Ginger (IV)
Última parte de Ginger, el relato de como una pelirroja cambió mi vida
La semana pasó rápido. Yo había dejado aparcado el trabajo, pero volvió a mí en el mismo instante en que atravesé la puerta de la oficina. Cuando llegaba a casa estaba agotado. Se suponía que debería haber ahorrado fuerzas el fin de semana, pero me había agotado y las horas pasaban muuuy lento. Hasta mi madre estaba preocupada y vino un par de días a ayudarme con las cosas de casa y dejarme la nevera llena de tuppers que devoraba al llegar. Lo siguiente era desnudarme por el camino y meterme en cama. El viernes me dieron la fantástica noticia de que me tocaba viaje y reunión el lunes, con lo que pasé todo el fin de semana preparándolo.
En boxers está claro que se trabaja mejor, pero aún así fue extenuante. El domingo, a las seis de la tarde, cuando terminé de prepararlo todo, tarjetas de embarque impresas, maleta en el coche, bandeja de entrada del correo a cero, me puse a mirar una película en cama pero creo que no llegué a los créditos iniciales. A las seis de la mañana del día siguiente me desperté más relajado, pero la semana siguió a un ritmo infernal. O contratan a alguien más o yo me muero del agotamiento.
El viernes conseguí salir pronto y abrí mi iphone. Tanto trabajo para conseguir un móvil que no tengo ni tiempo para mirar.
Tenía varios whatsapps de Robbie y varias llamadas de Hugo. Decidí empezar por lo más importante. Llamé a Hugo y le invité a cenar en mi casa. Ayer no había tenido tiempo ni de cenar y tenía un tupper lleno de comida para ofrecerle.
Sé que hubiera venido de todos modos, pero el tupper consiguió que en menos de media hora lo tuviese en la puerta de mi casa con una sonrisa radiante. Cogimos un cubo en la cocina, lo llenamos de hielo, cervecitas y nos fuimos a tirarnos en las tumbonas.
Él me contó las novedades con Ruth. Desde que decidieron darse una oportunidad apenas habían dormido separados un par de noches, y para volver a juntarse el día siguiente con más ganas. Quizás fuese ir muy rápido, pero ya no somos unos críos y estaban buscando un pisito pequeño en alquiler. Un nidito de amor. Un sitio con intimidad para no dejarse medio sueldo en moteles.
Yo me alegré por ellos. Seguro que les iría fantásticamente. Entonces él me preguntó por la pelirroja. Ésa por la que los había abandonado vilmente. Entonces le conté toda la historia, desde el vídeo, que ya estaba guardado en la nube y que no tardaría en mandárselo a Marisa (sin la parte do Robbie y Esther, obviamente), hasta que dejé su piso el domingo, lunes ya en realidad.
Lo sé, no está bien fardar, pero en realidad necesitaba hablar de ello con alguien y sabía que Hugo se llevaría el secreto a la tumba si yo se lo pedía. Somos familia, familia de la que se elige, pero familia de todos modos.
Él se quedó pensativo. Aproveché para refrescarme en la piscina. Estuve nadando media hora, contando las brazadas para no pensar en Robbie, mi pelirroja. Cuando salí él estaba abriendo otra Estrella y me dijo:
- Amigo, siento ser yo el que te lo diga, pero, creo que te han camelao. Estás colgado hasta las trancas. Estás bajo el influjo del amor. Cupido te atravesó con una flecha de pasión… - Iba a seguir cuando le abracé empapado para que se callase y le respondí -
- ¿Sabes por qué Cupido lleva pañales? Porque siempre la caga.
Ambos estallamos en carcajadas y nos tiramos a la piscina. Estuvimos haciéndonos ahogadillas un buen rato hasta que me dolían los abdominales de tanto reírme. Qué sería de mi vida sin Hugo. El jodío sabía cómo mejorar mi humor al instante.
Secándonos al sol me recomendó que la invitase a pasar el sábado conmigo. Yo no estaba muy convencido, pero él me dijo:
- Mira tío, lo mejor es que le digas la verdad, lo que sientes, y si ella te corresponde genial, y si no, pues nada, que no se diga que no lo has intentado. Ya sabes que yo soy de los que piensa que hay que arriesgar. A mí me salió bien.
- Ya, pero tú no la conoces de un fin de semana loco.
- Tienes razón. Yo tenía mucho más que perder que tú. - Él hizo como que iba a coger mi móvil y yo fui más rápido que él. -
- No me va a volver a pasar otra vez.
- ¿Otra vez qué? Algo no me has contado. Venga, suelta por esa boquita. ¿Qué más no me has contado?
Yo no tenía pensado contarle que me habían encerrado fuera de mi propia casa en pelotas, pero él empezó a pasar las uñas por el metal de las tumbonas. Sabe que es mi criptonita, y al final se lo conté todo.
- Vale, es definitivo, tienes que presentármela. Aunque no seáis nada, para que me dé ideas para putearte. Parece que se le da mucho mejor que a mí.
- Más razones para no llamarla. ¿Podemos dejarlo estar y cenar de una puta vez? - Ya me estaba empezando a cabrear. -
Cuando Hugo se fue me quedé mucho más tranquilo. Llamé a mi madre para agradecerle su ayuda esta semana y quedamos en comer el domingo juntos.
Recordé el vídeo de Hugo bailando y lo recorté para evitar que se viera a mi pelirroja y los momentos más tórridos con Ruth. Aproveché para hacer varios gifs que mandé a varios grupos de whatsapp para vergüenza de este y luego le mandé los vídeos a mi madre y a Marisa a la vez, para que no se cabreen. Casi podía escuchar las risas y comentarios.
Se iba a enterar de lo que vale un peine. Nadie me putea toda la tarde y sale indemne. Además Marisa y mi madre ya sabían de Ruth, y a todos los que se lo mandé lo vieron bailar en persona, así que esperaba que no me lo tuviera mucho en cuenta.
Supuse que estaría bien acompañado porque no me llegó ningún mensaje cabreado.
Lo malo de haber hecho esto es que tenía a un click de distancia el vídeo de Robbie y Esther bailando, frotando sus piernas al ritmo de la música. Cómo podía ser que me la pusiera dura como acero macizo y a la vez me muriera de celos. Porque sí, no podía negarlo, me moría de celos. Ver como respiraba en el cuello de la otra, como los vestidos se les pegaban con el sudor al cuerpo, como se subía cuando bajaban las caderas a la vez. Con verlo una vez, lo que duraba la canción, me corrí como un burro.
Decidí que una mujer así bien merecía que le dijeran las cosas a la cara, a las doce de la noche le mandé un mensaje. Un tocho súper largo con párrafos, puntos y mayúsculas. Le expliqué que el trabajo me había absorbido las últimas dos semanas y si quería venir a pasar el día conmigo mañana.
Estuvo como dos minutos “escribiendo…” y paró. Volvió a escribir pero no llegaba a escribir nada. Tras 10 minutos que se me hicieron eternos, ella estaba en línea. Escribía y paraba.
Me estaba volviendo loco. Intenté buscar algo en la tele, pero nada me llamaba la atención. Toda mi atención estaba en mi móvil, que observaba con el rabillo del ojo mientras paseaba por las recomendaciones de Netflix.
Plin! Parecía que estaba desenfundando una pistola de lo rápido que lo cogí, hasta le sonreí al móvil para que me reconociese. Allí estaba, un mensaje nuevo de Hugo. Y otro, y otro más. Lo más suave era cabrón y el resto os lo podéis imaginar. Menos mal que no es rencoroso el tío. Pensar en su cabreo, aunque me haga parecer mala persona, me hizo sonreír. Él era algo que podía controlar. No como a mi pelirroja, que creo que no se controlaba ni ella.
Tras decidir que no iba a servirme de nada quedarme en el sofá fui a mi habitación y me puse a leer un libro. Es la única cosa que me abstrae del mundo a mi alrededor. Cuando me meto en la historia puede llover, tronar, lo que sea, que no me entero de nada. A las dos los ojos se me cerraban y le eché un último vistazo al móvil.
Un par de mensajes de Hugo mandándome un poco más profundo a la mierda y un mensaje de Robin: “Mañana a las 10 me paso. Por la noche tengo un compromiso. No puedo quedarme a cenar. ¿Llevo bañador?”
Le respondí: “A las 10 me parece perfecto. El bañador es una buena idea”.
Toma ya, mensaje recibido a la una. Una puta hora “escribiendo…” para decirme eso. En fin, puse una alarma para las 9:50 y cerré los ojos.
Al día siguiente apagué la alarma, abrí los ojos y vi que el sol lucía espléndido sin una nube. Me desperecé, fui al baño, me lavé los dientes, me pasé los dedos por el pelo y tiré los boxers al cesto de la ropa sucia. Me puse un bañador y me fui descalzo a la cocina. Preparé una cafetera más cargada de lo habitual pensando en ella y empecé a coger todo para hacer unas torrijas con el pan de hace un par de días. Se me abrió la boca mientras batía los huevos. La sartén estaba al fuego y sonó el video portero. Fui a abrir el portal y dejé la puerta de casa abierta. Volví a la cocina y seguí con el desayuno.
Ella entró en su casa. Estaba limpia y ordenada, decorada con gusto. Un tanto masculino, pero acogedor de todos modos. Práctica. Apoyó la bolsa de la playa en una mesita al lado del sofá y siguió el ruido hasta la cocina. Ahí estaba él. Llevaba pensando en él dos semanas. La había vuelto loca del todo. Su tesis estaba estancada. No había escrito ni una línea que valiese de algo. Cada vez que empezaba a escribir se le iba la cabeza y ya no era capaz de seguir. El no tener ninguna obligación más con la que poder entretenerse la desquiciaba. No se podía centrar en nada que no fuera pensar en él.
Ella no tenía ninguna foto de él y verlo tras dos semanas de ausencia le afectó más de lo que esperaba. Él estaba allí de espaldas, metiendo las torrijas en la sartén. Su bajo vientre se licuó cuando vi esa espalda desnuda, esa cintura, ese culazo, esas piernas. Si con un bañador tenía ganas de comérselo, con un traje lo viola. Él se giró y ella vio esos ojos medio abiertos todavía, esa sonrisa al mirarla. Y qué decir de los oblicuos que se marcaron cuando se giró.
- ¿No sabes que hay que ponerse delantal para preparar la comida? Sobretodo si vas a estar con aceite caliente. Supongo que tu madre te habrá enseñado eso, al menos.
- Oye, no te metas con mi madre. Ella me enseñó eso y más, pero estoy tan dormido que ni me di cuenta. Si las torrijas las embadurno en sal que no te extrañe.
- Pues sí que estás cansado de verdad. - Dijo ella con retintín. - A saber quien te ha cansado tanto. - Por Dios, ¿Acabo de decir eso? Suena a celos. -
- Ya te lo dije, mucho trabajo, sueño acumulado y ayer alguien que me estuvo escribiendo dos líneas durante una hora y no me dejó dormir. - Golpe bajo. - ¿Y tú qué has hecho estas dos semanas? - Preguntó para suavizar el golpe. -
- Pues nada, escribir la tesis - y pensar en tí -, un coñazo, vamos.
- Ya veo que te lo has pasado de maravilla. ¿Cuando presentas?
- Pues depende de mi tutor pero espero dejarlo todo terminado, con bibliografía y todo, en un par de meses, y después esperar a que me lo revisen, presentar… Espero que pronto. Pero para mí el plazo termina cuando yo entrego la tesis al tutor. El resto es más seguir el proceso que otra cosa.
- Entonces en un par de meses empiezas a buscar trabajo en serio.
- Sí, ya me han ofrecido varios puestos, pero al menos en el primer trabajo quiero escoger un poco, coger algo que me interese. A tiempo de aburrirme de mi trabajo y a ganar dinero estoy siempre.
- Tienes toda la razón. Yo estoy deseando que contraten a alguien nuevo. Estoy haciendo tantas horas que me voy a ir de vacaciones en noviembre y no vuelvo hasta el año siguiente.
- Ya se te nota, es hablar del tema y te estresas.
Ella lo tocó por primera vez desde que llegó a su casa. Le dio un suave masaje de hombros mientras él terminaba de embadurnar las torrijas con azúcar y canela.
- Tienes la espalda muy agarrotada. Si quieres después de desayunar te doy un masaje en condiciones.
- No te voy a negar que me vendría de vicio. ¿Dónde has aprendido a dar masajes?
- Una compañera de piso que estudiaba fisioterapia. De las mejores que tuvimos, limpia, agradable, y daba unos masajes de muerte. Nosotras sufrimos muchísimo con sus prácticas.
- Ya me imagino, ya. ¿Por qué se fue?
- Lo de siempre, la cazó un hombre muy listo que se llevó una joya a casa, y con unas manitos de oro. De hecho su boda es en un par de meses.
- Habría que ver quien cazó a quien. Te casaste la cagaste.
- Hombres…
Terminaron de desayunar en buenos términos. Ella incluso agradeció el detalle del café cargado. Ante la pregunta de fuera o dentro, él, tras pensarlo un poco, decidió fuera. Mejor no tumbarse en una cama con esa mujer encima o está claro que ni masaje, ni hablar.
Para estar cómodos los dos se tumbaron en el césped sobre unas toallas, se echaron crema en todos los sitios que se llegaron y luego él le extendió una buena capa en la espalda de ella. Aunque ya no llevaba el minúsculo bikini del otro día, ella estaba preciosa con su bikini verde esmeralda. Apenas dos triángulos tapaban sus pechos y otro tanto con la parte de abajo. Ella desanudó la parte de arriba para que pudiera echarle crema sin obstáculos, y la mirada de él recorrió el contorno de sus tetas, sujetas con una mano. Tenían una forma perfecta, bien definida, duras.
Después ella lo tumbó y no sólo le dio crema, sino que se la extendió dándole un masaje relajante que lo sumió en un sopor tan agradable que se quedó grogui a los tres minutos. Ella le dio un tierno beso en la cabeza y se tiró a su lado, sacó un libro, gafas de sol, sombrero y a leer.
A los diez minutos le puso una gorra en la cabeza para que no le diese una insolación. Pero tras otros cinco minutos de que él, literalmente, no moviese un dedo, decidió abrir una de las sombrillas, y colocarla dando sombra sobre todo su cuerpo.
Más tranquila, ella se metió en la piscina, nadó con ganas media horita, salió como una sirena, emergiendo con el agua corriéndole por la piel y fue hasta donde estaba él. Puso su toalla pegada a la de él y se tumbó al sol para secarse. Giró la cara y se quedó mirándolo. Tenía la boca entreabierta, y el pelo despeinado. Qué guapo era. Apenas había dormido de noche, estaba tan nerviosa que hasta discutió con Esther. Se le fueron cerrando los ojos y se quedó dormida también.
Hacía un calor de mil demonios, estaba sudando como un cerdo y por si fuera poco el sol lo estaba matando. Abrió los ojos y se sorprendió al ver un mar de rizos rojos debajo de su barbilla y la fuente de todos sus calores en posición fetal contra él. Sonrió. No pudo evitarlo. Tenerla a su lado le provocaba alegría, hacía como que su corazón fuera más ligero, más rápido.
Se levantó a colocar la sombrilla para que les tapase el sol, se pasó un agua fresquita en la ducha de la piscina y volvió a tumbarse a su lado, dejando el espacio justo para que corriese una agradable brisa entre ellos. Entonces empezó a recorrer su cuerpo con la yema de los dedos. Nada sexual, simplemente fue descubriendo todas las pecas que cubrían su cuerpo, dando un besito en alguna zona especialmente bonita.
Ella no estaba profundamente dormida, por lo que poco a poco se fue desperezando, estirándose y dejándose mimar. Al ratito abrió los ojos y acarició el pelo de él con sus manos. Se miraron a los ojos y se dieron un beso. No fue un pico, ni un derrape, no hubo lenguas compitiendo. Fue un beso de amor. Se apretaron los labios el uno contra el otro mientras sus corazones se disparaban, las mariposas volaban y lo supieron. Había llegado el momento de hablar.
En una cálida mañana, a la sombra, sobre el césped, con el sol lanzando destellos en el agua, hablaron de sentimientos. Ella le habló de su tesis, estancada desde que él la había mirado. Él le habló de Esther, de los celos que no lograba entender del todo. Ella lo comprendió. Si hubiera visto a otra mujer con él, una mujer que conociese de apenas unos minutos, habría sacado las uñas.
También hablaron de futuro. Ambos habían escogido trabajos absorbentes, no iban a tener mucho tiempo para lo suyo, si es que empezaban algo. Hablaron de dinero, hablaron de todo lo que les rondaba la cabeza, y tomaron una decisión.
Merecía la pena intentarlo. Con la firme promesa de hablar de todo lo que les preocupase, decidieron ser valientes y darse una oportunidad.
Todavía quedaban muchas cosas por decir, pero él acarició la línea de su barbilla, le agarró el mentón y la besó. La besó con amor, con posesividad, con pasión. La ayudó a levantarse y de la mano se fueron hasta la cama. Estaban sudados y llenos de crema, pero no les importó. Él le quitó con cariño el bikini a ella, dándole besitos, y ella, con cuidado, agarró su polla mientras le bajaba el bañador.
Sentir el calor de su manita agarrándola consiguió que él se pusiera duro. Pero duro duro duro, como la primera vez que la vió. Así que la tumbó sobre la cama, abrió sus piernas, y en la clásica postura del misionero se la metió.
Decir que estaba encharcada es un eufemismo. Tenía un lago ahí abajo. Llevaba dos semanas haciéndose como poco dos pajas al día pensando en él. Pensando en su mirada, en cómo le temblaba el pecho cuando gruñía excitado, en su lengua, en su culo. Cuando al fin lo tuvo dentro de ella por completo se corrió. Como una exagerada, con sus espasmos, sus tirones, su todo. Estaba extasiada de tenerlo al fin dentro.
Él se sorprendió, pero decidió empezar a moverse de todos modos, bajó una de sus manos hasta el clítoris de ella y con su boca agarró un pezón. Empezó a moverse, profundamente, lentamente, mientras le mordía y le meneaba la pepitilla.
Ella apenas podía respirar, se estaba volviendo loca, era como si su orgasmo no terminase nunca. Notaba la fricción en la vagina, cuando llegaba al tope, llenándola, las chispitas que soltaba su clítoris y el pezón para coronarlo todo, en esa fina línea entre el dolor y el placer. No podía dejar de correrse, era imposible. Siguió corriéndose hasta que él se derramó dentro de ella con un caderazo que la mató.
Nunca, hasta ahora, había tenido un orgasmo tan fuerte, casi la empala en el colchón con los espasmos. Qué manera de soltar lechazos. Supo que lo había puesto todo perdido mucho antes de sacarla, así que sabiendo que habría que cambiar las sábanas agarró una esquina y se limpió con ella. Levantó la vista y la vio.
Tenía esa preciosa sonrisa en la boca y los ojos cerrados. Respiraba muy despacio, como si estuviera comatosa. Sabía que desde el momento en que se la metió se estuvo corriendo hasta que terminó, notaba los deliciosos tirones de su vagina todo el tiempo. Tenía que estar agotada. Le dio un suave beso en los labios y se tumbó a su lado. Es la primera vez en su vida que había hecho el amor, y le había encantado.
Al fin entendió que la gente hiciera locuras por amor. Qué no harías por sentirse así. Se dio cuenta que daba igual el trabajo, la casa, el dinero, todo eso no tenía importancia. Lo dejaría todo por seguir al lado de esa pelirroja un minuto más.
Desde el momento en que se despertaron, hambrientos, una horita después, ya no se separaron. Él la acompañó a ella a la cena con sus amigos y ella comió al día siguiente con los padres de él.
No fue algo hablado, simplemente, ella pasaba mucho más tiempo en su casa que en su propio piso, así que cada vez había más ropa de ella en el vestidor, cada vez sus amigos venían más a su casa y él no podía ser más feliz.
Llegar a casa y encontrarla con esa carita concentrada en la oficina, con un moño hecho con dos lápices lo volvía loco. Literalmente todas las habitaciones fueron estrenadas en su casa. Todas. Desde la oficina a la habitación de invitados, todos los baños, la lavandería. Todas. Incluso la piscina una madrugada especialmente cálida.
A los dos meses fueron juntos a la boda. Él tuvo que ponerse el traje de repuesto porque ella le arrancó la camisa nada más verlo salir del vestidor, rompiendo un botón. Aunque apenas llevaban dos meses juntos, les hicieron pasar por la ceremonia de la liga, que los puso como motos y después tuvieron que ir al coche a aliviarse porque si iban a un sitio más cómodo no volvían ni de coña.
¿Seguirán juntos hasta que sean dos viejecitos adorables?¿El amor se les terminará de tanto usarlo? ¿La pasión se convertirá en aburrimiento? El tiempo lo dirá pero yo apostaría por lo primero.
Si habéis llegado hasta aquí es porque muy probablemente lo hayáis leído todo, así que antes de nada, gracias por haberlo hecho. Espero que haya sido tan excitante leerlo como escribirlo. Este es mi primer relato y nadie nace aprendido, así que las críticas y comentarios son bien recibidos.