Gina, mi psicóloga de pies bonitos

Cuando todo parece ir muy mal, recurro a Gina, mi amiga incondicional, que sabe usar la cabeza, las palabras, los consejos,...y los pies (ilustrado).

GINA, MI PSICÓLOGA DE PIES BONITOS

Llamé al celu de Gina, mi excelente amiga. trabajadora del sexo y mi mejor confidente, ya les conté lo servicial que es cuando estoy necesitado y nuestra particular relación.

No sé si quería verla a ella o tenía hambre de pies. En realidad, comer deditos de pies femeninos es mi principal actividad sexual antes de una buena acabada entre esos mismos deditos. A veces, una buena cena de deditos me ayuda a conciliar el sueño, aunque no haya orgasmo. Los pies femeninos bonitos y chupar esas delicias es lo más para mí.

En realidad no sé que sería de mi sexualidad si no existieran las chicas de lindos pies.

Y los deditos, ¡qué sabrosura, qué textura de la piel, que excitante su forma, su suavidad, su gustito y su olorcito a piel de pies! Chupar, chupar los deditos de los pies de alguna chica complaciente y que sepa disfrutar de la caricia, incluso calentarse con mi depuradísima técnica oral. Como algunas curiosas a las que les conquisté el trofeo máximo con la inocente pregunta, en los preliminares de una conversación caliente: ¿nunca te besaron esos piecitos tan lindos que ti

en

e

s?

Y generalmente funciona, algunas lo toman como un juego de cosquillas, y algunas otras llegaron a calentarse con el desarrollo de mis habilidades. No es por ser pedante, pero de las chicas del ambiente de Gina que han probado mis chupadas a sus deditos y disfrutaron de ellas en serio dicen que no hay otro hombre que pueda hacer experimentar esas sensaciones tan placenteras en sus pies.

Como lo que más me gusta son los pies, y mi sexualidad está centrada allí, también me gusta la chica completa. Me excito si me la chupan, si me abrazan o me besan, aún si me acarician con las manos, o mientras chupo unas lindas tetitas o una suave y húmeda vagina, pero... sólo acabo con los pies, no puedo de otra forma, y mi especialidad son los deditos, tanto, que a lo largo de los años desarrollé técnicas, con lengua y labios y dientes, que no tienen rivales.

Gina sabe de mis caricias y disfruta de ellas, tanto por darme el gusto a mí como por lo bien y cómoda que se siente ella con una buena chupada de pies. Le gusta, se calienta y la prepara para las sesiones de sexo en donde se saca las ganas con mis cogidas, pero una buena chupada de tetitas, lamida de vulva húmeda y una suave y cadenciosa cabalgata sobre su cuerpo desnudo y mi verga bien adentro de su mojada y caliente vagina es lo que ella como mujer normal necesita. Y me encanta dárselo, aunque nunca acabe adentro de su cuerpo.

Cuando me atendió, le conté que mi mal momento seguía todavía y que la necesitaba mucho. Me dijo que fuera a su departamento en ese momento, que no tenía clientes sino después de las 6 pm, y que podíamos almorzar juntos en la intimidad y yo despacharme a gusto sobre mis problemas. En realidad, esta chica debería haber estudiado psicología. Me aconseja y me contiene siempre tan bien, emocionalmente!!!.

Bueno, llegué a su depto, entré y me recibió con esa sonrisa tan dulce que tiene cuando nos necesitamos. Apenas cerré la puerta, me abrazó, me dio su consabido beso húmedo en la mejilla, y metió su cara bajo mi cuello, donde me dio ligeros besitos. Es su manera de decirme que me quiere. Nunca nos besamos en la boca, ni siquiera cuando le doy sexo para su propia satisfacción.

Sabemos que es peligroso que nazca una pasión que tal vez no nos sirva. No queremos, ni sentimos de enamorarnos ni pasar una vida juntos, nos gustan las cosas tal como son, ella no dejará por ahora su profesión, nos necesitamos, con esta extraña amistad a base de sexo y momentos compartidos, junto con las largas charlas hasta la madrugada. Y los pies complacientes de ella, por supuesto. Que no necesito pedirle, sabe cuando me hace falta una sesión especial. Somos amigos con derechos adquiridos mutuos, dice sabiamente.

Estaba muy linda como siempre, con esos ojos claritos, el pelo lacio hasta los hombros, teñido de castaño suave con mechitas más claras, un vestidito tipo colegiala, a cuadritos, cortito, bien mini, sus ballerinas de cuero negro, muy blandito, que yo le regalé y que dejan adivinar la forma de sus piecitos, no espectacularmente bonitos, pero sí atractivos, y muy hábiles para mis debilidades fetichistas.

Se separó un poco, me tomó de las manos, nos miramos sonrientes y me llevó de la mano al sillón de nuestras charlas, al lado de la puerta ventana que da al balcón. Ese sillón es como un confesionario, todo el departamento está alfombrado con una moqueta de un color verde muy claro, por lo que muchas veces nos sentamos en el suelo a charlar, o donde también cogemos para su satisfacción muchas veces. O ella me regala horas de ese inexplicable placer, que tan pocos entienden, que sentimos los fetichistas, con sus habilísimos pies descalzos.

Me preguntó de una. ¿busca

s a Gina o a los pies de Gina?

No, cosita, te busco a vos, necesito charlar, que me abraces, y me contengas. Sabe

s que hay malos vientos para mí. (hice un mal negocio y estoy pagando consecuencias serias, igualmente me metí con una mujer equivocada, me fui a vivir con ella y las cosas van de mal en peor).

Nos sentamos frente a frente, apoyados en los respaldos del largo diván, y hablé por un largo rato, ella se descalzó, recogió las piernas y metió los pies bajo un almohadón, para no distraerme, y apoyó el mentón sobre sus rodillas. Por más mal que yo estuviera, sus pies cerca me hacían mirarlos y ella no quería que todo terminara en una sesión de pies, sin llegar al fondo de la cuestión para que yo me descargara de mis penas.

Terminé llorando, abrazado a ella y apoyado en su regazo. Gina me acariciaba el pelo y besaba cada tanto mi cabeza.

Al final de la catarsis, se puso de pie, preparó algo de comer y nos sentamos en la pequeña y agradable cocina frente a frente.

  • ¿Cómo estás del tema pies? preguntó Gina.

  • Mal, mi pareja está cada vez más mal con eso. Hace cuatro meses que no la puedo ni mirar.

  • O sea, dijo mi amiga, que la calentura por falta de pies es otro de tus problemas serios.

  • Sí, Ginita, pero no se si el más serio.

  • Es cierto, pero no te vendría nada mal una buena sesión...Ji, Ji ,Ji...

  • Asentí, y le dije que sí, que tal vez no solucionara mis problemas, pero que una buena sesión de sus pies lindos, complacientes, hábiles y cariñosos me ayudarían.

  • Por supuesto mi boludito loco por los pies...

Y actuando rápidamente, me metió un piecito entre las piernas, y comenzó a apretarme y refregarme la verga sobre la tela del pantalón. El amigo reaccionó casi de inmediato, liberado en algo de la carga emocional. Y se puso duro al contacto de los pies de mujer que más conocen mi cuerpo.

Sabiamente, retiró su pie, se paró, me ofreció su mano y me llevó a la sala. Donde se echó en otro diván, tipo camastro, un poco más apto para el sexo y me ofreció sus piecitos de piel blanca y uñas pintadas de rojo oscuro que me dieron una animada bienvenida. Me arrodillé en el extremo del diván cerca de sus lindos pies. Ella acercó y alejó sus bonitos pies de mi cara y jugó un rato a agitarlos por el aire, mostrarme las suaves plantas y y fruncir y abrir los bellos deditos. Al fin me los dio a comer, y comencé por el más grandecito, a lamer y chupar con delicadeza y fruición, placenteramente esa piel exquisita y suave.

He chupado y lamido piececitos femeninos de las más variadas texturas, colores y sabores, pero los de mi Gina son los más deliciosos de todos. Y cuando digo deliciosos, además de una delicia al paladar, por lo limpiecita que es, el sabor de la piel de sus piecitos es realmente delicado, exquisito. Digno de un sibarita de pies.

Seguí con el siguiente dedito, otra delicia por lo bello y suave, y del largo justo para caber en la boca y que obliga a succionar fuerte, a la vez que la lengua recorre su yemita suave y los labios se aferran al nacimiento de ese precioso y adorable dedito de pie de mujer bella y complaciente. Después lentamente seguí con la otra joyita, la otra perlita rosada. Sentí en mi boca ese sabor de dedito que se dejaba degustar como un buen vino, frunció levemente las otras preciosidades y sentí su roce en la mejilla, del lado externo. (Cuando pasan dos otres días que no me afeito, a Gina le encanta el roce áspero de la barba incipiente en la piel de los pies).

Su otra belleza de pie vino a acariciar mi cabeza y mi nuca. Abrí los párpados, y esos ojos claritos y esa boca sonriente me animaban a seguir.

Realmente no es nada gratificante que cuando se pone toda la sapiencia en el arte de chupar piecitos femeninos, la mujer no te mire, o tome una actitud como la de no darse por enterada o de vergüenza. Gina tiene la enorme dulzura de mirarme con mucha atención cuando me dedico a sus pies, o cuando me hace el amor con ellos, y se ve la satisfacción de ella en su rostro porque disfruta de lo que está dando y que sabe está siendo recibido con la debida atención y respeto por la intención. Esa es la química más linda y la que más calienta.

Solté con un leve ruidito de succión el dedito que miré con amor, como si fuera una cosita con vida propia que lamentaba abandonar, mojadita y delicada.

Pasé a la cuarta perlita rosada y estuve allí un ratito para dedicarme al que es mi pasión, mi locura, mi debilidad: el más chiquito y gracioso, y el que más delicias me provoca. Ese dedito en mi boca me calienta más que todos los demás. Lo chupé y lo lamí y lo succioné hasta sentir que la piel y la uñita delicada de ese pequeñín se me hacían uno con mi boca y mi cerebro.

A esta altura el pantalón me explotaba de la excitación y la pasión que me desbordaba. Gina me incitaba suspirando y dando unos gemiditos de satisfacción por la suave caricia de mis labios y lengua. Su otro pie accionaba yendo y viniendo sobre mi cabeza, mi nuca, mi cuello y mis manos, que tenían tomado por el suave y redondo taloncito, el fruto que estaba degustando.

Cambié de pie y realicé el mismo concienzudo trabajo sobre él, con el beneplácito de Gina y su sempiterna sonrisa y que se extiende a sus claros ojos, animándome a seguir, continuar con el mutuo disfrute, ella por dar, y yo por sentir el cariño y su dulzura en el brindarme lo que más me gustaba.

Ella toda es una delicia de persona. Saberse comprendido, alentado y disfrutar del placer que a uno le dan es lo más lindo que esta mujer me ha regalado siempre.

Bueno, al final vino su cariñosa voz a decirme que era hora de algo para ella.

Ya no doy más corazón...

Estiró los pies hacia mí, y entreabrió ligeramente las piernas, y voilá! no había bombachita. Su rosadita cajita de tesoro de piel, vello y humedad se entreabrió ligeramente.

Arrodillado ante ella, metí mi cabeza entre sus piernas expectantes y generosas, Ella apoyó la planta de su adorable piecito derecho en mi hombro, y con el el otro me enganchó del cuello y me atrajo hacia su húmedo tajito. Sumergí mi lengua dentro y lamí su humedad de mujer, salobre y tibia, lentamente con esa misma lengua separé los labios suaves y mi boca encontró su clítoris húmedo, rojo y excitado. Con suavidad lamí ese botoncito de placer y cuando ella gimió y se estremeció lo aprisioné y succioné con suavidad con mis labios y comencé a hacer círculos con mi lengua sobre su sensible extremo. Gina siguió gimiendo unos tres minutos y luego estalló en un orgasmo brutal, del que no la dejé salir, pues apenas aflojó la presión de sus muslos sobre mi cabeza, volví a la carga, y la hice acabar de nuevo a lengüetazos y chupadas, digamos que un poco más bruto.

Luego la jalé de las piernas hasta el suelo alfombrado, ella tironeó de mis pantalones y mi ropa interior hasta que me desnudó, le coloqué un almohadón bajo la cintura, para que la vulva se levantara, y la penetré hasta el fondo, empujando brutalmente y chupando sus pezones como si fuera a arrancárselos. Tuvo su tercer orgasmo en cuestión de minutos, y con un gemido largo y gutural acabó nuevamente, apretándose contra mí, hasta que se aflojó y se abandonó en el suelo. Me tumbé a su lado y la dejé dormitar unos minutos.

De pronto se sentó, se recostó entre mis piernas y sus piecitos comenzaron a acariciar suavemente mi verga dura e insatisfecha. Sus plantas iban y venían por mis testículos, y los apretaba suavemente con los deditos hasta ponerlos rojos e hinchados, luego me tomaba la verga con los portentosos deditos y subía y bajaba lentamente desde la base hasta la cabeza, donde se detenía unos segundos, apretaba la cabeza roja y húmeda con las perlitas rosadas y luego repetía la cadencia una y otra vez. Luego se giró sobre su estómago y tomó mi verga entre la yema los deditos mostrándome el espectáculo de sus plantas y su culito redondo, rosado y suave que también me atrae, aunque sus pies son lo más.

Luego para estar más cómoda, me hizo acostar en el suelo, paralelo a la poltrona y sentada allí, me tomó la verga entre sus deditos y bombeó subiendo y bajando lenta y suavemente, con una maravillosa y placentera lentitud. Cada tanto sacaba un pie de mi miembro y me daba a chupar sus deditos. Luego, vuelta a la cadencia arriba y abajo sobre mi verga. Sentía cada perlita rosada rozar sobre la piel del miembro desde la base hasta la cabeza, y cada dedito era como una raíz de placer que me volvía loco de calentura. Sentía cada milímetro de la piel de sus deditos que estaba en contacto con mi dura verga. Gina es una maestra en hacerme sentir sus piecitos. Era como si formara parte de cada uno de sus dedos, y en cada uno de ellos había un centro de conectado directamente con todos mis nervios relacionados al placer. Fueron minutos interminables que deseaban que no terminaran más, aunque tampoco aguantaba más la sensación de placer que me daban sus piecitos primorosos. Y era tan fuerte esa sensación, tan inaguantable, que a la vez rogaba acabar, y así seguimos hasta que no pude más, y reventé en un orgasmo que me nació de las entrañas, pasó por mis riñones, electrizó de placer los testículos y el tronco de mi verga y estalló en la cabeza en chorros de semen que mojaban sus deditos y sus plantas, y ayudaban a lubricar el movimiento. No se detuvo hasta que la verga se me ablandó y terminé de estremecerme. Dejó apoyados sus pies en mi cuerpo, uno en mi muslo y otro en mi pubis, hasta que me dormité. Algunos minutos después se levantó, tomó una ducha, y vestida con una túnica de baño y descalza, preparó un buen café para los dos.

Eran cerca de las 5 y 30 así que me bañé, ayudado por sus manos. Me vestí, me puso el perfume que le gusta que use y salí a la calle, renovado y dispuesto a hacerle frente a otro día.

Miré hacia arriba y allí estaba ella, detrás de la ventana, me tiró un beso y yo le correspondí tomándolo en el aire, cerrando el puño y apoyándolo en mi corazón.

El beso de Gina, mi psicóloga, hechicera de los pies sensuales.