Génesis de un cornudo, humillado y consentido.
Esta es una historia basada en una experiencia propia y real, aunque deformada. Los hechos que narra no son los que exactamente ocurrieron, pero están basados en ellos. Es la historia de un cornudo, que tras 14 años de matrimonio, descubre que lo es, y la de su bella esposa, hembra viciosa y lasciva donde las haya, que le pondrá los cuernos en presencia de us grupo de amigos y él mismo, con un yogurín de 19 años de la forma más humillante, sin que él pueda hacer nada por evitarlo.
"Entre col y col, plantaba el lechuguino una lechuga", dice el refrán. Llevo tiempo queriendo completar mis sagas de "Amparo y la humillación", "Las calenturas de Antonia" y "Putas adolescentes/El canalla". Pero en tanto en cuanto me venía la inspiración, el cuerpo me pedía escribir esta historia. Es un relato basado en una experiencia personal, lo cual no quiere decir que ocurriera exactamente como se describe, ni que los hechos que se relatan en él sean los que acaecieron. Tengo mis propios motivos para desear que así sea, al margen de los puramente literarios. En fin, os dejó con Juan, su bella mujer, y el quesito de Guillermo. Espero que os guste.
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Es increíble lo que el morbo puede llegar a hacer con una persona. Puede intentar recluirlo en el fondo de su alma, donde durante años anidará, alimentándose de su misma fuerza y tornándola contra ella, corroyendo esa fortaleza hasta estallar un día en su plenitud, arrasando su lava con todo lo que le salga al paso ese momento en vesubiana estampa.
Me casé muy joven, contando apenas veinte años, dieciocho ella. Con ella tengo dos hijos, varón y hembra, que ahora despiertan a la adolescencia. Es mi esposa una bella mujer, de encantadora sonrisa y trato ameno y cordial. Un delicioso cuerpecito a sus 34 años, que en nada desmerece el mío, fuerte y musculazo. Una perfecta pareja, moderna y atractiva, la que formamos ambos.
Como tales, tenemos amigos de muy diversa índole y extracción social, con los que salimos a veces por distintos ambientes. La noche en que ocurrió lo que les relataré, lo hacíamos con unos compañeros del gimnasio. Faltaban unos días para la Navidad, y se celebraba la tradicional cena de cada año. Mi mujer me pidió por favor, que me vistiera con algo más de clase de lo que era habitual en mí, según su opinión. No es que suela hacerlo desarrapado o sucio, pero me gusta lucir mi cuerpo musculazo, con camisetas ajustadas y de cortas mangas, que luzcan mis fuertes brazos. A ella en cambio, le encantan los hombres elegantemente vestidos, con traje de franela y corbata. No era tanto lo que me pedía, pero sí al menos ponerme una camisa. Camisa, ¡ja! Me negué en rotundo.
- Siempre con esas camisetas ajustadas-comentó resignada-. No están mal para ir de sport, pero estás mucho más guapo con una buena camisa.
-¡Bah, tonterías! La ropa amplia es para gente que no se cuida, y tiene que disimular michelines. Yo tengo una buena figura, y mi trabajo me cuesta. No voy a dejar de lucirla.
-¡Qué tonto eres! ¿Piensas que una buena figura solo se puede lucir con ropa ajustada?
-Hombre, creo que por definición es la más adecuada.
-¿Quieres que te demuestre que no tiene porque ser así?
La miré sin entender muy bien a que se refería.
-Hace dos sábados coincidimos con Guillermo y Julián en la discoteca, ¿recuerdas?
-Si, claro.
Guillermo y Julián eran dos chicos jóvenes que entrenaban en el mismo gimnasio que nosotros.
-Vestía entonces el vestidito negro entallado de minifalda. Hoy llevaré falda larga y camisa amplia. ¿Apostamos algo a que me miran más así?
-Lo que quieras-acepté.
Nunca debí haberlo hecho. Conozco el guardarropa de mi mujer, pero no conocía su última adquisición. Una camisa negra de seda transparente, que podía ser un escándalo para sus enormes tetas. Vistió Azucena esa noche con ella, realzadas deliciosamente estas tras la translúcida tela por un adorable Bra, mientras sus piernas y atractivo trasero quedaban enfundadas por una larga y estrecha falda con raja lateral, que provocaba enseñando y ciñendo a la vez.. Cuando la vi así vestida, su hermosa melena rojiza recogida en un moño alto, sentí traicionarme mis hormonas, que reaccionaron en contra de lo que hubiera sido mi deseo, delatándome.
-¿Qué miras con esos ojos?-preguntó con una pícara y deliciosa sonrisa-. No me dirás que es por lo que están viendo.
-Eso es trampa. Esa camisa es transparente. ¡Vas escandalosa!
-¡Qué más da! Aunque no lo fuera podría jugar con el escote, desabrochando algunos botones. La ropa está para realzar jugando con la fantasía, y no necesariamente marcando sin dejar lugar a esta.
-¡Ya, ya! Pero, ¿así vas a salir?
Azucena sonrió de nuevo, con esa adorablemente perversa expresión suya.
-¿Por qué lo preguntas? ¿No quieres que lo haga?
-No no es eso.
Segundo error. Me gusta que mi mujer luzca su cuerpo. Me gusta ver como los tíos la miran con deseo, eso halaga mi vanidad. Aunque aquello quizá fuese un tanto fuerte. ¡Joder, sus tetas eran un escándalo! Quizá no estuviera mal para otra ocasión pero, ¿para una cena con la gente del gimnasio?
-Bueno, de cualquier forma ya es tarde. Tenemos que estar allí antes de media hora, y no me da ya tiempo a cambiarme.
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Cuando aparecimos en el restaurante, todas las cabezas se volvieron para mirarnos. Bueno, para mirarla a ella sería más apropiado decir. Sobre sus deliciosos melones, se posaron todos los ojos masculinos, y apenas se apartaron de allí ya en toda la noche. Le dije a Azucena que no hacía falta seguir con la apuesta, pero ella insistió en sentarse al lado de Guillermo, Julián y grupo de amigos, para terminar de dejarme claras sus preferencias. Y comencé a sentirme incómodo a partir de aquel momento. Como he dicho, eran estos dos jóvenes que entrenaban con nosotros. Por debajo de la barrera de los 20 años de edad, tanto ellos como sus amigos. En el caso de Guillermo, se trata de uno de esos guaperas que triunfan con las niñas. Sus cara bonita adornada perfectamente por sus preciosos ojos azules y su adorable cabello rubio, hacen reaccionar sus hormonas tan poderosamente como la visión de Angelina Jolie hace reaccionar las de los chicos, y su cuerpo de musculitos moldeados sin excesivo volumen rematan la faena, sumiéndolas en un tremendo caos que las hace desearlo apasionadamente. Y esos ojos tan bonitos y tan cautivadores, eran los que ahora se clavaban en las tetas de mi mujer, que quedaba a su lado, entre é y yo. Nunca Azucena me había dado motivo para preocuparme, ni para pensar que pudiera mirar a un chavalito al menos 15 años menor que ella. Pero el caso es que ahora reía y hablaba con él animadamente, sin molestarse por las evidentes miradas a sus globos. Más que por estas en sí mismas, me sentía irritado porque no le molestase a ella el qué pudieran pensar. El chaval no se recataba para mirar, ni ella para enseñar. Yo sabía que no había de qué preocuparse, que Azucena lo hacía sin ninguna mala intención, tratándolo como a un compañero de gimnasio más pero, ¿qué pensarían los demás?
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Tenía al idiota de mi marido a mi lado. No se puedo luchar contra nuestras hormonas, ni contra lo que las hace reaccionar. Desde muy jovencita, la infidelidad era una fantasía que me atraía poderosísimamente. Ya con 12 años, deseaba llegar a la edad adecuada y tener novio para ponerle los cuernos. Comencé a salir con mi primer chico mediados los 13, y desde entonces he sido infiel a todas mis parejas. Incluido mi marido, por supuesto. El pobre cargó con un bulto que no era suyo, casándose conmigo convencido de haberme dejado preñada él. ¡Si supiera! Muchos, muchísimos de los orgasmos que tengo al hacer el amor con él, los consigo pensando en lo carnudo que es, y es algo que me encanta el llevar a mis hijos de la mano, sabiendo que no son suyos y él ni lo sospecha. A menudo debo evitar pensar en ello, para no calentarme.
Bueno, al caso. Guillermo me ha gustado desde la primera vez que lo vi en el gimnasio. Es mi tipo ideal de chico. Joven, rubio, guapo para comérselo vamos. Me he exhibido todo lo que he podido ante él, e intentado aproximarme de todas las maneras posibles. Pero siempre ha habido un fallo. Un fallo de 100 kilos de puro músculo. El idiota de mi marido, que suele entrenar conmigo y espantar a más de un soberbio ejemplar ante el cual babeo en el gimnasio. Pero ya no podía más. Guillermo me gustaba más que cualquier otro chico u hombre que hubiera conocido. Si hacía falta ponérselo claro, se lo pondría, me daba igual si Juan se enteraba. Le enseñé las tetas sin recato, mirándolo provocativamente a los ojos. Claro que él no se daría mucha cuenta de esto último, ese precioso par de zafiros que tiene en la cara fijo en ellas. La gente se quedaba, por supuesto, pero a mí me daba igual. Tenía que llevarlo a la cama, o acabaría volviéndome loca.
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Del restaurante pasamos a la discoteca, como era de rigor. Me gustaría poder decir que Azucena había abusado del vino en la cena, pero no fue así. Ella no bebe nunca, ni esa noche tampoco bebió. El cuadro debió ser patético. En lo que concierne a mi persona, por supuesto. Ella y Guillermo parecían hermanos, dada la confianza con que hablaban, reían y se trataban. Pero no eran hermanos. Bailaban en la pista y había un evidente tonteo entre ellos. Se contenían de alguna manera, pero todos los presentes comenzaban a pensar que allí había algo. Creo que hasta los más reacios habrían caído ya a esas alturas. El baile de ella era sensual y provocador, y él la miraba a los ojos con esa mirada suya derretidora de quinceañeras. Siempre que no los tenía fijos en sus enormes tetas, que vibraban morbosamente contenidas por el Brá.
La gente no me decía nada, pero era obvio que lo pensaban. Difícil situación la mía. Llamarle la atención a Azucena no hubiera sido lo más idóneo. Como he dicho, ni bebía ni había bebido, y eso todos lo sabían. ¿Qué excusa tendría pues, para intentar disfrazar la humillante realidad de que mi mujer estaba echándole los trastos descaradamente a un pibito de 18 o 19 años en mis narices? Pensé que lo mejor sería cubrir el expediente de la mejor manera posible. Irse a casa precipitadamente hubiese sido confirmar lo que había, así que accedí a ir a la discoteca, y tomar allí una copa. Después, ya cumplido, nos retiraríamos justificados, y tendríamos unas palabras en el coche.
-Azuzena, vamos a irnos ya.
-Sí cariño, por supuesto. En terminar esta canción, ¿vale? Me encanta.
Miré al chaval, que me devolvía la mirada guasón con esos ojos azules suyos. No quería mostrarle mi mosqueo. Nos retiraríamos como si no hubiera pasado nada. No había llegado a pasar nada y, con el tiempo, la gente legaría a creer realmente que fue una mala interpretación de la simpatía de Azucena.
-De acuerdo, pero la última. Estoy muy cansado.
-Gracias-y me dio un beso en los labios.
Me giré mosqueado para volver a la barra, pero procurando que no se me notase. ¿De qué iba? ¿A qué venía ese beso ahora? ¿Es que acaso se había propuesto dejarme totalmente en ridículo? Conforme me acercaba a la barra, me apercibí de varios rostros guasones más. Empezaba a ser muy humillante todo aquello. Pero ahora que lo pensaba ¿a que venían esas miradas intentando disimular el cachondeo tras ellas? Discretamente, intentando no da r a entender nada, me giré al llegar junto a ellos, para encontrar nada. ¿Dónde coño estaban mi mujer y el chaval? Habían desaparecido entre el mar de cuerpos en la pista. Tuve el impulso de ir a buscarlos, pero me contuve. Eso sí hubiese sido confirmar definitivamente que mi mujer deseaba ponerme los cuernos con el chaval.
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En un momento dado, el idiota vino hasta mí para decirme que nos íbamos. ¿Qué nos íbamos? ¡Ja! ¡No iba a joderme el rollo ahora que tenía a Guillermo a punto de caramelo! Le dije que sí y me deshice de él como pude, incluso le di un beso con toda la malicia del mundo. El chaval entendió perfectamente. Sabía que me tenía a huevo y, nada más darse la vuelta el cornudo, me cogió de la mano y me levó al otro extremo de la pista, lejos de su mirada, donde nos sentamos en unos sofás. Sabía que no vendría a buscarnos. El orgullo del pobre imbécil se lo impediría. Antes se moriría que confirmar ante todos que su mujer quería ponerle los cuernos con un pibito, yendo a buscarme a la vista de todos.
Con esa tranquilidad que me daba el conocer a mi marido, me lancé sobre mi yogurcito. Besé sus labios , recibiendo su lengua y su humedad en mi boca con el mismo placer que un viajero del desierto un vaso de agua fresca. Sus manos fueron directamente a mis tetas, y yo creí morir de placer. ¡Cuánto tiempo había deseado aquello! Ya no separamos nuestras bocas. Lamíamos y nos besábamos con desesperación, recorriendo con nuestras lenguas todos los rincones de aquellas, mientas nuestras manos recorrían desesperadamente nuestros cuerpos. En algún momento, pasó alguno de los compañeros del gimnasio por allí. Ni falda aparecía apartada desde su raja, para permitir el libre acceso de los dedos de mi magreador a mi coño, que a su vez me había sacado una teta fuera, sobándola a la vista de quien ante nosotros estuviera. Sonrió aquel con complicidad al vernos, y desapareció al cabo de un instante.
Dos o tres más pasaron por allí después. Intenté calcular cuantos se habrían enterado ya, y me mojé de pensarlo, sintiendo el advenimiento de una íntima marea que empapó mi intimidad, provocada por el morbo en combinación con los magreos de mi chico. Tan intensos y descarados fueron estos, que tuvo que acabar dándonos el toque uno de los porteros.
-Por favor, cortaros un poco.
Ni corto ni perezoso, me tomó entonces Guillermo de la mano, encaminándonos al aseo. Una vez allí, entramos al de caballeros, y nos encerramos en uno de los habitáculos con retrete.
-Vamos, zorrita. Quiero que me hagas una buena mamada.
No tuvo que pedírmelo dos veces. Ni siquiera ma preocupé de limpiar el retrete de los restos de orín de quien mal apuntaba, sentandome directamente sobre él, empapando mi falda con ellos. Con ansia caníbal, desabroché los botones de su bragueta, tirando con fuerza a continuación. Me gusta así, ver como salta la polla en mi cara y me golpea, ya plenamente erecta tras el magreo previo. Dio en mi rostro y yo abrí mi boca para besarla y adorarla. Tenía un fuerte aroma, que denotaba una higiene no muy cuidad de aquel miembro. La cara de Guillermo adoptó una cómica expresión, cortado al comprender.
-No te preocupes mi amor. ¿Para que está mi boca?
No me molesta en absoluto el fuerte olor de una polla sucia, siempre y cuando el chico me guste lo suficiente. Si es así, más que un problema es un placer. Adoro respirar su aroma y limpiarla con mi lengua. Es supermorboso.
-Con las tetas, guarrra. Quiero que me hagas una cubana.
-Por supuesto mi amor-le dije mirándole a los ojos y sonriéndole maliciosa. Soltando el Bra, saque mis globos y comencé a masturbarlo con ellos, la iendo de tanto en cuanto su capullo.
-¡Para, para !
-¿Por qué?-pregunté perversa.
-¡Voy a correrme!
-¿Y?
El chavalín entendió perfectamente que no me importaba en absoluto que lo hiciera sobre mi cara y tetas. En realidad, estaba deseándolo. Y no me defraudó. Pronto estalló en un orgasmo bestial. Su yeta se estampó en mi garganta, y yo agaché la cabeza abriendo la boca para recibir las siguientes descargas. Fue complicado hacerlo. Me hice con algunas, pero otras fueron a parar a mi rostros y sobre mis pechos. Poniéndome en pie, lo miré sonriente mientras con los dedos recogía los restos de semen sobre mi piel, para levarlos a la boca y lamerlos, deleitándome en su sabor. No es que este sea agradable, pero es algo supermorboso. Veo en los ojos de los hombres el morbo que les da una mujer golosa. Hubo una época en que sentía repugnancia por la leche de hombre, pero aquello ya pasó. Creo que tengo un vicio desorbitado, y los límites y tabúes solo sirven para provocarme e incitarme a transgredirlos. Uno a uno, todos van cayendo irremediablemente. El que hacía que me resultara repugnante el esperma, cayó hace muchos, pero que muchos años ya, y desde entonces deben haber sido litros los que he ingerido.
Enfebrecido por la visión de tan viciosa mujer, me dio la vuelta bastante rudamente, haciéndome apoyar las manos sobre la cisterna. Me subió entonces la falda para arrancarme el tanga de un violento tirón, y meterme su polla hasta el fondo a continuación sin contemplaciones. Comezó a follarme entonces de una manera que el idiota de mi marido nunca ha podido. Nunca él ha conseguido arrancarme tan sinceros suspiros de placer. Me agarró del pelo tirando con violencia de él, de tal manera que acabó por deshacer mi recogido. Grité y pedí más, sin preocuparme de quien pudiera estar escuchándonos al otro lado de la puerta, aún a riesgo de que pudiera ser incluso el carnudo. Noté entonces que Guillermo aceleraba sus embestidas, en clara señal del advenimiento de su segunda corrida.
-¡No, espera!
-¿Qué pasa?
-Quiero que me revientes el culo también, antes de correrte-le dije sacándomela.
Sonrió complacido, mientras yo me semigiraba para mirarlo a la cara.
-Quiero completar bien la humillación del carnudo ese que me espera afuera.
El chico rió divertido.
-Puedes contar conmigo para ello. Vamos allá.
Volvía a adoptar mi postura, apoyando las manos sobre la cisterna e inclinándome todo lo posible, para poner el culo todo lo en pompa que podía. El chicó me la metió intentando hacerme daño. Supongo que resulta fácil intuir que te van estas cosas, cuando te comportas de una manera tan depravada, y el lo intuyó. Aunque no consiguió que me doliera, y me irrité un poco conmigo misma por ello. Tengo el agujero posterior perfectamente acostumbrado al trato anal y, cuando voy tan caliente, no consigo mantener la tensión en mis esfínteres, que se relajan automáticamente, deseosos de ser penetrados, y dificultando con ello que resulte dolorosa la acción a menos que se trate de un miembro de proporciones considerables. Y una penetración anal sin algo de dolor, pierde gran parte de su encanto.
El mismo se inclinó entonces, para agarrar mis tetas que se bamboleaban libres, amasándolas. Pronto me corrí entre gritos. Poco después, se advino su propia corrida, y me sorprendió gratamente al sacármela para darme la vuelta e, introduciéndomela en la boca, descargar allí toda su leche.
-¡Toma golfa! ¿No te gustaba la yeta?
Tragué golosa, y en ese mismo momento me entraron ganas de ser poseída de nuevo. Me gustaba el trato atrevido e irrespetuosos que me daba el yogurín.
Me levanté a continuación, y el me abrazó por la cintura con ambos brazos, quedando frente a mí y empujándome haciendo que quedara apoyada sobre la puerta, él sobre mí. En esa postura, depositó sus ,manos sobre mis tetas, apretándolas. Me miró a los ojos y me sentí enamorada como una quinceañera ante la visión de esas preciosas aguamarinas en su cara. Sonrió seguro de sí mismo, sabiéndome en su poder, y me besó los labios.
-Supongo que esto lo repetiremos.
-Por supuesto-convine-. Siempre que quieras.
-Sabes que tengo novia.
-Y yo marido. Eso no será problema.
Sonreímos y volvimos a besarnos. Metió sus manos entonces por dentro de mi camisa, para quitarme el sujetador.
-Esto y las bragas me lo quedo yo. Como premio.
-¿Qué dirá el carnudo?
-Yó que sé. Inventa algo.
Me guiñó un ojo, y yo me sentí deshacer.
-Está bien.
No me sentía capaz de negarle nada a aquel nuevo amor.
-Hazme un favor. ¿Podrías recoger mi bolso del guardarropa?- le pedí sacándome la pulsera que me dieron con el número al dejarlo.- No puedo salir así, he de retocarme el maquillaje.
Me miró cómicamente.
-¡Es culpa tuya tonto!- exclamé riendo-. ¡Me pusiste la cara perdida de leche!
Reímos juntos y después, salimos del habitáculo. Los que allí fuera habían, y eran bastantes, rompieron a aplaudir entonces. Sentí vergüenza, pero el encantó el detalle.
-¡Joder chaval! ¡Vaya hembra te has hecho! comentó alguno.
-¿Ha cumplido?- preguntó otro.
Miré a mi chico con ojos de enamorada, y una dulce sonrisa en la cara.
-Ha cumplido. Nadie me ha dejado nunca tan satisfecha como él, y menos mi marido.
No me resistí a dejar caer el comentario, para redonderar la humillación del carnudo. Se oyeron varios "¡ooohhs!" y carcajadas. Sonreí de nuevo. Bueno, agrandé mi sonrisa mejor dicho, pues no la había dejado.
-Voy al aseo de mujeres. Tráeme eso por favor.
-Por supuesto.
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Cuando Azucena y el chico aparecieron de nuevo, me creí morir. Ambos venían charlando como si tal cosa, entre risas y bromas, más de media hora después de haber desaparecido. Su melena rojiza, antes recogida en un bonito moño alto, ahora lucía libre, y sus enormes tetas se bamboleaban a la vista de todos, sin sujetador que las cubriera. La cara de todo el mundo fue un poema, y supongo que la mía se transformó en la de un estúpido. O quizá siempre lo fuí.
-Ya estoy de vuelta cariño-me dijo, a la vez que me abrazaba colgándose de mi cuello para darme un morreo impresionante. Noté un sabor extraño en su boca y, aunque nunca lo había probado antes, supe que se trataba del sabor del semen del chaval. No supe retirarme, muy confuso, y lo acepté-. ¿Nos vamos?
-Pero pero ¿y tu sujetador?
-¡Ah, eso!-exclamó como si no recordará que no lo llevaba-. Me lo quité y lo tiré en el aseo junto al tanga. Tenía mucho calor.
Escuché el sonido de alguna risa contenida a mis espaldas, y fui consciente de todas las miradas socarronas sobre mí. ¿Cómo era posible que hubiera llegado a ocurrir aquello?
De regreso a casa, no hablamos sobre el tema. No hacía falta. Sabía que de hacerlo, el orgullo exigiría que me enfadara. Obviamente, ella no estaba arrepentida ni dispuesta a dar marcha atrás. Yo no podría ceder en mi postura, obligado por la situación, y significaría el fin de mi matrimonio, y en ese momento fui consciente de que no sería capaz de ello. Fui consciente de cuanto la amaba realmente por primera vez en mi vida. Con todo el dolor de mi corazón, supe que no podría renunciar a ella, fuera lo que fuera lo que hubiera hecho, o hiciera en el futuro. Todo, absolutamente todo, se lo permitiría con tal de seguir con ella. A partir de ese momento, comenzaba el primer día del resto de mi vida de cornudo.