como un pincel en la apertura de mi cueva, para luego, debidamente lubricado, subir y estimular aún más, arriba, abajo, arriba, abajo, de lado a lado, describiendo pequeños círculos a su alrededor, golpeándolo levemente, experimentando con mi cuerpo, que ya se movía todo él a medida que el ritmo de mis caricias aumentaba.
El climax llegó, mi vagina sufría contracciones, hasta que en un movimiento final, la espalda se arqueó y cesé el movimiento, manteniendo el contacto con mi sexo unos minutos, extasiada, gimiendo y jadeando, y, ahora sí, conociendo lo que es un orgasmo, a medida que ese líquido celestial brotaba abundantemente. ¿Qué no estaba bien tocarse? Mi cuerpo no opinaba lo mismo, y ahora no había nadie para reprenderme.
Quedé inmóvil, pero no sentía temor ninguno. No se abrió el techo y vino nadie a castigarme. Sólo sentía paz, placer sexual como nunca habia experimentado. Ya no sólo sabía lo que era esta caliente, sino también lo que era correrse. Y me habia encantado.
(CONTINUARÁ)