Gerardo, un hermano dominante
Un chico comienza a maquinar la forma de someter a su hermana y usarla en sus juegos sexuales y a la vez conseguir otras mujeres.
Mi hermano Gerardo me ha pedido que escriba nuestra historia. La verdad es que hace unos cuantos años que sucedió todo lo que os cuento. Bueno, mi nombre es Marta y tenía veinte años cuando sucedió lo que os voy a contar.
No quiero culpar a mi hermano de lo sucedido. La verdad es que cada cual es como es. Yo era una joven bastante guapa. Una joven castaña, delgada, de piernas largas y culo respingón, los senos pequeños pero muy bien puestos. Estaba estudiando cuarto de biología.
Tengo un hermano, Gerardo, cuatro años menor que yo. Es moreno, también delgado, no muy estudioso, pero muy inteligente. Por aquellos entonces, además, Gerardo estaba un poco retrasado en su desarrollo físico, así que tenía un aspecto algo aniñado. Su espalda no se había desanchado todavía y su cara permanecía casi barbilampiña.
Jamás podría haber pensado que las cosas iban a llegar donde llegaron luego. La verdad es que desde que mi hermano tenía trece años me sentía observada por él. Es cierto que tenía que tener cuidado para que no me viera mis tetas juveniles cuando se asomaba al escote de mis vestidos. Es cierto que seguía la trayectoria de mi trasero en la playa, y que más de una vez le pillé mirándome extasiado a los muslos que asomaban de mis pantalones de deportes, pero yo atribuía aquello a la edad.
Gerardo me perseguía con la mirada cuando me dirigía tan sólo con la toalla puesta del baño a mi dormitorio y me vigilaba cuando me dirigía de mi dormitorio a la cocina a beber un vaso de agua, en las calurosas noches de verano.
Bueno, a pesar de todas las cosas dichas anteriormente, nunca se había pasado, pero desde hacía unas semanas, Gerardo estaba más pendiente de mí que nunca. Se asomaba a mi escote constantemente, aprovechaba cualquier descuido para introducirse en mi cuarto y sorprenderme mientras me cambiaba, o en el baño, donde escuchaba cómo metódicamente Gerardo comprobaba si había cerrado la puerta. Bueno, supongo que era cosa de calentura de la edad. Alguna vez lo sentí meterse en mi dormitorio, que en verano permanecía con la puesta abierta y contemplarme. Yo me tapaba disimuladamente con las sábanas.
El colmo llegó aquella noche del fin de semana. Nos habíamos quedado solos. Me había estado acosando como él solía hacer, de manera silenciosa pero metódica. Acababa de llegar de la calle. Al no estar mis padres me tenía que recoger relativamente pronto. Me senté al lado de Gerardo, para ver algo de la tele. Gerardo estaba viendo una película erótica. Le pedí que la quitara, pero no me hizo caso. Le regañé. Le dije que no estaba bien que viera esas películas.
Gerardo me miraba con suficiencia. El contenido de las escenas era muy fuerte. Se veían enormes cipotes introducirse en el sexo de las chicas, que se corrían y luego, los hombres derramaban su semen por la cara o las nalgas de las chicas, y eso, era lo menos fuerte.
Me encaré de nuevo con él me dijo que no hiciera la estrecha, pues sabía que me masturbaba a menudo dentro del baño. ¿Cómo lo sabría? No me lo dijo. Me dijo que la película la había puesto para ver cómo reaccionaba, pero que ya veía que iba a tener conmigo más trabajo que lo que pensaba. No sabía a qué se podía referir, y la verdad es que no me quitó el sueño. Al revés, dormí profundamente.
Dormí tan profundamente que cuando me desperté fue para mí una sorpresa sentir mis manos atadas al cabecero de la cama. Me había despertado un frío que recorría mi cuerpo y la imposibilidad de moverme. Abrí los ojos y me encontré a Gerardo sentado en una silla, observándome. También había atado cada una de mis piernas a las patas de la cama. Había utilizado para atarme los cordones de los zapatos. Se había aprovechado de que me gusta dormir de cara al colchón, y mi trasero le quedaba al descubierto
Le pedí que me soltara repetidas veces. Debería haber gritado pero en ese momento no quise hacerlo por evitar un escándalo. Gerardo se negaba y había comenzado a subirme el camisón para verme el trasero. Me decía cosas que casi no entendía. Decía que había deseado verme las bragas desde que se masturbó la primera vez y que mi culo era uno de los motivos de inspiración favoritos de sus pajas.
No dejaba de amenazar a Gerardo y de intentar inútilmente de soltarme mientras sentía que me tocaba las nalgas, por encima de las bragas, y luego, metía las bragas entre mis cachetes y dejó mis nalgas al descubierto. Sentí su boca sobre la piel de mi trasero. Estiraba de las bragas hacia arriba y se me metían en el culo. Gerardo me hizo saber que desde detrás mía había muy buena vista de mi chocho, que era lo único que aparecía tapado con las bragas.
Gerardo besó las partes bajas de mis nalgas, y a continuación sentí un pequeño click. Me estaba haciendo fotos con unas de esas cámaras que hacen las fotos al instante. Pude ver allí mismo mi trasero desnudo. Luego me hizo una foto en la que al final del escorzo de mis piernas se veían las bragas blancas cubriendo mi chocho.
Gerardo me explicó sus intenciones de hacerme suya. No le entendía. Sí, él me explicaba que deseaba hacerme su esclava. Sabía todo el rollo del incesto, pero no me pensaba follar (me lo dijo así de claro), pero sí usarme sexualmente. Decía que por qué iba a buscar una hembra (usó esta palabra) por ahí, con la pedazo tía que estaba hecha. Me dijo, además, que el ser su hermana le daba más morbo. Por una parte estaba prohibido y tendría que hacerlo más escondido que con otra, pero por otra, me deseaba desde hacía tres años, conocía cada gesto de mi cara y cada expresión de mi cuerpo.
Estaba intentando inútilmente replicarle, pues él hablaba sin escucharme. Siguió manoseándome las nalgas mientras me retorcía y de pronto, se tendió sobre mí. Sentí su miembro caliente colocado a lo largo y entre mis nalgas. Lo sentía porque estaba vestido y podía sentir aquello caliente. Comenzó a agitarse y a decirme groserías a la oreja, mientras me agarraba de los brazos, que ya estaban atados de por sí al cabecero. Sentí su furia y al poco tiempo, derramarse entre mis nalgas, llenando mis bragas arremolinadas, entre ellas, su caliente semen, que salía de su pene, tensionado al máximo como el resto de su cuerpo.
Gerardo no me soltó. Se empeñó en darme de desayunar así, atada, y sólo después de que le prometí que nada de lo ocurrido saldría de mi boca, me soltó los pies y las manos, pero atando éstas, de nuevo, esta vez, juntas. Me terminó de dar de comer y al final, después de tenerme toda la mañana, ante la inminente llegada de mis padres, me soltó.
Lavé rápidamente mis bragas llenas de semen. Me las quité y les eché agua en el lavabo. Gerardo apareció y se dedicó a mirarme. Quería bañarme, pero una de las condiciones que había puesto para que me soltara era que mientras los dos estuviéramos solos, no habría más barreras que las que él pusiera. Así que me esperé a que llegaran mis padres. Pero tuve que aguantar que me viera ponerme unas bragas limpias y que me quitara el camisón y me vistiera.
Gerardo comenzó a mandarme hacer cosas, como me había obligado a aceptar, si no quería ver mis fotos publicadas en Internet,y enviadas por e-mail a todas mis amistades. Ese mismo día tuve que servirle la comida y no empecé a comer hasta que él había acabado.
Gerardo no perdía el tiempo, y siempre que podía, ante la ausencia de mis padres, comenzaba a toquetearme. Yo me resistía a consentir que me pellizcara el culo, pero yo soy chica, y él, aunque menor que yo, me perseguía y se salía con la suya, aunque a veces se llevaba lo suyo.
Pero el problema venía cuando mis padres se ausentaban varias horas. Entonces Gerardo cambiaba de personalidad. No había pasado ni una semana desde que me ató por primera vez que se presentó en el baño mientras me bañaba. Previamente me había ordenado que lo dejara abierto, pues tenía que afeitarse. Me extrañó que tuviera que hacerlo, ya que era barbilampiño aún.
Lo sentí entrar, pero fue una sorpresa ver que habría las cortinas de la ducha y aún fue más sorpresa verle aparecer con el cinturón de mi bata. Gerardo quería atarme. Yo no me dejaba. La lucha se hizo cada vez más agresiva hasta que me agarró las manos y me las ató a la espalda, por mucho que me resistí.
Gerardo comenzó a acariciar mi cuerpo con una manopla de baño, llenándome de jabón, recorriendo cada trocito de mi piel. La manopla de introducía en los recovecos de mi cuerpo buscando una suciedad inexistente, y luego acariciaba con igual cuidado mis volúmenes. Repitió el mismo cuidadoso proceso con la toalla para secarme. Podía apreciar su enorme empalmadura que le causaba mi cuerpo.
Me ató a la barra del toallero y comenzó a tocarme las tetas y los pezones. Mi hermano estaba muy verde, la verdad. Me tocaba como si fuera un objeto, y para colmo, no le importó correrse sobre su ropa. Me di cuenta porque aunque quiso evitar que lo supiera, su expresión, su dureza desapareció por un momento, buscando mi pecho con ternura en lugar que con la lujuria que demostraba.
Él se refiere siempre a estos momentos como el inicio de mi domesticación. Yo puedo deciros que si tuviera que describir mi proceso de domesticación, diría que tenía varias áreas distintas.
Lo primero era que empezó a influir y decidir lo que debía hacer y no debía hacer. Lo hacía simple y llanamente, como muestra de su soberanía sobre mí. Para empezar, si había quedado con alguna amiga, me obligaba a anular la reunión o no asistir. Otras veces me obligaba a quedar con chicas a las que detestaba.
Me obligaba a utilizar bragas escotadas, todas las bragas que me compré desde ese momento pasaban por su supervisión, como los sostenes, las medias y casi toda la ropa.
Me prohibió salir con ningún chico e ir a fiestas y otras lugares donde poder ligar. En fin, iba socavando mi personalidad y manejándome como una marioneta.
Lo segundo era ciertos adornos que me obligaba a ponerme en nuestras movidas. Me obligaba, como he dicho a usar cierto tipo de bragas, pintarme las uñas de ciertos colores. Luego se metió en disfrazarme, poniéndome atuendos estrafalarios. Una vez me hizo un vestido con sólo una sábana, dejando al descubierto, poco a poco mi vergüenzas. Otras veces me paseaba desnuda, con sólo las bragas, al principio y luego totalmente desnuda, o con unas medias llenas de carreras.
Cada vez se hizo más rebuscado en este sentido. Comenzó a ponerme un collar de un perro que tuvimos y que rebuscó hasta encontrar, luego me paseaba con la cadena y el collar de acero. Las cadenas comenzaron a recorrer mi cuerpo, atadas a la cintura, atando mis manos, trabando mis pies como una presidiaria. Al final cruzaba cadenas entre mis piernas, es decir colgándola de la cadena que llevaba en mi cintura y enganchándola al otro lado tras pasarla entre las dos piernas. Lo llamaba las bragas de hierro.
Naturalmente, hacía uso de su cámara e iba confeccionando un álbum de lo más interesante, que tenía muy bien guardado, pues me pasé años buscándolo sin encontrarlo, y sé que todavía lo tiene.
Lo tercero era la exigencia de obediencia y participación absoluta y dócilmente en una serie de rituales, como era el baño, en el que acabó obligándome a ponerme a cuatro patas en la bañera mientras me llenaba de jabón y luego me aclaraba. Los amaneceres en que me despertaba atada, el que me tratara como una criada que se veía obligada a preparar la mesa del señor y permanecer de pié mientras comía.
Había un ritual que llamaba el homenaje. Consistía en que tenía que postrarme ante él, como si estuviera adorando a un ídolo. Le besaba los pies y me agarraba a sus piernas como si realmente fuera de oro. Luego, él hacía conmigo lo que quería
Y ese era lo cuarto. Rápidamente comenzó a utilizarme para sus juegos sexuales, que al principio eran muy inocentes, pues se limitaba a lamerme mis pechos y de mis pezones, como si fuera un bebé, y a besar mis muslos y mis nalgas, sin atreverse a ir más allá. Me besaba, eso sí, con pasión. Me ponía muy cachonda pero la verdad es que nunca llegué a correrme durante esa etapa, mientras que él, después de pasarse lamiendo y besando un rato, acababa corriéndose. Hasta cinco veces se corría algunos días
Bueno, lo cierto es que a fuerza de transigir acabé dócilmente sometida a Gerardo, permitiendo sus caprichos sin plantearme otra cosa que obedecerle. Al fin y al cabo. ¿Qué tenía de malo que mi hermano me disfrazara un poco y me atara, jugara conmigo y con mi cuerpo y acabara corriéndose en los calzoncillos después de besarme las nalgas o lamerme los pezones?
Bueno, debí entonces suponer que Gerardo iría más allá. Esto no fue más que un paso para domesticarme, pero la verdadera domesticación vino después, cuando empezó a utilizarme para sus auténticos placeres.
Pues sí. Gerardo había aprendido mucho de las películas y fui una ingenua al pensar que todo quedaría en un par de lametones en el pecho. No tardó mucho tiempo en una mañana de las que amanecí atada, en obligarme a permanecer con las piernas abiertas. Tenía una nueva obligación, me dijo. Me afeitaría cuando él dijera. Pero esta vez lo haría el mismo. Asistí dócilmente a que me llenara el sexo de espuma y luego me afeitara con una cuchilla desechable. Me quitó todo el pelo. Luego el cabrón me obligaba a tenerlo ni liso ni largo. Me obligaba a llevarlo para que me molestara.
Las sesiones en la ducha terminaban, a partir de entonces, conmigo tumbada, unas veces en la cama, y otras en el suelo, encima de la alfombra o sobre las frías y duras baldosas, y su lengua ya no se conformaba con un par de lametones en las tetas, sino que lamía el clítoris con rabia y lo mordisqueaba o lo meneaba en mi chocho hasta arrancarme de una u otra forma, los primeros orgasmos.
También cambió el ritual del homenaje, y ahora. Después de acercarme a gatas para besarle los pies y agarrarme de la pierna, él se sacaba el miembro y yo se lo comía y le masturbaba. Una vez se me ocurrió masturbarle con la mano, agarrándole los cojoncillos y ordeñándolo. No le gustó, porque desde ese día, siempre me ataba las manos a la espalda, y me agarraba de la cabeza, obligándome a comerme todo.
También hacíamos el sesenta y nueve, cuando me ataba ya durante toda la noche, poniéndose sobre mi y comiéndome el coño mientras yo me engullía su picha.
Bueno, pueden reprocharme que ahora no se limitaba Gerardo a un par de lametones, pero tampoco veía yo mal ese intercambio. Era ir un poco más allá. Como tampoco vi mal el día que metió su cara entre mis nalgas y comenzó a jugar con su lengua en mi ano, mientras yo me revolvía, con las manos atadas.
Comenzó a aficionarse al voyeurismo. Me llevaba al cine vacío y me toqueteaba. Yo, tenía que agachar mi cabeza y comerle la picha. Otras veces, me ponía de rodillas y apoyaba la cabeza sobre su vientre hasta vaciarle.
Otras veces, salíamos de noche, después de que nuestros padres llamaran para cerciorarse que yo había llegado. Un taxi era un buen sitio para comerle el rabo. Fingía que estaba borracha y le sacaba la minga. Entonces yo, mientras fingía dormir, le comía el rabo. También éramos asiduos de los parques, donde los dos nos comíamos el uno al otro. Me daba vergüenza hacerlo, pero luego, cuando veía las caras de las personas malpensantes, sentía una extraña satisfacción unida a la vergüenza.
Un día, en el cine, un tocón se me sentó a mi lado. Le hice una seña a Gerardo, pero me obligó a permanecer callada y dócil a las manos de aquel chico que se introducían por mi falda y por mis bragas. Mi coño se empapaba por momentos y pronto me corrí en la mano de aquel desconocido. Después fui a comerle el rabo a Gerado, pero me dijo que no. En efecto, era inútil, pues Gerardo se corrió al verme poseída por aquel extraño. No fuimos más a aquel cine, no obstante.
Tuve que hacer cosas por mi hermano, como comprarle las revistas pornográficas. Los vendedores me miraban de una manera que me humillaba. Encontré uno en el que me despachaba una mujer. Gerardo se percató y desde entonces me obligaba a comprar revistas con un gran contenido en escenas de lesbianas. La mujer me miraba despreciativamente.
Gerardo comenzó a experimentar conmigo. Estaba claro que ya sí me consideraba suya. Después de lo del cine, su mano comenzó a apoderarse de mi coño, primero, tocándome mi clítoris hasta hacer que me corriera entre sus dedos. Luego comenzó a follarme con sus dedos. Tenía miedo a que me rompiera el virgo, pero el deseo podía a mis temores y acababa moviéndome como una loca en la mano de mi hermano.
Un día quería hacer algo especial, me dijo. Era un amanecer de esos en los que amanecía atada. Me metió mis propias bragas en la boca y me tapó la boca con un pañuelo. Sentí su dedo en mi ano. Él especulaba con la posibilidad de penetrarme mientras me arañaba el ano. De repente, su dedo comenzó a introducirse. Apretaba mis nalgas, pero él sacudía el dedo de aquí a allí y conseguía hacerse paso hasta poseerme por detrás. Luego me metió los dedos de la otra mano en el chocho, y sólo las bragas en mi boca evitaron que mis chillidos de placer despertaran a los vecinos
Gerardo acabó por no respetarme tal como me dijo la primera noche que me ató, pero tengo que contar cómo sucedió la cosa.
Gerardo tenía un amigo, Carlos, que tenía una hermana un año mayor que él y otra hermana de mi misma edad. Gerardo se encaprichó de Roxana, como se llamaba mi amiga. Un día, Gerardo invitó a Carlos a casa. Los tres estábamos sentados en el sofá viendo una película. Gerardo puso el vídeo y empezaron a salir escenas pornográficas. Me ordenó entonces que me fuera del sofá y le rindiera homenaje. Tuve que ponerme a los pies de Gerardo y besárselos tras descalzarlo y luego agarrarme a sus piernas y poner la cara en su regazo y lamer su miembro viril delante de su amigo, y consumar la felación.
Carlos estaba estupefacto. Dialogaron sobre ello y Gerardo le hacía ver las ventajas de poseer a una hembra. Carlos dudaba de la posibilidad de domesticar a Roxana. Gerardo, para convencerle le hizo una demostración. Me obligó a desnudarme y luego me tuve que poner a cuatro patas, ofreciéndoles el culo. Gerardo puso su mano sobre mi sexo y comenzó a masturbarme. Me costó bastante correrme delante del hermano de mi amiga.
Yo sabía que Carlos lo tenía crudo con Roxana. Gerardo volvió a invitar a Carlos al fin de semana siguiente. Carlos le comunicó que sus gestiones iban muy mal. Gerardo quiso estimular a Carlos. Me negué a permitir que aquel rubio pecoso me metiera sus dedos en mi vagina. Pero Gerardo tenía mucha autoridad sobre mí. Me ató las manos por delante y me puso el collar y la cadena del perro. Me retuvo mientras Carlos intentaba follarme. Tuve entonces que revelar mis temores a que me desvirgaran. Gerardo intervino. Me tuve que comer la picha de Carlos, que pacientemente estaba sentado en el sillón. Saqué su trasto justo antes de que empezara a eyacular, pero no pude evitar que su semen me llenara el hombro y el pelo, ya que Gerardo me obligó a permanecer tendida sobre las piernas de Carlos.
Carlos no volvió a aparecer. No consiguió ni acercarse a su hermana. Un día apareció Gerardo con Laura, la otra hermano de Carlos y Roxana. Pensé que Gerardo se había conformado con una hembra más de su altura. Me equivoqué.
Gerardo me volvió a ordenar que saliera del sillón y tuve que hacerle la felación delante de una chica, que me miraba sin decir nada. Sí, estaba más serena que Carlos. Increíble. Gerardo convenció a Laura antes que a Carlos, de la conveniencia de tener una esclava en la familia. Gerardo enseñó esa noche a Laura cómo atar a su hermana, sirviendo yo de conejillo de indias. Jamás antes una mujer me había tocado ni usado.
Pero Laura tenía, a sus diecisiete años, una mano experta. Me ataron las manos a la espalda tras desnudarme, y mientras me comía el rabo de Gerardo, Laura me comía el coño, y tras provocar que estuviera lubricado, introdujo sus dedos. No pude evitarlo. Me follaba mientras me veía obligada a comerme el rabo de Gerardo. Me corrí.
Gerardo preguntó a Laura si deseaba que yo le comiera el coño. Laura me rechazó. Me usaría si algún día entregaba a Roxana a cambio.
Me encontré a Roxana unos días después. Fui astuta y le pregunté por Laura, le lo habíamos pasado muy bien aquella noche. Roxana se sonrojó. Comprendí que no tardaría en llegar el día que Laura trajera a Roxana atada como a una res.
Laura debió comunicarle algo parecido a Gerardo, ya que una noche, todo parecía que iba a seguir los pasos de otras noches, pero Gerardo no me dio la orden de hacerle la felación. Me extrañó. Gerardo me ató. Comenzó a masturbarme, pero mientras introducía sus dedos, comenzó a contarme lo que ya sabía. Me dijo que no podía hacer el ridículo delante de Roxana y que tenía que practicar conmigo. Me negué a que me tomara como me negué la primera noche, pero fue inútil. Le voceaba mientras observaba impotente cómo se colocaba el preservativo. Le voceaba mientras se colocaba encima mía, Le voceaba mientras sentía introducir su pene en mi coño húmedo.
Gerardo fue implacable, Nada le paró, ni mis quejas, ni mis voces, ni mis súplicas. No me hizo tanto daño como creía el perder el virgo, pero sí sangré un poco. Por su parte, Gerardo estuvo muy nervioso y se corrió tras meterla. Me rompió el virgo de golpe, pues como veía que se corría, la metió de un tirón.
Gerardo me estuvo follando durante una semana. Fue mejorando mucho en la técnica y acabó consiguiéndome que me corriera junto a él. Me follaba algunos días varias veces. Bastaba que mis padres faltaran y que lo viera claro para penetrarme. La verdad es que es delicioso que te folle tu hermano. Me abandonaba totalmente. Con nadie he follado tan a gusto como con Gerardo. Bueno, sólo con mi marido, y no siempre.
Me negaba a aceptar que Roxana fuera a presentarse allí de la mano de Laura. Era duro ser poseída por Laura, era duro ver a Gerardo poseyendo a otra mujer, pero lo más duro sería contemplarnos las dos amigas, una frente a otra, aceptando dócilmente las órdenes de nuestros hermanos, con los que encima nos habíamos acostado.
Quise que me tragara la tierra cuando tocaron al timbre. Gerardo me había preparado muy bien. Es decir, me tenía paseando desnuda totalmente, salvo unos zapatos de tacón y una cadena atada al cuello.
Roxana no sabía a qué casa iba. Su ya descompuesta cara se le descompuso más al verme pulular por allí desnuda. Laura la traía con un abrigo largo. Fue una sorpresa descubrir que debajo de él sólo llevaba las medias.
Gerardo tuvo la gracia de preguntar sarcásticamente si nos conocíamos y después de presentarnos a Roxana y a mí, nos obligó a besarnos en la boca y estrechar nuestro cuerpo en un abrazo. Nunca había percibido a Roxana de aquella manera, tan tierna, tan excitante, tan sensual. Nuestros senos se rozaron y nuestras lenguas se fundieron y me costó separarme de ella, tal vez por que sabía que tras ese abrazo iría a parar a las manos de Laura.
Gerardo no tuvo grandes prolegómenos con Roxana, que permitió dócilmente que le atara las mano a la pata de la mesa y se la follara mi hermano, allí, sobre la alfombra. Mi hermano cumplió como un hombre, pues después de calentar y penetrar a Roxana durante bastante tiempo, esta estuvo debajo de él , inmersa en un largo orgasmo que pareció dejarla extenuada.
Laura se cobró lo que Gerardo le debía. Nunca antes había tocado a una mujer, y allí, de primeras, tras unas caricias de Laura que me calentaron mucho, Laura me cogió de la cadena del cuello y tras sentarse cerca de nuestros hermanos, sobre la alfombra, me llevó hasta su sexo. No hice otra cosa que lo que tantas veces me había hecho mi hermano, pero sin la rabia que él ponía en todo. Aprendí a comer coños rápidamente y Laura se corrió en mi boca, empujando contra mí con todo su cuerpo, agarrándome del pelo y obligándome a proporcionarle hasta el último gramo de placer.
Luego me ató de la cadena a una pata del sofá y se colocó detrás mía para comerme el coño mientras extendía sus manos y me amasaba los senos y contenía mis pezones entre sus dedos. Me penetraba con la lengua y acabó por lamerme también el agujero del culo, seguramente, aleccionada por Gerardo, que le diría que yo siento por detrás también.
Estaba a punto de correrme, cuando de repente Laura dejó de Lamer. Me ordenó Gerardo que no mirara detrás. Al poco rato sentí de nuevo la lengua de Roxana y sus manos, pero eran distintas. Eran más sensuales sus caricias, más suaves sus dedos y más húmeda y larga su lengua. No debía desobedecer a Gerardo y menos públicamente, pero miré hacia detrás. Sí, era lo que yo pensaba. Era Roxana la que obedeciendo órdenes me estaba ocasionando ese orgasmo mientras Laura y Gerardo follaban al otro lado de la habitación.
El juego duró durante algunos meses más. Si Gerardo se presentara una mañana en mi casa y me propusiera atarme como entonces, creo que dejaría que me poseyera de nuevo