Gerontofilia

Una jovencita descubre los placeres del sexo con un hombre de edad avanzada.

GERONTOFILIA

Tenía 18 años y estudiaba bachillerato en computación a nivel de educación media. Debido a los trabajos de investigación que debía realizar, me veía obligada a visitar constantemente diversas páginas de Internet. Generalmente, cuando terminaba de hacer mis tareas, me relajaba un poco, navegando también dentro de diversas páginas de sexo, tanto de hombres y de parejas. En una de esas oportunidades, accidentalmente descubrí un portal dedicado a fotografías de jovencitas follando con hombres maduros.

Hasta entonces, había tenido abundante sexo, con numerosos chicos. Se puede decir que desde que me inicié en el sexo a los 15 años, no había desperdiciado ninguna oportunidad al respecto. Pero al ir viendo aquellas páginas, fui sintiendo unas ganas locas de probar qué se sentiría en una relación sexual con un hombre mayor.

Se fue convirtiendo en una obsesión que cada día ocupaba más mis pensamientos, al grado de que, muy a menudo, me masturbaba fantaseando con relaciones con un hombre mayor y, cuando tenía sexo con algún chico, trataba de imaginar que era de tercera edad.

La situación se fue haciendo más y más urgente, llegando a la conclusión de que debía tener una relación con un hombre mayor. Estaba decidida. ¡Tendría mi primera relación con un maduro!

En el mismo piso donde estaba el departamento donde vivía con mis padres, vivía también don Josué, un señor de unos 60 años, quien era viudo y estaba solo. Comencé a observarlo y a establecer una relación propia con él, sondeándolo, llegando a decidir que él sería el compañero que me iniciaría en el sexo con personas de mayor edad.

Así, una tarde en que mis padres habían salido, fingí una emergencia con un cortocircuito eléctrico y acudí a él, por teléfono, en busca de ayuda.

Nerviosa, esperé su arribo. Cuando llamó finalmente a la puerta, sentía mariposas en el estómago. Nos saludamos y lo invité a pasar. Después, él hizo una revisión y vio dónde estaba el problema (yo había metido un alambre en un tomacorriente, para provocar el cortocircuito). Me miró de forma sospechosa y lo reparó con facilidad. Agradecida, le ofrecí una cerveza, se sentó a mi lado y aproveché para hablarle directamente sobre el tema que me interesaba: el sexo.

Se mostró cauteloso y algo reservado, lo que me hizo acelerar la situación. Con descaro, le puse la mano en la entrepierna y, aunque visiblemente nervioso, no hizo nada por retirarme. Animada por esto, le abrí la bragueta y le saqué su miembro.

Vi entonces su pene, largo, grueso. Me acerqué a él y, lentamente, fui poniendo mi mano izquierda sobre su falo, que ya mostraba una erección. Yo había visto varios penes masculinos antes,  pero aquel era diferente.

Lo acaricié con lentitud y él cerró los ojos para disfrutar de la forma delicada y un poco temerosa con que yo le sobaba el miembro. Me miró de frente y me lanzó un beso. Me hizo señas de que me acercara más a él y nuestras bocas se unieron en un beso febril.

  • Vamos a la cama -le dije con suavidad.

Lo conduje a la habitación y procedí a desvestirme. Él se sentía aún un poco cortado. Finalmente, le quité la ropa. Saqué un condón de un cajón de mi mesa de noche y le dije que se tendiera en la cama. Lo hizo, exhibiendo con algo de pena, su gloriosa erección, que alcanzaba fácilmente unos 20 cm. Me acosté a su lado.

Comenzó entonces a chuparme los pechos con maestría. Quedé sorprendida de su habilidad. ¡Lo hacía tan bien! Fue bajando por mi vientre, hasta llegar a mi vulva. Lamió con gusto y me chupó el clítoris con placer. Llevaba unos diez minutos mamando, controlando exactamente el grado de excitación que me provocaba, para hacerme gozar lo más posible y evitar una culminación prematura. Sin embargo, poco a poco se fue dando vuelta en la cama, hasta que estuvo acostado en la dirección contraria a la mía, dejando su pene delante de mi boca. Suspendió un momento su labor y, con voz suave, me dijo:

  • Mámame.

Entonces, tomé su verga en mi mano y empecé a chuparla, lenta y suavemente al principio, con furia, después.

Estuvimos en ese 69 durante un rato. De pronto, don Josué se detuvo. Se incorporó y se agarró firmemente la base del pene, con los dedos índice y pulgar. Supe entonces que estaba conteniéndose un orgasmo, que yo le había provocado con mi accionar.

Entonces, me miró fijamente y poco a poco se fue poniendo encima de mi cuerpo y empezó a pasar su pene por toda mi anatomía, frotando su verga contra mis pechos, mi vientre y metiéndolo en el triángulo formado por mis muslos a los lados y mi vulva en la parte superior. Luego, me dijo:

  • Esto te va a gustar.

Empezó a frotar su pene contra mi clítoris, volviéndome loca de excitación. Finalmente, apoyó la cabeza del instrumento contra mi agujero, mientras me acariciaba los pechos, y con cierta ansia, me dijo:

  • Prepárate.
  • ¡Hazme gozar! -respondí, ansiosa de sentir su herramienta en mi interior.

Sonrió. Se puso el condón y, cuando estuvo listo, colocó su falo frente al orificio de mi vagina. Empujó.

En un inicio, mi canal se resistió a admitir con facilidad aquel pene tan grande y sentí algo de dolor. Él se detuvo un momento y luego, acometió otra vez. En esta ocasión logró que entrara la punta del glande y lo animé a seguir entrando. Me sentía muy excitada. Don Josué esperó un momento a que mi vagina se acostumbrara y empujó otra vez. Otra porción de su pene entró.

Presa de gran excitación, le rogué que me la metiera de una vez. Aguardó otro momento y dio un nuevo empujón. Esta vez, su pene se fue hasta el fondo. Grité.

  • Si quieres te la saco -me dijo con voz preocupada.
  • ¡No, no! -le dije- Te lo suplico. ¡No me la saques!

Me sentía completamente llena en mi interior. ¡Nunca había sentido tanto placer en mi vida! Fueron los momentos más maravillosos que yo hubiera sentido en una relación sexual.

  • ¡Qué placer! -exclamé-. ¡Dios mío, qué placer!

Satisfecho, comenzó a moverse; con lentitud al principio, acelerando el ritmo después. ¡Fue maravilloso! Nunca había sentido así. Él empujaba, hasta que sus bolas tocaban contra la raíz de mis nalgas y yo paraba el culo, para ir a su encuentro. Don Josué me agarraba de las caderas y seguía cogiéndome con gran pasión. Más rápido a cada momento. Yo gritaba de gozo, sintiendo aquella verga maravillosa dentro de mí.

  • ¡Así, así, así...!

Nuestros cuerpos siguieron en aquel ritmo febril, al tiempo que yo sentía el orgasmo formarse en mi interior. Don Josué se movía cada vez con más velocidad. La cabeza de su pene llegaba hasta casi salir de mi vagina, para penetrar un segundo después hasta lo más profundo de mis entrañas. No lo pude resistir. Como si fuera el día de la independencia, un show completo de fuegos artificiales explotó dentro de mi, en el orgasmo más maravilloso de mi vida.

Él se detuvo, dejándome saborear aquel placer. Nos quedamos unos momentos acostados, él encima mío, con su pene en mi interior, mientras yo, le decía suavemente lo mucho que me gustaba. Entonces, don Josué comenzó a moverse lentamente. El noble bruto comenzó crecer más dentro de mí y, él empezó a moverse con fe.

  • ¡Ooohhhh! -gemí-. ¡Esto es maravilloso!

Mi excitación creció con gran rapidez y el deseo se apoderó nuevamente de mí. Al principio, dudé en hacerlo, pero luego le dije en forma tímida:

  • Te quiero sentir... ¡por detrás!

Don Josué suspendió su labor. Me ayudó a colocarme en cuatro patas,  poniendo mi culo frente a él. No pudo resistir la visión de mi ano ofreciéndose a él, directa y abiertamente. Comenzó a mamarme y chuparme, tanto para lubricarme, como para relajar mi esfínter. Cuando creyó que era suficiente, me tomó por las caderas, apoyó el glande en mi orificio y, al tiempo que me pedía que me relajara, empujó. Aquel monstruo se dispuso a entrar.

Confiada en algunas experiencias anales anteriores, me sentí valiente. Don Josué me introdujo la cabeza. Grité como si me estuvieran matando. ¡Sentí que me abrían en canal!

  • ¿Te duele? -preguntó temeroso de hacerme daño.
  • ¡No te detengas! -dije de manera imperiosa-. ¡Sigue!

Empujó otra vez y mi esfinter cedió. Su pene se fue para adentro, haciéndome sentir que me estaban partiendo en dos. Emití un largo grito y callé, temerosa de que los vecinos pudieran escucharlo. Él gimió, reflejo del placer que le produjo penetrarme.

Nos quedamos quietos, aguardando a que mi recto se acostumbrara. Luego, sin tregua, comenzó a moverse, hacia afuera y hacia adentro; hacia afuera y hacia adentro, cada vez más rápido. El placer fue enseñoreándose de la situación, desplazando al dolor.

  • Dale, mi amor. ¡Dale! -le dije-, ¡Me haces tan feliz!

Ciegamente, siguió moviéndose, metiendo y sacando, hacia adentro y hacia afuera, hasta que no pude más: ¡Otro orgasmo me acometió!

  • ¡Aaahhhh...! -grité loca de placer.

Don Josué sintió en su pene las contracciones de mi recto. De pronto, sentí su pene hincharse y, con un grito sordo, eyaculó, volcando su leche dentro del condón. Continuó con el movimiento, frotándome contra la cama, hasta que menos de 30 segundos después, hundí la cara en la almohada, y exploté otra vez.

Fatigado, don Josué se quedó recostado sobre mi espalda, con su pene dentro de mí. Yo, pasando mi mano hacia atrás, acaricié su cuerpo, su cabeza, su cara, hasta que su miembro se redujo lo suficiente, para poder desconectarnos. Apenas se desensartó, me di vuelta frente a él. Sin dudarlo, le arranqué el condón y tomé su pene en mis labios y comencé a mamar como loca. Lo hice reaccionar de nuevo y no me detuve, hasta que oí su grito de placer y sentí mi boca inundada por su esperma, que hube de tragar para no ahogarme.

No puedo decir más. ¡Fue maravilloso! ¡Nunca había gozado tanto! Bendito sea el día en que decidí tener un amante mayor. Desde entonces, don Josué y yo vivimos un tórrido romance.

Autora: ANASO anaso111@yahoo.com