Georgina (1)
De como me iniciaron en el mundo del transgénero.
ME LLAMO: GEORGINA
Hola, mi nombre es Georgina Machorro. Este es desde luego, un nombre ficticio pues no soy precisamente una mujer, por lo menos no una mujer biológica. Soy una travestí, lo soy desde hace mucho tiempo. Tendría a lo sumo 15 años cuando empecé a salir vestida y a ligar. Pero ya me gustaba vestirme de mujercita desde lo 7 ú 8 años, esto con la ropa de mi mamá, quien era una bella mujer viuda que le gustaba disfrutar de la vida, pues le conocí por lo menos veinte amantes. A mi me daba cierta envidia ver como la trataban sus amantes, pues siempre le llevaban regalos, o por lo menos flores; además de que la llevaban a comer a lugares lujosos, pues algunas veces yo los acompañaba. Y que decir de la envidia que me daba escuchar a ella y a su amante del momento en los arrebatos de placer por las noches o a cualquier hora que tuviera visita. Mi mamá cogía a cualquier hora del día o de la noche y llegué a contarle cinco visitas en un día. Cuando salía de su recámara después de una visita, parecía que rejuvenecía cada vez más.
Me empecé a ponerme su ropa íntima por el rico olor que despedía, pues además de su perfume (siempre usó Chanel Nº 5) existían otros aromas para mi desconocidos en ese entonces. Ahora sé que eran los aromas del sexo. Sus pantaletas, siempre de suaves telas y encajes, algunas veces tenían además de los olores, algunos residuos algo pegajosos, que me encantaba oler y lamer, pues tenían un sabor muy especial. ¡Cuándo iba a pensar que ese sabor lo disfrutaría en la forma tan directa como lo disfruto hoy!; pues déjenme hacerles saber que ese rico sabor al que me refiero es el del semen, esa rica leche masculina que me gusta sorber directamente de la fuente, y que me sea depositada en la garganta y otra parte esparcida en mi cara, en mi cuerpo, en todas partes. ¡Y que decir cuando la vierte mi pareja en mi intestino! Sentir como se proyecta el chorro caliente, espeso hasta las profundidades de mi cuerpo. Bueno, retomando la narración, les decía que me vestía con sus ropas íntimas para sentir un poco de lo que ella sentía en compañía de sus amantes, pero siempre me faltaba "algo"; ese algo que sus amantes tenían y que la hacían gritar, gemir, pedir más y más. ¿Pero que era ese algo?
Dicen que la curiosidad mató al gato, pero a mi la curiosidad me enseñó a vivir a plenitud, pues un día se me ocurrió atisbar el cuarto de mi mamá cuando estaba con uno de sus amantes, y lo que vi me dejó bastante inquieta, pues no comprendí algunas cosas debido a mi corta edad (8 años). Lo primero que me llamó la atención y que me hizo decidirme a curiosear, fueron los gemidos que daba el hombre con quien mi mamá se encontraba en el cuarto, pues parecía que le estaban haciendo algo doloroso. A través de una rendija en la pared, vi a mi madre arrodillada entre las piernas de él, que estaba sentado en la orilla de la cama. La cabeza de mi mamá se movía hacia delante y hacia atrás y no alcanzaba a ver que era lo que estaba haciendo exactamente, pues creí que lo estaba mordiendo y que por eso se quejaba de esa manera. Una cosa que me sorprendió fue ver que el hombre, lejos de separar la cabeza de mi madre de su entrepierna, la tomó con ambas manos y se la acercó aún más a esa parte. En tanto, mi madre jalaba al hombre de la cintura para acercarlo aun más ¿qué estaba pasando?, me preguntaba. ¿Porqué el señor no se separaba de las mordidas de mi madre?, ¿porqué mi madre parecía querer comerse lo que fuera que tenía en la boca? Al fin, el hombre exhaló un fuerte suspiro en el que parecía que se le iba la vida y se recostó en la cama. Mi madre parecía empeñada en acabarse aquello que tenía frente a sí. Entonces vi con ojos casi desorbitándose, que mi mamá sacaba de su boca un tremendo miembro que en nada se parecía al mío, pues este era de un tamaño inmenso (por lo menos así me pareció a mí en aquel entonces), y que lo lamía con verdadera fruición despojándolo de una substancia blanca que aun le escurría y que también veía escurrir de la boca de mi madre.
Me quedé observándolos pues estaba tan impresionada, que no atiné a irme. ¿Sería ese objeto un instrumento de placer? Sabía que lo tenían solo los hombres, y que las mujeres carecían de él, pero ¿cómo hacerle para que yo ya no lo tuviera? Me quedé con esa y otras interrogantes pues algo mas estaba pasando en la recamara de mi madre. Subiéndose a la cama, mi mamá se colocó a gatas dejando ver sus hermosas nalgas. El hombre se dio varias sacudidas a su miembro y lo vi como se iba endureciendo y creciendo, mientras acariciaba el trasero de mamá. Acercó sus piernas a las de mi madre y apuntó el miembro hacia las nalgas de ella. Por la posición en que yo estaba, los dos me quedaban de perfil, así que observé como ese miembro se deslizaba lentamente entre esas bellas nalgas. Conforme iba entrando, mi madre exhalaba unos sensuales gemidos y entrecortadas palabras: ¡así papacito, así mi amor!; ¡despacio mi rey, suavecito!; ¡ayy mi amor, siento que me partes!; y otras por el estilo. Yo estaba cada vez mas sorprendida pues en un principio pensé que le estaban haciendo daño, pero esto se contradecía al ver su cara que traslucía una profunda satisfacción, y al ver como sus nalgas se repegaban al cuerpo del señor. Cuando estuvieron completamente unidos, sin dejar ningún espacio entre ellos, empezaron un movimiento de mete y saca que aumentaba de velocidad a cada momento. Los gemidos de mi madre se hicieron mas frecuentes y el señor parecía querer atravesarla de los empujones tan fuertes que le daba.
En un momento dado, el amante de mi mamá se repegó aun más a sus nalgas y se quedó quieto a la vez que emitía un profundo gemido. Mi madre gritó un: ¡Dámelo todo, amor, dámelo todo! Y se derrumbó en la cama boca abajo. El hombre se fue tras ella y después de un breve lapso, se levantó y pude ver como estaba su miembro ya empequeñecido y rezumando substancia blanca. Pero también vi las nalgas de mi madre: entre ellas estaba brotando más líquido espeso del que le salía al señor.
Me quedé pasmada por lo que había visto y me retiré a mi cuarto a tratar de dormir, cosa que definitivamente no pude hacer. En la cabeza me daban vueltas las imágenes y expresiones que había presenciado. No acertaba a definir quien había hecho que cosa. Mi madre se le veía una cara de satisfacción que no le cabía, el hombre igual; ¿quién había ganado?; o ¿no se trataba de una especie de lucha?; y la pregunta más importante que me hacía: ¿cuál papel me gustaría desempeñar?
Eso quedaba por despejar, y me dio para pensar durante varios días hasta que se presentó una oportunidad única de definir mi gusto.
Resulta que un día mi madre había citado a uno de sus amantes en la tarde y por alguna razón no pudo llegar (de seguro se estaba acostando con otro), y habló a la casa por teléfono para disculparse con el señor que la estaba esperando. Yo discretamente (como ella me había enseñado) me retiré a mi cuarto para no escuchar la conversación, pero el señor este parece que se molestó y le gritaba por teléfono que a ver como le hacía, pero él no podía irse así como estaba. Quien sabe que le dijo mi madre, pero el señor me llamó y me pasó el teléfono para que me dijera algo mi madre. Y lo que me dijo me dejó sorprendida, pues no esperaba yo esa solución. Me dijo en estas o parecidas palabras: mira Jorge, me he dado cuenta de que algunas veces me haz visto cuando estoy con alguna visita, así que ya debes de saber lo que hago. Así que hazme favor de atender al señor en la forma en que yo los atiendo y no vayas a gritar mucho, ¿eh? Yo le contesté que solo una vez la había visto y que no sabía que hacer, a lo que ella me contestó: pues deja que el señor te diga lo que tienes que hacer y tú deja que te haga lo que él quiera, así que hazlo y luego hablaré contigo.
La verdad yo me quedé pasmada pues por mi corta edad no podía captar de que se trataba exactamente, y aunque en principio pensé en negarme, me acordé de que quería definir que papel deseaba tomar, y ese era el momento de probar uno de ellos: el de mujer.
El señor me tomó de la mano y me llevó casi a rastras al cuarto de mi mamá, donde a jalones me desnudo y tomando una bata de mi mamá me dijo que me la pusiera. Yo estaba dispuesta ya, a aceptar todo así que lo obedecí y una vez que la tuve puesta, me empujó a la cama y colocándome boca abajo, me empezó a besar las nalgas, al tiempo que me las apretaba.
¡Que sensaciones tan raras tuve!, no podía definirlas más que de una forma: se sentía rico.
ESTE RELATO CONTINUARÁ...
Georgina Machorro. gina_machorro@yahoo.com