Ginger (II)

Continuación de Ginger (I), la pelirroja sigue volviéndome loco

Me desperté con una erección espectacular. No es raro, algunas mañanas me pasa, pero mi erección estaba muy calentita. Abrí los ojos y distinguí un pelo rojo como el fuego a la luz del sol que entraba por la ventana. También vi sus hombros, su espalda, su cintura y por último lo que estaba encerrando mi erección. Su culo. Un culo prieto, sin el más mínimo signo de celulitis. además me fijé que en la espalda tenía dos preciosos hoyuelos, justo encima de sus nalgas, perfectamente marcados.

Me escurrí con cuidado y la destapé del todo. Empecé a besarla por los pies, subiendo poco a poco por el exterior de su pierna hasta la cadera. Ella parecía seguir roque, así que la giré un poco, y le abrí las piernas ligeramente, lo justo para poder besar la cara interna de la pierna y acercarme al fin a mi objetivo. Puse sus piernas sobre mi espalda y, sin importarme ya que se despertase, empecé a lamer ese coño con ganas. De fuera hacia dentro, de atrás hacia delante, introduciendo la lengua todo lo que podía y por último, metiéndole un dedo mientras le mordisqueaba y lamía el clítoris. No seguí porque ella de repente empezó a estremecerse, a gemir y a soltar chorros mientras me apretaba con las piernas como si me quisiera dejar sin aire. Se frotaba contra mi cara y gemía. Yo me afanaba en tragar todo lo que salía y respirar bajo la llave que me estaba haciendo.

Se fue relajando y dejó caer las piernas. Yo no sé si estaba alucinando, soñando, o qué, pero esta chica seguía durmiendo. Porque sé que se acababa de correr, si no hubiera pensado que era el peor comiendo coños. Además dos preciosos pezones coronaban sus pechos. Fui a despertarla, pero la verdad es que no sabía su nombre.

  • Hola tú, soy el extraño al que te tiraste anoche. No sabes mi nombre ni yo el tuyo, pero tengo la barbilla brillante de tus jugos.

No suena muy bien. Decidí ir a fregar los platos, preparar el desayuno y dejar que ella sóla se despertase y recordase todo.

Me dio tiempo a lavar la loza, secarla y colocarla en el sitio. Después hice zumo de naranja, tortitas con chocolate y café. No es que se me diera mal cocinar, pero teniendo una mami que te lo hace, para qué molestarse.

Cuando lo había colocado todo en la mesa fui a mi habitación y nada, desnuda, abierta de piernas, en la misma postura que la había dejado seguía la pelirroja. No sabía qué hacer. Decidí ponerlo todo en una bandeja y llevarlo a la terraza de mi habitación. Está orientada al este, con lo que toda la mañana está bañada por el sol.

Al final opté por acariciarle la mandíbula, la cara, las tetas. Nada. La agarré del hombro y la meneé un poco. Protestó algo, pero ni mucho menos estaba despierta. Bueno ¿Qué hago cada vez que me levanto? Voy al baño. La incorporé con una colaboración mínima por su parte. La llevé como un zombi hasta el inodoro. Se sentó y meó. Con cuidado la limpié con un trozo de papel, me lavé las manos dejándola sola y cuando me giré ella al fin daba señales de vida, frotándose los ojos y bostezando de una manera nada sexy. Me encantó de todos modos. Le di un par de minutos para que terminara de despejarse y con una toalla húmeda le limpié el rastro de babilla que salía de su boca.

Mencioné la palabra desayuno y sus ojos se abrieron algo más, incluso sus tripas gruñeron en respuesta. Cuando dije café y tortitas ya tenía toda su atención. Cogí su mano, caliente, y al pasar por el vestidor le presté una camisa blanca y unos boxers.

No me importaría seguir viéndola en pelotas, pero mis vecinos, especialmente los adolescentes con prismáticos, también disfrutarán del espectáculo y mejor no revolucionar el vecindario.

Cuando nos sentamos en la mesa las tortitas ya estaban frías, pero deliciosas de todos modos. Ella comió todo lo que le puse delante y cuando terminó el café me pidió más. Me dejé llevar por mi instinto y en vez de llevarme la taza traje la cafetera directamente. Ella aplaudió porque al parecer yo hacía el café más suave del mundo, aguachirri, vamos. Iba a protestar cuando me di cuenta que para despertarla del todo probablemente necesitaría toda la cafetera y se quedaría corta.

Hablamos de todo un poco. Ella estaba haciendo un doctorado, mientras que yo me puse a trabajar nada más terminar la carrera. Vivimos en la misma ciudad y vamos por los mismos locales, incluso tenemos conocidos comunes, pero nunca nos habíamos encontrado hasta ahora. Yo recordaría a una pelirroja así.

Tras recoger y lavar la loza me quedé mirándola y le pregunté:

  • Sé dónde trabajas, los hoyuelos de tu espalda y hasta donde llegan las pecas en tu pecho, pero hay dos cosas que todavía no sé y quiero averiguar..
  • Dispara.
  • Tu nombre y tu teléfono. Venga, vale, con el email me llega. - Ella soltó un carcajada, colocó el iphone delante de mi cara asombrada y añadió un contacto nuevo. - Robin. Curioso nombre.
  • Todo el mundo me llama Robbie. Todo tiene su historia. A mi madre le encantaba la princesa prometida, y quería llamarme Buttercup. Pero mi padre, en un arranque de sentido común consiguió que me llamara como la actriz, Robin Wright.
  • Ojalá tuviera de segundo nombre María, no?
  • Gayle. Flipa. No sé cual me hubiera traumatizado más.

Ambos estallamos en carcajadas. La verdad es que ella es encantadora. No me apetece que se vaya pero de repente se pone blanca y empieza a gritar.: Mi bolso ¿Donde tengo mi bolso?

No recuerdo ni si tenía bolso cuando salió de la discoteca. Buscamos en la habitación y no aparece, Tengo la fantástica idea de llamar al número que me ha dado y no lo escuchamos por ningún lado.

Se me enciende la bombilla y vamos al garaje. La vuelvo a llamar y aparece un bolso con forma de sobre debajo del asiento del acompañante. Ella lo abre nerviosa y como si tuviese miedo desbloquea el móvil. Suspira, Sufla. Se le levanta el pelo de todo lo que sopla por la boca.

Yo no sé qué hacer. Me está volviendo loco. Entonces lo veo. Cuatro llamadas de un número desconocido, el mío, lo reconozco, y 28 llamadas perdidas de una tal Esther.

  • No sé quién es Esther pero creo que deberías llamarla.
  • Ya. Como si fuera tan sencillo. Eso lo dices porque no la conoces.
  • Si quieres la llamo yo.  - No había terminado de decirlo y ya me estaba arrepintiendo.-
  • ¿En serio? ¿La llamarías? - Me miró con esa cara de corderito que claramente consiguió lo que quería.

Agarré mi teléfono, marqué el número que ella me dió y solo sonó medio tono antes de que descolgaran:

  • ¿Diga?
  • Buenos días. - Dije con mi voz más encantadora. - Soy Ángel, el chico con el que se fue Robbie anoche. Ella me dio tu número y como no encontramos su móvil me pidió que te llamara para que no te preocupes.
  • Qué majo. Qué caballero andante. Salvándole las castañas del fuego a la fresca esa. Dime. ¿Está escuchando esta conversación? - Robbie negó con la cabeza. -
  • No, ha ido al baño y he aprovechado para llamar.
  • JA, has dudado. Pedazo de perra. ¿Qué, contenta? Toda la noche refrescando la página del periódico local para ver si encontraron una pelirroja sin identificar tirada en una cuneta. Ya verás, cuando llegues a casa te mato. Lo has oído, te mato.

Robbie me arrancó el móvil de las manos, le dijo un escueto “estoy bien, hoy duermo en casa” y colgó.

En mi mente Esther todavía gritaba todo lo que le iba a hacer cuando llegara a casa. Y la verdad, no estoy seguro de que fuera buena idea que volviese a su casa.

Ella suspiró, me devolvió el móvil apesadumbrada y un nanosegundo después estaba sonriendo de nuevo.

  • Es una dramática, no te preocupes, con tal de que aparezca en casa entre las nueve y las once de la noche, todo va bien. Se le irá pasando el cabreo a lo largo del día. Ya verás. ¿Qué te apetece hacer? Es domingo, así que ir de tiendas está descartado, comemos aquí? Fuera? Tienes para preparar comida para dos? Pedimos?
  • A ver, vayamos por partes. Me da igual lo que hagamos, siempre que estemos desnudos sobre algo mullido. Mejor comer aquí. Mis planes para la comida de hoy se los comió mi mejor amigo y puedes elegir lo que pedir.
  • Genial. Tu plan de domingo me parece perfecto. Chino entonces? Eso sí, si pedimos chino tiene que ser el de…
  • Gran Vía. - Dijimos al unísono.
  • No me digas que también te gusta.
  • Llevo pidiendo a ese chino desde que tengo uso de razón.
  • Yo también. El pollo con almendras está para chuparse los dedos
  • Y los tallarines fritos, le salen espectaculares.

Seguimos discutiendo qué nos gustaba más del menú y cuando ya teníamos claro lo que queríamos, pedí por teléfono.

Después de colgar le pregunté si quería probar algo delicioso y ella me miró con los ojos brillantes.

Saqué un tupper de la nevera, quedaban dos albóndigas y siete espaguetis perdidos por ahí. El muy cabrón de Hugo me dejó unos pocos en la nevera, para que supiera lo que me perdía. Como sabe lo que me jode eso. Y tirarlos no podía tirarlos. Los hizo mi madre, y si se enterase se cortaría el flujo de comida deliciosa y eso no iba a pasar. Nunca.

Así que nos armamos con un tenedor y comimos una albóndiga y un par de espaguetis cada uno. Un gemido salió de su boca cerrada. Incluso fríos recién salidos de la nevera están espectaculares. Me encanta ver a una persona disfrutar comiendo. Creo que si no me dedicara a lo que me dedico, habría sido cocinero, para conseguir que la gente fuera más feliz con mi comida.

Entre los dos, con nuestros dedos rebañamos hasta el último miligramo de salsa y cuando terminamos le echamos agua con jabón para evitar la tentación de pasar el dedo una última vez. Allí estábamos los dos, mirando tristes al tupper cuando vi un poco de salsa en la comisura de sus labios. La subí a la encimera de la isla, y acusandola con mi dedo le dije que estaba terminantemente prohibido desperdiciar la comida de mi madre. Ella me miró sorprendida y yo ataqué pasándole la lengua por la zona manchada.

De hecho, hice una inspección profunda en busca de algún resto de salsa, por si acaso, ya se sabe. Ella me devolvió el favor, inspeccionando a fondo mi boca. En esas estábamos cuando llamaron a la puerta y fui a coger el pedido.

Cuando estaba a punto de pagar entró Robbie en escena, deslizándose por el parquet con unos calcetines míos que, claramente, le quedaban grandes. Todavía llevaba mi camisa, lo que dejaba gran parte de sus piernas al aire, y cuando se movía se intuían los boxers debajo.

Yo conocía al repartidor de toda la vida, mi madre, cuando no le apetecía cocinar también los llamaba y ahora le llegaría el cuento.

  • Hola Robbie - Dijo el repartidor -
  • Hola Lei.
  • No te había visto nunca por aquí.
  • Ya ves. Y no cotorrees que te conozco.
  • ¿Yo? ¿Por quién me tomas?  Por cierto, saluda a Espe de mi parte.
  • ¿Espe?
  • Mi madre - Dije yo cada vez más cabreado. -
  • Ah, vale. Bueno, ¿Entonces cómo pagamos?
  • Pago yo y a la siguiente invitas tú.
  • Va a haber siguiente. Qué bien te lo montas, eh?
  • Cállate Lei - Dijimos al unísono. -
  • ¿Y la propina?
  • Te la doy si eres discreto - Él hizo como que se cerraba la boca y tiraba la llave y yo le di cinco euros extra. - ¿No tenéis un código deontológico de repartidores de comida china o algo así?

Robbie y Lei estuvieron riéndose de mí los siguientes cinco minutos mientras intentaba que él se fuera de casa para poder comer. Cuando lo conseguí Robbie me dijo mirándome a los ojos: Con esos cinco euros has ganado cinco minutos justitos para que Espe lo sepa todo de mí.

Algo dentro de mí me dijo que eso serían problemas. pero qué le vamos a hacer, uno que es masoca.

La comida estaba tan buena como siempre, pero igual haber pedido todo lo que nos gusta a los dos había sido demasiado. apenas probamos la sopa y la ternera quedó de lado, marginada mientras comíamos el pollo y los tallarines. Bendito glutamato.

Pero si la comida estaba buena, la compañía, bueno, la compañía era inmejorable. Saltábamos de un tema a otro, estábamos los dos deseosos de conocer al otro, así que en medio de un tema soltabamos cualquier pregunta que se nos pasase por la cabeza. Comida preferida. Casa o piso. Color preferido. Libro más odiado. Playa o montaña. Récord de horas durmiendo seguidas. Perros o gatos. Preguntas y más preguntas que les hicieron darse cuenta de que tenían muchas cosas en común, y las que los diferenciaban, no les importaban.

Una vez terminaron de recoger la comida dudaron entre tirarse al sol o en el sofá. Pero hacía un día demasiado bueno para no ponerse al sol. Él le prestó a ella un bikini, que, siendo justos, era demasiado pequeño para su cuerpo, tanto para sus tetas, que salían por todos lados, como la braguita, que se metía entre sus nalgas y parecía un tanga.

Obviamente él lo vio cuando ella salió afuera. Si no hubiera impedido que saliera. Dios mío, tuvo que darse la vuelta en la tumbona y recolocarlo todo cuando la vió.

A ella le gustó esa reacción. No sabía de quién era el bikini, y menos mal que era de lacitos, porque si llega a ser de los normales habría tenido un problema. Aprovechó su turbación para observarlo. La verdad es que le gustaba, le gustaba mucho. Tenía un culo duro y bien formado, un culo al que agarrar y no soltarse. Ayer había disfrutado mucho magreándoselo. Además tenía una espalda anchas y piernas largas.

Se notaba que se cuidaba. Cuando al fin se dio la vuelta, ella siguió repasando escondida en sus gafas de sol. Tenía el pecho marcado, los abdominales se notaban, no era exagerado, pero podías seguirlos con los dedos en cualquier momento. Pero lo que realmente le ponía cardiaca, lo que la hacía perder la cabeza eran los oblicuos. No sabía si era por herencia, por ejercicio, pero los tenía muy marcados, era casi imposible no seguir con la mirada el camino que te marcaban hacia su polla. Qué bonita y qué placer le había dado. Hasta sus huevos eran bonitos. Proporcionados, suaves.

Se dio cuenta de que se estaba mordiendo el labio por no morderle a él, y pese a lo pequeño que le quedaba y lo tirante que estaba la tela, dos pequeños bultitos sobresalían. Mierda. Mejor me meto en la piscina o lo violo aquí mismo. Con vecinos y con todo.

Por un momento pensó en tirarse de cabeza, pero le salía aproximadamente el cuarenta y seis coma dos por ciento de las veces (siendo el planchazo la otra opción). Así que fue sobre seguro y se metió de la manera en que tenía experiencia, estilo. Cogió carrerilla sobre la hierba y con cuidado de no resbalar se impulsó hacia arriba, agarró las piernas entre los brazos y ¡¡BOMBA!!

Como mínimo merecía un 10 en efectividad, ya que Ángel estaba empapado. Él la miraba con una cara de “mecagoentusmuertosquefriaestá” y no demasiada alegría. Ella sonrió, ya se había dado cuenta de cuánto le gustaba su sonrisa y él la miró a las tetas sin disimulo, y luego a la otra punta de la piscina. Así un par de veces hasta que se dió cuenta de que en el salto la parte de arriba del bikini se le había escapado. Nadó todo lo rápido que pudo, pero él, en tierra, tenía las de ganar.

Cogió el bikini como si fuera un trofeo y lo levantó para que quedara fuera de su alcance. Estaba muy triunfante, todo lleno de testosterona hasta que dando un salto, le agarró la cintura, el bañador, el culo, de todo un poco y se impulsó hacia atrás. Si el abrazo le pareció fresquito el chapuzón le tuvo que parecer divino. Por no hablar de que mientras le hacía una ahogadilla en medio de la sorpresa, le sacó el bañador y se fui esprintando hacia las escaleras.

Cuando al fin sacó la cabeza del agua, con todo del pelo como si se lo hubiera lamido una vaca, ella ya estaba fuera. Intentando respirar por el esfuerzo, cortando el viento con sus pezones, obviamente, y con un trofeo bastante más grande que el de él.

Supo por el brillo de sus ojos que lo iba a pagar caro.

Continuará...