Gemelas ninfómanas III, follando con papá
Padre e hijas gemelas disfrutan del sexo sin límites
Nota preliminar
Este relato corresponde, a partes iguales, a la autoría de Natjaz Vasidra y Doncella Edith. Cualquier comentario que quieran dejarnos debe ser dirigido a las dos, pues en esta ocasión hemos sido esa maravillosa “Bestia Gestálica” que actúa multiplicada.
¡Que les caliente y divierta leerlo tanto como a nosotras nos puso cachondas escribirlo!
01 Edith
Volví al lado de mis compañeros de lecho. Estaba fresca, bien aseada y dispuesta a ascender el siguiente escalón.
Mi gemela se recostó unos instantes con las piernas encogidas para sentir el semen de nuestro padre muy adentro de su cuerpo. Sentí ganas de lanzarme a su entrepierna para lamerla, pero me contuve.
—¡Papá, dame por detrás! —solicité.
—¿Estás segura? —preguntó preocupado.
—Algún día tenemos que probarlo. Prefiero que sea hoy mismo.
Con estas palabras me subí a la cama para acomodarme en cuatro. Arqueé la espalda consiguiendo que mi trasero destacara e incitara a papá.
Él se agachó detrás de mí para lamer mis nalgas con lascivia. Me estremecí cuando mordisqueó suavemente mi delicada piel.
—¡Dame placer, papá! —exigí. (¿Acaso creían que iba a decir algo como “He sido mala, castígame”?)
nuestro padre lamió toda mi hendidura, desde el clítoris hasta el ano. Perdí la fuerza de mis brazos y quedé con la cabeza sobre el colchón, por lo que mi trasero destacaba aún más. Naty se levantó y corrió a asearse también; la perspectiva de ser enculada la atraía tanto como a mí.
Papá lamió con cuidadosa maestría los contornos e mi orificio posterior mientras dos de sus dedos ensalivados se colaban por mi vagina. Su lengua me entró por detrás al mismo tiempo que sus dedos pulsaban en mi “Punto G” y grité de placer cuando inició una serie de penetraciones linguales con fricciones internas en mi coño.
Mi cuerpo era como un instrumento sensorial en sus expertas manos. Mis centros de placer estaban a tope, gozando con la sinfonía erógena que papá me obsequiaba.
—¿Me encanta, papá! —grité—. ¡No pares, por favor! ¡Ay!
Este último grito se prolongó porque repentinamente papá levantó sus labios sobre mi culo y succionó con fuerza produciéndome un placer indescriptible.
Sin dejar de estimularme lubricó su mano libre con el gel Sico e introdujo un dedo en mi ano. Lo sentí pasar, falange a falange hasta que lo tuve todo dentro. Ahora sus manos daban placer a mis dos orificios y yo me revolvía de gusto. Cuando coló un segundo dedo en mi entrada posterior ejecutó movimientos de apertura y cosquilleo; me estaba dilatando con amoroso cuidado para lo que seguiría minutos después.
Extrajo los dedos de mi vagina y me hizo volver a la posición de los cuatro puntos, sin dejar de estimular mi culo. Se acomodó detrás de mí y me penetró por la vagina. Sus dedos en mi otro agujero se separaron para distenderme.
Inició un poderoso movimiento de entrada y salida que mi coño agradeció destilando más flujo. Estos juegos eróticos me dieron la idea de lo que debía sentirse en una doble penetración. Me gustó, se me antojó y me prometí que otro día lo experimentaría con papá y un consolador. Alcancé mi enésimo orgasmo de la mañana entre contracciones vaginales y riachuelos de flujo.
Abandonó mi vagina dejándome anhelante. Noté su glande presionando contra mi ano. Con sus manos separó mis nalgas al máximo y avanzó con cuidado.
—¿Te has metido algún consolador por aquí? —preguntó papá.
—Sí —respondí en un jadeo—. Uno de dieciocho centímetros, no tan grueso como “lo tuyo”. ¿Crees que me cabrá toda tu herramienta?
—El glande ya entró. Estás bien lubricada, pero iré con cuidado. He entrado en mujeres acostumbradas a tamaños menores de los dieciocho centímetros.
Su glande abría las paredes de mi conducto posterior. Estaba bien lubricada y estimulada, por lo que no me dolía. Sentía un poco de incomodidad, pero respiré profundo y para relajarme y recibirlo “con las puertas abiertas”.
Con amor, mi padre fue avanzando dentro de mi estrecho culo. Ansiaba sentirlo todo dentro de mí, pero reprimí el impulso de lanzar mis caderas hacia atrás. Él era el experto y sabía lo que tenía que hacerse.
La curvatura de su pene traspasó el umbral y sentí que mi recto palpitaba. No era dolor, sino la primera insinuación de un placer nuevo. Completó la penetración cuando sus cojones chocaron con mi vagina.
Acarició mi espalda con toda su hombría dentro de mí. Mi recto palpitaba a la expectativa.
—Esto es un acto de amor, nunca lo olvides —jadeó papá—, lo hago con ustedes porque así me lo han pedido, pero no deben olvidar que, por sobre todas las cosas, las amo con el alma.
Naty llegó a nuestro lado, fresca y espléndida.
—¿No te duele? —preguntó acariciando mis nalgas y los cojones de papá.
—Me gusta —respondí—. Se siente distinto que con los dedos o con el consolador. ¡Estoy lista, papá, comienza con la monta!
Al oír mis palabras, Elyk retiró un tercio de su hombría para volver a clavármela despacio. Poco a poco fue acompasando sus movimientos.. mi cuerpo respondió instintivamente, haciendo avanzar y retroceder las caderas en sincronía con las profundas penetraciones que papá me brindaba. Acompañé las incursiones de su miembro con poderosos apretones de mis músculos internos. Cada vez que él se retiraba, lo oprimía como queriendo exprimirlo; al volver a entrar cerraba un poco para ofrecer mayor grado de dificultad. Papá y yo gritábamos y gemíamos sintiendo el poderoso placer de lo que estábamos haciendo.
Naty nos observaba con una mano sobre su coño, sin masturbarse. Creo que esperaba reservar energías sexuales para cumplir la fantasía de ser enculada. Su mirada seguía el bamboleo de mis tetas como en trance hipnótico.
El placer se fue acumulando en mi interior, era distinto al vaginal, pero no menos explosivo. Un orgasmo me recorrió entera, cerré los puños e incluso apreté los dedos de los pies mientras me venía en ráfagas de placer filial. Papá siguió con su labor, aumentando el ritmo en una salvaje cabalgata anal.
Grité, me sacudí y casi hago perder la concentración de nuestro padre al llegar a un segunda corrida. Él, como programado para dar y recibir deleite, eyaculó penetrándome hasta lo más profundo. Elyk gritó y aulló al sentir que su simiente se derramaba en mi orificio posterior. Aferró mis nalgas con mucha fuerza. Caímos derrengados sobre la cama.
—¡Yo también quiero por atrás! —exigió Nat devolviéndonos a la realidad—. ¡Quiero tener la misma cara de gusto que tiene Edith!
—¡Y lo tendrás, Nat! —respondió papá—. ¿Alguna vez les he negado algo?
Extrajo su hombría de mi trasero y ambas nos maravillamos al verla. Llevaba tres eyaculaciones casi al hilo y seguía en pie de guerra. Hay penes impotentes y penes potentes, pero lo de Elykner era prepotente. Digno de una película porno.
02 Naty
Papá corrió al servicio, como huyendo de mí. Dejé a mi gemela casi K.O. sobre la cama y me asomé para ver lo que hacía. De su reciente baño no quedaba nada. Sudaba por todos lados, el cabello lo tenía encrespado y tenia semen mezclado con nuestros flujos femeninos desde el abdomen hasta las rodillas.
—¿Puedo tener dos minutos de privacidad? —preguntó papá con una sonrisa.
—Papá, soy adulta —repliqué—. Nos has metido dedos, nos has sobado, has mamado nuestros senos, nos has masajeado, nos has penetrado, nos has dado varios orgasmos, has eyaculado dentro de nosotras, acabas de encular a mi hermana y estás a punto de darme por el culo a mí. ¿Qué más da que te mire cómo meas? ¡Anda, déjame ver, tengo curiosidad!
—¡Menuda faena! —suspiró resignado—. ¡Lo que hay que hacer por las hijas!
Ya desinhibido levantó la tapa Y EL ASIENTO del W.C., apuntó y disparó con certera puntería. Un punto más a su favor; siempre he pensado que los hombres que no levantan el asiento del water son idiotas y los que “no le atinan” tienen el pene muy pequeño.
Mi padre entró al cubo de la ducha y abrió las llaves para darse un rápido baño.
—¡Te quedas ahí, Nat! —sentenció adivinando mis intenciones de acompañarlo—. Quieres conocer el sexo anal y no seré yo quien te lo niegue, pero debes entender que acabo de encular a tu hermana y necesito estar limpio para ti. Me conozco; si vienes querré tocarte, te haré el amor aquí mismo, e pie y será vaginal, pues todavía no me atrevo a penetrarte de pie por detrás. Eso es lo que hay y tendrás que esperar. Yo nunca las habría tocado, ni siquiera con el pensamiento. Ustedes abrieron la Caja De Pandora, lo mínimo que puedo pedir es que tengas paciencia.
Fiel a la pulcritud, se lavó los genitales escrupulosamente. Jugando le hice muecas enseñándole la lengua en gesto lascivo, agachando la cabeza como para darle a entender lo que haría con su verga si me permitiera acercarme. Para incitarlo más le di la espalda y flexioné el cuerpo hacia adelante con las piernas bien separadas, me di un par de azotes y separé mis nalgas para enseñarle mis orificios.
—¿Así o más ansiosa? —pregunté—. ¿Así o más lasciva? ¿Te gusta lo que ves, papá? ¿Te gusta tener sexo con tus propias hijas? ¿Ya viste lo que te está esperando?
—Sí, me encanta —respondió cerrando la regadera—. Deja de incitarme y mejor pásame una toalla.
Me levanté y volví a mirarlo de frente. Tomé una toalla y la restregué por todo mi cuerpo en lúdicos movimientos. Separé las piernas y pasé el lienzo completo por debajo de mi vagina.
—Para que te seques con aroma a mí —señalé dándole la toalla—. No sé cómo nos vamos a organizar cuando regresemos a casa, pero esta noche dormimos contigo, bien desnudas para que no pienses que estás soñando.
Se acercó a mí mientras se secaba y me miró a los ojos.
—De hecho, siento que estoy soñando.
—Entonces debo pellizcarte para que despiertes.
Estiré mi mano para sujetar sus cojones y apretarlos delicadamente.
—¡Mejor te pellizco yo!
Traté de escapar, pero papá soltó la toalla y me atrapó abrazándome por detrás. Giré la cabeza y nos dimos un intenso beso de amantes. Con sus manos se apoderó de mis tetas, las masajeó y pellizcó suavemente mis pezones. Su verga se apretaba contra mis nalgas, separé las piernas y la acomodé en medio de mis muslos.
Pasamos a la habitación en esa postura, caminando a pasos cortos para no perder el contacto. Papá besó mi cuello mientras sus manos bajaban de mis tetas a mi vientre. Entonces noté que Edith no estaba en la cama. La pelvis de mi padre avanzaba y retrocedía, la curvatura de su verga friccionaba la entrada de mi vagina. Volví a segregar jugos y el calentón regresó a mi cuerpo.
—¿Lista para la inauguración de tu “túnel posterior”? —preguntó mi gemela desde la puerta.
Edith había vuelto a nuestra habitación para asearse de nuevo. Volvía con las baterías recargadas y el cuerpo pidiendo guerra. Me abrazó por delante y frotó sus senos contra los míos, en un combate de pezones que bien hubieran podido cortar cristal.
Papá seguía impulsando su pelvis tras de mí. Su miembro entre mis muslos era muy estimulante. Edith se acomodó para recibir sobre su clítoris los impactos del glande de papá mientras yo me sentía rodeada de amor en el emparedado sexual que era ahora mi familia.
Mi hermana se sentó en la cama e hizo que papá detuviera su movimiento. Nos acomodó ante ella tal y como estábamos. Abrió la boca para mamar el glande y parte de la hombría de nuestro padre. Cabeceaba para estimularlo al tiempo que acariciaba mi clítoris con la punta de su nariz.
No me aguanté. Deshice la posición y acosté a Edith. Me tendí sobre ella con mi anhelante sexo besando el suyo. Volvíamos a lo habitual, pero papá no nos permitiría olvidarlo.
Mi clítoris chocaba con el de mi gemela mientras nuestro padre separaba mis nalgas para lamer todo el contorno de mi ano. Se ensalivó dos dedos y jugó a digitar sobre el orificio mientras yo me movía sobre Edith.
Su lengua me penetró el trasero hasta donde pudo y arqueé la espalda en reflejo pasional. Su lengua se estiraba y contraía. Cuando regresaba al interior de su boca, sus labios atacaban el contorno de mi ano. Succionó con fuerza simulando una venosa y aullé de placer.
Me introdujo un dedo y luego otro, jugó con ellos probando la elasticidad de mi esfínter. Acompasó sus movimientos digitales con mis vaivenes pélvicos sobre el sexo de mi gemela.
—¡Papá es todo un semental! —le dije a mi hermana—. ¡Está matándome con sus dedos!
—¡Para que no quede duda de dónde salimos tan calientes! —gritó Edith.
—¡Ya las escuché! —replicó Elykner—. ¡Se van a enterar!
Nuestro padre separó las piernas de las dos y, sin dejar de abrir y cerrar sus dedos en mi ano, acomodó su glande entre nuestras vaginas. Empujó con violencia, consciente de que estábamos muy lubricadas y de que, al no ser una penetración real, no nos lastimaría.
—¡Gracias, Gemas! —suspiró embistiéndonos con brío—. ¡Gracias por esto! ¡De haber sabido que podríamos gozar los tres juntos, se los habría pedido hace mucho tiempo!
Papá avanzaba con todas sus fuerzas haciendo chocar su abdomen contra mis nalgas mientras sus dedos se esmeraban en dilatar mi orificio posterior. Su glande, empapado en fluidos, golpeaba nuestros nódulos de placer mientras el tronco era besado por nuestros labios vaginales. Edith y yo gemíamos a coro, Elykner estaba follando con la Bestia Gestálica que juntas formábamos, al mismo tiempo, en el mismo nivel y con el mismo placer.
—¡Las amo! —gritó—. ¡De todas las maneras, con todas las ganas, con el alma, con todo mi ser, por siempre y para siempre!
Sus acciones, sus palabras, el calor de nuestros cuerpos y la incandescencia del momento provocaron que Edith y yo tuviéramos un poderoso orgasmo que nos hizo gritar a una sola voz.
Papá retiró su hombría de entre nuestros cuerpos y apuntó el glande a mi culo. En una última maniobra de dedos estiró mi ya dilatada entrada y reemplazó sus falanges con la punta de su miembro. Separó mis nalgas con las manos y empujó despacio.
Se abrió paso con cuidado y maestría. Al principio me causó cierta molestia, pero decidí seguir adelante con esto y resistí, procurando relajarme. Edith me besó los ojos, la nariz y la boca mientras nuestros cuerpos permanecían inmóviles. Pasó el glande, la curvatura y, por fin, la totalidad del pene de nuestro padre se alojó en mi culo.
—¡Que gusto! —susurré.
—Tu cara lo expresa todo —señaló Edith acariciando mi cabello—. Tienes la expresión de la mujer ardiente que acaba de recibir un pene descomunal por el trasero. El pene de su padre, para más señas.
Papá se aferró a mis nalgas e inició un rítmico vaivén. Clavaba toda su verga en mi recto y su abdomen chocaba contra mis nalgas. Al mismo tiempo, mi cuerpo se balanceaba para friccionar mi coño sobre el de mi hermana. Edith colaboraba moviendo la pelvis en sincronía con las penetraciones e papá. Entre los dos me estaban destrozando de placer.
—¿Te gusta la nueva faceta de tus hijas, papá? —preguntó Edith entre jadeos.
—¡Me enloquece! —gritó Elykner acelerando sus movimientos.
Mi culo se adaptaba bien a las dimensiones y formas del pene de nuestro padre. El placer era distinto a cuando lo tuve por delante, pero era placer a fin de cuentas. Ocasionalmente arqueaba la espalda o levantaba el trasero, Edith sostenía mi peso sobre su cuerpo y se frotaba entera frente a mí. Nuestros nódulos de placer se friccionaban, nuestros efluvios vaginales se combinaban. Besamos nuestras bocas cuando nos atravesó un nuevo orgasmo.
Aprovechando nuestra corrida, papá intensificó su follada en el interior de mi ano. Me enculaba deliciosamente y esto era un nuevo incentivo para ir acumulando temperatura. Mi gemela se debatía debajo de mi cuerpo, frotaba sus senos contra los míos, nuestros coños se besaban una y otra vez. Retorciéndonos y gritando volvimos a sentir el ascenso de la adrenalina. Primero fue Edith, quien gritando sobre mi rostro alcanzó la apoteosis del orgasmo lésbico.
Enseguida la alcancé, sintiendo que mi coño eyectaba una cantidad de fluidos que me hizo temer una deshidratación, enseguida Elykner sujetó mi cintura, penetró mi ano hasta hacer chocar sus cojones con mi coño y eyaculó poderosamente en lo más profundo de mis entrañas.
Caímos rendidos por el placer. La habitación olía a combate sexual. Papá consiguió arrastrarse hasta el baño y mi gemela y yo escuchamos nuevamente la ducha. Pedimos el desayuno a la habitación. Cuando llegó el empleado no tuvimos fuerzas para volver a vestirnos, de modo que lo recibimos tan desnudas como estábamos. El chico se fue con la cara roja y se olvidó de alargar la mano para pedir propina.
—Papá, báñate bien y ven a desayunar —solicitó Edith.
—Pedimos de todo para que repongas energías —señalé.
—Sí, Gemas. Enseguida salgo. ¿Cuál es la prisa?
—¡La prisa es que hay unas Gemelas ninfómanas que te esperan para ser saciadas! —respondí.
—¡Lo de esta mañana ha sido sólo el sexo para despertar, falta el de la tarde y el de las “buenas noches”! —informó Edith.
—¡Feliz cumpleaños, papá!
Nota de las autoras
Este relato es imaginario, pero no por ello menos ardiente. Elykner cumple treinta y nueve años este 26 de Septiembre. Ha sido nuestro maestro, guía, amante, originador y, en cierto sentido, incluso nuestro padre. Lo amamos con toda el alma y estamos seguras de que él nos ama a las dos juntas, sin preferir a una para desfavorecer a la otra. Respeta nuestros gustos, atiende nuestras necesidades individuales y conjuntas, escucha nuestros problemas, confía en nosotras y nos da todo cuanto tiene, sabe y puede.
Elykner ha sido el más grande factor de unión en nuestra relación lésbica filial. Lo amamos y nos ama. Si a esto le añadimos que es el mejor amante que hubiéramos podido encontrar, tenemos la receta para vivir muy felices los tres.
Nota de Naty (Natjaz Vasidra)
Conocí a Elykner en el momento más terrible de mi vida. Nuestra relación era de Cyber amigos, no más profunda que el contacto que pudiera tener con cualquiera de ustedes. El día en que estuve a punto de ser asesinada por mi ex esposo, conseguí enviar treinta mensajes pidiendo ayuda. Naturalmente, Edith intentó salvarme, pero nuestros mayores la encerraron, impidiéndole venir a mi casa.
Elykner, casi sin conocerme, sin siquiera haber visto una foto mía, condujo ciento veinte kilómetros, violó varias leyes, arriesgó su vida y su libertad por rescatar a una perfecta desconocida quien, por cierto, se divertía atacándolo en el foro de Trovaliterarte.
Entró a sangre y fuego, como un Uriel Vengador, como un Janus, Custodio De La Puerta. Luchó como un Macabeo, como un guerrero Benjaminita, como un Teseo o un Jasón.
Curó mis heridas físicas, me ayudó con mis heridas psíquicas. Me tuvo en sus manos y pudo haber terminado de destruirme, pudo convertirme en su esclava, en su sumisa, en su mascota o su juguete sexual. En vez de ello, me dio la fuerza y me mostró mi propio Poder Interior. Me enseñó a defenderme físicamente con el Krav Magá, al punto de que hoy, siendo una mujer menudita, podría derribar y lesionar gravemente a un luchador que me duplicara en peso y años de entrenamiento.
Todos los compañeros de vida comparten lo suyo con sus parejas, bueno, Elykner me cedió todos sus bienes y puso todas sus cosas en mis manos. Pudo haberme convertido en su esclava y en vez e eso me coronó, al lado de Edith, como su Emperatriz. Pudo haberme violado, asesinado, destazado y arrojado a cualquier vertedero. En vez de eso me empoderó, me dio las claves para ser fuerte, sana, feliz y buscar esa dicha que a veces siento inalcanzable o inmerecida.
Muchos hombres (con minúscula) le condicionan el orgasmo a la mujer, Elykner procura darlo una y otra vez. En los momentos de pasión, donde algunos aprovechan para llamar “zorra”, “puta” o demás ofensas a su pareja, él da juramentos de amor, agradece por la maravilla de compartir el sexo con nosotras y expresa la felicidad que lo llena por el placer de que estemos vivos.
Cuando tengo recaídas o depresiones, él está conmigo. Me secunda en mis locuras, propone métodos de acción para liberarme de mis demonios internos o combatirlos. Está ahí, siempre presente, aún cuando (no me enorgullece), en mis malos momentos, he utilizado las mismas armas y herramientas que él me dio en contra suya.
Todo esto ha sido desde el principio. Ha soportado los ataques cobardes de la familia de Edith y mía, ya que estamos rodeadas de gente racista, cruel, indolente, clasista, ultracatólica y bien priísta.
Siempre ha tenido con nosotras el detalle perfecto, las atenciones exactas, los tratamientos adecuados para cada situación. Nos considera en todo terreno y en todo momento, desde consentirnos en los días que tenemos la regla (¡Al mismo tiempo ella y yo, JA, JA, JA), hasta ayudarnos en proyectos escolares o declaraciones fiscales.
Es tanto el amor que nos tenemos que a veces nos vemos obligados a darnos unas semanas de distancia. No se trata de falta de amor, sencillamente nos pasamos el día soñando, jugando, haciendo el amor y disfrutando tanto que perdemos la noción del tiempo y las responsabilidades que este mundo impone. A esto le llamamos el “Síndrome De John Y Yoko”. Ese es un detalle que tiene el amor verdadero, es tan liberador que se aprende a desechar todo lo que no tenga que ver con la felicidad que brinda.
Trabajar en la calidad de una relación no es tarea para las malas épocas. Es una labor diaria que implica consideración, comprensión, apoyo, compañerismo y un espíritu de entrega y valoración inquebrantable. Amar es nunca permitir que la rutina nos absorba, que la monotonía haga decaer la relación, que el tiempo de convivencia se desgaste y pierda su brillo. Amar es compartir, conocer, explorar y procurar mantener vivo el deseo por el bienestar propio y de nuestro compañero. Estas cosas las hemos aprendido de Elykner, no solo en palabras, sino en ejemplo y ejecución 24/7/12/365.
La mayoría de los hombres buscan conquistar a las mujeres, Elykner siempre procura amar y compenetrarse. Como mujer, me siento bendecida por su compañía. Lo amo desde el ángulo heterosexual de la mujer que encuentra en un hombre los valores y virtudes del amante perfecto. Lo adoro desde la perspectiva de la mujer bisexual que se sabe comprendida por un compañero que, lejos de escandalizarse, acepta y secunda las cosas que horrorizarían a casi todos los hombres. Lo idolatro desde el punto de vista de la mujer que tiene una relación lésbica con alguien de su propia sangre, relación a la que Elykner no se opone, que no le asusta ni le hace sentir amenazado. Si Elykner se desgarrara las vestiduras por algo, sería para quedar totalmente desnudo y compartir con nosotras los placeres del sexo sin complejos.
Nota de Edith
Fui la adolescente rebelde que se sentía (y era) rechazada por sus padres biológicos. Fui la criatura revoltosa, ansiosa de conocimientos, con hambre de crecer y convertirse en mujer. Fui la chiquilla que, desde la pubertad, encontró su identidad sexual y supo autodefinirse, primero como lesbiana y después como bisexual. Fui la chiquilla inquieta, necesitada de consejo, protección y un calor de familia que mis padres nunca supieron ni sabrán brindar.
Elykner fue la figura paterna que me orientó. Fue el guía que me llevó de la mano a una autonomía de pensamientos y sentimientos. Fue el HOMBRE que, sin saberlo, desnudó mi alma para liberarme de todo complejo y cargo de consciencia por mi naturaleza “diferente”.
Durante esos años de adolescencia me amó y me cuidó como un padre “normal” vela por su hija. Jamás me faltó al respeto, ni me miró con morbo o me “tocó accidentalmente”.
Me enseñó a defenderme físicamente con el Krav Magá, me enseñó a conducir, montar a caballo, disparar armas de fuego y con arco, correr en motocicleta, cocinar, jugar al póker y muchísimas cosas más. Aprendí de él a ser caritativa, generosa, independiente, creativa, dinámica y a luchar por las cosas que amo.
Impulsó e inspiró mi fantasía, me regaló cuantos libros quise leer, me brindó todo el calor que faltaba en mi casa. Era inevitable que, aún considerándome lesbiana y aún enamorada de Naty, me enamorara TAMBIÉN de Elykner.
Le entregué mi virginidad en un acto de amor, siempre en presencia de Naty y con ella de acuerdo, sin mentiras ni traiciones idiotas. Él temía que nuestra relación Padre—Hija y la magia no erótica que ambos habíamos creado juntos se difuminaran. Fueron temores infundados. Con su amor desperté a nuevos niveles de felicidad.
Gracias a Elykner hemos encontrado la mayor dicha erótica que pueda concebirse. Él nos enseñó el camino para convertirnos en las Diosas Sexuales que toda mujer debería aspirar a ser.
Amando y siendo amada por Naty y Elykner tengo lo mejor de dos mundos.