Ginger (III)

Continuación de Ginger (I) y Ginger (II). La pelirroja me las va a pagar

Empezó a suplicar:

  • Ángel, Angelito, Lito, igual me dejé llevar un poco.
  • Igual sí. Devuélveme mi bañador. No quiero dar un espectáculo a los vecinos.
  • Más espectáculo estoy dando yo con este par al aire. Venga guapetón, sal y te acerco una toalla. ¿Fumamos la pipa de la paz? - Él bufó. - Vamos, no te enfades, todo fue una bromita, además tú has empezado.
  • ¿Cómo que yo he empezado? Yo sólo recogí lo que a ti se te cayó. - Dijo con una media sonrisa. -
  • Has empezado tú, al darme un bikini tan pequeño. ¿Quien es la chica delgada? - Ella estaba contenta de que él empezara a sonreír hasta que escuchó su respuesta.-
  • ¿Me conoces desde ayer y ya tienes celos? Ui, qué interesante se pone esto.
  • Muy bien, tú lo has querido.

Estaba furiosa. Cómo que celos. Ella no estaba celosa. Si quería jugar se iba a enterar. Se envolvió en su toalla, cogió la de él y entró en la casa. Y cerró la puerta. No la arrimó. La cerró. Entonces fue recorriendo toda la casa cerrando puertas y ventanas hasta que ya no quedaba ninguna entrada posible.

Ella no era una chica a la que le gustase que las dominaran. Qué va. Ella era una chica de bandera. Ninguna escuchimizada le pondría los puntos sobre las íes como lo había hecho ella.

Se asomó a la zona de la piscina y él seguía en estado de shock, boquiabierto. Todavía no se creía lo que ella se había atrevido a hacer. En su casa. En su puñetera casa. Lo había dejado fuera. Y en pelotas. Su móvil todavía estaba en la tumbona, pero no podía llamar a Hugo. Qué va. Se pasaría años riéndose y probablemente dejaría que sus huevos en remojo un par de horas antes de venir a sacarlo.

Ella se sintió culpable un par de segundos, pero después se fue a darse una ducha tranquila. Se lavó el cuerpo y alargó el aclarado para disfrutar del agua en su piel un poco más. Cerró el agua y cuando iba a secarse el agua de los ojos alguien la empujó contra la pared de la ducha, helada y ella siseó.

Sintió una mano que le agarró las muñecas y se las puso encima de la cabeza, contra la pared. Con un pie le abrieron las piernas y una barra de carne se apoyó entre las cachas de su culo y empezó a subir y bajar.

Le dijeron al oído: Has sido mala, muy mala, y vas a pagar por ello. Ella se estremeció. Los pezones se erizaron contra la pared y su bajo vientre se licuó. Él se alejó un poco, sacó su polla de su culo y, con la mano libre le dio un cachete en culo. Cachete de mano abierta. Sonó un PLAS! tremendo. Ella vibró. Sintió un nuevo cachete. PLAS! y un hormigueo le picaba entre las piernas.

La agarró clavándole los dedos en la piel y la giró. Puso sus nalgas contra la pared fría, aliviándose al momento. Después cogió un pezón, lo metió entre dos dedos y retorció. A ella casi le fallan las piernas, pero él no paró, cogió el otro pezón, lo volvió a meter entre los dos dedos y en vez de retorcerlo lo mordió.

Aunque le había dado la vuelta ella seguía con los ojos cerrados. Amplificando el resto de los sentidos. Entonces notó una corriente de aire. No sabía de dónde venía y cuando abrió los ojos fue para cerrarlos al sentir como una toalla húmeda, que él llevaba un ratito dando vueltas había pegado justamente en su clítoris y ahora otra vez. y otra. Ella sabía que estaba hinchado. Sabía que le estaba dando mucho placer y se preparó para dejarse ir. Entonces él dijo NO.

No voy a dejar que te corras. Ella le sonrió pensando en que ella se correría cuando le diera la gana. Así que esperó que llegasen más golpes. Pero no llegaron. En vez de eso un chorro de agua helada impactó contra su monte de venus. Cabreándola y haciendo que abriese los ojos y se revolviese de su presa. Él usó su propio peso para inmovilizarla, como el día anterior, pero esta vez con verdaderas ganas de imponerse. Él la volvió a girar. Puso su cara pegada a la pared, le bajó la espalda hasta hacer un ángulo recto con sus piernas y colocó sus brazos por detrás de ella, agarrándola de nuevo con una mano.

Ella no podía ver nada. Su cara estaba aplastada contra la pared. Él revisó sus nalgas y le echó un producto viscoso. Volvió a meterle un dedo en el culo. Falange a falange. Pero esta vez ella tuvo la seguridad de que su preciosa polla entraría en su culo. Con cuidado fue dilatando la zona y cuando dos dedos entraban con facilidad se la metió. Fue exasperantemente lento, pero en ningún momento paró para que se fuera acostumbrando. Simplemente la metió y así como su cadera quedó apretada contra ella empezó a moverse, despacio al principio.

No le estaba tocando más que en el culo y en las muñecas. No le tocaba las tetas, ni el clítoris, pero ella estaba muy sensible. Notaba el aire fresco contra sus pezones, notaba como él respiraba casi en su nuca y refrescaba el sudor de su espalda y su cuello. Notaba la presión en la cara cada vez que él la penetraba a fondo. Y todo aquello la estaba volviendo loca. Él empezó a acelerar las embestidas y soltando sus manos agarró sus caderas. Clavó sus pulgares en los hoyuelos de venus y con un ritmo endiablado se corrió dentro de ella y ella se fue poco después. Fue una corrida apoteósica, de libro. A él le dieron muchos espasmos y cada vez que se la metía ella sentía que se seguía derritiendo, alargando su orgasmo una y otra vez hasta que paró.

Acababa de ducharse y ya estaba otra vez sudada. Se les iba a caer la piel a tiras a este ritmo. Todavía con su polla en el culo, él cogió el grifo y, una vez que hubo ajustado la temperatura, le dio una pasada rápida para eliminar el sudor y entrar un poco en calor. Tambíen lavó su agujerito, ahora lleno de leche.

Parece que se había quedado satisfecho tras el castigo y volvía a ser el chico cariñoso y atento que a ella le encantaba. Aunque tampoco le disgustaba el dios castigador que la hizo tener un orgasmo espectacular. Le gustaban ambas facetas. Tras secarse el uno al otro, fueron hacia la cama y ella se dejó caer. Encendieron la tele y se pusieron a ver una película abrazados. Ella tenía la cabeza sobre su brazo y él le acariciaba el brazo, la cintura, la cadera, el culete. Nada sexual, sólo mimos.

Cuando la película terminó él puso otra, pero ella se giró y se quedó mirando para él. Empezó a devolverle las caricias. Acarició su cuello, su pecho, sus tetillas, su cintura. Siguió los oblicuos con la mano hasta el final y se entretuvo sopesando y acariciando sus huevos.

Presa ya del deseo se escurrió hacia abajo en la cama y empezó a lamerlos, después se los metió en la boca, primero el derecho y luego el izquierdo. Con bastante esfuerzo metió los dos y jugó con su lengua moviéndolos por la boca.

Continuó su recorrido, en vez de hacia el pene, hacia el ano, siguiendo la línea que el escroto le marcaba. Se entretuvo en el camino, chupando con ganas esa zona tan sensible y llegó al agujerito trasero.

Mientras lamía su entrada, metiendo cada vez más la lengua, llevó una de sus manos a su ardiente coño y lo recorrió, empapando sus dedos. Intentando no manchar las sábanas metió la primera falange en su ano. La primera reacción fue cerrarse alrededor de su dedo. Pero ella tuvo paciencia y esperó a que el espasmo pasase y empezó a moverse lentamente de dentro a fuera, lamiendo en círculos entre el ano y sus huevos. Él bufaba de gusto, y ella podía notar la dureza contra su lengua. Él la colocó mejor, tirando de sus piernas hasta que quedó encima de él y empezó a lamer como un loco su encharcado coño.

Ella intentó olvidarse de la fantástica comida de coño que le estaban haciendo y decidió centrarse en el trabajo que tenía delante. Siguió metiendo falanges hasta que su dedo entraba entero sin dificultades. Cuando fue a meter un segundo dedo él la castigó recorriendo su clítoris con los dientes y ella tuvo que coger aire un par de segundos antes de seguir. Con el segundo dedo, apenas metido, ella dibujaba círculos hacia su polla tiesa.

Da igual cuantas veces se hubieran corrido ya. Cuando ella posó su lengua en el escroto supo que él se corría. Los empapó a los dos. Todo lo que estaba entre ellos quedó lleno de semen pegajoso.Cuando al fin sacó los dedos, y le dio un poco el aire él continuó con su ataque, decidido a que ella se corriese una vez más. Ella estaba agotada pero dejó que él continuase su maravilloso trabajo metiendo la lengua en la vagina todo lo que podía. No dejaba su clítoris en paz. Si no era con la palma de la mano, era con un dedo o con la boca, pero no dejaba de excitarlo, y cuando la respiración de ella se aceleró él le empezó a frotar como un loco la pepitilla, empezando a salir chorros y chorros que él bebió con gusto.

Ambos se dejaron caer en la cama, ella hacia un lado para no aplastarla y él tal cual donde estaba. En ese momento relajado, ambos con sonrisas en la boca, él le preguntó:

  • Oye, tengo otra pregunta. ¿Quien era la morenaza que ayer bailaba contigo?
  • La morenaza, como tú la llamas, era Esther.
  • No te molestes, donde esté una pelirroja que se quiten todas las morenas del mundo. ¿Y siempre bailáis así de pegadas?
  • A ver, Esther y yo tenemos una relación especial. Un día, las dos tiradas en mi cama empezamos a hablar de lo que nos gustaba en la cama. Nos empezamos a calentar cosa mala. Ella me pasó un dedo por el cuello, prácticamente sin tocarme. Y eso me encantó. Me puso más a tono. Entonces pasó la lengua por el mismo sitio. Y yo ya estaba ardiendo. Le supliqué que parara, que me estaba poniendo como una moto. Pero no quiso, y yo tampoco fui muy convincente en mis protestas. Las dos llevábamos una época de sequía y necesitábamos explotar. Así que siguió acariciándome hasta que me pasó algo increíble. Antes todavía de llegar a mi coño me corrí. Estaba tan excitada, tan caliente que antes de que pudiera tocar más allá me corrí como una loca.
  • Ya veo. - Dije intentando inyectar saliva a mi boca seca. - ¿Y ella siempre lleva la batuta?
  • No, que va, en cuanto me recuperé le devolví el favor. Desde entonces cuando ambas estamos calientes y nos apetece nos damos una alegría. Y bueno, ayer en la pista de baile las dos estábamos muy cachondas, sonaba nuestra canción y nos encanta bailar bien pegadas. Creo que no fuiste el único con dolor de huevos en la discoteca.
  • Ahora entiendo que sea tan protectora. Si yo pudiera tener un bombón como tú en la cama no dejaría que nadie me lo quitase.
  • Qué va! Es protectora por naturaleza, de hecho lo que te conté pasó en el tercer año de carrera. Súmale máster y que estoy terminando doctorado, llevamos muchos años así. Cuando una de las dos tiene relación estable la otra se busca las habichuelas por otro lado. Una cosa no quita a la otra.
  • Comprendo. Y alguna vez habéis, ya sabes, compartido chico?
  • Si te soy sincera, es algo que hablamos muchas veces, pero nunca nos hemos atrevido. Para empezar tiene que ser un tío con mucho aguante para satisfacer a dos lobas como nosotras, pero además tiene que ser un chico que nos atraiga a las dos. No sé, es algo que no se ha dado todavía, pero estamos abiertas a explorar.
  • Claro, claro, en el sexo hay que estar abierto a todo. - Dije con una risilla. -
  • ¿Qué pasa, que no te llego yo sóla que ya estás buscando a otra?
  • No, para nada. - Dijo mientras le daba un besito en el gemelo que tenía a su lado. - Lo que pasa es que uno no es de piedra, y ver aquello me dio semejante dolor de huevos que quería saber si se iba a volver a repetir, por algún casual.
  • Ya veremos. Ahora vistámonos y llévame a casa. Eso sí, de primeras Esther no creo que esté muy contenta contigo. Mira que quitarme el móvil para que no pudiese avisar de que estaba bien.
  • Pero qué zorrón eres, mentirosilla, quieres que te castigue de nuevo, no? - Él empezó a darle mordisquitos por todo el cuerpo y ella huyó hasta el vestidor.
  • Ángel, ¿Dónde has puesto mi vestido?
  • En la secadora. Igual ahora está un poco arrugado, pero le pasamos la plancha enseguida.
  • ¿En la secadora? ¿Mi vestido de lino? Te mato. Te mato. Ahora le servirá a un pin y pon. a qué temperatura lo has metido?
  • Con las sábanas de ayer. Lo siento, no sabía que había que tener cuidado con él.

Inspira. Expira. No te lo cargues todavía. El chico intentaba ayudar. Además tiene una cara de pena y arrepentido adorable. Él no lo sabía. No lo hizo aposta. Inspira. Expira.

  • No pasa nada. No te preocupes. Déjame un chándal tuyo con cordones para ajustar y ya está. - La sonrisa había vuelto a su cara. -
  • De verdad que lo siento, te compraré otro.
  • No te preocupes. Anda, préstame el chándal y llévame a casa o Esther nos va a comer a los dos, y con razón.

Él se sentía fatal. Le prestó un chándal con gomas en los tobillos para que no le arrastrase por el suelo y él se puso lo primero que pilló, vaquero, camiseta y deportivas.

Fueron hacia el garaje, revisando de no quedase nada atrás. A él le daba una pena tremenda que se fuera a su casa. Estaba muy cómodo con su sonrisa permanente, sus rizos rojos y su cuerpo para el pecado paseando por su casa.

Ella pensó en volver en taxi, pero seguro que a Esther le gustaría hacerle un tercer grado, y ella disfrutaría viéndolo.

Cuando consiguieron aparcar eran las nueve y media. Ella mandó un whatsapp tanteando el terreno y parecía que todo estaba en calma. Entraron en el típico piso de estudiantes. Edificio antiguo. Salón y cocina comunes y el resto de puertas cerradas. Ella lo llevó a su habitación para cambiarse y que nadie la viera con la combinación de chándal, taconazos y clutch.

Se quitó toda la ropa, que prometió devolver lavada, y se puso un tanga y un pijama corto, tan corto que al agacharse se le veían las nalgas y una camiseta muy fina, que se ajustaba como una segunda piel. Sin sujetador.

  • ¿Viven chicos con vosotras? Sólo me has hablado de Esther.
  • No. Sólo somos chicas. Esther y yo somos fijas, el resto han ido cambiando con los años. Las necesitamos para compartir gastos, pero en cuanto empecemos a cobrar como algo más que becas te aseguro que buscamos algo más pequeño y cuco para nosotras.
  • Yo tengo habitaciones de sobra en mi casa.
  • Cuidado con lo que ofreces que hasta me lo tomo en serio.
  • A mí me encantaría compartir piso, pero me fui de casa de mis padres a la mía directamente. No me quejo, no me mires con esa cara, pero definitivamente me hubiera gustado vivir la experiencia.
  • ¿Ni siquiera te has ido de Erasmus?
  • No, pensé que lo haría más adelante, pero empecé a trabajar mientras preparaba el proyecto y  aquí estoy. ¿Tú a dónde fuiste de Erasmus?
  • Pues a un sitio atípico. Yo me fui a Fontainebleau, a Francia. Cerca de París.
  • Supongo que no fue la opción económica de Este de Europa. ¿Tampoco hubo las famosas fiestas de Erasmus?
  • Las hubo. Menos de lo que suele ser, yo fui allí a estudiar, fue una gran oportunidad, no fui a rascarla como suele ser habitual.
  • ¿Porqué no has hecho el doctorado allí?
  • Por lo que mueve el mundo, el dinero. Yo fui becada a hacer ese curso y ni de broma me podría permitir el vivir allí o la matrícula.
  • Qué putada. Lo bueno es que ya casi estás terminando, no?
  • Sí, un último esfuerzo y soy libre como un pájaro.
  • ¿Qué planes tienes después?

Antes de poder seguir hablando la morenaza abrió la puerta y se lanzó sobre Robbie y le dio un piquito en la boca. Entonces me vio sentado en la cama y me saludó con la mano mientras todavía tenía a la pelirroja debajo de su cuerpo.

  • Hola, soy Ángel, ya hemos hablado por teléfono.
  • Hola Ángel, soy Esther. No sabía si vendrías a traerla. Me alegra que lo hayas hecho. ¿Te quedas a cenar?
  • Claro
  • Esther, Ángel hace unas tortitas para chuparse los dedos. ¿Porqué no le pedimos que nos las prepare? Así mientras podemos ponernos al día. ¿Al final ayer te trajo alguien a casa? Es que Juan…

Las dejé hablando y fui hasta la cocina. Empecé a abrir cajones, puertas, nevera… Cuando había localizado todo lo necesario y lo tenía colocado en la encimera me puse a batir, reposar y calentar. Como no sabía si las otras dos chicas querrían cenar con nosotros hice tortitas para un regimiento. Las hice de varios tipos, con arándanos, pepitas de chocolate y plátano y fresa. Puse la mesa, las tres montañas de tortitas y varios toppings por si querían echarle. Básicamente lo que encontré por ahí, miel, helado de vainilla, sirope de chocolate y caramelo y nata recién montada.

Fui hasta la habitación de Robbie y las encontré cuchicheando. Algo me decía que si no hablaban en alto tenía que ser por mí, pero me hice el sueco y las llamé a cenar. Ellas fueron corriendo a la cocina y los ojos les brillaban. Avisaron a las otras chicas y todos nos dimos un festín de tortitas.

Tras recibir las gracias infinitas de sus compañeras de piso. Al parecer la primera comida decente en mucho, mucho tiempo, se fueron a sus habitaciones y nos quedamos sólos Robbie, Esther y yo. Tras un café, descafeinado para mí, nos pusimos a recoger la cocina. Robbie iba colocando toda la loza al lado del fregadero, Esther lavaba y yo secaba la loza que Robbie colocaba en su sitio.

Hubo varios roces entre Esther y yo al entregarnos la loza, pero no le di más importancia. Toda mi atención estaba centrada en ver a mi pelirroja agacharse para meter el bol en el fondo del armario, bajo la encimera. Desbordando las nalgas del pijama y marcando el tanga contra la tela. O cuando colocó las varillas en la parte de arriba de un mueble, de puntillas, con sus tetas levantadas por el esfuerzo, levantándose la camiseta y dejando ver su estómago plano y su ombligo.

Sé que ella no lo hacía aposta pero mi herramienta se volvió a poner juguetona. Nada escandaloso, pero algo empezaba a abultarse en mi pantalón. Terminamos, apagamos las luces y yo contaba con marcharme pero Robbie, melosa, se ofreció a compensarme por la cena, y bueno, estaba cansado y al día siguiente había que trabajar, pero seguro que ella conseguía que mereciera la pena.

Me llevó de la mano a su habitación, Me desnudó despacio, frotando su cuerpo contra el mío y dejó que yo la desnudase a ella. Nos besamos y caímos en la cama. Ella se sentó sobre mí, me echó el pecho hacia atrás y dejó que me comiera esos pechos preciosos mientras ella estiraba mi brazo izquierdo y ataba mi muñeca al cabecero con un pañuelo de seda. Me gustaba por donde iba el juego y me dejé hacer. Ella ató mi otra mano y mis piernas. Quedé como una X en la cama. Con mi pene bien alto y el deseo ardiendo en mis ojos. Ella se levantó, cogió el móvil y volvió a mi lado.

Golosa empezó a recorrer el tronco de mi polla con la lengua, entreteniéndose en el glande, jugando con el frenillo. Tenía los ojos entrecerrados del placer cuando la puerta se abrió y se volvió a cerrar. Ahí estaba Esther. Entró con sigilo aunque yo la veía a través de mis pestañas. Se sacó el pijama, idéntico al de Robbie, con dos movimientos y, ya desnuda, se puso detrás de Robbie y le pasó la lengua por toda su raja. Como un beso de vaca. Ella gimió como pudo con mi polla en la boca y se estremeció. Noté el calambre en sus manos, en su cara, en mi polla.

Esther empezó a recorrer su vagina con ansia. Se escuchaba el chapoteo y la succión de mi polla. Robbie estaba cada vez más excitada, lo notaba por la profundidad de sus chupadas. Estaba llegando con la nariz a mi vello y llegó a tocar con los dientes la base de mi polla. Yo no podía más. Si quería algo más de mí tendría que parar ya. Se lo hice saber entre gruñidos y ella se subió hasta mi polla, mirándome a los ojos, pero en vez de meterla por el coño se echó un pelín hacia atrás y la introdujo poco a poco en su culo. Estaba caliente, apretado, casi seguro que le estaría doliendo, no se había molestado en dilatarlo.

Ella agarró a la morena por el pelo y casi con violencia llevó su cara hasta mi polla y su culo. Esther se esmeró en lubricar con su boca mi polla y la entrada trasera de su amiga, para pasar a seguir comiendo ese coño delicioso. Yo sólo distinguía su melena alborotada, pero reconocía los movimientos.

Vi la cara de placer de Robbie y me centré en ella y en darle el mejor ángulo posible para que le molestara menos. Era lo único que podía hacer. Ella se fue dejando caer y sin parar en ningún momento se empaló. Esther la miraba extasiada, atrapó con un pezón con sus dientes y tiró. Su teta se alargó, parecía que se lo iba a arrancar, pero a Robbie parecía encantarle porque empezó a cabalgarme con nuevos bríos.

Esther aprovechó su excitación para lamer un consolador violeta. Lo fue metiendo en la vagina de Robbie, haciendo que yo estuviera todavía más ajustado dentro de ella. Robbie se quedó quieta conmigo dentro mientras Esther le metía el juguete en la vagina. La morena se subió a mis abdominales y se empezó a meter la otra punta del juguete.

Cuando sus vaginas estaban casi pegadas Robbie empezó a moverse, y bailamos un delicioso tango a tres. Robbie dominaba. Cuando se levantaba Esther la acompañaba en el movimiento y se dejaban caer las dos encima de mí. Yo notaba los anillos del consolador acariciar mi polla y me estaba volviendo loco. Robbie fue moviendo sus caderas cada vez más rápido, más rápido hasta que yo no pude aguantarlo más y me corrí en su apretado culo. Mi pelirroja sintió los lechazos y se corrió, gimiendo y estremeciéndose, lo que provocó también la corrida de la morena. Cada una se tumbó a mi lado.

Yo todavía estaba atado, y no podía hacer nada. Así nos quedamos un par de minutos, mientras recuperaban el aliento. Robbie me desató después. Yo me vestí, las dejé abrazadas, adormiladas, y salí de aquel piso hacia mi casa.

Pese a que me había corrido varias veces hoy, no tenía sueño. Acababa de vivir la situación más excitante de mi vida. Un trío con dos chicas espectaculares. ¿Cuántos hombres pueden decir que han experimentado algo así?. Por lo menos, de mi grupo de amigos, ninguno.

Había sido caliente, vibrante, provocativo. Si no fuera por lo escocida que tenía la polla, se me habría levantado al recordarlo. Sé, de hecho, tengo la seguridad de que caerían muchas pajas rememorando lo que me acababa de pasar, pero no podía evitar la sensación de que no me había gustado. Es decir, a nivel sexual, un 10, un 11, un 25.

Pero no soportaba ver cómo Esther sabía exactamente qué teclas tocar y cómo para hacer que Robbie saltase. Sé que todos tenemos un pasado, pero una cosa es saberlo y otra verlo delante de tus narices. Ver como otro hace estremecerse a alguien que es tuyo.

Por supuesto, no le podía decir nada de esto a Robbie. Ella no era nada mío. Y yo nada de ella. Habíamos pasado un fin de semana inolvidable y ya está. Nuestra vida mañana volvería a la normalidad.

Continuará...