Giro en la vida (03: El Negro desvirga el culo...)

Cumpliendo lo prometido el día anterior, El Negro se presenta en casa de la respetable señora para romperle el culo. Ella no consigue cumplir su firme decisión de negarse y le ofrece el sacrificio de su virginal agujero trasero.

3.- El Negro desvirga el culo del Ama de casa.

Final anterior capítulo:

Sacó el calabacín de mi culo con un sonoro ¡PLOP! Y me hizo mirar al espejo la anchura que tenía mi, ayer, virgen orificio. No me concedió mucho tiempo para deleitarme en su visión, otra vez me condujo de aquella manera humillante que mi recién descubierta lascivia agradecía profundamente, inclinada, con el pulgar metido en el culo y el índice y el mayor en la vagina. Por un momento me imaginé siendo conducida así por la calle, a la vista de todo el mundo, de mis vecinos, de mis parientes, de mi confesor. ¡dios! Que gozada sería.

Así reducida me condujo hasta el lecho matrimonial donde me tiró diciendo que esperase. Regresó con el espejo del pasillo y lo colocó cerca de la cama apoyado en la pared.

  • No es gran solución para que te veas el culo aprovechado, pero ya buscaré otra mañana. (mañana... no habrá mañana, me dije a mi misma totalmente convencida. Que me use el culo para saber como es y basta. Mañana seré otra vez la fiel esposa y madre).

Mi negro me colocó de perfil de forma que se viese mi culo en el espejo, renovó el lubricante y comenzó a introducir dentro de mi una pelota de golf sujeta al extremo de una larga varilla de acero.

  • Esto, zorra, es para que sientas como se mueven tus intestinos y te asegures que no morirás cuando te suceda con mi verga dentro.

Comenzó a deslizar la pelota adelante y atrás suavemente dentro de mis intestinos, que se enderezaban para acomodarse a la rígida varilla. Era una extraña sensación, sobre todo cuando la pelota profundizaba y comprimía mi plexo. Poco a poco, tomada ya la distancia que podía introducir sin daño emprendió un ritmo más rápido. Al mismo tiempo pellizcaba mi orondo clítoris de tal manera que me proporcionó un fenomenal orgasmo.

Habiendo sacado la pelota y tomada la medida máxima de la varilla, me comunicó satisfecho que podía albergar sin problema todo la longitud de su pene.

Y sin más procedió a metérmela suavemente y colocándome de forma que yo pudiese observar toda la maniobra en el espejo. Anonadada y como en un sueño veía aquel larguísimo apéndice negro desaparecer entre mis enormes y lechosas nalgas hasta llegar la bolsa escrotal. Con la misma hipnosis vi como salía hasta casi su totalidad y volvía a emprender su inmersión en mi agujero. Tras varias entradas y salidas suaves alcancé otro orgasmo. Más por el morbo de ver mi culo usado de aquella manera que por una reacción física.

Cuando el Negro – el Negro, aún no sabía su nombre ni él el mío – se percató de mi orgasmo me hizo reconocer que era una verdadera ramera insaciable y que quería más.

Y me dio más, vaya si me dio más. Extrayendo su polla de mi culo se dirigió a su bolsa de herramientas mientras yo observaba en el espejo la tremenda anchura de mi agujero con graves dudas sobre si alguna vez volvería a cerrarse.

Regresó con una pinza y una cadenita que enganchó en mi clítoris sin demasiada presión, por lo que no protesté. Enfundó otra vez la polla con toda comodidad en mi abierto agujero, me colocó a cuatro patas y esta vez me folló el culo rudamente mientras tironeaba de la cadenita hasta que me corrí otra vez.

Aumentó la presión de la pinza en mi clítoris, me introdujo el pepino en la cavidad vaginal y reemprendió la sodomización ya de forma verdaderamente violenta y dolorosa para mi clítoris. Me veía en el espejo toda sudada, en posición indigna como si fuera una perra y los pechos bamboleando de forma alocada. Pero al poco rato el dolor se desvaneció en un nuevo orgasmo. Aún no recobrada de él, el Negro sacó la polla nuevamente de mi ano y me la introdujo en la boca. Sin vacilar me tragué completamente su catarata de semen. Tampoco vacilé en lamerle la verga a todo lo largo para limpiársela con plena conciencia de que me estaba tragando parte de mis restos fecales pese al enema impuesto previamente.

Sin sacarme el pepino del culo descansamos media hora, yo acariciando y besando su largo vástago y él sin parar de interrogarme:

  • Cada cuanto lo haces con tu marido habitualmente, ... Qué método anticonceptivo usas .... Cuando tienes el período .... ¿ es muy copioso? .... Cada cuanto te haces un chequeo ginecológico ... ¿Tu hija sale a ti? ... ¿tu hija tiene el clítoris y el coño grandes? .... ¿te masturbas solamente frotando el clítoris o te metes dedos? ... ¿usas algún consolador? ... tu madre es de culo gordo? ... A todo le contestaba la verdad pacientemente.

Después me pidió que le enseñase mis joyas. Después de examinarlas seleccionó un collar de plata macizo y liso que mi marido me había regalado a juego con una esclava y un anillo, también liso y muy ancho y que yo no me ponía porque daban aspecto de ser eso, una esclava, una prisionera.

Me dijo que cuando el viniese le recibiese con ese collar y la esclava, unas medias negras sin liguero y unos zapatos rojos. Nada más. También me sugirió que me pintase las uñas con determinado tono dándome la muestra en un frasquito que sacó de su bolsa de herramientas. Me dijo que cuidase muy bien las manos porque le gustaban las putas de manos suaves, calientes y acogedoras como las mías y que le defraudaría encontrarme un día con una herida en la mano o dañadas por los detergentes. Para ello nada mejor que una criada que él se iba a encargar de contratarme. De nada valió que le dijese que tenía dos asistentas por horas. Afirmó que tenía que tener una chica permanente.

Se marchó llevándose el anillo que prometió devolverme al día siguiente. Eso me desazonó porque tenía la firme decisión de cortar aquella relación que me estaba mancillando. Sabía que si le abría la puerta para recobrar mi anillo, acabaría otra vez con su polla en mi culo.

Mi mente no cesaba de dar vueltas a la cosa. Por un lado sabía que me estaba dirigiendo a una situación enormemente peligrosa. No era simplemente tener un amante y verse esporádicamente con él. El Negro se estaba apoderando de mi. Y esa razón, exactamente esa, era la que me subyugaba y hacía que mi dedo se encaminase a mi húmeda pepitilla continuamente. Cuando recordaba la burda y explícita manera de tratarme, como un objeto puesto a disposición para el placer, era cuando más me inclinaba a dejarme caer en el abismo, como si de vértigo se tratase.

Era un círculo vicioso. Tenía miedo de la catástrofe pero ésta me atraía irremediablemente. No pasó desapercibida mi turbación para mis hijos, que me preguntaron por mi actitud introvertida, tan lejos de mi conducta habitual con ellos.

El hecho es que a la mañana siguiente abría la puerta vestida como me había indicado el negro, con mis uñas pintadas del rojo tono indicado como si fuese de boda, que era de las pocas veces en que me las pintaba.

Pálida me quedé cuando abrí y él no estaba solo. Hasta qué extremo de subyugación había llegado que no comprobé por la mirilla quien era. Lo peor es que había sufrido el error dos veces consecutivas ya que tampoco había mirado por la cámara del portero automático de la cancela del jardín.

Quise cerrar la puerta, pero interpuso su pie y entró acompañado de una joven negra.

  • Tranquila Chocha, esta es Pompis, tu nueva chacha.

CONTINUARÁ

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