Genia: la prima andrea

Genia descubre la sexualidad a través de su prima mayor.

GENIA: LA PRIMA ANDREA. Verano 1986.

Desde pequeña, Genia, pasaba los veranos en el pueblo de sus abuelos maternos, en la provincia de Albacete. Le gustaba pasar la temporada estival allí y pasar tiempo con su prima Andrea, seis años mayor que ella. Ésta era una adolescente de piel nacarada y cabellera azabache, con pómulos prominentes y carnosos labios.

Esther, la madre de Genia, era la segunda de tres hermanas. La mayor, Andrea, madre de su prima, vivía en el pueblo y Sandra, la menor y madre de su primo José Miguel de su misma edad, vivía en Alcázar de San Juan.

Genia recordaba acompañar desde siempre a su prima Andrea, a la que miraba con ojos de admiración. Solía estar con ella cuando la otra estaba con sus amigas. A la mayor también le gustaba la compañía de su pequeña prima, a la que acogía como a una hermana menor. Pero casi sin darse cuenta, las primas fueron creciendo y su relación se fue alejando debido a la edad.

En el verano en que Genia cumplía doce años se produjo un hecho que marcaría a la pequeña de las primas. Una noche, sus padres y sus tíos salieron a cenar para después ir al cine. Los niños pasarían la noche en la casa de la mayor de las tías al cuidado de su prima Andrea. Tras cenar pizza y ver una película, la “canguro” les mandó a la cama no sin antes oír las protestas de su primo José Miguel.

Los niños subieron a la planta de arriba donde compartirían dormitorio mientras su prima Andrea se quedaría a dormir en el sofá del salón, en la planta baja de la casa. Cuando llevaban media hora en la cama y José Miguel ya roncaba, Genia tenía problemas para conciliar el sueño. Sentía una extraña sensación en el bajo vientre y un desconocido ardor en su entrepierna, incluso diría que notaba latir su corazón allí abajo.

De repente oyó un extraño ruido que de inmediato identificó con la puerta de la casa. Luego, tras un largo silencio, comenzó a oír risas entrecortadas. Comprobando que su primo dormía a pierna suelta, la niña bajó sigilosamente de la cama. El frío de las losas del suelo en sus pies hizo que, en contraste con el calor que sentía, se le acalorase la cara. Despacio y sin hacer ruido salió al pasillo y se asomó disimuladamente por la escalera que descendía hasta el salón.

Allí, su prima Andrea, se encontraba acompañada por un hombre que Genia dedujo era mayor que su prima, al menos unos ocho años. La cría se mantuvo escondida, espiando. Primero con cierto miedo, ya que no había visto nunca a aquel hombre, pero a medida que se desarrollaban los acontecimientos ante sus ojos supo que no tendría nada que temer.

Andrea estaba abrazada al cuello del desconocido, ambos en el sofá, comiéndose la boca. El hombre pasaba su mano derecha por la nuca de la mujer apretándola contra su cabeza. La prima cruzaba sus brazos alrededor del cuello.

Ambos se fueron desprendiendo de parte de su ropa, aunque desde la perspectiva de la niña le era imposible ver nada. Entre suspiros del hombre, Andrea fue bajando su cabeza por el torso del hombre hasta quedar fuera de la vista de Genia. Tan sólo acertaba a ver al desconocido con la cabeza hacia atrás mientras acariciaba la espesa cabellera negra de su prima adolescente.

Al cabo de unos minutos, el hombre contuvo un grito que soltó resoplando al tiempo que sufría espasmos y sujetaba con ambas manos la cabeza de Andrea. Genia se mantuvo expectante cuando su prima emergió ante el desconocido con sus maravillosos pechos desnudos y desafiantes. La niña había visto más de una vez a su prima mayor desnuda pero nunca la había visto excitada. Sus senos se veían más turgentes, sus areolas se mostraban más oscuras de lo normal entorno a unos pezones gordos y puntiagudos. Mientras, con el envés de su mano se limpiaba unos restos viscosos y blanquecinos de la comisura de sus labios.

Juanpe, como por fin se dirigió al desconocido, la atrajo hacia sí y la sentó a horcajadas sobre su regazo. Ella se dejaba hacer mientras su montura lamía y succionaba cada uno de sus duros pezones. El hombre giró con ella encima hasta sentarla en el sofá. Ella rió mirándolo, al tiempo que colocaba sus brazos en la parte alta del respaldo, quedando totalmente expuesta ante él.

Éste comenzó a recorrer con sus labios cada centímetro de la nacarada piel de Andrea, que suspiraba cada vez que la lengua de fuego de Juampe se entretenía con uno de sus pezones. Incluso llegó a dejar la marca de sus labios sobre uno de sus maravillosos senos.

Él siguió cubriéndola de besos y saliva mientras descendía por su abdomen y su ombligo buscando su entrepierna. Genia sintió que se acaloraba por momentos. Su corazón latía, acelerado más que nunca allí abajo e instintivamente cruzaba las piernas y apretaba buscando un roce y una presión en un indeterminado lugar de su intimidad para aplacar tan agradable picor.

Juampe había logrado quitar el mini pantalón vaquero de Andrea junto a sus braguitas, y ahora la joven se ofrecía totalmente desnuda abriendo las piernas al hombre. Genia, logró ponerse de pie sin ser vista para tener una mejor perspectiva de la situación. Sin comprender el por qué, la niña, observó como el hombre hundía su cabeza en el sexo, totalmente cubierto de rizos negros, de su prima. Ésta, con sus brazos aferrados al respaldo del sofá, estremecía su cara y se mordía el bíceps para evitar gritar mientras su cuerpo se retorcía presa de la boca del hombre sobre su intimidad.

Cuando la respiración de la mujer se entrecortaba y su cuerpo comenzaba a convulsionar, agarró la cabeza del hombre con su mano izquierda obligándolo a no despegarse de aquel manantial mientras con su mano derecha masajeaba sus senos para acabar pellizcándose y retorciéndose los pezones hasta conseguir un difuso límite entre el dolor y el placer, convertido en sonido gutural de satisfacción.

Una corriente eléctrica recorrió, en forma de escalofrío, la columna de Andrea hasta su cerebro para dejarla en un estado de infinito placer hasta la inconsciencia, al tiempo que sus piernas intentaban cerrarse aprisionando la cabeza de Juampe.

Su cuerpo sudoroso, cubierto por cientos de gotitas perladas se desvanecía relajado y derrotado ante un sonriente Juampe sabiéndose victorioso. Sin tiempo para el descanso, el hombre, colocó sobre su inhiesto miembro un preservativo que desenrolló habilidoso. Tomó a la chica por las piernas, acercándola hacia él. Sin previo aviso incrustó su virilidad en el inexperto sexo de la joven, arrancándole un grito que ella ahogó con sus manos sobre su boca.

Andrea trinchó los dientes y se agarró con las manos al sofá para soportar los terribles envites de Juampe. A cada golpe de cadera, la chica notaba el miembro del hombre se abría camino en sus entrañas, cada vez más adentro, provocándole unas contradictorias sensaciones de dolor y placer.

Genia seguía observando con los ojos muy abiertos aquella escena. Su prima totalmente desnuda, entregada a un hombre que se empleaba a fondo, penetrándola cada vez más rápido, casi con violencia. Los majestuosos pechos de Andrea, coronados por los puntiagudos pezones casi negros, se resistían a bailar al ritmo que les marcaba el golpe de cadera de Juampe. La niña había oído hablar a sus amigos de pandilla sobre sexo, pero hasta ahora no había visto nada igual. La secuencia, más allá de asustarla, le estaba fascinando, llegando incluso a sentirse excitada como nunca antes.

De repente, el hombre tensó toda su sudada musculatura y con un gesto de esfuerzo, anunció con un pequeño grito que estaba llegando al final. Andrea se agarró a su cuello acercando sus bocas y besándole mientras sus piernas se cruzaban alrededor de la cadera de él. El hombre bufó y mordió el cuello de Andrea que lo abrazaba satisfecha.

A la mañana siguiente, Genia no discutió con su primo José Miguel por la taza del desayuno como había hecho hasta entonces. Su comportamiento era mucho más pausado, miraba a su primo con unos ojos más maduros que el día anterior. A su prima Andrea, también la veía diferente. Parte de la inocencia de Genia se había quedado, la noche anterior, en la escalera del salón.

A media mañana acompañó a su prima mayor a hacer unas gestiones. Por el camino Genia identificó a Juampe, uniformado de policía local, quien cruzó un saludo cómplice con su prima. Más tarde, sentada en una terraza junto a unas amigas de Andrea, Genia dedujo por la conversación, que el policía de veinticinco años llevaba varios meses viéndose en secreto con Andrea pese a tener novia formal.