Gisela - 01

Gisela, huérfana criada en un convento, viaja a EEUU y conoce allí los placeres de la carne.

LAS AVENTURAS DE GISELA

INTRODUCCIÓN.

Mi nombre es Gisela y voy a contarles como pasé de ser prácticamente una monja a una perra en celo, a través de varios pasajes o escenas de mis vivencias. Pero antes, debo contarles mis orígenes.

Me abandonaron en un convento nada más nacer, donde me educaron y viví toda mi infancia y adolescencia, siendo mi ilusión convertirme en una de ellas. Durante ese tiempo, grabaron a fuego en mi mente que la fornicación y el sexo eran asquerosos. Salvo los detalles básicos de la procreación, y las diferencias entre hombres y mujeres, mi ignorancia sobre el sexo era plena. Después de todo, el sexo sólo era admisible después del matrimonio y sólo tener hijos, creced y multiplicaos y todo eso, y mi cuerpo iba destinado a Dios. El resto era una pecaminosa, sucia y repugnante burla de Satanás, no siendo permitido y reprobable tanto tocarse una misma, como tocar a hombres. Por supuesto, las relaciones entre personas del mismo sexo eran una aberración que te llevaba directamente al infierno.

Sin embargo, era una extraordinaria estudiante y nadadora, por lo que la madre superiora me convenció de que fuera a estudiar y competir a EEUU, sin que el dinero fuera problema, ya que una familia muy adinerada se había ofrecido para acogerme, y ya luego podría tomar mis hábitos, siendo conveniente que me fuera ya para aclimatarme y elegir Universidad.

Así fue, como, recién cumplidos los 18 años, con mi vestidito sobre las rodillas, por aquello de evitar las tentaciones de la carne, y mis gafitas de intelectual, tomé aquél vuelo a Los Ángeles, California, que cambiaría mi visión sobre el sexo.

ESCENA UNO - Un baño demasiado húmedo.

Al día siguiente de llegar a casa de los Williams, Carla, la hija de mi misma edad, me propuso ir a la piscina a darnos un bañito y tomar el sol, y me pareció una idea excelente, ya que nos habíamos caído muy bien.

  • Con el calor que hace, no sé cómo puedes aguantar con el bañador.

  • A Dios no le gusta que enseñemos carne innecesariamente – Le dije

  • Hablando de carne, mira ahí – Me indicó señalando al hijo del Jardinero que en ese momento trabajaba unos setos, y se había despojado de la camisa - ¡Cómo se está poniendo Marquitos!

  • ¿Cómo dices? - Le dije sin entender que estaba diciendo.

  • ¡Qué está buenísimo! ¡Me lo follaba ahora mismito!

Ante tal ordinariez, la dije que iba a ir al Infierno sólo por pensarlo, y le solté todo el recital aprendido en el convento, mientras ella se reía tan fuerte que llegó a caerse caer de la tumbona.

  • ¿Pero tú no....? – Me dijo.

  • ¿Cómo te atreves a siquiera pensarlo?

  • ¿Ni un dedito? - Dijo mientras en el suelo, se pasaba un dedo por su sexo, riéndose

  • ¡Mi cuerpo es un templo! - Le dije.

  • El mío también. ¿Quieres verlo? - Y ni corta ni perezosa, se quitó la parte de abajo del bikini, luego la de arriba, me sacó la lengua en señal de burla, se cogió una teta con cada mano, y se puso a menearlas en círculos, para luego tirarse al agua, sin parar de reír.

Yo estaba indignada ante un comportamiento tan indecoroso, viendo como nadaba desnuda, giraba, se hundía y emergía seguidamente, por toda la piscina. Pero mientras  nadaba, también me fijaba en su cuerpo, comparándolo con el mío. Ambas más o menos medíamos lo mismo, 175 cms, pero mientras ella era rubia y de formas redondeadas, yo era morena y más atlética.. Sus pechos eran redondos, grandes y perfectos, manifiestamente operados, en tanto los míos eran más bien escasos. De culo tampoco iba mal servida la señorita, bien grande y redondito, en tanto el mío era más firme pero menos prominente.

Pero si había algo que atrajo mi atención, y en lo que no podía competir con ella era en su sexo completa y absolutamente depilado, tan diferente de la mata de pelos que tenía yo ahí abajo.

Saliendo de mis pensamientos, cogí una toalla ante el temor que Marcos pudiera verla de tal guisa, y la insté a salir del agua y taparse, pero no me hacía ni puñetero caso, y seguía nadando como Dios la trajo al mundo.

  • ¡Sal ya! ¡Deja de hacer la idiota! - Le grité.

  • Vaaaale.

Nada más salir, la arropé con la toalla para taparle las vergüenzas, pudiendo sentir su cuerpo mojado y desnudo, y unas sensaciones extrañas que me hicieron soltarla y volver a mi tumbona, mientras ella se ponía el bikini y se sentaba a mi lado.

  • Chica. ¿No te da vergüenza? ¡Marcos podía haberte visto! - Le dije regañándola.

  • Ya lo creo que me vio. Y por las prisas que llevaba, para mí que fue a meneársela.

  • No sabía que eras tan indecente.

  • Entonces, ¿Tú nada de nada? - Me dijo muy seria.

  • Nada.

  • ¿No has tenido nunca novio?

  • No.

  • Vaya, ha venido de visita la Virgen María - Dijo riéndose.

Decidí que ya tenía suficiente por ese día, y un poco alterada, me fui a la casa y no le hablé más en todo el día.

ESCENA DOS – ¿RELAJARME?

Me enseñaron que la compasión es una virtud, y aunque me molestaba la indecencia de Carla, decidí perdonarla. Además, los dos o tres días siguientes no se repitió nada parecido. Por lo pronto, porque había vuelto de la Universidad el hermano de Carla, John, apenas tres años mayor que nosotras, que revolucionó un poco mis dormidas hormonas.

Era un chico muy guapo y esbelto, y solía acompañarnos en la piscina, y jugar con nosotras a las ahogadillas, aunque la Sra. Williams le decía constantemente que nos dejara tranquilas, sin saber entonces por qué. Eran juegos inocentes.

Pero, además, Carla tenía que llevarme a entrenar para las pruebas de natación, fundamentales para incorporarme al equipo universitario. Fueron duras, intensas, y había que superarlas en todos los estilos: espalda, crol, brazas y mariposa.

Tras una de las sesiones, creo que hice un movimiento raro al salir del agua, y me lastimé la espalda, lo que comenté a Carla en el viaje de vuelta, diciéndole que me molestaba. Esa misma noche, mientras cenábamos, Carla me dijo que para solucionar esos problemas de espalda, lo mejor era un masaje relajante, y que me había reservado por internet uno en un local que ella conocía.

Acepté encantada, así que la tarde siguiente, nos disponíamos a ir, cuando la Sra. Williams dijo a Carla que estaba castigada por los estudios, pero que John tenía que recoger a su novia del aeropuerto, por lo que podría llevarme de camino.

Al irnos, Carla me dio un ticket impreso necesario para el masaje, y lo leí: Masaje Doble + Masaje Thai + Final Feliz, y me fijé en el precio: 650 $.

-       ¡Es carísimo! – Le dije.

-       No te preocupes, tontina, te debo una disculpa por lo de la piscina.

Me monté en el coche con John, y me pidió la dirección y cuando llegamos un luminoso en el exterior anunciaba los servicios que ofrecía el establecimiento.

-       ¿Esto ha sido idea de Carla, verdad? – Me preguntó John.

-       Sí.

-       Lo imaginaba. Que lo pases bien – Y se despidió – Llámame cuando termines para venir a recogerte.

Al entrar al local, le di el ticket a una chica asiática de la recepción, y ésta me condujo a una sala contigua, y me indicó que me cambiara, saliendo al instante. En la Sala había un banco con muchas toallas, y en el medio de la estancia una Cama de Masajes blanca con un agujerito a la altura de la cabeza.

Me desnudé y me coloqué mi bañador, cuando entró otra chica asiática muy bajita, con un bikini falto de tela. La chica apenas tenía pechos, por lo que tampoco podía enseñar gran cosa, pensé.

-       Tú, quitar y tumbar boca abajo – Me dijo, señalando mi bañador, mientras me daba una toalla, abandonando la sala.

Dudé un instante, pero encogiendo los hombros, me quité el bañador y me tapé lo mejor que pude con la toalla, tumbándome en la camilla boca abajo y esperé hasta que poco después la misma chica y otra, igualmente vestida, y yo diría que su gemela, comenzaron a desplegar varias toallas por el suelo y también tapando mis piernas, me indicaron que metiera la cabeza en el agujerito y comenzaron.

Colocadas cada una a un lado de la mesa, retiraron las toallas que tenía en las piernas, y tras untarse las manos con aceite, comenzaron a masajear cada una de ellas una pierna, luego siguieron con los pies, para luego volver a subir hasta los muslos. Aquellas chinitas tenían una habilidad brutal con las manos, y en apenas unos minutos noté todas las tensiones de las piernas liberadas. Me estaba encantando.

Luego, volvieron a taparme las piernas con toallas, lo que me creí un gesto de profesionalidad y de que no les interesaba mi cuerpo desnudo. Empezaron a trabajar mis brazos, del mismo modo que hicieron con las piernas, dejándome como nueva. Luego una se colocó frente a mi cabeza y me comenzó a masajear los hombros, en tanto la otra, se subió literalmente en la mesa, sentándose prácticamente encima de mí y, retirando un poco la toalla que cubría mi cuerpo, pero dejando púdicamente cubierto mi culo, comenzó a masajear la espalda. Entendí que dado que eran tan bajitas, no había manera de hacer el masaje sin subirse encima, por lo que no me incomodó demasiado estar entre las piernas de la asiática.

Tras un rato así, se bajó y me dijo que me diera la vuelta en la cama, por lo que yo fui haciéndolo, sujetando la toalla para cubrirme los pechos y mi sexo. Ahora, la que tenía en la cabeza, comenzó a masajear el cuello y la cara, en tanto la otra se volvió a subir a la camilla y trabajó los hombros en la misma posición.

Me sentía un poco incómoda tenerla sentada encima de mí, pero era tan placentero el masaje y parecían las chicas tan profesionales, que me dejé llevar cerrando los ojos, no dándome cuenta que había empezado a bajar de los hombros hacia mi pecho, descorriendo la toalla. Al darme cuenta, hice un pequeño movimiento que casi la tiro, pero ella se apretó fuertemente a mí y me dijo que estuviera quieta y relajada. Sin rozarme los pechos, comenzó a masajear las caderas, la barriga e iba bajando, pero era muy cuidadosa, procurando no profundizar más abajo.

Acto seguido, se bajó de la camilla, salió con su compañera de la sala, dejándome allí maravillada del excelente trabajo que habían hecho. Sentía mi cuerpo completa y absolutamente relajado.

Tras unos segundos, me senté en la camilla, tapándome mis pechos con la toalla, y me disponía a bajar, creyendo finalizado el masaje, cuando aparece de nuevo otra de las chicas, no puedo decir cual, porque eran como dos gotas de agua, y me dice que me tumbe de nuevo boca abajo, que ahora viene el Thai Massage. Vaya. Este placer tan exquisito no había aún acabado, por lo que la obedecí al instante e introduje mi cabecita en el agujero de la camilla, dispuesta a sentir de nuevo sus relajantes caricias. Sentí su cuerpo otra vez encima mío, pero yo estaba tranquilap por creer saber lo que venía, hasta que pegó un tironcito y me quitó la toalla que me cubría el culo.

Volví a hacer ademán de moverme y rápidamente me aprisionó con sus finas pero increíblemente fuertes piernas.

-       Tú relajar, ahora tocar glúteos – dijo, sin que yo pudiera oponer mucha resistencia..

Descendió un poco, y comenzó a masajearme el culo, en movimientos circulares, de una manera tal, que me sentía extasiada. Luego fue subiendo por la espalda, y de repente, noté como apoyaba su pecho sobre mi espalda, y no parecía llevar ropa, sino que lo que parecía es que estaba frotando su pecho y todo su cuerpo contra mi espalda. Me volví a remover incómoda, pero era tanta la relajación que aquella chiquilla me estaba provocando, que decidí aguardar.

Aquello que me daba tan gratas experiencias, no podía ser algo malo, no preocupándome tampoco cuando siguió bajando la espalda y me masajeó mi culo desnudo con su cuerpo.

Se bajó de la camilla y me indicó que me diera la vuelta, momento en el que pude apreciar que, como sospechaba, se había desnudado por completo, quedándome atónita ante su cuerpo desnudo, y se disponía a volver a subirse encima. Rápidamente le dije que ni hablar, y ella insistía que me iba a gustar, que me relajara. Al final accedí con una condición, que al menos se pusiera la parte de abajo del bikini, y ella encogiéndose de hombros así lo hizo.

Se subió encima y a escasos centímetros de mi cuerpo veía las cerecitas que tenía por pechos, masajeando otra vez más mis hombros, primero con las manos, pero luego fue descendiendo y comenzó a frotar sus pechitos contra los míos, mientras me pedía me relajara cada vez que notaba algún movimiento por mi parte.

Decidí que iba a confiar, entre otras cosas, porque la sensación era maravillosa. Su cuerpo, me daba pasadas por el pecho, una y otra vez, mientras yo notaba como mi propio sexo comenzaba a humedecerse y cosquillearme de una manera que jamás antes había experimentado. Pero aquella chiquilla no parecía dispuesta a detenerse, e iba bajando más y más con su cuerpo, hasta llegar casi hasta mi pubis sin que yo pudiera resistirme ante la mar de sensaciones que experimentaba.

Comenzó de nuevo a subir, y prácticamente me puso el culo en la barriga, sin darme cuenta que la otra chica había entrado y que sus manos ahora recorrían mis piernas, para luego subirse también a la camilla completamente desnuda.

Mientras la que tenía sentada en mi barriga rozaba su sexo con mi cuerpo, la otra fue subiendo sus manos por mis piernas, luego por los muslos, hasta tocar la cara interior, y poco a poco fue recorriéndolos hasta llegar a las ingles, para después apartar el vello de mi sexo y tocarme con un dedo a cada lado de mi sexo, dispuesta a abrir mis labios vaginales, al mismo tiempo que creí percibir como descendía su boca.

De un empujón, me quité a una de encima y la otra también salió despedida, cayendo ambas al suelo, donde se miraban con cara de sorpresa.

-       ¿Pero qué os habéis creído putas lascivas? – Comencé a gritar como una loca, mientras una de las chicas trataba de calmarme y me decía que ahora tocaba el final feliz, que yo había pagado por él.

Como pude, fui recuperándome, entendiendo que era otra de las bromitas de Carla, y tras pedirles que se fueran, me vestí y salí de aquél lugar de pecado.

(CONTINUARÁ)