Gay, Casos de la Vida Real

CONTIENE FETICHE; La aventura que nos envía Alfredo está muy buena, patas, sudor y sexo; ustedes juzguen si será o no realidad; disfruten y comenten.

Hola mis lectores, ¿cómo están?, espero que bien, ¿les gustó el relato pasado?, seguramente que sí, bueno pues les traigo otro relato más para esta su ya gustada sección, pero antes de comenzar necesito saber qué nombre les gustaría para esta sección, necesito que me digan opciones al correo o en comentarios; bien sin más que decir, comencemos.

“Patas, sudor y sexo”.

Hola ya antes había leído el relato de los albañiles y luego de masturbarme y fantasear mucho, deseaba que me pasará algo así; nunca pensé que después de anhelar y desear un momento así, pues por fin, por fin se me logró probar albañiles; les cuento:

Me llamo Alfredo; Freddy para los cuates; tengo escasos veinte años, soy fetichista de pies de hombres, tengo piel blanca, lampiño, delgado, peso 53 kilos y mido 1,68, cabello castaño ondulado largo, ojos miel avellana y lo que me sucedió fue en mi casa; bien todo paso hace un mes, en el segundo piso de mi casa, mis padres contrataron a unos albañiles para que ampliaran y remodelaran una recamará, anexando un baño; las cosas comenzaron bien, con los trabajadores llegaban a las 8 de la mañana y se iban a las 6 de la tarde; un día cuando se estaban por ir, subí para ver si mi gato andaba arriba y justo cuando estaba subiendo los últimos escalones, vi a los albañiles cambiándose su ropa de trabajo y algo que me súper excitó, el cambio de calzado de ellos, ¡wow!, tuve que disimular mucho mi excitación y sólo dije nervioso.

– Buenas tardes, una pregunta, ¿no vieron mi gato?

Uno de los albañiles me respondió. – No chavo, para nada.

– Bien, gracias. – Dije nervioso y cuando estaba bajando él se siguió cambiando sus botas por los tenis y bueno, la excitación de querer oler me llamaba mucho la atención.

Ellos creo que notaron mi morbosidad, pero sin decir algo, les dio igual; el rollo fue que cuando se fueron, yo subí de nuevo sin que me vieran mis familiares y al ver las botas de los trabajadores, mi corazón latió fuerte, me puse nervioso, no sabía dónde comenzar, me acerqué primero a los tenis azules polvosos junto a unas botas negras y otras botas café; tomé los tenis muy nervioso y me fui acercando a mi nariz; tan sólo el simple hecho de comenzar a acercarme el tenis, el olor a agrio me estaba gustando; me lo acerque completo y comencé a olerlo primero; olían a queso rancio, con humedad y fruta podrida; coloqué ese tenis junto a su par y vaya sorpresa, en el otro tenis estaban hechos bola las calcetas de uno de ellos, entonces yo dominado por la calentura, me acerqué y saqué los calcetines y comencé a olerlos, uff el hedor era más intenso en las calcetas que ya no eran blancas, estaban negras, mojadas de tanto trabajar; estaba tan metido oliendo ese aroma a queso rancio, totopos y fruta podrida que no me daba cuenta de que uno de los albañiles se había regresado debido a que olvidó su teléfono en una cubeta; al voltear con la mano en mi cara y la calceta; mi reacción fue de mucha pena, por lo que los aventé y no supe que decir; él sólo me miro, movió su cabeza y dijo.

– Huelen a macho, ¿verdad?

Yo nervioso sólo me sonreí, me puse bien rojo y no dije más, sólo él se fue y ya.

Pasaron los días y notaba que los albañiles ya no dejaban su calzado en donde los ponían siempre, sino ahora los dejaban subiendo las escaleras, así como diciendo “este es tu bufete, atáscate”; y sí, eso hice, subía sin que me vieran, me sentaba en los escalones y comenzaba a olerlos, me turnaba oliendo ese intenso olor a patas de macho, de sudor, me excitaba; escuché ruido y luego aventé las calcetas y me hice menso un rato mientras mi hermana subía a tender ropa y volvía a bajar; no me podía levantar porqué tenía una erección inmensa, no imaginan cuan duro estaba; bueno eso sucedió un día y recuerdo bien que fue un sábado dónde yo me quedaba en casa solo, debido a que mi familia tenía cosas por hacer y yo me quedaba en la casa con los albañiles; estaba viendo la tv en la sala y en eso escuchó una voz decir.

– ¡Oiga, oiga, señora, señor, ¿alguien?!

Me levantaba, me asomaba y veía que era aquel muchacho que había olvidado su celular; lo miré un poco nervioso y pregunté. – ¿Sí diga?

– Oiga joven, me podría regalar agua.

– Claro que sí, sí.

Rápido tomaba un vaso de cristal mediano y le preguntaba. – ¿Agua natural o de sabor?

– Natural de favor.

En lo que servía el agua, él se acomodaba su pantalón roto de varias partes y se lograba ver su bóxer negro; me volteaba le daba el vaso y sin querer veía su bulto y el albañil se tomaba rápidamente el agua y me decía. – ¿Me podrías regalar más?

– Sí claro.

– Nuestros dedos se rosaban y en eso nos mirábamos y ligeramente nos sonreíamos, reaccionaba y dije. – Bien, te serviré más.

Me volteaba y en el reflejo del microondas el albañil no dejaba de verme mi trasero, me volteaba y le daba de nuevo el vaso, de inmediato se bebía el agua y me decía.

– ¿Me regalas otro vaso más?

– Sí.

Haciendo la misma acción, notaba que sí, efectivamente me miraba él mi trasero; le daba el vaso, se lo bebía de prisa y se acomodaba la entrepierna diciéndome apenado. – Oiga joven, lo vuelvo a molestar, esta vez ¿me podría dar chance de pasar a su baño?

– Sí, claro adelante, es por aquí.

Lo guiaba, le prendía la luz y cerraba la puerta; por la morbosidad de ese sabroso morenote albañil, me detuve cerca del pasillo y escuchaba ese gran chorrote de orines y en mi mente dije. – “Sí así es el chorro, ¿cómo será la manguera?”

Cuando estaba entre mis pensamientos no me quité a tiempo y la puerta del baño se abría y él se estaba apenas acomodando su pantalón; ambos nos miramos, me sonrojé muchísimo y él me decía.

– ¿Se escuchó el chorrote, verdad?

– ¿Qué, qué, perdón? – Nervioso me puse ante esa mirada tan dominante, tan de macho, tan de hombre viril.

– ¡El chorro de meados! – Me dijo serio.

– ¡Ah, sí, sí escuché!, creí que era una manguera.

– Nah, nah. – Se reía diciendo. – Parece manguera, pero no lo es, es chica.

– Ah ok, bien. – Me daba media vuelta y él me preguntó con tono nervioso. – ¿Lo quieres ver?

– Estando de espaldas a él me sonreía, mis ojos casi se me salían de la emoción y fingiendo nervioso decía. – No, no, cómo cree, no, yo respeto.

– Esquivaba su mirada y él me decía. – Anda, yo sé que quieres, te caché oliendo las calcetas apestosas de mi compañero, ¿te gustan los olores de macho verdad?

– Nervioso no sabía que decir. – ¿Te hablo, te gustan los olores de macho?

– Pues sí, aquí entre nos sí. – Le respondía algo tenso.

En eso de forma inesperada, se desabrochaba el pantalón, se bajaba ese bóxer negro casi gris de lo despintado que estaba por tanto uso y se sacaba ese ¡inmenso animalón!; era negro, muy peludo, demasiado peludo, no estaba tan erecto pero era de un grosor de buen calibre; me admire de verlo y dije.

– ¡No mames, esta grande!

– ¿Crees? – Me preguntaba morbosamente mientras se movía de lado y poco a poco se iba poniendo duro.

– ¡No mames, sí se ve grande!

– No, no lo está. – Lo puso bien erecto y sí, efectivamente era de un grosor impresionante y ¡cómo si fuera un sueño erótico o una película porno!

¡Tomaba mi mano y la colocaba sobre su verga! Diciendo. – Órale, vas, chúpalo.

Me agaché y ese hedor de macho, de meados, sudor, humedad me drogó y me prendió hormonalmente; siendo sincero me veía torpe mamando debido a que ese grosor era de verdad ¡impresionante!

– ¡Oh sí, sí putito, la mamas bien, si!

Sus expresiones no se escuchaban debido a que arriba estaban rompiendo y trabajando los demás compañeros de él. – ¿Sabes?

– Me decía mientras me apartaba un poco para respirar, dejándole un hilo de saliva espesa en su verga. – Te estuve viendo bien y tienes culo de vieja, apretado y me llamó la atención.

– ¿Quieres verlo?

– ¿Se podrá?

– Claro que sí.

– Pero no pienses que soy puto ¡eh!, sólo me llama la atención.

– Sí, entiendo, ven, vamos a mi recamará.

Lo guiaba a mi habitación y encendía la luz; él de nuevo se desabrochaba su pantalón se bajaba ese bóxer y su pene estaba lubricando demasiado, estaba muy espeso; lo miraba, preguntando una vez más.

– ¿De verdad quieres verlo?

– Sí, sí, sólo de imaginarlo como es estoy así, ¿qué no ves?

Como estaba usando pans, fue fácil bajarlo enseñando mi bóxer de licra amarillo. – Date una vuelta.

Me giraba suavemente tratando de entender que esto era real, era de verdad. – ¡Wow, sí tienes buen culito!

Se me acercaba, me tomaba del abdomen con sus manos rasposas y apretando fuerte me daba un delicioso arrimón y al oído me decía. – ¡Te lo quiero meter!, pero, ¿aguantarás?

– Pues vamos a intentar.

Me bajaba él rápido el bóxer sus manos parecían lijas raspar mi suave piel. – Tienes piel de nena, muy suave, muy delicada, debes volver locos a los hombres.

– ¿Por qué no lo compruebas?

– Eso haré.

Arqueaba un poco y escupía en su verga una gran flema, yo usaba mis manos para abrirle paso y sin intentar o juguetear, ¡huevos! Lo metió de un solo golpe. – ¡Ah no mames, duele!

– ¡Querías probar, ¿no?, aguanta!

Lo empujaba más y sentía algo escurrir entre mis muslos, era sangre, pero él siguió empujando, sacando, empujando y sacando hasta que me fui relajando; estaba lagrimeando, pero me tenía que aguantar debido a que debía demostrar que a pesar de ser maricón, soy un buen aguantador de verga; la excitación pudo tanto, que cuando lo sacó, me dijo.

– ¡Aguanta, estoy sudando, me quitaré la playera!

Al quitarse la playera salió el apeste de macho, ese olor de sudor agrió y luego se agachaba con la verga embarrada de sangre y babeando para quitarse el pantalón y su calzado de trabajo; cuando se liberaron esas patas, estaban húmedas sus calcetas grises con agujeros en los dedos y los talones, el apeste de patas impregno toda mi habitación; creo que si las paredes pudieran oler ese apeste de macho, hasta lagrimas les brotarían; él se acostaba en mi cama y yo al verle desnudo, también hice lo mismo, mientras preguntaba.

– ¿Cómo te llamas y que edad tienes? Al menos eso quisiera saber.

– Me llamo Víctor y tengo 26 años; calzó del número 9 mx por si te interesa.

Al verle esas patas, le quitaba sus calcetas y me las llevaba a mi cara para oler y aspirar, como si me estuviese drogando; él se masturbaba diciendo. – ¡No mames, a mí me da asco mi apeste, pero verte así tan putito me haces lubricar cabrón!

Terminé de aspirar ese rico hedor y le dije. – Véndeme tus calcetas sudadas y te doy unas nuevas.

– ¿Neta?

– Sí, dime ¿cuánto?

– No pues unos cien pesos.

Me acercaba a mi buró y de los mil quinientos que tenía en mi cartera, le daba doscientos diciendo. – Mejor te doy esto, la verdad valen mucho la pena.

Él agarraba el dinero con su mano derecha y con la izquierda se masturbaba en lo que yo le chupaba y lamia las patas apestosas, con uñas largas y talones rasposos, me di una buena agasajada que él suspiraba y jadeaba de lo excitado que lo estaba poniendo.

Él expresó. – ¡Me voy a venir!

Yo notaba las gotas de sangré en el piso de mi habitación y en mis tobillos y valiéndome madres ya, me subí a la cama, me acomodé en su verga y comencé a cabalgar, él me sujetaba la cintura diciendo. – Sí, así nena, así, sí, dale.

Se enderezaba y ¡huevos!, me daba un beso en la boca que yo le correspondía y su aliento no fétido, pero sí algo distinto como si no hubiese comido nada invadía mi boca, su lengua se entrelazaba con la mía y se echaba hacía atrás con un pujido.

– ¡No putas mames cabrón!

Su verga punzaba y sus huevotes peludos también, se había venido como nunca antes lo había hecho él; por lo que me comentó; me quitaba, apretaba mi recto adolorido y sangrante y él se sentaba en la orilla de la cama diciéndome.

– ¡Estuvo chingón!, ¿Aguantarías más verga?

– ¿Más verga? – Cuestionaba en lo que él se estaba poniendo su playera, su bóxer y pantalón, esperando a que le entregará las nuevas calcetas deportivas.

Se las daba y me preguntaba. – ¿Entonces aguantarías más verga?

– ¿Cómo, no entiendo?

– Sí, mis compas también andan ganosos por qué les comenté lo que estabas haciendo con las calcetas ese día y pues la neta andan ganosos, ¿le entras?

Lo pensaba un rato y lo miraba diciendo. – Pero no quiero que nadie se enteré.

– No wey, nadie sabrá, hay que aprovechar ahorita que no hay nadie en tu casa, ¿va?

– Va.

Él ya vestido se iba a avisarles a sus compañeros en lo que yo desnudo me iba al baño a limpiarme la sangre y el poco excremento que me había sacado él; de pronto escuchaba que él bajaba y los demás compañeros también; me asomaba y se me acercaba diciendo.

– Mis compas dicen que sí le entran, incluso hasta el viejillo del maestro albañil, pero que nada de besos, sólo una pregunta, ¿cuánto dinero nos darías?

Eso del dinero no me pareció mucho, pero lo pensaba y pregunté. – ¿Cuántos son?

– Pues es el maestro albañil, sus dos hijos, otro morro y el chalan que apenas está empezando , todos estamos sudados, apestosos, así como te gustan.

Dinero tenía sobrantes mil trescientos y le respondí. – Pues sólo tengo mil trescientos.

– Aguanta va, les comento y me dicen.

Estaba demasiado, demasiado nervioso por lo que fuera a acontecer, pero estaba ansioso, ¡desnudo y ansioso!

– ¡Oye!, dicen que consigas setecientos pesos para que sean dos mil y que entre todos te dan.

– No, pues entonces ya no se podrá. – Hice mi cara de desánimo. – Sólo tengo ese dinero.

– Aguanta. – Se regresaba con sus compañeros y mi excitación comenzaba a irse disminuyendo y poco a poco sentía el semen de Víctor resbalarme entre mis muslos.

Él se regresaba diciendo. – Dice el maestro albañil que nos des la lana, que él le pide el resto a tu papá, pero que ya se haga este desmadre porqué están hasta con la verga de fuera y se lo andan jalando, uno ya hasta se quiere venir.

– Bien, bien, sólo que condones no tengo.

– No hay bronca wey, si te embarazamos lo abortas, pero no hay pedo. – Me daba una palmada en el hombro burlándose de que cogeríamos todos a pelo.

– Además se ve que eres de esos que se cuidan mucho, por una cogida sin gorrito no va a pasar nada, salvo que llegarás a embarazarte pero seremos ignorantes pero sabemos que en la mierda no cuaja.

Me miraba y preguntaba. – ¿Se arma o nel cabrón?

Como decimos en caliente ni se siente, le dije. – Pues va, sólo que quiero que se quiten la ropa.

– Simón, les dije que te excita el apeste de macho, así que quien quieres venga primero, yo me quedaré aquí echándoles aguas por si llegan a caer tus familiares.

– Pues mándame al más joven.

– Se llama Ramiro tiene 19 años, te lo mando.

El muchacho con la verga jalándosela y viendo que tenía un chingo de pelos, nos fuimos a mi recamará, rápido se desnudó y hasta las cortinas de mi habitación yo creo que lloraban del apeste a sudor; su verga larga como de 18 centímetros entraba con facilidad, sus manos apenas estaban comenzando a ponerse rasposas, sus pies largos y jóvenes me excitaban verlos mientras él sólo me penetraba y sujetaba de la cadera; duró como unos diez o quince minutos y sentí que se vino; estaba bien sudado de la espalda y en lo que se limpiaba con su mismo bóxer la verga, le dije.

– Oye, déjame lamerte la espalda ¿se puede?

– Sí, claro, sólo no vayas a querer metérmelo. – Nervioso me respondía.

– No, no, yo sólo me dejo coger no me gusta meterlo. – Le decía mientras me colocaba atrás de él y desde la nuca, parte del cuello, bajaba lamiendo ese rico sudor salado de macho con un poco de tierra.

¡Uff, que delicioso machito!, sí sigue así, será todo un semental; cuando terminé de lamerle el sudor, se comenzó a vestir y al ver sus calcetas disparejas le dije. – Dame tus calcetas y te doy unas que si sean pareja.

– ¿En serio?

– Sí, de verdad.

– No, no, cómo cree joven, no.

– Que sí, órale, ten.

Me iba a mi cajón de ropa interior y sacaba unas calcetas y se las daba, al verlo con el bóxer puesto, se me vino una idea genial a la cabeza y le dije mientras sacaba una trusa de mi cajón. – Ten, dame tu bóxer así como está y te doy esta trusa, a mí no me gustan mucho y están casi nuevas.

El muchacho sin pensarle más, lo agarraba y rápidamente hacía el cambio de ropa, se vestía de nuevo y se salía; Víctor me hacía señas y yo le decía que el siguiente y me mandaba a Timoteo de 37 años; una verga peluda pero como de 16 centímetros; cómo mi culo ya estaba abierto, pues entraba aunque si con algo de trabajo; en el mete y saca, él se iba quitando la ropa y su olor a patas, sudor y su aliento invadían mi habitación.

Me decía. – Oye, sí aprietas mejor que una vieja, tienes un rico culito, vale la pena probar de vez en cuando un mariconcito como tú, lo hacen rico.

Me sonreía mientras me dejaba que sus manos rasposas y sus pies callosos me tocaban mis pies y mis caderas; no duró mucho, de hecho se vino como a los diez minutos; hicimos la misma mecánica, le daba unas calcetas mías y una trusa a cambio de las suyas; y aunque le daba pena darme sus calcetines porqué traía hongos y descamación, me valió y cuando me las entregó me las llevé directo a la nariz para aspirar profundamente e incluso hasta unas hojuelas de su piel me quedaron en la nariz y los que me quedaron en la boca me los comía; muy rico aperitivo por cierto; antes de que entrará el tercero, apretaba mi culo pues estaba sintiendo ganas de cagar, pero me acordaba que era el semen que estaba buscando la manera de salirse, así que apretaba y contraía, apretaba y contraía, hasta que escuché entrar al otro, que ese ya estaba desnudo desde el pasillo hacía mi recamará; me dijo que su nombre era Ulises de treinta y dos años y que ya antes se había cogido a travestis pero nunca a alguien de mi edad y complexión; por las prisas, él ya se estaba masturbando, así que sólo me lo metió y como a los cinco minutos se comenzaba a venir; lo sacaba un poco flácido y me decía.

– Límpialo con tu boquita, anda nene.

Como buen putito obediente, me agaché apretando el culo y lo metí a mi boca, sabía amargo, a fierro y dulce; supongo que era por la mierda y sangre que tenía aún adentro y por el semen de alguno de los que ya me había preñado; hice el mismo intercambió que anteriormente hice y aspiraba ese hedor de su ropa interior moqueada y sus patas.

El siguiente en pasar era el hijo mayor del maestro albañil llamado Juan de cuarenta y uno; también me comentaba que él se coge a prostitutas como sean, dijo algo así. – Mientras tenga hoyo aunque sea de pollo.

Sus manos súper rasposas y con un poco de olor a tabaco me culeaba y las gotas de su sudor me caían poco a poco sobre mi espalda y yo también estaba sudando demasiado; en eso, se escuchaba ruido cómo si alguien fuese a entrar y él se apartaba de mí diciendo.

– ¡No mames, alguien llego!

Pero desde el pasillo decían. – ¡No es nadie, sigan!

Por el temor y miedo, Juan me hizo mejor mamarle la verga y me la empujaba hasta el fondo mientras que con mis manos acariciaba sus pies desnudos y sus uñas un poco gruesas que entre mamada y chupada de huevos, me llevaba mis dedos a la nariz para aspirar ese olor de machote; cuando sentí su semen muy espeso en mi boca y amargo, lo saboree un poco y me los pasé diciéndole.

– ¡Qué rica leche!

– No mijo, que rico tú, tienes buen culo y buena boca.

Se comenzó a vestir y lo mismo que le hice al más joven, le hacía a Juan, lamerle pero su pecho sudado y sus huevos peludos; intercambiamos su ropa interior por prendas mías y se salía y casi casi saliendo él entraba su hermano José de treinta y ocho años, para él era su primera vez que se cogía a otro hombre, pero que culos ya había probado de mujeres, así que pensaba que era igual, pero no fue así, cuando introdujo su miembro y sintió como apretaba, él decía.

– ¡Oh sí, oh, sí, sí, sí, que rico, wow, que rico, sí!, ¡puja, puja, que apretadito estás!

Yo sonreía, pero en mi mente ya deseaba que eso acabará porqué estaba ya cansado, con molestia en el recto y con ganas de cagar; su sudor se mezclaba con los demás y mi habitación olía a macho, patas y sudor, que delicioso, eso me excitó que me hizo venirme, no podía contenerme, me vine embarrando mis cobijas en lo que él también se venía pero adentro de mí; exhaustos, se volteaba, se sentaba sobre mis mecos y se movía diciendo.

– Ahora límpiame las nalgas con tu lengua putito.

Se levantaba y mi semen de sus nalgas lo limpiaba, con sólo acercarme su culo apestaba a sudor, lo tenía percudido de que no se lava muy bien, pero me valió y lamí sus nalgas hasta tragarme mi propio semen; le di unas calcetas, él me daba las suyas rotas y muy mojadas, su trusa verde a cambio de una trusa negra que le daba y se salía; el último en seguir era el Maestro albañil, que al verme desnudo me dijo.

– De sólo verte desnudo, podría decirte que podrías ser mi nieto.

– ¿Pues cuantos años tiene usted don?

– Pues tengo setenta y un años y me llamo Filemón.

– Pues un gusto don Filemón, me le acerqué, le comencé a desabrochar su camisa y él me dijo. – ¿Me dejas besarte?, es que tienes una boca muy bella.

Sin importarme su aliento a alcohol de caña, nos comenzamos a besar apasionadamente, con mucha saliva, su barba y bigote canosos me rosaban mi piel, besaba mi cuello, besaba mis pechos, los mordía y en eso me dijo.

– Ya antes me había cogido a uno como tú, pero eso fue allá en mi pueblo, pero con usted joven es diferente, es una piel suave, linda, parece muy fino.

Quitándole completamente su camisa salía ese olor a sudor, de que indicaba que ninguno de los hombres que me penetró ese día usaba o conocía el desodorante.

– Gracias por decirme fino, usted es un hombre que sí vale la pena, es un auténtico macho, me encanta.

Nos seguimos besando, nos acariciábamos, me volteé, con su lengua recorría mi espalda, bajaba y subía, metía su lengua entre mis nalgas, lamía mis testículos y de nuevo subía, se posicionaba y me tomaba con ambas manos trabajadoras mi cadera y empujaba, empujaba, empujaba, me hacía gemir, jadear, pujar; cosa que los otros no supieron hacer bien, sólo cogerme; bueno y Víctor que también me hizo sentir rico, pero no con tanta experiencia como el Don Filemón me sujetaba más y más, su mano se la llevaba a la frente y se secaba el sudor, continuaba metiendo y sacando, metiendo y sacando, hasta que me dijo.

– No puedo mijo, no puedo venirme.

– No se preocupe, hagamos esto.

Me acostaba sobre la cama, abría mis piernas llevándolas a los hombros de Don Filemón y entonces él al verme así se le puso como fierro y taladró mucho, mucho más rico de lo que ya y cinco minutos después, se venía adentro de mí y se incorporaba para darme otros besos con demasiada saliva; también intercambié con él únicamente su trusa gris, por una azul, pues el Don usa guaraches y sus pies sabrosos me dejó chuparlos y dejarlos limpios de la tierra y mugre que poseía; ya vestido le entregaba el dinero y me decía.

– Valió mucho la pena disfrutar de este momento, lo bueno es que este día sólo se trabaja la mitad de la jornada, por qué si no, estaríamos todos agotados de tanto darte verga.

Me sonreía, el señor se iba y en eso entraba Víctor diciéndome. – De sólo escucharte me estaba excitando, me lo jale y estoy casi por venirme, voltéate y deja que te los bata, ¿anda, sí?

Con todo el dolor de mi ano, mi cansancio, me ponía en cuatro sobre la cama, comenzaba a sentir escurrir el semen ya muy líquido de aquellos hombres y él bajándose el pantalón, su ropa interior, tomaba la cabeza de su grueso miembro y usaba de lubricante el semen que escurría y me lo empujaba, una y otra y otra vez, estuvo así como por quince minutos y ¡wow!, sentí como se venía y sus quejidos y sudor cayendo sobre mi espalda y nalgas; lo sacaba con cuidado y le decía.

– ¡Que rico estuvo!, dame tu calzón sudado y moqueado y ten uno de estos.

Le entregaba un bóxer de marca nuevo color gris con puntos rojos; él se sorprendía y me aventaba los suyos a la cara; rápidamente se vestía y escuchaba que todos los trabajadores estaban de nuevo arriba; justo a los veinte minutos mi familia llegaba y me encontraban sentado en el baño pujando y pujando sacando pura agua del semen que ya se había como derretido de mi culo; mi toalla estaba colgada y estaba por meterme a bañar cuando lanzaba muchos gases; me bombearon tan rico el culo que me llenaron de aire; mis familiares estaban como si nada hubiese pasado; eso sí, mi recamara la había cerrado para que el apeste no lo olieran mis papás o hermanos; de verdad que cuando terminé de bañarme, aún me escurría semen y también sangre, me iba con cautela a mi recamara, cerraba bien y mientras me vestía olía la colección de ropa apestosa de macho y también me masturbaba deseando que se volviera a repetir esa ocasión que aunque fue muy dolorosa, fue muy excitante; luego de que me vine sobre la ropa de ellos, la guardaba en una bolsa hermética que tenía por ahí de un paquete de bóxer y abría las ventanas para que el apeste se fuera, abría la puerta y encendía el ventilador de mi habitación; salía en short y playera al patio y ahí escuchaba que el maestro albañil le pedía a mi papá mil pesos más para pagarles a los ayudantes su semana; entonces mi papá sin pensarle les dio el dinero y yo desde abajo los veía que me sonreían y se agarraban su bulto como insinuando darme más; yo me metí con el trapeador, los aromatizantes y comenzaba a limpiar bien mi recamará hasta que se disipará el apeste.

Sé bien que tal vez esta aventura no me la vayan a creer muchos que son lectores de esta sección, pero de verdad, por vida santa que sí sucedió, fue algo irreal, me sentía en una película para adultos o no sé cómo describir eso, pero estuvo maravilloso; lo malo es que yo quería que ese apeste y olor durara para siempre, pero tenía que limpiar para no levantar sospechas y mi colección de ropa está comenzando a perder apeste y olor; bueno, pues me despido, no sin antes decirles que las patas de hombres albañiles son y saben muy, muy, pero muy deliciosos, saludos.

¡Increíble pero cierto mis lectores!, ¿cómo ven este muchacho Freddy?, ¿salió bien putito, verdad?, ¿creen que si fue real?, bueno sigo esperando más relatos y también sigo en la espera de sugerencias de nombres para esta sección, ya que se modificará para que los relatos y confesiones que me llegan de ustedes, sean compartidos de manera general, me despido y en ustedes quedará si creen o no lo que Alfredo vivió, un abrazo grande y hasta el siguiente relato, bye.