Gema. La novia de mi amigo

Mi amigo David, más conocido como El Chuli, siempre ha sido un mentiroso compulsivo e incluso sobre Gema, su chica, en materia sexual. Esa tarde iba a comprobar si todo aquello sobre su novia era cierto o sólo exageraciones y fantasías.

Gema. La novia de mi amigo

Mi amigo David, más conocido como El Chuli , siempre ha sido un mentiroso compulsivo e incluso sobre Gema, su chica, en materia sexual. Esa tarde iba a comprobar si todo aquello sobre su novia era cierto o sólo exageraciones y fantasías.

Mi amigo David, más conocido como El Chuli , siempre me había dicho que su novia, Gema, tenía unos pezones grandes y hermosos, que en la cama era un volcán pero que, para desgracia de él, siempre lo dejaba a medias y además era autoritaria y que cuando le comía la polla le daba cada bocado salvaje que, aunque le hacía algún daño, era una auténtica delicia. A decir verdad, yo no me fiaba mucho de David ya que era un mentiroso nato y no podía confiar en absoluto en sus palabras, aunque lo de los pezones y lo de la fiera sí que me lo creyera. A la vista estaba que Gema era un pedazo de hembra, una mujer de bandera: alta, media melena rizada de color castaño claro casi rubio, de cara graciosa y con pecas, con un culo aceptable, un buen par de tetas y un clítoris muy desarrollado (esto último según un sueño que tuve) y con temperamento y personalidad y yo tenía la convicción de que era ardiente, es más, fantaseaba en mis trabajos manuales con que gritaba mucho y cabalgaba salvajemente. Sinceramente he de decir que Gema me ponía muchísimo y yo sabía que ella se sentía atraída por mí.

Bien pues, resulta que una tarde, caminando sin rumbo fijo, fui a parar a casa de Gema, quien me recibió muy afectuosa, tal y como era ella con las amigas y los amigos. Llevaba una camiseta larga que le llegaba más o menos por las rodillas y la hacía ver muy sexy bajo la que se distinguía su ropa interior. Estaba sola en casa porque su familia se había ido a pasar unos días a su pueblo y ella debía quedarse por exámenes. Estaba en la sala echando un vistazo a una revista adolescente, que me puse a mirar con ella. Ella se sentó en una silla, junto a la mesa y yo me coloqué frente a ella en el sofá, que era un poco bajo. Cuando llegamos al típico test de estas revistas, me pidió que se lo hiciera. Trataba sobre la comunicación en las relaciones sexuales de pareja y, según me decía comentando las preguntas, David no la satisfacía porque no aguantaba nada y la dejaba siempre a medias y porque nunca se había comportado como un macho ni le había sabido dar lo que ella necesitaba pues a lo sumo sólo le ofrecía El Minuto del Amor . ¿Quién mentía entonces? Estaba a punto de comprobarlo.

Como estaba sentada, su camiseta estaba un poco subida y yo, desde el sofá, pude ver sus braguitas blancas que parecían un poco mojadas. Mis miradas no eran nada discretas y Gema se dio cuenta de que me estaba perdiendo entre sus piernas y en vez de cerrarlas, las abrió un poco más para ofrecerme un mejor panorama. Mi pene reaccionó con una erección de caballo que, evidentemente, no pude disimular y así estuvimos hasta que me invitó a su cuarto con algún pretexto. Sin dudar, la seguí y cuando entramos, me desabrochó los pantalones y me los bajó rápidamente. Gema se quedó admirando mi bulto, que seguía firme bajo mi bóxer y no tenía visos de agacharse; luego, de un empujón me sentó en su cama, grande y blanda como si tuviera un colchón de agua y muy despacio, desabrochando mi camisa, se arrodilló ante mí. Por lo visto, tenía ganas de probar mi verga, máxime cuando me quitó los calzoncillos, ya que descubrió una buena herramienta: grande, gruesa y bien rígida. Me la acarició y apretó y sin quitar su vista de mis ojos, inició una paja fabulosa, lenta y desesperante pero rápida y violenta en ocasiones, moviendo sus dos manos a lo largo de mi lanza. Yo estaba deseando que me la comiera y ella sabía que si no se la metía pronto en la boca me iba a volver loco, por eso me hacía desesperar más; por eso y porque pensaba por anteriores experiencias con otros que si me derramaba, se acabaría la fiesta. Me confesó que tal aparato con ese buen par de pelotas le parecía increíble y que cualquier otra a su lado le parecía una miniatura. De sólo oír esto, mi verga creció un poco más y se me puso más dura todavía y yo, tan caliente como estaba, sólo le dije que aprovechara la ocasión. Gema me miró de nuevo y sin una palabra acercó su boca a mi miembro y entonces, como una fiera en celo, me mordió en el tronco, tal y como David me había contado que hacía. Grité pero me gustó. En ese preciso instante pude comprobar no sólo que ése era su modus operandi , sino también que Gema era dominante en la cama, lo que me hizo pensar que tendríamos guerra y que ésta nos iría muy bien o muy mal, sin posibilidad de término medio.

Sonrió dándome a entender que todo se acababa ahí, que me iba a dejar con las ganas pero no fue así. Me dio una mamada impresionante. Después del mordisco sorpresa, inició una serie de rápidos lametazos desde las pelotas y a lo largo del tronco para seguidamente meterse en la boca cuanto le cupo de mi miembro. Quiso comérmela toda de una tacada pero le fue imposible, así que se dedicó a intentarlo poco a poco mediante movimientos de sube y baja mientras su lengua permanecía activa rodeando mi miembro y proporcionándome un gran placer. Yo suspiraba de tanto gusto. A todo esto, sus manos estrujaban y sobaban mis pelotas mientras que una de las mías se metía bajo sus empapadas bragas para confirmar mi sueño premonitorio del gran clítoris de Gema y para arrancarle sus primeros gemidos con caricias en su perla y las suaves incursiones de uno de mis dedos en su raja. Estaba toda empapada, saqué un momento mi dedo bañado en su almíbar y lo chupé ante sus ojos; esto la excitó muchísimo, tanto que cuando mi mano volvió a su chocho, éste estaba más encharcado que antes. Luego de conseguir tener mi piruleta entera en su boca y aguantarla dentro un momento, empezó a pajearme con sus carnosos labios sólo el glande, metiendo la lengua en su agujero y pasándola por el frenillo, lo que me hizo exhalar intensos suspiros. Después de un buen rato, tal vez quince minutos desde bocado aquél, Gema seguía cascándomela así pero además con las manos trabajaba mi tronco y mis pelotas. Sin detener la actividad manual, levantó la cabeza sorprendida para decirme "¿Es que no te corres?". "Aquí hay cuerda para rato" le contesté y le saqué la camisola y la subí a la cama.

Mientras nos dábamos el lote, se lanzó sin reparos a por mi paquete, me quitó la camisa y le saqué sus bragas que pesaban más de lo normal por la cantidad de flujo que había evacuado. La puse sobre mí pero invertida y se quitó el blanco sujetador con encajes para sentirse más cómoda y hacer mayor el contacto entre nosotros, de este modo me acariciaba constantemente con sus grandes pechos en cada ocasión que estampaba sus tetas contra mi abdomen, lo que me hacía disfrutar cada vez más. Ya en bolas, formamos un memorable 69, ella arriba y yo abajo. Contemplé su maravilloso coño rubio y pelirrojo a la vez. Parecía un bizcocho borracho de lo empapado que estaba y atraído por el aroma de mujer que su sexo exhalaba decidí demostrarle por qué me llamaban El Lobo y empezaría dándome un goloso banquete empezando por sus carnosos labios mayores, que apreté suavemente con mis dientes; luego vino el turno de los menores, amplios también, los cuales sujeté con labios y dientes y aspiré tirando de ellos cuanto pude. Gema gemía y gozaba. A continuación, golpeé con un dedo su dilatado clítoris provocando una especie de descarga eléctrica por su cuerpo que ella transmitió al mío. Se sentía muy rico pero como ese botón había sido mi sueño y también mi deseo, estaba realmente ávido de devorarlo, así que repetí la operación con la puntita de mi lengua; después lo coloqué entre mis labios y lo aspiré con gran dedicación y empeño en que disfrutara. Al mismo tiempo, dos dedos en su coño exploraban ya su territorio oculto y sin ningún problema alcancé su punto G, que estimulé provocando el delirio de mi amante. Gema sufría convulsiones irrefrenables por el clímax al que la estaba llevando y sujetaba firmemente la base de mi miembro mientras movía su cabeza arriba y abajo sin sacar para nada mi polla de dentro de su boca ni reprimir sus lujuriosas manifestaciones apretándomela con furia por medio de sus labios. Luego me acarició el pene de arriba a abajo y así, masturbándome con su mano, su boca fue directa a uno de mis huevos, me lo mordió con algo más de delicadeza de la que había empleado con mi tranca e inmediatamente se dedicó a lamerlo y besarlo regalándole las mejores atenciones a mi par de pelotas, llegando a metérselas en la boca.

Se entretuvo bastante rato con mis cojones y yo, entre placenteros cosquilleos, hambriento de su conejito, estampé mi cara contra él y saboreé sin hartura esos jugos que antes había probado. La novia de mi amigo subía por mi estaca dándole un buen repaso con besos y lametazos a la vez que sus labios vaginales tanto mayores como menores se asemejaban a una flor abierta, como si esperaran recibir mi pene para darle un cálido abrazo e invitarlo dentro donde ardía la hoguera del deseo pero en ese momento lo que recibieron fue mi lengua que entraba y salía por su rajita. Pero Gema quería más y para ello me acercaba más su preciado tesoro. Entonces llegó el momento de desplegar por completo mi legendaria lengua en el interior de ese pastel en que se había convertido su pucha. La metía, la movía de un lado a otro y la sacaba para regresar al punto de partida: su excepcional botón. Esto la enloquecía y la hizo rugir. No me podía creer lo que ocurría: Gema estaba teniendo un orgasmo brutal y mi cara estaba siendo anegada por su eyaculación, que gustoso recibí y paladeé. Se encontraba tan fuera de sí, y tanto era así que, esta vez sí, de un golpe se introdujo mi verga totalmente en su boca y, no contenta con ello, comenzó a succionarla con avaricia. Seguía engullendo de principio a fin mi (creo que más que nunca) gran tranca. Y tanto la había calentado que aceleró los movimientos hasta que de pronto se detuvo y, sin yo esperarlo, me dio una nueva mordida pero esta vez en el glande, muy sensible, y sin contemplaciones con lo que me arrancó tremendo grito que hizo temblar las paredes del cuarto. Como comprobé, Gema era una auténtica fiera en la cama y no sólo en sentido figurado, ya que sacaba a la luz sus instintos más básicos. Al ver que no me vaciaba pese a su gran trabajo, me ordenaba: "¡Dame, Lobo !… ¡Córrete, cabrón!" Y me decía: "¡Vamos, puto!… ¡Córrete ya!"; me insultaba pero no me importaba porque era su forma de ser y necesitaba hacerlo para dar rienda suelta a su pasión; además, a mí me encanta que me una mujer grite y me insulte cuando tenemos sexo.

La recosté sobre su espalda, con la cabeza en la almohada y me dijo que El Chuli no aguantaba nada en la cama y nunca se había comportado como un macho ni le había sabido dar lo que ella necesitaba. Me limité a dirigirle una mirada seductora y le solté: "El espectáculo sólo acaba de empezar". En ese instante, mis ojos se clavaron en sus pechos, potentes, con los pezones como su novio me había contado, bien grandes rodeados por una areola más clara. Fui hacia ellos. Mis manos llegaron antes y primero los acaricié y pellizqué esos bellos y duros salientes pero el deseo crecía y pasé a amasarlos de una manera irracional. Inmediatamente los lamí y babeé pues la boca se me derretía de tanta delicia. Finalmente me dediqué a los botones objetos de mi deseo: los lamí y besé y los succioné como si me amamantara de ellos, alimentando mi fuego en cada chupada y lo mismo que un animal en época de apareamiento los mordí tirando de ellos, causando un gran placer a esa hembra que no paraba de entregarme sus besos y caricias.

Monté sobre ella y recorrí con mi miembro toda la extensión de sus senos hasta que la encajé en su canalillo y allí Gema la aprisionó. Levanté su cabeza y doblé la almohada para que quedara incorporada y me la mamara mientras me masturbaba con su buen par de domingas pero antes le di un largo beso con sabor a ella durante el cual nuestras lenguas se enredaron en una erótica danza que nos hizo comprobar que todo estaba marchando muy bien. Con el pico bien encasquetado entre esos dos monumentos, me moví con una buena cadencia que nos proporcionaba a ambos un placer indescriptible, ya que durante el vaivén, alcancé el chochito peludo de mi compañera de viaje y le hice un dedo deslizándome dentro y fuera de su concha con el mismo ritmo que llevaba el resto de mi cuerpo. Y digo compañera de viaje porque mi falo parecía una caravana cruzando a través del Gran Cañón del Colorado hasta llegar a un placentero cobijo con una hoguera, el cual era esa boca lasciva que despertaba mis ansias de desenfreno y que me hacía sentir muy rico cuando mi tranca alcanzaba los gruesos labios de Gema, quien permitía la entrada casi completa pues movía su cabeza adelante y atrás.

Masturbándola, me di cuenta de que aún estaba súper-lubricada y que era una putita muy difícil de saciar pero en ello estaba, proporcionándole placer hasta que estuviera colmada o me agotara en el intento de complacerla. Nuestras voces, mantenían un ritmo similar ya que los movimientos de mi dedo en su interior iban acompasados. Sin embargo, cuando no lo esperaba, realizaba un ejercicio circular dentro de su coño que alteraba la cadencia de sus suspiros. Como era de esperar, mis gemidos se volvieron cada vez más intensos, pues ya me venía. Gema aplastaba mi polla con sus melones como una plancha en el desguace a un coche y seguía mamándomela mientras yo bombeaba más y más hasta que inundé su boca con mi esperma; reaccionó un poco tarde y entonces se la sacó, de modo que acabé de correrme en su cara y en sus globos.

Pareció enfadarse pero se tragó todo lo que había alojado en su boca y con sus manos limpió la leche que le había caído encima, luego llevó un dedo untado a mi boca y otro a sus labios y como un cocinero que prueba el asado, hizo un gesto en señal de aprobación. La verdad es que me desconcertaba porque cuando bajé de mi cabalgadura, se acostó de lado dándome la espalda como enojada por no haberla avisado cuando iba a vaciarme. Pensé (y luego corroboré) que sólo era un juego pero persistía en su comportamiento, de modo y manera que para aplacarla, me acosté detrás pegado a ella y empecé a recorrer todo su cuerpo con el mío sin despegarme en ningún momento de ella. La verdad es que ambos estábamos disfrutando muchísimo con las caricias que le estaba regalando; tanto que mi pija volvió a animarse y otra vez estaba firme y tiesa como si nada hubiera pasado pero Gema, al sentirlo, se giró de golpe y me dijo que estaba muy cachonda, sorprendida y halagada puesto que David no quería o no podía seguir después de correrse.

Para continuar la fiesta, me arrodillé en la cama entre sus piernas y me agaché con mi cara a la altura de su entrepierna. El aroma que emanaba de su jardín me encendía más y más; era olor a sexo, a deseo a pasión… Gema se abrió cuanto pudo invitándome al festín y elevó un poco el culo para facilitarme el trabajo. Estaba ansioso por volver a darme ese banquete tan soñado del que aún no estaba saciado y no iba a desaprovechar la ocasión de repetir. Pasé mi lengua desde abajo hacia arriba por su rajita, haciendo fuerza para abrirme paso entre tan carnosos labios y llegar a su clítoris que estaba rígido y erecto, incitando a mis labios a apretarlo con fuerza, lo que enloquecía a la novia de mi amigo. Tenía sed de esos fluidos que no dejaban de lubricar a Gema y me abastecí de ellos mientras mordía sus generosos pares de labios hasta que decidí alcanzar la fuente de la que manaban, de manera que tras poner sus piernas sobre mis hombros, le introduje la lengua entera (que es grande) obsequiándole con un mete saca que la hacía gritar: "¡No pares, cabrón!" y yo la complacía con toda mi cara presionando su sexo para entrar más en ella, quien me encerraba entre sus piernas, retorciéndose del placer que le estaba proporcionando. No sé si se corrió nuevamente porque de hecho estaba ya muy mojada pero creo que sí porque el sabor de sus fluidos era distinto, más ácido, como recordaba de hacía un rato. Gema me agarraba fuerte de la melena y me estrellaba contra su coño; no paraba de gritar "¡Métemela ya, cabrón!… ¡Vamos, puto, fóllame!". Y como sus órdenes eran mis deseos no me pude negar y me incorporé para darle lo que no dejaba de pedirme con insistencia.

Me puse de rodillas y ella se quedó admirando mi miembro con cara de vicioso deseo pero también de algo de preocupación por si la rompía cuando le metiera mi cipotón pero la tranquilicé diciéndole que estaba tan mojada que entraría sin problemas. Me entretuve contemplando todo su cuerpo; Gema pareció desesperarse y se recostó apoyándose en sus antebrazos y con los pies sobre el colchón, abriéndose de piernas esperando que me pusiera sobre ella para que la penetrara con mi herramienta. Estaba claro que lo que ella más quería en ese momento era follar y yo me moría de ganas de meter mi polla en su coño pero la hice desesperar un poco más recorriendo su portal a la gloria con todo mi paquete; ella se movía intentando capturar mi verga con su coño pero yo era más hábil y escapaba de su trampa. "¡Métemela, puto!… ¡Fóllame ya!" me ordenaba pero yo me hacía de rogar y sonreía, lo que la ponía más caliente. "Todavía no… espera" le dije y justo después, dejándome caer sobre sus acogedores y bien dotados senos, de un solo empujón se la clavé entera, se la metí hasta el fondo.

Enterré toda mi verga hasta las pelotas entre esas esponjosas paredes que a marchas forzadas se amoldaban masajeándola a mi tranca, la cual alcanzó lo más hondo de su vagina sin ningún problema, ya que una nueva corrida de ese chocho facilitó la entrada. Gema soltó un suspiro como si dijera su última palabra y me rodeó con sus brazos y sus piernas aprisionando mi pene con sus músculos vaginales. Levanté mi cabeza para ver su cara y descubrí que tenía la boca algo desfigurada a causa del placer. La besé y, como si ese beso le devolviera la vida, aprovechó la ocasión y me metió la lengua todo cuanto pudo. Fue un beso muy largo e intenso. No nos acariciábamos sino que nos agarrábamos con todo nuestro vigor para empujar con todo. Yo la sujetaba firmemente de sus hombros y ella se valía de sus piernas alrededor de mi cintura para impulsar su cuerpo. mis bolas golpeaban con sus labios vaginales y mi pubis frotaba su clítoris y eso la encendía más y la llenaba de satisfacción. Éramos dos folladores natos jadeando como perros pero Gema pareció perder fuelle… nada más lejos; lo que pasaba era simplemente que quería dejarse hacer, comprobar mi nivel sexual y reservarse para después. Me decía con poca voz: ¡Me estás llenando entera!.

En ese momento, me incorporé y puse una de sus piernas en mi hombro; me incliné hacia delante y mi polla estimuló nuevas paredes de esa vagina tan mal empleada hasta el momento. Cambié de pierna para finalmente acabar con las dos sobre mis hombros y volcado sobre Gema. Era una posición verdaderamente profunda y casi mi verga se queda corta pero no fue así. Bombeaba y no me cansaba de darle. Nuestros gemidos iban al mismo ritmo que el empuje hasta que ella empezó a chillarme: "¡Me corro, cabrón"… ¡Qué bien me follas, cabrón!… ¡Eres un puto de los mejores!… ¡El mejor!… ¡Me corro!". Y así fue. Una eyaculación de las mejores que desbordaba su recipiente y resbalaba por su culo y su vello púbico, bañando su clítoris, mis pelotas y por supuesto mi polla, alojada en su coño y entrando y saliendo ansiosamente como si extrajera petróleo.

La hasta entonces insatisfecha novia de mi amigo estaba exhausta pero recuperaba el aliento rápidamente. Como había estado los últimos momentos descansando , sin sacarse mi miembro, se abalanzó sobre mí y quedó montada a horcajadas. Gema sabía como menearse para recibirme profundo y fácilmente se la clavaba enterita y después de unos movimientos circulares para encajársela, montándome de cuclillas, me enseñó su chocho con el vello color fuego pegado de tanto flujo derramado. Entonces, empezó a galopar sobre mí arriba y abajo. La forma en que se deslizaba en cada salto de Gema mi miembro hasta el fondo de su sexo a ese ritmo loco que imprimía nos arrancaba un sollozo tras otro a los dos que acompañaban al sonido del golpeteo de su culo con mis piernas. Sus tetas botaban, dándome un excitante espectáculo privado digno de recordar. Agarré cada una con una mano mientras Gema ponía las suyas en mis hombros, alrededor de mi cuello para tomar buen impulso. El sudor no nos permitía abrazarnos bien y nuestras manos resbalaban por el cuerpo del otro.

Era un auténtico volcán y tanto es así que tuve que obligarla a rodearme con sus piernas y de ese modo girarme para apoyarme en el suelo y mejorar la estabilidad. Cuando lo hice, cayó por su propio peso y mi verga se alojó de un solo golpe, chocando con lo más hondo de su vagina. Noté como si se me tronchara la polla con esa caída pero fue placentero al sentirme en ese ardiente refugio. Ella se movía con más ímpetu, rodeándome bien con sus extremidades pero pronto se colocó de rodillas para menearse a su antojo y cada vez que se balanceaba clavada en mi cruz, sus gemidos aumentaban convirtiéndose en verdaderos gritos. Sentía cómo se la clavaba hasta el fondo y entre orgasmo y orgasmo sólo mediaban pequeñísimos intervalos. Cuando percibió que la frecuencia y la intensidad de mis gemidos iban en aumento, me dijo: "¿Te gusta, cabrón?" y me mandaba: "¡Aguanta, cabrón, no te corras ahora!" pero yo estaba aún muy lejos de vaciarme, por lo que le respondí: "¡Aguanta tú, puta!" o "¡Zorra, se te va a escocer a ti antes!" y cosas así que la excitaron más todavía y provocaron que de nuevo se pusiera en cuclillas para ofrecerme su mejor panorama sexual. Yo la agarraba del trasero y gozaba babeando sobre su buen par de tetas y mordiéndolas como un animal, Gema clavaba sus uñas en mis hombros, en mi espalda y se movía cada vez más deprisa, más salvaje y poco a poco de nuestras gargantas sólo emergían gritos tan fuertes que retumbaban en las paredes de la habitación.

El coño de Gema empezó a temblar, oprimiendo con fuerza mi pene: estaba al límite y se negaba a reconocer la evidencia pero no se contuvo y bajando el nivel de autoridad me rogó todo lo contrario que antes: "¡Córrete!… ¡Suéltamelo todo!… ¡Córrete en mí!" y, como si me culpara con su mirada, añadió: "¡Me corro, me corro!" y estalló en un orgasmo brutal. Nunca había oído a una mujer gritar y gemir de esa manera con un orgasmo. Esos gritos y la sensación de mi pene preso dándose un ardiente baño en su vagina hicieron que ya no aguantara más y también me corriera dentro de su chumino, lanzándole violentos disparos de buena leche que la quemaban por dentro y satisfacían su petición. Gema cayó sobre mi cuerpo, aunque seguía y seguía empujando hasta que se desplomó rendida. Podíamos sentir la mezcla de todos nuestros fluidos: nuestro sudor y su corrida y mi semen que desbordaban su coño. Lentamente, mi verga fue perdiendo la erección y acabó saliendo de tan acogedor cobijo. Nos acostamos un rato en la cama para reponer fuerzas entre caricias y besos y decidimos darnos un baño de espuma relajante (aunque no lo fue tanto).

Parecía que hubiera liberado en sólo una tarde todo el placer que tenía reprimido. "¡Pobre mujer insatisfecha por un niñato!" Reproché. Quedó tan satisfecha conmigo que cuando nos despedimos me hizo prometerle que lo repetiríamos pronto –quizá lo cuente algún día. En el camino a casa venía recordando todo y me calenté de nuevo. Empalmado, llegué a casa y me masturbé pensando en lo que podría pasar la próxima vez; no sé, tal vez al día siguiente, pero no era menester parecer desesperado (por si Gema se creía dominadora de la situación) y mejor incrementar la ya suficientemente grande necesidad en Gema, una mujer completa cuyo novio era, incluso en la cama, un auténtico crío que, contradiciéndose a sí mismo, contaba a veces que él echaba tres, a veces que Gema era una fiera y otras que le dejaba siempre a medias a medias a las primeras de cambio; tal vez no pensó que ella me confesara que era él quien la dejaba insatisfecha y no era capaz de hacerla acabar ni siquiera el primero. Quizás ni se imaginaba que me tiraría a su novia.