Gerard y las gemelas

¿Qué harías tú si a una cita con tu novia acude su hermana gemela en lugar de ella? Gerard nos cuenta su experiencia.

Me llamo Gerard, y la historia que voy a contar ocurrió cuando tenía 23 años. Aquel invierno solía salir bastante de marcha (y beber bastante también) y una noche con un par de copas de más me enrollé con Mónica, una amiga de unos amigos. Me dio su número de teléfono y a partir de entonces, casi por inercia, iniciamos una relación.

Todo el mundo coincidía en que hacíamos buena pareja. Yo soy rubio, ojos marrones, más bien bajito (1,68), cuerpo fibroso. Llevo el pelo peinado con cresta y luzco un pendiente de aro en una oreja. Mónica era más o menos de mi misma estatura, guapilla, muy delgada. Su pelo era negro, lo tenía muy largo y liso y lo llevaba siempre suelto. Tenía los ojos negros y una sonrisa preciosa. De su cuerpo me quedo sobre todo con su culo respingón y con su cinturita. Sus pechos eran más bien pequeños, pero muy duros y agradables al tacto.

Sin embargo, mi relación con Mónica no marchaba tan bien como parecía. Después de un par de semanas me di cuenta de que teníamos muy poco que contarnos el uno al otro; la conversación se acababa enseguida y pasábamos largos ratos en silencio. Pero lo que peor llevaba era el tema del sexo, o de la ausencia de sexo, más bien. Una tarde-noche típica con Mónica comenzaba con un largo paseo, aburrimiento; luego íbamos al cine, normalmente me dejaba elegir la película; otro paseo, más aburrimiento, y luego se montaba en mi coche para que la llevara a casa. Yo en vez de a casa la llevaba a una calle oscura y allí nos besábamos durante horas, pero nada más. Me dejaba palparle el culo y las tetas por encima de la ropa, pero si yo intentaba meterle la mano dentro del sujetador ella, pudorosa, me la sacaba. Cuando intentaba acariciarle la entrepierna ella se negaba, aunque fuera por encima de la ropa. Tenía ya 19 años, por lo que esa actitud me contrariaba bastante, sobre todo cuando ya llevábamos tres meses de relación.

Mónica tenía una hermana gemela, Ana, idéntica a ella físicamente. Al principio me costaba, pero pronto aprendí a distinguirlas. A veces salíamos con la hermana y con el novio de ella, el Nacho (todo el mundo se refería a él con el artículo delante). Ana me caía más o menos bien, pero al que no soportaba era al novio, un listillo prepotente que se creía que se las sabía todas.

Personalmente, ya hacía tiempo que había decidido que esa relación no iba a durar mucho, sobre todo si no mejoraba en el terreno sexual.

Una noche había quedado con Mónica en el lugar de siempre para hacer lo de siempre. Mónica llegaba siempre 8 minutos tarde, y cuando pasaban siete minutos y medio de la hora la vi aparecer al fondo de la calle. Sin embargo, cuando se acercó a mi altura me di cuenta de que era Ana, aunque llevaba puestos una camisa y un abrigo de Mónica. "¡Qué bien!", pensé, "seguro que viene a decirme que su hermana no puede venir por cualquier cosa. Todavía me da tiempo a llamar a mis colegas e irme de borrachera con ellos".

Sin embargo, cuando Ana llegó a mi altura, me saludó:

  • Hola, cariño. – y me depositó un beso en los labios.

Luego me cogió por la cintura como solía hacerlo Mónica.

  • ¿Dónde vamos? – preguntó.

Yo estaba desconcertado. Se estaba haciendo pasar por Mónica, seguramente para gastarme una broma. ¿Qué se pensaba, que no me iba a dar cuenta? Decidí seguir la broma:

  • Vamos donde tu quieras, Mónica.

Seguí el juego durante un rato, pensando que en cualquier momento se destaparía el pastel. Pero ella seguía actuando con total normalidad, como si fuera mi novia. Incluso hablamos de más cosas de lo que normalmente solía hacerlo con Mónica. Tal vez me había equivocado de hermana al buscarme pareja.

Ana me trajo también un papel con unas direcciones que le había pedido a Mónica que me buscara en Internet, porque mi ordenador estaba estropeado. Entonces estaba claro que Moni estaba también en el lío. Pero también podría haberle comentado algo a su hermana de pasada y esta habría aprovechado la información para suplantarla. Lo que más me sorprendía era la actitud de Ana: completamente impasible, muy tranquila, muy metida en su papel, no se le escapaba ni una risita, ni un comentario que la delatara. Era una excelente actriz.

Hubo un momento en que me acerqué a decirle algo al oído y ella me besó en la boca. Yo respondí metiéndole la lengua, nos abrazamos y nos besamos durante un largo rato. Sentí como la excitación me invadía y como mi miembro se ponía erecto. Aquello, para ser una broma, se estaba pasando de la raya, pero la situación de comerle la boca a la hermana de mi novia me daba un morbo tremendo.

Estaba totalmente aturdido, y sólo acerté a decir:

  • Vamos a ver una peli, ¿no?

La película me daba 90 minutos de margen para poner mis ideas en orden. ¿Estaría Mónica al tanto del numerito que estaba montando su hermana? Seguramente sí. Aunque también podría haberle pedido que me gastara una broma y Ana se estaba excediendo en su papel. Lo que más me molestaba es que mientras yo estaba nerviosísimo, Ana estaba totalmente tranquila, atenta a la película.

Sobre la hora de película, mi desconcierto inicial había dado paso a la ira. ¿Qué se habían creído aquellas dos niñatas, que se iban a reír de mí? ¿O que yo era un objeto que se podían intercambiar? Entonces pensé que tal vez Mónica estuviese haciendo lo mismo, es decir, que hubiese quedado con el Nacho en el lugar de su hermana. Y, por lo que había investigado, Ana y el Nacho sí que follaban. Sólo faltaba que mi novia me tuviese tres meses a dos velas y acabase acostándose con ese energúmeno.

Total que decidí elaborar un plan: iba a forzar la máquina, y si Ana destapaba el pastel le iba a decir cuatro palabritas. Luego llamaría a Mónica y le diría lo mismo multiplicado por cinco, y me daba igual si ese era el final de nuestra relación.

Al salir del cine, le dije a Ana escuetamente:

  • Subes a mi coche, ¿no?
  • Claro. – contestó. No sé si se había dado cuenta de que algo había cambiado en mi actitud, porque permanecía impasible.

Subió y la llevé a un polígono industrial que a esa hora estaba desierto.

  • ¿Te gusta el sitio?
  • Un sitio como cualquier otro – dijo.

Empezamos a besarnos y pronto me subí encima de ella. Ella reclinó el asiento del copiloto completamente. Yo buscaba restregar mi paquete contra su cuerpo, mientras que ella se agarraba a mi culo. Me imaginaba a la muy cerda contándole luego a su hermana "Nena, que buen culo tiene tu novio".

Pronto empecé a sobarle las tetas por encima de la ropa. Desabroché un par de botones de su camisa y le metí la mano por debajo del sujetador. Ella reaccionó sacándome la mano. No sé si llevaba bien aprendida la lección de casa o reaccionaba igual al tener los mismos genes. Pero yo ya tenía planeado lo que iba a hacer.

  • ¿Qué pasa?- pregunté.
  • Tampoco te pases, tío.
  • ¿Por qué lo dices?
  • Ya sabes por qué.
  • ¿Pero no me dijiste el otro día que te encantaba sentir el tacto de mis manos directamente sobre tus pechos, que te estremecías de placer al sentir mis dedos pellizcando tus pezones, que...?
  • Sí pero...
  • ¿Pero qué? ¿Lo dijiste o no lo dijiste?
  • Sí. – Bajó la mirada. Al parecer, esto no lo tenía previsto en el guión. Ahora era ella la que estaba aturdida. Yo aproveché para magrear a gusto, por fin, unos pechos idénticos a los de mi novia. Eran deliciosos. Le desabroché el sujetador completamente y pronto hundí mi cabeza entre sus tetas, besándolas, lamiéndolas. Desde allí notaba su respiración entrecortada y el ritmo acelerado de su corazón. ¿Excitación? ¿Nervios?. No lo sabía. Pero pensaba llegar mas lejos.

Poco a poco mi mano derecha recorrió su cuerpo hasta llegar a su entrepierna, que empecé a acariciar por encima de los pantalones vaqueros. Cuando ya le estaba quitando el botón separó su boca de la mía.

  • ¡Gerard!
  • ¿Qué quieres?
  • Que no... ya sabes.
  • ¿Pero no me has dicho tantas veces que te mueres de deseo cuando mis manos recorren los labios de tu coño y que gozas como una perra cuando te meto los dedos? – era evidente que una mojigata como Mónica nunca hubiera dicho aquellas palabras - ¿Qué te pasa hoy, tienes la regla o algo?
  • No, lo que yo quería decir... bueno... sigue.

Metí la mano por debajo de sus bragas y me encontré con un sexo sin depilar, muy húmedo y muy caliente. Era evidente que Anita estaba tan excitada por la situación como yo, o todavía más. Mis dedos pasaron por todo su sexo, recreándose especialmente en el clítoris, y luego le introduje el dedo corazón. Ella se estremeció de placer. Luego le metí dos dedos, ella gemía, mis dedos salían de su coñíto para jugar un rato con su clítoris y luego volvían a entrar. Lo que siempre había deseado hacer con Mónica lo estaba haciendo ahora con su hermana.

  • ¡Ay, Gerard, cielo, que gusto me das!

"¿Cielo?" pensaba yo "¡serás guarra!". De repente, ella se corrió. Fue un orgasmo largo, acompañado de grititos y de movimientos pélvicos. Cuando se tranquilizó, me besó en la boca y en el cuello e intentó incorporarse. Con la luz que se filtraba a través de los cristales, totalmente empañados, pude percatarme de su sonrisa bobalicona y del rubor de sus mejillas. Si pretendía castigarla por jugar conmigo, no lo estaba consiguiendo.

  • Bueno, ahora me toca a mí, ¿no?

Me senté en el asiento del conductor y me bajé los pantalones y el slip. Mi polla, dura como una piedra, lucía ahora grandiosa. Ella, tímidamente, alargó la mano y empezó a masturbarme muy despacio.

  • Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿no?

Pero no lo sabía, así que tuve que hacérselo entender. Cogí su cabeza por la nuca y poco a poco la acerqué hasta mi pene, hasta que ella entendió que tenía que metérselo en la boca. Con un mohín de asco se metió el glande en la boca, mientras seguía pajeando el tronco de la polla. Era evidente que no había hecho nunca una mamada. Tuve que darle instrucciones.

  • Muy bien, "Mónica", hazlo como tú sabes... succiona el glande... así... mueve la lengua... mmm... hoy lo estás haciendo mejor que ningún día... ¿Recuerdas lo que me dijiste el otro día?... aquello de que te ponía que te dijera procacidades mientras me la chupas... pues hoy te voy a complacer, zorrita... vamos zorrita, sigue chupando... demuéstrame lo puta que eres... así, trágatela, guarra... como se te notan las ganas que tenías de comerte una buena polla... no sé quién es más puta, si tú o tu hermana Ana, a ella también le gustaría comerme el rabo y que luego me la follara hasta partirla en dos... ¿te gustaría eso? ¿te gustaría que me follara a tu hermana?

En ese momento pensé que tal vez me estaba pasando de la raya. Ana seguía chupándomela, y su cara estaba entonces tapada por el pelo. Suavemente levanté su cabeza, aparté el pelo y la miré a los ojos. Sus pupilas estaban dilatadas y los ojos le brillaban por el deseo y la excitación. No sólo eso, sino que, golosamente, seguía pegando lametazos a mi glande, como si fuera un helado. Estaba claro que a la niña le gustaba que la metiera caña. Pues si quería caña, yo se la iba a dar.

  • Ahora, zorrita, quiero que me lo hagas sin manos. Venga, las manos a la espalda y no quiero que las muevas de ahí. Ahora vuelve a metértela en la boca.

Ana continuó con la felación. Lo hacía muy torpemente, por lo que tuve que ayudarla. Puse las manos sobre su cabeza y comencé a poner yo el ritmo que más me gustaba.

  • Muy bien, putita... chupa fuerte – decía mientras empujaba su cabeza contra mi polla hasta hacerla atragantarse. Ella estaba completamente recostada sobre mi regazo y ahora su culo quedaba al alcance de mi mano derecha. Se lo sobé un rato, e intenté bajarle el pantalón y las bragas, pero como no podía por la posición, fue ella misma la que lo hizo.

Le di un par de palmadas en su trasero desnudo. Luego le di otra más fuerte, que hizo que los cinco dedos de mi mano se quedaran marcados en sus nalgas. Ella reaccionó con un gritito ahogado y luego me mordió la polla. Estaba claro que no convenía excederse, aquella niña era una loba con piel de cordero.

Mientras ella seguía mamando, recorrí con la mano toda la raja de su culo hasta que llegué a su chochito, que estaba de nuevo empapado. Entonces la cogí del pelo y la separé de mi cuerpo. Un hilillo de saliva unía sus labios con mi pene. Ella me miraba, mitad asustada y mitad desafiante.

  • Estás mojada, zorrita, así que voy a follarte. Pero primero quiero que me lo pidas.
  • ¿Para qué, si lo vas a hacer de todos modos?
  • Quiero oírte.
  • Fóllame, cielo. Quiero sentir esta polla que tanto me gusta dentro de mí.

Para mi conciencia este detalle era importante. Mónica nunca podría acusarme de haber forzado a su hermana. Tendí a Anita sobre los asientos y me coloqué sobre ella. Mientras mi miembro buscaba la entrada de su coñito, ella me abrazaba con las piernas y me clavaba las uñas en la espalda, por debajo de la camiseta. Se la metí prácticamente entera y comencé a penetrarla con gran rapidez. Ahora era ella la que gritaba procacidades:

  • ¡Fóllame, Gerard! ¡Clávamela entera, hazme sentir tuya!

Estaba siendo, con diferencia, el mejor polvo de mi vida. Pero eso no hacía que abandonara mis deseos de venganza hacia las dos hermanitas. Continuamente buscaba el cuello de ella y lo besaba, lo succionaba, lo mordía con rabia. Me hubiera gustado ver la cara de Mónica al ver regresar a su hermana de una cita conmigo con el cuello lleno de marcas. Ana parecía no darse cuenta, más que nada porque se estaba corriendo de nuevo.

  • ¿Te estás corriendo, nena?
  • Sí, cariño.
  • Yo también.
  • ¡¡No lo hagas dentro, por favor!! – suplicó, con el rostro desencajado por el pavor.

Allí sí que la había pillado. Si quedarse embarazada ya es un problema para una chica de 19 años, quedarse embarazada del novio de tu hermana... te arruina la vida y te carga con el estigma de putón verbenero para siempre.

Tras unos segundos de incertidumbre contesté:

  • Tranquila, pensaba hacerlo en tu carita.
  • Vale – consintió, aliviada.

Me estaba mirando de nuevo con su sonrisa bobalicona, la misma que se le había quedado después del primer orgasmo.

  • Ahora, zorrita, no dejes de sonreír.

La sujeté del pelo con la mano izquierda y empecé a pajearme delante de su cara. Ella, obediente, seguía sonriendo, pero cerró lo ojos. No tardé en correrme, procurando que el todo el semen cayera sobre su cara, cuello y pelo, para no manchar la tapicería del coche. Hubiera deseado tanto que Mónica pudiera verme eyaculando en la cara de su gemela... "¿Es esto lo que querías, zorra?" le hubiera gritado "¿Para esto le has pedido que se haga pasar por ti?". Como colofón, le metí de nuevo la polla en la boca. Ella succionó las últimas gotas y creo que incluso se las tragó.

Me tendí en el asiento del conductor, alejándome de ella. Tenía todavía la respiración entrecortada por el orgasmo. Ana, mientras, se limpiaba con un clinex los restos de semen de la cara. Le había estropeado el maquillaje. Estaba completamente desnuda a excepción del sujetador, que colgaba hecho jirones de sus hombros.

  • Hoy has estado genial, MÓNICA.

Cada vez que la llamaba Mónica lo decía con retintín, arrastrando la palabra. Tenía que ser muy tonta para no darse cuenta de que yo estaba al corriente de todo. O tal vez no quería enterarse.

  • Tú también has estado genial, cari. Eres genial.

Ahora ella se estaba vistiendo. Yo ya me había vestido.

  • Sólo hay una cosa que quiero pedirte. Tienes un cuerpo muy lindo y parece que te avergüences de él. A partir de ahora, cuando quedes conmigo, quiero que vengas con minifaldas y escotes, y que vayas más maquillada y perfumada. Más sexy, en definitiva.
  • Lo haré, Gerard. – dijo mientras me abrazaba.- Haría cualquier cosa por ti, mi amor.

Lo cierto es que Mónica nunca me había tratado tan cariñosamente. Parecía que a aquellas gemelas había que meterles un buen pollazo para que te supieran valorar. O tal vez es que Ana se sentía realmente atraída por mí, mientras que a Mónica le resultaba indiferente.

  • ¿Te llevo a casa, Mónica?

La dejé en la puerta de su casa. Eran las cuatro de la mañana y todavía brillaba una luz en la que yo creía que era la habitación de Mónica. Cuando Ana bajó, arranqué el coche, pero paré de nuevo un poco más adelante. Había tenido una idea: iba a enviar un mensaje a Mónica.

"Buenas noches, cariño. Lo de hoy ha sido sensacional. Me has demostrado que eres toda una mujer y no una niñata. Espero que todos los días seas así. Besos."

Pretendía herirla en su amor propio, igual que ellas me habían herido tratándome como a un objeto intercambiable.

Lo cierto es que me había portado como un cabrón, pero no sentía ningún remordimiento. Estaba deseando quedar de nuevo con Mónica (esta vez con Mónica de verdad) para ver cómo reaccionaba.

Bajé las cuatro ventanillas del coche y encendí la radio, y me sorprendí a mí mismo cantando en voz alta mientras conducía hacia casa.