Gigoló

No hubo una despedida, palabras de aliento, agradecimientos ni incómodos silencios innecesarios… Así debería ser el sexo, una transacción que procure un placer sin acarrear amargura.

O tra noche más en la que vio su cuerpo en el espejo mientras se vestía, subió el pantalón negro y tomó del perchero la camisa negra, suspiró mirando su abdomen perfectamente marcado músculo a músculo y sin quererlo pensó en todos los hombres que se mataban por lucir de esa manera… Sonrío, tan sensualmente como lo hacía siempre “Perdedores”, pensó con desprecio.

Tomó las llaves del auto y salió de su lujoso departamento en Sunny Isles, Miami. Como siempre lo esperaba un Porsche blanco en la entrada, de nuevo sonrió, era simplemente otra noche de trabajo. El camino sería largo.

Condujo hasta donde le aguardaban, pensaba en su suerte,  en ¿Quién sería esta vez? ¿Qué le pediría que hiciera? ¿Por qué lo estaría contratando? Aparcó fuera de un edificio, respiró profundo y se decidió a entrar. El hombre de recepción lo miró sin extrañeza, después de todo, no tenia nada de malo que mujeres tuvieran citas; él sonrió de nuevo sabiendo que esta era una cita diferente.

Tomó el ascensor y se dirigió al departamento 623, tocó una vez y de inmediato abrieron la puerta. Era una mujer de no menos de 35 años de edad, su belleza era indiscutible aunque marchita: Tenía la piel blanca y los ojos de un color verde muy intenso, el cabello oscuro lo llevaba recogido en alto… No sonreía, su expresión podría parecer incluso severa.

Él decidió que sería un reto, ella lo condujo hasta su habitación, reinaba la media luz de una lámpara; tomó asiento en el borde de la cama y con su dedo le hizo una seña para que se acercase. Como un perro fiel, él se arrodillo y obedeció. Su mirada hambrienta se paseaba por todos los contornos de aquella mujer, sobre todo quedaba atrapada en su prominente escote que mostraba unos senos firmes y no muy grandes.

La mujer se acostó con las piernas colgando de la cama, él estuvo dispuesto a tirarse encima de ella, como un  animal sobre su presa. Se miraron a los ojos mientras él se apoyaba con las palmas de las manos a cada lado de su cabeza, cuando se disponía a besarla en los labios, la mano de ella se posó sobre su boca y meneando la cabeza le indicó que no.

Cuando iba a hablar, por primera vez, ella hizo un gesto de silencio y fue guiando su cabeza para que bajara por su cuerpo. Como siempre lo hacía, obedeció.

Fue deslizando lentamente su cabeza por el centro de su cuerpo, besó lo que el escote ofrecía al tiempo que sus manos formaban todas las curvas que aquel largo vestido negro ocultaba; ella hizo su cabeza hacia atrás y suspiró. Él simplemente deslizó sus manos por los muslos de la mujer, sintió la ropa interior de encaje y la deslizó hasta que el delgado tanga negro estaba en el suelo.

Acercó su cabeza al sexo, sopló sobre él mientras acariciaba el trasero. Empezó trazando formas inimaginables en el monté de Venus, no había un solo bello entre sus piernas y aquello lo volvía loco. Cerró los ojos y separó los labios con la punta de la lengua, los sostuvo con los dedos y empezó haciendo círculos alrededor del clítoris.

Mantenía la lengua firme, tenía la cara tan pegada a ella que con su barbilla podía sentir la humedad en la vagina. Algo le decía que había pasado tiempo desde el último orgasmo de aquella mujer madura, quería ser él quien le diera aquel placer por primera vez en tanto tiempo. Cerró los ojos y se dedicó de lleno a sentir cada pequeño espasmo y como aquel minúsculo botoncillo que acariciaba se hacia mas grande y más duro.

Sin contener la excitación,  pegó los labios en el clítoris y succionó, lamió, relamió, pegó sus labios y la boca entera, las piernas de la chica le aprisionaron la cabeza, no pudo evitar gemir de placer en aquel momento. Como reacción instantánea, la escucho gemir, fue un sonido gutural y de inmediato llegó el orgasmo.

Bajó su rostro hasta la entrada y colocó su boca sobre aquel orificio, recibió su lluvia y la succionó como si de dulce néctar se tratase. Espero… uno, dos, tres segundos; respiró, su lengua se abrió pasó llevando a aquella mujer a la cima del placer. Se movía rápidamente de un lado a otro, acompañando los movimientos con su cabeza, acariciando el clítoris con su nariz, sintiendo las manos de ella cada vez mas enredadas en sus largos risos castaños…

Así, sin parar, le proporcionó otro orgasmo.

Se recostó casi encima de ella, sin dejar de acariciarla en medio de las piernas con su mano, introduciendo dos dedos, masajeando con el pulgar. Le besó en la boca con profundidad, dejando que su lengua penetrara hasta el fondo y masajeara la suya, sus dedos no dejaron de moverse dentro, su otra mano no dejó de acariciarle el muslo y manteniéndolo en su cintura. Finalmente, consiguió que la lluvia callera en su mano.

Él se encuentra totalmente erecto, sin embargo, sabe que ella no quiere ni necesita nada más que lo que acaba de hacer. Se quedan en silencio menos de cinco minutos que parecen una eternidad, uno recostado a un lado de otro se miran a los ojos y cuando parece que a ella le vence el sueño, se levanta con un movimiento brusco, perdiéndose en una habitación contigua.

El chico no se levanta, se queda tendido con las piernas colgando de la cama y los brazos detrás de la cabeza, inspecciona aquel elegante departamento que sigue a media luz, suspira y espera, como siempre, espera… Hasta que siente que algo, enrollado, pesado y de papel le golpea el estómago. Se muerde los labios, sabe que es.

Se levanta al fin, se dispone a decir algo, pero sólo alcanza a escuchar una puerta cerrarse y el sonido de agua cayendo detrás de esta. Se apoya en el marco de la pared y sonríe— Fue un placer —dice para él mismo. Sin desenvolver el rollo de billetes, ni si quiera contarlo, lo guarda en el bolsillo del pantalón y sale del departamento.

No hubo una despedida, palabras de aliento, agradecimientos ni incómodos silencios innecesarios… Así debería ser el sexo, una transacción que procure un placer sin acarrear amargura.

Baja en el ascensor, se da cuenta como una mujer de cabello totalmente blanco devora su cuerpo con la mirada, él le sonríe. Al salir, ambos en la primera planta, él toma su mano arrugada y con pecas por la edad, le besa el dorso y entrega una tarjeta. La mujer vestida de traje sastre blanco y con escandalosas joyas de oro, no dice nada, simplemente lo observa salir.

Cuando se pierde de su vista, ella discretamente lee la tarjeta:

“Me llamo Julián y soy un Gigoló.”

Nota:Hola a todos, supongo que no necesito explicar que este relato es totalmente ficticio pero su personaje principal está basado en un amigo. Haré varios relatos que traten de este mismo personaje y espero que sean de su agrado. El relato fue creado para ilustrar un artículo llamado “Placer oral” el cual aparece en mi blog al que pueden ingresar en mi perfil

Saludos y gracias por sus comentarios.