Gimnasio

Sentimientos de adolescencia, una iniciacion, que sin duda reconoceran los que han ido, niños y niñas juntos, al gimnasio.

En el Gimnasio

Siempre me gustaron los gimnasios. En el colegio, cuando teníamos ya ocho o nueve años, se nos llevaban al gimnasio, una o dos veces por semana, para practicar unos ejercicios de Gimnasia Sueca, y que ahora se han perdido para siempre, empujados por el Tai-Chi, el Aerobic, el Jogging y otras palabras exóticas. ¿cómo podía prosperar, crecer y multiplicarse algo que se llama a si mismo "Gimnasia Sueca"? Siguieron el mismo camino que el esperanto, y que los paseos al atardecer.

Pero mi época es, aun, la de la Gimnasia y del Gimnasio. Allí, algo mas mayorcitos, digamos, sobre los 12 o 13 años, ya ampliábamos nuestras actividades, barras paralelas, salto del potro, aros.... Y, olvido decirlo, como nuestro colegio era mixto (digamos, porque también se ha perdido, el léxico, era un colegio al cual asistían niños y niñas), las clases de Gimnasia eran mixtas también. Todos de uniforme, eso si, camiseta de tirantes blanca con el escudo del colegio para nosotros, camisa con mangas blanca para ellas, shorts azul oscuro para nosotros, pantalones bombachos del mismo color para las niñas.

Y allí nos reuníamos, 20, 30 niños y niñas, mirándonos de reojo, porque no era lo mismo estirar de las trenzas en clase a la compañera de banco, cubierta con un delantal azul claro que ocultaba su traje de calle, que verla allí, junto a nosotros, mostrando, unas veces avergonzada, arrogante otras, unas formas adolescentes bajo la camiseta de gimnasia.

Nos dábamos, claro, codazos los chicos, aunque teníamos el tema muy asumido. Al fin y al cabo ellas eran nuestras compañeras de clase desde párvulos, y habíamos crecido juntos, nos habíamos "hecho novios" a los 7 años, sabíamos que, por primera vez, algunos ya se habían ya besado en los labios, rojos de confusión. Pero no, no era lo mismo. Ellas estaban creciendo mas rápido que nosotros, había quien comentaba que su hermana "ya tenia pelos". Pero, algún día, en el Gimnasio, mes a mes, semana a semana casi, nos dábamos cuenta que Nuri, o Patricia, o Ivette (porque era un colegio francés), ya no eran como nosotros, tenían otros intereses, otros gustos, cuchicheaban mientras nos miraban, no nos devolvían la subida de faldas en forma de pellizco de monja... contestaban al pescozón con un "ay, que burro eres", salían corriendo, habían cambiado, eran mujeres ya. Algunas, incluso, faltaban alguna semana a clase de gimnasia, rojas de confusión cuando les preguntábamos si estaban enfermas...

Pues estábamos todos en el gimnasio, tablas la primera hora, e instrumentos la segunda. ¿instrumentos? si, paralelas, barras asimétricas, anillas, potro (el que ponía nerviosos a los profesores, siempre al quite de una caída desgraciada), cuerdas lisas y de nudos, que, como serpientes alcanzaban el techo a unos cinco metros de altura, pértigas, gruesas barras de madera lisa, pulida por el uso, que se elevaban paralelas a las cuerdas.

Empezábamos por la cuerda de nudos, ningún problema. Apoyábamos los pies en el nudo, y echábamos los brazos arriba. Estirón de brazos, se elevaban los pies hasta el nudo siguiente. En medio minuto, estábamos arriba. La cuerda lisa era ya mas complicada.... había que pellizcarla entre la planta de un pie y el empeine del otro, para, bloqueadas las piernas, poder tirar los brazos hacia arriba. Todos, chicos y chicas, debíamos ser capaces de subir por los nudos, algunos y algunas éramos incluso capaces de alcanzar el techo por la cuerda lisa.

Pero la pértiga... eso ya eran palabras mayores. Una pértiga es dura, es lisa, no se moldea, no se pilla entre la planta y el empeine. Una pértiga se agarra con las dos manos, se abraza con fuerza, con todo el cuerpo, como si se tratase de un salvavidas (o, según supe luego, de una mujer), y se empieza, lentamente, a subir. Todo el truco consiste en mantener un contacto firme con la madera pulida, a lo largo de todas las piernas, de todo el cuerpo, las piernas abrazadas al palo interminable. Y mientras, suaves movimientos reptantes nos deben impulsar hacia el techo. No es sencillo, no, ser adolescente, y notar en los muslos, en la entrepierna, el cálido tacto de la pértiga, oír los gritos de ánimo de los que están abajo, esperando que llegue su turno. Notar los movimientos del cuerpo contra la dureza del poste, durante la interminable duración de la subida. Y, al llegar arriba, aflojar las manos, manteniendo la presión en las piernas, para no caer demasiado rápido.

Y un día en el Gimnasio, a dos metros de altura, y mientras bajaba de la pértiga, tuve mi primer orgasmo.