Genio

Si abres la lámpara, atente a las consecuencias

Lo habíamos contratado hacía 11 meses. Se llamaba Benjamín pero más allá de un carácter infantiloide, nada más hacía referencia a su nombre. Era hijo único, así que no era el más joven de una estirpe. Medía cerca de 1,90 y pesaba más de 100 kg, así que no era pequeño. Y, a pesar de ser el último en llegar a la empresa, se había convertido en una pieza muy importante para nuestros últimos proyectos.

Cris y yo nos asociamos hace 12 años hartos de trabajar como negros para que otros se llevaran el mérito y, sobre todo, el beneficio económico. Nos conocíamos desde la adolescencia, pues fuimos compañeros de clase. A raíz de ello, conformamos una cuadrilla de 7 miembros, 3 chicas y 4 chicos que nos convertimos en inseparables hasta que los estudios universitarios y dispares carreras profesionales nos fueron disgregando. El grupo seguía viéndose con irregularidad, pero solamente nosotros dos continuábamos juntos.

Cumplidos los 30, en la fiesta de aniversario de mi amiga, esbozamos el embrión que pocos meses después darían con el nacimiento de una consultora de empresas que comenzó dando servicios informáticos y tecnológicos a compañías de nivel pequeño, hasta que fuimos creciendo al ritmo de nuestros clientes.

La contratación de Benjamín supuso para la compañía dar un paso más pues lo más suave que puedo decir de él es que era un hacker con todas las de la ley. O sin ella, para ser honestos, pues necesitábamos a alguien que conociera la otra cara de la red, la Dark Net como lo llama la policía, el Deep Web , como lo llamamos los usuarios.

Al chico nos lo recomendó el marido de Cris, también ingeniero informático, cuyos conocimientos acababan donde comenzaba la cara B del sector, pero estaba muy bien conectado con críos de discutible pelaje.

Benjamín era el prototipo de nerd informático. Huraño, solitario, rebuscado, maniático, pero también genial y muy eficiente. Acostumbrado a lidiar con profesionales del sector de todo tipo, no me fue difícil congeniar con él, aunque me costó penetrar la coraza auto protectora que lo cubría. Tal vez el hecho de ser hombre me ayudó, pues a Cris le costó bastante más, sobre todo porque carecía de la paciencia necesaria para aguantarlo.

Aún hoy sigo pensando que su contratación fue un acierto, a pesar de lo acontecido, pues en lo profesional y económico, nos fue muy bien su presencia. En lo personal…


Cris se había casado con Toni un año antes de que fundáramos nuestra empresa, un chico que conoció en su primer destino laboral. Yo había tonteado toda mi vida con Emma, una compañera de la cuadrilla adolescente, pero no fue hasta asomarnos a la treintena que decidimos formalizar lo que llevaba años escrito. Años en los que ambos habíamos tenido otras relaciones más o menos serias.

Pero las piernas que me rodeaban a la altura de la cintura no eran las suyas, como tampoco eran sus pechos los que se mecían adelante y atrás al ritmo de mis envites, ni era su garganta la que gemía sonoramente, ni su lengua la que me pedía que la follara. Era mi socia la que en ese momento me pidió darse la vuelta pues le encantaba que la penetraran desde detrás, con el culo en pompa, acompañado de algunos azotes e insultos varios.

Esta vez llegué antes que ella, no pares ahora cabrón, pero no tardó demasiado en lograr su objetivo. Cuando me separé de su cuerpo, me dejé caer en una de las sillas de visita que poblaban el despacho de mi socia, resoplando, admirando aquel par de nalgas perfectas que la bella mujer ofrecía.

Poco a poco se fue incorporando, Dios, que falta me hacía, bufó, para recoger pantalones y tanga del suelo y vestirse. Yo aún me quedé un rato en aquella ridícula posición, camisa abierta, pantalones y bóxer por los tobillos y polla enhiesta, feliz pero agotada.

Me miró sonriente, guiñándome un ojo, mientras tomaba el teléfono y llamaba a su cornudo marido para avisarle que salía del despacho. Eran más de las 8 de la tarde y la jornada había sido dura, aunque gratificante.

En casa, besé a Emma con cariño, eso es exactamente lo que sentía por ella, así como a las gemelas y cenamos como una familia feliz mientras cada uno desgranaba su aventura diaria. Mi mujer en el bufete de abogados, nuestras hijas quejándose de la dificultad que suponía una cosa nueva que habían comenzado en matemáticas llamada raíces cuadradas.

-Ya estáis en cuarto curso, cada año es un poco más difícil –las consoló la madre guiñándome también un ojo.


La contratación de Benjamín era una necesidad evidente que pospusimos tanto como nuestros principios ético-morales nos consintieron. Durante casi doce años nos habíamos dedicado a labores tan simples como diseñar una página web hasta la gestión integral de las necesidades telemáticas de compañías medianas. Para ello, contábamos con una plantilla de 11 profesionales encargados de proporcionar a los clientes las soluciones más eficaces e innovadoras del mercado.

Allí radicó, en la novedad, en la necesidad perentoria de estar a la última, ofrecer servicios de seguridad online, pues los ataques informáticos son cada vez más frecuentes y agresivos. Proteger un servidor de troyanos y malware no es complicado, pero defenderte de un ataque bien dirigido ya es otro cantar.

Benjamín, no solamente diseñaba las defensas, también contraatacaba cuando el intruso se lo merecía. Pero últimamente habíamos dado un paso más. Gracias a sus conocimientos, éramos capaces de espiar a empresas competidoras de nuestros clientes, así como a organismos gubernamentales. Esto último, tan arriesgado como suculento.

Lo peligroso del caso era que el chaval actuaba por su cuenta. Últimamente parecía haberle cogido el gusto a meterse en sistemas ajenos sin encargo profesional mediante, así que tuve que pararle los pies un par de veces. Practica tus hobbies en casa, que al final nos joderás a todos.

Aquella inmensidad de tío me miraba como si yo fuera un marciano, sentado en su trono, un sillón de sky negro que él mismo había diseñado a partir de su anatomía y necesidades físicas, pues pasaba sentado en él horas y horas.

-Tanto si lo hago desde aquí como si lo hago desde casa, no es rastreable. No tienes por qué preocuparte.

-Si tú puedes rastrearlo, otro experto como tú también puede hacerlo.

Por respuesta me ofreció una sonrisa de suficiencia, que sin duda significaba nadie es tan bueno como yo, aunque a mí me daba la sensación de significar soy un crío inmaduro e inconsciente que asume riesgos innecesarios.

Aquella tarde lo hablé con Cris. El horario laboral de la plantilla finalizaba a las 6 de la tarde, aunque era habitual que hubiera alguien trabajando hasta las 7, según la carga de trabajo que tuviéramos en aquel momento. Benjamín era el único que se quedaba hasta más tarde, cuando se quedaba, pues a decir verdad, hacía el horario que le daba la gana. Podían ser 4 o 24 las horas que pasara sentado en su trono. Esa había sido una de sus condiciones para unirse al equipo. La otra era disponer de un despacho individual para que nadie le molestara.

Tratándose de un friki de manual, pues no se relacionaba con nadie más que conmigo y puntualmente con Cris, era realmente rentable para la empresa pues es lo que mi socia me estaba recalcando mientras yo exponía mis quejas.

-Cierto, pero cada vez me pone más nervioso. Cualquier día vamos a tener un problema serio. Ayer, sin ir más lejos, estaba metido en los servidores de la policía científica. ¿Qué coño se le ha perdido allí dentro?

-Se lo pedí yo. -¿Cómo? exclamé levantando las cejas y abriendo los ojos como platos. –Necesitaba acceder a los informes de un caso de violencia doméstica.

-¿Violencia doméstica? –exclamé levantando la voz. -¿Desde cuándo tratamos casos de éstos?

-Desde que el acusado es el jefe de mi hermana. Me ha pedido ayuda, pues la mujer lo ha denunciado y según ella es una patraña para tomar ventaja en el divorcio. Una invención de la tía, un montaje…

No seguí escuchando. Carol, su hermana menor, llevaba más de dos años liada con su jefe. Increíblemente para mí, pues estaba convencido que el tío solamente se estaba aprovechando de tener a mano un buen par de tetas enamoradas, había accedido a dejar a su mujer para vivir con una chica quince años más joven. La batalla económica no era la única que la despechada esposa había iniciado. Ahora parecía ir a hacer daño, al menos tanto como le estaban haciendo a ella.

Para Cris, su hermana era intocable. Siempre había sido una cabra loca, pero ella la defendía a capa y espada, así que ese era un tema que hacía mucho que decidí no discutir con ella. La última vez que lo hicimos, estuvo casi dos semanas sin hablarme.

La mano de mi socia en el hombro me devolvió a la realidad. Tengo la virtud de escuchar sin oír, o de oír sin escuchar. Tanto monta, monta tanto. Parece que esté atento a mi interlocutor, incluso cabeceo asintiendo, cuando en realidad he desconectado. Cris me conoce lo suficiente para darse cuenta, pero en cuanto su hermana entra en escena, pierde todas sus facultades.

Así que continuaba con su retahíla de excusas y argumentos más o menos discutibles cuando me estaba pasando las manos por la nuca, intimando conmigo y me susurraba a pocos centímetros que te recuerdo que tú también tienes un rollo con una mujer casada, además de estar engañando a tu mujer.

No estábamos solos, pues Benjamín seguía encerrado en su jaula, así que no la tomé de la cintura para empotrarla contra su mesa, como me apetecía, a pesar de que aquella sonrisa perfecta, aquel cuerpo maduro en edad pero joven en apariencia, me llamaban a gritos. Me contenté con besarla suavemente, para sentenciar, tú sabrás lo que haces.

Matemáticamente hablando, lo mío con Cris duraba más de diez años. Trece exactamente, pues nos liamos por primera vez cuando ella estaba prometida de Toni. No fue buscado por ninguno de los dos, simplemente ocurrió. Sonará a tópico y supongo que si ella usara esta misma frase para justificarse ante su pareja, Toni no se quedaría convencido. Pero así fue.

Salíamos de una de nuestras fiestas-encuentro de la cuadrilla, un poco bebido yo, por lo que Cris se ofreció a llevarme a casa en mi coche, pues ella no lo había cogido. Al llegar a mi apartamento, surgió el ¿ahora qué?, pues el coche era mío y ella vivía en la otra punta de la ciudad. Así que le dije que podía dormir conmigo. No era mi intención que durmiera en mi cama, no me había referido a eso, pero subió y acabé completando el cupo de mi cuadrilla, pues me había acostado con Emma en varias ocasiones y con la tercera chica del grupo, Montse, a los 18 años.

Ninguno de los dos le dio más importancia al hecho, como si en vez de sexo se hubiera tratado de compartir una cena o ir juntos a un concierto, así que no esperé repetirlo. Pero sí lo repetimos. Celebrando nuestro primer cliente. Desde entonces, nos hemos acostado unas cuantas veces, aunque no tantas como doce años podrían presuponer. Porque me concentré en mi vida de pareja cuando decidí salir en serio con Emma por lo que estuvimos 5 o 6 años sin tener relaciones. También ella tuvo fases de mayor fidelidad con Toni.

Pero últimamente, durante los últimos dos años exactamente, sí debíamos estar en una media superior al encuentro por mes. Sin implicación ninguna. Sexo ardiente y satisfactorio entre dos adultos, maduro y meramente lúdico.


Era jueves. Lo recuerdo porque, aparte del viernes en que el staff acaba a las 3 de la tarde, al tratarse de personal joven en su mayoría, es la única tarde en que suelen irse puntuales, pues para ellos es la primera noche del fin de semana, cuando salen los universitarios foráneos, razón por la que estábamos prácticamente solos.

No me había enterado de cuando se había ido todo el mundo, pues estaba enfrascado en una propuesta de venta para la mañana siguiente, pero me sorprendió que Cris se hubiera marchado sin despedirse. Me levanté para estirar las piernas, pues aún pensaba quedarme una hora más, cuando vi el bolso y la chaqueta de mi socia a través de la puerta abierta de su despacho. Me asomé, pero no estaba, así que supuse que había ido al baño.

Me encaminé hacia la jaula, el mote al despacho de Benjamín había hecho fortuna, aunque también había sonado cueva pues trabajaba casi en penumbra y alcantarilla pues olía a cerrado cuando pasaba muchas horas allí. La puerta estaba cerrada, lo que no significaba que estuviera dentro pues siempre lo estaba, así que acerqué los nudillos para dar los dos toques preceptivos de aviso, contraseña imperialmente establecida antes de entrar.

Calzo un 44, algo que no tendría más importancia si mis zapatos no hubieran tocado la puerta antes que mis dedos. Al hacerlo, ésta se abrió ligeramente, pues no había quedado bien cerrada, provocando que me congelara. Miré, me froté los ojos y miré de nuevo.

El gran sillón de sky negro estaba ocupado por su dueño, anatómicamente encajado a la perfección en él, pues por algo era un diseño suyo, ligeramente ladeado hacia la puerta, sin duda para apartarse de la mesa y los ordenadores. Cris, no sólo estaba arrodillada en el suelo delante del sillón, su preciosa media melena rubia se movía arriba y abajo, o abajo y arriba, entre las gruesas piernas del paquidermo.

Un pinchazo de celos como nunca había sentido se me clavó en el estómago. Pero lo que me provocó náuseas fue oír los berridos de la bestia, roncos gemidos acelerándose más a cada succión sufrida, hasta que se derramó en la boca de mi socia. Ésta no se apartó, yo también había eyaculado en aquel depósito alguna vez, siguió chupando unos segundos hasta que confirmó que los estertores del elefante habían acabado. Se levantó, sonriendo y abrochándose la blusa, hasta que bajo la atenta mirada de Benjamín, tragó sonoramente.

-Cómo os gusta a los tíos que nos lo traguemos. Con lo asqueroso que está.

-Me lo has prometido.

-Y tú a mí también me has prometido cosas, así que venga, lo quiero mañana a primera hora.

-Ya ha vuelto la jefa. Me gustaba más tenerte arrodillada y ser yo el jefe.

-Aunque esté arrodillada, sigo siendo la jefa. Te recuerdo que lo hago porque yo quiero, no porque tú me lo pidas.


-¿Se puede saber qué coño ha sido eso?

Cris pasaba por delante de mi despacho hacia el suyo. Me había sentado en mi escritorio pero tenía la puerta abierta para pedirle explicaciones cuando volviera. Había tardado unos minutos pues la había oído entrar en el baño. Se detuvo bajo el marco y preguntó a qué me refería. Pero no necesité verbalizarlo. Me escrutó seria, hasta que respondió:

-¿Desde cuándo tengo que darte explicaciones sobre mis actos?

-Desde que éstos afectan o pueden afectar nuestro bienestar como empresa.

Soltó una carcajada más sonora de lo que me hubiera gustado. Era un recurso habitual en mi socia, que podía interpretarse como hago lo que me da la gana, pero también como una burla hacia los demás. Aunque no era el caso.

-Tranquilo que los intereses de la empresa están bien atados. –Me miró retadora, entrando en mi despacho y cerrando la puerta tras de sí. –Precisamente estaba cuidando de dichos intereses.

-Ahora los vas a cuidar así… -no encontré las palabras adecuadas. Mejor dicho, preferí no verbalizar las que mi cerebro enviaba a mis cuerdas vocales.

Sin que se le borrara la sonrisa del rostro, cinismo en estado puro, siguió avanzando hasta rodear la mesa. Al llegar a mi vera preguntó, ¿estás celoso?, negué aunque lo estaba, no podía negarlo. Su respuesta fue alargar la mano hasta mi entrepierna, para sentarse sobre mí a horcajadas, rodeándome el cuello con los brazos, anunciándome que chupársela al frik i la había puesto cachonda.

No me dejó contestar. Sus labios tomaron los míos, los mismos que acababan de beberse la simiente del gordo, mientras su lengua entraba hasta mi campanilla. Fóllame como tú sabes y también te dejaré seco.

Sus manos habían desalojado mi nuca para desabrocharse la blusa. Abandonó mis labios para clavarme las tetas en la cara, bebe mi niño, bebe si quieres que mamá te coma la polla. Me agarré a ellas con hambre, chupando, succionando, hasta que me la saqué de encima. La empujé contra la mesa, rabioso, dándole la vuelta para dejarla expuesta. Se dejó hacer, girando la cabeza para mirarme juguetona.

-Eres la puta jefa y te has portado como una becaria –le escupí mientras tiraba de su pantalón para que su excelso culo apareciera orgulloso. Lo movía hacia atrás, en círculos, acercándomelo mientras esperaba que me desabrochara el pantalón.

-¿Estás celoso cornudín? –pinchaba con aquella media sonrisa de superioridad dibujada en la cara. -¿Lo estás porque alguien más ha jugado con la puta jefa?

Así el miembro, apunté y entré violento mientras la agarraba del cabello con la mano izquierda. Gimió con fuerza, pero siguió chinchando. Eso es cornudín, fóllame, fóllame, fóllate a la puta jefa. Hasta que la acallé de una nalgada.

-Eres más puta que jefa. –Le pegué otra nalgada sin dejar de percutir con todo, rabioso. –Yo soy el jefe. Tú eres la puta.

-Sí, fóllame, fóllate a esta puta. –Eres la puta de la empresa. –Sí lo soy, dame más cabrón, fóllame.

Ya no pudo seguir hablando. Los gemidos se habían convertido en jadeos hasta que sus piernas temblaron atravesadas por un orgasmo intensísimo. Su clímax provocó el mío, descargando varios lechazos en el interior de su vagina.

No sé si había sido el mejor polvo de los que habíamos echado, discutible pues estando de viaje habíamos tenido largas sesiones de sexo variado coronadas con varios orgasmos, pero sí había sido de una intensidad poco habitual.

No logré grandes explicaciones. Al menos no lo detalladas que esperaba oírlas. Se vistió, pasó por su despacho para recoger sus cosas y se largó, despidiéndose como cada noche con una sonrisa en los labios, juguetona pero cínica, y un comentario que me volvía loco.

-Me llevo tu semillita a casa.

Cris llevaba un DIU pues no quería darle un hermanito a su hija. Gracias a ello nunca usábamos condón, pues no hay color entre que te metan un trozo de carne desnudo a plastificado, otro de sus comentarios obscenos, y le encantaba notar como el semen le manchaba el tanga.

Lo único que saqué en claro al día siguiente es que le había hecho dos mamadas últimamente, pues así lo tengo controlado, obediente.

-Espero que no se te haya pasado por la cabeza chupársela a todos los empleados que quieras que te obedezcan.

-Vete a la mierda.

Me arrepentí al instante del comentario, pero los celos me estaban nublando el entendimiento. Cris y yo no teníamos ningún compromiso de exclusividad. Ambos teníamos una vida de pareja más o menos sólida, incluyendo bastante sexo en ambos casos, aunque si Toni o Emma se enteraban de que nos acostábamos de tanto en tanto, nos iban a dejar de patitas en la calle en un santiamén.

Pero Cris nunca había considerado la fidelidad como el inquebrantable sacramento del matrimonio que la Santa Madre Iglesia nos vendía. Se había acostado con otros hombres y lo seguiría haciendo mientras le apeteciera.

Así que el lunes puso las cartas sobre la mesa.

-No me gustó un pelo el comentario que me hiciste el viernes. Así que después de darle muchas vueltas este fin de semana, quiero aclarar contigo unas cuantas cosas.

–Lo siento, me equivoqué. –Pero no me dejó hablar.

-Me acuesto contigo porque me lo paso bien. Follas de puta madre y me gusta. Pero el único hombre que puede pedirme exclusividad en mi vida es mi marido y, aunque crea que la tiene, está convencido de ello y yo siempre juraré haberle sido fiel, tampoco a él se la voy a conceder. Soy una mujer libre que vive su vida como quiere y como cree…

-Lo sé, no tienes que darme explicaciones… -pero no me escuchaba. Cuando mi socia había decidido poner los puntos sobre las íes, no había quién la detuviera.

-…si pretendes fiscalizarme, controlar qué y con quién lo hago, te apartaré de mi vida personal y no volverás a tocarme nunca más. –Ahora hizo una pausa, inspiró hondo clavándome sus ojos almendrados y continuó. -Somos amigos desde hace muchos años, muy buenos amigos, íntimos, y te quiero mucho, pero quiero más a Toni. Creo que el jueves tuviste un ataque de celos. Sí es así, estamos jodidos. Estás jodido, porque no voy a cambiar. Y por más socios que seamos, por más casados que estemos en lo profesional, no voy a permitir que me digas lo que tengo que hacer. Te recuerdo que esto es una sociedad al 50% y que ninguno de los dos tiene más poder que el otro.

Asentí, buscando las palabras adecuadas para contrarrestar la bronca que me estaba echando. Tenía razón en que me había sentido celoso y era cierto que no podía permitírmelo, pues en lo afectivo estaba ligada a su marido y en lo sexual era voluntariamente promiscua y lo seguiría siendo. Pero yo también había usado el fin de semana para aclararme las ideas, analizando pros y contras, así que argumenté:

-Yo también te quiero muchísimos y, al igual que en tu caso, Emma y las gemelas son más importantes en mi vida afectiva de lo que lo eres tú. Tienes razón en que sentí celos, pero creo que se debieron más al hecho de considerarte mía en la empresa… -Yo no soy de nadie. -…no lo digo en un sentido posesivo, aunque suene así. Simplemente que no entiendo qué coño estabas haciendo, en qué coño estabas pensando.

-En el bien de nuestra empresa.

-Pues no lo veo, la verdad. No entiendo la jugada.

-Vamos a ver. –Me puso una mano sobre las mías. –Benjamín es un puto marciano. Un bicho raro que lo más cerca que ha estado nunca de una mujer ha sido viéndola en 1600 píxeles. Vive en su mundo pero nos guste o no, se ha convertido en clave para esta empresa, para nuestro devenir futuro. Maneja demasiada información, es demasiado inteligente, es capaz de hacer cosas que a ti y a mí se nos escapan, y nos puede meter en un buen lío si quiere hacerlo.

-Más a mi favor. ¿Cómo se te ocurre jugar con él?

-No estoy jugando con él. Le estoy ofreciendo un premio al que no querrá renunciar, estoy apretando los lazos que le unen a nosotros, anudándolos, para que se libre mucho de jodernos si algo se tuerce.

Prefieres que te joda a ti, pensé, pero no lo dije en voz alta. No hizo falta, Cris me conocía tan bien que me leyó el pensamiento.

-Aunque la mayoría de mujeres que conozco, que conocemos, lo considerarían humillante, a mí no me cuesta nada hacerlo. Apenas me aguanta un par de minutos. Además, -me miró asomando aquella sonrisa cínica que tan bien conocía –me pone cachonda. Cuando acabo me apetece venir a buscarte para que me pegues un buen repaso.


Aunque no las tenía todas conmigo, no pasó nada especial durante un mes. Considerando como no extraordinarias las mamadas que le propinó a Benjamín, claro. Una por semana conté, pues venía a mi despacho a continuación para que le bajara el calentón. Las dos últimas, apestando a semen, pues le daba morbo no lavarse los dientes para que yo notara el viciado aliento.

Pero yo no estaba tranquilo. Tenía un mal presentimiento que cada vez percutía con más fuerza en mi cabeza. Según Cris el tío estaba cada vez más encoñado, ¿”embocado” sería la palabra?, y tenía razón en que parecía estar trabajando hasta la extenuación en un proyecto básico para la estrategia futura de la empresa, siguiendo a pies juntillas las directrices de su jefa. Pero mi sexto sentido estaba cada vez más alterado.

Fue a mediados del tercer mes cuando me di cuenta que la cosa se estaba torciendo. Benjamín nos había presentado dos versiones de una herramienta para monitorizar servidores remotos, hablando en plata, controlar a distancia toda la información de otra empresa. Como nos tenía acostumbrados eran muy eficaces. Invisibles, prácticamente indetectables, y difícilmente rastreables. Si el uso de una aplicación espía ya es delito, haber creado una de las mejores del ciberespacio sin que Cris o yo tuviéramos el control me ponía muy nervioso. Por ello, tardé en detectar las señales que mi socia emitía.

Ella también estaba muy nerviosa, irritable hasta niveles exagerados, y nuestra actividad sexual había decaído hasta casi el olvido. Achaqué su intranquilidad a la importancia del proyecto y a los riesgos que estábamos asumiendo, pues así me sentía yo.

Pero que cuando tratara de abordar el tema con ella, me rehuyera  o echara balones fuera no hacía más que confirmar que algo no andaba como debía. Así que decidí averiguarlo.

Mi técnica fue rudimentaria pero eficaz. Mis conocimientos informáticos y de espionaje industrial son superiores a la media pero están a años luz de los de Benjamín y a distancia considerable de los otros tres programadores de la empresa, así que opté por atacar el flanco débil de mi adversario.

La jaula, la cueva o la alcantarilla eran motes más o menos adecuados para referirnos al centro de operaciones del Genio, pero pocilga o vertedero también podían haber hecho fortuna, pues el habitáculo solía estar atestado de mierda, en el sentido más amplio del término. Comida abandonada, piezas de ordenador, ropa sucia, revistas y publicaciones variadas, e incluso, algún cachivache indeterminado que tanto podía ser un amuleto como un recuerdo de no sé qué ni dónde.

Amparándome en el desorden reinante, no me fue difícil instalar una pequeña cámara de vídeo. Si hace unos años, éstas se camuflaban mediante un bolígrafo, un reloj despertador o un teléfono inalámbrico, por poner ejemplos bastante tópicos, el desarrollo de la tecnología ha provocado que cada vez sean más pequeñas, pues deben competir con software espía que se auto-ejecuta en webcams o dispositivos móviles.

La que compré tenía el tamaño de un botón de chaqueta, redonda simulando el cabezal de un tornillo, así que pasaba desapercibida en el lateral de un estante, contaba con 8 horas de autonomía y control remoto por wi-fi, lo que me permitía ejecutar el visor de vídeo desde mi despacho. La calidad del audio no era excelente, pues los movimientos muy cercanos a la cámara ensuciaban el sonido, sonando a frito, pero era más que suficiente para comprender el diálogo.

Tardé tres días en encontrar el momento óptimo para instalarla, a las 6 de la mañana de un viernes, pero en cuanto lo hice obtuve la primera respuesta a las 9 de la mañana, confirmada con creces, pasadas las 4 de la tarde.

Nuestra rutina habitual consistía en tomarnos un café justo al llegar a la empresa, entre 8 y 8.30. A veces solos Cris y yo, si debíamos comentar algo, pero a menudo, acompañados de algún miembro del staff . Únicamente un día aquella semana, mi socia me había acompañado, pues últimamente se encerraba en su despacho arguyendo que no le apetecía.

Volvía a mi escritorio cuando me la crucé inquieta. Debo hablar cinco minutos con Benjamín, respondió cuando le pregunté por la premura. Sin dilación, me senté ante mi portátil y me conecté a la cámara espía.

-Buenos días, jefa. Puntual como cada mañana –la saludaba el gordo con una sonrisa de oreja a oreja. -¿Vienes a por tu ración de leche?

En circunstancias normales, como el primer día que les vi, Cris hubiera impuesto su aplomo, cortándole las alas o mandándolo a la mierda. Pero por respuesta, únicamente esbozó un gesto extraño con los labios, de hastío, mientras se levantaba el jersey de entretiempo y el sujetador para que sus bonitos pechos aparecieran. Mientras el tío alargaba las manos para sobarla a consciencia, la jefa le sacó el miembro aún fláccido desabrochándole el pantalón.

Sin dudarlo, engulló, provocando los primeros gemidos del afortunado que pronto se tornaron en obscenos cumplidos.

-Qué bien la chupas jefa. Cómo me gusta tenerte arrodillada.

A los pocos minutos, más de cuatro según el reloj del vídeo, Benjamín eyaculó sonoramente sin permitir a Cris apartarse ni un milímetro. Lo sorprendente del episodio no fue la felación en sí, ni que ella continuara chupando, limpiándola unos minutos más. Ver la sumisión de una de las mujeres más altivas que conocía me incomodó, pero lo que me preocupó fue la mirada derrotada de mi socia, harta pero complaciente, aguantando dócilmente las obscenidades que el tío había proferido durante el acto y que tuvieron su colofón cuando se levantaba para salir de la pocilga.

-Te espero a las 4.

-Hoy no, es viernes y quiero recoger a mi hija en el colegio.

-Hoy es el día. Esta mañana estará acabado el proyecto, así que el lunes ya os lo puedo presentar. He cumplido mi parte, ahora te toca a ti cumplir la tuya.

-Estoy cumpliendo. A diario –se lamentó rabiosa levantando la voz.

Pero Benjamín, sentado en su trono no se inmutó. Simplemente añadió, muy seguro de sí mismo:

-Esta tarde quiero el premio gordo. Me lo debes. Así que a las 4, cuando la oficina esté completamente vacía, te quiero aquí, guapa y dispuesta.

Si estaba preocupado, ahora estaba acojonado. ¿Cómo podía ser que una mujer como Cris se estuviera sometiendo de aquella manera a aquel malnacido? Sabía que el proyecto estaba muy avanzado, era estratégico para nosotros, pero ¿valía la pena doblegarse de ese modo? Yo creo que no. Es más, tratando de ponerme en la piel de mi socia, prefería perder el proyecto y algunos clientes importantes ante que arrodillarme entre las piernas de un tío.

Traté de hablar con ella aquella mañana pero desapareció. Estaba muy liada, me contestó cuando la llamé al móvil, pero me anunció que el lunes Benjamín nos presentaría la versión definitiva de la aplicación.

A partir de las 3 la oficina se fue vaciando con velocidad, hasta que me quedé solo con él, encerrado en su cueva. Cris no había vuelto, así que me dirigí al despacho del genio para despedirme. ¿Te quedas? Sí, un par de horas más, aún. Ok, buen fin de semana.

Bajé al parking para tomar la Ducati Monster negra e irme a casa, aunque había avisado a Emma que seguramente tardaría en llegar. La plaza de Cris estaba vacía, pero di por hecho que aparecería pronto. Por ello, salí del garaje, di una vuelta a la manzana para aparcar fuera, y volví a recorrer el camino andado.

Para no cruzarme con nadie, a las 4 en punto entraba en el edificio por una puerta lateral que daba acceso al parking. Bajé a la tercera planta donde teníamos nuestras plazas asignadas y allí estaba aparcado el Golf blanco de mi socia. Tomé el ascensor y subí los siete pisos que me separaban del despacho. Entré en las oficinas cruzándolas con cautela, haciendo el menor ruido posible, hasta encerrarme en mi oficina con las luces apagadas. Conecté el portátil y ejecuté la cámara remota. Allí estaban.

Cris se había cambiado de ropa. Los tejanos y la camiseta de entretiempo habían desaparecido. Ahora, un vestido entallado de una sola pieza, blanco, cubría aquel cuerpo casi perfecto. Benjamín se mantenía sentado en su trono mientras mi socia, de pie, se movía contoneándose al son de una música ligera.

-Eso es jefa, baila para tu hombre.

No parecía escucharlo, moviéndose sensualmente con los ojos cerrados. Pero era obvio que ni le apetecía estar allí ni bailar para el sátiro. Sin que él lo ordenara, tomó el vestido por el límite de la falda y lo fue levantando hasta sacárselo por encima de la cabeza, lentamente. Un guau procaz silenció la música cuando un conjunto de ropa interior negro con ligueros presidió la pequeña sala. Pareces una puta. Pero la mujer no se inmutó. Le dio la espalda sin detener la danza, mostrándole las rotundas nalgas solamente cubiertas por un fino tanga.

Un par de comentarios obscenos más fueron el preludio de la primera orden. Ven aquí. Pero Cris tardó en acercarse al cerdo que blandía varios billetes de 20€ en la mano. Cuando la tuvo cerca, le sobó una nalga con la mano libre mientras colaba un billete en el lateral del liguero. Baila para mí, zorra. No se detuvo, soportando las manos del tío que la decoraban con dinero.

-Eso es guarra. Baila para tu cliente. –La mujer se alejó ligeramente, liberándose de las zarpas del oso, así que éste dio la siguiente orden. –Tócate. Tócate para mí.

Mi socia se había dado la vuelta, enfrentándolo. Acercó las manos a su cuerpo y se acarició los pechos por encima del sujetador. Bajó por el estómago hasta su sexo que también se acarició, sensualmente.

-Eso es, sigue así. Cómo me pones jefa. Tócate zorra, quiero ver cómo te haces un dedo.

Cris coló una mano dentro del tanga, obediente, apoyándose en la amplia mesa para poder abrir las piernas sin caerse. Sus dedos se movían lentos pero ágiles mientras la mano izquierda estimulaba sus pechos.

-Chúpate los dedos. –Abandonaron su entrepierna para perderse entre sus labios. -¿A qué saben? ¿Saben a puta? ¿A puta jefa? –Volvieron a descender para profanar su sexo de nuevo.

Desconozco el nivel de excitación real de mi socia, pero los dedos salían brillantes del tanga antes de perderse en su boca. Realizó el ejercicio tres veces, hasta que Benjamín le ordenó arrodillarse para demostrarle cuán puta era.

Como tantas otras veces últimamente, Cris sacó el miembro completamente enhiesto para engullirlo. Despacio zorra, no tengas prisa. He pagado por un completo y no quiero correrme aún. Lentamente, saboreándolo, obedeció, aún vestida, de rodillas en el suelo de la cueva, decorada con billetes de 20.

Agarrándola del pelo, violentamente, la detuvo. ¿Quieres que te folle? La chica no contestó, así que Benjamín le propinó una suave bofetada repitiendo la pregunta. Cris lo miró desafiante un segundo, sorprendida por la agresión, pero asintió. Pídemelo. Quiero que me folles. Eso es un deseo, una orden, no una petición. Pasó otro eterno segundo, mirándolo aún orgullosa, agarrada del cabello. Fóllame por favor. Así me gusta, que ocupes tu lugar, puta.

Tiró de ella para que se incorporara, obligándola a abrir las piernas para sentarse a horcajadas sobre su voluminoso cuerpo. Al menos ponte un condón, pidió. ¡Una polla! fue la respuesta que obtuvo.

Resignada, apartó la tela del tanga para incrustarse aquella barra no deseada. Descendió completamente hasta que ambos pubis se unieron, pero no ascendió, pues Benjamín la tenía sujeta de las caderas.

-¡Qué ganas tenía de follarte, cabrona! –Una nalgada dio el pistoletazo de salida. Cris inició un lento vaivén mientras las manos del cerdo la aferraban de las posaderas. –Eso es puta, muévete. Gánate el sueldo.

La tomó de las tetas, una en cada mano después de bajarle las tiras del sostén, sin quitárselo. Cris tenía los ojos cerrados, supongo que tratando de evitar ver el espectáculo, pero no perdió el ritmo en ningún momento, a pesar de los comentarios vejatorios del gordo, de los lametones en las tetas y cuello o de las nalgadas.

Súbitamente le ordenó detenerse. Ponte a cuatro patas en el suelo. Cris obedeció. Benjamín se levantó para acercarse mientras le preguntaba si quería que la follara como a una perra. Cris respondió afirmativamente. Pídemelo. Fóllame como a una perra, por favor. ¿Eso quieres? Sí. Fóllame como a una perra, tuvo que repetir.

El tío se tomó su tiempo. Sobándole las nalgas, colando un dedo en su sexo celebrando que estés empapada, zorra, dándole alguna nalgada, hasta que acopló la polla entre las piernas y embistió. Pero no fue hasta que la chica estiró el brazo para encajarlo que entró.

Fuera cansancio u otra cosa, voluntad de esconderse cual avestruz, tal vez, Cris bajó los brazos para apoyar la cabeza entre ellos. La respuesta de Benjamín fue automática. Agarrándola del pelo con la mano izquierda, le propinó una nalgada con la derecha ordenándole: en cuatro, puta, como una perra. Obedeció instantáneamente. Pero no acabó allí la humillación.

-¿Te gusta? ¿Te gusta que te folle a como a una perra? –no contestó, o no lo hizo al volumen esperado por el percutor, así que se llevó otra nalgada, más fuerte que las anteriores, haciéndola gritar. -¿Te gusta? –Sí, respondió alto y claro. -¿Te gusta follar perra? –Sí. –Pídemelo, pídeme que te folle perra.

-Fóllame, fóllame cabrón, fóllame como a una perra… -Cris ya no se detuvo, como tampoco lo hizo él, embistiendo enloquecido, cual dios escandinavo sometiendo pueblos rebeldes.

-Límpiame. –Benjamín se había sentado en su trono de nuevo, resoplando, tratando de acompasar una respiración desbocada por el esfuerzo realizado por un cuerpo poco acostumbrado a tal desempeño físico. Cris se giró, pude apreciar humedad en sus ojos, sin duda lágrimas reprimidas, gateó el metro y medio que la separaba del objetivo y cumplió, hasta que creyó conveniente.

Sin esperar órdenes ni permiso, se levantó, tomó el vestido y salió de la cueva de los horrores sin mirar atrás.


Pasé un fin de semana de pena. Aunque Emma trató de ayudarme, argüí problemas con un proyecto que se nos estaba atragantando, no podía explicarle que un trabajador de la empresa se estaba aprovechando de la tía que me estaba follando. Además, el viernes había tenido epílogo.

Si tenía alguna duda de quién era la víctima y quién era el agresor, lo confirmé veinte minutos después de acabado el encuentro en la cueva cuando, volviendo a casa en moto, vi a lo lejos el Golf blanco de Cris parado en el arcén. Me acerqué por si había tenido algún problema, pero no llegué a parar a su lado. Lloraba desconsolada aferrándose la cara con ambas manos.

Era obvio que tenía que tomar cartas en el asunto, así que decidí agarrar el toro por los cuernos y ayudarla a reventar al hijo de puta.

La presentación del proyecto fue un éxito. No solamente era una herramienta que nos ponía en ventaja ante competidores directos de mayor tamaño, sino que además Benjamín había accedido a cedernos el control de la misma. No lo sabía en ese momento, pero era una de las condiciones que Cris le había arrancado cuando había accedido a sus propósitos.

Por tanto, la solución era simple. Debíamos dejar pasar unos días hasta que confirmáramos que éramos capaces de gestionar la aplicación solos y, llegado el momento, patada en el culo. Pero me parecía demasiado fácil, sobre todo viendo la calaña del individuo. Además, siempre corríamos el riesgo de ser atacados cibernéticamente por él, y allí sí podía ser realmente dañino.

-¿Cómo estás?

-Bien, ¿por qué?

Mi socia me miraba curiosa, suspicaz, por lo que evité rodeos innecesarios. No habíamos salido a comer, así que estábamos prácticamente solos en las oficinas cuando entré en su despacho. Cerré la puerta y lo solté todo sin ambages. Preocupado por su bienestar, convencido que pasaba algo grave, como coloqué la cámara y descubrí hasta qué punto la estaba sometiendo.

-¡Serás cabrón! –levantó la voz más de lo que debería haber hecho. -¿Quién te has creído que eres para espiar a los demás? ¿Es que ahora que no me tocas necesitas mirar para machacártela?

Estaba fuera de sí por lo que traté de calmarla. Argumentando que se le había ido de las manos y que solamente trataba de ayudarla. Que era evidente que Benjamín había abusado de ella, te ha forzado a hacer cosas que no querías hacer… Me echó de su despacho con muy malos modos, cabrón fue lo más suave que me llamó, encerrándose en él toda la tarde.

Eran más de las 8 cuando llamé a su puerta. Ya no quedaba nadie, pero no podía irme a casa así. Entré con cautela. Estaba sentada en su butaca ligeramente estirada con algodones húmedos en los ojos.

-¿Estás bien? -pregunté. Negó con la cabeza. -¿Puedo hacer algo por ti?

Lentamente se quitó los algodones, se fue incorporando, mirándome vidriosa, asintiendo sutilmente, hasta que llegué a su lado en que nos abrazamos con fuerza. Lo siento, lo siento, tienes razón, se me ha ido de las manos, era todo lo que era capaz de verbalizar a la vez que lloraba de nuevo.

La dejé desahogarse durante un buen rato, hasta que se le secaron los lagrimales. No puedo irme a casa así, se excusaba. Tenía los ojos hinchadísimos y no quería dar explicaciones, pues no era mujer dada a ellas. Pero me las dio.


Apenas tardamos una semana en poner en marcha el plan. Lo había ideado durante el fin de semana, así que aquella misma tarde logré calmarla anunciándole que tenía un planteamiento para sacarla del atolladero, para sacarnos a ambos, con lo que logré que marchara a casa un poco más tranquila, pero no quise detallárselo hasta que tuviera atados un par de cabos sueltos. Dos días después, el miércoles, se lo expuse.

No le gustó, pero era la mejor estrategia posible para clavar la daga en lo más hondo del estómago del gordo.


Era viernes por la tarde, dos semanas exactas desde que yo había descubierto el pastel. Ahora el que se lo estaba comiendo era Benjamín.

Reunidos los tres en mi despacho, proyectábamos en la pantalla UHD de 40 pulgadas colgada en la pared izquierda la película que iba a llevarse todos los premios. Cris y Benjamín como actores principales, yo como director y guionista.

Mi socia gritaba, suéltame cabrón, otra vez no, mientras nuestro empleado la sujetaba de la cintura, de los brazos, del cuello, tratando de inmovilizarla. Llevaba el mismo vestido blanco que días atrás y luchaba con todas sus fuerzas para zafarse del agresor. Éste también se esforzaba al máximo en someter a su presa, pues no pensaba dejarla escapar.

Extrañamente no estaban en la cueva. Huyendo, Cris se había colado en la sala de juntas, vacía un jueves a las 8 de la tarde, pero Benjamín había sido lo suficientemente rápido para atraparla, o ella demasiado lenta para trabar la puerta, por lo que el búfalo mugía desbocado, sonriendo lascivo ante el bistec que se iba a zampar.

Fue Cris la que soltó la primera bofetada, impactando de lleno en la mejilla del tío, que la miró sorprendido al principio, colérico al tratar de esquivar la segunda agresión. Logró empujarla contra la mesa a suficiente distancia para que los brazos de la mujer no llegaran a su cara, pero la diferencia de envergadura permitió que sus manos pudieran llegar a la cara de ella, que chillando recibió la primera.

La segunda le partió el labio, aumentando sus gritos e insultos al agresor, suficientemente altos para que no hubiera duda de lo que estaba pasando, pero no lo bastante para que pudieran llegar a oídos externos a la empresa. Lamentablemente para mi socia, yo ya me había ido.

Cris aún tuvo fuerzas para lanzar un par de patadas y tratar de arañarlo, pero fue el canto del cisne. La tercera bofetada no llegó a impactar en ella pues pudo esquivarla doblándose hacia abajo, pero la había agarrado del cabello, gesto que combinado con el movimiento brusco de la mujer la dejó tumbada e indefensa sobre la mesa, boca abajo.

A partir de este punto, Benjamín lo tuvo fácil. Su propio peso la inmovilizó, aunque aún le propinó algún guantazo en nalgas y brazos. Cris seguía moviéndose, luchando, pero había pedido vigor y era obvio que su suerte estaba echada.

No le quitó el vestido. Se lo arrancó, dejándolo hecho trizas. Cuando las nalgas de la pobre desgraciada aparecieron, el cerdo se acomodó ente ellas, sacándose el pene sin importarle en lo más mínimo los ruegos de la chica que ahora sí gemía derrotada esperando lo inevitable.

El último grito que mi socia profirió en la película acompañó el golpe seco que anunciaba la profanación de su vagina. Sin dejar de gemir, de quejarse, de lamentarse, llorando aunque las lágrimas no eran visibles desde la distancia de la cámara, soportó los 2 minutos y medio de violación.

Benjamín percutió orgulloso, disfrutando del premio conquistado, tomándola del cabello exultante mientras también la martilleaba oralmente. ¿Esto es lo que ibas buscando verdad zorra? Toma puta, ya estás contenta, y otras lindezas por el estilo.

Cuando acabó dejó caer su peso sobre Cris como si esta fuera también su diván, lo que reactivó la energía de la chica que braceó, pataleó y gritó, suéltame cabrón, cerdo asqueroso, provocando que Benjamín despertara automáticamente de su letargo para descabalgarla. Al sentirse liberada, mi socia salió corriendo del plató para perderse lateralmente por la puerta que daba acceso al pasillo.

La cara de Benjamín, sentado ante nosotros en mi despacho, era de desconcierto. Ni entendía que el último encuentro con su jefa hubiera sido grabado ni veía donde estaba el problema por un acto de sexo duro. Tuve que acercarle el informe médico de urgencias donde se detallaban las contusiones en brazos, nalgas, cuello y cara, así como el labio partido, del que asomaba una pequeña costra, es una calentura se había justificado Cris ante el staff aquella mañana, además de las heridas por una fricción forzada en el conducto vaginal.

El diagnóstico médico había sido meridiano, una violación, sin duda, lo que había puesto en marcha de inmediato el protocolo de atención a víctimas de violencia sexual. La agredida había tenido que relatar el traumático episodio a una agente de policía que lo había redactado para cursar la consiguiente denuncia, documento que también tendí al alucinado joven, pues su nombre y apellidos aparecían en el documento.

-Sólo me falta firmarlo y unos mozos muy agradables vendrán a buscarte, te esposarán y te llevarán a comisaría donde no sólo conocerás a otros delincuentes comunes, te mezclarán con ellos para que hagas nuevos amigos con los que podrás practicar tus habilidades orales. Pero esta vez serán ellos los que te dirán, qué bien la chupas jefa.

Benjamín apenas logró balbucear algo parecido a qué es esto. Nos miraba alternativamente, muy inquieto, sonriendo nervioso incluso preguntándose si era una broma. Pero mis siguientes palabras, en un tono más amenazador aún, le demostraron que no estábamos de coña.

-Tú sabrás qué quieres hacer con tu vida, con tu futuro. Pero hoy tu relación con esta empresa acaba aquí. De ti depende que Cris firme y entrega la denuncia o de que no lo haga. Como en la mayoría de casos de violación se acaban reduciendo a la palabra de la víctima contra la del agresor, el vídeo no deja ninguna duda de qué ocurrió ayer noche. Vídeo que utilizaremos, no lo dudes, si nos hace falta.

Hice una pausa para que el genio digiriera mis palabras. Trató de responder, argumentar que no había sido una violación, que faltaban hechos anteriores y posteriores al vídeo, fuera de la sala de juntas, que…

-No me cuentes lo que ya sé. –Abrió los ojos como platos. Por fin había entendido que había caído en una encerrona, siempre me ha sorprendido lo idiotas que pueden llegar a ser algunos genios, así que continué: -No solamente abandonarás esta empresa hoy. Lo harás con las manos vacías. Ni siquiera recogerás la pocilga que tienes por despacho. Tan sólo me acompañarás allí para traspasarme todas las claves así como el algoritmo base de modo que yo pueda modificarlo sin tu concurso.

-Hijos de puta, me habéis engañado.

-Eso te pasa por pasarte de la ralla. Cuando una mujer dice no, es que no –le escupió Cris.

-Nunca dijiste que no. Fuiste tú la que me dijiste ayer que te ponía hacerlo así, que tenías la fantasía pero que no podías pedírsela a tu marido.

Lo ojos inyectados en sangre del paquidermo no acojonaron a mi socia, que se revolvió feroz ante su agresor.

-Hace dos semanas me violaste. –Benjamín negaba con la cabeza. –Sí, me violaste. Me obligaste a hacer algo que no quería hacer.

-Habíamos llegado a un acuerdo. Tú te ofreciste...

-Te equivocas. Yo me ofrecí a calmarte de cuando en cuando pues un friki como tú no se come una rosca ni pagando, -contraatacó con desprecio –pero te di la mano y te cogiste todo el brazo. Lo que tenía que ser puntual, lo convertiste en diario, en un sometimiento, en una humillación. Te recuerdo que me amenazaste con contárselo a toda la empresa, con hackear toda la red interna y mandarnos a la ruina si no pasaba por el aro.

-No lo decía en serio…

-Pues tu semen en mi garganta sí me parecía algo serio.

Se hizo el silencio. Bastantes segundos después, lo rompí. Tú decides, pero la respuesta era obvia. Lo teníamos agarrado por los huevos y él lo sabía.

A los pocos minutos le acompañaba a la jaula para que recogiera cuatro enseres y me facilitara las claves encriptadas de las cuatro aplicaciones que había desarrollado con nosotros. El chaval estaba hundido, tanto que no daba pie con bola, pero no le di tregua. Era viernes tarde y quería ventilarme el trago lo más rápidamente posible para llegar a casa.

-No lo hice con mala intención, lo prometo. –Fue todo lo que aquel niño grande me dijo antes de despedirse. No respondí, supongo que por ello tampoco se atrevió a decir nada más aunque creo que quiso esbozar algún tipo de disculpa. Lo vi desaparecer como lo que creo que era, un pobre crío al que le habían ofrecido un caramelo sin pararse a pensar que comerse toda la bolsa podía sentarle mal.

Cuando volví a mi despacho para recoger a mi socia e irnos, me encontré con la última sorpresa de la jornada.

Se había desnudado, quedando vestida únicamente con el conjunto de ropa interior y liguero que había visto en la pantalla de mi ordenador hacía exactamente dos semanas. Me esperaba sentada sobre mi mesa, mirándome lasciva. Abrió las piernas, obscena, mostrándome una mano enterrada entre ellas, para bajar a continuación, darse la vuelta, ofrecerme su grupa, y girando la cabeza hacia mí, ordenarme: Fóllate a tu puta cabrón, hace semanas que no me das mi merecido.

¿Quién había sido víctima de quién?

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