Gata pidiendo guerra

Cuando salir a la calle es una aventura, me sale mi vocación de putilla

Gata pidiendo guerra.

Voy a ir a la farmacia a comprar los remedios para mis padres. Hemos tenido suerte que el confinamiento les haya pillado en Buenos Aires , cuatro pisos mas abajo que el nuestro, en el mismo edificio. Hace buen día aunque el otoño acaba de comenzar.

Desnuda ante el espejo del baño me recojo el cabello en una cola, me meto las bolas chinas en el coñito ansioso, me pongo una bombacha pequeña, me hace sentirme más hembra. Voy al dormitorio, saco unas calzas negras y mirándome en el espejo del armario , me las enfundo. Calcetines blancos , las nike y me toco las tetas hasta que los pezones se ponen duros. Una camisa azul eléctrico, con mangas , que me llega apenas a las caderas, pero que abrocho solo la mitad de los botones. Mis lolas bailan bajo la tela.

Agarro la cartera, voy hacia la puerta, mi chico está esperándome antes de salir. Me besa en la boca, un beso bien apretado, con la lengua buscando la mía para enredarse en un desafío. Se separa y me coloca el barbijo mientras yo me pongo los guantes y él me susurra al oído , como sabe que me gusta: “ Vas pidiendo guerra y que te follen. ¡ puta!”

Bajo en el ascensor, saludo al guardia de la puerta, apenas me ve escondido en su garita. Ando tranquila, en las dos cuadras hasta la farmacia, solo me cruzo y separada con dos hombres de mediana edad que hacen cola en la frutería.

En la farmacia están Marina y Ricardo, les conozco de años, me atiende el hombre, un cuarentón macizo, que me devora con la mirada. Me muevo hábil para que vea media teta, le doy las recetas.

Mientras las va a buscar entra un viejo, que llega al mostrador, está separado de mí pero siento como si sus ojos fueran una lengua que me lamiera el cuerpo. Hace su pedido a Mariana. Me doy cuenta que si pudiera se lanzaría sobre mí para sobarme. Me caliento aun más, las bolas hacen su efecto y los pezones quieren romper la tela de la camisa.

Vuelve Ricardo, con las cajas. Le doy la tarjeta de la obra social, corta los precios, los pega en la receta, me lo da a firmar, imito la firma de mi padre, no hay ningún problema, sabe quienes somos. Agradecida respiro hondo, un botón se suelta , los senos quedan muy libres, la mitad a la vista, hago que no me doy cuenta.

Con mi sonrisa más sensual le digo:

  • “ ¿Podés darme una cajita de Cialis?”

Me devora , imagina en como se va a poner la pija de mi marido con la pastilla y como me va a coger bien cogida.

  • ¿ De cuantas?

  • De ocho... ya sabés la cuarentena.

Me doy cuenta que piensa que soy una zorra , pero también que le gusto. Soy esa mujer que sabe contentar a su hombre, y seguro a algunos mas, entre los que desearía estar.

Voy hacia donde está la máquina para las tarjetas, me da la cuenta, le doy el plástico, sus dedos rozan los míos enguantados. No deja de mirarme las tetas. Mientras firmo, noto los ojos del viejo en mi culo marcado por las calzas. Lo muevo para animarles.

Salgo y vuelvo a casa.

Llamo al timbre, me abre mi macho. Me descalzo, me quito la camisa y los calzas, el barbijo y los guantes. Los dejo en el suelo. Me agarra por la muñeca, me lleva hasta la mesa, hace que apoye el torso, tira de la braguita hasta dejarla a medio muslo.

  • Mi vida llevo las bolas chinas.

  • Me da igual, gatita.

Me llena de saliva el ojete, apoya su cipote en el estrecho agujero y me la va metiendo despacio. Me duele un poco y pero me gusta mucho.

Me tiene bien enculada y se mueve hasta que suelta su leche.

  • Vamos al baño. Nos tenemos que duchar.

Nos metemos en la ducha, me saco las bolas y las chupo, me encanta el sabor de mis flujos. Mi marido se lava bien la polla, yo me ducho completa.

  • Estoy caliente, me voy a hacer una pajita, dejame el duchador.

Me lo da, dirijo el chorro de agua tibia hacia mi sexo, tiro del monte de Venus para dejar al aire mi clítoris y que reciba el dulce impacto. Cierro los ojos, pienso en el viejo y el farmacéutico que seguro se pajearían ante la visión de mi cuerpo desnudo y me vengo.

Beso a mi marido que me mira alegre.

  • Mi vida he comprado unas patillas.

  • Bueno, tomaré una para la noche. Mamada matutina, encule a la hora del almuerzo es mucho para un adulto.

  • Estupendo pero hoy a la noche quiero ser tu ama. Me lo he ganado.

Nos secamos y nos vestimos rápido. Bajamos al departamento de mis padres donde andan nuestros hijos y donde almorzamos en sana vida familiar.